Kitabı oku: «El frágil aleteo de la inocencia», sayfa 5
CAPÍTULO 10
El señor Carson y Bryan acuden puntuales a recogerme en el hotel.
Bendito miércoles, espero caer bien a todos y en especial al jefazo.
El señor Carson pone cara de satisfacción al verme montar en el todoterreno. Bryan me guiña disimuladamente un ojo a través del retrovisor interior. Sé positivamente que me desea lo mejor.
—Buenos días, señorita Álvarez. Está usted encantadora esta mañana —me muestra una de sus mejores sonrisas.
Yo no puedo evitar sonrosarme ante su comentario. Sé que no espera menos de mí. Tengo la impresión de que los acertados consejos de Andrea van a causar el efecto deseado.
—Buenos días, señor Carson. Bryan.
—Buenos días, señorita —rápidamente le lanzo a través del retrovisor una mirada inquisitiva. Bryan ha captado al vuelo su significado.
—Marian. Ha llegado tu momento.
Bryan pone en marcha el vehículo hacia la oficina.
—Sí, señor.
—¿Nerviosa?
—Confieso que un poco.
—Caerás bien, puedes estar tranquila. Tienes aptitudes para seducir en poco tiempo a toda la compañía. No te subestimes, hazme ese favor. Estás a la altura para continuar aquí tu labor de asistente y quien sabe… si se abre a tus pies un gran futuro.
—Lo estoy deseando —contesto con timidez.
El trayecto hasta la empresa se me hace eterno y los nervios me tienen atenazada, me cuesta respirar. Todo mi cuerpo se tensa y mi cabeza no para de darle vueltas a mi ineludible presentación. El señor Carson no es tonto, percibe mi estado de nervios y no para de animarme durante el camino.
En escasos minutos nos encontramos en el 1004 de 14th Street North West. Observo resignada mi destino. El edificio de cristal se alza imponente a mi derecha. Esta vez no lo voy a ver por fuera como hice con Anne hace dos días. Esta vez voy a estar dentro de sus entrañas.
Bryan entra en el garaje del edificio y aparca en una de las ocho plazas donde pone “reservado“. No hay ningún vehículo aparcado en las restantes plazas reservadas y si en el resto de plazas del aparcamiento; eso me hace suponer que Alan no se encuentra aún en el edificio, pero, lejos de tranquilizarme me altera.
Bajamos del todoterreno.
Las piernas me tiemblan y también las manos. ¡Ni que estuviera viviendo una pesadilla! Mi inseguridad me está volviendo loca.
Caminamos hacia el ascensor, Bryan se queda dentro del vehículo.
Subimos hasta la planta 11. Observo que dentro del ascensor hay una cámara de vigilancia.
—Este ascensor es solo para personal autorizado. Hay otros tres ascensores para el resto de personal. Tú accederás por este; te asignarán una plaza de aparcamiento en la zona reservada. Cuando te instales en el apartamento te entregarán un utilitario. Hasta entonces Bryan se encargará de llevarte donde necesites.
Antes de decir algo se abren las puertas del ascensor.
Salimos a un luminoso y amplio hall que se abre a ambos lados del ascensor. Frente a nosotros hay un gran mostrador, tras él, una chica más o menos de mi edad atiende una llamada. Nos hace un gesto con la cabeza a modo de saludo y el señor Carson se lo devuelve. Observo que hay unos cómodos sillones a la derecha y a la izquierda frente al mostrador donde seguramente hagan esperar a las visitas. A nuestra derecha y a nuestra izquierda hay un largo pasillo. Todo él está iluminado con luz natural que entra a través de la vidriera exterior del edificio y del techo abovedado de cristal.
—Marian, sígueme.
Nerviosa, le sigo por nuestra derecha.
Entramos en un amplio despacho donde una mujer pelirroja de ojos verdes, barbilla afilada, de unos treinta y cinco años de edad está tomando nota a alguien que tiene al otro lado del teléfono. Pronto advierte nuestra presencia y enseguida nos dedica una emocionada sonrisa. El señor Carson se para frente a la mesa devolviéndole una sonrisa igual o casi más emocionada que la de la propia pelirroja. Yo espero unos pasos más atrás del señor Carson. La pelirroja se despide de la persona con la que está hablando y le comunica que más tarde se volverá a poner en contacto con ella.
