Kitabı oku: «Y va a caer... como decíamos ayer. Tomo 1: Informes mensuales de coyuntura política 1980-1984», sayfa 5
¿EL MUNDO VA PARA ALLÁ?
El panorama internacional parece tornarse ampliamente favorable para el régimen chileno.
La visita a Chile del presidente del Brasil parece haber terminado definitivamente con el aislamiento que sufrió el país a raíz de la intervención militar del año 73. Constituye un triunfo para el general Pinochet, que resalta más aún en cuanto se produce justo inmediatamente después del plebiscito que, según los resultados publicados, aprobó la nueva institucionalidad. Esta visita es relativamente pobre en resultados efectivos tanto a nivel económico (Brasil sigue cerrando sus fronteras a la importación chilena) como estratégico. En esto último, porque el presidente Figueiredo parece embarcado en una campaña de unificación latinoamericana para lograr mejorar posiciones con respecto a Estados Unidos, de manera que no querrá dar motivo a ningún país de la región para que le retire a su amistad.
Por otra parte, las relaciones con los países limítrofes, salvo Argentina, parecen también mejorar. El presidente Belaúnde del Perú da muestras de querer normalizar las relaciones con el gobierno chileno. Mientras que el general García Meza, luego de un preámbulo beligerante hacia Chile, parece haberse olvidado del asunto, más preocupado de reafirmar su autoridad en Bolivia, a la vez que muestra fuertes afinidades ideológicas con el gobierno chileno.
El problema grave sigue siendo el conflicto austral con Argentina. La mediación papal parece haberse entrampado frente a la intransigencia de las partes. Dado el caso de que en ambos países rigen gobiernos autoritarios de las FF.AA., resulta delicado para los jefes de gobierno aparecer ante su principal base de sustentación como cediendo en algo en que los militares son particularmente sensibles.
Por otra parte, para los regímenes imperantes, el conflicto externo, o su amenaza, continúa siendo el mejor argumento para reclamar la unidad nacional y mantener el monolitismo de las FF.AA. Parece, pues, difícil la resolución de tal conflicto.
La elección de Ronald Reagan para la presidencia de EE.UU., y el vuelco que se produce en ese país hacia posiciones más duras en la derecha, constituyen un acontecimiento que es visto como particularmente positivo por el gobierno chileno. Si bien no se sabe aún cuál va a ser la repercusión concreta que esto tendrá en nuestro país, y aunque algunos vaticinen cambios poco importantes, lo cierto es que el régimen podría ver considerablemente mejorada su posición en el ámbito internacional. Al menos si se cumplen las expectativas que sobre la nueva situación política norteamericana se tienen. Hay que tener presente, sí, que sobre la política de Carter se tuvo también grandes expectativas –aunque de signo contrario– que en la práctica no parecen haber tenido mayor efecto en la situación chilena.
Lo que parece de mayor importancia en este momento es el impacto interno que tienen los resultados de las elecciones norteamericanas. En efecto, después de mucho tiempo de repetir que la orientación política adoptada por el régimen era el anticipo del futuro político mundial, el giro norteamericano pareciera corresponder a tal designio. En este sentido, el fortalecimiento ideológico de los grupos en el poder puede resultar considerable, particularmente de aquellos más duros y más reacios a la contaminación democratizante.
Para todos los grupos en el poder, el triunfo de los republicanos en EE.UU. es bueno. Talvez pueda reforzar, momentáneamente, la posición de los más duros. Aunque lo más probable es que los distintos grupos en el poder entren a disputarse una relación privilegiada con el nuevo gobierno.
En cambio, el sector político más desfavorecido con las elecciones norteamericanas parece ser la Democracia Cristiana. Si de Carter no obtuvo nunca un apoyo decisivo, de Reagan ni siquiera puede esperarlo.
INFORME MENSUAL DE COYUNTURA POLÍTICA Nº 6
Santiago, diciembre de 1980
EL PESO DE LOS PLAZOS
Si bien nadie espera cambios conmovedores cuando el 11 de marzo se inicie el período de transición, lo cierto es que esa fecha aparece como revestida de un cierto tono mágico, tal si efectivamente muchas cosas fueran a cambiar.
La verdad es que, aunque permanezcan las mismas autoridades, los mismos poderes del general Pinochet y de la Junta, lo cierto es que, en todo caso, se constituye una situación diferente. Se inicia un gobierno que tiene plazo y se pone en movimiento un procedimiento político encaminado a lograr el funcionamiento político de un sistema de representación.
Dada la largueza de los plazos propuestos y la lentitud de los procedimientos que se inician, resulta aventurado esperar el cumplimiento estricto de uno y otro. No obstante, la inminencia de que se iniciará el período señalado es un hecho que incide muy directamente en el momento político.
