Kitabı oku: «Y va a caer... como decíamos ayer. Tomo 1: Informes mensuales de coyuntura política 1980-1984», sayfa 3
LA CAMPAÑA «ELECTORAL»
Lo anterior se refleja claramente en la campaña electoral (campaña presidencial) que realiza Pinochet propagando los beneficios del «SÍ» y la maldad del «NO».
El Presidente realiza giras electorales y manifestaciones públicas a través de todo el territorio nacional, discursos públicos y privados, a los que se agrega un conjunto –a veces exagerado– de exhibición de realizaciones y promesas de un futuro aún más esplendoroso que es profundamente publicitado.
A la vez, se puede apreciar el carácter marcadamente oficial –y hasta personal– de la movilización política a favor de la aprobación del plebiscito sobre transición y constitución. Prácticamente queda encabezada por el Presidente y sus ministros, sin que los frentes (gremial, estudiantil, vecinal) desempeñen un papel de vanguardia como ocurrió para la Consulta del año 1978.
Lo anterior, sin embargo, no implica que los sectores blandos hayan desaparecido convencidos por la nueva línea. Es cierto que se ven obligados a apoyar «la nueva institucionalidad», pero esta acción adquiere más bien la característica de un repliegue táctico en espera de mejor situación para replantear sus aspiraciones.
Los sectores blandos no sólo han tenido que optar por el apoyo incondicional a la línea impuesta, empujados por el temor a ser marginados del poder y lanzados a una oposición frontal que aún no están en condiciones de asumir.
También lo hacen porque perciben que en las actuales circunstancias serían los sectores de la DC los que hegemonizarían esa posición. La alianza derecha-DC se haría nuevamente en términos similares al 64, contradiciendo la pretensión de la derecha de subordinar a la DC a su conducción.
A su vez esto explicaría en parte la apertura de la DC hacia la izquierda, donde sí puede defender su identidad y la conducción del proceso.
Esto que denominamos repliegue táctico de los sectores blandos se complementaría con una acción destinada a mejorar posiciones. Al parecer dicha acción se realizaría fundamentalmente en el campo económico.
Los sectores blandos, al apoyar el proyecto institucional de Pinochet, pretenderían también obtener mejores ventajas en el campo económico. Su insistencia en la necesidad de que el gobierno realice las modernizaciones es presentada ligando claramente las características del régimen propuesto con estas. Mejorando posiciones económicas, podría estar nuevamente en condiciones de discutir sus pretensiones políticas.
OPOSICIÓN SOCIAL Y POLÍTICA; LAS FUERZAS DE LA UNIDAD
Desde el punto de vista de la oposición, podría señalarse que la coyuntura despierta una gran activación política, cuyo eje principal está en la DC y el ex presidente Frei.
Es importante anotar que la actual postura de la DC implica un cierto giro en su orientación. Tal cual decíamos anteriormente, la DC estuvo repetidamente dirigiéndose hacia los sectores de la derecha política a fin de implementar mecanismos de apertura.
En tales condiciones, se rehuían las aproximaciones hacia la izquierda, aún cuando su posibilidad se manipulara como elemento de presión frente a la derecha.
La definición que da Pinochet del contenido e itinerario institucional, junto con el repliegue de los sectores blandos en el poder, dejan a la DC sin esa alternativa, razón por la cual la alianza con sectores de izquierda aparece más auspiciosa.
No obstante lo anterior, es posible afirmar que el factor fundamental que concurre a la formación de una posición de unidad de la oposición está dado por el carácter mismo del movimiento social. Como se señaló en informes anteriores, en la esfera política se habría producido una situación de crisis de la UP y una atomización de los grupos de izquierda. La crisis del PS se presenta en este caso como el elemento de mayor importancia en cuanto a las dificultades de generar un pensamiento de acción y carácter unitario.
Por el contrario, la acción de las organizaciones sociales adquiere un carácter marcadamente unitario, según se aprecia en los ámbitos sindical, estudiantil y poblacional (incluso cultural).
En estos, la unión de acción se realiza no sólo entre la gente de izquierda, sino que también en acuerdo con personas vinculadas al pensamiento DC. Por esta razón es que se puede afirmar que la actual unidad opositora tienen su origen en las organizaciones sociales que presionan fuertemente sobre las estructuras partidarias.
En términos generales, la unidad de la oposición parte por el consenso que se produce en torno a la deslegitimación del plebiscito. En primer término, el cuestionamiento por los obispos, tanto del plebiscito como del texto constitucional, en su forma y en su fondo, es un primer pronunciamiento de un consenso de rechazo.
Posteriormente se produce el acuerdo de proponer que la expresión de este consenso sea votar «No» en la consulta plebiscitaria. Independientemente de la alternativa propuesta para el 11 de septiembre por los sectores de oposición, la significación del voto «No» está en el carácter unitario que asume, no obstante que ciertos grupos de oposición propusieron previamente otras alternativas para el día del plebiscito.
Naturalmente que la unidad de la oposición no puede plantearse meramente el rechazo del proyecto oficial de Plebiscito-Transición-Constitución. Más aún cuando desconfía totalmente de la veracidad de los resultados de la votación.
La unidad de la oposición se realiza alrededor de un programa básico que Frei se encarga de proponer públicamente al país. El programa aparece suficientemente moderado y amplio como para interesar a todos. Aceptación del plan económico actual aunque con ciertas reformas; integración social de obreros y empresarios, reconocimiento a las FF.AA., recuperación de los derechos personales y ciudadanos y participación política amplia, son los puntos de mayor relevancia.
En lo inmediato, se propone una transición a la democracia con gobierno cívico-militar de corta duración, asamblea constituyente y restitución de los derechos esenciales.
Las fórmulas planteadas son simples y reveladoras de un cierto consenso social previo en cuanto a la alternativa política viable en los actuales momentos.
En todo caso, debe recordarse que el giro de la DC, de apertura no restrictiva a la izquierda, se produce justamente como contrapartida del fracaso de ciertos sectores de la DC de lograr un acuerdo con la derecha, pues esta aparece plegándose momentáneamente a Pinochet.
La reacción de la izquierda se muestra diametralmente opuesta. Si bien algunos pudieron temer que el rechazo a Frei y la DC por parte de la izquierda fuera suficientemente fuerte como para poner en duda las posibilidades de unificar a la oposición, lo cierto es que el apoyo a la alternativa unitaria encabezada por aquellas ha resultado masivo y entusiasta.
Esto último constituye un elemento que necesariamente estará presente en el futuro próximo. En cierta medida, la izquierda ha aprovechado el clima electoral para mostrar dos aspectos claves: su vitalidad actual y su disposición al diálogo en pro de la apertura política.
DESPUÉS DEL 11, ¿QUÉ?
El mes de agosto aparece centrado en la convocatoria a plebiscito sobre Transición y Constitución, y el alineamiento que se produce en las fuerzas sociales y políticas del país frente a este evento.
No obstante, a medida que se acerca la realización del plebiscito y frente a los futuros resultados ratificadores del proyecto gobiernista, el interés político se orienta por un dilema más sustantivo: después del 11, ¿qué?
A despecho de las declaraciones oficiales, en el último tiempo se ha ido constituyendo una alternativa al continuismo autoritario de Pinochet.
Esta alternativa fue anunciada públicamente en el Caupolicán y, de acuerdo a la tradición política chilena, tiene su personaje: Frei. De esta manera, Pinochet y Frei aparecen como los líderes indiscutidos de cada una de las corrientes propuestas.
Más aún, sería difícil pensar en posibles reemplazantes de uno y otro. Pero esta personalización de las alternativas debe entenderse dentro de la coyuntura política específica que no necesariamente se proyecta al largo futuro.
