Kitabı oku: «El frágil aleteo de la inocencia», sayfa 7
Las dos asentimos con la cabeza y comenzamos a ascender una al lado de la otra. La escalera gira hacia mi izquierda, las vistas del hall son espectaculares. Una elegante lámpara de forja con motivos florales cuelga desde el centro del tragaluz, la escalera la rodea y a su vez bordea el hall. Numerosas puertas blancas de cuarterones alargados aparecen ante mí al ascender el último escalón.
Observo, por la decoración del distribuidor de la primera planta, que Cristina debió de ser una mujer de gusto sencillo y refinado. El tono tierra suave de las paredes y la madera de castaño del suelo le da una calidez especial a la casa. El toque de color lo dan las rosas repartidas en diferentes jarrones en distintas mesas de estilo colonial situadas estratégicamente entre las habitaciones.
—Espero que la habitación que he elegido te guste.
Me sorprende saber que ella misma se ha ocupado de elegir la habitación donde voy a dormir.
—Vaya, ¿tú has elegido mi dormitorio? —le pregunto elevando las cejas sorprendida.
—Sí, el señor Carson me lo pidió. Creo que es la más bonita.
—Muchas gracias, Inés. Es todo un detalle.
Miro a mi derecha y a mi izquierda, veo que la casa cuenta con al menos diez habitaciones.
—¿Continuamos?
—Claro.
Me pregunto cuál será la habitación de Rachel y la de Alan.
Nos dirigimos hacia la derecha. Entre puerta y puerta hay un gran espacio, las habitaciones deben de ser grandes. Nos detenemos en la tercera puerta. Inés la abre y me invita a pasar.
—Mi padre subirá tu equipaje.
Se me había olvidado por completo coger mi pequeña maleta.
CAPÍTULO 15
Luz, mucha luz.
La luz del sol ilumina la habitación. Justo frente a mí, al fondo de la habitación, hay dos puertas grandes con dos hojas acristaladas, unos vaporosos visillos de color crudo las cubren dejando pasar la brillante e intensa luz del sol.
Una cama con dosel, un precioso tocador con espejo y delante una silla con reposabrazos tapizada con un tejido oriental en tonos suaves. Un baúl muy antiguo a los pies de la cama. Junto a las puertas acristaladas que dan al exterior, un confortable sillón con reposapiés, tapizado también con un tejido parecido a la silla que está junto al tocador. Una cómoda con enormes cajones y un armario con motivos orientales completan el mobiliario. Todo ello en madera de nogal americano excepto el armario, la silla y la cómoda que se limitan a imitar el color y cuya madera no soy capaz de reconocer.
La cama resulta muy confortable y grande. Está vestida con unos tejidos que a la vista parecen ser suaves y agradables e incluso su colorido, que pese a ser también de estilo oriental, no da sensación de recargado. Mullidos cojines la completan, dan ganas de tirarte en ella en plancha.
—¿Te gusta? —me pregunta con cierto recelo.
—Es preciosa —vuelvo la cabeza hacia ella, —gracias.
—Espero que te encuentres cómoda en ella —me dice con timidez.
—Claro que sí.
—Aquella puerta —me indica a mi derecha. —es el baño.
—Perfecto.
—¿Querrás refrescarte un poco?
—Seguro jovencita, pero primero tomarán una limonada bien fresquita que ha preparado tu madre. Nos esperan en el porche —la voz de Antonio suena a nuestras espaldas— ¿Dónde dejo el equipaje?
—Por favor, no se preocupe… ya lo dejo yo. Muchas gracias.
Me da tanto apuro que el hombre me suba el equipaje…
—Señorita, no hay de qué. Estamos para esto.
Sé que es su trabajo pero…
Antonio es un hombre de constitución media, entrado en algunos kilos de más. Ojos redondos y pequeños de color negro, nariz pequeña pero ancha. Un abundante bigote puebla su labio superior, debe de tener unos cincuenta y tres años pero, pese a esa edad, no tiene prácticamente canas. Se le ve un hombre bonachón y sencillo.
—De acuerdo, tomaré esa limonada. —Pongo la mejor de mis sonrisas mientras miro a ambos.
Antonio se apresura a dejar la maleta delante del baúl.
La casa es enorme, el salón inmenso. Tiene varios ambientes y el mobiliario también es de estilo colonial mezclado con estilo francés e inglés. Inés está impaciente porque pruebe la deliciosa limonada que prepara su madre, insiste en que me dé prisa.
