Kitabı oku: «Mal que sí dura cien años», sayfa 5

Yazı tipi:

Para realizar semejante transformación era ineludible tener el valor de acometerla. Los creadores de la república habían legado la independencia política, y la tarea de ahora era la conquista de la independencia económica; es decir, atravesar el territorio nacional con ferrocarriles, higienizar los puertos y las poblaciones, levantar el nivel moral, el intelectual y el económico de las masas, acortar por medio de la instrucción y del trabajo fecundo la inmensa distancia que existía entre los seres de fortuna terrenal y la carne de la desnudez, del hambre, de las enfermedades y de la ignorancia.

Eran justamente los sucesores de la generación que va desapareciendo la que tenía que planear e iniciar esa lucha, desarrollarla y conquistar la victoria. Empero, para ello había que unir a la inteligencia, la energía y las aspiraciones, la decisión de extirpar la apatía, por una parte; y desinfectar las almas de la propensión de atribuir a ilícitos fines la laudable labor de los que se esforzaban por salvar al país del estancamiento en que yacía, por otra.

Le insuflaba Araújo optimismo a la audiencia:

Yo vislumbro, con irradiante luz que se acerca, la realización de los sueños de los padres de la Patria, y la vislumbro, porque en el mundo de los grandes sentimientos, hay también ondas-magnético-morales que, a semejanza de las hertzianas en el mundo físico, el tiempo y la distancia son sólo la concentración intensa de los grandes y sublimes amores!37

Grande fue el impacto de la conferencia del ilustre maestro. El Tiempo abrió su edición del 12 de junio editorializando al respecto. Se llegaba así al ansiado puerto:

[…] así, poco a poco, merced a los esfuerzos de investigadores sinceros, del problema planteado oportuna y valerosamente por el doctor Jiménez López, va desprendiéndose la verdad de una situación grave, pero no desesperada: el avance evidente sobre lo que en el pasado fuimos no oculta la magnitud e importancia de los problemas que confrontamos hoy y lo enorme del esfuerzo que necesitamos para salir adelante, en una lucha en que la victoria será sólo el resultado de la honrada energía, de la tenacidad y de la desinteresada e intensa fe que anime a las nuevas generaciones, de las cuales depende el porvenir de la patria.38

En la edición del 13 de junio, el periódico publicó la última parte de la conferencia. Conforme pasaban los días Jiménez López se defendía y explicaba la objetividad de sus cifras. Desde el periódico La Crónica se estableció una interesante polémica en la que tomó parte monseñor Rafael María Carrasquilla. Por su parte, el CEU continuó sus actividades. El domingo 13 de junio Facatativá estuvo de fiesta. Una orquesta amenizó el acto. Los universitarios fueron bien recibidos y se les tributaron grandes atenciones. La conferencia de Milciades Barriga fue aplaudida39. Días después, el 16 de junio, Dionisio Arango Vélez hizo una disertación titulada “Teoría de las causas que determinaron la independencia de las colonias españolas”. El conferenciante partió de las siguientes hipótesis: 1. La revolución fue un producto directo de la democracia. 2. La democracia indígena era incapaz de adquirir conceptos abstractos, y sin la capacidad conceptual, la democracia no podía realizar una revolución. 3. Por consiguiente, las causas fundamentales de la revolución americana y de la independencia fueron las mismas que determinaron la formación de una nueva raza capaz de conceptos. Arango habló de las causas biológicas y sociológicas que determinaron la Independencia, enfatizando en la importancia de la mezcla de las razas indígena y blanca y la adquisición de una capacidad mental traducida en pro de la masa encefálica y en circunvoluciones cerebrales capaces de elaborar conceptos y de formarse una idea de la libertad necesaria para reaccionar contra los sistemas de opresión y de violencia. Además, Arango expuso sobre la formación de los héroes nacionales. Dejó de lado las cualidades sobrehumanas y taumaturgas capaces de golpear las multitudes con su palabra mágica y hacer brotar en ellas —como hizo Moisés brotar agua de la roca— fuerzas anquilosadas y virtudes dormidas. Por el contrario, demostró que el héroe, más que el producto de la efervescencia revolucionaria, es un exponente donde se concentran las ambiciones, los odios, las energías, las virtudes y hasta los defectos de una raza en determinado momento histórico. El héroe no es un creador de aspiraciones y de voluntades, sino el hombre que ejecuta la voluntad colectiva por ser su mejor intérprete; el hombre que, apareciendo como conductor de un pueblo, va conducido por ese pueblo40.