En efecto, el momento actual parece otorgar validez a la alternativa planteada por la oposición ahora, pero, como se ha indicado reiteradamente, el afianzamiento del autoritarismo político puede conducir a otras alternativas.
Particularmente, en la situación actual hay que tener presente que, en gran medida, la DC fuerza la unidad de la oposición en torno a sus posiciones y a sus representantes. De esta manera, la izquierda adhiere a la solución propuesta por la DC, pero adhiere justamente por considerar que esa es una alternativa no sólo válida, sino que «realista», viable, detrás de la cual podrían agruparse fuerzas suficientes como para imponerla.
Sin embargo, es poco probable que esta unidad de la oposición resista a un desencanto de proporciones. No se trata en este caso del calculado desencanto de los resultados electorales, sino del que produciría la conciencia de la inviabilidad del proyecto alternativo planteado por Frei.
Respecto de lo anterior, se presenta un problema difícil de solucionar para la factibilidad del proyecto de oposición. Este proyecto implica un llamado a la Unidad Nacional, donde todos tendrán cabida. Sin embargo, el alineamiento de fuerzas sociales y políticas de derecha alrededor de Pinochet, abandonando previas posiciones aperturistas, deja al programa de unidad nacional cojeando de la «pata derecha». Esta situación dificulta enormemente las posibilidades reales del proyecto alternativo ofrecido, lo que puede conducir a la ruptura de la unidad de la oposición en busca de soluciones más viables o radicales.
Las posibilidades de impulsar, después del 11, el proyecto que hoy unifica a la oposición, encuentra dificultades que pueden resolverse según el juego de dos factores.
Por una parte, la fuerza propia que adquiere el movimiento de oposición en los distintos frentes sociales. Por la otra, la capacidad de integrar al movimiento opositor sectores significativos de la derecha política y económica.
En cuanto a esto último, es lícito considerar que el alineamiento de todos los grupos en el poder en torno al proyecto de Pinochet es sólo momentáneo y que permanecen abiertas futuras negociaciones con sectores DC.
Por último, la reticencia de los sectores blandos de inclinarse –aunque sea indirectamente– a la oposición también dependerá de la actitud que los sectores más duros tengan con ellos. Un exceso de presión de estos últimos puede llevar a los blandos a realizar un balance más favorable a la oposición.
INFORME MENSUAL DE COYUNTURA POLÍTICA Nº 4
Santiago, octubre de 1980
EN GENERAL
Durante el mes de septiembre se han producido acontecimientos que corresponden ajustadamente a las expectativas que se tenía el mes anterior. En efecto, la realización del plebiscito constitucional, tanto en sus resultados numéricos como en las reacciones que provoca, no produjo ninguna sorpresa. No obstante, una cosa es la expectativa y otra la vivencia, y el comportamiento de los grupos sociales y políticos no se conforma con la contemplación de la realización de la expectativa.
Por otra parte, hay que tener presente que no solamente opera en esta circunstancia particular la expectativa intelectual y consciente, sino que también existió una cierta expectativa oculta que se alimentó con la fuerza mítica de la palabra elecciones. Esto último resulta esencial para comprender la actitud de la oposición con posterioridad al plebiscito.
Es indudable que el hecho político de mayor importancia en el mes fue la realización del plebiscito constitucional que marcó la validez formal del Proyecto Constitucional del Gobierno, junto con las normas sobre transición y la ratificación del general Pinochet, a lo menos, por ocho y medio años más. En tales circunstancias, parece conveniente revisar tanto el planteamiento electoral inmediato como el realineamiento de los grupos de gobierno y oposición frente al hecho cierto de que se dé por iniciada una nueva etapa del régimen político imperante.
ÉRASE UNA VEZ LAS ELECCIONES
Desde el punto de vista formal podría señalarse que el principal hecho político del mes consiste en la decisión gubernamental de establecer jurídicamente los plazos y el procedimiento que se pretende seguir para lograr la institucionalización definitiva del país.
En cierto sentido, se estaría dando por terminado el período de emergencia para entrar al llamado período de transición y llegar a la normalidad. Anteriormente ya se conocía esta periodización, pero sobre la base de señalarse su recesión de acuerdo al cumplimiento de «metas y no plazo». Ahora quedan señalados los plazos y procedimientos.
Si se recuerda que el antecedente inmediato de la intención gubernamental de plebiscitar la Constitución y transición del régimen fue la agudización del conflicto duros-blandos dentro de los grupos en el poder, es fácil concluir que aquella es una forma de poner fin o frenar esta disputa. Sin embargo, la necesidad de dar continuidad y estabilidad al régimen es un problema político que abarca mucho más allá de la eventualidad de conflictos internos al grupo en el poder.
Podría decirse que este conflicto interno impulsa la oportunidad y ciertas especificaciones del proyecto institucional, pero no es la causa directa de este.
Sólo desde una perspectiva de política nacional puede entenderse la actividad desplegada en torno al plebiscito. El gobierno crea e impulsa un ambiente electoral y hace entrar en él a todos los sectores sociales y políticos del país. Ahora bien, es cierto que a través de esta iniciativa logra rearticular la unidad básica de los sectores que lo apoyan, pero es aún importante ver hasta qué punto logra desarticular a la oposición y obtener beneficios en la legitimación del régimen.
En cierto sentido, la táctica gubernamental de presentar una situación electoral de enfrentamiento Gobierno-Oposición que se decide en las urnas parece haber resultado exitosa.
Si bien los personeros de la oposición aparecen descalificando la validez del plebiscito, no pueden eludir la obligación de concurrir al acto. Aún en condiciones absolutamente desmedradas, hacen campaña por el NO, apareciendo como contraparte del Gobierno que, con todos los medios a su disposición, solicita el SÍ a la ciudadanía. En tales condiciones, al menos en lo inmediato, los resultados que presente el gobierno tendrán un impacto de importancia en el sentir de la población, por muy impugnados que ellos sean.
Quizás sí tenga mayor permanencia que este sentimiento inmediato postelectoral el tipo de argumentos que sirvieran de base a las plataformas electorales de Gobierno y Oposición.
El Gobierno se centró en dos aspectos: por una parte la creación de un cierto clima de temor a la catástrofe política y económica que significaría el NO, como si ello implicara el retorno a la caótica situación de los últimos días de Allende. Por otra parte, el énfasis en las realizaciones económicas de los últimos tres años, particularmente aquellas que se proyectan en acceso al consumo para ciertos sectores sociales.
A su vez, la oposición parlante puso el énfasis en el rechazo al autoritarismo imperante, principalmente en lo relativo a la desmedrada situación de los derechos humanos. La crítica al modelo económico fue relativamente leve y dirigida a la proposición de reformas que limitaran sus excesos.
Si bien se mira, la propaganda electoral –tanto la apabullante del gobierno como la artesanal de la oposición– se dirige básicamente a un sector social: las capas medias. Esto significaría el reconocimiento de que los otros sectores sociales ya están definitivamente orientados en sus posiciones respecto al régimen político imperante y el modelo socioeconómico que impulsa. Al parecer, el proceso de polarización social pasa a constituirse en un hecho para los personeros políticos y, como en otros tiempos, es la recurrencia a las supuestamente anchas capas medias la que permitiría mantener o mejorar posiciones en el conflicto político.
EL PROGRAMA PRESIDENCIAL
Uno de los efectos más directos de la decisión gubernamental de fijar etapas y plazos de institucionalización es que el régimen ya no puede seguir presentándose como de respuesta al marxismo y de restauración de la situación que este deterioró, se hace necesario formular un programa a futuro que se presente como el elemento justificatorio del período que se inicia.
Fundamentalmente para las FF.AA., su legitimación en el poder arrancaba primordialmente del golpe militar de 1973, pero tal legitimación no puede proyectarse indefinidamente.
El acto electoral recién realizado pretende no solo mostrar apoyo a la labor realizada por el Gobierno, sino que también serviría para constituirlo a futuro sobre la base de la voluntad nacional que acepta el programa que el general Pinochet ofrece. Independiente de que tal voluntad ciudadana haya podido expresarse libremente o no, e independientemente de si esa expresión ha sido o no reconocida públicamente, lo cierto es que se esgrime como elemento legitimador y, en alguna medida, el gobierno debe hacerse responsable de determinadas realizaciones que ofrece cumplir en el período para el cual habría sido elegido.
El gobierno vuelve a poner énfasis en los aspectos económicos y en la práctica se pretende alcanzar durante el período la meta de «Chile, país desarrollado». Naturalmente que tal slogan tiene una función orientada fundamentalmente a la propaganda, pero, en todo caso, establece ciertos indicadores específicos de mejoramiento económico nacional.
No obstante, el problema fundamental sigue siendo para el Gobierno la creación de un nuevo esquema político-social capaz de sustituir al régimen de partidos anterior, puesto que no se ve aún cómo el modelo imperante pudiera controlar la situación de un sistema de partidos.
Quizás, la idea que más fuerza adquiere entre los sectores más duros del Gobierno es la creación de un tipo de Estado que excluya a los partidos políticos y constituya a las FF.AA. como parte integrante en la dirección de aquel. En alguna medida, persiste la idea de implementar un sistema de corte franquista. Como plan alternativo el gobierno tendría que lograr formar un partido político capaz de aglutinar no sólo a la derecha, sino al centro político, que pasaría a ser dirigido por aquella.
Estas especulaciones cobran fuerza cada vez que el ejecutivo anuncia la repetida fórmula de crear un movimiento político de apoyo al régimen.
El reciente anuncio del general Pinochet de crear un frente cívico-militar casi no alcanzó a formularse antes de perder vitalidad. De no mediar cambios políticos de importancia, no parece probable la formación de tal movimiento político, fundamentalmente por la resistencia que podría encontrar en las propias FF.AA.
DOY PARA QUE DES
Como señalábamos anteriormente, el antecedente inmediato del llamado a plebiscito fue la agudización del conflicto de los sectores «duros» y «blandos» al interior del grupo dominante.
Posteriormente tal conflicto parece desaparecer completamente y el régimen recupera su consistencia monolítica.
Básicamente, la solución de Pinochet habría consistido en apoyarse en los «duros» (lo que se vería en la Constitución y transición propuesta) para negociar con los «blandos», que se verían obligados a hacerlo para no ser confundidos con la oposición, quedando fuera del esquema de gobierno.
Resultaría absurdo pretender que las diferencias entre estos sectores desaparezcan, aun cuando la necesidad de enfrentar unidamente a la oposición haga desaparecer sus expresiones. Por el contrario, es de esperar que dichos sectores mantengan su pugna en orden a dirigir el actual proceso. En tal sentido, el realineamiento de los «blandos», que aparecieron apoyando una Constitución y una Transición que no los satisface plenamente, es un típico repliegue táctico.
Por otra parte, este realineamiento de los «blandos» no es meramente obligado por la decisión presidencial, sino que es negociado, lo que demuestra la fuerza que mantiene este sector, fuerza que tiende a aumentar al mediano plazo en la medida que pasa a representar la única clase política del régimen.
Por el momento, los blandos se muestran profusamente en el apoyo y hasta aparecen «robándoles el triunfo» a los duros, pero, a la vez, empiezan a reclamar cada vez con mayor insistencia el cumplimiento de las «modernizaciones», lo que en la práctica implica la privatización de las mayores actividades del Estado que son susceptibles de beneficio económico (empresas estatales, gran minería, previsión social, etc.).