Todo el salón da al gran porche que rodea casi toda la casa, excepto la fachada principal.
Desde luego la limonada estaba deliciosa. Todos son muy amables conmigo.
Necesito estar un rato a solas, es mejor que suba al cuarto y coloque la ropa de mi maleta en el armario.
María me colma de atenciones constantemente.
Necesito hablar con Carlos, le extraño. La verdad es que tengo poco tiempo para hablar con él, tanta diferencia horaria lo complica. El rancho dispone de Internet, en cuanto tenga un momento hablaremos, al ser fin de semana es más fácil hacerlo. Tengo que arreglar lo de mi móvil privado con urgencia.
Un pantalón pirata, una blusa fresquita, unas sandalias y un recogido informal para estar más cómoda… y listo.
Han vuelto a abrir la puerta principal de la casa de par en par. Alcanzo a ver un vehículo deportivo de color negro delante de ella. Veo a Antonio montarse en él, seguramente va a aparcarlo.
¿De quién será?
Una repentina ráfaga de aire fresco acaricia mis mejillas. Miro hacia el salón, las puertas que dan salida hacia el porche están abiertas y el fino visillo vuela. Cuando estábamos tomando la limonada no corría casi el aire, daba sensación de bochorno, el aire ha cambiado de dirección.
Veo a contraluz acercarse la silueta de un hombre. Una misteriosa sensación se apodera de mí.
¡¡ Por Dios, qué no sea él!!
Mi cuerpo tiembla como una hoja, hasta mi barbilla tiembla tan solo de pensarlo.
Sea el que sea me está viendo y yo no sé hacia dónde ir, desconozco la casa. Me quedo petrificada sin saber qué hacer.
Lleva las manos en los bolsillos del pantalón mientras camina hacia mí con un ligero balanceo. Se le ve relajado, no tiene prisa por cruzar el umbral y adentrarse en el salón. Él me ve a mí al igual que yo a él, a contra luz pero en cambio yo no me muevo. Parezco una tonta pavisosa ¡será posible!
Poco a poco se adentra en el salón, pero sigo sin ver su rostro.
¡Maldita sea, qué aparezca alguien o me va a dar un soponcio!
Nada de nada.
Nadie.
Es él.
El corazón me late a mil por hora. No quiero que centre su atención en mí… pero ya es tarde. La luz va descubriendo su fisonomía poco a poco y paso a paso. La luz es caprichosa y me lo muestra como si fuese… un conquistador en busca de su conquista.
Unos cómodos pantalones de color café con leche, una camisa de lino blanco arremangada hasta debajo del codo, calzado deportivo, cabello despeinado y un reloj deportivo de grandes dimensiones ceñido en su muñeca izquierda y todo un despliegue de… sensualidad camina hacia mí.
Confirmado.
Está lejos aún de mí… pero ya me tiene donde él quiere. O eso es lo que yo pienso… y estoy equivocada.
¿Acaso piensas qué ese hombre se ha fijado en ti?
¿Acaso piensas qué busca algo en ti?
¡Tú no eres nadie para él!
Soy insignificante para él. Con la de mujeres que ese hombre debe de tener a su alrededor esté casado o no, o prometido o no, o soltero…
Mi cabeza… me dice que sea sensata, que actúe con cordura y me deje de fantasías.
¿Cómo puedes pensar en él de esa manera?
¿Acaso Carlos no es suficiente para mí?
Claro que lo es. Me vuelvo a sentir como una traidora, tengo que borrar de mi mente todos esos pensamientos… que lo único que pueden hacerme es… daño.
La boca se me seca al ver cómo se va acortando la distancia entre los dos.
¿Es un Dios divino o un demonio perverso y cruel?
Es provocador y encima lo sabe. Sé muy poco de hombres pero me la juego a que le encanta seducir a las mujeres, extraer de ellas lo mejor, disfrutarlas y después arrojarlas al infierno para que se consuma lo poco que queda de ellas. ¡¡Esta cabecita tuya te va a traer más de un disgusto!! —se burla mi conciencia.
¡¡ Céntrate!!
El no saber cómo son y no conocer a las personas, nos hace crear un mundo inventado alrededor de ellas; a sabiendas de que probablemente estemos equivocados.
La soledad hace… que piense en todas estas tonterías. El no poder hablar… con amigos, con gente de mi confianza hace que invente, que magnifique, que saque de contesto palabras, gestos, miradas y que se yo… ¡qué más tonterías!
