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Notas

1“Comentarios Médicos”, El Tiempo, septiembre 4 de 1957, 4.

2DANE, Boletín Técnico Pobreza Monetaria en Colombia 2018 (Bogotá, 3 de mayo de 2019). https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/condiciones_vida/ pobreza/2018/bt_pobreza_monetaria_18.pdf. Consulta realizada el 10 de julio de 2020.

3https://www.rtve.es/noticias/20200427/virus-desigual-ricos-pobres-coronavirus-afectaforma-desigual-ricos-pobres/2012876.shtml. Consulta realizada el 10 de julio de 2020.

4https://uniandes.edu.co/es/noticias/desarrollo-regional/covid19-sus-efectos-de-pobrezay-desigualdad-en-colombia. Consulta realizada el 10 de julio de 2020. El dato que revela la Universidad de los Andes en el estudio publicado en mayo de este año indica que se puede retroceder a los niveles de pobreza monetaria de 2002, que afectaban al 49,7 % de la población.

5En el anexo A se puede apreciar una síntesis gráfica de la producción escrita de Jorge Bejarano por periodo estudiado.

6Para una mejor apreciación de los elementos mencionados se pueden consultar los siguientes trabajos: Carlos Noguera E., “La medicina y la cuestión social la politización de la medicina o la medicalización de la política en Colombia (1900-1940)” (tesis de grado de la Maestría de Historia, Bogotá, UNAL, 1998). Mario Hernández Álvarez, La Salud Fragmentada en Colombia 1910-1946 (Bogotá: UNAL, 2002). Del mismo autor: La Organización Panamericana de la Salud y el Estado colombiano: Cien años de historia 1902-2002 (Bogotá: OPS Oficina Regional, 2002). Historia Social de la Ciencia en Colombia (Bogotá: COLCIENCIAS, 1993. Vols. VII y VIII Medicina.). Oscar Iván Calvo Isaza y Marta Saade Granados, La ciudad en cuarentena: Chicha, patología social y profilaxis (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2002). Christopher Abel, Ensayos de historia de la salud en Colombia 1920-1990 (Santa Fe de Bogotá: CEREC, 1996). También se han intentado acercamientos desde la historia social y la historia económica: Mauricio Archila Neira, Cultura e identidad obrera. Colombia 1910-1945 (Santa Fe de Bogotá: CINEP, 1991).

7Se diferencia el cuerpo médico universitario de aquel que practicaba la medicina, pero no era profesional, los llamados “teguas”, contra los cuales luchaban los titulados en la universidad.

8Medófilo Medina, “La historiografía política del Siglo XX en Colombia”. En La historia al final del milenio. Ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana (Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia, vol. II, 1994).

9Véase el trabajo de Fernán González, Para leer la política. Ensayos de historia política colombiana (Bogotá: CINEP, 1997), sobre la relación entre cultura y política; César Augusto Ayala, El populismo atrapado, la memoria y el miedo: el caso de las elecciones de 1970 (Medellín: La Carreta, Universidad Nacional de Colombia, 2006), sobre las elecciones presidenciales de 1970 y el trabajo Resistencia y oposición al Establecimiento del Frente Nacional. Los orígenes de la Alianza Nacional Popular (Anapo), Colombia 1953-1964 (Bogotá: Colciencias, Cindec, 1996); Medófilo Medina, Historia del Partido Comunista (Bogotá: CEIS, 1980), o Fabio López de la Roche, Izquierdas y cultura política. ¿Oposición alternativa? (Bogotá: CINEP, 1994), sobre la historia de la izquierda en los años 60 en adelante.

10Gilberto Loaiza, “Los intelectuales y la historia política en Colombia”. En: La historia política hoy; sus métodos y las ciencias sociales, editado por César Augusto Ayala Diago (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004). Otros acercamientos a la relación de los intelectuales colombianos con la política se presentan en trabajos como: Gonzalo Sánchez Gómez, Los intelectuales y la política (Bogotá: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales IEPRI, UNAL, 2003). Andrés Botero Bernal, El papel del intelectual: Pasado, presente y futuro inmediato (Medellín: Editorial ISB, 2002). Miguel Ángel Urrego, Intelectuales, estado y nación en Colombia. De la Guerra de los Mil Días a la Constitución de 1991 (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2002).

11Uno de los trabajos que ha tratado de adentrarse en el estudio de los intelectuales de rango medio dentro de la política es el de Gilberto Loaiza Cano, Manuel Ancízar y su época. Biografía de un político hispanoamericano del siglo XIX (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2004).

12Al respecto, los últimos trabajos del historiador César Augusto Ayala abordan la relación entre los aspectos discursivos de la clase política y sus prácticas. Véase: Exclusión, discriminación y abuso de poder en el tiempo del Frente Nacional: una aproximación desde el análisis crítico del discurso (ACD) (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2008). Desde el género biográfico tenemos como referente la obra El porvenir del pasado. Gilberto Alzate Avendaño, sensibilidad leoparda y democracia (Bogotá: Fundación Gilberto Alzate Avendaño, 2007), la cual aborda al intelectual conservador desde una perspectiva que integra la historia, la sociología y la antropología de la política colombiana. (tesis para optar al título de historiador, Universidad Nacional de Colombia, 2005).

13Rodrigo Ospina Ortiz, “Jorge Bejarano. El intelectual, la política y la medicina, 1888-1996”

14Ospina Ortiz, Jorge Bejarano. Un intelectual orgánico….

15Humberto Cáceres y Zoilo Cuellar Montoya, Academia Nacional de Medicina de Colombia. Sus miembros 1873-1997 (Santafé de Bogotá: Academia Nacional de Medicina, 1998), 118-119.

16Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia 1915-1934 (Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1974, tomo II), 67.

17Oliverio Perry, Quién es quién en Colombia (Bogotá: Oliverio Perry & Cia., 1948. Segunda edición).

18Herbert Braun, Mataron a Gaitán: vida pública y violencia urbana en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Centro Editorial, 1987), 342 y 366.

19Daniel Pécaut, Orden y violencia. Evolución socio política de Colombia entre 1930 y 1953 (Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2001. Segunda edición).

20Medina, Historiografía política del siglo XX en Colombia…, 471.

21Abel, Ensayos de historia…, 12.

22Ibíd., 39.

23Los trabajos mencionados al respecto son: Néstor Miranda Canal, “La medicina colombiana de la Regeneración a los años de la Segunda Guerra Mundial”. En Nueva Historia de Colombia (Santafé de Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1989, Volumen IV); Noguera, La medicina y la cuestión social. Néstor Miranda C., Emilio Quevedo V. y Mario A. Hernández, “La institucionalización de la ciencia en Colombia”. En Historia social de la ciencia en Colombia (Bogotá: Colciencias, 1993). Del mismo autor: La Salud Fragmentada en Colombia 1910-1946 (Bogotá: UNAL, 2002 Tomo VIII). Diana Obregón, “Historiografía de la ciencia en Colombia”. En La historia al final del milenio. Ensayos de historiografía colombiana y Latinoamericana, editado por Bernardo Tovar Zambrano (Bogotá: UNAL, 1994). Hernández Álvarez, La Organización Panamericana de la Salud….

24Calvo Isaza, La ciudad en cuarentena.

25Pedraza, Jorge Bejarano, 391.

26Carlos Aguirre y Carmen McEvoy, “Introducción”. En Intelectuales y poder. Citado por Pedraza, 392.

27Pedraza, Jorge Bejarano..., 392.

28Antonio Gramsci, Los intelectuales y la organización de la cultura (México: Juan Pablos Editor, 1975), 27.

29Pedraza, Jorge Bejarano..., 392.

30Martha Lucía Herrera, Educar el nuevo príncipe ¿asunto racial o de ciudadanía? (Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2013). Rubén Ardila, Historia de la Psicología en Colombia (Bogotá: Editorial Manual Moderno, 2013); Ximena Pachón, “La infancia y la antropología en Colombia. Una aproximación”. En Infancia y adolescencia. Análisis desde la antropología, compilado por Maritza Díaz y Mauricio Caviedes (Bogotá: Universidad Javeriana, 2015); Alejandro Salazar Bermúdez, “Visiones sobre el alcohol y la prohibición en los debates médicos y la prensa en Colombia, 1918-1923”, Trashumante. Revista Americana de Historia Social, n.° 9 (2017); Claudia Leal León, “Un tesoro reservado para la ciencia. El inusual comienzo de la conservación de la naturaleza en Colombia (décadas de 1940 y 1950)”, Historia Crítica, n.° 74 (2019); Jairo Gutiérrez Avendaño, “Mens sana in corpore sano: incorporación de la higiene mental en la salud pública en la primera mitad del siglo XX en Colombia”, Historia Caribe XIV, n.° 34 (2019); Michel Faizal Geagea, “La educación médica”, Revista de Medicina 42, n.° 1 (2020); María Alejandra Vallejo Castro, “Para contener a las ‘clases peligrosas’: análisis del discurso liberal. El caso del chichismo en Colombia durante la primera mitad de siglo XX” (tesis de maestría en Historia, Bogotá, Universidad de los Andes, 2013); Joan Manuel López Solano, “El laboratorio de lo social: configuración, trasformaciones y aplicaciones de una ciencia de la sociedad en Jorge Eliecer Gaitán, 1920-1946” (monografía de pregrado en Historia, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, 2016).

31“Discurso pronunciado por el académico Juan Pablo Llinás en la sesión solemne en homenaje al profesor Jorge Bejarano, celebrada en la biblioteca Luis Ángel Arango el 6 de julio de 1966”, Revista Médica 4, n.° 1 (1967): 53-60. En el anexo B se puede apreciar una cronología general de la vida y obra del intelectual.

32Bejarano, La educación física.

33Jorge Bejarano, “Lucha antialcohólica”, Repertorio de Medicina y Cirugía 6, n.° 4 (1914): 164-175 (aparece publicado en enero del año siguiente).

34Véase Jorge Bejarano, La madre y su primer bebé. Consejos útiles y necesarios a las madres (Bogotá; Editor J. Casis, 1919); El libro de la maternidad (Bogotá: Editorial Minerva, 1924); La obra de la Cruz Roja Nacional (Bogotá: Tipografía Regina, 1934); Alimentación y nutrición en Colombia (Bogotá: Editorial Cromos, 1941); La derrota de un vicio, origen e historia de la chicha (Bogotá: Editorial Iqueima, 1950). Nuevos capítulos sobre el cocaísmo en Colombia (Bogotá: Editorial Minerva, 1952); Literatura y tuberculosis (Bogotá: Editorial Iqueima, 1959); Reseña histórica de la higiene en Colombia (Caracas: Multilith ICSS, 1961).

35Ejemplos importantes de estas fuentes son: Jorge Bejarano, “Noticias de Higiene Pública”, El Tiempo, septiembre 6 de 1921, 3. El Programa Liberal del Doctor Bejarano”, El Tiempo, mayo 8 de 1931, 4; “Higiene”, Revista Semana, febrero 12 de 1949, 11. Cómo deben resolverse los grandes problemas de Bogotá”. El Tiempo, mayo 4 de 1930, 1 y 14. “Problemas Municipales”, El Tiempo, marzo 26 de 1930, 3.

36Se utilizará el libro de Klauss Krippendorf, Metodología del análisis de contenido: teoría y práctica (Barcelona: Ediciones Paidós, 1990).

37Aquí se utilizó el libro de Van Dijk, Racismo y análisis crítico de los medios; el de Ruth Wodak y Michael, comps., Métodos de análisis crítico del discurso (Barcelona, Gedisa, 2001) y el de Silvia Sigal y Eliseo Verón, Perón o muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista (Buenos Aires: Eudeba, 2003).

38Algunos de los trabajos que se tuvieron en cuenta fueron: François Joutard, Esas voces que nos llegan del pasado (Buenos Aires: FCE, 1999); Thomas Sebeok y Jean Umiker Sebeok, Sherlock Holmes y Charles S. Pierce. El método de la investigación (Barcelona: Editorial Paidós, 1987). Gonzalo Abril, “Análisis semiótico del discurso”. En: Métodos y técnicas cualitativas de investigación en Ciencias Sociales, coordina por Juan Manuel Delgado y Juan Gutiérrez (Madrid: Editorial Síntesis, 1995).

39“Comentarios médicos”. El Tiempo, junio 30 de 1953, 4.

40Van Dijk, Racismo y análisis crítico de los medios, 236.

41Noguera, Medicina y política…, 123.

42Gramsci, Los intelectuales…, 27.

43Ibíd., 16.

44Gramsci, La constituzione del Partito Comunista. Citado en Hugues Portelli, Gramsci y el bloque histórico (México: Siglo XXI Editores, 1979), 101.

45Ibíd., 99.

46Gramsci, Los intelectuales…, 35.

47Giovanni Sartori, La Política. Lógica y método en las ciencias sociales (México: FCE, 1992, segunda edición en español), 10.

48Ibíd., 217.

49Ibíd., 219.

50Ibíd., 221.

51Michel Foucault, Microfísica del poder (Barcelona: Planeta, 1994), 99.

52Ibíd., 151.

53Ibíd., 152.

54Ibíd., 79.

55Ibíd., 185.

56Noguera, La Medicalización de la política..., 139.

57Eliseo Verón, “La palabra adversativa”. En El discurso político. Lenguajes y acontecimientos editado por varios autores (Buenos Aires: Librería Hachette, 1986), 13-26.

58Teun Van Dijk, “Discurso, conocimiento, poder y política. Hacia un análisis crítico epistémico del discurso”, Revista de Investigación Lingüística, n.º 13 (2010): 175.

59Van Dijk, Racismo y análisis crítico de los medios…, 253.

60Ibíd., 271.

61Ibíd., 274.

62Mijail Bajtín, Estética de la creación verbal (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2005).

63Ibíd., p. 279.

64Franco Ferrarotti, “Las biografías como instrumento analítico e interpretativo”. En La historia oral: métodos y experiencias, compilado por Cristina Santamaría (Madrid: Editorial Debate, 1993).

65Gilberto Loaiza Cano, “El recurso biográfico”, Revista Historia Crítica, n.° 27. www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/rhcritica/27/elrecurso.htm. Para una aproximación más profunda de los fundamentos teóricos sobre la biografía, véase la introducción del libro de Loaiza Cano, Manuel Ancízar y su época.

66Ibíd.

La degenerada raza y el dispositivo de la conferencia

César Augusto Ayala Diago

Departamento de Historia

Universidad Nacional de Colombia

En tiempos de pandemia. A cien años de las conferencias sobre la degeneración de la raza colombiana.

Bogotá, junio-julio de 2020

Introducción

Entre mayo y julio de 1920, los estudiantes bogotanos convocaron a los médicos colombianos, quienes hacían ciencia, a debatir sobre una tesis del médico Miguel Jiménez López acerca de la degeneración de la raza colombiana. Escogieron el Teatro Municipal y hacia allá se desplazó todo el mundo al goce de escuchar, los viernes en la noche, que estábamos muy mal y que, si no se higienizaba el país y si no se lo curaba, era muy posible que los colombianos se esfumaran. Apenas se salía de la pandemia de la gripa española y ya Colombia estaba anegada de fiebre tifoidea, sífilis, uncinariasis, tuberculosis, lepra, anemia tropical, bocio, alcoholismo, imbecilidad, raquitismo, cretinismo y paludismo. Bien dichas las cosas, los sobrevivientes de entonces lo eran más de las enfermedades que de las guerras civiles.

Un excelente conjunto de sensibles médicos, entre ellos, Calixto Torres, Jorge Bejarano y Luis López de Mesa, se unieron a destacados hombres maduros en los afanes políticos, como el pedagogo Simón Araújo y el general Lucas Caballero, y juntos consiguieron impregnar de ansia médica la agenda política de entonces. Los diarios El Tiempo y El Espectador apoyaban e impulsaban esa agenda.

Las conferencias —iniciativa estudiantil— pusieron la salubridad en la vanguardia de las reivindicaciones sociales de entonces, y de esa noble actividad emergió y partió el poco estado de bienestar que logró construirse y desarrollarse hasta finales del siglo XX.

Cien años después, Colombia cayó en pandemia, y al sistema de salud que conservadores y liberales construyeron para que el desarrollo capitalista tuviera gente sana lo devoró el neoliberalismo. Ni hospitales, ni médicos, ni medicina sobrevivieron ilesos a la economía de mercado.

Al despegue del capitalismo nacional en la década de 1920 correspondió una preocupación de los intelectuales por la salud de la gente. Al desarrollo material de la sociedad debería corresponder un avance en el mejoramiento de las condiciones de vida. El suelo en el que se desarrollaría la nueva materialidad económica debería pasar por un proceso de higienización, de tal manera que se produjo también una serie de transferencias de la medicina a la política, de la política a la medicina y de estas a la economía, a la cultura y a la sociedad1.

No abordamos una temática nueva; al contrario, mucho se ha escrito al respecto y es destacable en Colombia el avance de la historia de la ciencia. Se retoma el debate de la degeneración de la raza2 ocurrido hace un siglo con el propósito de entender la preocupación que hubo en este país por la salud, motivado por la desatención hacia ella en el tránsito de la Colombia letrada a la Colombia neoliberal que impera en la actualidad. El dispositivo que se utilizó para el debate fue la conferencia pública, que se realizaba no en la universidad, sino en los grandes espacios públicos con los que contaba Bogotá, en particular el Teatro Municipal, el foyer del Teatro Colón y el Salón Samper. A poco andar, la conferencia se fue expandiendo hasta constituirse en la fórmula por excelencia que enriqueció la lucha política contra la hegemonía conservadora. Las conferencias, no solo las de la degeneración racial de 1920, coadyuvaron a su caída. Y se debe a los estudiantes, a su organización gremial y a su energía, la idea y desarrollo de aquellas. Iniciativa que compartieron los diarios El Tiempo y El Espectador, los cuales fueron utilizados por sus editores para posicionar sus concepciones republicanas con las que esperaban nutrir ideológicamente el movimiento contra los conservadores. El espíritu del republicanismo remanente del gobierno de Carlos E. Restrepo (1910-1914) contribuyó, sin duda, al éxito. La clase política que dirigiría en la década siguiente no se fogueó en la plaza pública como las que vendrían, sino en los periódicos, en las revistas y, sobre todo, en las conferencias, que lograron, además, salir de la capital de la república hacia la provincia cercana y remota.

Lo nuevo de la retoma de las conferencias es la demostración de su funcionalidad más allá de los contenidos científicos y polémicos que tuvieron. Las pensamos esta vez como punto de encuentro entre la generación del centenario y la de Los Nuevos, como coincidencia de los intereses de los ideólogos del republicanismo y la emergente juventud y como la conciencia que tuvo una y otra generación sobre la necesidad de trabajar mancomunadamente.

Dos colectivos juveniles animaban el mundo de las conferencias: el de la Federación de Estudiantes, máximos organizadores de las intervenciones de fondo sobre la degeneración racial, y el grupo Centro de Extensión Universitaria (CEU), dirigido por el joven Jorge Eliécer Gaitán, que siguiendo la temática central de la raza, se interesó por llegar a sectores populares de la población como los obreros, funcionarios y ciudadanos “de abajo”, a las gentes de pueblos cercanos y remotos. Le interesaba la vulgarización de la ciencia, ante todo. Culminado el ciclo de las grandes conferencias sobre la degeneración de la raza colombiana, la federación estudiantil se dedicó a sus actividades organizacionales y de compromiso; el CEU, en cambio, continuó animando las conferencias como dispositivo para llegar a los colombianos, como si sus ponentes configuraran una especie de farándula. Este grupo, además, se encargó de trasladar la fiesta universitaria a la provincia.

1. Las conferencias y la depuración de la futura clase política

Conforme avanzaba el primer año de la década de 1920, emergió y se posicionó la temática estudiantil, y con ella se popularizó la conferencia, mediante la cual adquirió visibilidad el tremendo problema de la higienización del país. Las juventudes de procedencia liberal echaron mano del republicanismo, aún existente, para expresarse. Este era, para ellas, más versátil que el liberalismo manejado entonces con la mano firme del general Benjamín Herrera.

Para dirigentes estudiantiles como Germán Arciniegas, el republicanismo era lo mejor que había, el único que planteaba reformas definitivas, que encarnaba la aspiración renovadora en Colombia. En una carta a su amigo mejicano, el poeta Carlos Pellicer, escribía:

Para mí tengo que del liberalismo no hay sino una sombra ya bien macabra que no se adapta a nuestra juventud. Ni tiene hombres que valgan, pues casi todos los jefes se han vendido y fueron otrora rateros en gobiernos de ingrata memoria. Los programas liberales son los de hace medio siglo.3

Desde muy temprano, en la década de 1920, se posicionó la conferencia como dispositivo que permite la formación de un público nuevo4. No solo se trataba de la conformación de un público para los efectos de la propaganda política, sino también, para la propaganda científica. Época fue de meter a la polémica política la cuestión sanitaria; de hacer de los problemas sanitarios problemas políticos. Los últimos años de la década, en pleno derrumbe de la hegemonía, la conferencia estaba en su esplendor. Es ella la que ha dado origen en Colombia a la cátedra libre; es la calle, y con ella los espacios de reunión, los lugares de la resistencia. El Teatro Municipal, el Gimnasio Moderno, el Teatro Colón, el Salón Samper y las tertulias en los diarios reciben a los jóvenes encopetados que se abren espacio.

Fueron los estudiantes por medio de sus organizaciones quienes se inventaron (o reinventaron) la conferencia; fueron ellos los convocantes. Gracias a las conferencias se estableció un diálogo intergeneracional. Fue la oportunidad de los viejos para compartir sus experiencias, de los jóvenes para escuchar a los viejos y asaltar los espacios públicos con sus voces y sus reivindicaciones. Era, además, el punto de contacto entre el recién egresado y quienes continuaban en las aulas. En la conferencia, además, se aprendía a comunicar, se aprendía de los superiores. Los invitados tenían el don de la palabra, el arte del buen decir, de la amenidad y el hacer de la comunicación científica un goce. Así lo planteaba el joven Gaitán respecto de uno de sus invitados:

[…] pocos los que como él reúnen el ideal de un verdadero pedagogo: llevar hasta los más áridos conocimientos por un camino de deliciosa amenidad. Oír a Julio Manrique no solo es adquirir un fuerte caudal de conocimientos, sino pasar un rato de íntimo goce, de exquisito placer.5

Los estudiantes no eran los únicos en percibir que el principal problema de la época era el de la salubridad. El diario El Tiempo había montado toda una campaña, y a los implicados en la cruzada de higienización, la Dirección Nacional de Higiene6, la oficina de higiene y salubridad municipal, la Junta de saneamiento, la Junta de socorro, las sociedades de beneficencia, el concejo municipal, etc., les prestaba su apoyo. Y ahora se sumaba el dinamismo estudiantil que había entendido que sobrevivir a las enfermedades del trópico, combatir las enfermedades infectocontagiosas y sobre todo superar el pesimismo ante el futuro era urgente.

Bogotá, la capital de la república, era una ciudad malsana. Se hablaba de los cuatro jinetes del apocalipsis: la anemia, la tisis, la sífilis y la lepra. La ciudad estaba infectada de tifoidea y disentería al comenzar la década de 1920. Estas enfermedades infectocontagiosas tenían su origen en el agua contaminada que consumían sus habitantes. Apenas medio alcanzaban los presupuestos para desinfectar el acueducto con cloro líquido, cuya consecución y logro era dispendioso y caro. Era, además, una ciudad llena de basura. Para resolver el problema se dio paso a la incineración. En el Concejo de Bogotá, en junio de 1920, avanzaba la discusión de un proyecto de acuerdo mediante el cual se disponía de la canalización inmediata de los ríos San Francisco y San Agustín, y la construcción de hornos de cremación de basuras7.

Justo en 1920 empezó el combate oficial contra la comercialización de la chicha. A la larga no era en contra de la chicha la persecución —porque bien elaborada podía competir con la buena cerveza—, era en contra de la mala fabricación, que la convertía en una bebida nociva para la salud. La persecución cobijó también a la maizola, que le competía.

Y como siempre, la salvación vendría de arriba. En el tren de la tarde del 3 de junio de 1920 arribó a Bogotá F. E. Miller, médico norteamericano enviado por la Fundación Rockefeller a dirigir una campaña contra la anemia tropical. Según el contrato celebrado con el gobierno colombiano, permanecería en el país cinco años dirigiendo y organizando la campaña. Así presentó El Tiempo al ilustre recién llegado:

Trae el doctor Miller la representación del más generoso centro humanitario del mundo y viene, sin que su trabajo cueste un centavo a la República, en una misión absolutamente desinteresada, a traernos el concurso de su saber y el apoyo de la poderosa institución que representa, y tiene derecho, no solo a nuestra gratitud, sino sobre todo a nuestro apoyo decidido; viene a ayudarnos a combatir uno de los más graves males, a librarnos del tremendo flagelo.8

Existía, por un lado, la Federación de Estudiantes, que lideraba las convocatorias a las conferencias sobre problemas de salud pública; y por otro, el Centro de Extensión Universitaria (CEU), que ampliaba el espectro de las temáticas. Una y otra eran iniciativas estudiantiles. La Federación quería debate y El Tiempo buscaba cómo posicionar sus tesis ideológicas de tal modo que le sirvieran para combatir con altura a la hegemonía conservadora. Y como el más sentido de los problemas era el de la higienización de Bogotá y del país, ambas partes decidieron programar conferencias públicas a cargo de los eminentes científicos de entonces, conferencias ideológicas y políticas. A través de ellas se jugaban el futuro los miembros del elenco del poder por venir. De hecho, se trataba de contribuir a la educación y formación de la futura nueva clase política.

Interesante diálogo intergeneracional entre centenaristas y nuevos; entre estos y los estudiantes; entre todos y el gobierno. Fue como la emergencia de la ciencia social, de la sociología, que sin existir como disciplina se asomaba en los análisis. Fue, además, una muestra del avance de la ciencia en el país y una oportunidad para continuar el balance del primer centenario de la Independencia, que había empezado en 1910.

Todo parecía estar calculado: quién debería empezar y quién debería cerrar. A la conferencia de Miguel Jiménez López seguiría una a cargo del penalista Rafael Escallón sobre la propagación de la criminalidad; luego vendría el médico Julio Manrique, quien trataría el tema de la degeneración de la raza desde los remotos tiempos indígenas hasta la actualidad. Intervino también Calixto Torres Umaña. Entre los oponentes a estas tesis, que se conocieron bajo la consigna de degeneración de las razas, intervendrían Jorge Bejarano, que venía controvirtiendo a Jiménez con un estudio suyo sobre “el porvenir de nuestra raza”. Sobre el estado de la juventud hablaría el reconocido profesor Simón Araújo; continuaron Luis López de Mesa y Lucas Caballero. El primero hablaría sobre aspectos sociológicos y sicológicos del estado de la población colombiana de entonces, y el segundo lo haría sobre los aspectos sociológicos y económicos de la problemática planteada. Cerraría el ciclo una segunda conferencia de Miguel Jiménez López.

Así, el primero de los sabios convocado por los estudiantes fue el médico Miguel Jiménez López, famoso y prestigioso por la promoción que hacía de su obra sobre la degeneración de la raza9. El ingreso a ese placer de escuchar tenía un costo de 20 centavos la boleta, que se compraba en las más conocidas librerías de la ciudad, entre ellas, la librería Santa Fe, la librería Colombiana; en las cigarrerías Unión y Santa Fe, y en las taquillas del Teatro Municipal. Y en caso de no tener con qué, en las oficinas de El Tiempo y El Espectador se repartían boletos gratuitamente.


Miguel Jiménez López

Fuente: El Gráfico, 19 de mayo de 1923, 693.

Días antes, en la Facultad de Medicina, el joven médico Jorge Bejarano ya había abordado la temática desvirtuando, como para calentar el ambiente, la tesis de Jiménez. Para Bejarano, a quien el futuro le abría las puertas de par en par, la geografía, el clima y el medio colombianos ya estaban domesticados, y ya el hombre colombiano estaba adaptado a las distintas regiones, y esto lo hacía más resistente a la adquisición de las enfermedades tropicales. Apoyándose en naturalistas reconocidos anotaba: “Sólo bajo el Ecuador podrá la raza perfecta del porvenir alcanzar el goce completo de la bella herencia del hombre: la tierra”10.

El viernes 21 de mayo Miguel Jiménez López inauguró el ciclo de conferencias. Mucha gente se quedó sin poder entrar. Lo más selecto de la sociedad bogotana se hizo presente sumándose a la muchachada de universidades y colegios. A las nueve se levantó el telón y comparecieron ante la multitud el conferenciante y los delegados estudiantiles Carlos Azuero, Alfonso Araújo y Alejandro Bernate. Jiménez sostuvo sus tesis sobre la degeneración de las razas. Para atajar el peligro recomendó la inmigración reglamentada y numerosa, la higiene más estricta, sobre todo en las clases desvalidas, y un cambio completo del atrasado sistema de instrucción primaria y secundaria. Jiménez estaba mansito, había tenido mucha crítica. Acudió a la atenuación:

No se quiere oír hablar entre nosotros de regresión o de degeneración: Esta bien: cambiemos la palabra. Somos una agrupación transitoriamente debilitada por causas diversas. No llamemos, si así lo deseáis, el conjunto de los fenómenos hasta aquí denunciados una decadencia colectiva: llamémosla, entonces, una ligera depresión de nuestras energías y capacidades, que hasta hoy nos ha impedido marchar a la par con los pueblos de cultura intensa.11

Argumentaba Jiménez que la raza colombiana empezaba a ser vencida por las condiciones en que vivía. Sostenía que no era suficiente con educación e higiene. Para él, el mal era más profundo, urgía una transformación completa de la mentalidad e inclusive del organismo. Y para esto era urgente la infusión de sangre fresca y vigorosa en el organismo social, importada de aquellos puntos del planeta donde la especie humana había dado sus mejores productos:

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