La chica se pone en pie sin abandonar la sonrisa que ilumina su cara.
—Buenos días, señor Carson.
—Buenos días, Allison, te presento a Marian Álvarez, mi asistente.
—Encantada de conocerla —alarga su mano para que se la estreche—, ya tenía ganas de conocerla.
Me aproximo a la mesa y se la estrecho.
—He oído hablar mucho de usted, sobre todo estos últimos días.
—Espero que bien —intento ser simpática pese a los nervios.
—Puede apostar a que así es. El señor Carson está muy orgulloso de usted y eso es algo que no oculta a nadie.
Ella no deja de sonreír y de mirarme de arriba abajo.
—Allison lleva trabajando con nosotros siete años, es mi secretaria y la persona que te ayudará en todo lo que necesites al igual que lo hacía Isabel en Madrid.
—Muchas gracias. Espero aprender mucho de usted —le dedico una sonrisa.
—Yo también espero aprender de usted —contesta Allison.
—Marian, tu despacho se encuentra tras esa puerta —el señor Carson me indica la puerta que está a mi izquierda, se encamina hacia ella y la abre para que yo entre—. Puedes echar un vistazo.
¡Guau!
Un despacho de estilo minimalista diferente al que tenía en Madrid.
El suelo es de cemento pulido en color negro pizarra, las paredes están revestidas con paneles de color blanco. La mesa de despacho es de diseño, en acero y cristal, hay un sillón negro con forma anatómica en piel y con detalles en acero. Al otro lado del despacho una enorme televisión extraplana pende de la pared y bajo esta un mueble en acero y cristal con cajones y puertas. Dos sillones pequeños con ruedas a juego se encuentran a un lado de la estancia, acompañados también de una mesa baja y redonda de cristal.
—Vaya, es un despacho enorme y muy luminoso.
—Es importante aprovechar la luz natural.
Echo un vistazo tan rápido al despacho que casi no me doy cuenta de que hay una puerta más justo al otro lado de los sillones.
—¿Esa puerta adónde da?
—Tras esa puerta hay un vestidor y un baño. Siempre tienes que estar preparada para cualquier eventualidad o improvisto. Debes dejar parte de tu vestuario aquí ya que nunca se sabe dónde vamos a acabar. Ya te irás dando cuenta que el día nunca comienza como uno quiere ni tampoco acaba como uno espera. El ritmo de trabajo es distinto al de Europa. A veces tenemos compromisos y visitas inesperadas que no podemos eludir.
—Es bueno saberlo. No me imagino corriendo como una loca hacia el apartamento en busca de ropa adecuada para una reunión, cena o evento.
Después de cotillear mi despacho y el del señor Carson y de intercambiar impresiones con Allison, nos dirigimos a una planta inferior donde algunos de los responsables nos esperan en una sala de juntas.
La presentación no ha podido ir mejor; no se encontraban todos los responsables de los diferentes departamentos ya que algunos de ellos tenían compromisos que no podían eludir. Ya habrá tiempo de conocerlos.
Mi primer asalto lo he salvado sin problemas. Todos parecen encantados con mi llegada y con la del señor Carson. Piensan que es bueno para la empresa la llegada de savia nueva y joven. He podido comprobar a simple vista que existe un buen clima entre todos ellos. Espero que ese buen clima también se traslade a mi relación con ellos.
Todo parece ir bien de momento pero no dejo de fustigarme con mis miedos e inseguridades. ¡Para qué variar! Pánico, siento pánico solo de pensar en el momento de conocer a Alan Carson. Noto un bulle bulle por todo el cuerpo, la ansiedad está comenzando a apoderarse de mí y la mente es un ir y venir de preguntas que me hago a mí misma sobre… ¿cómo será ese hombre al que tanto admira su propio padre? Lo normal sería que el hijo admirase a su progenitor y no al contrario. Su mérito tiene que tener, no lo dudo.
Volvemos al despacho del señor Carson. Me detengo a mirar las fotografías enmarcadas que hay colgadas en las paredes, desde sus primeros inicios hasta la actualidad. Observo con detenimiento las fotografías más antiguas. Llama la atención una en concreto, una en la que aparece un edificio antiguo de ladrillo de seis plantas, con pequeñas ventanas y una escalera exterior metálica en zigzag en un lateral del edificio. Por entonces, debieron utilizarlo como almacén, tiene toda la pinta. En la segunda planta hay un cartel que pone: Carson Imports.