Ahora bien, es principalmente en ciertos sectores de poder donde se expresa más claramente esta situación. Existe prácticamente una carrera para lograr las mejores posiciones en el programa de gobierno que se iniciará el 11 de marzo y, en tal sentido, se trata de consolidar ciertos hechos que, de alguna manera, predeterminen el proceso futuro.
En cuanto a los sectores de oposición, su dinámica, si bien más lenta, también parece influida por el reconocimiento de que el gobierno se muestra con el poder suficiente para imponer el itinerario que se ha trazado. Podrá siempre elegir entre actuar dentro de los límites establecidos o buscar la forma de rebasarlos, pero no puede desconocer el hecho de su establecimiento.
SE HACE PROGRAMA AL ANDAR
En términos muy generales, se puede decir que el período presidencial cuenta con un programa. Pero este es un programa de continuidad. Y esta continuidad puede entenderse con matices distintos. Esto permite que los sectores duros y blandos intenten orientar el programa en función de sus propias perspectivas.
Se supone que el 11 de marzo tiene que haberse decidido ciertas opciones. De manera que de lo que se trata es de mejorar las posiciones relativas en el intertanto.
Inmediatamente después del plebiscito, los sectores blandos se apresuraron en reiterar su apoyo al Gobierno y al régimen, pero, a la vez, comenzaron a trabajar activamente en la formulación de una especie de programa de gobierno para el próximo período. Básicamente expresado a través de las páginas de El Mercurio, dicho programa abarca a las denominadas «modernizaciones».
Desde la perspectiva de estos sectores, se considera que la realización de estas modernizaciones significarían una transformación profunda de la sociedad chilena. Tan profunda, que una modificación del régimen político no implicaría peligro alguno, pues se habrían establecido las bases de la continuidad del modelo.
En esta línea, el Plan Laboral aparece ahora completado con la Reforma Previsional, de manera de producir alteraciones profundas en los intereses y comportamiento de los trabajadores.
Resulta paradojal que, habiendo sido los sectores duros los que impusieron sus puntos de vista en el proyecto de Constitución, transición y plebiscito, sean ahora los sectores blandos los que obtienen ventajas en la formulación del programa de Gobierno. Esto quizás se comprende mejor si se considera que la acción política no se presenta sólo como un enfrentamiento duros-blandos, sino que se asiste a una creciente personalización del poder, que otorga al general Pinochet una mayor capacidad de arbitrio entre esos sectores.
En efecto, como se ha señalado repetidas veces, a diferencia de otros regímenes (Brasil, Uruguay, Argentina), en Chile las fuerzas armadas como institución no son las que controlan el poder, sino que es el general Pinochet el que logra legitimarse dentro de ellas como el líder indiscutido. No hay pues una politización de las FF.AA., dentro de la cual se manifiesten los diversos sectores en el poder, y la persona del jefe de Estado pasa a tener una gravitación decisiva.
De esta manera, los sectores «duros» logran que prevalezcan sus puntos de vista en cuanto a la organización del régimen político, mientras que los «blandos» aparecen dando la línea en el terreno económico, convencidos de que en el mediano plazo esto gravitará profundamente en este.
Durante el mes que nos ocupa es posible apreciar cómo los sectores «blandos» siguen consolidando posiciones en el terreno de la política económica: el plan de privatizar en un 50% algunas grandes empresas del Estado, la entrega a particulares de la construcción en vialidad y obras públicas, la aprobación de un presupuesto que contempla un solo reajuste de remuneraciones, son algunos de estos logros. De mayor importancia resulta la Reforma Previsional, que entregará a la empresa privada recursos cuantiosos y acelerará la privatización del sector salud a la que está estrechamente unida, a la vez que significará para los empresarios una reducción del costo de la mano de obra.
Mientras, los sectores duros consolidan situaciones de poder y cierran los espacios políticos abiertos con anterioridad a la realización del plebiscito.
LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS
En el período estudiado es notorio un aumento de la represión gubernamental. Esta represión se realiza institucionalmente por los organismos creados y, de acuerdo a los procedimientos que el régimen ha establecido al efecto.
Tal pareciera que se estuviera probando la efectividad de las regulaciones establecidas.
Pasan a ser cotidianos y normales las detenciones preventivas, los juicios y sentencias, así como las delaciones por la vía administrativa y las prohibiciones de regresar al país.
No sería sorprendente que el Gobierno esté pensando en levantar el Estado de Emergencia el próximo 11 de marzo, iniciando así con plena normalidad el período presidencial definido constitucionalmente.
El régimen «normal» aparece ya premunido de los mecanismos suficientes para controlar la situación política.
Dentro de este endurecimiento del régimen, parece conveniente señalar dos hechos de importancia.