CAPÍTULO 16
Alguien me arroya por detrás.
Alguien con mucha prisa hace que me tambalee y que dé un paso hacia adelante, perdiendo casi el equilibrio.
Una mujer de cabello rubio cobrizo casi tirando a pelirrojo camina a buen paso contoneando a buen ritmo sus caderas. Alan me mira con preocupación al ver que me tambaleo, es testigo directo de cómo esa mujer me arroya sin contemplaciones.
—Alan, querido.
Menudos modales tiene la muy estúpida. Si llega a ser a Andrea a la que arroya… la coge por los pelos y tira de ella y si es necesario la arrastra. Menuda es mi amiga, ella sí que le enseñaría modales.
—Alan, amor ¡Cuánto tiempo sin verte!
¡¿Amor?!
La pelicobriza atrapa a Alan en un muy pero que muy estrecho abrazo. Se cuelga de su cuello obligándole a bajar la cabeza para poder estampar sus morros en los de él. Alan la coge por la cintura para no perder el equilibrio.
Por fin, después de saciar su sed separa sus labios de los de él y esconde su rostro en el cuello de este mientras con una de sus manos le acaricia la mejilla.
Yo no sé para donde mirar, para donde ir… —respiro agobiada, cortada. Junto mis manos y dirijo la mirada hacia ellos. Decido dar media vuelta y salir por la puerta principal que está a mis espaldas. Un paseo me vendrá bien. Necesito tomar el aire. Detesto estar en medio de escenitas de contenido amoroso y detesto ser arrollada por personas que tratan de ignorarme como si yo fuese un mueble viejo.
¿Eso es lo que parezco a toda esta gente?
¿Tan insignificante parezco?
—¡Marian!
Me detengo. Es la voz de Alan. Me reclama.
Pero continúo mi marcha.
—Marian, por favor —insiste.
Esa mujer parece mucha mujer. Viste informal pero elegante. Pantalón pitillo color rosa empolvado y una blusa blanca sin mangas con botones cuidadosamente desabrochados para que sus abundantes razones, muestren toda su tersura y esplendor a los ojos del hombre que ella llama “amor”
¿Yo?
Parezco una pueblerina. Y en realidad es lo que prefiero parecer, no quiero llamar la atención.
Le tengo justo detrás de mí. Muy cerca de mí.
Me giro para mirarle.
Necesito tomar aire al tenerle tan cerca y ver… lo increíblemente interesante que resulta verle fuera del escenario empresarial. Lo diferente que se muestra al estar relajado y no estar presionado por el vertiginoso ritmo de trabajo.
Sus pupilas verdes me miran con atención y… cierta curiosidad a la vez, creo… que hasta parecen sonreírme sus ojos al encontrarse con los míos.
Es…, me cuesta hasta tragar saliva, endemoniadamente encantador, su cara lo dice todo… está encantado por no sé qué y a la vez… preocupado.
—¿Estás bien?
Observo como titubea. Sus manos se muestran nerviosas… es como si quisiera tocarme… como si quisiera coger mi cara entre sus manos y mirarme a los ojos aún más cerca.
Bajo la mirada a mis manos.
—Sí, estoy bien.
¿Por qué lo pregunta? ¿Acaso no lo parece?
—Vamos Alan, nos tenemos que poner al día —dice la pelicobriza mientras se sitúa tras él.
—Rose, debes de pedir disculpas a Marian.
Levanto la mirada.
—No tiene importancia.
Él me mira con insistencia.
—Sí que la tiene —sus palabras suenan tan rotundas que hasta la pelicobriza cambia de careto. Su mirada parece oscurecerse ante la tardanza de su amiga.
—Te pido disculpas. Ya está, no perdamos más el tiempo.
—Rose, esta es Marian. Es la persona de confianza de mi padre y su mano derecha y aunque no fuese así le debes respeto —su gesto se ha vuelto grave y su voz ronca y rotunda.
¡Jope!
Hasta yo me he puesto firme y nada que decir de la pelicobriza, a la que se le ha quedado una cara de espanto.
La pelicobriza no me dirige la mirada en ningún momento, no aparta la mirada de él, me ignora completamente. Pero el argumento que le ha dado Alan ha servido para que se digne a mirarme no sin desplegar irascible ironía a través de sus pupilas.
Un ramalazo de odio asoma en sus ojos por unos instantes.
—Marian, encantada de conocerte.
¡Falsa!
—Lo mismo digo Rose.
—Bien, ya hemos hecho las presentaciones. ¿Ahora podemos tomar una limonada antes de comer? Por cierto, hoy parece que vamos a comer tarde —dice Rose con cierta insolencia.
—Rose, por favor, espérame en el porche —le pide con tajante insistencia a la pelicobriza a la vez que sus ojos se centran, más si cabe, en los míos.
No aparta su mirada de mis ojos y eso me hace sentir “frágil” y no sé hacia dónde mirar porque está tan cerca de mí que me tapa cualquier vía de escape.
Rose, viendo que no tiene nada que hacer, se dirige al porche de mala gana.
—Lo siento —suspira agobiado mientras apoya una de sus manos en la cadera y la otra la lleva al rostro frontándose los párpados. Creo que no estás teniendo suerte con las féminas —dice.
Brota de mis labios una sonrisa espontánea.
—Ya lo creo, pero con María y con Inés sí.
Él también consigue que se le escape una sonrisa.
Sigue sonriendo. Aparta la mano del rostro y la coloca en la otra cadera que le queda libre.
Rompemos a reír los dos sin saber el porqué. No me lo puedo creer, yo compartiendo un momento así con un hombre como él. Increíble pero cierto.
—Me alegro de verte, Marian.
Me quedo con cara de tonta y dejo de reír cuando oigo sus palabras.
¡¿Se alegra?!
El rostro se me tensa y un escalofrío me recorre la espalda sorprendiéndome.
—Le están esperando —le recuerdo con voz firme.
Veo como se pone más serio y más tieso que una vela.
—No tienes que dirigirte a mí de ese modo. No estamos trabajando. En este momento no te debes a la empresa. Trátame de tú a tú. Yo… así lo haré.
—No sé si podré —le miro con cara de circunstancias e inmediatamente bajo la mirada.
Su mano derecha hace intento de acercarse a mi rostro con timidez. Noto que me quedo sin resuello cuando sus dedos se colocan bajo mi mentón y me obliga a que le mire a los ojos. Me aguanta la barbilla.
¿Me toca?
—Inténtalo —dice dando un paso más hacia mí e intimidándome con su cercanía. La firmeza de su mirada y de sus palabras me pone la piel de gallina y para colmo de mis males, él… se da cuenta.
Asiento con la cabeza deseando que de una vez por todas me libere, pero continúa sin soltar mi barbilla. Su cara está muy cerca de la mía… sus labios entreabiertos me resultan sugerentes y apetecibles por un instante.
Por fin me libera. Doy rápidamente un paso atrás escabulléndome de su persuasivo control.
—Le vuelvo a recordar… que le están esperando, no quiero ser objeto de su tardanza —de inmediato, con paso firme, me dirijo a la escalera dejando a Alan a mi espalda.
No me puedo creer que me sienta tentada, hay momentos en los que no me reconozco… ¿Qué me está pasando?
—Marian.
Me paro unos instantes al oír de nuevo mi nombre y le miro por encima de mi hombro. Es difícil que salga de mí tutearle.
—Lo intentaré.
Por fin me refugio en la habitación escogida con tanto cariño para mí. Trato de apaciguar mis nervios y el cabreo que siento después de ser arrollada sin contemplaciones por esa insolente pelicobriza.
Me consuela saber que al menos a María y a Inés las caigo bien.
Tomo asiento en el confortable sillón de mi cuarto, cierro los ojos y apoyo la cabeza en el respaldo intentando no pensar más de lo debido… pero es inútil.
Alan.
¡Claro que no le intereso!
Solo trata de ser amable y de alguna manera… quiere protegerme, es… tan solo eso y yo… quiero continuamente ver cosas donde no las hay.
Me ahoga, me supera todo esto.
Necesito un tiempo prudente de adaptación, no debo tirar la toalla antes de tiempo.
No me apetece nada sentarme a la mesa con esa “Rose”.
Esa mujer debe de ser una de las conquistas de Alan. Tiene toda la pinta de ser una de esas mujeres que se resiste a que un hombre las diga “no”. Y menos si en algún momento de sus vidas han tenido una historia aunque esa historia haya sido corta e insignificante para él. Puede que ella no pasara página o no quiera pasarla. Sigue enamorada de él y he de confesar… que no me extraña.
CAPÍTULO 17
—Marian.
Me parece escuchar mi nombre en la lejanía.
Abro los ojos y miro hacia la puerta.
—Perdóname, he llamado antes… pero no me has oído.
—No te preocupes Inés —le sonrío mientras me pongo en pie.
—¿Te encuentras bien?
—Por supuesto, ¿por qué lo preguntas? —le pregunto extrañada.
—Rose.
Camino hacia Inés con gesto de no estar entendiendo nada.
—¿Qué pasa con Rose? —me encojo de hombros.
—No la caes bien.
Esbozo una sonrisa cómplice. Ella nos ha estado observando.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto riendo.
—No para de preguntar por ti a Alan. Está muy celosa.
—¿Celosa? ¿Por qué? —me paro frente a ella.
Esta chica me sorprende. Parece ser que voy a tener una buena aliada en la casa.
—Eres muy guapa, eso salta a la vista. Pero ella ve más cualidades que te hacen interesante a los ojos de los demás… y cree que…
Respiro profundo, necesito saber todo lo que Inés pueda contarme sobre esa conversación.
Me impaciento.
—¿Qué es lo que ella cree? —le pregunto con impaciencia.
—Te ve como una adversaria… como… una rival.
Suelto una suave y entrecortada carcajada.
—¡Oh… sí! ¿Cómo puede pensar eso… si ni tan siquiera le conozco y él a mi tampoco? Es absurdo, es más… no puedo creer que ella piense sin más… que pueda yo… vamos Inés… eso no tiene ni pies ni cabeza.
—No es tan descabellado, ¿no?
—Anda Inés, no quieras tú hacer de celestina. Pertenecemos a mundos diferentes.
—Ya, creo que últimamente veo muchas telenovelas.
La observo. Es… dulce e inocente y desde luego que debe de ver demasiadas telenovelas.
—Creo seriamente que deberías pasar una temporadita sin verlas.
Reímos las dos a la vez. Es encantadora y desde luego algo fantástica.
—Sí, algo tendré que hacer al respecto.
No puedo evitar reír. Qué cosas tiene esta chica… pero… por alguna razón… me siento a gusto con su compañía, es… como una hermana pequeña; entrometida y perspicaz.
—Ya se va a servir la comida en el comedor.
—Bien, pero no sé dónde está el comedor —le digo con cara de circunstancias.
—Por eso he venido. Te acompaño a él.
—Te lo agradezco Inés.
Bajamos en silencio las escaleras sin hacer más alusión sobre el tema. Pero está claro que me interesa saber todo lo que Inés me pueda contar de esa mujer, ya que la voy a tener que ver a mi pesar en más de una ocasión.
Entramos en el salón.
—Está a tu izquierda.
Miro en la dirección que me indica. Al final del salón hay dos puertas correderas a medio abrir. Diviso a varias personas esperando de pie tras las sillas que rodean la mesa.
Me detengo en el umbral del comedor junto a Inés.
—Marian —el señor Carson requiere mi atención, — siéntate aquí, —me indica con la mirada una silla que está a su derecha y que a su vez está frente a Alan. El señor Carson se encuentra presidiendo la mesa. Camino despacio hacia el sitio que me ha indicado cuando oigo que entra alguien más en el comedor. Me da tiempo a ver como Inés se coloca a mi lado tras la silla contigua a la mía. Rose se sienta junto a Alan, a su lado hay una silla libre, en la siguiente está Antonio pero no veo a María.
—Por fin, doctor Martin —oigo decir al señor Carson.
El doctor Martin se acerca al señor Carson y se funden los dos en un afectuoso abrazo.
—Viejo lobo, me tienes abandonado. Disculpa mi tardanza, pero unos asuntillos me han tenido ocupado más de la cuenta. Tenemos mucho de qué hablar, espero que aún te quede alguno de esos puritos que tanto me gustan —le propina unas buenas palmadas en la espalda del señor Carson.
—Por supuesto, amigo. Pero permíteme que te presente a alguien —el señor Carson me dirige una mirada cargada de orgullo—. Doctor Martin, esta es Marian, mi mano derecha, una joven con sobrado talento y ambición, siempre claro está… sana ambición —ríen los dos—. Marian, este es el doctor Martin, mi gran amigo, confidente y el médico de la familia. Es el padre de Rose, ya tengo entendido que os habéis presentado.
—Sí, —contesto arqueando una ceja a la vez que resoplo algo mosqueada—. Él me conoce bien, sabe de sobra que estoy molesta.
El doctor gira la cabeza para mirarme.
Me sorprende ver con qué profundidad mira a mis ojos y como con ellos recorre mi rostro.
—Señorita —coge mi mano entre las suyas y deposita en ellas un escueto y rápido beso. Todo un caballero—. Es usted una mujer… tremendamente encantadora y bella. Tiene usted unos ojos y una mirada… cautivadora. Hija… tenga mucho cuidado con los hombres de estas tierras, les atrae lo diferente.
—Lo tendré en cuenta, señor. Encantada de conocerle.
¿De qué me quiere advertir este hombre?
—Bien, tomemos asiento —nos indica el anfitrión—. Ahora que estamos todos, podemos hablar en español, así Rose podrá practicar el idioma y como deferencia también a Marian.
Es un detalle por su parte que le agradezco con la mirada.
Al sentarme en la silla observo lo bien servida que está la mesa. Las copas son de finísimo cristal tallado, la cubertería deslumbra por su brillo y la vajilla es de lo más elegante. La mantelería es de hilo fino y los pequeños centros de mesa dan un toque especial de color, están compuestos por flores frescas.
Me doy cuenta de que Inés no está a mi lado. El doctor Martin rodea la mesa para sentarse en la silla que está vacía no sin antes saludar a Antonio, después a Rose, que resulta ser su hija y por último a Alan.
Hoy es un día especial para el señor Carson. Ha pedido a los Mendoza que se sienten con nosotros a comer y por supuesto también a cenar. Ha pasado más tiempo del que hubiera querido lejos de su familia y amigos y necesita sentirse rodeado de la gente que le quiere.
Inés hace aparición con dos fuentes: una de verduras cocidas al vapor y otra con puré de patatas con pasas; las deja sobre la mesa. A continuación María aparece con una sopera. Inés toma asiento mientras su madre reparte la sopa empezando por el anfitrión.
—Sopa fría de puerros y calabacín. Señor Carson, esta sopa es su favorita, no crea que se me ha olvidado.
María cocina de maravilla, el capón asado estaba delicioso, hasta las verduras y nada que reprochar al puré de patatas con pasas. El postre espectacular. Nada menos que arroz con leche espolvoreado con canela. El señor Carson se ha pasado la comida alabando las buenas manos que tiene María para cocinar y lo mucho que ha echado de menos sus platos favoritos; entre ellos la sopa fría.
Como típica española que soy, después de comer copiosamente… me entra una flojera…
El primero en retirarse de la mesa es Alan, excusándose diciendo que tiene que realizar algunas llamadas; su padre le reprocha con cariño que no desconecte del agobiante trabajo y que disfrute de la compañía de los allí presentes. Pero él no cede y pide disculpas asegurando que pronto volverá de nuevo con nosotros.
María e Inés comienzan a retirar los platos. Yo hago intención de ayudarlas cuando el señor Carson me coge por el codo reclamando mi atención.
—Marian, estás aquí en calidad de invitada. No tienes que hacer nada.
Acepto sin discutir.
Rose me mira con desprecio, se levanta enfadada de la mesa y sale del comedor.
No me ha quitado ojo durante la comida y a Alan tampoco.
Ha sido divertido observar a los dos, Alan intentando no mirarme demasiado pero… era inevitable, yo estaba sentada justo enfrente de él. También he tenido que hacer un gran esfuerzo para no cruzar demasiadas veces mi mirada con la suya ¡qué porras! Si fuese otra persona la que estuviera al otro lado no haría ninguna interpretación, ni pondría excusas por mirarle.
Durante la comida el señor Carson me ha reconocido que los Mendoza se portaron de maravilla cuando su esposa e hija enfermaron. María y Cristina, incluso antes de su enfermedad eran casi uña y carne. Cristina pasaba muchas horas cocinando con María y esta a su vez con Cristina cultivando rosas.
Rosas. La gran afición de Cristina.
María sigue ocupándose de las rosas y allí, entre los rosales… la añora y la recuerda. Llegaron a ser grandes amigas.
—Si me lo permiten, voy a retirarme.
—Tranquila, Marian. Ve a descansar —dice el doctor Martin.
Me imagino que el doctor y el señor Carson tienen muchas cosas que contarse delante de una buena copa y de uno de esos puritos que tanto les gustan. Seguramente le contará el episodio que sufrió en la oficina de Madrid.
Rachel no llegará hasta la hora de la cena. Alan no ha comentado durante la comida que tenía algunos asuntos que resolver.
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