¿Carson?
Si su padre era descendiente de padre español… su apellido debería ser…
Tendrá su explicación —me digo a mí misma.
—Señor Carson… su apellido debería ser español —digo sin apartar la mirada de la fotografía— ya que desciende de españoles por parte de padre.
—Lo es. Esa es la primera empresa que fundé en 1970. Contaba con veintidós años y estaba a punto de pedir matrimonio a mi mujer, Cristina. Ella en realidad se llamaba Christine, pero yo siempre la llamaba Cristina y eso le gustaba.
Vuelvo la vista hacia él, la nostalgia se cierne en su mirada. Avanza hacia mí y se detiene a mi lado, mira con melancolía la misma foto que yo estoy observando.
—Menéndez resultaba poco comercial entonces… y decidí cambiar el apellido de mi padre por el apellido de soltera de mi madre.
—Me imaginaba que habría un por qué.
—Para entonces ya hacia un año y medio que conocía a mi mujer. En dos meses estábamos locos el uno por el otro y en seis meses estábamos dispuestos a casarnos a toda costa, pero… los padres de Cristina no estaban dispuestos a que su hija se casara con el hijo de un inmigrante; sobre todo… mi suegra. Ella no aceptaría de modo alguno que se desposara con un simple asalariado, quería algo mejor para su pequeña ya que era hija única. Por entonces trabajaba en una compañía de distribución como conductor de camión transportando todo tipo de mercancía a diversos estados. Mi suegra no quería que su hija criara a sus nietos sola. Ni que pasara los días y las noches esperando a que su esposo llegara no se sabía cuándo. Quería un hombre amante de su familia, que la cuidara y adorara. Lo mismo podía estar una semana fuera como casi un mes ya que la compañía tenía varios puntos estratégicos donde había implantado bases de distribución. En numerosas ocasiones empalmaba un viaje tras otro casi sin descanso. Nos mandaban de un estado a otro según las necesidades y así ahorraban en personal. En realidad era explotado como uno de tantos por la compañía.
De repente suspira y eleva los hombros con gesto de pena.
—Parece mentira… pero gracias a Jacky, esa testaruda mujer que me abrió los ojos, me di cuenta que ese no era futuro para Cristina ni para mí. Cristina era maestra en una escuela local, su sueldo era pequeño y el mío no era mucho más. Demasiado esfuerzo para tan poca recompensa.
—¿Entonces decidió montar Carson Imports?
—Era una idea que me llevaba rondando meses por la cabeza, antes incluso de conocer a mi esposa. Mis padres me dejaron de herencia un dinero, no mucho, pero con ese dinero, lo que llegué a ahorrar durante tres años y unos buenos contactos… monté mi primera empresa.
—Su suegra era de armas tomar.
—Sí —suspira.
—¿Sus padres murieron jóvenes? —pregunto apenada.
—Ambos tenían cuarenta y tres años. Fue en un accidente ferroviario; por entonces yo tenía diecinueve años.
Le miro a los ojos. Se ve en ellos reflejado que la vida le ha golpeado con crueldad, primero sus padres siendo tan joven y después lo que más quería en la vida… su mujer y su hija pequeña. Mis sentimientos se revelan ante tanta crueldad. ¡Qué injusto para un hombre con tanta bondad! Esta vida es una paradoja, pero ahí sigue, trabajando sin descanso. No deja de luchar por los dos hijos que aún le quedan. Su pasión hacia ellos es casi desmesurada, sobre todo por Alan.
—¿Se ve reflejado en su hijo? —menuda preguntita se me ocurre hacer.
—Me veo reflejado —asiente a su vez con la cabeza.
—Sus padres se sentirían orgullosos de ver cómo ha creado una familia y este imperio —sonrío con dulzura al volver a dirigir mis ojos a los suyos.
—Solo he conocido a una persona…—detiene sus palabras, veo como sus ojos se llenan de emoción—tan dulce, sincera y atrevida como tú.
Me deja sin palabras, desconozco a quien se refiere, pero creo intuirlo…
—Señor Carson, su hijo Alan ya está en su despacho
Se escucha la voz de Allison a través del interfono rompiendo el silencio en mil pedazos.
El señor Carson va hacia su mesa y contesta a Allison, mientras, saltan todas las alarmas en mi cuerpo y en mi cerebro. Literalmente “me quiero morir”.
No entiendo cómo puedo ponerme en segundos en este estado de nervios… me desbordan. Todo el cuerpo me tiembla como un flan, una leve capa de sudor comienza a brotar por mi piel. La boca se me queda seca y me cuesta respirar, mi cuerpo se está revelando.
¡¡Qué zozobra!!
—Marian, ya ha llegado el momento. Alan nos está esperando.
Madre mía… noto en milésimas de segundo como mi cara palidece y se queda rígida. ¡Me voy a volver loca y seguro que no es para tanto! A ver Marian, es solo una presentación, me digo a mí misma intentando calmar estos impertinentes nervios que me hacen pasar tantos malos ratos, solo le vas a conocer. Ya has tenido oportunidad de hablar con él por teléfono, además, parece agradable. ¡Maldita sea… no logro quitarme de encima los nervios ni a tiros!
Su despacho se encuentra al otro lado del pasillo, justo a la izquierda del ascensor. Nos encaminamos hacia él. Me cuesta un montón avanzar por el pasillo, camino dos pasos por detrás del señor Carson con la mirada perdida, absorta en mis temerosos pensamientos. No sé si podré aguantar el tipo, me da una inmensa vergüenza sentir tanta inseguridad y que él se dé cuenta de ello.
CAPÍTULO 11
Durante el larguísimo y a la vez escaso medio minuto que tardamos en llegar al despacho me da tiempo de rezar hasta en arameo. Soplo y resoplo una y otra vez tratando sin éxito de dejar escapar parte de la presión que fustiga todo mi cuerpo.
Nos recibe su secretaria.
¡¡Caramba!! Pedazo de mujer exuberante. Increíble morenaza de rasgos latinos y de sonrisa blanca. Todita recauchutada por lo que puedo ver. Vestido rojo de tubo bien ceñido al cuerpo con escote cuadrado realzando sus grandes y llamativas prótesis mamarias, por no llamarlas vulgarmente “tetas de silicona”. Parece sacada de una telenovela venezolana.
¡Jolín con Alan Carson junior! Le van las mujeres con curvas y bien dotadas, vamos, seguro que le gusta rodearse de ellas. ¿A qué hombre de su posición no le gusta llevar a su lado una secretaria como esa?
Desconozco si Alan tiene novia o está casado, es algo a lo que nunca se ha referido el señor Carson, claro está que no tiene que contarme algo así, si no es necesario. Pero si yo fuese su novia, no dudaría en hacer que la despidiera y contratara a otra secretaria más discreta y de apariencia poco interesante, porque la tentación… ya se sabe; cuanto más lejos mejor. La mujer se encuentra de pie ordenando unas carpetas sobre la mesa. Su sonrisa desvela gran seguridad en sí misma. Rodea la mesa, se acerca al señor Carson y le planta dos besos en la cara, este a su vez la sujeta por los hombros con familiaridad.
—¡Qué alegría señor Carson! ¡Cuánto tiempo sin verle! Le encuentro estupendo, hasta más joven y eso me alegra.
—Marcia, eres un encanto, como siempre tan alegre y tan elocuente —veo como se emociona al verla—. Te veo estupenda. ¿Y tú marido y tu hija? —Ella le mira y le da unas palmaditas sobre una de las manos que el señor Carson tiene posada sobre sus hombros, agacha la cabeza y la levanta de nuevo para dedicarle una sonrisa agradecida.
—Gracias a Dios están bien —suspira—, ya están muy recuperados los dos. Alan ha estado muy pendiente de todo —se le saltan las lágrimas al nombrarle—, ya sabe… los mejores medios han estado a nuestra disposición. Es algo que les agradeceré infinitamente.
—No tienes nada que agradecer. Eres importante para nosotros, ya lo sabes… una persona especial, te mereces lo mejor. Has ayudado y ayudas mucho a Alan, a Rachel y a mí. Hemos vivido momentos difíciles y hemos contado con tu ayuda sin reservas; nosotros no podemos hacer menos por ti.
De repente el silencio se cierne sobre ellos. Sus miradas rememoran esos sentimientos y momentos vividos que yo desconozco. Entiendo que esa mujer es importante. Que es una persona excepcional a la que debo respetar. Su marido y su hija han debido sufrir algún percance y… parece ser que ella también les ha ayudado, de alguna manera, cuando sufrieron la perdida de Cristina y Jessica. Los tres estamos quietos. Ellos no apartan sus miradas, me siento ignorada, reconozco que me molesta sentirme de ese modo. De repente el señor Carson da dos pasos atrás soltando y separándose de Marcia. Los dos vuelven a sonreír, se dan cuenta de que estoy en la misma estancia y que durante unos instantes me habían ignorado.
—Marian, perdona —se vuelve hacia mí el señor Carson—nos hemos olvidado que estas aquí.
La morenaza se aproxima con paso firme hasta mi posición. Su sonrisa se alarga a cada paso que da y cuando me quiero dar cuenta, me estampa un beso en la mejilla; así, sin más, cogiéndome por sorpresa por los antebrazos. Me extraña un montón que me bese, los americanos no lo tienen por costumbre a no ser que se trate de alguien de la familia o una gran amistad.
—Bienvenida, Marian. Es un placer conocerte. Ya teníamos ganas de tenerte aquí. El señor Carson e incluso…—hace una corta pausa— Alan, han hablado maravillas de ti.
¡¿Qué Alan le ha hablado de mí?! No puede ser.
Claro que… el episodio que sufrió su padre en la oficina y el que yo le encontrara… medio moribundo… seguro que se lo contó a Marcia. También hablarían de mi corta trayectoria en la filial… vaya, entiendo que le ha tenido que poner al corriente sobre mí; es normal.
No me salen las palabras del cuerpo así que solo soy capaz decir un simple “gracias”. Acojonada, es la palabra exacta que diría mi amiga Andrea. Estoy acojonada.
—Marcia es la secretaria de Alan, es la persona en la que más confía y en la que tú debes también confiar. Cuenta con ella, te ayudará en todo lo que sea necesario —dice satisfecho.
He de confesar que la arrolladora personalidad de Marcia me supera, me siento inferior ante ella y eso me molesta. No me siento tan especial como en algunos momentos me he querido creer o el señor Carson me ha querido hacer ver, me siento desilusionada, sufro repentinamente un bajón. Esa mujer irradia seguridad, profesionalidad, aptitud y madurez.
Creo que cuento con esas cualidades, pero no irradio su seguridad… y de la madurez… es algo que me sigo cuestionando.
—¿Ya conoces a Allison? —me pregunta Marcia sin soltar mis antebrazos—. ¡Vamos que me vas a coger cariño!
—Sí, he tenido el gusto de conocerla.
—Estupendo, ya sabes que cualquiera de las dos te podemos ayudar en lo que necesites.
—Es gratificante y de gran ayuda saber que voy a tener tantas facilidades para trabajar. Es algo que les tengo que agradecer a todos.
—Pequeña… tendrás ocasión de demostrar tu valía, vas a aportar mucho a esta empresa. Eres…—el señor Carson rebusca en su mente—valga la redundancia: un diamante en bruto.
Su comentario me parece exagerado y me hace reír.
Marcia me observa. Ella ronda los treinta y ocho años. Me mira como he visto mirar a las hermanas mayores de mis amigas a mis amigas; esa mirada de complicidad y de cariño que se le tiene a la hermana pequeña.
Por fin me suelta y se aparta unos pasos de mí.
¡Uff! ¡Por favor, acabemos con esto de una vez, quiero morirme!
—¿Alan está en su despacho? —pregunta finalmente el señor Carson.
—Claro, por eso avisé a Allison.
—Estupendo. Ya tendremos tiempo de charlar y de ponernos al día. Después de tanto tiempo tenemos muchas cosas que contarnos.
—Claro que sí y eso que hemos hablado a menudo por teléfono y por Skype —sonríe ella.
—Sabes que no podía dejar de estar al tanto de la recuperación de Tom y de Amy.
—Lo sé y se lo agradezco infinitamente.
¡¡Vale ya!! ¡Vamos al grano que me va a dar algo!
Tanto preliminar me está mermando la paciencia y la capacidad de contención nerviosa.
El señor Carson se dirige a la puerta que se encuentra tras él. Ni siquiera me he fijado en la decoración de la oficina ni en el más mínimo de los detalles. Estoy tan nerviosa y bloqueada que solo he tenido los sentidos concentrados en Marcia y en el señor Carson.
¡Quiero morir!
Lentamente y con el paso más firme posible que soy capaz de dar, me coloco tras el señor Carson. Él llama a la puerta con los nudillos, la abre y cruza su umbral. No se escucha nada, ni una palabra, el señor Carson me hace un ademán para que le siga. El corazón me late a mil por hora. Sigo sin escuchar ni una palabra, no oigo que Alan se dirija a su padre ni viceversa. Sigo caminando con notoria inquietud. Cruzo el umbral a la vez que veo a un hombre de pie al fondo del despacho, mirando a través de la enorme cristalera que ilumina toda la estancia. Es Alan Carson. En ese mismo instante se gira mientras habla por el móvil. Su mirada se dirige a su padre y rápidamente la traslada a mis ojos, deteniéndose en ellos un instante. El instante más largo e inquietante de mi vida.
Serio, muy serio.
Sus grandes ojos verdes me atrapan al instante, me retienen, me apresan, me bloquean, se apoderan de mi voluntad. No soy capaz de parpadear. Controla mi respiración. Sí… es un controlador nato, es como si me quitara el oxígeno y me dejara los pulmones secos, me deja tan solo el aire justo para no desvanecer. En una palabra: ¡increíble!
¡Qué manera de dominar! ¡Ja! ¡Qué esto me esté pasando es surrealista! ¿Cómo puede bloquearme de esta manera? Quizá es lo que creo que me está sucediendo y en realidad no es así, es tan solo… sugestión.
Bello.
Hermoso.
Seductor.
Atractivo.
Cautivador.
Viril.
Dominante.
Consigo parpadear a la vez que corto de raíz ese torrente de sinónimos que brotan en mi cerebro. Alan a su vez parece volver en sí y finaliza la llamada con…
—Tengo que dejarte, ya te llamaré.
Pero no deja de mirarme. Me cohibe.
Su rostro serio, su mirada penetrante, su cuerpo erguido y la firmeza de sus lentos movimientos me están volviendo loca.
¡Menudo hombre!
Sugestión, seguro que lo mío es pura sugestión y nada más.
Veo asomar una leve sonrisa en sus labios cuando dirige de nuevo la mirada a su padre. Este sigue parado a mi lado y veo como le sonríe a la vez que se encamina hacia su hijo, abriendo los brazos de par en par para abrazarle. Alan hace lo mismo. Al caminar hacia su padre es como si me liberara, como si me diera permiso para seguir respirando sin su control. Mi cuerpo se relaja tras tanta tensión mientras mis pulmones parecen volver a la normalidad. Observo su cara mientras se encamina a los brazos de su padre. Su sonrisa es generosa y sus dientes blancos como el nácar. Me paro a recordar el instante en que nuestras miradas se encuentran. Me ha parecido algo más mayor de los treinta y dos años que tiene, pero al ver como su rostro cambia a cada instante mientras avanza hacia su padre, me hace ver todo lo contrario, me hace ver a un niño desvalido que necesita de su padre y cuando se fusionan en tan deseado y esperado abrazo, el corazón me da un vuelco. El abrazo es tan efusivo y tan íntimo que me veo obligada a desviar la mirada. Es un momento entrañable. Bajo la cabeza mientras mis nerviosas manos se juntan, miro la punta de mis pies, recuerdo el buen consejo de Andrea:
“No te pongas zapatos con tacón muy alto, ponte unos cómodos“.
Menos mal que le he hecho caso; me está pasando factura tanta tensión.
Me siento incomoda. Trato de no escuchar las palabras de cariño que se dedican padre e hijo.
¡Qué momento señor y yo aquí en medio!
—Marian.
Me sobresalto.
—Señor.
Levanto la cabeza lentamente. Les miro. Mi cuerpo parece ralentizarse, que traicionero… y vuelta a empezar… no entiendo que me sucede pero se me corta la respiración cuando miro a Alan. Los dos se vuelven hacia mí mientras uno de sus brazos pasa por detrás de la espalda del otro para no separarse. Alan parece otro. Su rostro parece más relajado y la sonrisa no ha desaparecido de sus labios, sus ojos se muestran alegres… ese rostro serio de hace unos instantes ha desaparecido.
¡Qué guapo!
