Kitabı oku: «El frágil aleteo de la inocencia», sayfa 6
CAPÍTULO 12
Me percato de que una persona pasa por mi lado como una exhalación. Se dirige al señor Carson. La veo de espaldas: una mujer más alta que yo, cabello largo rubio platino, taconazos de infarto… un traje de falda y chaqueta color verde botella y un ancho cinturón negro ceñido a su cintura a juego con los zapatos.
—Dios mío. ¡Cuántas ganas tenía de tenerte aquí, te he echado tanto de menos! —dice esta con la voz tomada por la emoción.
Acto seguido se funde en un caluroso pero corto abrazo con el señor Carson.
—Rachel, hija. ¡Cuántas ganas tenía de verte!
Esta contesta con aire despreocupado:
—Bueno papá ya sabes, he estado viajando de aquí para allá. No he tenido tiempo ni de descansar pero ahora, por fin, ya he aterrizado en Washington. Tantas entrevistas y reuniones me han dejado agotada. Pero ya estoy aquí —la oigo reír mientras le da a su padre unos golpecitos con la palma de las manos a ambos lados de los hombros.
—Espero que se te dieran bien los asuntos que tuvieras que tratar —dice el señor Carson.
Vuelvo a sentirme ignorada, ¿o es que me estoy volviendo un poco… quisquillosa? No puedo ser siempre el centro de atención.
—Alan, hermano.
Rachel suelta a su padre y se va hacia su hermano, le coge por los hombros y le planta un beso rápido en la mejilla mientras este la coge por los antebrazos.
Rápidamente Rachel se vuelve hacia mí.
Ese traje verde que viste, hace perfecto juego con el verde de sus ojos.
Lleva puesto en su rostro una ligera base de maquillaje. Sus grandes y brillantes ojos verdes solo están maquillados con máscara de pestañas negra. En sus mejillas lleva un sutil toque de colorete en tono coral y sus labios finos están perfectamente maquillados con un lápiz de labios rojo terciopelo. Dos mechones ondulados caen a ambos lados de su rostro, su mandíbula es cuadrada, su nariz fina y recta; en sí es una mujer muy atractiva al igual que su hermano, de hecho se parecen mucho. Apoya el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda y la derecha la estira hacia el lado, coloca las manos a ambos lados de su estrecha cintura como si de una modelo se tratara. Su pose algo chulesca y desafiante me enerva. Sus ojos recorren mi cuerpo con descaro: una, dos, tres y hasta cuatro veces. Sin embargo yo no soy capaz de mirarla con la misma desfachatez con la que ella me mira. Es una descarada mal criada.
Me siento intimidada por esa mujer. Es desagradable la forma en la que me mira, como si fuese un bicho extraño. Lo siguiente… es ladear su bonita cabeza a un lado mientras pone en su boca una mueca de aprobación mientras asiente con la cabeza. El tono de su voz cambia. Antes tenía un tono despreocupado y ahora se ha convertido en un tanto burlón.
—Vaya… ya te tenemos aquí. La nueva adquisición de Carson & Carson —dice mientras gira la cabeza para mirar a Alan y acto seguido le guiña un ojo mostrando una sonrisita pícara. Parece estar diciéndole: ¡hermanito, menudo bombón acaba de traerte papá!
Procuro mantener las formas, me resulta ofensivo su comentario y el gesto que acaba de hacer a su hermano. Estoy empezando a cabrearme, pero pienso que a lo mejor exagero aunque no me gusta nada la manera en la que me trata esa rubia de bote.
¡¡Dios santo, parece que estoy a la defensiva todo el tiempo!!
Respiro hondo. Vale, tú siempre eres prudente y normalmente no te tomas a pecho comentarios o acciones que la gente tiene contigo nada más conocerte, les das tiempo y te das tiempo a ti para conocerlos.
Alan dirige una mirada de desaprobación a Rachel. Esta encoge los hombros como diciendo: ¡no he dicho nada, no me mires así!
El tiempo pasa pero parece que ninguno: padre e hijo piensa mediar entre la rubia y yo.
—Tú eres Marian, la tan esperada Marian —me vuelve a mirar con curiosidad de arriba abajo.
Cruza los brazos por delante de su cintura con aire de superioridad.
—Vaya… no te suponía tan joven —dice seria —y tan bonita.
—Rachel, estás intimidando a Marian —le reprocha su padre—. Anda, no seas traviesa y pórtate como una señorita educada.
Alan no aparta su mirada de mí. Me mira serio, parece estar esperando a que reaccione ante el ataque de Rachel.
Decido mantenerme inalterable, solo observándola y sin dar pie a que siga atacándome. No le voy a dar ese gusto.
—Esperaba que fueras más mayor y más… fea. Eres más llamativa de lo que imaginaba —me mira con ojos de pillina—, vaya, eres hermosa y delicada, si señor… Una delicia para cualquier hombre que se precie.
—Por favor, Rachel.
Se escucha por fin la autoritaria y firme voz de Alan.
—Para de una vez, estás molestando a Marian.
Esta se gira sobre sus pies y mira a Alan.
—¿Qué pasa hermanito…? ¿No es cierto lo que digo?
—Aquí lo único cierto es que estás diciendo un montón de tonterías y que Marian no se merece que le hables de esa manera.
Alan me mira con gesto de preocupación por encima del hombro de su hermana. El señor Carson se muestra claramente molesto.
—Marian, perdona a Rachel. No sé qué mosca la ha picado, no se lo tengas en cuenta—me pide el señor Carson.
Yo les miro a los tres sin entender nada. No entiendo el comportamiento que están teniendo conmigo. El señor Carson no parece ni el mismo, ¿quizá Rachel es capaz de influir sobre los dos varones de forma negativa? ¿Es capaz de anular a Alan y al señor Carson?
—Está bien… —se vuelve hacia mí—, solo estaba bromeando, te estaba tomando el pulso.
Su cara se ilumina y una enorme sonrisa se extiende por su rostro, sus ojos se vuelven chispeantes, llenos de energía; una transformación total.
—Perdóname, Marian —suspira—, tenía ganas de conocerte y de ponerte a prueba. La has superado con creces, ni te has alterado un poco. Esperaba que saltaras como un resorte. Como ya sabes soy Rachel y te doy mi más sincera bienvenida.
Veo como se me acerca con la mano extendida.
Yo… miro a ambos, padre e hijo. Mi rostro, estoy segura, muestra desconfianza y decepción.
Finalmente Rachel se detiene a una corta distancia de mí y sigue ofreciéndome su mano. Yo dudo, esto me parece una broma pesada y peor me parece… que el señor Carson no haya puesto antes punto y final a la parodia de esta mujer. Decido estrechar su mano brevemente no sin antes lanzarle una mirada de desaprobación. Ella entiende a la perfección mi malestar y me pide con un gesto que la perdone.
—Marian, Rachel, mi hija… es muy peculiar. Ambos —se refiere a Alan y a él— la conocemos muy bien. Temíamos que no te aprobara pero por su extraña forma de comportarse sabemos que le has caído de maravilla; aunque a ti no te lo parezca.
Vaya… menudo consuelo y menuda forma de aprobarme… Estoy descolocada y confusa, pero bueno… ¿esta es manera de recibir a una persona? ¿La educación de esta gente dónde está? Y lo que me parece aún peor… ¿cómo el señor Carson permite que su hija tenga ese comportamiento conmigo? ¿Están locos o qué?
—Rachel es muy peculiar —dice Alan— hay que dejarla, es un encanto te lo aseguro —me trata de tú a tú con una risueña e inocente sonrisa que aún no había descubierto en él—. Ahora puedes estar segura de que le gustas.
—Sí, perdóname Marian. Creo que nos vamos a llevar bien pese a este primer encuentro.
Tomo aire. Todos mis sentidos están en alerta. Me parece todo muy extraño y desconfío.
—No entiendo la broma y menos la manera de dirigirse a mí, señorita o señora.
Los tres se quedan extrañados ante mi reprimenda, utilizo un tono suave pero contundente a la hora de reprender.
—Tienes razón —Rachel se apresura a dirigirse a mí conteniendo el avance de su padre, supuestamente dispuesto a mediar entre su hija y yo—. Sin duda no son maneras… pero… así soy yo… te pido disculpas. Te aclaro que soy señorita ya que no estoy casada —suspira después de aclararme su estado civil—. He de confesar que tengo un extraño sentido del humor, pero eso ya lo saben aquí los presentes —dirige la mirada a su padre y a su hermano—, cuando alguien me gusta… aunque la acabe de conocer, me gusta saber cómo respira. Vas a pasar mucho tiempo con dos de las personas que más quiero en este mundo y aunque pueda parecerte una loca te aseguro que estoy muy cuerda— su mirada delata la sinceridad de sus palabras.
Sus argumentos siguen sin convencerme del todo. Para ella es un juego pero para mí…
—Acepto sus disculpas.
—Confío en que este hecho no empañe nuestra relación.
Respiro hondo, suelto todo el aire de los pulmones y…
—Seguro que no —respondo finalmente.
—Está bien chicas, ¿qué tal si corremos un tupido velo y nos vamos a comer? —nos sugiere el señor Carson con entusiasmo.
—Me encanta la idea papá —dice Rachel— Tenemos muchas cosas que contarnos.
Acto seguido me busca con la mirada esperando que le diga algo.
—La verdad es que tengo hambre —afirmo con una media sonrisa.
Alan nos observa a los tres con una pose distante, como si la proposición no tuviera nada que ver con él.
—Siento no poder acompañaros, tengo trabajo que hacer —me lanza una mirada llena de intenciones. Parece lamentar no poder acompañarnos.
—Hijo…
Alan pone el cuerpo tenso y el gesto grave.
—Lo siento papá, pero es muy importante que deje zanjados algunos asuntos —su cara delata cierta preocupación. Apoya las manos a ambos lados de sus caderas y baja la mirada al suelo con gesto de verdadero fastidio. Parece ser que es primordial que atienda algunos asuntos sin demora.
—Como quieras. Luego te veré.
—De acuerdo —zanja la conversación.
La verdad es que me da cierta tranquilidad saber que Alan no va a venir a comer con nosotros, bastante voy a tener con su hermanita… Espero que no me dé la comida.
Mientras estoy reflexionando… padre e hija se dirigen a la puerta del despacho mientras yo me quedo paralizada mirando a Alan Carson. Su mirada perdida se encuentra en estos momentos buscándome y al fin sus cautivadores ojos verdes capturan los míos. Un delicado y suave escalofrío recorre mi espalda haciendo que mi cuerpo se yerga. Su forma de mirar… creo que estoy magnificándolo todo, cada gesto suyo, cada palabra, cada mirada, cada atención que tiene hacia mí creo exagerarla en la medida que la intimidad de mis pensamientos me permiten. Su mirada me retiene de manera extraña e incomprensible, pero ahí me tiene, en la intimidad de un tú a tú privado. Solos, él y yo, en un tortuoso y agónico silencio.
CAPÍTULO 13
¡Malditos nervios!
Aparto la mirada de Alan y mis ojos se pierden en la estancia sin mirar a nada en particular. Sigo paralizada ante él. Me mira como si me quisiera decir algo y no se atreviera; lo medita, se da su tiempo y…
—Gracias —murmura
¿Gracias? ¿Por qué?
—No entiendo.
—Por cuidar de mi padre —sus sinceras palabras me conmueven.
Respiro hondo, estoy bastante inquieta y sé que se me nota.
—Solo hice lo que debía hacer en ese momento —respondo en un resuello.
—Lo sé y me siento agradecido por ello. Tu determinación fue crucial a la hora de la rápida recuperación de mi padre, si no fuese por ti… ¡quién sabe cómo estaría él ahora!
—No piense en eso, él está aquí y fuera de peligro.
—Pero pienso que sin tu ayuda todo hubiera sido diferente.
—Marian, ¿vienes a comer o piensas quedarte a charlar con Alan? —me pregunta el señor Carson con cierta reticencia. Vuelvo mi cabeza hacia él y veo que no parece gustarle lo que estamos hablando y trata de cortar la conversación.
—Ya hablaremos —dice Alan ante el reclamo que me hace su padre. Acto seguido se da la vuelta y se sitúa detrás de la mesa.
Le observo… sigo sin ser capaz de moverme… creo intuir que nuestra conversación no acaba así, sino que queda algo más que decir por su parte… pero eso tendrá que esperar.
Alan apoya las manos sobre la mesa e inclina su cuerpo sobre esta con la cabeza baja, de repente la levanta y me mira… su mirada oscura… me arroya como un tren de mercancías. Estoy convencida de que queda una conversación pendiente entre él y yo… y… esa idea me inquieta.
¡Dios, no sé qué hacer! No sé qué me quiere decir con esa forma de mirarme tan extraña. Decido poner fin al cruce de miradas que estamos sosteniendo y me doy la vuelta sin decir palabra. Me encamino hacia Rachel y el señor Carson que me esperan al otro lado de la puerta.
La ducha me ha sentado de maravilla. Seco mi cuerpo con cuidado y me aplico una loción corporal con olor a vainilla.
Retiro con la mano el vaho del espejo. Observo que tengo los ojos cansados, todavía no tengo bien regulado el sueño y me temo que esta noche no va a ser diferente, seguro que le voy a dar mil vueltas a todo lo ocurrido hoy. Menos mal que Rachel se ha comportado durante la comida, su padre me avisa entre risas de que tiene mucho peligro pero que esté tranquila que se va a portar bien conmigo. Lo cierto es que hemos conversado los tres muy animados. Rachel me ha hecho innumerables preguntas sobre las costumbres de los españoles. Es la única que no ha estado en España, Alan ha estado en varias ocasiones por trabajo. Parece que en el fondo nos hemos caído bien y ese hecho me satisface gratamente.
Carlos.
¡Dios santo! No he tenido tiempo de pensar en él, ni siquiera le he llamado… necesito escuchar su voz. Sé que estará esperando ansioso a que le cuente mi desembarco en Carson & Carson.
Me fijo en mi pelo mojado y pienso que será mejor secarlo un poco aunque esté cansada y sin ganas, así que peino con cuidado cada mechón. Cojo el secador de pelo que está en uno de los cajones de la encimera de los lavabos y comienzo a secarlo. Solo le quitaré un poco de humedad, no voy a perder más tiempo, tengo que hablar con los míos para contarles las nuevas novedades antes de que sea más tarde ya que aquí son las cinco de la tarde y en España más o menos las once de la noche.
En la soledad de mi habitación medito sobre lo que me está cambiando la vida. No he tenido casi tiempo de reflexionar sobre ello… bueno… sí, alguna que otra noche de insomnio… pero muy por encima. Me lo tomo como si estuviera de vacaciones e intento disfrutar de lo diferente que es el día a día en esta ciudad. Tengo ganas de empezar a trabajar, pero eso debe de esperar por ahora, hasta nueva orden. Sonrío al recordar las palabras del señor Carson durante la comida: “estás de vacaciones hasta nueva orden, así qué disfruta de ello y no pienses más en el trabajo”.
Durante la comida el señor Carson se ha referido al rancho que tiene en el estado de Virginia. Debe de ser, por lo que han descrito padre e hija, un lugar muy hermoso donde descansar y desconectar de todo. Me ha invitado a pasar el fin de semana allí junto a Rachel y quizá Alan. No ha aceptado un “no” por respuesta… así qué… no me ha quedado otra que aceptar. Pasar tres días con ellos en plan familiar no es algo que me entusiasme pero… no he tenido otra opción. He traído poca ropa cómoda para ponerme. He avisado a Bryan de que mañana iríamos a hacer algunas compras para el fin de semana.
De repente, en la intimidad de mi habitación, se mezclan en mi mente las imágenes de Carlos y de Alan. Noto como el corazón se me encoge.
¡¡Carlos, Carlos, Carlos!! Resuena su nombre en lo más íntimo de mis pensamientos.
Dentro de mí… es como si le estuviera traicionando… le recuerdo cálido y cercano… suave y ligero como el viento al rozar mis mejillas. Suspiro, cierro los ojos y le veo… Su sonrisa, sus enormes ojos negros, esa mirada penetrante y… sensual… su olor… Respiro hondo, mi pecho se hincha al respirar con vehemencia. Me siento culpable por pensar en… ¡No puedo dejar de pensar! La imagen de Alan… aparece perturbando mi pensamiento, se muestra cautivador, enigmático, frío, denso, controlador… tentador. Diferente, pero no sé hasta qué punto es diferente y lo que ello conlleva.
¿Quién me iba a decir a mí que algún día estaría dando vueltas a mi cabeza pensando en estos dos hombres?
Si Andrea supiera la de cosas que se me pasan por la mente diría que no soy su amiga, que se la han cambiado. No soy capaz de pensar en uno así que… ¡¿cómo voy a ser capaz de pensar en dos?! Vamos, que no se lo iba a creer ni en broma, es algo que no es característico en mí sino todo lo contrario. No me atrevo a confiar mis pensamientos a Andrea por muy amigas que seamos. Estoy segura de que me soltaría un sermón de narices y por supuesto defendería a Carlos con uñas y dientes. Andrea es una cabeza loca… pero también sé que tiene los pies en la tierra aunque no lo parezca.
Me siento en el sofá envuelta todavía en el albornoz.
Sola.
Me encojo de hombros y miro a mi alrededor, sola, en una ciudad extraña… en fin…. suspiro y relajo los hombros, a lo hecho pecho y a tirar para adelante, ¡no queda otra, Marian!
CAPÍTULO 14
Hace un tiempo magnífico. He comprado todo lo que me hacía falta para el fin de semana. Bryan ha sido una buena compañía, ha aceptado a regañadientes entrar conmigo en las tiendas y hasta hemos tomado café juntos, eso sí, no ha permitido que pagara. Es un caballero dentro de lo rudo que pueda parecer a simple vista, hay que conocerle… voy descubriendo día a día… a una gran persona. Está soltero y parece ser que sin compromiso. Me he permitido la impertinencia de preguntar por su familia… sobre si tiene esposa e hijos… ¡solterito!, qué pena… Parece un buen hombre, pero a lo mejor él está la mar de bien.
Bryan es puntual como siempre.
Son las nueve y cuarto de la mañana del viernes, llevo una maleta pequeña para pasar el fin de semana en el rancho. El señor Carson y yo vamos juntos en el coche. Me confirma que en dos horas y media más o menos estaremos en el rancho disfrutando del sol y de la tranquilidad del lugar.
Me pone al corriente de que una familia cuida del rancho en su ausencia. Ellos viven allí y lo mantienen en perfecto estado.
A lo largo del trayecto hablamos de lo bien que he caído a los diferentes responsables de la empresa, de cómo Alan ha alabado mi sencillez y saber estar, al igual que Rachel.
El señor Carson aprovecha a atender algunas llamadas, mientras, yo disfruto del paisaje. Bryan me va contando en voz baja los diferentes sitios por los que pasamos a modo de guía; un detalle por su parte.
Alan, posiblemente, llegará por la tarde al igual que Rachel.
El señor Carson está impaciente por llegar al rancho. No quiere desvelarme cómo es, quiere enseñármelo él mismo.
—Ya estamos llegando a Providence Forge. Providence es una localidad del condado de New Kent —dice el señor Carson volviéndose hacia mí.
—El paisaje es precioso—aprecio.
—Lo es todo el estado de Virginia, de norte a sur y de este a oeste. Es de una gran belleza, amo la tierra de mis antepasados—dice con rotunda determinación.
—Su padre era asturiano —hago alusión a sus raíces españolas.
—¿Y piensas que no adoro también esa tierra… y a España entera? —veo como frunce el ceño y me lanza una seria mirada.
—Ya, hay un rinconcito en su corazón donde anida la tierra de su padre —sonrío mirándole a los ojos.
—Sí señorita y que no se te olvide —me da unas palmaditas sobre mi mano derecha que descansa sobre el asiento. —Dentro de mí hay también un español.
Nos sonreímos unos instantes cómplices de nuestras raíces.
—Queda poco para llegar al rancho.
—¿Cómo se llama el rancho? —pregunto.
—Cristina.
—¿Rancho Cristina? —vaya nombrecito para un rancho. Muy femenino diría yo.
—Tal cual, es… tan hermoso como hermosa era Cristina —dice con profundo orgullo.
—Estoy segura de que tiene que ser un lugar muy bello. Estoy deseando descubrir sus virtudes —le digo con emoción.
Bryan se desvía de la vía principal por la 155 dirección a Charles City. Transcurridos unos cuatro kilómetros se vuelve a desviar por un camino de tierra que está situado a nuestra derecha. Pocos minutos después nos encontramos frente a una enorme verja de forja. En lo más alto de ella, una herradura dividida en dos, en una mitad pone Rancho y en la otra mitad Cristina. Alguien desde el interior del rancho ha accionado las puertas para darnos paso. Me imagino que tienen cámaras de vigilancia a la entrada, pero no me he percatado de ellas.
No cabe duda de que el estado de Virginia es un bello lugar por sus extensos bosques, su vegetación, su fauna y su flora… Me ha hecho recordar a mi querida sierra de Madrid, sus tan apreciados bosques, sus riachuelos, sus valles, sus embalses, esas sendas que recorren la sierra llevándote hacia lugares y paisajes inimaginables, como inimaginable es su belleza.
Suspiro.
La añoranza me fustiga el corazón de tal manera que noto perfectamente cómo se encoge en mi interior produciendo dolor, un intenso dolor.
Vuelven a mí los recuerdos de las acampadas con los amigos y las fiestas que nos hemos corrido por los distintos pueblos de la sierra madrileña.
Late tan fuerte mi corazón al recordar… que llega a molestar.
No quiero perderme detalle del rancho así que fijo mi atención en él. Árboles por doquier: castaños, robles, nogales y algún que otro árbol más que no puedo reconocer. La vegetación es exuberante, el agua hace acto de presencia a lo largo del camino, a ambos lados de él… Lagunas de diferentes tamaños salpican el terreno. Está claro que es un lugar rico en vegetación. Tras dos kilómetros más o menos comienza a abrirse el bosque y aparece un hermoso claro a ambos lados del camino. Ante mis ojos se extiende con majestuosa elegancia a ambos lados del camino una enorme pradera de un verdor intenso y brillante. La presencia de abundante agua en el rancho hace del lugar un paraíso. Finalmente alcanzo a ver al fondo del camino el tejado de una casa.
Según nos vamos aproximando voy descubriendo lo grande y hermosa que es. De estilo sureño, muy parecida a las que aparecen en las películas donde los esclavos pasaban verdaderas penurias en las plantaciones de algodón. Noto como se me pone la piel de gallina solo de pensarlo, pero he de reconocer que me parece encantadora. Por lo que puedo observar, la casa es de reciente construcción con lo que siento un gran alivio. Solo de pensar que allí podían haber tenido esclavos en su época… me entran escalofríos.
Delante de la vivienda hay una enorme rotonda ajardinada con una fuente. La fuente es una reproducción de la diosa Venus.
—¿Qué te parece?
La simple pregunta me saca de mi embobamiento.
Vuelvo la cabeza hacia el señor Carson.
—Es sin duda… impresionante. Sinceramente, permítame que le diga… alucino viendo todo lo que tantas veces he visto por televisión… nunca me imaginé que conocería este país y menos tan pronto. ¿Le parecerá infantil por mi parte que diga esto?
—Desde luego que no—sonríe. Te entiendo perfectamente, yo he alucinado también con España, créeme. Tan diferente, con innumerables vestigios de siglos pasados… Nuestra historia es más reciente —frunce el ceño a la vez que me mira de reojo— la edad media tiene su encanto… y los romanos… ¿Ya me contarás?
—Es cierto, hay un contraste enorme entre un país y otro.
—Todo aquí es muy nuevo, nuestra historia es muy corta pero también es rica.
—No lo dudo.
Cuando me quiero dar cuenta Bryan ya se ha detenido frente a la puerta de la casa.
Observo como las dos blancas y enormes hojas de la puerta principal de la casa se abren de par en par. Aparecen dos personas de rasgos latinos: un hombre y una mujer. Tras ellos dos, siguiéndoles, una jovencita también de rasgos latinos y dos hombres altos y robustos como robles. Los dos hombres son los típicos trabajadores fornidos y rudos que tantas veces he visto en las películas, clavaditos.
—Ya hemos llegado —dice el señor Carson.
La casa es espectacular por fuera. La construcción es de ladrillo rojo, los ventanales que hay a ambos lados de la puerta y también los de la segunda planta son enormes; la carpintería es blanca y están enmarcados con piedra del mismo color.
Bryan abre la puerta del coche para que descienda del vehículo.
—Gracias, Bryan —este asiente con la cabeza.
El hombre de rasgos latinos se apresura abrir la puerta del coche para que el señor Carson haga lo mismo.
Me da cierta vergüenza e inseguridad conocer a esa gente. Trato de hacerme la distraída cogiendo el bolso. Respiro hondo varias veces. Esas personas son por decirlo de alguna manera… son sus sirvientes y yo… no sé si me voy a sentir cómoda como invitada… eso de que me sirvan… no estoy acostumbrada.
Al ver que tardo en incorporarme al grupo que con tanto ánimo y alegría se saludan, el señor Carson rodea el vehículo y se acerca a mí.
—Vamos, Marian hay alguien que tiene muchas ganas de conocerte —me dice con gran entusiasmo.
¿De conocerme? ¿A mí? ¿Quién va a querer conocerme con tantas ganas?
Me ofrece su brazo y yo como una tonta avergonzada me cuelgo de él. Me encuentro delante de las cinco personas que tantas ganas tienen de conocerme…
—¡Virgen santa! —grita la mujer.
Yo me quedo de piedra con los ojos como platos.
La mujer tapa con ambas manos su boca ahogando el grito. El hombre, supuestamente su marido levanta la cabeza para mirar al cielo y la jovencita, porque es bastante más joven que yo, me mira con curiosidad y los dos hombres fornidos miran al suelo.
No entiendo su reacción, no dejo de mirarles mientras flipo en colores.
—María, vamos mujer, ni que hubieras visto un fantasma.
—Perdóneme, señor—dice esta con acento mexicano. La mujer es un manojo de nervios.
—Marian. Quiero que conozcas a estas grandísimas personas.
Yo intento dibujar una sonrisa en mi boca pero me es casi imposible. Me siento extraña, incómoda y con unas ganas enormes de salir corriendo de allí y volver en el primer avión disponible a Madrid…
María es una mujer de unos cincuenta años, mide no más de uno sesenta, su pelo es negro y sus vivaces ojos son de color marrón. Su cantarina sonrisa es de una mujer feliz y risueña.
—Marian, como puedes ver esta es la familia de la que te he hablado. Esta es María —se acerca a ella y le rodea los hombros con el brazo izquierdo— y este es Antonio —lo rodea también con el brazo libre— y esta jovencita —le toca el hombro con la mano izquierda— es Inés.
El señor Carson rebosa de alegría por los cuatro costados, se le nota muy feliz de estar entre ellos.
—Ellos son la familia Mendoza. Como puedes ver son mexicanos pero llevan viviendo en Virginia desde niños. Inés nació aquí, en el rancho, hace dieciocho años. Mis queridos amigos son los culpables de que el rancho luzca espléndido con la ayuda inestimable de Edgar y Zas.
Les miro a todos en silencio. Me abruma la atención que prestan sobre mí todos ellos. Necesito un respiro.
María me mira muy atenta y tras pensar unos segundos abre los brazos en cruz y se acerca a mí para abrazarme. Cuando quiero darme cuenta estoy siendo abrazada por una desconocida que me suelta dos besos sonoros en ambas mejillas. Con timidez acerco mis manos a su espalda para abrazarla también.
—Niña te he asustado —se separa de mí unos centímetros para mirarme a los ojos pero no me suelta— eres un orgullo para el señor Carson. Nos ha hablado maravillas de ti —sus entrañables ojos me tranquilizan, su forma de mirarme traen hacia mí el recuerdo de mi madre y ese pensamiento… me entristece.
—Encantada de conocerla —murmuro.
—Vamos niña —coge mi rostro entre sus manos— te he asustado y lo siento. Es solo… —baja la mirada al suelo— bueno… —parece estar alterada por mi presencia— es que me recordaste a alguien.
Vuelve a mirarme a los ojos esta vez con cierta nostalgia.
—María —la voz firme del señor Carson hace que María recobre la cordura. Acto seguido María se separa de mí.
—Bueno, me imagino que están cansados del viaje, les vendrá bien un poco de limonada helada, hoy hace calor —dice entusiasmada María.
De repente me veo ante una enorme escalera de mármol blanco flanqueada a ambos lados por unos elegantes y esbeltos balaustres de madera en color blanco también, unidos por un grueso pasamanos de madera de castaño, barnizado en su color.
—Ya está preparada su habitación—dice Inés.
—¿Me vas a tratar de usted? —le pregunto con cara de resignación.
Sus labios muestran una tímida sonrisa.
—Lo siento, es la costumbre, pero no te preocupes intentaré que no vuelva a suceder.
Sus ojos marrones son vivos y rebosan alegría. Tiene el pelo largo y negro como su madre, lo lleva recogido en una coleta alta, sus rasgos son algo más suaves que los de sus padres. Su rostro es angelical y ese ligero rubor en sus mejillas lo hacen aún más. Es de constitución delgada y unos centímetros más alta que su madre.
—Marian, como puedes ver estás en buenas manos —dice el señor Carson.
Me vuelvo hacia él y le miro con dulzura.
—Ya lo creo —muevo mi cabeza aceptando su observación.
El señor Carson se encuentra flanqueado por el matrimonio. Los dos robustos hombres han desaparecido de mi vista.
—Inés estaba impaciente por conocerte.
Miro a Inés y sonrío. Me sorprende tanto el interés que muestran todos por mí que es difícil buscar las palabras apropiadas para agradecerles la bienvenida.
—Me siento halagada. Espero que podamos tener una bonita amistad —digo mirándole a los ojos con ternura.
Me sorprende todo tanto….
—Jovencitas, continúen con lo que iban hacer.