Kitabı oku: «Jarkeq de Vharga y el Wyvern de la verdad», sayfa 7

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—Mineros —le dijo a Nel señalando los utensilios—. Un poco lejos de Grimmsteinholt.

Continuaron por el pasillo siguiendo la animada vocecilla que había cambiado de canción pero seguía alegre. Recorrieron el corredor controlando la fuerza de sus pisadas hasta llegar a la puerta, abierta, y entraron en la última habitación.

Era una chica bajita, con una media melena lisa castaña recogida en una sencilla diadema, limpiando con un plumero los muebles. Estaba de espaldas y tarareaba una cancioncilla a la vez que bailaba y no se dio cuenta de los intrusos. A pesar de no verle la cara Nel tuvo claro al instante que no era su hermana, sin embargo se adelantó para hablar con ella pero no pudo. Jarkeq la sujetó del brazo y la arrastró de nuevo al pasillo.

—¿Ya has olvidado todo lo que te he dicho? —le preguntó en voz baja.

—Pero solo es una muchacha…

—¿Solo una muchacha? Podría ser una bruja.

Nel se asomó por la puerta y observó a la chica que ahora estaba de perfil y pudo apreciar mejor su aspecto.

—No lo creo —respondió y esgrimió su poderoso argumento—. Es normal, guapa y todo.

—¿Y qué esperas, que sea una vieja decrepita con una verruga en la nariz y que te ofrezca una manzana en cuanto te vea mientras se ríe como una demente? —preguntó Jarkeq irónico.

—Bueno… sí.

—¡Tonterías! Precisamente las brujas manzaneras son hermosas y si van regalando manzanas por ahí no es por fomentar la buena alimentación, quieren arrebatar la juventud a bellas chicas como tú para no marchitarse nunca. Además, ¿verrugas y todo? ¿Por qué una bruja se iba a esforzar tanto en parecer una bruja? Seguro que una bruja con cara de bruja que viste como una bruja es una bruja buena. De lo contrario, si fuera una malvada bruja manzanera debería de replantearse engañar a la gente de otra forma porque transformarse en una bruja de manual no creo que sirva de mucho y dudo que su aspecto real dé tanto miedo como para adoptar este otro aspecto en busca del engaño. No creo que nadie sea tan tonto, vamos, lo más normal sería adoptar una imagen más inocente, una dulce elfa por ejemplo, o la de esa chica. Aunque claro, puede ser que la bruja manzanera teniendo en cuenta esto piense que su víctima va a pensar precisamente en eso y realmente se disfrace de bruja fea para esconder el engaño y hacer dudar a su objetivo para contrarrestar la posible sospecha con un manto de evidencia y así…

Nel, que se había perdido un poco entre toda la palabrería, solo reparó en que el cazatesoros la consideraba guapa. O algo así. Primero se sintió halagada, pero luego no pudo ocultar su verdadero ser. ¿Podría usar su belleza como engaño? Nunca se lo había planteado. Tanto tiempo siendo un chico…

Se fijó entonces en Jarkeq, ahora que ya no parecía un vagabundo como la primera vez que lo vio cuando le robó, parecía una persona decente. Dedujo que no debía de ser mucho mayor que ella aunque a veces daba esa impresión por su mirada y su expresión preocupada. Arreglado tenía cierto aire solemne que le hacía atractivo, pensó, aunque su estúpido monólogo sobre brujas rompía todo encanto que pudiera haber ganado.

—Y por eso seguramente no es una bruja —resolvió Jarkeq finalmente.

Nel no sabía realmente cómo había llegado a esa conclusión cuando creía que intentaba convencerla de lo contrario pero a ella le valía y le siguió al interior de la habitación, donde la desconocida continuaba tarareando mientras limpiaba sin enterarse de nada.

Jarkeq carraspeó para llamar su atención sin asustarla. La chica se detuvo e inclinó la cabeza para escuchar. Como no oía nada siguió con lo que estaba haciendo. El cazatesoros lo volvió a intentar tosiendo. La danzarina chica se volvió a detener, abrió la ventana que tenía enfrente y se asomó buscando. Se encogió de hombros, cerró y siguió a lo suyo. Jarkeq aumentó el tono de la tos. La chica dejó sus quehaceres un momento, dudó un instante y se inclinó para mirar bajo la cama. Como no vio nada continuó cantando y bailando mientras limpiaba.

—¡Por el amor de Katherla! —gritó Nel—. ¡Hola, estamos aquí!

La chica gritó sobresaltada y se volvió agitando el plumero para defenderse.

—¿Quiénes sois vosotros? ¿Cómo habéis entrado? ¡Socorro!

—¡Tranquila, tranquila, no somos peligrosos! —A pesar de que había comenzado ella gritando Nel susurraba ahora intentando que la chica se calmara—. Estaba abierto, no queremos hacerte daño. Lo juro. Me llamo Nel y este es Jarkeq.

—¿Por qué tienes nombre de chica?

—¡Soy una chica!

—Vale… Yo me llamo Shiro —respondió asustada—. ¿Qué queréis?

—Ah, no sé, pregúntale a Nel.

—¿Venís a rescatarme? —preguntó todavía desconfiada pero con ilusión—. ¿Eres un príncipe, Jarkeq?

—¿A rescatarte? —se interesó Nel—. ¿Te tiene retenida Dagoh?

—¿Quién? No, un grupo de enanos no dejan que me vaya —dijo y se volvió de nuevo hacia el cazatesoros—. ¿Tú puedes ayudarme? ¿Eres un príncipe?

—¿Cómo que no te dejan? ¿Te han secuestrado? La puerta está abierta…

—Me perseguirán —le respondía a Nel pero miraba a Jarkeq—. ¿Eres un príncipe?

—¡Que no es un príncipe! Venga, salgamos de aquí y hablemos antes de que vuelvan —le apremió Nel.

—No puedo, ya lo he intentado otras veces, pero siempre me encuentran. Me dijeron que tenía una deuda de vida y debo pagarla.

—Vaya, los enanos y sus deudas de vida —se lamentó Jarkeq con un suspiro.

—¿Qué pasa? —le preguntó Nel—. ¿Es malo?

—Bastante malo. Dependerá de los enanos. Verás, es algo cultural, algo arcaico que al parecer algunos todavía mantienen y puede suponer un pequeño problema si los enanos están, digamos, chapados a la antigua. Por no decir a la ancestral.

—No te sigo.

—Es sencillo, si un enano te salva la vida, o tú se la salvas a él, entiende que hay una deuda entre ambos. Antaño estas deudas se saldaban durante la guerra o en viajes, ya sabes, tengo que rescatar a la princesa, ¡cuenta con mi hacha!, mi reino está en peligro, ¡cuenta con mi magia!, un dragón atacó mi granero, ¡ya me contarás! —dijo poniendo diferentes voces—. Básicamente la deuda estaba liquidada cuando ayudabas a quien te había salvado la vida poniendo en riesgo la tuya propia, pero claro, eran otros tiempos y ella no es un guerrero. Realmente siempre les ha traído problemas, porque muchas personas no están dispuestas a pagar su deuda solo porque un enano se empeñe en ello. El problema es que para librarte tienes que retarles a un duelo y vencerles en combate a muerte. Depende del enano que te encuentres, claro, pero si estos la tienen aquí retenida no parecen muy dispuestos a cambiar sus tradiciones a estas alturas.

—¡Menuda gilipollez! ¿Y por eso tiene que pasarse la vida limpiando y cocinando para ellos? —exclamó Nel enfadada.

—Si le salvaron la vida y entendieron que difícilmente puede devolverles el favor de la manera tradicional, pues han debido de pensar que lo mejor era tenerla aquí de sirvienta. Eso explica por qué está todo tan limpio siendo una casa de enanos mineros. Quizás si hablamos con ellos…

—¡Es estúpido! No pueden obligar a la gente a seguir sus chorradas.

—Estoy de acuerdo, hay tradiciones y costumbres absurdas, por eso lo mejor es evitarlas. Te sorprendería saber cuántas costumbres han empezado guerras. La Guerra de las Costumbres no cuenta, esa es fácil. Pero mira, aquí estamos, metidos en medio… todavía no sé por qué.

—¿Pues sabes dónde pueden meterse sus costumbres? —Algo llamó su atención antes de terminar—. Ahora vengo.

Jarkeq se quedó allí junto a Shiro.

—¿Crees que ha ido a por algo donde meter las costumbres? —le preguntó Jarkeq al cabo de unos segundos y ella no supo qué contestar—. Creo que no sirve para esto. Un cazatesoros no puede pararse a opinar sobre estas cosas, solo traen problemas. Coge el objeto y corre, sí, ese es mi lema.

Los pasos acelerados de Nel hicieron que se volvieran hacia la puerta. Cuando llegó les advirtió de que alguien se acercaba a la casa y si no se daban prisa quedarían atrapados.

—Deben de ser ellos, se toman un descanso para… ¡Dios mío, todavía no he preparado el almuerzo!

La chica salió corriendo hacia la cocina. Jarkeq la interceptó, la agarró de la mano y la condujo hasta la entrada seguidos de Nel. Salieron al salón cuando la puerta se abría dejando entrar toda la luz del exterior. Nel pegó un salto hacia atrás y se metió en la primera habitación que encontró.

—¿Pero qué barbas podridas es esto? —preguntó alterado uno de los tres enanos que entraron. Empuñaron al instante un par de picos y una pala al ver a Jarkeq en medio de su comedor—. ¡Ladrón en la casa de Glom, en mi casa!

—¡No somos ladrones, somos cazatesoros! Al menos yo. —Miró a Nel pero no estaba allí—. Sí, solo yo.

—¿Cazatesoros? ¡Peor aún! Solo hay algo peor que un ladrón, un cazatesoros, y solo hay algo tan malo como un cazatesoros, un mazoku. —El enano escupió a un lado—. ¡Y los mazoku no te roban! ¡No, definitivamente no hay nada peor que un cazatesoros!

—Otro que tal. Claro, busca objetos antiguos de valor entre las ruinas y te llaman criminal, busca objetos antiguos de valor entre las piedras y no pasa nada.

—Ja, así es, larguirucho. Es la diferencia de trabajar para la Federación Antei y no en su contra. Nosotros tenemos permiso, vosotros… bueno, vuestra profesión no es ni legal.

—¿Permiso? No en Merwkmazön.

—¡Ja! Estás al tanto, flacucho —dijo con una carcajada—. Nuestra competencia se limita a Grimmsteinholt pero nosotros somos un grupo independiente.

—Proscritos más bien —aclaró el otro.

—Cállate, Gishi, no nos tiraron, nos fuimos.

—Sí, nos fuimos de la cárcel.

—¡Silencio! —El enano le gruñó a su compañero—. ¿Preparado, Dorun?

El tercer enano se limpió la nariz con el dorso de la mano y asintió. Alto para ser un enano, de pelo largo pero con la coronilla despejada y llena de tatuajes, no era tan mayor como Glom pero su complexión evidenciaban junto a las marcas de su cabeza que había sido guerrero en otra época.

—¡Esperad, esperad! —dijo Jarkeq—. No he hecho nada malo. Solo venía a por Shiro.

—¿A por Shiro? —preguntó el líder. Miró a la chica y vio que la cogía de la mano todavía—. ¿Eres un príncipe?

—¡Que no soy un príncipe!

—¡Entonces eres un secuestrador! —Le amenazó con el pico—. ¡Un cazatesoros secuestrador!

—¿Qué forma de reducir las posibilidades es esa? ¡Vosotros sois los secuestradores!

—No te dejes liar, Glom —dijo Dorun tras sorber los mocos.

—Tranquilo. Explícate, humano. Y te advierto que más vale que nos des una buena razón de por qué te has colado en nuestra casa.

El enano dejó el pico en la mesa y se sentó en una silla. Jarkeq con las manos en alto se sentó enfrente.

—Pues… la verdad es que no lo sé —tuvo que admitir. Nel quería algo de la chica pero no sabía nada más. Miró a Shiro, que se mantenía cabizbaja a un lado y no pudo evitarlo—. Pero la deuda de Shiro no parece una deuda justa.

