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Sobre la autorrepresentación, las identidades y los militares

La revisión de literatura relacionada específicamente con representación, identidades y militares en Colombia tuvo como base elaborar búsquedas en libros y en trabajos de investigación y desarrollo de teoría en el campo de las identidades militares y la autorrepresentación como conceptos o categorías principales. Teniendo en cuenta que tanto en el país como en Latinoamérica es relativamente escasa la literatura que ha abordado el asunto de las identidades militares como tema principal, se amplió la búsqueda a documentos en los que se tuviera información relevante de la relación entre oficiales de las fuerzas militares, la sociedad y la profesión militar. Esto con el propósito de identificar elementos y factores que pudieran ser importantes a la hora de hablar de configuración de subjetividades y materialización de identidades en el interior de la organización militar.

Woodward y Jenkings (2011) hacen una evaluación significativa sobre el estado del arte en cuanto al abordaje que la sociología le ha dado al tema de identidades en asuntos militares. Citando a Higate y Cameron (2006), repasan con mayor profundidad las características y elementos distintivos de dos tradiciones sociológicas que se ponen de manifiesto al trabajar este tema. La primera se refiere, según los autores, a la escuela predominantemente norteamericana, pero con gran influencia europea, que sigue una línea tradicional, caracterizada por aproximaciones ontológicas y epistemológicas positivistas, deductivas, normativas y funcionalistas. Esta se ha enfocado en buscar soluciones y aplicaciones disciplinares para mejorar el funcionamiento de las organizaciones militares y facilitar la comprensión de las relaciones entre institución militar y sociedad. En esta categoría, incluyen los trabajos de Stouffer et ál. (1949) sobre efectividad de un ejército de conscriptos; de Huntington (1975) respecto a la relación entre los oficiales y el Estado; de Janowitz (1964, 1976) sobre profesionalización del cuerpo de oficiales; y los de Moskos (1977) y Moskos, Williams y Segal (2000) sobre convergencias y divergencias de los militares y la sociedad, e incluso sobre la caracterización de oficiales posmodernos (p. 254). Esta aproximación conlleva que la identidad, como variable, sea considerada como aislable y medible. La segunda, una visión ilustrativa (p. 255) o interpretativa de la investigación sociológica de las identidades militares, busca —por medio de la abstracción y explicación de sentidos lograda a partir de una aproximación inductiva y hermenéutica de las experiencias— dar explicación y comprender las manifestaciones identitarias de los colectivos y los individuos. Este trabajo se suscribe a la segunda de las tradiciones, en la medida en que considera que las identidades son el producto de una construcción social en permanente dinámica. Sin embargo, para tener una visión amplia, se relacionan trabajos de ambas tradiciones.

Las publicaciones con origen y población de estudio en los países nor- atlánticos incluyen trabajos desarrollados en los Estados Unidos y Europa, principalmente. La revisión de documentos y experiencias investigativas sobre mentalidades e identidades militares en los Estados Unidos arroja la identificación de elementos que son distintivos en las Fuerzas Armadas norteamericanas y que por vía de la asistencia militar han podido tener profundos impactos en las fuerzas armadas del hemisferio (Huntington, 1975; Janowitz, 1964, 1976; Moskos y Wood, 1998; Moskos, Williams y Segal, 2000; Snider, 2005). El trabajo de Huntington y la creación de un espacio de discusión propio —el Seminario Interuniversitario en Fuerzas Armadas y Sociedad (iusafs, por su sigla en inglés), instaurado en 1960 por Janowitz— marcaron esa tendencia de forma explícita. En esta escuela, se plantea que las transformaciones políticas y sociales ocurridas hacia el final del siglo XX, son fundamentales respecto a la identidad profesional de los oficiales del Ejército de los Estados Unidos como parte del proceso en el que ellos, como seres humanos, construyen y reconstruyen periódicamente la visión y sentido del mundo y de su lugar en él (Forsythe et ál., 2005). En tal perspectiva, se considera que tanto esa identidad profesional como la identidad organizacional (institucional) no ocurren en el vacío, y por lo tanto son el reflejo, en parte, de la forma como la sociedad espera que los oficiales y la institución funcionen. Dado que todas esas transformaciones a nivel social han traído consigo cambios a nivel institucional, se considera igualmente que demandan de los oficiales adaptarse a una amplia variedad de nuevos roles y de escenarios complejos de operación. Esos cambios sobre qué se hace como ejército llevan a cuestionar aspectos de la identidad en tanto contenido (qué se piensa de sí mismo) y en tanto estructura (cómo se piensa acerca de sí mismo), en ambos niveles: el institucional y el personal. Por ello, a partir de la teoría de Kegan sobre el desarrollo de la identidad, Forsythe et ál. (2005) buscan comprender mejor el proceso de formación de los oficiales del ejército de Estados Unidos, con el objetivo de poder relacionar esos desarrollos de la identidad con los indicadores profesionales de competencia. Esto es algo similar a lo hecho por Johansen, Laberg y Martinussen (2013) en Noruega, quienes, retomando la creciente presión hacia cambios identitarios derivados de las transformaciones en el contexto regional y mundial, examinan la habilidad de la identidad militar para predecir el rendimiento militar percibido y las actitudes que están detrás de la contribución dada por las características de la personalidad, concluyendo que la identidad operacional es un importante predictor de rendimiento en lo militar.

