Kitabı oku: «El despertar de Volvoreta», sayfa 4
De repente entreabre los ojos, parpadea varias veces y los deja entreabiertos; me observa desde la tranquilidad de saber que he vuelto a ser “suya”.
—Buenos días Marian. —susurra.
Me lo quedo mirando en silencio.
Un pensamiento frío recorre mi mente a gran velocidad:
Carlos ha dejado de ser ese chico tibio, nervioso, temeroso y prudente que conocí durante nuestra primera relación a… todo un hombre ardiente, seguro y atrevido. Sus caricias… sus besos… estaban llenos de pasión.
—¿Cómo estás Carlos? —esbozo una suave sonrisa.
—Muy bien.
Me coge por la cintura acercándome a su cuerpo, su calor traspasa mi piel y provoca que me acurruque en él; tan cerca que… noto que cierta zona de su cuerpo está tensa.
Sus labios rozan mi mejilla. Me dejo llevar con los ojos cerrados hacia las adormiladas sensaciones que mi cuerpo descubre.
Es fantástico despertar junto a él; sentir su calor, sus caricias…
Sus besos paulatinamente dejan de ser inocentes para convertirse en apasionados.
No. No puedo.
Comienza la peregrinación de sus manos por mi cuerpo. Quiere más.
—Carlos… por favor —freno su mano antes de que pueda alojarse entre mis muslos y le miro con ternura—. Su mirada… me deja sin alma. ¿Es que a caso no la tengo? —me pregunto a mí misma—. Comparto su anhelo… pero necesito ir más despacio. Necesito asimilar lo que sucedió anoche.
Retiro su mano entrelazando mis dedos con los suyos y la llevo hacia su espalda.
—Necesito asimilar… no esperaba esto… —le digo emocionada, casi en un hilo de voz.
Sus ojos parpadean y me miran perdidos.
—Dejémoslo de momento aquí, por favor.
Agacha la cabeza pensativo; unos instantes después asiente mudo a mi petición.
Le cojo con suavidad de la barbilla para levantar su cabeza y… le doy un beso apasionado y sincero.
—Gracias.
Él acepta mi agradecimiento con una tímida sonrisa.
—Necesito una buena ducha, te dejaré toallas limpias —le guiño un ojo.
Me levanto de la cama y me coloco rápidamente la bata que está sobre la silla. Me da vergüenza, me siento acomplejada después de ver y disfrutar su perfecto cuerpo. Un cuerpo cuidado, mimado. Yo me he cuidado bastante poco durante todo este tiempo; y no quiero que vea esas imperfecciones que a todas nos llevan por el camino de la amargura.
Él se queda un rato más relajado en la cama.
Mientras me ducho, doy repaso a lo sucedido. Cierro los ojos, dejo que el agua acaricie mi cuerpo; ni siquiera el agua es más suave que el tacto de su piel… recordar me pone… ha sido delicioso, diferente. Hacía tanto tiempo…
Andrea está en la cocina preparándose el desayuno. Cuando me ve entrar su cara esbozaba una traviesa sonrisa.
—Buenos días Marian. Te veo muy diferente esta mañana, ¿ha pasado algo en especial? —pone esa cara pícara que solo ella sabe poner y que, en ocasiones, me saca de quicio.
La miro con los ojos entreabiertos con una alta dosis de ironía en ellos.
—Ya ves Andrea, algo ocurrió anoche —contesto con sarcasmo.
—Ya decía yo... ¿Qué?, ¿un buen polvo? —me guiña el ojo.
—Andrea no seas ordinaria —mascullo apretando los dientes.
—No claro, tú… no follas; tú haces el amor.
Ya me está sacando de mis casillas a la primera de cambio, ¿es necesario utilizar un lenguaje tan ordinario? No puedo con ella.
—¿La idea ha partido de los dos, Andrea, cena y pol…? —quiero evitar pronunciar esa palabra.
—Solo mía. He hecho de celestina y me ha funcionado —dice riéndose orgullosa de sí misma—. Vamos Marian, necesitabais los dos un empujón para que os reencontrarais, dirás… —me mira a los ojos como queriendo saber qué es lo que voy a responder— ¿qué no le has dado un gustazo al cuerpo? ¡Falta te hacía!
—Si me hacía falta o no, es solo cosa mía —me siento molesta por su confesión.
—Ya hubiera querido darme yo anoche… el gustazo que te has dado tú —me sonríe—. ¿Quieres un café?
—Sí, gracias —le contesto enfurruñada.
—Bueno… cuenta qué tal fue —me guiña un ojo mientras sonríe como una hiena.
—Sabes que no me gusta hablar de esas cosas de forma jocosa como haces tú.
—Nena, los buenos polvos siempre hay que rememorarlos. No hay nada mejor que una noche de buen sexo con un tío… por cierto yo ya empiezo a echar de menos uno… hace dos semanas que no… y ya me lo pide el cuerpo.
—Andrea, dañas mis oídos castos y puros.
—Mira niña, de castos ya nada y de puros menos aún. Venga anda, cuéntame —me da un codazo y vuelve a guiñarme un ojo—. Hace casi un año que no le das una alegría al cuerpo y hay que rememorarlo.
La miro sonriendo girando la cabeza de un lado a otro.
—Maravilloso. ¿Con eso te basta?
—¡Qué le vamos a hacer! ¡Si no quieres entrar en detalles…!
—No. —contesto tajante.
Carlos hace entrada en la cocina con los vaqueros puestos y la camisa desabrochada. Está encantador. Lleva impresa una sonrisa de oreja a oreja. Está para comérselo. El pelo lo tiene mojado, se ha peinado con los dedos y le queda genial.
—Buenos días Andrea.
—Hola Carlos ¿cómo has dormido esta noche? —suelta una risita en plan jocoso.
Carlos se ruboriza y mira hacia el suelo mientras se balancea sobre sus pies. Levanta la vista y le dirige una mirada cómplice.
—La verdad, de maravilla —me mira de reojo con una sonrisa en los labios.
—Vaya, parece que esta noche ha habido fiesta para todos menos para mí —dice arqueando las cejas y perdiendo la mirada en el suelo. ¡Qué envidia me dais!
—¡Andrea...! —protesto.
—Podíamos haber hecho un trío —bromea.
Carlos sonríe a la vez que se muerde su carnoso labio.
—Andrea, creo que ya basta. Ya comienzo a enfadarme.
— Está bien, está bien… yo solo decía que lo podíamos compartir un poco —le guiña un ojo a Carlos.
—Marian, no la hagas caso. Solo quiere picarte —me dice Carlos susurrándome al oído mientras se ríe.
Me molesta que Andrea sea tan descarada.
—Bueno, me iré a mi habitación —dice levantando las cejas—y os dejaré un ratito solos… para que rememoréis lo de anoche —le pone “tonito” a la despedida.
—¡Andrea, basta!
Me siento incómoda. Soy bastante reservada y me molestan los comentarios jocosos de Andrea. El tema del sexo para mí es materia reservada y espero que para la otra persona sea igual. Carlos, para eso, es también reservado. Creo que no podría estar con otra persona que no fuera él, me hace sentir a gusto y confiada. No como Andrea.
—¡Uf…! ¡Cómo te has puesto...!
—Carlos, siento haberme puesto así, pero es que… desde que he entrado en la cocina no ha parado.
—A mí tampoco me hace mucha gracia pero es que es única —ríe divertido.
Le miro con los ojos entornados cargados de ironía.
—¿Podríamos, por favor, hablar de otra cosa? —noto que me ruborizo.
Carlos me mira con deseo, mordiéndose el labio. Se acerca despacio, como una pantera. Yo estoy apoyada de espaldas a la encimera de la cocina. Se pone frente a mí. Se apoya con ambas manos en ella y se inclina sobre mí acorralándome. Me mira a los ojos y sonríe con picardía. Me tiene bloqueada. Me ruborizo y aparto la mirada.
—¡Eh… mírame! No te ruborices.
Se acerca despacio a mis labios, los roza con los suyos hasta poseerlos. El beso es tan intenso que casi me deja sin respiración. Logro zafarme de él con dificultad. Carlos no está dispuesto a dejarme escapar. Toma mi cintura con sus brazos a la vez que los míos rodean su cuello. Echo hacia atrás la cabeza para mirarle.
—Carlos, lo de anoche es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo —veo que reacciona a mis palabras, me mira intrigado por saber qué es lo que quiero decir—. No se trata del acto en sí, se trata de ti. Tú eres lo mejor que me ha pasado desde hace… —no podía recordar cuanto, mis ojos se llenan de ligera tristeza.
—¡ Shhhh… calla! —me besa de nuevo mientras sus manos recorren mi espalda.
Consigo volver a escaparme de sus exigentes labios y aproximarme a su oído. Quiero evitar su mirada penetrante. Sus ojos negros me intimidan.
Le murmuro al oído:
—Siento haberme portado así todo este año… ¡Dios! ¡No tengo perdón! Tú… tú siempre estás ahí… esperando paciente. Siempre has estado cuando te he necesitado.
—Creo que deberíamos hablar, Marian —dice con ternura.
—No sé si… —sigo susurrando.
—Calla. —murmura.
Me estrecha fuerte entre sus brazos a la vez que besa mi pelo. Cierra los ojos como si estuviera rememorando todo lo sucedido anoche entre los dos. Da un paso hacia atrás y me vuelve a mirar.
—¿Qué quieres hacer ahora con tu vida? —en sus ojos aparece un halo de tristeza.
—No lo sé. Ahora que tengo trabajo, ponerme las pilas. Aprender todo lo que pueda. Supongo que lo demás irá viniendo poco a poco.
—¿Yo entro en tus planes? —su mirada sigue expresando tristeza.
—Lo de anoche… No lo tengo claro.
—¿Qué es lo que tienes claro, Marian? —su rostro refleja dolor.
Comienzo a sentirme incómoda con la conversación. He de resignarme y hablar… es necesario para los dos, no puedo estar excusándome; debo darle una respuesta a sus dudas. Me duele la cabeza.
—Dame tiempo, es lo único que te puedo decir.
—¿Estás predispuesta a retomar lo nuestro? —su rostro se tensa.
—Puede ser... —susurro mientras bajo la cabeza.
Me coge de la barbilla y me levanta la cabeza. Busca mis ojos.
—¿Quieres tomarte tiempo? —susurra
—Sé que es mucho pedir, pero… sí. Quisiera que me dieras algo de tiempo —siento un profundo dolor en el pecho que me ahoga al oír mis propias palabras
¡¡Dios!! Es el único hombre con el que yo compartiría mi vida, y sí, siento un cosquilleo en el estómago pero aún no estoy preparada; necesito algo más de tiempo. He de reconocer que lo que pasó anoche fue maravilloso, me ha hecho revivir… de eso no me cabe duda pero…
Puede que con mi actitud le pierda para siempre.
—No quiero que te sientas obligado hacia mí.
—No me siento obligado. Eres especial para mí y lo sabes —sonríe.
—No quiero que esperes por mí si tú… no quieres —le miro con ternura.
Sus ojos me piden compresión.
—Marian, no conozco a ninguna otra mujer por la que merezca la pena esperar, puedes estar segura. —Sus ojos se clavan en los míos—. Te conozco bien.
—Vamos Carlos, necesito espacio. Muévete —bromeo.
Ya me empiezo a poner nerviosa, no puedo seguir por más tiempo la conversación, necesito respirar.
—Está bien —me suelta y se separa varios pasos de mí.
—¿Qué quieres desayunar? —pregunto tratando de cambiar de tema.
—Lo mismo que tú.
—Bien —me muerdo el labio mientras trato de respirar hondo, los nervios me matan.
Desayunamos tranquilamente. De vez en cuando me sonríe con gesto pícaro, apuesto lo que sea a que está recordando lo de anoche. Me ruborizo solo de pensarlo.
—¿Te apetece que pasemos el resto del día juntos?
¡Con la de chicas que deben ir tras él!… Es un hombre diez, por lo menos para mí, y es todo mío. Antes que la compañía de Andrea… le prefiero a él. No soportaría la ironía y las tonterías de mi amiga en estos momentos... así que acepto.
Lo pasamos bien. No hablamos más del tema. Comimos en un restaurante del centro y después fuimos a ver la película Lo imposible. Lloramos los dos como magdalenas. A continuación dimos una vuelta por Sol, Plaza Mayor… Terminamos la noche cenando tapas y después tomando una copa en el Café de Oriente. Entablamos una conversación llena de recuerdos, en la que la pandilla fue la protagonista. Estuvimos allí hablando y riendo muy animados durante hora y media, disfrutando de nuestra mutua compañía.
—Lo he pasado de maravilla —me comenta muy contento cuando llegamos al portal.
—Yo también —sonrío
—Puede que esto sea el comienzo de algo.
Le vuelvo a sonreír con timidez.
—Puede ser —asiento con la cabeza—. Pero, tiempo al tiempo.
—Bueno. Te llamaré el lunes para ver qué tal te ha ido el primer día de trabajo.
Me cuesta despedirme de él y veo que a él también le cuesta. Tiene los ojos vidriosos y está inquieto.
—No quisiera hacerte daño. Ni que te hicieras falsas ilusiones. No podría soportarlo, Carlos.
Se escapa de entre sus labios un suspiro mientras su cabeza se mueve de un lado a otro preso de la desesperación.
—Cuando quieras verme, llámame y no te preocupes por mí —en su voz se nota decepción.
Me duele en el alma mi indecisión. Debo estar segura y no darle falsas esperanzas ni dármelas a mí misma.
Cojo su cara entre mis manos. Le beso en los labios con toda la ternura que puedo, noto… que se derrite entre mis labios, se muere por mis besos.
—Marian. Eres única… para desconcertarme —sus ojos me miran serios.
Cojo las llaves y abro la puerta del portal. Le tengo justo detrás. Me vuelvo de repente hacia él y le abrazo.
—Haces que me sienta tan bien... —susurro.
Me aparta suavemente. Sus ojos se clavan en los míos como dagas.
—A mí también me gustaría que me hicieras sentir bien —su tono es de súplica.
—Necesito tiempo… Perdóname.
Sonríe tierno.
—No hay nada que perdonar —su cara se torna seria con un ápice de amargura.
Coge con sus dedos mi mentón. Su mirada es muy tierna.
—Nos vemos.
—Sí —murmuro pensativa.
CAPÍTULO 6
Es domingo. Hace un sol espléndido y eso que está avanzado el otoño.
Estoy algo nerviosa y agobiada. Entre Carlos y que el lunes es el primer día de mi nuevo trabajo… tengo las neuronas fritas. ¡Maldita sea…! ¿Por qué soy tan indecisa y tan insegura? —me desespero al pensar.
Andrea está dormida todavía… menos mal —suspiro—. No me apetece un nuevo interrogatorio. Ya he tenido bastante.
Me pongo el equipo para correr, cojo mi MP3 y me dispongo a quemar la adrenalina que bulle por mi cuerpo, a ver si así cuando me quede agotadita me relajo.
Cuando salgo a la calle veo el utilitario que me ha proporcionado la empresa: un Volkswagen Golf último modelo. ¡Me gusta!
Me encamino a El Retiro a paso ligero para calentar las piernas. Cuando por fin llego respiro hondo y enciendo el MP3, necesito marcha de la buena. Llega a mis oídos Pitbull, rápidamente se me sube la adrenalina y me pongo a correr animada por su música.
Quiero dejar de ¡pensar, pensar y pensar! Tienes que centrarte en lo que estás haciendo —me digo—no consigo activar lo suficiente los músculos de mis piernas para correr y me reprocho la falta de concentración. Pero no ceso de darle vueltas a lo sucedido la noche del viernes. Pese a mi suave embriaguez, ¡Dios! pude disfrutar intensamente de su sensualidad y virilidad. Le sentí más hombre, más maduro. ¡A ti te falta un hervor! —me reprocha mi conciencia—. He de confesar que me siento fatal tras volver a darle largas. Finalmente, dejo de correr antes de tiempo, no puedo centrarme en lo que estoy haciendo. Más cansada de lo normal me voy caminando despacio hasta casa.
—Hola Andrea.
—¿Qué tal, Marian? —me mira extrañada.
—He salido a correr, pero la cabeza no para de darme vueltas pensando en Carlos y en el trabajo.
—Marian. Mira, no te agobies… ni por una cosa ni por la otra. Ya verás como todo sale bien. No te presiones más. Como tú dices, todo se irá arreglando.
—Sí, eso espero —digo resignada.
—Si quieres salimos de compras. Necesito algunas cosillas y comemos por ahí. Así se te hará el domingo más corto ¿vale?
—De acuerdo —sonrío.
—No he hablado con Carlos todavía, voy a llamarle y me visto. Puede que quiera tomar algo con nosotras más tarde.
—Me parece bien.
Suena el despertador.
—¡Oh, Dios mío! —me asusto al oírlo.
Ya es la hora de levantarme. Son las seis y media. Tengo el sueño tan pegajoso que no me deja abrir los ojos.
—¡Madre mía! ¡Es la hora! —suspiro.
Mi cuerpo tarda en reaccionar. Me incorporo hasta quedar sentada en la cama. Me froto los ojos tratando con ello de despejarlos con poco éxito. No puedo llegar tarde el primer día —me digo a mí misma con apremio—. Me dirijo a una cálida ducha que me ayudará a despejar la cabeza.
A las siete y cuarto ya estoy sentada en el coche conduciendo hacia el trabajo. Cruzo los dedos y me deseo suerte. El utilitario está casi nuevo. Parece que lo han usado poco. Ni siquiera huele a tabaco ¡qué bien!, odio el tabaco. Se conduce de maravilla, va muy suave, creo que nos entenderemos a la perfección. Enciendo la radio y busco mi emisora favorita: Máxima FM, me pone las pilas por las mañanas.
Al llegar al aparcamiento del edificio Carson Project Spain, comienzo a sentir una oleada de inseguridad. Cierro los ojos y los aprieto con fuerza. ¡Vamos Marian, a por ello!, ¡no te acobardes, esto es lo que querías! Bajo del coche y me dirijo al edificio con paso firme y decidido. No estoy dispuesta a amedrentarme.
Al entrar al enorme hall, veo a las tres recepcionistas perfectamente vestidas, peinadas y maquilladas.
Un tipo con pinta de agente de seguridad, sin uniforme, se me acerca con paso firme.
—¿Señorita Álvarez?
—Sí, soy yo —digo sorprendida.
—Tiene usted que acompañarme.
—Desde luego.
Nos dirigimos a los ascensores interiores que se accionan con una llave especial. Subimos a la última planta. Le sigo por el pasillo hacia la oficina que me han asignado. Al entrar en el primer despacho que hace de recepción, veo a Isabel, ordenando unos papeles en su mesa que está a la derecha del despacho y en la mesa de la izquierda a una chica rubia más o menos de mi edad con el pelo corto, rostro angelical y unos grandes ojos azules que me miran.
—Buenos días, señorita Álvarez —me saluda con satisfacción Isabel.
—Hola, buenos días —sonrío tímidamente.
—Antonio, ya puede marcharse. Gracias —este asiente.
—Señorita Álvarez, le presento a Susana Ruiz. Es mi ayudante.
—Hola Susana —le estrecho la mano.
—Hola Señorita Álvarez —noto que está algo sorprendida, quizá porque somos más o menos de la misma edad.
—Por favor, prefiero que me llaméis por mi nombre: Marian. No estoy acostumbrada a que me llamen por mi apellido —las dos aceptan de buena gana con una sonrisa.
—Nosotras estamos para ayudarla en todo lo que necesite. Estamos a su disposición —me vuelve a recordar Isabel—.Vamos al despacho —hace un ademán indicándome “mi despacho“.
Mi despacho está cambiado, no está como recordaba. Un portátil, un teléfono con un montón de líneas y una lámpara de diseño en color acero reposan sobre la mesa. Me doy cuenta de que también hay una llave para el ascensor. En el mueble bajo con puertas rojas, un televisor de unas cuarenta pulgadas y un reproductor. Una alfombra roja y blanca bajo la mesa de centro que está junto al sofá. Encima de uno de los silloncitos pequeños de piel, hay un maletín.
—Le he dejado una llave para el ascensor —coge la llave de encima de la mesa, me la enseña y la deposita de nuevo en el sitio—. Este maletín es el que va a necesitar —me lo entrega—. Dentro hay una agenda. Puede echarle un vistazo mientras el señor Carson llega. No tardará mucho —me sonríe complacida.
Isabel sale de mi despacho y se dirige a su mesa cerrando la puerta tras ella. Y aquí me quedo yo, sin saber qué hacer.
Miro a mi alrededor. Los nervios afloran en mí. No me lo puedo creer, es un sueño, un sueño que me da vértigo. Dejo mi abrigo y mi bolso sobre el blanco sofá. Me aproximo a la mesa de despacho y tumbo el maletín para sacar de él la agenda del señor Carson. Es necesario que le eche un vistazo para ponerme al día antes de que él llegue. Pero enseguida…
Llaman con los nudillos a la puerta que comunica mi despacho con el del señor Carson. Se me acelera el corazón. ¡Tierra, trágame en un segundo! Estoy nerviosísima. No sé qué hacer. Se supone que él no tiene que pedir permiso, simplemente entra y punto. Para eso es el jefe, el dueño de su imperio. Finalmente contesto tras comprobar que no entra.
—¡A… delante por… favor! Mi voz se entrecorta.
—Buenos días, señorita Álvarez —me saluda el señor Carson con una ligera sonrisa mientras se acerca a mí con paso firme y decidido. Parece contento.
—Buenos días, señor Carson —no esperaba que llegara tan pronto y aún menos que sea él el que llame a mi puerta pidiéndome permiso para entrar.
—¿Está preparada para afrontar su primer día de trabajo? —me pregunta con mucho entusiasmo.
—Sí, supongo —digo dudando.
—La veo nerviosa señorita, pero no se preocupe, se le pasará el primer día en un suspiro y los demás… —hace un ademán con la mano como quitándole importancia—. Ya se irá viendo. Hoy todas mis citas han sido canceladas, de eso se ha ocupado Isabel. Nosotros dos vamos a hacer una ronda por todos los departamentos para que la conozcan; y a su vez conozca usted al responsable de cada departamento, ya que... en numerosas ocasiones, tendrá que tratar con ellos. Tan solo tendremos una reunión con un empresario alemán a las cuatro de la tarde y quiero que usted me haga un informe detallado de la misma. Además me gustaría que me aporte sus propias conclusiones.
El señor Carson parece un hombre muy educado de refinados modales. Llama poderosamente la atención lo bien que habla español.
—No hace falta que lleve consigo nada, no tiene que tomar notas. Y ahora… sígame, por favor.
Le sigo a través de su despacho hasta llegar al ascensor.
Fuimos de departamento en departamento conociendo a sus responsables. Me han recibido de buen grado. Se han ofrecido amablemente a ayudarme en todo lo que haga falta. Yo flipaba a cada momento. La sensación de que todos están dispuestos a colaborar conmigo… ¡vaya!… quién me lo iba a decir a mí, es difícil de digerir. Almorzamos en la cafetería que hay en la planta baja del edificio algo rápido y ligero y continuamos el recorrido hasta la hora de la entrevista con el empresario alemán. Me sorprende con que familiaridad trata a los trabajadores y como se mezcla con ellos en el comedor. Es uno más a la cola del buffet y es uno más a la hora de pagar la comida. ¡Ja! Me deja boquiabierta a cada instante.
A las cuatro asistimos a la reunión en una de las salas de juntas. Esta no se alarga mucho. El alemán busca inversores para su proyecto, le interesa también la naviera que la compañía tiene en el puerto de Hamburgo para transportar mercancías peligrosas.
La jornada se me ha hecho bastante corta, pero muy intensa. Lo más sorprendente del día fue la comida en la cafetería: el señor Carson y yo compartiendo la misma mesa... —¡guau!—. Lo que más me extrañó fue que comiera en el buffet y no una comida especialmente preparada para él. Se le ve una persona sencilla.
Al llegar a casa, se me afloja todo el cuerpo, demasiadas emociones en tan pocos días.