Kitabı oku: «Mal que sí dura cien años», sayfa 4
Convenientemente seleccionada, una sana y copiosa inmigración es el primer elemento de nuestra regeneración […]. Somos un organismo herido que pierde savia y vigor en una lucha que ha durado años y siglos; obramos sin vacilar la vena exhausta para transfundirle sangre cálida y rebosante, y la vida, bullirá en nuestro pueblo con vibraciones de fuerza y energía!12
Invitaba a mirar Jiménez el progreso de algunos países del continente americano y se lo explicaba en la inmigración de la raza blanca: Argentina, el sur de Brasil, Uruguay y el ejemplo máximo: Estados Unidos. Solamente miraba hacia esa raza, el oriente asiático era descartado de plano: “La inmigración de sangre blanca, bien escogida y reglamentada como debe hacerse, es para los países en desarrollo, un elemento incomparable de población, de progreso, de producción y de estabilidad política y social”13. Su patético racismo quedó verticalmente plasmado de la siguiente manera:
Una corriente de inmigración europea suficientemente numerosa iría ahogando poco a poco la sangre aborigen y la sangre negra, que son, en opinión de los sociólogos que nos han estudiado, un elemento permanente de atraso y de regresión en nuestro Continente.14
Reportaba la prensa el éxito de la conferencia y hablaba del entusiasmo y de las ovaciones y felicitaciones que recibió el conferencista. Todo daba para pensar que expositor y público habían encajado a la perfección. Que “el país degeneraba todos los días” quedó sonando. Y no mejoraron las cosas con la segunda conferencia, “La Capacidad psicológica de nuestra Raza”, a cargo del penalista Rafael Escallón, que atinó en su diagnóstico de la instrucción pública en el país, la organización rentística de los departamentos basada en el alcoholismo, hasta desembocar en los síntomas de la lastimosa degeneración del pueblo colombiano. Y mucho más complicadas se vieron las cosas con la exposición de Calixto Torres Umaña, quien fue el más profundo en sus apreciaciones sobre los graves problemas de nutrición que tenía la raza colombiana.
Posicionada la temática racista, cientificista y pesimista, hubo respuestas desde el campo médico, pero también desde la misma prensa. El Tiempo no solo impulsaba las conferencias en busca de un buen diagnóstico, sino también con la estrategia de ir ubicando sus posturas ideológicas. Por ello, del seno mismo del periódico salió la contraparte. Enrique Santos, ‘Calibán’, salió al ruedo: “No degeneramos”, se llamó su columna Danza de las Horas. Empezó por manifestar su extrañeza por la aprobación entusiasta de la gente a las tesis de Jiménez. Llamó al fenómeno “seducción morbosa”, y se despachó con su propia hipótesis: “No solo no hemos degenerado, sino que en relación con toda nuestra existencia histórica anterior, hemos mejorado, ligeramente en algunos casos, y de manera muy notable en otros”15.
A la estadística, al método científico y a las innumerables muletas teóricas de los conferencistas, Calibán oponía el sentido común, la observación y la experiencia, curiosamente componentes también del método científico. Para él, primero habría que averiguar si antaño eran superiores los colombianos a lo que eran en 1920. No creía que los nuevos colombianos fueran biológicamente inferiores, más enfermizos o más débiles que aquellos. Sostenía que los progresos de la higiene y de la medicina protegían a la raza contemporánea, mejor que otrora, contra las inclemencias de la naturaleza y contra las enfermedades. Las epidemias, anotaba, no tenían la virulencia de antaño. Reconocía que el tifo, la anemia tropical y el paludismo, habían estado presentes y, sin embargo, en los tiempos que corrían se vivía en mejores condiciones. Decía conocer ejemplares de raza indígena muy fuertes como castillos, y mujeres que eran como ánforas de la raza. Le parecía exagerado que se hablara de degeneración colectiva en un país de razas distintas en regiones distintas.
Sin ambages, anotaba que el colombiano de 1920 era, en todo, superior a los venerables y respetados antecesores. Calibán desmitificó una supuesta edad de oro de la República de Colombia en que no había sino héroes, sabios, grandes estadistas, filósofos, literatos, superhombres, junto a los cuales la pequeñez de los hombres nuevos resultaba vergonzosa. Y desarrolló una postura que años después sería recogida por Alberto Lleras Camargo:
Somos unas pobres víctimas del romanticismo, del espíritu belicoso, de la falta de seriedad y la inconstancia de aquellos viejos servidores de la República. La mayor parte de las dificultades en que hoy nos vemos envueltos, las debemos a su imprevisión; casi todas nuestras desventuras hijas son de la política selvática, y feroz que ellos practicaron y de la cual apenas principiamos a desembarazarnos. Vinimos a la vida con una abrumadora carga de odios y de prejuicios; con la consigna de arrojarnos los unos contra los otros; alcanzamos a oír los disparos de la última contienda, provocada por nuestros heroicos antepasados.16
Enfatizaba en que lo único que se les debía a los hombres de la edad de oro era el horror que inspiraban sus hazañas y la resolución inquebrantable de encauzar a la república por sendas distintas de las dolorosas y sangrientas que ellos le hicieron trajinar. Celebraba Calibán que la edad heroica se hubiera ido, porque eso había permitido orientar las energías hacia otros fines. Destacaba que en vez de cubrir el suelo patrio con sangre, lo cubrían de café, de algodón, de trigo; y antes que a limpiar fusiles, preferían dedicarse a engordar ganado. Aunque hacía algunas excepciones, no era un admirador de las letras de la supuesta edad de oro. Tenía certeza al afirmar:
Dígase lo que se quiera, no creo yo que en época alguna floreciera en este país una juventud más inteligente, más llena de curiosidad intelectual, con mayor anhelo de saber, ni se ha escrito nunca aquí mejor de como hoy se escribe; ni el periodismo, en ningún sentido, fue igual al de estos tiempos; ni los románticos versificadores de hace medio siglo pueden compararse con Guillermo Valencia o José Eustasio Rivera.17
Donde los conferencistas pusieron sus grados de pesimismo, Calibán insuflaba optimismo. Sostenía que el pueblo colombiano constituía en América Latina una de las agrupaciones dotadas de mejores cualidades para la vida colectiva; que poseía admirables virtudes privadas y excelentes condiciones ciudadanas que hacían de Colombia uno de los países más libres del continente.
El 4 de junio debutó en el Teatro Municipal Jorge Bejarano. “La raza no decae” fue el tema de su conferencia. Es muy posible que haya sido la mejor oportunidad que había tenido para trascender al futuro. Lo cierto es que a partir de allí su carrera se disparó. Tuvo el mismo éxito o más, de pronto, que la de Miguel Jiménez, porque se entendía que era la continuación del diálogo sobre la temática de la degeneración de la raza. Era tan hombre de ciencia el uno como el otro, solo que a su favor tenía Bejarano su talento de político, y como tal intervino. No es que Jiménez no fuera un político, pues se desempeñaba como congresista conservador, lo que ocurría era que Bejarano estaba a favor de una propuesta política sanitaria más acorde con los tiempos por venir que las reaccionarias tesis de la degeneración racial.
Jorge Bejarano
Fuente: El Gráfico, 24 de agosto de 1919, 299.
Jiménez, de Paipa, Boyacá, tenía 45 años; Bejarano, de Buga, Valle, con sus 32 años, era el alfil que estaba necesitando El Tiempo para politizar la higienización y convertirla en un dispositivo de lucha contra la hegemonía conservadora. Había egresado de la Universidad Nacional en 191318. Se había vinculado a Gota de Leche, una entidad creada en 1919 por Andrés Bermúdez19. Y fue desde su posición de médico de esa institución que planteó políticamente las cosas.
No obstante la carga cientificista, social-darwinista, si se quiere, de las cosas que había dejado dichas Jiménez, Bejarano se encargó de hacerlas ver simplistas. ¿De cuál raza se trata?, dirá Bejarano. De nada servía la generalización. Eran mucho más complejas las cosas.
Curiosamente, las conferencias contaban con la presencia de mujeres, por lo regular de la alta sociedad, de la clase media de entonces. Esta vez Bejarano se dirigió hacia ellas como su principal destinatario: “Madres! Recordad que no hay mejor inmigración que la de vuestros propios hijos!”20. Así, de una, le respondió a Jiménez, dejando sin piso su propuesta inmigratoria. Y fue alrededor de la mujer que empezó su amplia disertación. Les manifestó que se las estaba condenando a la degeneración y que por ello debían tomar parte en el debate, ellas, en cuyos órganos residía la vida21.
Como para Bejarano el problema principal era el de la educación, no se podría avanzar sin la presencia de las mujeres. Aceptar la degeneración de la raza sería injusto con los hombres que tanto habían contribuido e influido a su mejoramiento. La existencia de estos mismos hombres era una prueba fidedigna de que la raza no decrecía. Le reconoció méritos a Rodó, a Gumplowicz, a Cajal, a Blanco Fombona, a Gil Fortoul, a Ugarte, a Novicov, a Simmerman, a Payot, a Ingenieros, a Mendoza Pérez, a Escobar Larrazábal, a Araújo, a Alfonso Castro, a José María Samper, a Felipe Pérez, a Nieto Caballero, Santos, Solano, Olaya Herrera22.
Bejarano, como los intelectuales de su época, admiraba a los grandes hombres y estaba convencido de sus roles en la dirección de los Estados y en la resolución de acuciantes problemas sociales. Los grandes hombres que sabían interpretar anhelos populares y patrióticos. Aquellos que incluso debían su triunfo a la valentía de los humildes como en las batallas de la Gran Guerra recientemente pasada. Leyendo el texto de la conferencia de Bejarano no dejamos de pensar en el libro de Los sertones, de Euclides da Cunha, publicado en 1900, y que describe la guerra de Canudos y las dificultades que tuvo el sofisticado ejército republicano brasileño para vencer a un pueblo hambriento y menudo, pero paradójicamente fuerte23.
Había distinguido a la pasada intervención de Jiménez el uso de la estadística para la comprobación de sus hipótesis. Se estrenaba la estadística en el país, era una herramienta nueva, y Bejarano frente a ello ponía sus dudas. No le daba crédito no por la estadística misma, sino por los métodos utilizados para la recolección de la información. La mala instrucción, la ética y la moral y la costumbre reinante en el país terminaban minando los resultados:
Preguntad en Colombia, no más, cuántas Escuelas hay, y ni los Gobiernos departamentales os sabrán responder. Y si no ignoran el dato, ese número es falso porque al darlo cada Municipio ha tenido el interés de aumentarlo para que su auxilio departamental no se merme o se suprima en una próxima legislatura.24
Así, en vez de apelar a la estadística, Bejarano insistía en la explicación y argumentación desde las condiciones concretas en las que se encontraban los sujetos que le habían servido a Jiménez para comprobar sus tesis de la degeneración de la raza colombiana. La mortalidad infantil, por ejemplo, se debía a las condiciones en que vivían los niños y no a un problema de degeneración. Había que poner en iguales circunstancias a todos los niños del orbe para ver resultados diferentes; fundar instituciones que fomentaran la crianza de los niños; crear escuelas de maternidad, asilos donde las futuras madres descansaran de sus labores y se instruyeran respecto de las funciones que debían cumplir, es decir, las Gotas de Leche, las sala cunas, escuelas al aire libre, escuelas para ciegos y anormales; lugares a donde fueran los niños débiles; organizar conferencias; establecer premios para estimular a las madres; y cuanta institución fuera necesaria25. Aseguraba que estaba en más capacidad que nadie para decir si lo que había en los niños era degeneración o hambre.
De la misma manera zanjó las acusaciones de degeneración en el Ejército. Sostenía que solo bastaba ponerlo en condiciones de abundancia y de higiene, y advertía que decaía por obra de los dirigentes. Llamaba la atención sobre el odio por el militarismo en oposición a un acentuado y acendrado amor por el civismo que iban poco a poco borrando los antiguos atractivos que antes se tenían por la espada y por el quepis. Agregaba que la adoración por los héroes se había tornado más tranquila y serena, que si antes se los estudiaba divinizándolos, ahora se los humanizaba. Lo importante era dar al Ejército la organización metódica y científica que tenía en países como Chile, quitándole el aspecto repulsivo de injusticia e intriga; alejando de él la política; dotándolo de todos los elementos que pudieran hacerlo fuerte, iniciando desde temprano en los ciudadanos la preparación y entrenamiento para la defensa de la patria; vulgarizando la organización militar en las escuelas y fundando instituciones que como la de los Boy Scouts eran verdaderas escuelas de ciudadanos y soldados. Y claro, no olvidaba recordar que no eran las clases mejor instruidas las que concurrían a los cuarteles.
El significante raza era manejado y manipulado por todos los conferenciantes, pero en realidad no parecía tener una connotación negativa. Se lo utilizaba como construcción metafórica: la raza colombiana, como si en verdad existiera cosa parecida. Venía, además, siendo utilizado en positivo por reconocidos autores26. Y, sin embargo, el propósito principal de Bejarano era sin duda desnudar la naturaleza reaccionaria del concepto raza, y en eso fue contundente.
Sostuvo que a medida que la humanidad avanzaba, retrocedía la teoría de las razas. Concepto dañino, según él, porque había producido el odio entre ellas causando la división entre los hombres. De esa manera se había generado el concepto de clases superiores e inferiores o despreciables, y así también las castas aristocráticas o superiores; razas que nacían con el imperio del mando y razas que nacían débiles e inferiores. Bejarano enfatizó que gracias a la influencia del cruzamiento, practicado casi inconscientemente, las razas perdieron sus distinciones especiales.
Los cientificistas sostenían que las enfermedades más comunes de los colombianos de entonces eran muestras palpables de la degeneración racial. Bejarano no coincidía con ellos, afirmaba que eran enfermedades infecciosas y no productos de decadencia celular. Anotaba que el cáncer no había engendrado todavía productos degenerados; que la sífilis y la tuberculosis encontraban su profilaxis en la higiene y en la cultura física.
Ante la demostración cuantitativa que hacía Jiménez del crecimiento de la criminalidad en Colombia como síntoma de degeneración racial, Bejarano echó mano del positivismo jurídico. Citó a E. Ferri: “Cada criminal no es sino la resultante del concurso simultáneo de las condiciones del medio físico y social en que nace, vive y obra”27. Al fatalismo, Bejarano oponía la iniciativa social. Protestaba por los silencios de Jiménez frente a la indiferencia social, a la miseria, al alcoholismo, a la ignorancia, etc. Señaló que no existía en Colombia el pretendido criminal nato, sino el ocasional, y sostenía que era la indiferencia la razón de la criminalidad. Apoyándose en el médico y criminalista francés Alexandre Lacassagne28, manifestó que las sociedades no tenían sino los criminales que merecían, y hacía un gran llamado: “Legisladores, periodistas, médicos, madres de Colombia, jóvenes estudiantes, en vuestras manos está el porvenir moral de la República y la raza!”29.
Los contenidos de la conferencia de Bejarano que compartía El Tiempo le sirvieron al diario republicano para sentar cátedra. Se despachó con todo lo que pensaba al respecto:
No creemos que nuestra raza degenere; no creemos que la estén destruyendo males de todo género y que estén casi cerradas las puertas para la salvación por el propio esfuerzo; pensamos que hemos progresado y mejorado, lenta, pero auténticamente; que nuestras actuales condiciones son intrínsecamente muy superiores a las de casi todas las repúblicas indo-latinas, a pesar de nuestra pobreza y nuestro atraso; nos parece evidente que el país es hoy mejor, en todos sentidos, de lo que lo ha sido en el último medio siglo, y que para ir al futuro que tantas amenazas encierra, debe animarnos una esperanza, una fe fundadas en hechos indiscutibles.30
Siguiendo las directrices de Bejarano, sostenía El Tiempo que a los problemas de la higiene no se les había enfrentado como se debería, con campañas sanitarias, y que la instrucción pública existente no respondía a las necesidades de un mundo cada día más difícil para los débiles. Señalaba que la organización administrativa era deplorablemente inferior a las necesidades y conveniencias del país y de la época. De un solo tajo desechó las tesis tanto de Jiménez como de Escallón por ser “desconsoladoramente pesimistas”. Opinaba que, si la raza no podía salvarse, sino reemplazándola con otra, era casi inútil la lucha. Y he aquí el principal mensaje:
[…] los moldes en que ha venido desarrollándose la acción colombiana ya son estrechos y caducos; que es preciso orientarla por nuevos caminos hacia mejores fines y renovar métodos y sistemas […] no puede Colombia permanecer atada a conceptos, a rutinas, a criterios ya estériles en el pasado […]. En nuestro suelo no existe el problema indígena, como lo tienen Bolivia, Perú, Ecuador; no existe el militarismo caudillesco, como en Venezuela y Méjico; tenemos un pueblo uniforme, de una sola lengua y análogas costumbres, de espíritu eminentemente civil, y en el que crece la libertad como planta robusta y frondosa; tenemos la paz segura y debemos tener la fe y la esperanza, como alicientes para trabajar por lo muchísimo que nos falta, contra esas enormes deficiencias que nos mantienen en un puesto oscuro y humilde cuando con mejor dirección y mayor esfuerzo podríamos ocupar uno muy superior.31
2. El Centro Universitario de Propaganda Cultural (CUPC)
En este ambiente de debate, el joven estudiante Jorge Eliécer Gaitán se inventó el Centro Universitario de Propaganda Cultural con el fin de darle a las conferencias un carácter ambulante, de llevar cultura, ciencia y política a la provincia cercana y remota, de establecer allí núcleos de propaganda científica y de preparar las condiciones favorables para la creación de una universidad popular:
Que vayan nuestros compañeros a todos los barrios de la ciudad a decir a las clases trabajadoras, en forma sencilla, de manera que fácilmente entiendan, muchas verdades científicas que ellos no deben ignorar. Que en vez de vacuos teorizantes, que ningún bien van a llevarles y sí muchos males, reciban esos obreros en su seno a los jóvenes que quieren compartir con ellos el jugoso fruto de la ciencia. Que en vez de consagrar su atención a los vanos provechos de los que Gustavo Le Bon definió llamándoles los deseadores, no del triunfo del socialismo, sino del triunfo de los socialistas, oigan ellos a los que van a decirles que el triunfo del hombre, solo puede esperarse de sus propios esfuerzos, que las leyes de la humanidad no se detendrán porque miles de hombres griten locas quimeras, y que reservando esas leyes el triunfo a los fuertes, se hagan ellos fuertes por la ciencia, por el trabajo y por la virtud.32
Se trataba de un sistema de divulgación científica que pretendía también un intercambio de conocimientos entre los estudiantes: que los abogados adquirieran conocimientos en medicina y viceversa, que los ingenieros se empaparan de teorías sociales, y así sucesivamente. Y lo interesante era que los estudiantes no se salían de los marcos de la legalidad. El joven Gaitán se dirigía al ministro de instrucción pública, el futuro presidente Miguel Abadía Méndez, en busca de respaldo.
Así, las primeras conferencias programadas por el CUPC se realizaron en el foyer del Teatro Colón. El primero en intervenir el 19 de mayo fue Julio Manrique, un “eminente hombre de ciencia”. Habló durante una hora sobre el contagio de las enfermedades (fiebre tifoidea, difteria, tuberculosis, lepra) y las maneras de prevenirlas.
El 24 de mayo Jorge Eliécer Gaitán informó a El Tiempo que el Centro de Extensión Universitario había organizado una serie de conferencias para obreros sobre temas científicos que serían dictadas en las plazas de Nariño y Las Aguas. Las dos primeras versarían, la una sobre electricidad y la otra sobre vapor. El 2 de junio de 1920, por invitación del CEU, Max Grillo pronunció en El Colón una conferencia sobre “los comienzos de la literatura en Colombia”. Y en los inicios de junio empezó un ciclo de conferencias en la localidad de Facatativá. Intervino Julio Pardo Dávila acerca de temas relacionados con la agricultura: métodos antiguos, sistemas empleados en Europa y el sistema que debería aplicarse en Colombia. El 24 de junio arribaron en tren a Zipaquirá los conferencistas que iban a inaugurar las exposiciones. El primero en intervenir fue Julio Pardo Dávila, quien habló sobre la servidumbre del agua. Para finales del mismo mes estaban instalando la extensión universitaria en Girardot e Ibagué. En la primera, Joaquín Fajardo habló sobre sífilis, y en la segunda, Joaquín Caicedo lo hizo sobre las relaciones entre Colombia y Perú. La iniciativa gaitanista avanzaba con éxito. En Medellín ya estaba instalada la extensión universitaria y cada 15 días se dictaban conferencias.
En Bogotá se dictaban las conferencias estudiantiles en medio de una epidemia de tifo. La Junta de Socorro se vio en la necesidad de adecuar el Hospital de San José para atender a los enfermos pobres, a los pobres de solemnidad, y para ello acudió a la caridad pública.
3. La juventud no decae
El 11 de junio a las ocho de la noche se llevó a cabo la siguiente gran conferencia convocada por la Asamblea de Estudiantes: “La Juventud no decae”, a cargo del reconocido maestro Simón Araújo, hombre de Estado, además, muy posiblemente profesor de la mayoría de los jóvenes que en Bogotá hacían sus estudios. Fue, en efecto, una lección de historia nacional vista desde su propia y larga experiencia. Y más que esto, fue un homenaje al talento de los intelectuales y estudiantes colombianos que se distinguían y sobresalían en el exterior. Un homenaje a los trabajadores, a sus oficios. Francamente, se trató de una cátedra de pedagógico optimismo. Hacía treinta años que Araújo ejercía como maestro con colegio propio; y hacía cincuenta que había pasado por los claustros como estudiante.
Simón Araújo
Fuente: Cromos, 25 de noviembre de 1918, 306.
A esta altura de su vida, con 64 años, era toda una institución33. Araújo siguió por la brecha que había abierto Jorge Bejarano, quien trasladó la edad de oro del pasado hacia el futuro. Toda su exposición apuntaría a la fabricación de una arcadia colombiana. En esa dirección, el maestro desarrolló las siguientes hipótesis: 1. La inteligencia de la juventud actual no solo no ha decaído, sino que se ha intensificado notablemente, comparada con la que poseía la juventud de medio siglo atrás. 2. La capacidad intelectual no es inferior en igualdad de circunstancias, a la que poseen la mayor parte de los pueblos más civilizados del orbe. Sí ha disminuido en la mayoría de los jóvenes el entusiasmo por el estudio, pero esta disminución no es por decadencia intelectual de la raza, sino resultado de la errónea, vieja y sostenida dirección superior en el ramo de la instrucción pública. 3. La causa fundamental de los vicios de que adolecemos y los vicios que nos rodean en nuestra vida colectiva es la excesiva pobreza que nos abruma. Y dejó planteadas las siguientes tareas: 1. Reorganización y extensión de la instrucción primaria elemental, principalmente en la población campesina. 2. Proyecto de corrección de los defectos de que adolece hoy la educación secundaria. 3. Reorganización y autonomía de la Universidad Nacional. 4. Impulso del trabajo por medio del fomento de las vías de comunicación rápidas, seguras y baratas.
Prácticamente fue como si cerrara el debate. Todo era un problema de tiempos nuevos con gente nueva, mucha gente nueva. Los que estudiaban en su época juvenil eran pocos y socialmente seleccionados; en cambio, ahora la población había crecido y demandaba educación, incluso las mujeres. Todo había cambiado y todo era mejor y distinto. No solo en asuntos de las ciencias, también en las artes (ebanistería, albañilería, escultura, joyería, zapatería, herrería, arquitectura, mecánica, maquinistas, etc.), gracias a la participación de profesores extranjeros. La producción artesanal, por su calidad, estaba a la altura de la europea. Consideraba Araújo que el peón de barra y azada era igual al peón de su clase en Europa. De tal manera que podía afirmarse que la capacidad intelectual de los colombianos estaba a la altura de los pueblos de otras razas.
Se hablaba en el debate sobre la degeneración de la raza de la falta de entusiasmo de la juventud por el estudio. A juicio de Araújo no era esto efecto de la degeneración de la raza, sino resultado de múltiples factores: los gobiernos, los dirigentes de la instrucción pública y, sobre todo, la pobreza:
La causa fundamental de los vicios y defectos de que adolecemos y de los vacíos que nos rodean en nuestra vida colectiva, es que somos un pueblo paupérrimo que carece del elemento capital para explotar sus ingentes riquezas naturales. Nuestra juventud y nuestro pueblo, ya lo hemos dicho, son inteligentes y enérgicos para el trabajo.34
El hecho de que Araújo fuera optimista no significaba que ignorara la situación real y que no se la explicara. Al contrario, hizo una radiografía del estado en que se encontraba la instrucción pública en el país, de los obstáculos económicos que se les presentaban a los estudiantes para coronar sus carreras universitarias, o las facilidades que a otros les permitía la corrupción. Habló de la precaria situación del maestro que no ganaba lo suficiente para una vida digna y de lo demorado de su salario.
El flujo de las conferencias iba estableciendo la lista de la agenda reformista que los estudiantes tendrían para desarrollar como ciudadanos a través del siglo XX. Apenas hacía once años que se había conseguido la paz, y cumplido un poco más de un siglo de nacida la república de Colombia, y se necesitaba bitácora nueva:
En el siglo que llevamos de existencia independiente, nuestros padres aplicaron sus energías a la conquista de las libertades públicas; ese era el ideal perseguido, y para realizarlos se formaban paladines para el estadio de la prensa, para el parlamento y para la lucha armada. Las necesidades de la vida requerían médicos para aliviar las dolencias físicas, sacerdotes para calmar las inquietudes del espíritu, abogados para dilucidar los derechos individuales, civiles y políticos, y uno que otro ingeniero para atender al lento progreso material que podía desarrollarse en aquellas circunstancias. La educación de la juventud obedeció a aquellos ideales y a aquellas necesidades.35
Otro mundo era el de 1920. La Colombia de entonces estaba ya en condiciones de absorber y explotar los conocimientos que adquirieran profesionales distintos a los tradicionales, al fin y al cabo, el capitalismo había despegado. Por ello, hablando de la reconstrucción de la Universidad Nacional, Araújo proponía ampliar el espectro de carreras. Y al problema mayor, que era el de la incomunicación, proponía construir vías de comunicación rápidas, seguras y baratas. A partir de allí, Araújo se lanzó a soñar en la futura arcadia colombiana. Decía que:
El día en que la locomotora penetrara a las selvas del Caquetá, del Putumayo, del Meta, del Carare y del Magdalena, y pueda trasportar los elementos de trabajo y producción, a un precio no mayor de tres a cuatro centavos por tonelada kilométrica, y a los pasajeros por uno y medio centavo por kilómetro, veremos poblarse como por encanto las que hoy son mansiones de las fiebres, de las fieras y de la soledad.
En ese día no veremos como se veía hasta hace poco, que el joven médico tenía que principiar a ejercer su noble y costosa profesión, ayudándola con la de boticario, semi-odontólogo, y catedrático de materias de primera enseñanza; […] Ese día veremos que el abogado no tiene que ocultar su honrosa patente de idoneidad para aceptar un modestísimo y secundario empleo privado, ni tiene que intrigar desde los claustros universitarios para conseguir un empleo oficial, ni tiene que hacerse cargo de pleitos poco honestos que repugnan a su conciencia y carácter; […] Ese día los jóvenes valerosos que no pudieron seguir sus estudios superiores por una u otra causa, y que son los más numerosos, pero que tienen alguna luz en el cerebro y algo noble en el corazón, no sufriran el horrible, el incomprendido dolor de solicitar inútilmente de puerta en puerta, de Ministerio en Ministerio, trabajo para su cuerpo, empleo para su tiempo, aliento para su moralidad, que se ve asediada por la propia necesidad, por las seducciones de los perversos, y por las tentaciones de los necios […] Ese día el hábil artesano multiplicará su clientela y no verá con pavoroso horror la falta de colocación de sus manufacturas, ni la enfermedad que lo inutiliza temporalmente, ni la suerte de su esposa y de sus hijos amenazada constantemente por la miseria […] Ese día los trabajadores de las regiones populosas, podrán abandonar transitoriamente el terruño avaro que no le da sino deficiente alimentación y disimulada esclavitud, para trasladarse con facilidad a otras regiones donde el trabajo valga y la virtud se conserve.
Ese día, en fin, cesarán nuestras incruentas pero crueles luchas políticas, que tienen como razón primordial el anhelo de la casilla del presupuesto […] Ese día vendrá la anhelada verdad del sufragio y con ella la alternabilidad de los partidos en el poder, la emulación de ellos para hacer el bien de la Patria y su engrandecimiento.36