Kitabı oku: «Jarkeq de Vharga y el Wyvern de la verdad», sayfa 6

Yazı tipi:

Se equivocaba. Y dio un puñetazo sobre el mapa en el lugar indicado.

—En Taren Gaeli no hay nada más que Taren Gaeli —murmulló defraudado—. ¿Será un pueblecito cercano?, ¿un pueblecito cercano con guardia?

—¡Por el amor de Araddon! —exclamó Tabba al salir de la cocina arrastrándole fuera de sus pensamientos—. ¿Qué hacen dos hombres muertos en mi taberna?

—Yo… puedo explicarlo…

—¿Eso es una mano?

*****

Unos golpes en la puerta despertaron al Aniquilador.

—¿Quién es, Clot?

Kellus se incorporó al oír que llamaban de nuevo. Pensó que sería Garbanzo, despistado como él solo, que volvía a por algo que se le había olvidado pero descartó la idea de inmediato con tristeza, ninguno de ellos tenía muchas pertenencias y mucho menos tan valiosas como para hacer esperar a la academia de nubeología. Ni siquiera se había llevado maleta, solo una bolsa con algunas prendas nuevas que Jarkeq les había comprado.

Luego pensó que podía tratarse del dueño de la Ronoa Boutique y su cuadrilla de modistos de vuelta para exponerles algún conjunto más surgido de su brillante imaginación pero no escuchó la aguda voz del hombre entusiasmado con las maravillas de su nueva idea y hablando sin cesar sobre la propuesta. Directamente no escuchó nada. El silencio le perturbó y con un gran esfuerzo alcanzó el bastón que Jarkeq le había procurado junto a la renovación de armario y salió de la habitación apoyándose en él. ¿Y si Dagoh había vuelto a por ellos? Jarkeq les aseguró que no volverían a ser molestados sin el orbe pero quizás el rencor de Imperio era demasiado como para dejarles ir sin más, si había logrado escapar del kromlen.

Cuando se asomó a la habitación principal, dos hombres hablaban con Clot en el centro de la estancia que hacía de salón, cocina y recibidor.

Raxus le miró y Clot se percató de su presencia.

—Jarkeq —le dijo a su amigo.

—¿Qué quieren ustedes? —preguntó Kellus molesto. No tenía ninguna razón real para desconfiar de aquellas personas pero no sentía que fueran de su agrado. La asustada mirada de Clot tampoco había ayudado.

—Disculpe nuestra intromisión, por favor. Mi nombre es Raxus van der Hailsend, capitán de la guardia Caope de Vharga. Estamos buscando a Jarkeq, sabemos que ha estado aquí. Sería tan amable de…

—Ya no está aquí —le interrumpió Kellus—. Y no sé adónde ha ido, no.

—¿Está seguro de eso, señor?

—Completamente, sí. ¿Duda de mi palabra?

—Dudo de todo en lo referente a Jarkeq, si puedo serle sincero —dijo paseando por la habitación—. Espero lo mismo de usted, un empleado de la Federación. ¿Puedo saber de qué conoce a Jarkeq?

—Es un… nos ha estado ayudando con algunos asuntos.

—¿Desde cuándo? —Raxus no le prestaba atención, solo examinaba el salón con la mirada.

—¿Qué es lo que quiere de Jarkeq? —Kellus no estaba de humor para juegos.

No se sentía amenazado como con los hombres de Dagoh, con los que se corría el riesgo de acabar ensartado simplemente por hacerles perder el tiempo, ahora era peor. A veces los asesinos y bandidos eran una molestia tolerable, sabías a lo que atenerte, y con no hacerles enfadar podías salir airoso de un encuentro. Con Raxus era diferente. Tenía la extraña sensación de que aquel hombre era prácticamente imperturbable y que no dudaría en matarle sin ningún tipo de miramiento si así lo consideraba necesario fuera o no provocado. Se movía por convicción.

El capitán se volvió para mirarle fijamente.

—Jarkeq de Vharga, como usted le conoce, es un peligroso delincuente. Mi misión es arrestarle y llevarle de vuelta a Vharga.

—¿Por qué?

—Por traición.

Kellus tragó saliva y pensó en el orbe, en los objetos deita y la profecía Kaerusekai. ¿Sabía Jarkeq que el gobierno ya le perseguía? ¿Qué la Federación ya estaba tras él? ¿Significaba aquello que Jarkeq podía ser de verdad El Enemigo?

Raxus pudo apreciar la perturbación del Aniquilador.

—Entre otras cosas —añadió el capa azul—. ¿Va a ayudarme o debo ser más convincente?

Kellus no le escuchó, le daba vueltas a la situación de Jarkeq. Recordó que Jarkeq buscaba un objeto deita en concreto, el Wyvern de la verdad. Pensó que quizás era para limpiar su nombre de algún delito cometido, para demostrar su inocencia, pero bajo la dura mirada de Raxus no pudo evitar que un sombrío pensamiento se abriera paso entre sus reflexiones: no conocía al cazatesoros de nada. Confiaba en él, se había ganado ese derecho, pero no sabía quién era realmente. Se le ocurrió que podía haberle mentido, que tenía ya en su poder otros deita. ¡El Enemigo sin duda le mentiría! Eso explicaría por qué la Federación había mandado a un grupo especial del que nunca había oído hablar a detenerle.

Fuera de la casa se escuchó un alboroto arrastrando a Kellus de nuevo a la realidad que le rodeaba. El entrechocar de las espadas no se prolongó mucho y el silencio volvió a reinar en el exterior.

Vadran obedeció el gesto con la cabeza que Raxus le había dirigido y se acercó a la ventana ahora tapiada con maderos. Miró por un pequeño hueco y se volvió.

—Será mejor que salgamos, señor.

Así lo hicieron. Los cuatro capas azules que completaban el grupo de Raxus se encontraban tendidos en el suelo, todavía vivos, pero inconscientes o simplemente demasiado doloridos para levantarse.

—¿Quién eres tú? —preguntó Raxus al único hombre que estaba de pie—. ¿Amigo suyo?

—Ese no es nuestro amigo, no —exclamó Kellus, temiendo represalias—. Es un hombre de Dagoh, un asesino. ¡Tú eres de la Federación, detenle!

—Yo no soy de la Federación —le aclaró Raxus secamente. Kellus se fijó por primera vez en el uniforme de Raxus, no había ninguna distinción del gobierno. Solo una cruz blanca en los hombros.

—Ni yo un hombre de Dagoh —pronunció con repugnancia el recién llegado—, ya no.

El hombre al que llamaban el mejor guerrero de la región Victoria, Tirso Nibbel, miró al Aniquilador.

—Salid de la casa y alejaos.

Kellus observó al asesino y a Raxus intentando averiguar en qué situación se encontraba para tomar una decisión. Clot se unió a él y le susurró.

—Jarkeq gana asesino Dagoh, Jarkeq huye de hombre azul.

Kellus entendió lo que su amigo quería decir y cuando se disponía a reunirse con Tirso, Vadran les cortó el paso.

—Quizá tú puedas ayudarme, estoy buscando a Jarkeq —se dirigió Raxus a Tirso.

—Lo sé, por eso estoy aquí. Las noticias y los secretos son lo mismo en esta ciudad, cuando todavía no le habías cortado la mano a Gurgon tu nombre estaba ya en boca de todos. No sé dónde está.

—Te creo, pero algo me dice que él sí que lo sabe. —Señaló a Kellus con la cabeza—. ¿Por eso has venido aquí, cierto? Porque no quieres que nos lo diga.

—He venido aquí porque has matado a dos personas.

—¿Personas? ¿Así los llamas? Apuesto a que tus manos también están manchadas de sangre.

—Sí, pero no tiene nada que ver.

—¿No eres un asesino?

Tirso se mantuvo en silencio.

—Lo era —dijo apesadumbrado—, pero a pesar de caminar entre las sombras nunca he justificado mis muertes para evitar la culpa. Solo estaba… perdido.