Por otra parte, partiendo de la premisa de que las muertes de oficiales en las guerras en que ha participado recientemente Estados Unidos —en tanto tragedias humanas— requieren comprensión, por sus familiares y por el resto de oficiales, del sentido (si es que lo hay) por el cual ocurrieron, Snider (2005) plantea que ese sentido solo es viable encontrarlo en cuanto el cuerpo de oficiales del ejército de ese país tenga clara comprensión de quiénes son en un grado mayor al que determina el día a día (p. 139). Para esto es necesario, también, comprender las concepciones esenciales de la configuración de las identidades de los oficiales, no en tanto individuos, sino en tanto profesionales del ejército. Por ello, al revisar los conceptos teóricos de lo que representa el conocimiento experto en una profesión —y, en particular, en la profesión militar—, se establece una asociación entre cuatro tipos de conocimientos expertos que se relacionan en la profesión militar con cuatro tipos de identidades que, teóricamente, se presentan como las bases del concepto que de sí mismos deben tener los oficiales —su identidad profesional—, no importa su especialidad: 1) el conocimiento experto técnicomilitar, que se asocia con la identidad del combatiente; 2) el conocimiento experto moral-ético, que se asocia con la identidad como líder de carácter; 3) el conocimiento experto político-cultural, que se asocia con la identidad de ser servidor de la nación; y 4) el conocimiento experto en el desarrollo humano, que se relaciona con la identidad de ser miembro de una profesión.

Desde el trabajo social, Daley (1999), al discutir acerca de cómo la vida del soldado en cuanto persona se ve afectada por el proceso mismo de la carrera militar, propone como premisa “que las personas que abrazan el estilo de vida militar desarrollan una identificación cada vez mayor con lo militar como un componente central de lo que son”. Por lo tanto, sostiene que la milicia puede ser entendida como una identidad étnica. Su explicación se basa en el impacto que tiene la etnicidad como variable explicativa de la política, así como en su poder para guiar formas de pensar, sentir y comportarse. En tal virtud, para Daley la etnicidad se constituye en variable causal de las actitudes y comportamientos de los militares como grupo social y, por ende, en elemento clave para la comprensión de las identidades militares. En esa misma vía, desde la ciencia política, Zirker, Danopoulos y Simpson (2008) desarrollan un interesante análisis sobre lo que denominan identidad cuasi étnica, la cual caracteriza a muchas organizaciones militares en países en vías de desarrollo. En tal sentido, parten de la premisa de pensar que la cultura, la identidad y la etnicidad son cruciales para entender el comportamiento político de las instituciones militares en muchas regiones del mundo, una vez finalizada la Guerra Fría. Su hipótesis está relacionada con el hecho de que estas organizaciones, en dichos países, adquieren una identidad étnica o cuasi étnica específica y termina actuando en virtud a ella, generando riesgos para la seguridad de otros grupos sociales y, por ende, poniendo en tela de juicio y en peligro los avances democráticos que se hayan podido alcanzar.

Mendee (2013), por su parte, evidencia cómo las relaciones asimétricas de socialización (entendida como interacción) entre los militares de países “pequeños” y los de las grandes potencias militares conllevan la posibilidad de que los oficiales de los primeros terminen internalizando y naturalizando normas, ideas y valores de los segundos, con las implicaciones que esto puede traer para las FFMM de esos países y su relación con su sociedad. Situación ampliamente reseñada en el caso colombiano, como se verá más adelante.

La aproximación europea a este tema también reviste especial interés. Los trabajos relacionados con las fuerzas armadas inglesas, francesas y españolas exploran básicamente el proceso de formación de identidades de grupo y su afianzamiento, dándole mayor atención a las identidades colectivas y sociales. Los trabajos de los sociólogos clásicos, como Durkheim y Weber, marcan un hito de gran relevancia para el desarrollo posterior de las aproximaciones de la sociología militar en ese continente. Para Durkheim (1989), sobre la base de que un Estado débil caerá inevitablemente bajo la dependencia de otro, y, por ende, lo que constituye a un Estado es el poder, el ejército es la fuerza física de una nación y ocupa un lugar aparte en el conjunto de las instituciones sociales. De hecho, plantea que “no solamente es un servicio público de primera importancia, sino que es la piedra angular de la sociedad” (p. 206). Por ello, señala que “es menester, también, que los soldados tengan preparación moral, virtudes militares, sin las cuales no surten efecto el número y la técnica más sabia” (p. 206). Por su parte, Weber desarrolla, en 1922, el enfoque clásico según el cual el ejército representa la mejor forma de organización burocrática, en la medida que, como organización, tiene inmerso el sistema de competencias y jerarquías vistas como subordinación de cuerpos y autoridad, especialización, profesionalización, lealtad, ingresos fijos, carrera, etcétera (Sertorio, 1984). De cierta forma, esta premisa es la que desarrollará las discusiones posteriores en el nivel macroinstitucional sobre las organizaciones militares, su función en la sociedad y la forma de aproximarse a su comprensión, aún más ante las discusiones sobre los modelos ocupacionales y vocacionales de las organizaciones militares que proponen Moskos y Wood (1998). Baqués (2004), partiendo del enfoque de estos autores, y bajo las premisas de Janowitz, revisa cómo en algunos casos (particularmente en el caso español) se busca un punto medio entre ambos modelos: “Una fórmula mixta, que incluye valores ocupacionales. Sin que ello suponga una renuncia definitiva a los rasgos que conforman el ethos tradicional de las Fuerzas Armadas” (p. 127).

En el contexto europeo contemporáneo, son de especial interés los trabajos de Jean-René Bachelet (2010), quien emplea el concepto de representación, para analizar los procesos de ruptura de identidad y de construcción de sentido hacia una ética de la profesión militar en el Ejército francés; los estudios adelantados en el Reino Unido, en los que se asocia el concepto de representación a lo simbólico, con el fin de conceptualizar los impactos de las masculinidades militares en la institución y sus efectos prácticos en la sociedad británica (Hale, 2008); las visiones disímiles entre la sociedad civil y los soldados acerca del servicio militar como referente diferenciador de identidad nacional (Gibson y Condor, 2008); y los aportes metodológicos del trabajo de Woodward y Jenkings (2011), quienes, empleando entrevistas no estructuradas a partir del uso de fotografías, buscan elucidar las formas de representación y de configuración identitaria de militares activos y ya retirados.

Un grupo diferente de investigaciones basan sus trabajos en la población de cadetes de las escuelas de formación en varios países. Por una parte, están los ya mencionados trabajos de Forsythe et ál. (2005) en West Point y de Johansen, Laberg y Martinussen (2013) en Noruega. Por otra parte, se encuentra Macovei (2009), quien, empleando el cuestionario de aspectos de identidad (AIQ, por su sigla en inglés) y la medida extendida objetiva del estatus de identidad del ego (EOM-EIS, por su sigla en inglés), muestra cómo los cadetes de la escuela del ejército rumano se definen predominantemente en términos de sus identidades personales y relacionales. Este trabajo destaca además la importancia que para este momento de la carrera tiene que los sujetos del estudio no tengan claramente establecida la definición de valores institucionales, que sus identidades personales estén aún en construcción y que el nivel de compromiso organizacional aún no haya sido totalmente desarrollado. Igualmente, está el trabajo de Martínez (2004), quien desarrolla un estudio para saber “quiénes son y qué piensan los futuros oficiales y suboficiales del Ejército español”, en la búsqueda de establecer “grupos homogéneos” que permitan “detectar problemas de índole profesional (en tanto que funcionarios del Estado)” (p. 5). Esta investigación arroja como resultado elementos de identificación específicos asociados a percepciones sobre un “militar demócrata”, “fuertemente europeísta”, que ha “asimilado sin dramas su exclusiva condición de funcionario público”, en comunión de valores cívicos con la juventud en general, defensor “de la economía de mercado y del intervencionismo estatal”, practicante religioso y afectado por cierto nivel de endogamia (p. 6).

Aunque exceden los alcances de este trabajo, algunos autores (Griffith, 2009; Harris, Gringart y Drake, 2013) exploran, desde la teoría de la identidad social, los impactos de la identidad y la cultura militar en la etapa de retiro de sus miembros y su reintegro a la vida como civiles. Para ello, relacionan elementos derivados de los procesos organizacionales que ayudan a fortalecer los procesos de identificación con la vida militar y con las unidades militares, de tal forma que se le dé coherencia, unidad y sentido institucional al grupo social. Aspectos como el compromiso, la proximidad, la similitud, la fe común y la cohesión, junto con los principios de la honestidad, la previsibilidad, la competencia y la benevolencia, entre otros, configuran un grupo de factores que hacen que las identidades adquiridas durante el servicio sean difícilmente desarraigadas en la transición a la vida civil.

En el contexto de América Latina, antes de hablar sobre las identidades militares, es fundamental hablar sobre la existencia de una inquietud y un debate sobre los elementos y las bases que tratan de identificar tesis sobre la identidad cultural latinoamericana. Vergara y Vergara (2002) proponen cuatro tesis acerca de esta identidad: 1) no es latinoamericana, sino indígena, puesto que la región nunca dejó de ser indígena en sus aspectos esenciales; 2) es hispanista o, por lo menos, heredera de esa cultura y, por ende, es el resultado de “una conquista espiritual de evangelización y extensión de la civilización occidental” (p. 81); 3) es occidental —o se propone serlo—, como resultado de la no existencia de culturas tradicionales vigentes producto de la larga colonización ibérica, la cual hizo desaparecer o redujo a etnias a las culturas amerindias previamente existentes; y 4) es resultado del mestizaje cultural, que arroja la existencia de una identidad y una cultura latinoamericana. Sin embargo, como señalara Octavio Paz, en una cita extensiva a casi todas las naciones latinoamericanas: “el mexicano no quiere ser ni indio ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Y no se afirma en tanto que mestizo sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada. Él empieza de sí-mismo” (Vergara y Vergara, 2002, p. 85).

Esa falta de claridad en materia de identidad radica en parte en la pretensión de homogenizar Latinoamérica, desconociendo toda su diversidad. Lo que invita a tener en cuenta la cita que los autores hacen de Larraín: “toda versión selecciona ciertas características y excluye otras, pues opera con criterios de selección, evaluación, oposición y naturalización de los contenidos culturales” (Vergara y Vergara, 2002, p. 87).

Sobre identidades militares propiamente dichas, en Brasil, Chile, Perú y México existe material bibliográfico que trata de explicar las bases teóricas y prácticas de la organización e identidad de las fuerzas armadas en virtud de su papel en la formación del Estado nación y de la profesión militar en las sociedades contemporáneas. En algunos casos, también se proponen algunas generalizaciones para la oficialidad de América Latina, tomando como base la similitud en los orígenes de los ejércitos independentistas y el papel desarrollado por misiones militares de países extranjeros que sirvieron para conformar los ejércitos modernos en la región (García, 2001, 2002, 2005; Coelho, 2000; Lima, 2010; Moloeznik y Suárez de Garay, 2012). Ello aporta a la comprensión de situaciones de mayor similitud con las que se experimentan en Colombia. En estos estudios, las características propias del militar latinoamericano y el papel jugado en la creación de identidades nacionales y profesionales son parte de los análisis que se encuentran más frecuentemente en la región.

Al hacer un perfil del oficial chileno del siglo XXI, García (2001) parte de la premisa de que la disciplina como factor distintivo de este ha sido forjada a partir de tres factores relevantes:

en primer lugar, la pertenencia a una fuerza militar que nace paralela el Estado, con un singular sentido de nacionalidad y que por imperativo de las circunstancias ha tenido que asumir roles que exceden el ámbito propio de la defensa. En segundo lugar, un modelo de instrumento castrense preparado para resolver un eventual conflicto en un escenario muy amplio, por lo que su organización es eminentemente cuantitativa y, en tercer lugar, la influencia innegable de la filosofía militar estratégica del notable pensador prusiano Karl Clausewitz, que se constituye la fuente primaria el pensamiento militar chileno. (García, 2001, p. 43)

Complementariamente, al militar chileno lo caracteriza, según el autor, una motivación valórica que se convierte en aspecto sustantivo de su identidad profesional en el momento en que las virtudes principales (patriotismo, honor, disciplina, valor y compañerismo) se interrelacionan en su ejercicio cotidiano. De paso, advierte el riesgo de que esas identidades profesionales tradicionales se debiliten debido a “la pérdida del carácter absoluto de esas virtudes debido a nuevas jerarquizaciones de los valores producto de la evolución de la sociedad” (p. 45). Esto puede llegar a ser importante en la configuración identitaria de los oficiales del ejército, dado el trabajo de la comisión chilena sobre el origen de esa institución en el siglo XX.

Siguiendo a Moskos, Williams y Segal (2000), García (2002) estudia la manera en que las transformaciones del mundo y las concepciones de los modelos posmodernos afectan la profesión militar de forma general y cómo esos efectos se manifiestan en las organizaciones militares de América Latina. Revisando la historia de estas organizaciones, encuentra que

en América Latina cada rama (institución) de las FFAA tiene rasgos que son comunes, lo que les permite entenderse e identificarse con sus pares en los distintos países. Los ejércitos se sienten el símbolo de sus naciones y están muy ligados al concepto de Estado. Sus armas y especialidades tienen fuerte identidad, y están dotados de influencia europea inicial y norteamericana posteriormente. Las marinas, son más conservadoras con mayor énfasis en las tradiciones y en la historia.

Las especialidades tienen mayor capacidad de integración que las de los ejércitos y su influencia inicial es británica, aunque no se desconoce la posterior influencia norteamericana. Las fuerzas aéreas son menos conservadoras y tradicionalistas. Tienen un concepto de equipo tipo binomio muy marcado (piloto-técnico) y la influencia es importantemente norteamericana. Las marinas, en lo general, han tenido una mayor vinculación con la clase más alta. Ejércitos y fuerzas aéreas (al igual que las policías) son expresión de clases medias o media-baja con aspiraciones ascendentes. (García, 2002, p. 76)

En la misma vía, un análisis de la profesión militar de ayer, en función de cómo puede ser el militar del mañana, resalta, por una parte, la importancia de su proceso de constitución como respuesta a la necesidad de defensa en la configuración de identidades militares que se traducen en los ethos singulares que cada institución desarrolla, y, por otra parte, destaca la equivocación en la que incurren “quienes ven a la carrera militar como un conjunto social ‘uniforme’ que piensa y actúa absolutamente de la misma forma”, presentando dos tipologías que lo demuestran: 1) la derivada de las diferencias en las mentalidades militares al considerar las ramas o instituciones (armada, ejército y fuerza aérea) (García, 2005, p. 7) y, complementando las categorías propuestas por Baquer (1988), 2) las derivadas de diferencias en las mentalidades individuales dentro de la organización militar (oficiales heroicos, organizativos, técnicos y humanistas) (p. 8). Finalmente, se hace un llamado de atención para tener en cuenta que, en esa misma línea de cambios en la sociedad, se desarrollan transformaciones de los valores militares que conllevan una modificación identitaria de la profesión que debe ser revisada por los oficiales, ya que aquel “que no sea meticuloso en esta materia comprometerá gravemente el honor y prestigio de su ejército y país” (p. 11).

En Brasil, el enfoque ha estado ligado más a la identidad nacional, tomando como categorías analíticas la patria, la nación y las relaciones entre civiles y militares. Coelho (2000) muestra cómo se configuraron históricamente rasgos característicos de la oficialidad militar en Brasil, al punto de lograr la formulación de una política propia de seguridad nacional en un mundo bipolar que promovía más el alienarse con una postura que crear una propia. En un estudio sobre el servicio militar obligatorio en Brasil entre 2000 y 2008, Lima (2010) retoma la visión del ejército como institución total, bajo un enfoque de estudio de caso de historia del tiempo presente, y demuestra las dificultades para asumir este tipo de servicio como responsable de la construcción de identidades patrióticas, cívicas o disciplinares, en la juventud brasilera de esta época.

Deare (2000) opina sobre la inminente búsqueda de una nueva identidad militar en México, derivada de los cambios políticos de finales del siglo XX, las relaciones internacionales y las realidades del contexto de violencia, revolución armada y narcotráfico que se vislumbraban en ese país. Por su parte, Moloeznik y Suárez de Garay (2012) profundizan en ese proceso de transformación y el proceso de militarización de la seguridad, haciendo hincapié en la atipicidad de las FFMM mexicanas en relación con otras fuerzas armadas de la región, pero también en lo tocante a la entrega de la autonomía que en el pasado las clases políticas habían dado a las fuerzas armadas y los efectos de esto en la forma de verse a sí mismos de los militares de ese país. En este sentido, hay que reconocer la fuerte tradición derivada de la Revolución y las particularidades de la organización militar mexicana, donde el ejército y la marina se entienden como distintos y, por ende, se organizan de formas diferentes.

Si bien, como ya se mencionó, en la literatura nacional no hay trabajos que se dediquen exclusivamente a abordar los temas de representación o identidades militares, existe abundante producción académica que se relaciona con las fuerzas armadas y que describe, desde diversos ángulos, la evolución de la organización militar en Colombia. Por una parte, están los estudios que analizan paradigmas sobre seguridad nacional (Atehortúa y Ramírez, 1994; Blair, 1993; Dávila, 1999c; Leal, 1994; Torres del Río, 2000, 2008; Vargas, 2002), las relaciones civiles-militares (Avilés, 2006, 2010; Dávila, 1999b), el conflicto interno (Vargas et ál., 2010), las influencias de instituciones militares extranjeras (Atehortúa, 2008, 2011; Rodríguez, 2006) y la profesión y educación militar (Aldana et ál., 2011; Dávila, 2000a; Helg, 1986; Méndez, 2013; Rey, 2008; Valencia, 1993), entre otros. En varios de estos documentos se habla sobre rasgos característicos de esas relaciones, que ponen de manifiesto factores y características que pueden ser atribuibles a manifestaciones identitarias del personal militar. Es el caso de

• Las tensiones entre autoritarismos y democracia que se vivieron en Latinoamérica a lo largo del siglo XX, en el marco de la discusión coerción-consenso, y que pudieron generar que los miembros de las FFMM creyeran férreamente en la vocación estructurante y mesiánica de la institución como garante suprema de la democracia. Esto tiene impactos en la forma como se configuran las acciones, pues, como actores políticos y sociales, los oficiales de las FFMM tienen a su cargo una importante función burocrática en las entidades del Estado (Chinchón, 2007; Leal, 1994; Torres del Río, 2000).

• La construcción institucional en el marco de una sociedad antimilitarista, que ha promovido diversas formas de mantener al margen de las decisiones importantes de la vida nacional a los militares, utilizándolos de diversas formas para el mantenimiento de un statu quo social y político que continúa dando privilegios a sectores muy específicos de la sociedad (Deas, 2017). En lo tocante a este aspecto, Silva (1993), al reseñar el libro de Kuethe (1993), invita a revisar tres elementos que consolidaron la percepción de apatía hacia lo militar, y que sirvieron a Kuethe para fundamentar su tesis. El primero, relacionado con la percepción de las clases subalternas sobre la institución militar; el segundo, con la importancia de las discontinuidades derivadas de la historia del siglo XIX; y el tercero, con las formas específicas del uso de lo militar durante el siglo XX.

• Las diferencias entre los oficiales que promovían una institución progresista y los que preferían una tradicional, y que determinan dos formas de ver el mundo muy diferente y, por consiguiente, dos aproximaciones identitarias igualmente diversas. Torres del Río (2000, p. 100) plantea que la Alianza para el Progreso trajo consigo un cambio en el discurso frente a la misión del ejército, pasando de pensarse solamente como institución orientada a la defensa a entenderse también como una forma de construir las naciones. En Colombia, esta visión se vio reflejada de alguna forma en las tensiones vividas entre los oficiales de la línea progresista —general Ruiz Novoa, general Valencia Tovar, general Landazábal Reyes— y aquellos que abogaban por una línea más tradicional y conservadora (Torres del Río, 2000). Recientemente, la corriente progresista parecía tener un impulso mayor, producto de la forma como se manejo la participación de los militares en las negociaciones de paz y la visión institucional de contribuir con el desarrollo nacional a través de la denominada acción integral y de la acción unificada del Estado. Sin embargo, con el cambio de gobierno, pareciera que la vertiente tradicionalista retomará fuerza logrando copar las más altas dignidades de la organización.

• Las tensiones sobre el objeto de trabajo de las fuerzas armadas latinoamericanas y colombianas respecto a la seguridad colectiva y la seguridad nacional, que de una u otra forma van a establecer sentidos grupales diferentes y propósitos organizacionales igualmente diferentes. De hecho, la guerra contrainsurgente y el efecto de la participación de las FFMM en la lucha contra el tráfico de drogas parecieran ser importantes en la construcción de identidades de los oficiales en épocas recientes (Torres del Río, 2000).

• El papel de la política en las FFMM. Si bien se parte de la premisa de la apoliticidad de las FFMM, las manifestaciones partidistas de comienzos del siglo XX, el Gobierno del general Rojas Pinilla, las crisis durante los gobiernos de los presidentes López Michelsen y Betancur, e incluso la del proceso 8000 muestran que de una u otra forma sí existe una visión política en los oficiales —en cuanto ciudadanos del Estado colombiano— que debe tener un impacto en la constitución de sus identidades (Atehortúa, 2010a). Otro elemento que entra en juego al respecto es que, aun cuando los golpes y gobiernos militares en Colombia no han sido la norma, como lo fueron en otros países, el Gobierno del general Rojas Pinilla se constituye dentro de la institución como el modelo ejemplar de Gobierno, marcando las subjetividades en el interior de las instituciones castrenses. Subjetividades que también están configuradas desde las restricciones a los derechos de los militares como ciudadanos, en virtud de la supuesta apoliticidad y neutralidad que deben tener sus miembros (Dávila, 1998b). Es particularmente interesante observar cómo en las últimas contiendas presidenciales el papel de los militares en política ha resultado especialmente activo, llegándose incluso a requerir intervenciones institucionales para recordar la apoliticidad del estamento castrense. También es especialmente sensible observar como diversos aspectos de la organización militar, como son la selección de la cúpula militar, han estado sujetos en los últimos tiempos a presiones partidistas que deslegitiman la apoliticidad de los militares. Es apenas obvio que los generales, en tanto seres políticos, también desarrollen ambiciones de poder que los llevan a tomar, de alguna forma, partido por las corrientes políticas que ostentan el poder gubernamental.

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