El primero se refiere al «caso Zaldívar», ya comentado en el informe anterior, pero del cual hay que resaltar la muy escasa respuesta que logra en los sectores de oposición. Si algunos pensaron que el Gobierno tendría que pagar algún precio político por impedir el regreso de Zaldívar, lo cierto es que hasta el momento no le ha costado absolutamente nada.
Esto parecería darles razón a los sectores más duros del Gobierno, en el sentido de que cualquier apertura trae problemas, mientras que la mantención y reforzamiento del autoritarismo los elimina.
El segundo hecho puede haber sido facilitado justamente por el anterior. Se trata del cambio de rectores delegados en las principales universidades del país (excepto la UC). Los nuevos rectores delegados son militares en servicio activo con experiencia en control social (el de la Universidad de Chile fue jefe de la plaza en Santiago, y el de la Universidad Técnica, alto oficial del Servicio de Inteligencia Militar). Esta calidad y la circunstancia en que se produce el cambio (fuerte activación del movimiento estudiantil opositor) indican claramente la dirección que tiene este hecho. Si recordamos que anteriormente se había ido desarrollando un fuerte movimiento de opinión que, incluso desde dentro de los sectores en el poder, propiciaba el retorno a la dirección de las universidades por sectores académicos, la medida implica un grave endurecimiento en el proceso de institucionalización del régimen.
Frente al problema universitario, los sectores «blandos» propusieron en los últimos tiempos soluciones acordes con la política económica. Vale decir, retorno del control académico a las rectorías, mayor exigencia de estudio y mayor costo de la educación para el estudiante. El Mercurio y la revista Qué Pasa trataron repetidamente de orientar en este sentido a las autoridades de Gobierno. El que no lo hayan logrado está señalando, por una parte la fuerza de los sectores duros de Gobierno, que se apoyan en la necesidad del Jefe de Estado de ratificar su poder imponiendo cortes decisivos. Por otra parte, también significa que el movimiento estudiantil había empezado a adquirir mayor fuerza de la que el Gobierno puede tolerar.
De la actual reintervención militar en las universidades cabe esperar, en lo inmediato, una depuración generalizada y una represión del movimiento estudiantil opositor, creando las condiciones necesarias para que éste no vuelva a expresarse. No obstante, es difícil que se logre el total disciplinamiento estudiantil, a menos que se imponga una militarización de las universidades. Esto último parece bastante difícil, al menos dentro del actual esquema de institucionalización.
UNA SALPICADURA DE CONFLICTOS
Como se ha venido señalando, en los últimos tiempos el movimiento social suele mostrarse más activo que el movimiento político. Salvo determinadas ocasiones (Consulta de enero del 78, Plebiscito del 80), si bien no puede negarse una cierta existencia de los partidos políticos en semi o total clandestinidad, su actividad suele ser esporádica y leve.
En cambio, el movimiento social presenta una actividad constante y en algunos puntos creciente, imponiendo muchas veces una unidad política de la oposición que las organizaciones partidarias difícilmente logran.
La reciente movilización estudiantil en las universidades (particularmente aguda en el Campus Oriente de la Universidad de Chile), ha mostrado la vitalidad de la oposición en ese ámbito.
Los logros obtenidos antes de la reintervención militar son bastante importantes. La oposición estudiantil logra ser reconocida como interlocutor válido por autoridades de la universidad. Ciertos académicos aparecen, si no apoyando, al menos mediando en el conflicto entre estudiantes y autoridades. La organización estudiantil creada por el Gobierno (FECECH) se ve obligada a tomar como propias algunas de las reivindicaciones planteadas.
Si bien puede sostenerse que un grueso sector estudiantil aparece como indiferente frente a la politización gobiernista o de la oposición, tampoco puede negarse que estos últimos empiezan a mostrarse capaces de captar incluso a estos silenciosos. Así parece demostrarlo el éxito en ciertos paros estudiantiles.
Con todo, esta movilización estudiantil muestra ciertas debilidades. Talvez la principal de ellas sea la incapacidad para levantar, aún toscamente, un proyecto de política universitaria.
La movilización se hace respecto a problemas puntuales (la existencia de organismos de control al interior de las universidades, elevación del costo de matrículas, defensa de alumnos sancionados, etc.). No aparecen planteamientos más generales, como los relacionados con reivindicaciones por dirección académica en vez de directores militares, autonomía universitaria, libertad de cátedra y pluralismo, exigir mayor capacidad académica o gratuidad de la enseñanza.
En el plano sindical se puede decir que también la oposición predomina. Pero esto se aprecia más en cuanto a elecciones sindicales que en las acciones efectivas de los sindicatos.
Donde hay elecciones libres sindicales gana oposición, pero esos triunfos no se traducen en una movilización laboral efectiva en el plano nacional. Más aún, el Plan Laboral se ha impuesto sin encontrar grave oposición en los hechos. Esto parece conducir a una atomización cada vez mayor del movimiento sindical.
La reciente huelga legal en PANAL confirmaría esto. Se mantuvo el plazo máximo permitido y los trabajadores debieron regresar a la industria sin haber obtenido nada (recuérdese que la huelga significa no recibir remuneraciones, tener que pagar las imposiciones y perder el trabajo si no se reintegran antes de sesenta días). Intentaron llamar la atención sobre su situación con actos dramáticos: huelga de hambre, manifestaciones callejeras, etc. Sin embargo, el movimiento sindical se mantuvo mudo y ajeno al conflicto, tal si se tratara de un problema particular.
Hasta cierto punto se puede decir que el movimiento sindical, tanto como el estudiantil, se muestran hasta ahora incapaces, en sus respectivas esferas, de articular un programa y acción de carácter general.
SEÑORITA RESPETABLE BUSCA UBICACIÓN
De los grupos políticos de oposición, la Democracia Cristiana es la única que puede ensayar alternativas políticas definidas en la institucionalidad propuesta por el régimen. Sin embargo sigue mostrándose vacilante.
Mientras, por una parte, algunos personeros caen en el pecado de la soberbia de cuestionar la validez del plebiscito y la legitimidad del camino institucional planteado (siendo castigados por esto), por otra parte, se exige al gobierno se le señalen los límites para su oposición aceptable.
En todo caso, parece primar la idea de la DC de insistir en su respetabilidad, alejándose cada vez más de la oposición de izquierda y preparándose para asumir un papel dentro de la nueva institucionalidad.
La dificultad básica está constituida por el hecho de que sectores duros del gobierno rechazan totalmente a la DC. No sólo porque les parezca inconveniente dentro su concepción de régimen político, sino porque eventualmente podría lograr algún tipo de acuerdo con sectores «blandos» del Gobierno. Sin embargo, a partir del plebiscito, estos sectores «blandos» también se alejan de la DC ante el temor de ser definidos como oposición por el Gobierno, perdiendo, así, posiciones de poder.
La postura de la DC aparece, en este momento, como de extrema debilidad, aislada de los grupos en el poder y del resto de los sectores opositores, enfrentada al reflujo generalizado de la DC en América Latina, (en Venezuela se desgasta rápidamente, mientras en El Salvador su respaldo y participación en la Junta Cívico-Militar la compromete con el fracaso de ésta), sin apoyo norteamericano debido a la elección de Reagan. Por último, diluyéndose su otrora férrea unidad con la Iglesia que se vuelca en los misterios de la eucaristía.
Este último punto tiene una importancia especial. La Iglesia ha demostrado en este último tiempo poseer una gran capacidad de movilización y convocación. Pero tal convocación se hace en nombre de la unidad y la conciliación, limándose las aristas críticas que la jerarquía eclesiástica mostró con respecto al Gobierno. La Iglesia habla cada vez más en nombre de la unidad invocando la paz y la conciliación. El multitudinario acto con que se cerró el Congreso Eucarístico es demostrativo de este nuevo espíritu.
LA UNIDAD DIVERGENTE
En los grupos políticos de izquierda la situación sigue siendo confusa y, lógicamente, de escasa información y mucha especulación. La llamada «crisis de la izquierda chilena» difícilmente parece superable en el corto plazo y en las condiciones imperantes.
Ante la incapacidad programática, persiste la insistencia en la organización. Pero esta no impide la fragmentación de los movimientos de izquierda.
En el caso de las divisiones del PS, los intentos de lograr una convergencia entre las diversas fracciones y otros movimientos de izquierda no comunista, difícilmente logran avanzar. Más aún, parece que nadie tiene interés en ello. En primer lugar, los comunistas son aislados cada vez más en estos intentos de convergencia socialista, lo cual está lejos de contentar su vieja política de alianzas. En segundo lugar, los movimientos «chicos» de la izquierda talvez tengan esperanzas en crecer como herederos reales del PS.
Por su parte, el PC, enfrentado al fracaso de su política de apoyo a la apertura que eventualmente pudiera lograr la DC, se vuelca nuevamente a una política de alianza con las izquierdas. El problema es que los intentos de convergencia socialista lo han marginado y hasta más de un hijo ingrato le vuelve la espalda. Es natural entonces que vea con buenos ojos un reflotamiento de la UP, ya bastante olvidada, como forma de evitar el aislamiento.
En todo caso, lo que sigue pareciendo difícil es que la izquierda (unida o desunidamente) sea capaz de actuar políticamente en las actuales condiciones. Actualmente sólo aparece apoyando a posteriori al movimiento social de oposición.