Kitabı oku: «El despertar de Volvoreta», sayfa 3
Ellos esperan pacientes a que lea ambos contratos. Los firmo. La alegría comienza a aflorar en mi interior. Me dan ganas de ponerme a dar saltos, pero… no es el momento.
—Señorita Álvarez —se dirige a mí el señor Carson—, se le facilitará una tarjeta de empresa con un importe mensual de mil quinientos euros para vestuario, gastos extras, etc. Tendrá una persona que se encargará de orientarla a la hora de qué ponerse para las diversas reuniones, almuerzos y eventos a los que tendremos que asistir hasta que lo haga usted por sí sola. Tiene también un utilitario a su disposición y…
¡Dios mío! En mi cabeza no entra más información, creo que me voy a desmayar. Esto es increíble, estoy en una nube y necesito poner los pies sobre la tierra.
—Señorita Álvarez, creo que es suficiente por hoy. El próximo lunes puede empezar a trabajar. Su despacho es el que está junto a este —me indica con la mirada el despacho que tiene los muebles blancos y rojos. Me tiende la mano derecha y se la estrecho nuevamente—. Ha sido todo un placer señorita.
—Lo mismo digo, señor Carson.
Isabel me conduce por los ascensores internos hasta la planta baja del edificio. Durante el trayecto me informa, extraoficialmente, que era la mejor candidata. Y que no era necesario que tuviera experiencia en un puesto similar. El señor Carson buscaba una persona que se adaptase a él y ha pensado que no hay nada mejor que una persona que no haya ocupado un puesto así. Él prefiere a alguien que se adapte a él como un guante a una mano. Prefiere moldearme, darme forma. Quiere una persona a la que no haga falta decirle nada, que con solo una mirada sepa que es lo que quiere, que sepa lo que necesita en cada momento… Eso me parece algo más que complicado, pero no imposible. Todo se andará.
Tras despedirme de la señora Gómez hasta el lunes, salgo con paso firme de la filial y me dirijo al coche corriendo. ¡Madre mía, no puedo más! Tengo la cabeza que me va a estallar, no soy capaz de asimilar todo lo sucedido en el interior del edificio que acabo de abandonar. Sigo sin creerme que tenga por fin trabajo. Respiro profundamente y exhalo con fuerza como si pudiera expulsar por la boca todos los nervios que están dentro de mi cuerpo. Tras algunos minutos sentada en el coche, mis pulsaciones se regulan poco a poco y los nervios también. Arranco el coche y me dirijo a casa esperando que Andrea se encuentre allí, esperándome para contarle todos los pormenores de la entrevista.
No hay nadie en casa. ¡Qué fastidio!
Me voy a mi cuarto para cambiarme la ropa que llevo puesta por otra más cómoda.
Tranquilamente voy a la cocina para tomar un vaso de agua. Pierdo mi mirada a través del ventanal. Trato de reflexionar, pero no puedo. Con paso lento y pesado me dirijo al salón. Me hubiera gustado que Andrea hubiera estado aquí. He tenido que apaciguar mi exaltación. Me tumbo perezosa en el sofá esperando que la cabeza pare de dar vueltas a lo acontecido.
¡Imposible!
Alguien me está zarandeando.
—¡Cuenta, cuenta!
—¡¡Dios mío, Andrea, me has asustado!! Esperaba que estuvieras aquí —la miro extrañada y algo malhumorada.
—Me llamó mi padre. Necesitaba que le hiciera un favor —aclara.
—Bueno. Si es así… te lo perdono —hago una mueca.
Le cuento todo con pelos y señales, le enseño los contratos y la Visa. Se queda flipada cuando le digo que voy a disponer de un coche y que además me pagarán la gasolina.
—El viernes me traen el coche para que pueda ir el lunes a mi nuevo puesto de trabajo. ¿Qué te parece? —reboso entusiasmo.
—¡Madre mía! Ha merecido la pena la espera y el sueldo… no está mal. Espero que no te exploten como a esos altos ejecutivos que se ven en las películas —dice con tono rimbombante—. He de reconocer que es una oportunidad estupenda, esperemos que no te pases mucho tiempo viajando, te echaría mucho de menos —hace pucheritos—, y… también Carlos.
Qué alivio, temía que no me diera el visto bueno.
—El viernes por la noche lo celebraremos por todo lo alto —dice mi amiga muy animada—. Carlos se va a alegrar por ti. Lo deseaba tanto como tú.
—Siempre me ha apoyado y me ha dado ánimo. Decía que no había que perder la ilusión. Es normal que pensemos que la carrera que estudiamos es la que más nos conviene y la que debemos ejercer. No resulta fácil encontrar el puesto que deseamos cuando acabamos la carrera. Hay veces que tenemos que comenzar por otros para acabar ejerciendo el que realmente queríamos, el que tantos años de sacrificio nos ha llevado. Pero es lo que hay.
—Tienes razón. Hay veces que hay que dar un buen rodeo para llegar a donde queremos llegar. Nada es fácil, amiga. Pero mira por donde… muy alejada no te has quedado.
—Ya lo creo. Tengo que aprovechar esta oportunidad.
—Marian, tenemos que llamar a Carlos y contárselo.
—Síííí, ahora mismo lo hago.
Cojo el móvil y marco. Estoy nerviosa, sé que se va a alegrar, él siempre me anima.
—¡Carlos!
—¿Marian? —le noto sorprendido.
—Carlos. Tengo algo que contarte.
—¿Qué tal? Te noto alterada.
—Muy bien… oye… he de contarte una cosa —le digo apremiada por la alegría.
Se hace un corto silencio.
—¿De qué se trata? —me pregunta intrigado.
—He encontrado trabajo y esta vez nada de suplencias de dos semanas o un mes en periodo de vacaciones. Es un trabajo firme. ¡¡Ya he firmado!! ¡El contrato es fijo! —no puedo reprimir la emoción—, por fin adiós a gran parte de los problemas.
—Me alegro Marian, ¿pero cómo no me contaste antes que tenías un posible trabajo entre manos? Es…, es… estupendo —dice eufórico.
—Perdona. Pero es que… no quería hacerme ilusiones así que… lo omití.
—¿Viste la posibilidad de que te lo dieran?
—Bueno… en cierto modo sí, pero hasta estar segura he preferido no decirte nada. Siempre existe la posibilidad de llevarte un chasco. He de confesar que en el fondo sí estaba un tanto ilusionada.
—Ya veo. Lo has disimulado bien.
—Quiero celebrarlo, me gustaría que el viernes nos juntáramos los tres, te contaré todos los pormenores, es en una gran empresa Carson Project Spain.
—¡Eso está hecho! Es una buena noticia y no se merece menos.
Se hace un silencio largo entre los dos.
Soy consciente de lo que calla. Sus sentimientos.
Suspiro.
—Bien. Carlos… te llamaré el jueves para ver dónde y a qué hora quedamos. ¿Te parece?
—Sí, me parece bien.
—Hasta el jueves, Carlos —suspiro de nuevo.
—Hasta el jueves… Marian.
Andrea me mira con cara de pillina, su sonrisita es irónica y se está mordiendo el labio. Está entusiasmada.
—¡Andrea, no me mires así, por favor!
Suelta un chillido de alegría y patalea sentada en el sofá.
—¡Dios, no hay quien te aguante! Siempre estás con lo mismo. Carlos y yo.
¡Amiga pesada y persistente!
Seguidamente me marcho a mi habitación enfurruñada.
CAPÍTULO 4
El martes aprovecho para ir a comer con mi madre. Después de hacerlo y de contarle la gran noticia, lo celebramos con una botella de champán y eso que ella no bebe nunca. Pero la ocasión lo merecía. Me dirijo a la Gran Vía para hacer algunas compras. Necesito: bolsos, zapatos y algo de ropa acorde con el trabajo que voy a desempeñar. De camino a casa pido cita para el miércoles en la peluquería a la que suelo ir, necesito sanear las puntas y arreglarme las manos, las tengo hechas un desastre. Quiero dar buena impresión desde el primer día. Andrea tendrá que dar el visto bueno a mis compras, entiende más de estilismo que yo.
El miércoles, antes de ir a la peluquería, salgo a correr por El Retiro. Es mi lugar favorito para correr y también para pasear, leer un libro o tomar un rayito de sol en primavera. Ha habido tardes en las que Carlos y yo nos tumbábamos en la hierba o nos sentábamos en una terraza a tomar un helado o un refresco. Hablábamos de nuestras cosas, me hacía reír continuamente con sus chistes malos o sus ocurrencias, él siempre tiene una sonrisa en los labios. ¿Cuándo dejé de sonreír yo? —me pregunto—. ¿Cuándo me invadió la ansiedad, el estrés y el agotamiento mental? Respuesta: cuando comenzó mi lucha por sacar adelante la carrera y estropear o… intentar no estropear aún más mi relación con Carlos.
El jueves transcurre tranquilo. Andrea se encarga de preparar la cena del viernes y de avisar a Carlos de la hora concreta. Me tomo el día totalmente sabático: leyendo, escuchando música o haciendo yoga para relajarme.
A las seis de la tarde del viernes me mandan a un chófer de Carson Project Spain con el vehículo que me han asignado. Bajo a la calle. Un chico de más o menos mi edad y uniformado me espera. Se sorprende al verme.
—¿Señorita Álvarez? —me mira con cierto agrado.
—Sí. Soy yo.
Me repasa de arriba abajo con sus ojos. Llevo puesto unos vaqueros ajustados, una camiseta de manga larga de color rosa y una chaqueta vaquera.
Sus ojos me sonríen descaradamente.
—Me envían de Carson Project Spain. Le traigo el coche; aquí tiene las llaves.
Le sonrío mientras cojo las llaves de entre sus dedos. No cabe duda de que me ha dado un buen repaso con sus bonitos ojos castaños.
—¿Dónde está el coche? —pregunto.
—Acompáñeme.
Le sigo unos metros por la acera.
—Este es su coche. Puede subir y echar un vistazo.
Está aparcado en la misma acera del portal, a unos diez metros ¡qué suerte ha tenido! No es nada fácil encontrar aparcamiento a estas horas en la zona. Tendré que alquilar una plaza de garaje.
Es un Golf de color negro.
Me daría una vuelta en mi negro coche, pero me costaría un triunfo encontrar sitio después. Pero me subo en él y le echo un vistazo por dentro.
—¿Está todo bien, señorita? —me pregunta el chófer.
—Sí —le contesto desde el interior del vehículo.
—Como ve, los mandos no tienen ningún misterio —me comenta con un cierto tono… cálido y sospechoso. Los papeles del vehículo están en la guantera.
—Ya veo.
Salgo del coche después de comprobar el interior y lo cierro. Me paro frente al chófer.
—Está todo bien. Gracias —le digo con una sonrisa.
—Ha sido un placer. ¿Si necesita algo más?
—Por favor, no me trates de “usted” que tengo tu edad.
—Son las normas señorita.
—Vale —le sonrío mientras asiento moviendo levemente la cabeza. La verdad es que el chico es atractivo, de eso no me cabe duda, y cumple con su cometido.
—Adiós.
Y sin más, me dirijo al portal mientras observo que otro chico algo más mayor con el mismo uniforme nos observa desde la acera de enfrente. Seguramente regresarán a la empresa juntos en otro vehículo.
CAPÍTULO 5
Ya son las ocho y media. Carlos vendrá a las nueve y media a cenar. Andrea está preparando los últimos detalles.
Ha pedido un catering para tres: delicatessen, vino, champán e incluso postre.
No quiere que la ayude. Se conforma con que me arregle, ya que después iremos a tomar unas copas y a bailar. Me he puesto unos pantalones pitillo color negro, con una blusa blanca pegadita al cuerpo resaltando discretamente mi figura. Me he marcado con la plancha unas ondulaciones en el pelo, rímel en las pestañas, un poco de color en las mejillas y brillo en los labios… y ¡listo!
Cuando me ve Andrea se queda sorprendida.
—¡Qué guapa te has puesto! Estás muy atractiva.
—No es para tanto.
—¿Si quieres se lo preguntamos luego a Carlos? —dice con una sonrisita pícara y burlona.
Andrea tiene preparada hasta la música para amenizar la cena. Al igual que a mí, le gusta la música house y la música comercial: Enrique Iglesias, Jennifer López, Lady Gaga, Madonna, etc. Ya está todo preparado cuando llaman a la puerta. Abro y allí está él. Verle… me provoca palpitaciones, el corazón se me desboca sin control. Casi no puedo respirar. Está guapísimo, tiene un brillo especial en los ojos. Me da dos besos suaves e intencionados cerca de mi boca. ¿Por qué lo hace? Me quedo por unos instantes extasiada aguantando la puerta tras entrar Carlos en casa. Finalmente la cierro. Me doy la vuelta despacio, extrañada. El otro día me besó en la mejilla y hoy… al recordar la suavidad con la que me ha besado… estimula por unos instantes mis recuerdos.
—Esto es para ti. Me entrega un regalo. Por su forma cuadrada y plana, parece un CD de música.
—Gracias Carlos.
—No hay de qué. Estás preciosa.
—Gracias. Tú también estás muy guapo—sonrío pletórica.
Carlos está increíblemente atractivo. Morenazo de ojos negros y almendrados, labios carnosos, nariz recta, rostro ligeramente ovalado y barba de dos días. Me gusta más verle vestido con ropa de sport que con el traje; aunque para nada le hace desmerecer.
Abro el regalo. Es un CD de Chill out saxofón. Me encantan las baladas tocadas con saxo. Me gusta lo sensual y relajante que es la melodía que emana de ese prodigioso instrumento musical.
Cenamos los tres sentados en los sofás. Andrea ha preparado todo sobre la mesa de centro, nos parecía más informal ya que se trata de picar un poco.
Está todo riquísimo. Andrea ha acertado con el menú.
Cuento a Carlos los pormenores de la entrevista de trabajo mientras disfrutamos de la cena. Se muestra muy interesado en lo que le estoy contando.
—¡Espero que tengas mucha suerte! —dice contento— y que este cumpla tus expectativas.
—Gracias.
Tomamos vino durante la cena. Yo solo tomo una copa ya que enseguida se me sube a la cabeza.
La velada transcurre amena y divertida. Hacía tiempo que no estábamos así de a gusto. La música suena de fondo.
—Vamos a brindar por Marian —dice Andrea mientras va a coger las copas y el champán a la cocina.
Carlos aprovecha para sentarse a mi lado en el sofá. Andrea enseguida regresa de la cocina. Carlos descorcha la botella y nos sirve las copas. Brindamos por mi nuevo y eminente futuro. Me tomo dos copas no muy llenas, quiero reservarme porque si no… pronto voy a sentirme mal y no voy a poder salir para continuar la noche.
Yo estoy especialmente divertida, Carlos y Andrea no paran de reír muy animados. Les miro a los dos. En este momento me noto especialmente feliz al mirarlos. Siempre están ahí para mí; para lo bueno y para lo malo, siempre apoyándome. Les debo mucho a los dos.
—Ahora vengo —dice mi amiga desapareciendo por el pasillo camino de las habitaciones.
Carlos y yo continuamos hablando, bromeamos sobre Andrea y su manera de hacer las cosas perfectas, le encanta preparar fiestas y cualquier motivo es suficiente para calentar los motores de su imaginación y preparar una velada de lo más ocurrente. Este no es el caso, se trata de algo más sencillo y ha cumplido a la perfección con su cometido. Comienzo a sentirme un poco embriagada con el último trago de mi copa. Me tumbo sobre el apoyabrazos del sofá. Por unos segundos parecen diluirse las palabras de Carlos en mi mente, él continúa hablando… pero no soy capaz de seguir con atención la conversación. Es como si mi mente se quisiera evadir por un instante de la realidad y no entiendo porqué, pero necesito hacerlo. Se escucha en el equipo de música las primeras notas de un nuevo tema; las primeras notas de Saxofón inundan mis sentidos. Se trata del disco que Carlos me ha regalado y... poco a poco comienzo a sentir algo más profundo, los efectos del champán y me abandono en brazos de esa dulce sensación de ligero mareo. Es como si me estuviera meciendo en una de esas hamacas que se ponen de árbol a árbol y en la que tantas veces me he tumbado en uno de los viajes que hicimos a México toda la pandilla.
Dejo mi mente en blanco unos segundos. Pero un presentimiento repentino lo ocupa sin pedir permiso, sin esperarlo. Mis sentidos se ponen en alerta. Carlos está muy cerca de mí, más de lo que me podía imaginar. No me he percatado de que había abandonado su sitio en el sofá. Noto su presencia muy cerca, su aroma le delata, un ligero toque de Polo de Ralph Lauren.
Entreabro los ojos… y ahí está, arrodillado; mirándome. ¡Dios, que arrebatadamente guapo está!
Me falta el aire al sentir que mi intimidad, mi espacio vital… está siendo invadido por su proximidad, por su mirada.
Su rostro está casi pegado al mío. Me mira con dulzura mientras sus dedos acarician mi pelo con mimo. No soy capaz de moverme. Pestañeo varias veces, cierro los ojos y me digo a mí misma: ¡Qué sea lo que Dios quiera! No tengo fuerzas ni ganas de resistirme a él. Curiosamente mis sentidos me dicen que me relaje y me deje llevar por una vez. No sé lo que es dejarme llevar desde hace tiempo por los sentimientos o por las necesidades básicas que todos y todas tenemos. Hace algo más de un año que no he vivido más que para estudiar.
Oigo su respiración calmada pegada a mi oído. Instintivamente giro levemente mi rostro hacia él. Casi no puedo respirar, los nervios y la incertidumbre hacen posesión de todos mis sentidos, es un latir constante y turbador el que se apodera de mí. Sus ojos me suplican una oportunidad. No puedo creer lo que veo en ellos. Si tuviera que hablar en este momento no me saldrían las palabras ni para decir “no”. ¡Dios! ¿Hacia dónde he estado mirando todo este tiempo? Su mirada es la de un hombre seguro, que sabe lo que quiere y que sabe hacia dónde quiere ir. Y sí… sabe a dónde quiere llegar cuando sus labios rozan el lóbulo de mi oreja. Me estremezco ligeramente. Noto una suave descarga eléctrica recorrer mi cuerpo. Sus labios siguen su camino rozándome las mejillas… despacio. No puedo evitar cerrar de nuevo los ojos. Besa la comisura de mis labios varias veces y, sin encontrar resistencia, mis labios se entreabren. Sus labios son suaves, dulces. Introduce la punta de su lengua en mi boca, busca acariciar la mía y acariciar también con ella mis labios. El corazón me late deprisa. Todo mi cuerpo parece despertar bajo su embrujo.
¡Y yo que pensaba que estaba muerta! Baja por mi cuello. Todo un despliegue de suaves y pequeños besos recorre mi carótida hasta llegar al primer botón de mi blusa. Quiero que lo deje, pero no puedo negarme, me gusta, me gusta lo que siento. Su respiración se hace más rápida. Con suave lentitud me desabrocha el primer botón de la blusa y hunde sus labios en mi escote a la vez que respira profundamente como si quisiera apoderarse de mi aroma de una sola vez. Abro los ojos y me encuentro con los suyos: excitados, lascivos… mirándome mientras sigue respirando mi aroma con verdadera veneración.
—Que bien hueles Marian… ¿sigo? —susurra.
¿Me está pidiendo permiso? Dudo, pero no contesto.
Sí, me apetece estar con él… pero… ¿desde cuándo es tan atrevido? Él es más bien tímido como yo. Nunca pensé que nuestro acercamiento se produciría de esta manera. Para mí lo lógico hubiera sido una cena y una larga pero emotiva conversación sobre lo que queremos y hacia donde deseamos ir los dos. Trato de respirar hondo y desterrar mis miedos. No me he dado cuenta en todo este tiempo de que ha cambiado. Le noto más adulto, más hombre, ¿y yo, dónde me he quedado? ¿Navegando en el limbo todo este tiempo? Seguramente así ha sido —me respondo a mí misma.
No soy capaz de contestar a su pregunta, la excitación y mis dudas me lo impiden. Por un momento mi mente me pide que pare, esto no entraba en mis planes, pero… desabrocha el siguiente botón lentamente ¡Ay Dios! Mis senos están casi al descubierto, solo los cubre el sujetador. Le observo, y él me observa a mí, me mira a los ojos sabedor de lo que está consiguiendo. Poco a poco consigue conquistar un pedacito de mi cuerpo, un pedacito de mi mente para fundir y grabar sus sentimientos en él. Desabrocha lentamente otro botón. Me muero de excitación a la vez que me pregunto: ¿cómo puedo permitir que siga conquistando mi cuerpo? Sigue besándome mientras anula mi voluntad. Desabrocha uno a uno los restantes botones (ya no quedan más). Me coge suavemente por la cintura. No soy capaz de reaccionar, mi cuerpo solo responde a los estímulos que propaga convenientemente por él. Comienza a sembrar mi vientre de besos. Con la punta de su lengua acaricia mi ombligo, juguetea con él. Mi cuerpo se mueve excitado, siento presión en el pecho y el corazón… desbocado; quiero disfrutar con intensidad, a la vez que parte de mí quiere revelarse y parar… ¡Dios, es un hechicero! Me tiene a su merced y yo no puedo nada más que abandonarme a sus deliciosas y delicadas caricias.
Se pone en pie mientras con desesperante lentitud desabrocha uno a uno los botones de su camisa. Yo no aparto ni por un segundo mis ojos de los suyos, solamente en el preciso momento en que veo asomar su torso, su piel perfecta… hace tanto tiempo que mis dedos no se pasean juguetones por él… Desabrocha los puños de la camisa y la hace descender despacio por sus brazos. Me quedo literalmente con la boca abierta admirando semejante visión. Excitada, muy excitada y… mojada. Acaba de quitarse la camisa y la deja sobre el respaldo del sofá. Me mira con la cabeza ladeada, sus ojos destilan deseo y se muerde el labio con una ligera presión. Su torso tiene suavemente marcados los músculos del pecho y el abdomen y sus fuertes hombros y sus brazos me sorprenden. Sus músculos están perfectamente marcados ¿cuándo se ha puesto tan bueno? —me pregunto consternada—. Ahora… se desabrocha el cinturón ¡madre mía! seguidamente el botón del pantalón. Mi cuerpo está… crujiendo totalmente entregado al placer que es… admirar su cuerpo. Siento un ligero dolor entre las piernas…
¡Ummm! ¡Me gusta!
Se baja lentamente la cremallera del pantalón.
Al ver que la cosa está subiendo de tono me viene a la mente como un rayo mi amiga.
—¡¡Carlos!! ¿Andrea?
—Ella se ha marchado, estamos solos tú y yo —dice con voz ronca por la excitación.
Mi querida amiga compinchada con él. No es de extrañar.
Es evidente que está muy excitado, un bulto de dimensiones considerables se eleva entre sus piernas. Se vuelve a arrodillar a la altura de mis caderas, pasea por ellas sus manos, lentamente, de arriba abajo mientras fija sus ojos en el blanco sujetador que cubre mis senos. Después de recrearse por unos instantes, se decide a desabrochar mi pantalón. Observo como le tiemblan los dedos y como cierra por unos instantes los ojos mientras lo desabrocha. Su pecho se agita visiblemente y el mío también. Me gustaría participar con mis caricias hacia él… pero le dejo hacer. Contengo la respiración. Él está lejos de mi alcance. Mi pecho sube y baja excitado, la sangre bombea y bombea una y otra vez en mis sienes. Mis caderas se mueven ante tal provocación. Anhelo sus caricias, esas caricias que en tiempo pasado nos hicieron pasar maravillosos momentos. Sus temblorosos y anhelantes dedos bajan lentamente la cremallera de mi pantalón, noto la leve presión que proyecta sobre el pubis mientras la baja. Todo mi cuerpo se estremece, no puedo seguir mirando; mis ojos huyen del campo de batalla y se pierden en el techo del salón suplicando compasión. Quiero tocarle… pero… no me atrevo, no me atrevo a tomar parte.
—Eres perfecta Marian. Tu cuerpo sigue tal y como lo recordaba: suave, firme, cálido y sugerente.
Aparto mi mirada del techo y le miro. ¡Sí… te deseo! Le digo con mi mirada. No me atrevo a pronunciar esas palabras… pero mis ojos hablan por sí solos, las palabras en este preciso momento considero que sobran.
Sus manos se colocan en la cinturilla del pantalón y lentamente lo arrastra hacia mis tobillos, dejando al descubierto la delicada braguita de encaje blanco que cubre mi sexo. Me quita los zapatos y, a continuación, termina de sacar el pantalón por los pies. Lentamente.... sus manos suben desde mis tobillos hasta separar con mucha delicadeza mis piernas. Acaricia la cara interna de mis muslos, los besa, los lame y los mordisquea con mucha ternura, disfrutando de cada porción de piel; de cada porción de mí. Sus tímidos dedos rozan el delicado encaje de mis braguitas. Humedece sus labios hambrientos mientras observa como respondo a sus provocadoras caricias. Desliza tímidamente el dedo índice de su mano derecha por el borde de la braguita y baja… hasta que deja paso al pulgar. Hace una lenta incursión, me acaricia —estoy muy mojada y eso le excita de manera especial—mi cuerpo arde en deseo y la respiración es cada vez más agitada, no puedo evitar que mi pelvis se mueva bruscamente al sentir el tacto de su dedo. Con lentitud se levanta mirándome a los ojos. Su mirada me dice que queda lo mejor por venir. Se quita los pantalones; no puedo evitar mirar… está muy excitado, el corazón golpea con fuerza mi pecho, me estoy derritiendo.
Se tumba despacio sobre mí, provocando una reacción desmesurada en mi interior; una ola de sensaciones vuelve a recorrer todo mi cuerpo. Su piel desprende una calidez reveladora, penetra en mi cuerpo calentando y alimentando aún más el fuego que siento dentro. Noto su miembro rebelde sobre mi pelvis, está firme y a duras penas puedo contenerme… mi cuerpo es como una presa que está a punto de desbordarse, necesito que fluya el torrente de placer por cada célula. Tengo la boca seca. Me besa, humedece con su saliva mi boca y bebo de él. ¡Qué bien sabe! Su sabor… me desvela la necesidad de beber más de él, de fundirme en su boca y traspasar todas las barreras de lo razonable.
Mis manos tímidas y especialmente sensibles comienzan lentamente a acariciar su espalda, a tocar su piel. Percibo emocionada el tacto de esta. Se estremece ante el suave roce de mis dedos al recorrer su cuerpo. Esconde su rostro en el hueco que hay entre mi cuello y mi hombro para a continuación besarlo y acariciarlo con sus labios… Le abrazo con toda la ternura que soy capaz de transmitir y él lo capta, capta la carga emocional que trato de transmitirle. Levanta la cabeza y me mira a los ojos a una distancia intimidante y desconcertante.
No puedo creer que esto esté sucediéndome. Estoy fundida piel con piel con él. Las sensaciones son demasiado fuertes.
Sus ardientes labios me murmuran sin apartar sus ojos de los míos:
—Marian… ya estás preparada. Yo lo deseo y sé que tú también. Hace… demasiado tiempo…
No puede acabar la frase. Se está volviendo loco de excitación. Su boca baja por mi cuello acariciándome con sus labios mientras aparta con sus manos los tirantes del sujetador. En este momento no hay quién lo pare. Retira la poca tela que cubre los senos quedando al descubierto. Los músculos de mi cuerpo se han vuelto de mantequilla. Con su mano derecha me acaricia el pecho estrujando suavemente entre sus dedos cada seno. Mis tímidas manos aprovechan el momento para acariciar su suave y musculosa espalda. Su tacto me vuelve loca. Es todo mío. Aprovecho para acariciar su cintura y ascender de nuevo por sus dorsales con angustiosa lentitud. Él no cesa de moverse y de estimular su sexo contra mi pubis, provocado por mis caricias.
—Están tan turgentes como recordaba.
Busca con sus labios uno de los senos, lo besa, lo asedia sin compasión, excepto la aureola y el pezón; que se los deja para el postre. Cada vez aprieta más su cuerpo contra el mío. De repente, pasa de besar mi seno a recorrer este con su lengua, a rodear la aureola —ya no puedo más, tengo que soltar la presa que me retiene o me voy a desmayar—su lengua juguetea con mi pezón. Nuestros cuerpos se mueven al mismo ritmo. Aprieta con sus labios el pezón varias veces, no puedo respirar, siento una extraña sensación en mi vientre, algo va a suceder, noto como esa sensación va bajando por mi cuerpo inundándolo todo. Él sigue mordisqueando el pezón, lo succiona a la vez que frota su sexo contra mi cuerpo, esa es la última gota de placer que desborda la presa. El placer por fin recorre como un torrente todo mi cuerpo, agitando, arrasando todo a su paso. Me mira con una sonrisa en sus labios. Sus ojos arden, me observan, se recrea viéndome disfrutar del placer que ha provocado en mí; se siente tremendamente satisfecho por lo conseguido. Tengo la sensación de que mi sexo palpita. Se incorpora lentamente acariciando mi cuerpo con su mirada. Me observa por un momento mordiéndose el labio mientras menea su cabeza suavemente de un lado a otro, me coge en brazos y me lleva a la habitación.
Me tiende sobre la cama y termina de quitarme la poca ropa que me cubre. Se quita lentamente le boxer; es la única prenda que cubre su cuerpo. Ver su virilidad… me desconcierta, agita mi cuerpo; quiero que lo posea.
—¿Quieres más, Marian? —su pregunta me ruboriza y me vuelve a provocar. Se tumba sobre mí. El calor de su cuerpo y el contacto de su piel… su sexo… convulsiona el mío—. ¿Marian, quieres más?
Mi cabeza me grita: ¡sí, sí, sí quiero más!
—¡Carlos… quiero más! —no sé de donde saco la suficiente cordura como para contestar.
—¿Sigues tomando la píldora? —me pregunta mirándome a los ojos mientras sus dedos recorren mi rostro con suaves caricias.
—Sí —susurro.
Su boca se posa sobre la mía. Su excitación es bárbara. Me duele el cuerpo, hay demasiada tensión en él. Su sexo… busca el mío, se rozan una y otra vez piel contra piel... estoy a punto de… ¡oh no, aún no, un poco más! —grita mi mente—. Recorre mi cuerpo con su boca, desciende hacia la parte más húmeda sin prisa. Los músculos de mi sexo no paran de contraerse, su lengua roza la parte más sensible de mi cuerpo, percibo la humedad de su boca, me retuerzo de placer. Ya no puede aguantar más. Abandona mi asediado sexo y me abraza fuerte mientras me besa de nuevo en los labios. Su sexo busca la entrada del mío y, por fin… suavemente fusionamos nuestros cuerpos en busca del placer más codiciado. Comienza a moverse, primero suavemente y después… ¡Dios mío! Entra y sale de mí sin tregua, atrayendo poco a poco el ansiado orgasmo a nuestros cuerpos. Los movimientos de sus caderas me vuelven loca, delicado, temeroso y prudente, sus movimientos son sensuales y rítmicos. Me desmorono, los dos estallamos a la vez en un orgasmo salvaje e intenso.
Abro los ojos despacio, perezosa. El sol entra por la ventana, me ciega, estoy muy relajada como flotando en una nube, me viene a la memoria lo sucedido anoche. Carlos. ¡Qué noche! La rememoro por un momento, hacía tiempo que no me sentía tan pletórica, me siento como una diosa, me siento muy viva. Me vuelvo hacia el lado opuesto de la cama, allí está Carlos, su rostro se muestra relajado y duerme tranquilo, está guapísimo. Me resulta extraño verle de nuevo en mi cama, junto a mí. He llegado a pensar en ocasiones que este momento no se repetiría.