—¿No te lo parece? —El enano llamado Glom se echó hacia atrás en su silla—. Nosotros la salvamos en el bosque del ataque de un pentilot, Brelin casi pierde una pierna, y le dimos cobijo. Nos debe la vida.

—¿Qué es un pentilot? —preguntó Jarkeq.

—¡Pues un pentilot es un pentilot! Humanos, siempre queriendo poner vuestros nombres a todo. Piensa en un ciervo con cabeza de conejo con dientes afilados, cuernos y pinchos por el cuerpo —le intentó aclarar Glom haciendo gestos.

—Ah, sí. Su nombre en antei es ciernejo. Pero bueno, Shiro no puede pasarse toda la vida aquí a pesar de vuestra valentía salvándola. Tiene que haber alguna solución, alguna otra forma de pagaros.

Glom le miró rascándose la nariz, pensativo, con lo que Jarkeq creyó que era una media sonrisa bajo la barba.

—¿Cómo dices que te llamas?

—Jarkeq de Vharga.

El enano miró a su compañero llamado Dorun y este, tras pensar unos segundos y hojear un puñado de papeles que llevaba en el bolillo, negó con la cabeza.

—Lástima. —Se encogió de hombros Glom—. Bueno, no pasa nada, quizás nos den algo.

—Veamos que tienes aquí… —dijo Gishi adelantándose para registrar la bandolera de Jarkeq.

—¡Gishi, no somos ladrones! —abroncó Glom a su compañero—. Átale y avisa a los demás.

—De acuerdo, total, la bolsa está vacía —comentó el enano desilusionado.

—Mañana le llevaremos a Amthku y se lo entregaremos a quien corresponda —explicó el jefe enano—. Es un cazatesoros, quizás se haya metido en un par de líos y nos den una buena recompensa por él aunque no sea alguien famoso. Hoy haremos turnos para vigilarle durante la noche, empezaré yo. —Se volvió hacia Jarkeq—. Si vales lo suficiente hay trato y Shiro podrá irse, si no Shiro se queda y tú acabas bajo la montaña. ¿Te parece ahora un trato justo, canijo?

X

La flor, la ladrona y el armario

Aparece el cazarrecompensas Fred

Desde el interior de un armario Nel vio en la oscuridad al último de los enanos salir de la habitación y suspiró aliviada. Había pasado todo el día allí metida, entre aquellas prendas malolientes tras abandonar a Jarkeq a su suerte, y dio gracias a que los enanos no fueran muy ordenados y ninguno se molestara en guardar las botas de trabajo. Se sentía algo culpable, solo algo, de que hubieran apresado a Jarkeq y fueran a entregarlo a la Federación pero realmente ella no podía haber hecho nada. Simplemente reaccionó, era su instinto, escapar, sobrevivir, y a pesar de no tratarse de una actitud muy leal había recibido su castigo al instante. La habitación que había escogido para esconderse era la de los enanos, al parecer dormían todos en la misma, con cuatro camas a cada lado y al fondo el armario donde ella se encontraba. Ahora, recién caída la noche, con los hombrecillos durmiendo a su alrededor, no estaba muy orgullosa de haberse apartado de Jarkeq, aunque lo que realmente le molestaba era haber tenido tan mala suerte escogiendo la puerta de huida, ya que ella resultaba más útil así, trabajando en la sombra.

Sabía que aquel era el momento perfecto, con el último de los enanos comenzando su turno, pues Gravel sería el enano más fácil de esquivar. Había espiado durante todo el tiempo cuanto pudo desde su posición, abriendo mínimamente las puertas del armario y escuchando las conversaciones, recopilando información que le permitiera decidir un curso de acción, y tenía claro que si no se decidía esta vez pasaría otras seis horas allí metida hasta que le volviera a tocar a Gravel la guardia.

Era razonable que le costara animarse a emprender la huida, las otras veces no habían resultado nada productivas. Estuvieron a punto de pillarla en las anteriores intentonas, sobre todo la primera vez cuando, incluso sin haber hecho todavía ningún movimiento, Glom y Carraig se habían peleado antes de dormir por el reparto del botín encontrado aquel día y entre puñetazos, empujones y agarrones se estrellaron contra el armario donde se encontraba Nel y las puertas se habían abierto de par en par. Por suerte lo hicieron con tanta fuerza que las puertas habían rebotado y cerrado al instante sin que nadie pudiera llegar a verla pero su corazón estuvo a punto de no aguantarlo y llegó a pensar por un instante que la descubrirían por el ruido de sus palpitaciones.

Después de eso, oír cómo un enano proponía destrozar el armario a hachazos y construir otro mejor no la tranquilizó en absoluto. Por suerte la propuesta no fue tenida en cuenta por nadie y simplemente quedó en el olvido, pero el minuto de silencio entre las palabras del enano y la siguiente frase de otro cambiando totalmente de tema le resultó interminable imaginando que estaban recogiendo sus herramientas para triturar el mueble con ella dentro.

Más tarde, durante la guardia de Pébol ya entrada la noche, se atrevió a salir pero una almohada voladora lanzada por Glom con la intención de detener los ronquidos de Gravel que dormía a pierna suelta le había golpeado en la cabeza haciéndola entrar en pánico y volviendo al interior del ropero.

Por otro lado, los ronquidos y flatulencias que emitían los enanos le resultaron desagradables al principio pero pronto encontró un aliado inesperado en los sonidos corporales de los mineros. No estaba orgullosa de haber pensado en ello para escapar, y alegrarse cada vez que oía una de esas melodías gaseosas no le hacían sentirse muy cómoda consigo misma, pero pudo caminar con más tranquilidad ocultando así sus pasos cuando se decidió a salir.

Antes, durante los diferentes turnos, Nel agudizó el oído para intentar enterarse de lo que ocurría en el salón con su nuevo maestro cazatesoros.

Glom había cumplido su palabra y se había sentado al otro lado de la mesa, con la pared a su espalda, frente a Jarkeq que se encontraba atado a una silla en el centro de la habitación. El enano se había mostrado muy distante y su prisionero solo recibía gruñidos cuando se interesaba por él.

Brelin era totalmente opuesto a su jefe. Sonriente y parlanchín, hizo reír a Jarkeq en más de una ocasión con anécdotas de sus compañeros y le ofreció comida y bebida al cazatesoros. Su vigilancia fue la más corta de todas siendo reemplazado antes de hora por el guerrero del grupo.

Dorun, amenazador, se sentó en la silla preparada para el vigilante de turno dejando un hacha sobre la mesa y un montón de papeles. No dijo nada durante un buen rato, repasando una lista interminable de nombres, y ya cuando se acercaba el momento del relevo levantó la vista y habló:

—¿Jarkeq qué?

—¿Perdona?

—¿Cómo has dicho que te llamas? —rugió.

—Jarkeq de Vharga.

—No vales nada —le espetó sin más—. No… no…

Estornudó.

—No sales en la lista —aclaró sorbiendo los mocos.

—¿Qué lista?

—¿Qué lista? ¡La lista de cazatesoros de la Federación! Mira, yo no soy minero, soy un guerrero. Fui cazador hace mucho, antes de unirme a Glom, y he cazado unos cuantos de los tuyos, y todos salían en la lista. A la Federación no se le pasa ni uno, de los que valen la pena.

—Tendrás que actualizarla.

—¡Está actualizada! —Cogió los papeles y los estampó uno a uno en la mesa delante de Jarkeq, leyendo antes el primer nombre de cada papel—. ¡Heinrich Lane, Sura Irresein, Zasta Druke, Mikie Teru! Aquí están todos, desde los mejores como Rage Dalvidiar hasta un tal… ¡Sam! ¡Simplemente Sam! —exclamó—. Glom quiere ir a Amthku pero deberíamos ahorrarnos el viaje y enterrarte ahora mismo. O mejor, atarte a un árbol y que los drolobolan rindan cuenta de tu carne, porque en esa lista están todos, si no sales es porque no eres nadie.

—Yo es que voy de tapado.

Los ojos de Dorun casi se salen de sus órbitas. No permitiría que un enclenque se burlara de él. Agarró su hacha y a punto estuvo de cortarle la cabeza a Jarkeq allí mismo pero estrelló el arma en la pared. No había fallado, se había controlado en el último momento. Dorun le dedicó una furiosa mirada y se levantó al ver llegar al siguiente enano.

Pébol y Carraig no se mostraron nada receptivos. El primero ni siquiera se molestó en dirigirle la palabra, no emitió ni un suspiro, haciendo que Jarkeq se acordara de Garbanzo. Carraig, algo más comunicativo, pero aun así de pocas palabras —sí, no, deja de mirarme, deja de cantar, claro que no puedes salir a estirar las piernas—, se sentó lo más lejos posible y evitaba cruzar la mirada con el cazatesoros. Dio gracias cuando terminó su turno.

Por el contrario, en Gishi, a pesar de haber pensado que era algo arisco al verle la primera vez, encontró un buen conversador. Lógico, por otra parte, pues un cazatesoros y un excavador tienen objetivos similares, tanto que en ocasiones necesitan trabajar juntos. Pero sobre todo porque Gishi no era simplemente un minero, un trabajador, como el resto de sus compañeros, ni un guerrero como Dorun; él mostraba más ilusión que todos los demás juntos, amaba aquello. A pesar de ello, Jarkeq pudo apreciar que esquivaba ciertos temas y su ilusión no era tan patente en su expresividad como en su conocimiento y el brillo de sus ojos.

Nel esperó hasta estar segura de que Gishi se había dormido en su cama y abrió el armario con el mayor cuidado posible. Mientras caminaba de puntillas entre toda la ropa, botas y herramientas que los enanos habían dejado esparcidos por toda la habitación, sorprendida del destrozo pues cuando ella se había escondido la habitación estaba perfectamente ordenada, oyó la voz de Gravel y maldijo a Jarkeq por animar al enano a hablar.

Era el mayor del grupo. Tenía la barba blanca y su piel era grisácea, parecía una estatua viviente. O simplemente una estatua, porque no tardó en quedarse completamente inmóvil al dormirse cuando se dejó caer en la silla frente a Jarkeq.

—Puedo quedarme un poco más —se había ofrecido Gishi ante su relevo sin levantar la vista de unos mapas del interior de la montaña que estaba estudiando bajo la luz de una linterna.

—Oh, no, muchacho, ve a descansar. —Y al sentarse se durmió al instante.

Gishi le pegó una patada a la silla para despertarle.

—Si vas a hacer la guardia, hazla bien —le dijo antes de desaparecer en la oscuridad.

Gravel refunfuñó y se inclinó sobre los mapas.

—Parece enfadado contigo —comentó Jarkeq.

—¿Qué? —El enano se sorprendió, como si hubiera olvidado que estaba de guardia—. Oh, no, Gishi siempre es así. No respeta mucho a los mayores, pero bueno, él solo quiere que todo salga bien…

Hizo una pausa y observó el rostro de Jarkeq débilmente alumbrado mirándole con expresión angelical.

—Tú… —Parecía perdido en sus pensamientos—. Quizás tú… No, no importa.

Centró su interés en los dibujos de túneles rodeados de anotaciones, números y bocetos de máquinas de uno de los papeles. Se acercó, casi tocando con su gruesa nariz la superficie de la mesa, para leer una anotación demasiado pequeña para sus ojos viejos. Roncó. Luego levantó la vista atontado y se encontró con la mirada del cazatesoros.

—Mi nieto… —se aventuró a hablar tras atusarse la barba—. Gishi, él no ha podido olvidar nuestra deshonra. En una época fuimos el grupo de mineros más talentoso de Grimmsteinholt, todo el mundo hablaba de nuestras hazañas, nuestras barbas eran envidiadas por todos y éramos los héroes de nuestro clan, pero la verdad es que no duró mucho. O eso creo recordar, ahora parece casi un sueño y no sé cuánto tiempo disfrutamos de la gloria. Todo gracias a él. Gishi tiene un don, habla con la montaña. Sabe exactamente qué camino seguir, por dónde cavar. Huele las piedras preciosas, los materiales difíciles de encontrar, el oro le llama. Así nos convertimos en los mejores. Oh, era casi como hacer trampa pero todo salía de él sin truco alguno. Debido a nuestra fama nos confiaron un proyecto, uno oficial, de los que se encargan los viejos sabios y los altos clanes, pero que nadie más se atrevía a hacer y confiaron en nosotros, con Gishi a la cabeza de todo. —Con un suspiro el enano perdió su orgullosa expresión para adoptar una mueca lastimosa—. Salió mal. Muchos meses y muchas muertes para finalmente provocar un gran derrumbamiento que enterró media colonia. No fue su culpa, pero ya sabes, siempre hay alguien que no deja que lo olvides y Gishi buscaba desesperadamente la forma de compensar todo el mal causado. Por eso nos embarcamos en un proyecto secreto, buscando una joya de leyenda, la Kostbarkeit, que los antiguos escritos decían que estaba en Grimmsteinholt, pero había que superar los límites marcados por la Federación. Oh, las consecuencias fueron terribles. Para la colonia, muchas sanciones. A nosotros nos perdonaron la vida por todo el oro que habíamos encontrado en la excavación pero nos retiraron el permiso para siempre y acabamos en prisión.

—¿Has dicho la Kostbarkeit? —se interesó Jarkeq.

—Sí, los humanos la llamáis… ¿cómo era?

—Kaminomichi —sentenció Jarkeq sombrío cuando un escalofrío le recorrió el cuerpo. No pudo evitar mirar de reojo su bandolera sobre la mesa y se alegró de que no fuera una bandolera normal y corriente.

—¡Si, eso! Oh, cazatesoros, ¿sabes algo que pueda ayudarnos? —preguntó Gravel algo más animado—. Seguro que has oído alguna historia sobre esto. Quizás si la encontráramos, o incluso si pudieras asegurar que no existe, Gishi podría pasar página y volver a ser el de antes. Su olfato anda algo perdido. Dime, ¿sabes algo, humano?

—Algo. ¿Eso estáis haciendo aquí?

—Oh, no. Simplemente excavamos en cuevas cercanas, ya que tenemos prohibida la entrada al Grimmsteinholt y vendemos lo que encontramos en Amthku. Llevamos mucho tiempo así, cuesta marcharse del hogar aunque no puedas volver. La Kostbarkeit la abandonamos hace tiempo, cuando pasó todo aquello que te he contado, pero Gishi sigue pensando en la joya. Llegó a viajar él solo hasta Xadelyn porque se enteró de que el rey de allí tenía un montón de riquezas y una coincidía con la descripción de la Kostbarkeit, pero al final volvió con las manos vacías… —Se perdió en sus pensamientos un segundo y dio un golpe en la mesa—. ¡Mazokus y saralankras! Es todo culpa de ese condenado enano cazatesoros, Higebirge Khuz, que le metió esa idea en la cabeza. ¡Malditos cazatesoros!

Nel se asomó por el pasillo, protegida, pues el enano estaba al otro lado de la mesa y solo Jarkeq podía verla, y le hizo un gesto para que esperara.

—Déjame que piense —le comentó el cazatesoros al enano—, quizás recuerde algo sobre la Kostbarkeit.

Gravel sonrió satisfecho, se repantigó en la silla y miró fijamente a Jarkeq esperando una buena noticia. Cinco segundos después se había quedado dormido, había funcionado.

Nel se acercó hasta Jarkeq y le desató rápidamente con un pequeño cuchillo que sacó de la bota. Gravel se despertó un segundo. Jarkeq se sentó de inmediato y Nel se agachó detrás de él.

—¿Has dicho algo? —le preguntó a Jarkeq.

—¡No, si no hay silencio no puedo pensar! —exclamó sorprendido.

El enano pareció arrepentido de haber molestado a su prisionero y su cabeza se inclinó poco a poco volviendo al mundo de los sueños.

—Ve a por Shiro —dijo Jarkeq con un débil hilo de voz—, si se despierta y no estoy…

La ladrona apretó los puños y la mandíbula como si fuera a pegarle por no acompañarla, odiaba tener que volver hasta la habitación de Shiro al final del pasillo, pero obedeció y se movió lentamente hasta la habitación del final del pasillo.

Una vez completado el proceso de despertar a Shiro sin asustarla, llegar de nuevo hasta Jarkeq, recoger sus cosas y salir de la casa evitando despertar a Gravel, los tres se alejaron ocultándose tras unos árboles cercanos.