—Mis víctimas son delincuentes, como Jarkeq. Los bandidos de la taberna eran escoria. Arrebato vidas, cierto, vidas que no merecen existir, que ensucian la vida de los demás. Esta ciudad está gobernada por esa basura. Mires donde mires, se nota, y la Federación está también corrupta aquí. Por eso he venido personalmente, no puedo confiar en una simple orden de búsqueda y captura. Pero tú ahora reniegas de ser uno de ellos y ayudas a Jarkeq, ¿por qué? No es más que otro loco peligroso.

—No, nada de eso. —La tristeza que le había dominado mientras pensaba en su pasado se transformó en orgullo—. ¿Crees que eres mejor que él? No hacía ni una hora que habías cruzado la Puerta de la Justicia Ciega y asesinaste a Vinet y Lodoy. Jarkeq puede estar loco, pero no es… no es como nosotros.

Raxus pareció estudiarle durante unos segundos con una mueca de disgusto. Era justo el tipo de persona que odiaba, pero por encima de todo le repugnaba que alguien así tuviera un falso código ético como mostraba Tirso Nibbel y además defendiera a alguien a quien odiaba todavía más, un delincuente que se había burlado de él haciendo que tuviera que perseguirle fuera de los límites de su jurisdicción.

—Vadran —dijo.

El capa azul golpeó a Kellus en la cabeza con el pomo de su espada derribándolo. Clot hizo un amago de ayudar a su amigo pero Vadran lo detuvo con la punta de su espada. El Aniquilador sintió una punzada y su costado comenzó a teñirse de rojo. Se llevó la mano a la herida y no intentó de nuevo acercarse porque Kellus así se lo indicó desde el suelo.

Tirso avanzó veloz desenvainando pero descuidó su defensa. Raxus estaba sobre él, y con un único movimiento de muñeca le desarmó y le hizo caer. Tirso se arrastró hasta su espada levantando una nube de polvo y la sangre brotó de su nariz cuando recibió un puntapié del soldado. El soldado esperó hasta que se reincorporó y le acercó la espada de una patada. Con un gesto le invitó a recogerla.

—Esto no es necesario, ya lo sabes —comentó el capitán de la guardia Caope—. Solo queremos saber una cosa.

Vadran pateó a Kellus y Tirso dudó un instante. Siempre había preferido observar y atacar, obtener la mayor información posible sobre su enemigo antes de abalanzarse a la batalla, pero ahora no había tiempo. De todos modos, pensó, con Jarkeq no le había servido de nada y Raxus no le daría tregua como el cazatesoros.

Finalmente se lanzó hacia su rival pero fue repelido con la misma facilidad que antes.

—¿Dónde está Jarkeq? —gritó Raxus dándole la espalda y mirando a Kellus.

El Aniquilador se negó a contestar y una nueva patada en las costillas hizo que Clot desobedeciera las órdenes de su compañero y atacara. Vadran lo esquivó sin problemas y le cortó en la pierna haciéndole caer de nuevo. El Aniquilador se mantuvo en el suelo gimiendo, demasiado débil para retomar la disputa.

Tirso insistió inútilmente al ver aquello, recordando como una pesadilla el día de antes cuando sus subordinados le habían dado una paliza a Kellus, pero Raxus jugó con él, resistiendo las acometidas sin problema alguno, impidiéndole avanzar hasta los Aniquiladores y mostrándose intencionadamente superior a él en sus despreocupados movimientos. Esquivaba sin apenas esfuerzo los embistes del asesino y de vez en cuando, como para remarcar su superioridad, le infligía una herida superficial.

Tras unos minutos Tirso clavó la espada en el suelo para intentar mantenerse en pie y recuperar el aliento. Con un último esfuerzo, atacó al capitán pero solo logró que su espada terminara partida en dos y una fea herida en el costado. Trastabilló y acabó con una rodilla tocando tierra a merced de su enemigo, manchando el suelo de rojo. Raxus le dedicó una burlona sonrisa y caminó hasta Kellus. Le agarró del pelo, levantándole la cabeza, y apuntó a su garganta.

—¿Dónde está Jarkeq? —preguntó remarcando sus palabras—. ¡Dímelo!

—¡Díselo, viejo estúpido! —le ordenó Tirso fatigado.

Kellus temblaba arrodillado. Le dedicó una furiosa mirada al asesino y respondió sintiéndose desgraciado, con las lágrimas a punto de brotar.

—Se dirige a Kyahn’var.

—¿La torre de los hechiceros? —preguntó Raxus intrigado—. ¿Para qué? ¿Es por el orbe?

—No lo sé —contestó débilmente Kellus tosiendo—. Quiere saber algo…

—¿El qué? ¿Qué está planeando? —preguntó Raxus tras pensarlo un momento pero no recibió respuesta—. Como quieras.

El capitán alzó su espada sobre la cabeza del Aniquilador.

—¡Por favor! —Tirso se arrodilló del todo, apoyándose en el suelo con las manos, e inclinando la cabeza en señal de ruego—. ¡No les mates, por favor, te lo suplico!

Aquello desconcertó a Raxus. Vio cómo las lágrimas del asesino caían al suelo frente a él. ¿Había abandonado ese hombre el mal camino realmente?

Ninguno notó su vacilación porque sus preocupaciones eran otras, pero Vadran pudo ver cierta indecisión en su capitán. La duda en sus ojos. Algo parecido le había sucedido cuando se encontraron por primera vez a Jarkeq, aunque en aquella ocasión fue algo mucho más leve, prácticamente imperceptible y desapareció al instante, más desconcierto que piedad, pero el joven soldado conocía a la perfección a su superior y lo había notado.

—Es suficiente —dijo Raxus secamente, y se alejaron tras reanimar a todos sus hombres.

Kellus caminó a gatas dolorido, temblando, y con esfuerzo se arrodilló junto a Tirso que acababa de desplomarse. El asesino todavía tenía lágrimas en los ojos pero ya no respiraba. Kellus agarró su espada rota y la guardó en la vaina, luego la levantó con ambas manos sobre el cuerpo del guerrero e inclinó la cabeza.

—Yo acepto tu espada.

*****

Varios curiosos observaron como el grupo de soldados vestidos de azul salía de Amthku por la puerta del este. Todos se apartaron de su camino, sabían perfectamente quiénes eran y qué habían hecho porque un grupo como aquel y sus acciones eran un chismorreo de rápida propagación, y aunque no sabían realmente de dónde venían ni qué querían todos determinaron que sin duda era una buena noticia que se fueran tan pronto y no provocaran más problemas. Suficiente tenían ya.

Pero entre todos los ojos que espiaban la marcha de la guardia Caope los más lejanos eran los más trascendentes.

—Al parecer la Guardia Caope le persigue, será mejor que haga lo mismo y le vigile.

El hombre del campanario se llamaba Odoru. Se encontraba agarrado a la cruz que adornaba la cumbre, desde allí podía verlo todo. Le hablaba a un pequeño espejo redondo que sujetaba con la otra mano.

—¿Por qué les interesa? —La voz que salía del espejo era la de una mujer.

—No lo sé, todavía. Algún altercado grave en Taren Gaeli provocaría. Visto lo acontecido aquí eso considero, pues el capitán se ha mostrado contundente para averiguar su paradero.

—¿Entonces podrá la guardia Caope ocuparse si es necesario?

—Quizá, pero ya se les escapó una vez ese hombre estrafalario. El chico sabe defenderse, a pesar de todo, pero no es rival para Raxus si de verdad se encuentra solo. Le vencerá si se propone luchar, pero entonces me preocupa lo que con el orbe pueda pasar.

El espejó guardó silencio.

—Lo reclamaremos llegado el momento. Raxus es un veterano retirado de la Federación, comprenderá nuestra postura. Ha sido toda una sorpresa que el orbe estuviera finalmente en Amthku como Imperio decía, jamás le tomé en serio, la verdad. Lamentablemente nuestro viejo amigo no parece que vaya a renunciar a él y eso es un problema.

Odoru no parecía prestarle atención a la voz y esta se interesó por su interlocutor ausente.

—¿Ocurre algo?

—Si el chico se acerca, no pueden con él y demuestra ser… —buscó las palabras adecuadas—, alguien de nuestra incumbencia, ¿quieres que lo intercepte y lo borre de la existencia?

El espejo se quedó mudo unos segundos.

—No —sonó al fin jocosa la voz—. Vigílale y averigua todo lo que puedas sobre él pero no intervengas. Veamos qué hace a partir de ahora. —La voz dejó escapar una risita—. Hace mucho que no nos divertimos.

SEGUNDA PARTE

MERWKMAZÖN

IX

Un bosque oscuro

La deuda de vida de Shiro

Jarkeq canturreaba despreocupado por un viejo camino que cruzaba el bosque Merwkmazön disfrutando de la fresca brisa que bajaba desde el monte Grimmsteinholt. El aire transportaba el aroma de las fraguas y minas que escapaba por las chimeneas excavadas en la cumbre de la gran montaña y Jarkeq recordó que aquel era territorio de los enanos desde que se firmara el Pacto Amida, o pacto de las razas, en la isla de Belias Dai al final de la Primera Gran Guerra. Solo entonces, con el permiso de la Federación, los enanos comenzaron a hurgar legítimamente en la montaña, pues llevaban siglos haciéndolo por su cuenta. El acuerdo les obligaba, entre otras cosas, a abastecer a la región Victoria. Acuerdo era una forma amable de decirlo, ya que si no aceptaban serían considerados demonios mazoku como hasta entonces y perseguidos hasta el fin de sus días, pero el acuerdo también les obligaba a llamarlo acuerdo. Y a sonreír al hacerlo.

Gracias a esto el monte era un lugar seguro. Repleto de enanos y con la zona declarada como propiedad exclusiva de estos por la propia Federación los conflictos en aquel lugar eran prácticamente inexistentes, dejando a un lado las riñas entre clanes de los propios enanos por el dominio de Grimmsteinholt. En cambio el bosque a sus pies era otra historia.

Años atrás la gente de un pueblo cercano llamado Crestom había llamado a la arboleda el Bosque Oscuro debido a los incontables peligros que acechaban al abrigo de los árboles, pero tuvieron que dejar de hacerlo porque comenzaron a aparecer numerosos caballeros extraviados que buscaban otros bosques oscuros. Fue una mala época, llegaron noticias de muchos reinos perdiendo a sus princesas cuyas llamadas de auxilio no habían sido escuchadas. Lo intentaron con el Bosque Negro, el Bosque Tenebroso, el Bosque Gris, y otros tonos y adjetivos siniestros pero al parecer todos los nombres causaban problemas similares. Incluso la Federación llegó a llamarles la atención. Finalmente, una noche de duermevela debido a las presiones gubernamentales, el alcalde de Crestom despertó embargado de una emoción incontrolable y declaró, creyendo tener la solución perfecta, que el bosque se llamaría a partir de entonces Bosque Bonito. Así aprenderán, sentenció.

Al año siguiente la Federación lo encarceló por publicidad engañosa y lo condenó a indemnizar con cien feds reales a cada una de las familias que habían perdido sus vacaciones y a algún que otro familiar en el transcurso de estas.

Más tarde, un comité de expertos federal, rebuscando entre los escritos del pueblo, descubrió que los enanos llamaban al bosque simplemente Merwkmazön, que básicamente significaba bosque oscuro en un idioma antiguo pero no producía ningún tipo de confusión. Con el tiempo este suceso se convirtió en un cuento clásico entre los enanos de Grimmsteinholt para reírse de los humanos llamado ¿A ti te preguntaron?

Jarkeq estaba al corriente del riesgo que suponía cruzar el bosque debido a la diversidad de criaturas salvajes que lo habitaban y por eso a pesar de caminar con decisión y aparentemente despreocupado no dejaba de prestar atención a lo que sucedía a su alrededor.

La calzada por la que Jarkeq marchaba al cobijo de los frondosos árboles que bordeaban el camino había visto tiempos mejores. Ahora solo se dejaba insinuar con restos de pequeños adoquines bajo el manto de tierra y hojas y poca gente recordaba que existía. Todo el mundo iba por la carretera principal de Xadelyn, era más seguro, pero cruzar Merwkmazön llevaba directamente a la torre Kyahn’var, donde Jarkeq esperaba encontrar a alguien que le ayudara a utilizar el orbe Kaminomichi y mientras se mantuviera en el sendero marcado las bestias le dejarían en paz.

Entre la sinfonía salvaje que producían los animales al arrastrarse entre las plantas, el suave viento haciendo crujir las ramas, las aves y sus llamadas o bramidos no tan lejanos como le gustaría, Jarkeq escogió la amenaza más próxima cuando localizó algo moviéndose entre los arbustos a pocos metros. Fue solo un segundo, un simple roce, pero estaba allí acechándole. El cazatesoros dio un par de pasos más manteniendo la calma para no delatarse sin perder de vista el lugar por el rabillo del ojo. Controló la respiración mientras se agachaba a recoger una pequeña roca y la lanzó contra la espesura.

—¡Ay! —exclamó el matorral.

—¡Sal de ahí, seas lo que seas!

—¡Soy una persona! —Una cabeza asomó entre las ramas.

—Eso lo decidiré yo.

—Te lo prometo. Una chica normal y corriente, mi nombre es Nel. —La muchacha se acercó con las manos en alto.

—¡Quieta ahí! Tú no eres una chica normal y corriente, ¡eres el ladrón!

Nel torció el gesto decepcionada. Había esperado deshacerse de su papel de Chico aseándose un poco antes de abandonar Amthku pero estaba claro que Jarkeq no era tan tonto como parecía.

—¿Ayer no eras un chico?

—¡No! Bueno, sí, pero… Mira, eso no te importa.

—Tienes razón, adiós.

—¡No, espera! —Sin duda, nada estaba saliendo como lo tenía planeado—. Como has dicho soy una ladrona, pero no he terminado muy bien con mi jefe de Amthku, gracias a ti, ya sabes, y por eso estoy aquí. Me enteré de que eres un cazatesoros, y tienes mucho dinero, así que pensé que debías de ser muy bueno y además sabes defenderte, si quizá vas en busca de algo valioso yo podía seguirte y…

—Robarme.

—¡No! Ayudarte a encontrar un tesoro.

—¿Quieres ser cazatesoros?

—No, quiero tesoros. Podríamos ser socios.

Jarkeq meditó un segundo.

—Nah, paso —dijo sin más y continuó su camino.

—Espera, ¿por qué no? —preguntó plantándose delante.

—No me fío de los ladrones.

—¡Pero si tú eres un cazatesoros!

—¡No es lo mismo!

—¡Es peor!

—Bueno, —Recordó con amargura durante un segundo la conversación con Kellus—. Supongo que tienes razón. ¿Cómo te llamabas?

—Nel. ¿Trato hecho? —La chica le tendió la mano.

Jarkeq la estrechó, forzó una sonrisa y la atrajo hacia él.

—Las manos donde pueda verlas —le advirtió.

—Oye, esto no va a funcionar si no te fías de mí. Para eso doy media vuelta y cada uno por donde ha venido…

—Venga pues.

—¡No, era solo una forma de hablar! Voy contigo, Jarkeq.

El cazatesoros la miró inquisitivo sin detenerse.

—Eh, todo el mundo en Amthku sabe tu nombre desde anoche —se excusó la muchacha.

—De acuerdo —aceptó Jarkeq sin mucho entusiasmo—. Pero vamos a dejar un par de cosas claras. Primero, yo mando. Segundo… bueno, si yo mando ya no hace falta más, hazme caso siempre y ya está. Primera norma: siempre por el camino.

—Está bien —bufó la ladrona y le pegó un codazo al cazatesoros al ponerse a su altura—. Oye, ¿y cómo vamos a repartir las ganancias?

Jarkeq se detuvo y clavó sus ojos en los de ella. Nel tragó saliva, quizá había forzado demasiado su mano.

—Eso me da igual, todo para ti.

—¿Todo?

—Solo te pido que no me metas en líos, ten mucho cuidado con lo que haces.

—¿Yo? —dijo Nel aguantando una carcajada. Se lo decía él, que había puesto Amthku patas arriba—. Sí, bueno, vale.

—Lo digo en serio. Este bosque, por ejemplo, tenemos que cruzarlo y es muy peligroso. —Miró a su alrededor y pareció encogerse, como si temiera que el propio bosque pudiera oírle y ofenderse—. Es antiguo, quizá todavía haya demonios mazoku aquí.

—Creía que se habían extinguido.

—Eso piensa todo el mundo, la Federación se esforzó en erradicarlos, pero tu jefe tenía uno. No era puro, pero… —Dejó de hablar recordando la suerte que habían tenido los Aniquiladores y él frente al kromlen. La historia de la modificación mental de Railyu Zacat era cierta, pero lo que no les había contado a sus amigos era que bien podía haber sido un colmillones de una ascendencia no afectada por la manipulación del científico, básicamente había sido un cara o cruz lo que los había separado de una muerte horrible—. Tengamos cuidado.

—¿Tan peligrosos son?

Jarkeq volvió a mirarla a los ojos, pero esta vez no solo se sintió amedrentada por su semblante serio, sino por el miedo que pudo ver en ellos.

—Los mazoku no son animales —sentenció, por si Nel tenía alguna duda—. Los animales pertenecen a la naturaleza, necesitan comer y dormir para vivir, luchan cuando se sienten amenazados, tienen frío, se lamen las heridas, sienten alegría, tristeza, miedo… Los mazoku solo sienten odio. Su hambre insaciable no responde a una necesidad de alimentarse, sino a la de matar, masacrar a los humanos, sin importar nada, ni su propia vida. Y si sienten algo vagamente parecido a la alegría es mientras comen la carne y beben la sangre de una persona aún viva y mastican su corazón.

El susurro en el que se había convertido la afligida voz de Jarkeq se vio acompañado por un grupo de nubes que ocultaron el sol para quedar abandonados en las sombras del bosque. Nel se dio cuenta entonces de que respiraba de forma agitada, y sin apartar los ojos de los del cazatesoros, prestaba atención al bosque, esperando que apareciera algo que quisiera acabar con ellos. Desde luego la primera norma de no apartarse del camino le iba a resultar fácil de cumplir.

—¿Cómo son? —preguntó controlando el temblor de su voz.

Jarkeq suspiró, intentando alejar la terrible sensación que le invadía al hablar de los mazoku, y comenzó de nuevo la marcha.

—Los hay de mil formas diferentes, pero todos viven para atormentar a los humanos y son horribles; incluso los slaug o narakana, que podrían pasar por jóvenes muchachas antes de arrancarte la garganta de un bocado. —Las palabras salían de su boca con amargura—. Algunos parecen animales como el kromlen, y otros son criaturas deformes, engendros. Así que, por favor, hazme caso y ten cuidado. No sabemos qué podemos encontrarnos.

*****

Cuando llevaban ya una hora caminando Jarkeq comenzó a notar el cansancio. No era por el propio esfuerzo de la caminata, su fatiga se debía a las heridas que había recibido en la refriega con los hombres de Imperio. No habían sido heridas graves, y por eso había decidido continuar su viaje lo antes posible, dejando pasar incluso el ofrecimiento de Liz de llevarle en carromato, pero eran numerosas las lesiones que le impedían llevar el ritmo de su acompañante. Miró atrás y calculó la distancia. Una hora no les había dado para mucho, el camino zigzagueaba demasiado. Todavía quedaba mucho bosque que recorrer pero no abandonarían el camino.

—Oye, ¿y a dónde dices que vamos exactamente?

—¿Otra vez? A Kyahn’var.

—Sí, la torre esa, pero ¿para qué?

—Asuntos —dijo Jarkeq sin más tras meditarlo unos segundos, no sabía todavía si podía confiar en ella después de todo.

—Ah, genial, asuntos… Espera —dijo Nel agarrando de la bandolera a Jarkeq y obligándole a frenar.

—¿Qué haces?

—¿Oyes eso?

—No oigo…

—Sshh, escucha.

