Kitabı oku: «El despertar de Volvoreta», sayfa 5

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CAPÍTULO 7

—¡Hola, Marian!

—Andrea.

—¿Qué tal tu primer día? —sus ojos se muestran expectantes y divertidos.

—Bien. Intenso… muy intenso —contesto pensativa—He pasado todo el día con el señor Carson. Es una persona encantadora que me trata… no sé como definirlo... —hago una pausa—. No he conocido nunca a una persona tan sumamente correcta, agradable y educada, aparte de Carlos claro. El personal es encantador. Tampoco tengo mucho más que decirte, salvo que mañana tengo que redactar mi primer informe y eso me tiene de los nervios —aprieto los dientes—. Espero estar a la altura.

—Marian. Tú siempre estás a la altura —me guiña un ojo—. Tus trabajos siempre han sido de los mejores y los profesores así te lo han hecho saber, así que... amiga mía; confía un poquito más en ti.

—Gracias. Siempre te tengo a ti para recordarme lo mejor de mí —suspiro.

Suena mi móvil.

—¡Carlos! —se me dibuja una sonrisa en la boca.

—Hola —dice muy serio—. ¿Qué tal tu primer día? —es cortante.

—Bien... muy bien —no entiendo porque está tan serio—. Estás muy serio...

—Estoy muy cansado, no he dormido bien. Y el trabajo…

—Carlos… —hago una pausa—. Es por mi culpa ¿verdad?

—No.

Seguro que es por mi culpa. Debería hablar con él y aclarar las posibles dudas entre los dos.

—Quiero verte —se me hace un nudo en la garganta.

—No puedo ahora —su respuesta es seca e inexpresiva.

—Necesito verte —me impaciento.

Se hace un largo silencio, le oigo respirar.

—Carlos por favor, necesito verte —suplico.

Él no responde. Se me encoge el corazón. Andrea me mira preocupada.

—No me hagas esto Carlos, por el amor de Dios… Dime algo...

Sé que me escucha. Empiezo a entender que está dolido. Le he aceptado… a la vez le he rechazado… y en cierto modo… él no sabe a qué atenerse conmigo.

Lo que quiero es estar con él… necesito asimilar todos estos cambios que se están produciendo en mi vida. Necesito organizar mi mente.

—Tenemos que hablar —murmuro—. Háblame Carlos… me come la incertidumbre...

Cuelga.

Miro a Andrea perpleja. ¡Ha colgado!

Andrea se queda con los ojos como platos.

—¿Qué ha pasado, Marian? ¡Por Dios! ¿Qué le has hecho? —me mira perpleja.

—No… no lo sé, o sí… pero…

—¡Maldita sea, Marian! —aprieta la mandíbula—. Es fuerte pero tú te vas a encargar de destrozarlo, ¿no lo ves? —si las miradas mataran yo ya estaba muerta y bien muerta. Mi amiga está más que cabreada conmigo.

Respiro agitada, soy un auténtico manojo de nervios. ¡Qué lío tengo en la cabeza! ¿Qué hago…? —cierro los ojos y comienzan a brotar las lágrimas.

—Marian, lo… lo siento, no quería… perdóname —se acerca a mí y me coge de las manos para a continuación darme un abrazo—. Siento haberme puesto tan borde. Pero… tengo tantas ganas de veros juntos…

—Lo sé Andrea, pero no es tan fácil. No es chasquear los dedos y ya está. Todo está yendo más deprisa de lo que puedo asimilar. Sabes que la presión me puede, y no es que él me presione; soy yo la que me presiono a mí misma… —tomo una bocanada de aire intentando relajar los nervios… respiro hondo, pero las lágrimas no paran de resbalar por mi rostro—. Tengo que llamarle.

Me separo de Andrea y me seco las lágrimas.

—Sí, llámale.

Respiro hondo tres veces seguidas antes de llamar.

Pero Carlos no contesta.

—Por Dios Carlos, coge el teléfono… ¿Carlos? —mi voz sale de mi garganta con ímpetu.

—Dime —esta vez su voz es dulce.

—Quiero verte, tenemos que hablar —me tiembla la voz.

Se hace un silencio helador, pero insisto.

—Te necesito —mi voz es un hilo.

—Paciencia, Marian.

—No te entiendo.

—Estoy llegando.

El corazón me da un vuelco en el pecho, la sien me late frenética. Caigo sentada sobre el sofá, las piernas no me sujetan.

—¿Qué pasa? —pregunta bajito Andrea.

Mi mente ignora su pregunta.

Sigo al teléfono con la mirada perdida.

—Tranquila… son solos tres minutos —cuelga.

—Viene hacia aquí —murmuro.

—Bien. Arregla esto Marian. Yo me voy y así os dejo tranquilos para que habléis. Ya hablaremos tú y yo —acaricia mi pelo con su mano mientras me regala una sonrisa cómplice.

Los tres minutos se me hacen largos y angustiosos. Ni siquiera sé qué decirle. Tengo la cabeza, la mente destrozada, necesito tranquilizar mi alma —cierro los ojos para relajarlos unos instantes; me duelen.

Suena el timbre. Me tiembla todo el cuerpo. El desasosiego se apodera de mí. Según avanzo hacia la puerta la angustia es mayor. Solo de pensar que le voy a tener delante…

Ahí está él.

Sus ojos están tristes y el pelo lo tiene algo alborotado. Lleva unos vaqueros ajustados y una camisa negra remangada hasta debajo del codo. Mis piernas me sujetan a duras penas. Le dejo pasar apartándome a un lado de la puerta. Él baja su mirada al suelo mientras se pasa los dedos de la mano derecha por el cabello.

Se sienta en el sofá con las piernas separadas y los codos apoyados a la altura de las rodillas, la cabeza apoyada entre las manos, con la mirada perdida en el suelo. Me acerco a él despacio, observándole. No hemos cruzado ni una sola palabra. Le miro. Mi respiración es lenta y ahogada, me tiemblan las manos y el cuerpo entero. Trago saliva. Tomo asiento casi a un metro de él en el sofá. Froto nerviosa la palma de mis manos sobre mis muslos, me balanceo de delante a atrás ligeramente angustiada. Me noto la boca seca, muy seca.

—¿Qué sientes por mí, Marian? —su pregunta me cae como una jarra de agua fría. Ni siquiera me mira.

El corazón se me desboca. Él espera una respuesta convincente. Me siento perdida, no me atrevo a hablar de mis sentimientos; no estoy segura de acertar con mis palabras. Temo herirle aún más.

—Querías verme ¿no? Aquí estoy. Dime —sigue sin mirarme. Levanta la cabeza y la echa hacia atrás, a la vez que inspira fuerte, suelta el aire por la boca y baja la mirada hacia mí. Me mira de reojo sin mover la cabeza. Finalmente apoya la espalda en el respaldo del sofá y pone las manos en su regazo.

—Lo que siento es especial —es lo único que acierto a decir.

—Estás muy lejos —gira su cabeza y mira mis manos temblorosas—. Te he esperado pacientemente. Te he dado tiempo o mejor dicho, nos dimos tiempo mutuamente. No me he sentido obligado a ello. He seguido con mi vida con total normalidad. He conocido otras chicas y he tenido con alguna de ellas relaciones esporádicas. El conocer a otras me ha confirmado lo que siento por ti. Yo estoy muy seguro de lo que siento y de lo que quiero. No quiero pasar más tiempo sin ti.

Me duele escuchar su confesión, pero le entiendo perfectamente. Estaba al corriente de sus relaciones. Me vuelvo hacia él apoyando el codo en el respaldo del sofá, apoyo la cabeza en la palma de la mano y le observo, estoy algo más calmada. Solo de pensar que sus labios, sus manos, su… han tocado el cuerpo de otras… me hierve la sangre. Pero nadie es dueño de nadie y no puedo reprocharle nada.

—Tengo claro que siento algo muy especial por ti… no podría estar con nadie que no fueras tú. Yo no he tenido relaciones con nadie. He salido alguna vez con algún chico al cine y a tomar algo pero… no necesitaba estar con nadie, solo necesitaba sacar adelante mi carrera.

Me mira con sus ojos negro intenso, está expectante. Sé que quiere saber algo más. Entreabre los labios y se muerde el labio inferior. Yo me quedo boba mirándole, sus labios… Se mueve en el sofá hasta quedar a pocos centímetros de mí.

—¿Qué más? —sigue muy serio.

Sonrío suavemente. Respiro profundo, mientras trato de sostener su mirada.

—Lo que siento por ti es profundo y, sí, quiero seguir viéndote. Quiero retomar lo nuestro. Olvidar todo lo sucedido anteriormente. Sabes a que me refiero. No quiero más interferencias de terceras personas en nuestra relación. Hay cosas que tengo que superar… y creo que estoy en buen camino. Sabes de qué te hablo.

—Lo sé, esa persona hizo mucho daño a nuestra relación. Pero… vaya. Tus palabras no calman mis dudas —tuerce el gesto.

—¿Qué quieres que te diga? Sabes que me cuesta expresar mis sentimientos. Si… ¡Dios mío!, la otra noche fue increíble. Me hiciste sentir como una diosa. Me hizo darme cuenta de que te necesito, que necesito tu dulzura, tus besos, tus caricias, tu mirada. Te necesito en cuerpo y alma, lo quiero todo de ti, pero no sé como canalizar todo lo que siento hacia ti. Sigo necesitando tiempo y que me ayudes. Solo te pido un poco más de paciencia… Ahora es como volver a conocerte, has cambiado mucho… y… he de confesar... que ese hecho me asusta y me gusta a la vez —el me sonríe a la vez que baja la mirada a mis piernas y la levanta nuevamente hacia mis ojos.

—¿Te asusto? ¿Te doy miedo? No esperaba causar ese efecto en ti —sonríe.

—Has madurado mucho —me sonrojo—. La diferencia es evidente, me llevas cuatro años, más el año que he perdido metida en mi mundo.

—Ya. Estoy seguro de que madurarás a su debido tiempo ¿no? Quizá… puede que yo te ayude a ello.

Me ruborizo notablemente. Quito el codo del respaldo del sofá y me dejo caer hacia atrás mirándome las manos que tiemblan a causa de mis revelaciones y de su cautivadora e intensa mirada.

—Marian, estoy loco por ti —su mano retira con lenta dulzura un mechón de pelo que me cae por delante de la cara. Me toca con su dedo índice la punta de la nariz mientras sonríe.

—Empecemos de nuevo Carlos, de cero, sin prisa —le suplico con la mirada.

—¿Quieres de verdad mantener una relación conmigo?, ¿no dices que te doy miedo? —su voz es sinuosa y cautivadora.

—Más bien respeto —sonrío—. Creo que esa sería la palabra más acertada —le digo con cierto reparo.

—¿Te incomodo? —arquea las cejas esperando una respuesta.

—La verdad que gratamente. Me gusta —noto como mis mejillas se ruborizan de nuevo a la vez que mis labios le muestran una tímida sonrisa.

Me mira fascinado, su rostro está más sereno y afable. Lo acerca a mí. Sus labios están al lado de los míos. Se me corta la respiración, mi cuerpo se tensa y trato de retroceder un poco al sentirme intimidada por su proximidad.

—A ver si lo he entendido: quieres tiempo, deseas estar conmigo… pero… te sientes cohibida por mí. Me sorprendes. ¿Qué es lo que hago yo para que te sientas así?

Bajo la cabeza huyendo de sus ojos y de esos jugosos labios que me acechan peligrosamente. No soy capaz de contestar a su pregunta. Pero me atrevo a contestarme a mí misma: “morbo”. Una intensa sensación de inquietud cuando está cerca de mí, o cuando me mira muy de cerca… me altera de forma especial. ¡Dios! Vaya manera de hacerme hervir la sangre.

—Ya veo el efecto. Eso te gusta de mí y… —me sonríe fascinado como si hubiera descubierto en mí algo verdaderamente sorprendente.

Levanto la cabeza y le miro mientras me muerdo el labio inferior. Él recorre con sus ojos mi rostro, mi pelo, mi cuello... ¡Dios! ¡No sigas, por favor! —cierro los ojos y bajo la cabeza de nuevo.

—El viernes no causaba este efecto en ti. Recuerdo que era totalmente diferente.

Levanto mi mirada hacia él, me arde intensamente la cara.

—He de confesar que me gusta el efecto que tengo sobre ti. Tiene mucho morbo. Creo que voy a conocer a una nueva Marian. Te descubriré poco a poco, sin prisa —de su mirada surge un destello llameante e incendiario—. ¿Así que existe otra Marian diferente a la que tuve entre mis brazos hace… tan solo dos días? Eso es… es…. —sonríe alucinado.

—¿A lo mejor no te gusta? —mis ojos se tornan tristes.

—Así que desde la otra noche has cambiado. ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar, Marian? —frunce el ceño buscando a la vez con sus ojos los míos.

—Quizá el darme cuenta de que no eres el mismo que conocí hace un año y diez meses. Quiero tratar de explicártelo bien para que lo entiendas. No he descartado nunca el retomar nuestra relación. Sé que he interpuesto todo a mis sentimientos, a mi relación contigo. Soy consciente que ha sido doloroso para los dos aunque hayamos estado siempre cerca el uno del otro. Necesitaba… acabar la carrera. No podíamos seguir en el plan que estábamos, no por tu culpa, ni mucho menos; sino por la mía. No quería que se deteriorara nuestra relación y menos nuestra amistad. Ahora... hay un antes y un después. Y el después…—hago una pausa— está lleno de inseguridades y miedos por mi parte. La otra noche es el puro reflejo de lo que queremos los dos. Sin embargo yo voy muchos pasos por detrás de ti.

—Admiro tu sinceridad —sus ojos acarician mi rostro a su paso—. Duele —suspira— duele tu rechazo. Intento entenderte. Sí —dice pensativo, mientras su mano derecha se aproxima lentamente a mi mano izquierda y la toma con suavidad, acaricia mis nudillos con su pulgar y baja su mirada hacia esta—. No puedo… —se dibuja una ligera línea curva en sus labios— dejar de intentar conquistarte, no me lo puedo permitir. Si hay una nueva Marian en ti, quiero sin duda alguna descubrirla. Sin prisa —sonríe entre nervioso y decepcionado, mientras acaricia mi mejilla con el dorso de su mano derecha.

—Soy “inmadura“ —le miro con ligero temor. Temor… porque esto no ha acabado aquí. En el fondo, temo que esta situación dé un giro inesperado y Carlos decida rendirse y le pierda definitivamente.

—Te equivocas —su voz es rotunda—. ¡Mírame! Solo necesitas que nos conozcamos más. Entiendo que hay un antes y un después entre nosotros, soy consciente de ello. ¿Qué quieres que haga ahora? —me levanta la barbilla para poder ver mis ojos, yo le miro con timidez, apenas puedo sostener su mirada. Es cierto, necesitamos conocernos nuevamente como pareja y para ello se necesita tiempo, el tiempo que le pido y que espero… tenga la suficiente paciencia para darme.

—¿Qué quieres hacer tú? —No entiendo a qué se refiere.

—No me contestes con una pregunta.

¡Guau! Se ha puesto muy serio.

Me impone.

Se aproxima lentamente a mí, fustigándome con su arrolladora mirada.

Su brazo izquierdo avanza hacia mí rodeándome la cintura, a la vez que atrae mi cuerpo hacia él. Su brazo derecho se anima a seguir al izquierdo. Me abraza tiernamente, su cara se envuelve en mi pelo; yo me abrazo a él nerviosa —tiemblo—. Mi cara está contra su pecho, escucho los latidos de su corazón… música celestial que emana de su interior.

—¿Estás asustada? Tiemblas... confías en mí ¿verdad? —besa una de mis mejillas con ternura. Sé perfectamente lo que no quieres que haga ahora mismo—. Retiro mi cara de su pecho y le miro atónita. Él me observa sereno. Su mano derecha asciende por mi espalda hasta mi nuca, sus hábiles dedos se enredan en mi pelo atrayéndome hacia él, hacia su boca… mis labios se entreabren ligeramente, ansiosos por recibir sus jugosas atenciones… Finalmente, él gira su rostro y mis labios acaban, frustrados, en su mejilla. Froto dulcemente mi mejilla contra la suya, me ha dejado con las ganas. La tensión es despiadada conmigo. Mis ojos se tornan lascivos, lascivos por un beso… sí… anhelo un beso y sí… cuanto más tarde en besar sus labios más placentero será.

¡Síííí.... Soy “masoca”!

Quiero un beso. Necesito sellar la paz.

Busco tímidamente su cuello, aspiro su aroma a… hombre… es cálido y suave, muy suave. Cierro los ojos, quiero sentirle con más intensidad. Él está encantado, lo sé. Con una mano retira el pelo de mi nuca y besa mi cuello, un suave gemido sale de mi garganta. Él se mantiene silencioso. Nuestras mejillas se vuelven a juntar, mis labios acarician la suya y él hace lo mismo con la mía. Nuestros cuellos comienzan una danza sensual y provocativa. Separo mi cara y le miro a los ojos. Antes de que él se mueva, intento darle un beso en su otra mejilla. Él echa la cabeza hacia atrás, me hace “la cobra”. Hundo mis labios en su cuello y subo a su mejilla arrastrando mis labios, buscando los suyos… primero su barbilla y después… —mueve ligeramente la cabeza— la comisura de sus labios. ¿Por qué no me deja acercarme a sus labios? Esto es frustrarte.

—¿Me rehuyes? —le pregunto mientras mis labios se acercan al lóbulo de su oreja.

Se separa de mí hacia atrás y me mira desconcertado —sonríe finalmente.

—No me hagas esto —bajo la cabeza avergonzada—. Quieres que te suplique un beso, ¿no es eso?

Me abraza fuerte. Sus labios están a la altura de mi oído izquierdo

—¿Quieres un beso? —asiento con la cabeza.

Su calor traspasa mi alma. Se separa y apoya su frente en la mía. Frota su nariz contra la mía, siento el calor de su boca en mis labios, acerco tímida mi boca a la suya, nuestros labios se rozan, me muerdo el labio inferior. Él abre un poco los labios; nos miramos. El anhelo es aún mayor. ¿Tengo que buscarlo? —suspiro afligida—. Rozo de nuevo mis labios contra los suyos, la punta de mi lengua acaricia su labio inferior. Él se contrae y se muerde el labio con fuerza —eso me gusta—. Vuelvo a acariciar sus labios con los míos y me vuelvo a separar… le miro a los ojos… —¡Dios! ¡Me muero! —Me abrazo fuerte a él.

—¿No te atreves? —su voz es débil.

Me obliga con sus manos a separarme y mirarle. Me siento vencida. No puedo mirarle y agacho la cabeza.

Me vuelve a abrazar con fuerza, casi no me deja respirar, aunque ya no sé si respiro o no. Busca mi cuello con sus labios, asciende por él hasta mi barbilla. Me mordisquea suavemente mientras su mano derecha asciende por mi cuello hasta atrapar mi mandíbula. Suaviza la presión que en ella ejerce. Su mano continúa por mi nuca y se detiene. Con el brazo izquierdo tira de mí hasta colocarme encima de él con las rodillas apoyadas en el asiento a cada lado de sus caderas. Quedo sentada cerca de su sexo. Él se deja escurrir hacia abajo para que yo esté más cómoda y mi sexo quede justo encima del suyo. Noto lo mojada que estoy. La erección de Carlos es generosa. Me mira con ojos que manan deseo contenido.

Aferra su brazo izquierdo a mi cintura, su mano derecha sigue en mi nuca y me atrae hacia él. Suelta un jadeo. Yo me estremezco al oírlo. El corazón me late con furia. Él sube y baja su pelvis despacio, acompasado, ejerciendo una suave presión en mi sexo. ¡Ummm…! Dejo caer la cabeza hacia atrás obligando a bajar su mano al principio de mi espalda. Él sigue con su suave movimiento de caderas. Los dos estamos muy excitados. Mis manos se unen en su nuca, levanto la cabeza y apoyo mi frente en su frente. Jadeo. Cierro los ojos. Sigue presionando su sexo contra mi sexo. Abro los ojos: él está mirándome.

—¡No puedo más, Carlos! —suplico

Él está serio, con los ojos entornados y jadeantes. Sonríe mientras sus labios buscan la comisura de los míos. Giro lentamente mi cabeza para encontrarme de lleno con sus labios… pero no me deja… ¿Me está controlando?… ¿Me está torturando? Me duelen las entrañas. Noto dolor en todo el cuerpo, ¡si sigo así me voy a desplomar! ¿Pero por qué no intenta quitarme la ropa? Él sabe que me encantan los besos… es uno de mis juegos favoritos, ponerme a tope, jugar con la provocación…

—Carlos, ¿a dónde me quieres llevar con tu juego?

Él sigue moviéndose debajo de mí, ágil y acompasado. Ignora mi pregunta y mi súplica. Vuelve a la comisura de mis labios, yo me abandono rota, deshecha.

—¡No aflojes el cuerpo! —me recrimina.

Me pongo erguida. Respira junto a mi boca. Eso me gusta. Me besa bajo el labio inferior, sin dejar de mover su pelvis. Acaricia sus labios con los míos, su lengua… bordea mi labio superior —jadeo fuerte—. ¡Qué delicia! Me da un toque en el centro del labio inferior con ella, mis labios están entreabiertos y se abren un poco más esperando impacientes a ser devorados. Los músculos de mi entrepierna no paran de contraerse y apretar las caderas de Carlos con fuerza. Le gusta. Sigue jugando conmigo. Luego dicen del sadomasoquismo. ¿Esto qué diablos es entonces? —me pregunto. Esto también duele y mucho.

Nuestros cuerpos empiezan a llevar un compás frenético. La respiración de los dos es fuerte y densa. Me muerde el labio superior y lo humedece con su saliva. ¡Ay! Eso duele, pero me encanta. Se me seca la boca, jadeo sin parar, no puedo contenerme necesito… Finalmente acaba con mi ansia, sus labios se apoderan de los míos con decisión y ternura a la vez, su saliva inunda mi boca. El placer comienza a extenderse por cada poro de nuestra piel, nuestros cuerpos se sacuden por las sensaciones más deliciosas que se puedan desear. La ropa interior se inunda con los fluidos corporales. ¡Dios! ¡Qué delicia! No deja de besarme, hemos esperado demasiado y ninguno de los dos está dispuesto a parar. Nuestros labios parecen dos imanes pegados el uno al otro, los dos estamos muy necesitados de contacto físico. Se separa unos centímetros de mis labios y me mira; yo le miro también y cierro los ojos. Su mano acaricia mi rostro.

—Eres muy hermosa —me besa de nuevo.

Me desplomo sobre su cuerpo, no puedo más. Apoyo mi mejilla en su hombro a la vez que me abraza.

Cierro los ojos y me abandono al relax.

Abro los ojos. Mi cuerpo da un respingo al comprobar que estoy en mi habitación tumbada en la cama. ¿Cómo he llegado aquí? Vuelvo la cabeza hacia mi izquierda; ahí esta él, tumbado de lado mirándome y apoyado en el codo derecho.

—No te asustes —sonríe mientras me acaricia el óvalo de la cara con la yema de los dedos.

Compruebo que estamos vestidos.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida? —le pregunto con los ojos aún perezosos.

—Solo veinte minutos, más o menos. Te veo más relajada —sonríe—. Te ha sentado bien una cabezadita.

Suspiro profundamente llenando a tope mis pulmones de aire. Lo que me ha sentado bien han sido sus besos, sus caricias y esa sensación de tensión en mi cuerpo que me recuerda que estoy más viva de lo que pensaba.

—¿Qué voy a hacer contigo, Marian?

Me encanta escuchar mi nombre de sus labios.

Me encojo de hombros. Coloco el dorso de mi mano derecha sobre mi frente… Cierro los ojos un instante intentando ordenar mis pensamientos.

—Deberías cambiarte de ropa, vas a coger frío —dirige su mirada hacia mi sexo.

Me incorporo apoyada en los codos y veo una mancha oscura en mi pantalón gris, justo en la entrepierna. Bajo la mirada avergonzada. Él me levanta la cara y la gira hasta besar mis labios.

—No pasa nada. Pero tienes que hacer algo —asiento con mi cabeza.

—Voy a ducharme. No te vayas —me levanto despacio y cojo la ropa que necesito del armario.

A los diez minutos entro en la habitación. Él incorpora su cuerpo para mirarme. Llevo un pijama de dos piezas que queda ajustado a mi cuerpo, acentúa con descaro mis pechos. Se pone de pie y me doy cuenta, que tiene dos pequeñas manchas húmedas en su bragueta: una producida por sus fluidos y otra seguramente por los míos, eso está claro. Se mira, sonríe entornando los ojos, se saca la camisa y cubre la zona con ella.

—¿Ves? Ya no se ven —se acerca como una pantera silenciosa. Yo me doy la vuelta mirando hacia el escritorio donde tengo el ordenador intentando disimular que coloco algo. Me siento avergonzada. ¡Vuelta a lo de siempre Marian! ¡Tú… con tu maldito rol! —me cabreo conmigo misma.

—¿Por qué no hemos hecho el amor? —pregunto.

Sonríe mientras mueve de un lado a otro la cabeza.

—Tú no querías eso ¿verdad? No hemos sido capaces de parar ese juego que tanto te gusta —¡Dios! Se acuerda de lo mucho que me gustan los besos, de que me encanta ponerme al borde del éxtasis solo con besos… pero hemos ido más allá… ya era tarde para parar y quitarnos la ropa de encima.

Rodea mi cintura con sus brazos y me atrae hacia él, su sexo presiona levemente encima de mis glúteos; aún no se ha relajado del todo.

—¡Qué bien hueles! —me gira hasta quedar frente a él. Observa mis senos ávido de deseo; la verdad es que la camiseta es muy sugerente.

—Tienes los pezones excitados —cubro rápidamente mis pechos con los antebrazos apretándolos para que se bajen; su comentario hace que me ruborice.

Me desconcierta no haber acabado… aunque el morbo de desear al otro sin casi tocarse y llegar al orgasmo… es una pasada.

—Carlos déjalo ya —le suplico mientras le miro a los ojos con ternura.

—No voy a hacerte nada, tranquila —acaricia con una de sus manos mi cabello mientras la otra sigue rodeando mi cintura—. Tengo que irme —suspiro apenada mientras asiento con la cabeza—. Al final no me has contado nada de tu primer día.

—Ah, pues… bien. Ha sido interesante. El señor Carson me ha llevado por todos los departamentos y me ha presentado a los responsables de cada uno de ellos y después… he asistido con él a una reunión. No hemos hecho gran cosa como ves.

—Por algo se empieza.

—Ya te iré contando.

—Vale.

Salimos de mi habitación agarrados por la cintura, caminamos por el pasillo sin despegar nuestros cuerpos mientras nos prodigamos arrumacos y caricias. Una de sus manos va arrastrándose con lento movimiento hasta posarse en el principio de mis glúteos, justo donde se unen con la espalda. Mis glúteos se contraen al notar el calor de su mano; la mueve de un lado a otro despacio, acariciando… la sensación es… ¡sin palabras!

—Llevas tanga… —ronronea en mi oído.

Me separo de su cuerpo sonrojada.

—Carlos. Tienes que irte. Ya está bien por hoy, me agotas.

—Está bien. La verdad es que los dos estamos muy cansados —se pasa las dos manos por su cabello ordenándolo—. Ya hablaremos —sus labios se acercan a mi oído—, tu cuerpo responde perfectamente a mis estímulos cómo mujer que eres… pero tu cabeza… tienes que dejar de pensar tanto.

Le miro atónita.

—¿Por qué me dices eso?

—Es cierto. Tu cuerpo responde muy bien, pero tu mente está a años luz de él. Pero no te preocupes, ya haremos lo que haga falta para que estén bien coordinados.

—Me estás volviendo loca. Anda —hago una pausa mientras le miro a los ojos—, vete ya, torturador.

—¿Torturador? —me mira con cara de incrédulo, como si con él no fuera la cosa.

Abro por fin la puerta para que se vaya.

—¿Torturador? —me repite la pregunta.

—Sí… vete —le insisto para que se marche.

—Hablamos ¿vale? —parece un crío feliz.

—Sí —sonrío.

—¿Qué tal, Marian?

Pego un salto en el sofá, me he quedado relajada recordando lo sucedido en él y no me he percatado de que llegaba mi querida e implacable amiga.

—Bien —me incorporo para quedar sentada.

Andrea me mira de reojo con cara pilla.

—He visto marcharse a Carlos, parecía contento.

Suspiro.

—Hemos hablado un momento. ¿Habéis solucionado el problemilla?

—Sí… creo que así ha sido. Pero solo por ahora… —pierdo mi mirada en el suelo. Ella se acerca, se agacha quedando frente a mí.

—Vamos Marian. ¿Qué es eso de “por ahora”? —su mirada es penetrante, entorna los ojos esperando una respuesta que la convenza.

—Andrea. Intento ordenar mis pensamientos, deseos, prioridades y lo conveniente para mí y para él. Está claro que Carlos no es el mismo chico que conocí hace cuatro años y tampoco con el que estuve hasta hace un año. Es mucho más maduro, está más asentado como más… hombre en toda la extensión de la palabra. ¡Es un hombre hecho y derecho! Llevaba un año trabajando cuando comenzamos a salir juntos, no era tan evidente la diferencia de edad, pero ahora… ¡uf! Me falta mucho por madurar y estar a su altura —ella me mira atenta sin perderse ni una palabra de lo que digo—. Me siento insignificante a su lado, no soy… —hago una pausa—, no soy suficiente para él.

—Estás equivocada. Y aunque te falte algo de madurez, a Carlos eso no le importa, todos necesitamos nuestro tiempo —coge mis manos temblorosas entre las suyas tratando de apaciguar mi ansiedad. Escucha —trata de llamar mi atención—. Él sabe perfectamente lo mal que lo has pasado este último año y, sí, hemos hablado varias veces sobre el tema y lo único que desea con toda su alma es que después de todo lo mal que lo has pasado, encuentres la estabilidad que te falta. Él quería esperar un poco más a que estuvieras centrada, pero… yo influí para que se precipitaran las cosas —se encoge de hombros reconociendo su culpa.

—No te preocupes querida amiga —suspiro afligida—. Te puedo jurar que desde lo más adentro de mi alma, de algún modo, te lo agradezco. Debemos darnos nuestro tiempo, y... bueno, ahora que tengo trabajo, me imagino que… —suspiro de nuevo— todo se irá arreglando: mi cabeza, mi corazón, mi alma y Carlos —sonrío algo frustrada.

—Sí Marian, el trabajo, la responsabilidad y la estabilidad económica te harán madurar como es natural en casi todos. Aunque algunos y algunas que yo conozco necesitan un milagro para eso...

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9788494968327
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