Viste traje azul oscuro con una casi imperceptible raya diplomática de color más claro, camisa azul cielo y corbata de rayas en diferentes tonalidades de azul. Su pelo es castaño, ligeramente ondulado y peinado hacia un lado al estilo de Matt Bomer. Sus almendrados ojos verdes, sus espesas pestañas y sus cejas perfectas hacen de él un hombre muy interesante. Su boca… ¡Qué boca, madre! Sus labios carnosos, rosados y sensuales son capaces de arrebatar el aliento a cualquier fémina. Su nariz es recta y su mentón ligeramente cuadrado. ¡Gracias a Dios que no va a poner sus ojos en mí! Por ese lado puedo estar tranquila. No creo en absoluto que yo sea su tipo. Además, lo mismo está casado e imagino que lo último que desea es tener problemas con el personal que trabaja para él.
De todos modos… ¡Cuántas tonterías se me pasan por la cabeza!
—Marian. Este es Alan, el motor de Carson & Carson.
Me quedo inmóvil sin saber qué hacer.
Con soltura y elegancia felina, Alan camina hacia mí ofreciéndome su mano. Noto como palidezco y como las manos se me quedan heladas. Miro su mano, pero no soy capaz de reaccionar, no soy capaz de estrechársela.
Le miro a los ojos; su mirada es limpia y serena.
Tras unos tortuosos y agobiantes segundos consigo reaccionar. Le estrecho la mano con timidez. La calidez de su mano me hace esbozar una pequeña sonrisa, menuda tontería pero así es. Noto como las mejillas se me encienden al tenerle tan cerca. Su olor delicado y sutil invade mi cerebro. No es de los tipos que se bañan en perfume; con solo unas gotas en su piel es capaz de atraer a docenas de mujeres como si de un afrodisíaco se tratara. Creo que se me han puesto los ojos como platos y que además, Alan se ha dado cuenta de ello. El tenerle tan cerca me seduce de manera extraña.
—Gracias por aceptar venir a trabajar con nosotros —murmura mientras retiene mi mano entre sus dos manos haciendo que mis ojos se abran aún más al sentir las caricias de estas sobre mi piel.
Seguimos con las miradas enfrentadas.
—Es una buena oportunidad —contesto escuetamente no sin mostrar timidez.
—Haremos todo lo posible para que no te arrepientas de esta decisión.
—Estoy segura de que no me voy a arrepentir—afirmo con rotundidad.
Suelta mi mano y retrocede dos pasos. Le miro atenta, procuro mantener el tipo y no arrugarme.
—Ya teníamos ganas de conocerte —sonríe a la vez que sus manos apartan hacia los lados la americana hasta posarlas en sus caderas con aire despreocupado.
Tiene todo un tipazo, cero michelines. Si lo viera Andrea… vamos, le asaltaría sin contemplaciones.
—Eres de mucha ayuda para mi padre —gira la cabeza para mirarle—, le aportas mucho… y espero que los dos… sigáis aportando lo mismo con la misma intensidad a esta empresa.
Que pose tiene este hombre, le sale tan natural… es un hombre con mucho estilo, parece un modelo de Armani.
—Sí que eres exigente hijo —ríe el señor Carson con ganas mientras se acerca a Alan—. Eres increíble, siempre tratando de sacar el mayor rendimiento al personal.
—He aprendido de un buen maestro —hace un guiño a su padre y este pasa el brazo para rodear los hombros de su hijo.
—Vas a asustar a Marian, va a pensar que eres un explotador —le dice al oído.
Alan deja tímidamente asomar una sonrisa ladeada al oír el comentario que le hace su padre. Parecen divertirse los dos a mi costa. Me observan a la espera de que haga algún comentario. Me mata la vergüenza y no soy capaz de soltar palabra.
—Estoy preparada para aportar todo lo mejor de mí, ya lo estoy deseando —afirmo.
Intento ser lo más firme posible en mis respuestas pero… me traicionan los nervios. Me muerdo el labio sin darme cuenta. Alan se fija en mi boca y me lanza una mirada fría y penetrante a mis tímidos y asustados ojos. Estoy pasando por unos instantes bastante duros. Me he pasado tanto tiempo imaginando cómo sería mi presentación y como sería Alan que… el momento me supera y hago malabarismos para poder resistir sin tambalearme sobre los tacones.
Me siento observada por padre e hijo.
El silencio envuelve el momento.
No sé qué más esperan que haga o que diga… Una gran confusión se cierne sobre mí. En este preciso instante en que trato de darme una respuesta oigo abrirse la puerta tras de mí. Marcia la había cerrado después de que yo entrara en el despacho.