Cuando la brisa daba descanso a la serenata de crujidos de ramas y los animales respetaban el momentáneo silencio, el canturreo de una dulce voz llegaba hasta ellos. El pulso de la ladrona se aceleró, conocía la canción. Escuchó un segundo más intentando discernir la dirección y se saltó de buenas a primeras la única norma que Jarkeq le había impuesto hasta el momento. Sin decir nada brincó entre los arbustos y echó a correr por el bosque.

Jarkeq se quedó allí de pie plantado en medio del camino, viendo cómo la muchacha desaparecía sin más.

—Y tendré que seguirla.

*****

Mientras Nel corría por el bosque esquivando ramas y saltando troncos evitando pisar donde no debía sin saber muy bien si iba en la buena dirección, recordó de forma inconsciente las recomendaciones que Jarkeq le había dado. No tocar nada, no mirar a nadie, en caso de problemas echar a correr, nunca detenerse, nunca mirar atrás y en última instancia correr aún más rápido. Así lo hizo, por diferentes motivos. Al principio corría llevada por el entusiasmo de haber reconocido la canción, luego por miedo a que los pasos y risitas que oía a su espalda no fueran de Jarkeq y el último arreón fue porque al tropezarse y chocar con una gran piedra, esta se incorporó y bostezó furiosa por ser despertada de su letargo. El golem nunca llegó a ver a su despertador.

La chica apareció finalmente frente a una cabaña de madera con un sencillo jardín decorado con pequeñas figuras de gnomos. Inspeccionó los alrededores pero no parecía haber nadie cerca y se acercó a la puerta.

—Ten cuidado, ahí viven enanos.

Nel pegó un bote y casi se le para de golpe el corazón a pesar de lo acelerado que estaba.

—¡Maldito seas, no hagas eso! —le espetó a Jarkeq que había aparecido a su lado de pronto.

—Eso digo yo, salir corriendo así, ¿qué te ha dado?

—Cosas mías.

—Ah, vaya, estupendo, bien empezamos. Pues entra ahí y arregla esas cosas tuyas y vayámonos cuanto antes si quieres venir conmigo, no quiero verme con enanos.

—¿Cómo sabes que aquí viven enanos?

—Por los gnomos de jardín —dijo—, los enanos no ponen enanos.

Nel no se molestó en preguntarle si aquello era una broma o hablaba en serio, no por falta de ganas, pero la expresión del cazatesoros era grave y simplemente lo aceptó como verdad, o al menos como la verdad de Jarkeq, un dato curioso que quizás había leído o aprendido en alguno de sus viajes, y se limitó a estar atenta por si veía aparecer algún enano. De los de verdad. De los que se mueven. De los de verdad que se mueven pero no son enanos de jardín embrujados. De los que comen y cavan y luchan y beben y eructan, y tienen nombres como Dwarn Rocanegra o Throan hijo de Throm.

—Y por la casa, claro, esta puerta es muy pequeña.

Nel ignoró al cazatesoros y llamó. Nadie contestó pero la voz venía de allí dentro. Para su sorpresa descubrió que la puerta estaba abierta. Nel se volvió hacia Jarkeq y sin decir nada le suplicó con una tierna expresión que la acompañara. El cazatesoros refunfuñó pero aceptó y tuvo que agacharse para atravesar el umbral, una vez dentro había espacio suficiente para poder caminar sin problemas. A pesar de su nombre, los enanos eran más altos de lo que la gente creía. Menudos, por supuesto, pero excepto por sus facciones más toscas, la vestimenta normalmente adornada con runas y los atavíos en la barba y cabellera podían perfectamente pasar por un hombre de baja estatura sin muchos modales. Algunos incluso no llevaban barba, pero eso era algo que prácticamente todo el mundo desconocía.

—¿Hola? —preguntó Nel con delicadeza una vez dentro.

Jarkeq se acercó a la mesa en medio del salón y leyó unos rollos de papel extendidos. Las runas escritas en ellos le confirmaron su teoría de que los enanos eran dueños de la casa. Además, en una esquina, ordenadas y limpias, como listas para una exposición, un montón de herramientas descansaban en un mueble dispuesto para su conservación confirmando otra suposición.

₺172,41

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
600 s. 1 illüstrasyon
ISBN:
9788418542701
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre