Kitabı oku: «Militares e identidad», sayfa 3

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Dado el protagonismo que tienen los asuntos militares en la vida nacional, otro impacto esperado tiene que ver con los efectos derivados de conocer sobre las identidades de los oficiales en la mejora de la efectividad institucional y la posibilidad de generar mayor transparencia en las relaciones entre civiles y militares. La construcción de confianza es posible en la medida que los grupos inmersos en estas temáticas se conozcan, reconozcan y promuevan acciones útiles para resolver los problemas sociales relacionados con la violencia y la paz. En ese mismo sentido, contribuir al cambio social es un anhelo principal. Es claro que de la interacción entre individuos y grupos se da paso a la creación de sentidos compartidos que a la postre arrojan jerarquías superiores de rasgos identitarios significativos. Esto, en un país como Colombia, que pretende lograr una convivencia pacífica, es fundamental ya que permite que los actores armados que han participado directamente en el conflicto logren superar paradigmas y estigmas creados a partir de él.

Notas

1 Entre los más importantes para la profesión militar están el fin de la Guerra Fría, las crisis del capitalismo, el desarrollo del concepto de nuevas guerras, la consolidación de la Unión Europea y de nuevos ejes económicos de escala mundial, las guerras del Medio Oriente, los ataques de septiembre 11 y la guerra contra el terror.

2 Entre los más importantes para los militares colombianos están la toma al Palacio de Justicia, la Constitución de 1991, las acciones de guerra contra las drogas, el Plan Colombia, la política de seguridad democrática, la transformación de las FFMM, las derrotas y victorias militares contra la guerrilla, los procesos de paz exitosos y fallidos, entre otros.

¿POR QUÉ INVESTIGAR SOBRE LA CONFIGURACIÓN IDENTITARIA DE LOS MILITARES?

Los militares (independientemente de su rango), en tanto individuos y colectividad, son sujetos que desarrollan significados sobre temas importantes de la realidad nacional asociada a su rol social. De cierta forma, su interacción con la sociedad está regida por la misión que les es impuesta en el contrato social. Esa misión constituye el marco de las expectativas que tanto la sociedad en su conjunto como el grupo social conformado por los militares desarrollan sobre su papel en esta última (Harries-Jenkins y Moskos, 1984). También es posible considerar que, en la interacción cotidiana, se van construyendo percepciones sobre muchos elementos del Estado y de la sociedad, así como significados sobre elementos y asuntos relacionados con esos aspectos misionales. En particular, esta misión lleva a los oficiales a influir en dos asuntos relacionados con la seguridad nacional y la construcción de paz: las decisiones estatales y las concepciones sociales sobre aquellas (Janowitz, 1964). De manera específica, son quienes juegan un papel fundamental en esa construcción de significados, en la medida que se desempeñan como los líderes funcionales de las acciones llevadas a cabo dentro de la institución en el cumplimiento de esa misión asignada y como asesores del alto Gobierno en estos temas (Finer, 2002; Huntington, 1975; Janowitz, 1964; Segal, 1974; Snider, 2005).

Para el caso colombiano, la misión está determinada por la Constitución Política (Congreso de la República, 2016), que en su artículo 217 da cabida a la existencia de unas Fuerzas Militares (FFMM) y estipula las tareas que la nación considera deben cumplir.1 En complemento de la Carta Magna, se ha construido un régimen especial de carrera para los miembros de la fuerza pública colombiana que determina sus ascensos, derechos, prestaciones y obligaciones penales y disciplinarias. A la postre, nada de esto es nuevo. La organización militar ha sido un elemento social activo en la historia de Colombia. Desde el arribo de los españoles a territorio colombiano, el proceso de conquista, pasando por las guerras de la Independencia, las guerras civiles del siglo XIX, el bandolerismo, la Violencia, el conflicto interno, la insurgencia y la guerra contra las drogas ilícitas, hasta hoy, los diferentes tipos de organización militar (conquistadores, el ejército español, las milicias, las guardias, los ejércitos regionales, temporales, privados, permanentes, profesionales, contrainsurgentes, antinarcóticos, etc.) han estado presentes de una u otra forma en las etapas históricas del país (Atehortúa y Ramírez, 1994; Atehortúa, 2001, 2010a, 2010b; Blair, 1993; Gallón, 1983; Leal, 1994, 2002; Pizarro, 1987a, 1987b, 1987c; Torres del Río, 2000; Torres del Río y Rodríguez, 2008; Valencia, 1989, 1993; Vargas, 2002; Vargas et ál., 2010). Al hablar de participación activa, se debe entender que, como institución, la fuerza pública hace parte del ecosistema de entidades concebidas dentro del marco del Estado social de derecho, de la historia victoriosa y trágica que aún construye la nación colombiana (Blair, 1999), y de la amalgama de contradicciones que han caracterizado los conflictos en nuestro país. Igualmente, como fuerzas legalmente constituidas, deben ser garantes del servicio público que les ha sido encomendado por la sociedad y propender a un accionar operacional desarrollado dentro de los más altos estándares morales y éticos para proteger a la sociedad de las amenazas que contra ella se organicen.

En este contexto, se pueden evidenciar aspectos del orden global, regional y nacional que han determinado las particularidades en las que se desarrolla la actividad militar en Colombia y que determinan la forma como se da la interacción entre los oficiales militares colombianos y su entorno. Interacción que ha sufrido transformaciones significativas en las últimas décadas y que está sometida hoy en día a modificaciones aún más profundas, en la medida en que se materialicen cambios en los balances de poder en el hemisferio y en las negociaciones de paz con los grupos insurgentes que se enfrentan a las estructuras del Estado hasta nuestros días.

A nivel global, la culminación del periodo conocido como Guerra Fría ha ocasionado revisiones importantes de los paradigmas sobre seguridad y defensa nacionales. Hoy, se presenta una discusión importante sobre el papel tanto de la una (la seguridad) como de la otra (la defensa) en el funcionamiento de los Estados. La seguridad estatal, preocupada más por el territorio y la organización del Estado, ha sido cuestionada y se ha dado paso a considerar como de mayor relevancia la seguridad del ciudadano, en una visión integral de inclusión (Camacho y Leal, 1999; Patiño, 2006; Rojas y Álvarez, 2010; Sen, 2000). A nivel regional, a pesar de que el debate sobre la doctrina de seguridad propiciado en el periodo de la Guerra Fría sobre seguridad colectiva y seguridad nacional pareciera que aún no se ha superado del todo (Patiño, 2006; Torres del Río, 2013), algunas manifestaciones políticas en determinadas naciones (caso Ecuador, Argentina, Venezuela e incluso Brasil) han promovido una revisión de los balances de poder hemisféricos y, por lo tanto, tratan de hecho no solo la superación del debate, sino la revisión de los modelos recientes antes mencionados. Con ello, se ocasiona de paso una transformación en la manera como se ven las FFMM en el continente (Chinchón, 2007; Álvarez et ál., 2012). Colombia no ha sido ajena a esa disputa ideológica, siendo escogida por los Estados Unidos para que, con recursos de esta nación, miembros de las FFMM colombianas contribuyan en la capacitación de fuerzas de países centroamericanos en temas de lucha contra el narcotráfico y las amenazas trasnacionales.

Por otro lado, las guerras que han tenido lugar desde la caída del Muro de Berlín, aun cuando pueden entenderse como formas nuevas de ejercer el dominio del poder capitalista en todas sus formas (Torres del Río, 2013), han hecho surgir nuevos retos en materia conceptual, doctrinal y en la acción de los militares en su cotidianidad. En particular, la eliminación de la distinción entre combatientes y población civil, y la frecuencia en el uso de tácticas asimétricas hacen más complejo el reconocimiento de las dimensiones mentales, físicas, espaciales y sicológicas para los combatientes. Esto parece jugar un papel clave en la construcción de significados, en la forma como se interactúa con otros y, por ende, para el caso colombiano, en las configuraciones identitarias que los militares crean a partir de un conflicto armado que aún está vigente.

También es importante considerar que la actualidad de las Fuerzas Militares colombianas es el resultado de un largo proceso histórico en el que múltiples factores han incidido: el conflicto interno, las amenazas no tradicionales, la guerra contra las drogas ilícitas, las influencias de ejércitos de otros países, el antimilitarismo de las élites civiles, la aparente autonomía cedida por los gobiernos civiles para el manejo del orden público, los problemas asociados a la seguridad nacional en cuanto a su doctrina y a la capacidad del Estado para monopolizar el uso de la fuerza, las tensiones entre modelos institucionales tradicionalistas y progresistas, y el modelo político y económico imperante en el país, son algunos de ellos. Todos han sido factores importantes en la configuración de las subjetividades de los actores militares y en la constitución de relaciones entre el grupo social conformado por los militares y la sociedad en general (especificaciones sobre estos temas desde la perspectiva histórica y política se encuentran en Dávila, 1998a, 1998b, 1999b; Leal, 1994; Pardo, 1994; Pizarro, 1997a, b, c; Restrepo, 2010; Torres del Río, 2000; Torres del Río y Rodríguez, 2008; Vargas, 2002). Sin embargo, es esencial considerar que la formación de significados que dan origen a las acciones observables que denotan identidad pasa, para el caso colombiano, por algo muy particular y es el hecho de que, aún cuando existan sectores negacionistas tanto en el interior como en el exterior de las FFMM, el país ha estado inmerso en un conflicto interno por más de 50 años. A lo largo de ese período, se han presentado éxitos y fracasos militares que marcan la mentalidad de los oficiales militares en Colombia.

Al respecto, cómo se interpreta al otro, esto es, lo que algunos han llamado la mirada amigo-enemigo, tiene especiales consecuencias, afectando la forma como los colombianos en general —no solo los militares— ven los asuntos de la guerra y de la paz. Menciona Bejarano (1995) que Platón, al cuestionarse sobre las guerras fratricidas en la Grecia antigua, hace una reflexión de lo que significa ver las cosas desde la lógica del enemigo (polemos) o la lógica del adversario (stacis), construyendo una mirada completamente diferente a la hora de administrar el conflicto respecto de lo que se persigue al final: destrucción del enemigo o convivencia con el adversario. Todorov (2008) señala, por su parte, cómo esa existencia de un enemigo o adversario hace que los significados se construyan desde la perspectiva de lo que uno es, pero también desde la perspectiva de lo que no se es. Este es un elemento clave que, al parecer, ha determinado en buena medida la cosmogonía desarrollada no solo por la colectividad militar, sino por parte de la población en el país. A su vez, también determina los sesgos cognitivos con los que los profesionales militares se aproximan al problema.

De hecho, parte de la interacción en la que se ven inmersos los oficiales de las FFMM está afectada también por las interpretaciones que se dan tanto de lo que son las causas originadoras de la violencia como de lo que es la concepción de paz en Colombia. Sobre la violencia, la primera es una aproximación que comparten muchos académicos y activistas sociales y tiene que ver con una visión amplia de lo que significa como vivencia y como concepto en el país. Se trata de analizarla como un fenómeno trascendente que permite pensar que en Colombia existe una cultura de violencia (Blair, 1999; Uribe, 2013) en la que los modelos de exclusión-inclusión, cosmogonías violentas, modelos militaristas de poder local y de cooptación del Estado por las élites, entre otros, mantienen vivas estructuras que ocasionan que las personas no logren desarrollar sus potenciales como seres humanos, produciendo que al final de una u otra forma emerjan manifestaciones físicas de violencia (muertes, hambre, enfermedad, asaltos, etc.). La segunda, arraigada en los imaginarios de muchos actores civiles y militares, se centra más en una mirada de la violencia desde la perspectiva exclusiva de la violencia física, y se basa en que esta se encarna a partir de una amenaza terrorista que utiliza la guerra política contra el Estado para desarrollar actividades ilegales, nutriéndose de los recursos del narcotráfico, la minería ilegal, el secuestro, la extorsión y demás formas de crimen organizado. Por lo tanto, se convierte en un problema de seguridad y defensa que debe ser atendido desde una perspectiva coercitiva para tomar ventaja sobre el violento, haciéndole ver el riesgo de su destrucción y muerte (Bachelet, 2010). De allí se desprende una visión que da sentido al uso de la fuerza pública, que representa y tiene la facultad dentro de la figura del Estado de hacer uso legal de la fuerza —no de la violencia— para contrarrestar la violencia engendrada por otros ubicados al margen de ese colectivo social. En este sentido, las fuertes presiones que ejercen los gobernantes de turno, sumidos en conflictos polarizantes entre sectores políticos, terminan afectando el orden interno de la organización militar colombiana, llegando incluso a generar divisiones que atentan contra su disciplina y efectividad operacional.

Es bien sabido que el conflicto armado en Colombia tiene profundas raíces sociales, políticas y económicas, que generaron, por encima de otras cosas, falta de gobernabilidad y un marcado déficit en el monopolio del Estado sobre el uso de la fuerza (Bushnell, 1994; Manwaring, 2002; Menkhaus, 2010). Como resultado, en la última década del siglo XX, Colombia estaba a punto de ser clasificada como un Estado frágil (Vargas, 2002). Sin embargo, a partir de operaciones militares exitosas ocurridas durante los últimos 15 años en contra de los actores armados ilegales y el tráfico de drogas en todo el país (Ospina y Marks, 2014), se comienzan a vislumbrar modificaciones en algunos aspectos estructurales.

Las políticas de seguridad nacional diseñadas e implementadas por los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos parecieran haber contribuido a inducir algunos cambios políticos, sociales y económicos (Kaplan, 2008; Posada-Carbó, 2011; Llorente, 2015). Aun bajo el flagelo del conflicto, Colombia se posiciona como un país de ingresos medios con un crecimiento económico sostenido. Sin embargo, también es uno de los países con mayor desigualdad en el hemisferio occidental. Estos éxitos militares también promovieron que el principal grupo guerrillero, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (conocidas como FARC) iniciaran en 2012 conversaciones con el Gobierno colombiano en busca de acuerdos para poner fin al conflicto armado en el país. Las conversaciones en La Habana polarizaron a la sociedad colombiana, evidenciando desconfianza entre los líderes civiles y militares. Esto, a su vez, ha promovido debates sobre seguridad nacional y presupuesto para la defensa, y, de forma concomitante, ocasionó coaliciones políticas diversas entre líderes reconocidos de diferentes ideologías que se unieron en torno a la reelección del expresidente Santos para apoyar el proceso de negociación. La posterior elección del presidente Duque, con una agenda que se opone a lo pactado con las FARC, ha originado que en parte esa polarización se traslade al interior de las FFMM por vía de pugnas de poder en las altas esferas de la organización, lo que afecta de modo particular al Ejército Nacional. Los que tienen prejuicios contra el proceso, incluyendo algunos oficiales retirados, han expresado su preocupación sobre la posibilidad de que las organizaciones guerrilleras hayan utilizado las negociaciones como un medio táctico para reducir la presión militar contra sus líderes y tropas sin dejar de lado actividades ligadas al narcotráfico. Aquellos que creen en el proceso de paz, incluyendo a muchos oficiales activos, han comentado sobre la imposibilidad de obtener una derrota definitiva mediante el uso de medios exclusivamente militares. Lo cierto es que después de un proceso de negociación con muchos altibajos, el país se encuentra, a pesar de la incertidumbre, viviendo la implementación del acuerdo y los debates que se dan por la implementación de la Jurisdicción Especial de Paz, ante la cual ya se han presentado cerca de 2000 militares.

En lo que compete a esta investigación, la negociación para la culminación del conflicto se constituía en un reto en materia de configuración identitaria para los oficiales de las FFMM, ya que marcaba de manera evidente el rumbo que debían tomar el país y, por ende, las mismas FFMM. Hasta el momento, el modelo de seguridad nacional adoptado en Colombia ha tenido particularidades asociadas a la relativa autonomía que el estamento militar y, en particular, los oficiales han tenido en el manejo del orden público. Cualquier cambio significará, por ende, que esas reglas de juego y esas cosmogonías tengan que cambiar, propiciando retos de transformación identitaria que pueden ser entendidos como promotores de posibles crisis de identidad que deberán ser resueltas apropiadamente. En este sentido, comprender cómo se han construido las identidades de los oficiales en los últimos años (1985-2015) y cómo se desarrollan y se evidencian, sirve para establecer un diálogo con los líderes políticos presentes y futuros, los líderes de la organización militar y la sociedad en general. Este diálogo aporta de muchas formas a la construcción de Estado y de nación, en la medida en que, como señala Atehortúa y Manrique (2005), el contexto cultural e histórico en el que han sido creadas y consolidadas las FFMM colombianas se logre comprender mejor y por ende se dé una relación bidireccional de influencia entre estas y la sociedad.

Esta relación está marcada a su vez por complejas interrelaciones locales, regionales e internacionales que determinan que los militares hayan desarrollado un modelo de pensamiento y configurado un sistema de creencias, imaginarios y valores que tienen incidencia en su accionar diario. Ejemplo de ello es el debate sobre participación política de militares presentado en la campaña para la elección de presidente en 2014 y las tensiones recurrentes de “ruido de sables”, así como el uso cotidiano de expresiones y eslóganes tales como “en Colombia los héroes sí existen”, “la legitimidad es el centro de gravedad”, “fe en la causa”, “primero fue ejército que patria”, “las Fuerzas Militares son el soporte de la democracia y la reserva moral de la sociedad”, entre otros. Todos ellos definen aspectos determinantes en las relaciones civiles-militares, en cuanto participación e involucramiento político de los actores militares, pudiendo incluso llegar a afectar la calidad del servicio público asignado en la Carta Magna. Este tipo de participación se reconoce como determinante en la percepción de seguridad nacional y en las relaciones internacionales, llegando a afectarlas de modo grave (Bhimaya, 1997). Al final, ese bloque histórico y la cotidianidad determinan el sentido o significado que la colectividad les da a los diferentes aspectos de su propia existencia, permitiendo cuestionarse acerca de la existencia y dirección de las normas constitutivas, los propósitos sociales, las comparaciones relacionales con otras categorías sociales y los modelos cognitivos que constituyen las bases identitarias que pueden caracterizar a los oficiales de las FFMM colombianas.

De manera complementaria, se observa que ese nivel global ha tenido incidencias locales. Las crisis que ha sufrido el capitalismo han generado impactos en el trabajo y los modos de producción, afectando no solo a las grandes empresas, sino a la comunidad en general. Los cambios han implicado, en algunos casos, afirmaciones y, en otros, transformaciones, tanto en las estructuras como en las relaciones de poder establecidas en la sociedad, afectando a su conjunto y, por ende, a las instituciones militares. En las últimas décadas, aun cuando el statu quo se mantiene en lo esencial, se ha presentado un cambio acelerado en diversos aspectos de la vida social, política y económica del país. Con la reforma a la Constitución en 1991, si bien no hubo transformaciones profundas en el estamento militar (Cabarcas, 2011; Palau, 2006; Schultze-Kraft, 2012; Torres del Rio y Rodríguez, 2008; Vargas, 2006), sí se dio paso, entre otros, a cambios en la concepción de Estado, en la organización social y en la participación ciudadana que terminaron afectando toda la función pública y, por ende, a la institución militar. Y con las acciones desequilibrantes de los grupos al margen de la ley en los años noventa, se dio paso a una transformación integral de las FFMM que se puede considerar limitada y que se encuentra aún en desarrollo (Grabendorff, 2009; Vargas, 2006).

El ingreso cada vez más generalizado de la mujer a la vida laboral y los avances logrados por los colectivos defensores de los derechos de las comunidades de orientación sexual diversa rompieron barreras de género y dieron paso a una visión en que la diversidad adquiere mayor relevancia, y, en consecuencia, también las reafirmaciones identitarias de género y de raza comienzan a ser más visibles. Por ejemplo, las acciones de afirmación emprendidas por comunidades afrocolombianas en la década de los noventa fueron el origen de un mayor ingreso, como oficiales, de miembros de esa raza a las FFMM. Estos oficiales ya han hecho buena parte de la carrera y comienzan a llegar a grados intermedios con excelentes resultados.

Desde la perspectiva de esta investigación, ese aspecto de diversificación ha afectado positivamente para que el grupo social conformado por los militares sea cada vez más heterogéneo. Lo anterior, en principio, sugiere que, al ampliarse la base de reclutamiento de la oficialidad, la composición del cuerpo de oficiales sea de una u otra forma más representativa de la sociedad. Igualmente, esa heterogeneidad supone que se presenten tensiones en diversos aspectos de cohesión en torno a los fines o propósitos que guían a los oficiales en la conducción de la organización. En otros países, estas tensiones han demostrado ser la base de ajustes, afirmaciones y transformaciones identitarias que terminan afectando el desarrollo de las operaciones, la vida cotidiana y la interacción de los militares, tanto dentro del grupo como fuera de él, en relación con temas cruciales para el Estado, como son la seguridad y la defensa de la nación (Snider, 2005).

En esta misma línea, no puede dejarse de lado que parte de la problematización de las identidades en las FFMM pasa por el hecho de que, como organización, se caracterizan por ser una institución total que acapara la vida de sus miembros en una red de obligaciones y compromisos a partir de la cual el trabajo termina volviéndose la vida misma (Segal, 1998). Por ello, el contenido y el alcance de las representaciones discursivas construidas por la oficialidad militar sobre su propia identidad tienen efectos personales e institucionales en la relación entre los líderes militares y su profesión. La autorrepresentación incluye atributos físicos, psicológicos y sociales que pueden ser influenciados por las actitudes, los hábitos, las creencias y las ideas de la persona (Auyero y Berti, 2013; Vasilachis, 2003). Por ello, es entendible que la autorrepresentación que los oficiales hacen de sí mismos genere impactos directos en las concepciones ideológicas y las acciones prácticas del resto de los integrantes (suboficiales y soldados) de las FFMM. De paso, el juego de poder individual e institucional en ellas inmerso puede afectar las relaciones entre civiles y militares en el marco de un Estado social de derecho.

Desde la perspectiva de problematización en las ciencias sociales, es pertinente agregar que el análisis académico de los asuntos militares en Colombia se ha enfocado en trabajos de investigación que se basan principalmente en la evolución histórica de la organización militar (Atehortúa y Ramírez, 1994; Atehortúa, 2000, 2001; Valencia, 1993), las relaciones civiles-militares (Avilés, 2006, 2010; Dávila, 1999a, 1999b; Dávila, Escobedo, Gaviria y Vargas, 2000c; Deas, 2002), la seguridad nacional (Dávila, 1999c; Leal, 1994; Torres del Río, 2000; Torres del Río y Rodríguez, 2008), el conflicto interno (Arnson y Llorente, 2009; Calderón, 1979; Dávila, 1998a; Deas y Llorente, 2000; Echavarría, 2010; Vargas, 2002) y las influencias de otros países u organizaciones militares (Atehortúa, 2008, 2011; Rodríguez, 2006). Por lo tanto, se puede afirmar que se ha dejado de lado hasta la fecha el estudio del grupo social conformado por los militares en Colombia, en el nivel microinstitucional de los individuos y sus colectividades, su rol y sus mecanismos de relación, tanto dentro de la institución como fuera de ella (Borrero, 1990; Medina, 1994). En forma general, todos los trabajos antes mencionados aportan elementos que permiten comprender los contextos base de expresiones identitarias en el seno de la organización militar en Colombia. Pero solo en algunos —aquellos que se enfocan en imaginarios y mitos (Blair, 1999), en representaciones y significados de categorías específicas para los combatientes en la guerra de Corea (Skladowska, 2006), en arquetipos y paradigmas históricos (Mejía, 2008) y en el ejército como modelo patriarcal (Castañeda, 2008)— se observan elementos que tienen mayor proximidad con el objeto de estudio de la presente investigación, aunque sin desarrollar realmente la categoría de identidades en la forma como se ha hecho en ella. De paso, esto evidencia también un desconocimiento sistemático de los elementos sustanciales y relacionales que caracterizan la formación y acción de los militares colombianos, y lo poco que se ha documentado sobre la mentalidad y las identidades militares en Colombia.

En 1990, Borrero ya advertía sobre lo poco o nada que se había profundizado en aspectos relevantes que conllevaran a la comprensión de la colectividad militar como sistema social, su rol y sus mecanismos de relación, tanto dentro de la institución como con la población civil. En 2004, al revisar la literatura existente sobre temas militares, Atehortúa también advertía ese vacío, el cual pareciera seguir existiendo entrado el siglo XXI. Schultze-Kraft (2012), al hablar sobre los retos de la paz en Colombia, evidencia nuevamente que existe poco conocimiento sistematizado de los elementos sustanciales y relacionales que caracterizan la formación y acción de los militares colombianos, así como de sus mentalidades y sus identidades. Lo mismo sucede con las particularidades derivadas de lo antes expuesto. De hecho, se puede afirmar que la preocupación expuesta por Medina (1994), al mencionar que “no se tienen evaluaciones confiables sobre problemas en cierto modo elementales, como el de la procedencia social de la oficialidad de las distintas armas”, está aún vigente. En el país, no se han desarrollado estudios sistemáticos que tengan por objeto determinar la composición social del cuerpo de oficiales de las FFMM. Esta investigación trata de aportar para llenar este vacío.

La identidad, en tanto categoría analítica, ha hecho presencia en las últimas décadas para tratar de explicar diversos factores del comportamiento de los individuos y las colectividades. El sentimiento de pertenencia como eje del ejercicio de la vida en común determina la existencia de identidades que se construyen de manera diferente según los contextos social y cultural (Grimson, 2011; Todorov, 2008). Esas identidades se erigen básicamente a partir de la interacción social y se materializan en jerarquías de rasgos observables, característicos en la medida en que los seres humanos orientan sus actos hacia el resto del mundo en función de lo que cada cosa significa para ellos. Estos significados son construidos a partir de esa interacción con todo lo demás, incluyendo el sí mismo (Stryker, 1980). Esto último implica entonces que las identidades son parte de un amplio sentido del sí mismo y, como tal, internalizan autoindicaciones asociadas con la posición que el individuo ocupa dentro de diversos contextos (Turner, 2012) y en las estructuras sociales más próximas (Merolla et ál., 2012). Sin embargo, se debe tener muy presente que esos significados son manipulables y modificables por parte de los individuos o las colectividades al interpretar las cosas que van hallando a su paso (Blumer y Alonso, 1982), así como las expectativas propias y de los demás respecto a la manifestación identitaria correspondiente (Stryker, 1980).

Por ello, esta investigación parte del análisis del conocimiento inscrito en dos grandes temáticas conceptuales. En un primer momento, la revisión de los documentos de investigación, reflexión o referencia relacionados con los conceptos de autorrepresentación e identidades permitió ampliar el horizonte descriptivo y aportó elementos desde diversas disciplinas. En un segundo momento, la revisión de documentos, de la misma índole, relacionados con las identidades en organizaciones militares, de manera general, y con los aspectos de interacción de estas con la categoría de construcción de paz aportó a la construcción de un estado del arte sobre estos temas. Por motivos evidentes, se hace énfasis en aquellas experiencias que involucran el caso colombiano.

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9789587814033
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