—Bien, ahora…

Jarkeq no terminó la frase, fue interrumpido por el grito de Shiro. Un murciélago con cara de mantis religiosa colgaba bocabajo sobre Jarkeq.

El cazatesoros se apresuró en taparle la boca a la chica.

—¡Silencio! —susurró—. Vas a hacer que nos atrapen, o nos coman.

El extraño animal abrió las alas desperezándose pero simplemente se acurrucó más en la rama de la que colgaba. Los tres suspiraron aliviados sin darse cuenta del ajetreo que se había formado dentro de la casa.

De pronto un pico se estrelló cerca de la cabeza de Jarkeq, en el árbol que tenía al lado. El cazatesoros reservó un segundo para mirar de cerca el contoneo del utensilio clavado en el tronco e imaginó recibir uno de aquellos en la espalda.

—¡Corred! —dijo sin molestarse en mirar quién era el remitente, le bastaba con saber que él era el destinatario.

El primero de todos en reaccionar fue el propio árbol con el pico incrustado, que levantó sus raíces del suelo con un fuerte crujido y salió espantado trotando torpemente. Se quedaron petrificados un segundo mirando al asustadizo árbol esconderse entre sus parientes, luego cada uno se precipitó en una dirección. Nel tiró hacia el sur y Shiro se internó en la espesura.

—¿Adónde vais? —preguntó Jarkeq cambiando de rumbo y siguiendo a Shiro—. ¡Vuelve, no entres en la arboleda!

Nel fue interceptada por un enano. La pala pasó a escasos centímetros de su cabeza resultando un golpe mortal si no llega a inclinarse hacia atrás derrapando de rodillas. Se puso en pie, le lanzó una patada al enano quitándole la pala de las manos, la recogió en el aire y le atizó con ella en la frente. El enano cayó en redondo pero sus compañeros ya llegaban en su ayuda.

—¡Esperadme! —gritó la chica siguiendo los pasos del cazatesoros.

Corrieron unos minutos sin mirar atrás oyendo cómo los enanos les perseguían exigiéndoles que se detuvieran. Shiro era especialmente rápida incluso entre los arbustos y las raíces sobresalientes de los árboles y Jarkeq tardó en alcanzarla. Además, cada vez que lograba recortar distancia con ella, el propio cazatesoros la animaba a acelerar y no detenerse debido a las escenas en las que se metían.

La primera vez que casi llega hasta ella fue justo antes de interrumpir en medio de una diminuta aldea de duendes. Las criaturas se vieron sorprendidas pero no dudaron en preparar sus lanzas para defenderse. Shiro logró pasar corriendo antes de que pudieran reaccionar, Jarkeq en cambio tuvo que esquivar la muchedumbre duende que se reunió para hacer frente a los asaltantes y pasar a saltitos para no chafar ninguna de las casitas.

Aquello fue un momento crítico en la historia de los duendes de Merwkmazön. Los cobold, como se llamaban a sí mismos, eran una de las razas de duendes más especiales de Mal Manantia. Disfrutando por lo general de una vida muy tranquila en lo más profundo del bosque, su tamaño de apenas tres centímetros les permitía pasar desapercibidos y mantenerse a salvo de las peligrosas bestias. Además, por lo general estos seres siempre han vivido poco tiempo y a un ritmo más rápido que los humanos, pero los cobold especialmente debido al poder mágico del bosque que hacía que su esperanza de vida fuera de segundos. Los más longevos habían llegado a vivir casi un minuto bendecidos con una larga y completa vida. Su percepción del paso del tiempo hacía que sus leyendas hablaran de que existió un tiempo en que el cielo era azul y una enorme bola de fuego gobernaba el firmamento, otra época hace miles de años que las hojas cayeron de los cielos durante siglos o los años de la bestia, cuando una ardilla se posó sobre una roca cercana y estuvo vigilando generación tras generación la ciudad. Su historia contaba con capítulos llamados el Siglo Lluvioso, la Guerra Formicida de los Mil Años o, a partir de aquel momento, la Edad de los Titanes.

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