4. Luis López y Lucas Caballero ante el grito de Jiménez

Y así se iban alternando las conferencias de uno y otro grupo. Para el 25 de junio se anunció la de Luis López de Mesa: “De la zona, de la sangre y de la nacionalidad”, la quinta en su orden convocada por la Asamblea de Estudiantes. En esta ocasión venía con una extraña nota: “A esta conferencia no se invitarán señoras”.

Fue novedosa la temática que abordó Luis López de Mesa, de 36 años, antioqueño, de raza blanca, médico de la Universidad Nacional de Colombia. Gran lección la que se escuchó, y que contenía temas como la geografía viva, las poblaciones, la evolución social, las enfermedades, la seguridad nacional, la historia, etc. Especuló a sus anchas sobre los orígenes, las culturas y las evoluciones de las poblaciones colombianas, deteniéndose en la que mejor conocía: la antioqueña. Quedó en el ambiente la idea de que se trataba de una raza superior. Sostenía que en Antioquia en vez de clases sociales lo que había era una armoniosa gradación social y uniformidad intelectual, moral y política. Le reconocía a ese pueblo gran gusto, decidida inclinación por el cultivo intelectual, grave sentido de la personalidad y muy clara consciencia política. Lo definía como conservador y clerical por entender que esas dos fuerzas le garantizaban la paz para el trabajo, el ahorro y la tranquilidad doméstica. Afirmaba que no se había elevado aún al concepto liberal, y que en mucho tiempo no entenderían las aspiraciones socialistas, porque su sentido de responsabilidad familiar y racial le tornaba en ello muy recatado y conservador.


Luis López de Mesa

Fuente: Cromos, 18 de septiembre de 1920, s. p.

López de Mesa fue mesurado, como llamado para que ponderara entre los excesos. Y cumplió a cabalidad ese papel. Rescató para el análisis lo que llamó el grito de Jiménez López. Si bien se había construido un interesante país favorablemente mezclado de zonas geográficas que de alguna manera se habían domado, lo cierto era que la enfermedad acechaba y el peligro era inminente. Decía que la raza colombiana podía enorgullecerse de sus progresos en el orden político y social, pero siempre y cuando se superara la enfermedad:

Yo diría, y lo diré tras meditado análisis, que si nos dejan vivir, viviremos holgada y dignamente en un futuro cuya aurora se percibe en todos los horizontes de mi patria. En ese panorama del ensueño veo la lenta fusión de las razas con sus méritos peculiares: la gracia bogotana, la dulzura tolimense, el vigor antioqueño, la altivez santandereana, la alegría de los pueblos del litoral; y sueño también con un producto de selección, si lo preparamos desde ahora y desde ahora le evitamos los mil peligros que le cercan, que quieren y que pueden asfixiarlo.41

Aunque dudaba de la tesis de la importación de las razas, López de Mesa terminaba aceptando la insinuación. Era enfático al afirmar que los colombianos todo lo habían hecho solos, inclusive educar a los gobiernos y desarmar el desprecio de los extraños, sin inmigración, sin dinero extranjero, acechados, vilipendiados y cohibidos; gritando al mundo paz y civilización.

El mérito de López de Mesa fue sacar la discusión de los estrechos marcos nacionales y ponerla en la coyuntura internacional. Advirtió del peligro que todavía significaba Estados Unidos. Y como ya se hablaba de la indemnización por lo de Panamá, afirmó que con 25 millones en perspectiva, ese país, poco a poco, le iba quitando el juicio, la previsión y la soberanía a los colombianos. ¿Qué hacer, entonces?, se preguntaba. Y él mismo se respondía:

Señores: nosotros necesitamos aprender una serenidad pluscuamperfecta, si queremos salvarnos. Somos emotivos y disolvemos en sacudidas inútiles, en gritos y llantos, la fuerza que nos fue dada para pensar y para obrar […]. Vosotros habéis abierto una inquisición sobre la raza como sangre; yo la he extendido a la raza como espíritu también y como nacionalidad. Oídme más aún, que si tantas cosas os he dicho y os diré todavía, es porque pienso que no sois una muchedumbre anónima, sino el alma de este pueblo y su consciencia nacional.42

Como el republicano que era, llamaba la atención justamente sobre el problema inconcluso de la república, vacío que se llenaba con la asimilación del concepto de nación antes de existir el espíritu de nacionalidad. Sostuvo que el siglo XX había sorprendido a Colombia sin haber formado la república, sin igualdad de los partidos ante el ejercicio de la democracia. Verificada la organización de las fuerzas políticas dentro de una constitución, sucedió que no tenía alimento de qué vivir, se vio que sus recursos fiscales y económicos habían sido una ración de hambre para el organismo. Por ello, valoró lo que le había pasado al país en 1909. Era a partir de ese año, el de la caída de Rafael Reyes, cuando en realidad había empezado a existir la república, aleccionada por el infortunio de Panamá. Fue entonces que pareció emprender una vida de progreso y de legítima civilización dentro de la unidad de una democracia soberana. Sin embargo, la visión de soberanía había durado poco.

A las conferencias estudiantiles fue invitado un veterano de la guerra de los Mil Días: el general Lucas Caballero. Hombre de letras y de Estado. Estaba viviendo sus 51 años. Fue el de más edad entre los conferenciantes. Su intervención llamó la atención por su experiencia. Se refirió con respeto a los anteriores expositores e intentó seguir la senda científica que los otros habían abierto. Es muy posible que lo más sugestivo y expectante para los escuchas haya sido el aura de veterano. Siendo tan cercano a los procesos históricos nacionales, no comulgaba con los criterios que establecían degeneración racial. Más bien parecía estar cerca de Bejarano y de López de Mesa en el sentido de que en Colombia habían sido varios troncos étnicos de donde procedía la población colombiana y no de una unidad racial. No creía tampoco en pureza de razas. Para Caballero, todas las naciones eran producto de variedades étnicas que el tiempo había cruzado. Del mismo modo, sostenía que Colombia, después de muchos fracasos, había adquirido un grado de estabilidad que representaba herencias y esfuerzos seculares, y que por ello mismo era un producto fruto de la experiencia propia, autógeno, y no el resultado de trasplantes y de inmigraciones. Aunque aceptaba que el movimiento intelectual hubiera venido de fuera, sostenía que eran las clases dirigentes, la élite de las sociedades, las que daban el impulso y marcaban el derrotero de los pueblos. Para él, los gobiernos eran lo que fueran los hombres que los dirigieran: de ahí que fuera imprescindible buscar a quienes, por la firmeza de su voluntad, por la amplitud de su espíritu, por su competencia y honradez, dieran garantías de satisfacer los anhelos nacionales. Era dialéctico, señalaba que ningún hecho social se producía como exabrupto, sino que todos tenían sus raíces en estados o situaciones anteriores.

Enfatizaba Caballero en los obstáculos que impedían el progreso en Colombia: querer incorporar como programa de partido la uniformidad de pensamientos en doctrinas filosóficas y someter a los adeptos a rígidas disciplinas; pretender ir en línea recta al objetivo, sin atender las enseñanzas de la ciencia y de la historia, olvidando que la transacción y el compromiso eran el mejor vehículo para las verdaderas conquistas liberales. Recordaba a la audiencia que los colombianos habían expedido la Constitución de 1863, alabada por el primero de los poetas del siglo XIX como la más alta expresión de instituciones libres y progresistas, y con ella o por ella hubo tres grandes guerras que involucraron a toda la nación y cerca de cuarenta en las secciones. Además, se tenía la experiencia de dos guerras sucesivas, una de ellas de tres años, sangrienta y devastadora, lucha de exterminio que había puesto de manifiesto que los partidos eran incapaces de destruirse porque resurgían por ley natural de lo más hondo de las entrañas sociales. Y señalaba Caballero la paradoja de que tales partidos —forzados a vivir dentro de un hogar común, poseyendo medios de acción recíproca, al hacerse concesiones mutuas, al seguir una política de respeto por el adversario y de moderación en los procederes—, tenían la única, pero la más poderosa garantía de la paz y de las reformas durables.

Para Caballero, la república de Colombia tal como la habían soñado sus fundadores no existió sino cortos años. Por ello invitaba a estudiar e investigar esa experiencia que había sido la historia de Colombia, a lo que llamaba una “deliciosa lección de sociología y de previsión”. La primera república había partido de las ideas vagas de los precursores sobre democracia y americanismo. Anotaba que Bolívar y sus compañeros habían construido una república “en flojos cimientos de ideal”, y anotaba que la formación republicana de Bolívar no había tenido las bases económicas que eran fundamentales, ni el espíritu unificado y armónico; no había tenido concepto de derechos, ni de deberes definidos. Había sido, más bien, un “milagro de ser” que se había sostenido en el aire de una aspiración romántica.

Se debía tratar, entonces, de jalonar la aplazada república, la empantanada república. Para ello, era necesario fomentar el espíritu público, y la expresión mayor de ese espíritu público era la participación en el sufragio, en las elecciones. Y no era un llamado el que hacía Lucas Caballero para fomentarlo de una vez hacia abajo, sino hacia arriba, pues sostenía que era el primero de los deberes cívicos para todo ciudadano, y especialmente para las clases altas y cultas de la sociedad. Si no había condiciones legales de elegibilidad que aseguraran la competencia de los candidatos y que cerraran el paso a los audaces, la prensa, los Directorios y las clases cultas deberían contribuir a resolver ese problema.

Finalmente, sostuvo Caballero que en las circunstancias de 1920 se disponía de todos los elementos y posibilidades para dar como producto social un régimen efectivamente libre. Y para ello tan solo se necesitaba primero un cambio psicológico, un despertar del espíritu público, una política de transacción, de tolerancia, de lealtad y de justicia entre los partidos políticos. Para él no habían sido las mayores inteligencias, sino las voluntades superiores las que habían producido las obras de mayor trascendencia en el avance espiritual del mundo.

5. La revancha de Miguel Jiménez López

El viernes 23 de julio, con broche de oro, Miguel Jiménez López cerró el ciclo de conferencias sobre la degeneración racial. Había recibido palo tanto desde la extrema derecha como desde la extrema izquierda. Y era la oportunidad que tenía para retractarse o para reafirmarse:

Si me veis aparecer por segunda vez en este lugar; si al fin de estas veladas que serán memorables y en que hemos querido sondear el presente e interrogar el porvenir de nuestra colectividad, vuelvo a aparecer ante vosotros, es para preguntarme, como muchos lo hacéis en este instante: Después de todo, ¿qué nos queda? [¿]Dónde está la verdad? ¿Este torneo de opiniones a que hemos asistido, rudo pero generoso, como cumple en caballeros de la idea, nos ha hecho avanzar algunos pasos o nos ha dejado en nuestro preciso punto de partida? Es preciso absolver estas preguntas. Es necesario saber si, tras esta brega, hemos logrado proyectar alguna vislumbre sobre lo desconocido; es justo analizar si alguna idea directriz para nuestra vida, si algún fruto de verdad han podido surgir al fin de entre esta pomposa floración de teorías, de palabras y de pensamientos.43

Aunque se lamentaba del uso que se había hecho de la retórica para desvirtuarlo y contradecirlo, echó mano también de la misma herramienta. Se apropió de la atenuación: ahora se refería no a la degeneración de la raza, sino a la disminución biológica de la población colombiana. Al percibir a casi todos los intelectuales en su contra, confesaba haber sentido un vencimiento, pero no una desilusión, y declaraba no estar ni derrotado ni vencido ante su propia conciencia.

Jiménez prefirió esta vez horadar en los aspectos sociales de su concepción científica que se pudieran corregir sin renunciar, claro, a sus tesis principales. Se movía Jiménez, a veces, entre dos aguas: la democracia y la reacción. En últimas, advertimos que le asustaba la desaparición en un futuro de las razas blanca e indígena. Pero su mayor interés era tirarle el salvavidas a la primera, fortaleciéndola con una inmigración racialmente seleccionada. Reconocía al mestizo como el mejor organizado para los climas de montaña, para el altiplano y para resistir a las diversas causas debilitantes como el suelo, el aire, los alimentos, las aguas y los gérmenes parasitarios. Advertía que con higiene y con educación apropiada, podría llegar a ser capaz de “alguna eficiencia colectiva”. Pero en el fondo no creía en la que era la raza mayoritaria en el país. Hablaba de su debilidad volicional, de su inconsistencia de los afectos, movilidad de ideas y falta de dominio propio, poco organizada para la vida democrática y autónoma: “Los países donde este elemento racial predomina, como el Paraguay, Bolivia, Méjico, Centro América y el Perú son, por esta razón y no por otra, los que han ofrecido y siguen ofreciendo una historia política más agitada”44.

Le preocupaba a Jiménez que fuera la raza negra la más competente para sobrevivir en las condiciones del trópico y que terminara predominando en desmedro de la raza blanca, la cual no podría sostenerse por sí misma sin reforzarse con contingentes de fuera:

Apenas tengo para qué agregar que los países donde el elemento de color va siendo preponderante han marchado lenta pero seguramente hacia el estado de tutela y de protectorado por otras razas mejor dotadas. Liberia adoptó desde su fundación ese régimen, merced al cual ha subsistido, y, en nuestro continente, Santo Domingo y Haití están siendo una ilustración dolorosa de ese fenómeno social.45

Y como era caro para los colombianos de entonces el Ejército, y de él se había hablado en el debate, retomamos el tema. Era el Ejército para Jiménez lo que los niños para Bejarano: objeto de experimentación. En el reclutamiento de los jóvenes el científico había observado que los excluidos del servicio militar lo eran por coto, cretinismo, imbecilidad, úlceras, defectos oculares, sordomudez, cardiopatías, afecciones renales, paludismo y tuberculosis. Ratificaba su tesis del Ejército como un organismo enfermo. Y así les contestaba a los optimistas conferencistas: “¿Qué hacer donde el espíritu está pronto, pero la carne enferma?” Es decir, que no le vinieran a él, justo a él, con el cuento de no conocer el país y su población para con ello descalificar sus tesis. Decía haber estado en contacto y vivido con los campesinos; haber compartido sus fatigas y dolores; haber visto millares de adolescentes partir hacia regiones bravías en busca de quina, tagua, caucho o petróleo, y quedar consumidos por las fiebres o roídos por las llagas, sin que, muchas veces, uno solo de ellos hubiera regresado. Confesaba haber visto desaparecer caseríos debido a los flagelos de la enfermedad. Indicaba que era muy fácil decir que la patria marchaba con paso firme hacia el progreso, cuando se la observaba desde los centros donde había un cierto florecimiento industrial y capitalista, y que otra cosa sería si se la mirara desde los páramos desolados o desde las regiones ardientes y mortíferas del territorio.

Con brotes democráticos que llamaban la admiración de sus contemporáneos, Jiménez curaba su pensamiento reaccionario. Sostenía que el verdadero problema sociológico de Colombia era la existencia de dos castas distintas y distantes. Una, que merced a su posición económica y cultural, se había beneficiado de todos los favores de la civilización. Pero era un número muy reducido de la población, un tres por ciento o menos. Y, en cambio, había una infinita mayoría que no podía seguir ese movimiento progresivo, por inferioridad orgánica e inferioridad mental. Y se preguntaba: “¿Qué ganamos con tener algunos altos valores intelectuales y morales si la inmensa muchedumbre no puede secundarlos?”. Sostenía que habiendo sido el pueblo sostén y escudo de la república, se había convertido en obstáculo mental en la marcha hacia el progreso por sus precarias condiciones. ¿Querrían seguir con él, como peso muerto, las clases dirigentes de nuestros países? ¿Querrán marchar con el lento progresar del molusco que lleva a cuestas el pesado caracol que lo envolvió? ¡Seguramente, no! Es preciso que lo levanten, y después de un llamado a la mujer para que se vinculara a la campaña de higienización terminó con la siguiente perorata:

Cuando pregonáis las excelencias de nuestro régimen democrático y libérrimo, tened siquiera un recuerdo para toda esa “misera plebs contribuens,” de que hablaba el romano; para esa desgraciada plebe que contribuye, que ha contribuido, sí, con el trabajo de sus músculos y con la sangre de sus venas a plasmar nuestra nacionalidad, y de quien ésta se ha olvidado en más de un siglo de su inquieto vivir. Ahí está toda esa ingente masa de hombres negros, pálidos y cobrizos, tan colombianos como nosotros mismos, y que necesitan saber siquiera qué es la libertad y qué es la Patria; que reclaman en silencio de una nación que los ha mirado con desvío y que ha dejado que su cerebro se atrofie y que su vigor se extinga. Si una sola iniciativa de redención para esas castas desheredadas pudiese surgir de esta agitación que nos invade, habríamos llenado el más hermoso deber de una generación!46

6. Las repercusiones y los resultados parciales

Le correspondió a Jorge Bejarano hacer el balance. Calificó el certamen de positivo, pues el problema de la higiene y de la salud pública había quedado instalado en el orden del día de la cotidianidad colombiana. Apuntaba que la estabilidad de Roma en sus doce siglos de existencia, la idea nacional de Esparta, los gloriosos periodos de Grecia, fueron obra del vigor físico que fomentaron sus gobiernos, sugestionados sin duda alguna por la creencia homérica y prehomérica de que un cuerpo enfermo, deforme o depravado no podía ser asilo de ningún valor moral ni intelectual.

Las conferencias tendrán gran repercusión y gracias a ellas se incrementarán políticas públicas de higienización y se crearán instituciones para ello. Para Bejarano era indispensable prepararse adecuadamente, resolver los problemas de las enfermedades endémicas y adquirir sanidad corporal antes de que asomara la inmigración extranjera47.

La polémica no paró, la conferencia siguió el camino despejado. El 5 de julio de 1920, Gaitán se dirigió al director del Panóptico General de Prisiones en nombre del que él mismo había fundado, para que permitiera a los universitarios dictar conferencias a los presos. Así fundamentaba su petición: “Esta labor es puramente científica y solo nos anima a emprenderla el deseo de coadyuvar al mejoramiento de los que por haber delinquido se han hecho víctimas del más crudo de los sufrimientos que no pueden pasar inadvertidos para nosotros”48. El 14 de agosto se habían iniciado conferencias en La Mesa. Víctor Sánchez, un destacado estudiante de Derecho, habló de educación cívica; el domingo 15, en Zipaquirá, habló del problema social Juan Manuel Ortega; y el 20 agosto de 1920 el Centro Universitario informó que la organización había afinado su junta directiva: presidentes honorarios, doctores Julio Manrique, L. E. Nieto Caballero y Enrique Santos; presidente efectivo, Jorge Eliécer Gaitán; vicepresidente, Alejandro Zea R.; y secretario, Víctor Sánchez.

Y así, el CUPC se desplazaba por toda la región cundiboyacense primero, y por el país después, dictando conferencias. En julio estuvieron en Girardot. Allí, Jorge Luis Vargas disertó sobre blenorragia y sífilis. En agosto, en La Mesa, Víctor Sánchez, estudiante de Derecho, habló de educación cívica; en Zipaquirá, Juan Manuel Ortega habló del problema social. No faltaban las arbitrariedades en contra de sus actividades: alcaldes como los de Facatativá y Fontibón en julio y agosto de 1920 impidieron la continuación de una serie de conferencias.

De promover conferencias se fue contagiando todo el mundo. El socialismo colombiano del siglo XX, que apenas echaba raíces, no se quedó atrás. En agosto de 1920, desde Venadillo, Tolima, un corresponsal reportó: “Los señores Julio Navarro y Carlos Melguizo están dando conferencias en estas regiones, en favor del partido socialista y de sus doctrinas. Han dictado ya conferencias en Honda, Ambalema y San Lorenzo, y aquí dictarán dos”49.

Finalmente, en noviembre se anunció que con el título Los problemas de la raza en Colombia, coordinado y prologado por Luis López de Mesa, había salido el libro que recogió en un solo volumen las conferencias dictadas en el ciclo convocado por la Asamblea de Estudiantes. El libro había sido editado por El Espectador50. El Tiempo invitaba a su lectura:

Allí encontrará el lector, que no pudo asistir a las conferencias del Teatro Municipal, o que desee precisar las impresiones recibidas en una lectura fugaz, el clarovidente pesimismo, asentado sobre sólidas bases científicas de Jiménez López y Calixto Torres Umaña el conceptuoso patriotismo de López de Mesa y las magistrales concepciones optimistas de Simón Araujo, Lucas Caballero y Jorge Bejarano. Además precede a todos los trabajos el que les dio origen: la sensacional monografía sobre la degeneración de nuestras razas, presentada por el doctor Miguel Jiménez López, al tercer Congreso Médico Nacional; y que ocasionó el debate intelectual más interesante e intenso que se haya registrado en nuestra tierra.51

En lo sucesivo de 1920 la temática de la salubridad continuó desarrollándose a través de la conferencia. La asamblea estudiantil no volvió a organizarlas, pues se implicó en la organización de la fiesta de los estudiantes, que estaba próxima a celebrarse. Empero, el CEU, que dirigía Jorge Eliécer Gaitán, no se desanimó. Las conferencias adquirían cada vez más un carácter popular. El 3 de septiembre, el senador Anselmo Gaitán habló de la acción fisiológica del alcohol, del alcohol como causa de enfermedad, de muerte, de crimen y de degeneración de la especie, del gobierno y el alcoholismo y los remedios del mal. En La Mesa, Roberto Albornoz habló sobre sífilis el 5 de septiembre. El día anterior Jorge Eliécer Gaitán se había dirigido al director del asilo de locos de Las Mercedes, en Bogotá, en busca de un permiso para organizar un instituto nocturno en el asilo en provecho de los empleados del establecimiento. Justificaba su pedido así:

Obedece esta labor al plan que esta Corporación se ha trazado de servir activamente al perfeccionamiento de todas las clases sociales y en especial a las más desvalidas de ellas. Nuestra labor es meramente científica, como es sabido, y para ello creemos tener derecho a esperar su valioso apoyo.52

Día a día las conferencias estaban más animadas. Los organizadores introdujeron música y fiesta. La nueva modalidad se incorporó a partir de una intervención del reconocido intelectual Armando Solano, que habló sobre periodismo el 15 de septiembre en el salón Samper. Al igual que las conferencias acerca de la degeneración de las razas, estas tenían un costo de 30 centavos, y para recoger fondos el Centro de Extensión Universitaria organizó en el Teatro Municipal una concurrida fiesta en el marco de las fiestas universitarias, y se aprestó para emprender una gira por las principales capitales del país: Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Ibagué, Manizales y Cali. Los delegados para la gira proponían la fundación de bibliotecas para los presos, organización de las conferencias quincenales, inauguración de las conferencias populares de vulgarización científica para obreros, sobre alcoholismo, higiene, agricultura y varios temas sociales; fundación de escuelas ambulantes que tenían como fin la creación de institutos técnicos nocturnos para obreros, donde se les perfeccionaría científicamente. Y, por último, organizarían la fiesta de la Extensión Universitaria con una gran velada, donde serían proclamadas las reinas de la fiesta.

El éxito de la conferencia contagió a las autoridades que velaban por la higienización de Bogotá. La alcaldía se encargó de patrocinar cada 15 días conferencias sobre higiene y alcoholismo con el propósito de buscar el mejoramiento de la clase obrera y de todos los habitantes. La primera de ellas se llevó a cabo en el barrio San Cristóbal, en uno de los pintorescos quioscos del lago, el 5 de septiembre, y estuvo a cargo de Jorge Bejarano, quien habló de la necesidad de alejar al pueblo de los horrores del alcohol. Por otro lado, El Tiempo emprendió una campaña contra el alcoholismo en una columna que tituló “El mal de la raza”. Eliseo Montaña, autoridad reconocida sobre la temática, fue el primero en escribir y señalar que se trataba de la continuación del debate de la degeneración racial a través de los medios. Entre las enfermedades que azotaban a la población, fue al alcoholismo al que se le prestó mayor atención por considerarse un problema de defensa nacional53. No faltaron sinónimos oficiales para semejante mal: nefando vicio, vicio fatal, etc., mientras que la población se refería a él como el “príncipe de la alegría”54.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

₺274,87

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
447 s. 12 illüstrasyon
ISBN:
9789587848465
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre