Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida», sayfa 10

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El Hijo de Dios, uno en divinidad con el Padre y el Espíritu Santo, fue tentado en la naturaleza humana que tomó. ¡Cuánto más son sus elegidos puestos a prueba para una mayor recompensa! De nuevo, muchas buenas personas caen a veces en pecado y su conciencia se oscurece por la falsedad del demonio, pero ellos se vuelven a levantar robustecidos y se mantienen más fuertes que antes mediante el poder del Espíritu Santo. Sin embargo, no hay nadie que no se dé cuenta de esto en su conciencia, tanto si la sugestión del demonio conduce a la deformidad del pecado como a la bondad, sólo con pensar en ello y examinarlo cuidadosamente. Y así, esposa de mi Señor, tú no has de dudar sobre si el espíritu de tus pensamientos es bueno o malo. Pues tu conciencia te dice qué cosas has de ignorar y cuáles escoger.

¿Qué ha de hacer una persona que está llena del demonio si, por esta razón, el Espíritu bueno no puede entrar en ella? Tiene que hacer tres cosas. Ha de hacer una pura e íntegra confesión de sus pecados, la cual, aún cuando no pueda estar profundamente arrepentida, debido a la dureza de su corazón, aún le puede beneficiar en la medida en que –debido a su confesión—el demonio le de cierta tregua y se aparte del camino del Espíritu bueno. Segundo, ha de ser humilde, decidir reparar los pecados cometidos y hacer todo el bien que pueda, y entonces el demonio empezará a abandonarla. Tercero, para conseguir que vuelva a ella de nuevo el buen Espíritu tiene que suplicar a Dios en humilde oración y, con el verdadero amor, arrepentirse de los pecados cometidos, ya que el amor a Dios mata al demonio. El demonio es tan envidioso y malicioso que antes muere cien veces que ver a alguien hacer con Dios un mínimo bien por amor”.

Entonces, la bendita Virgen habló a la esposa, diciendo: “¡Nueva esposa de mi Hijo, vístete, ponte el broche, es decir, la pasión de mi Hijo!” Ella le respondió: “¡Señora mía, pónmelo tú misma!” Y Ella dijo: “Claro que lo haré. También quiero que sepas cómo fue dispuesto mi Hijo y por qué los padres lo desearon tanto. Él estuvo, como si dijéramos, entre dos ciudades. Una voz de la primera ciudad le llamó diciendo: ‘Tú, que estás ahí entre las ciudades, eres un hombre sabio, pues sabes cómo protegerte de los peligros inminentes. También eres lo bastante fuerte como para resistir los males que amenazan. Además eres valiente, pues nada temes. Hemos estado deseándote y esperándote ¡Abre nuestra puerta! ¡Los enemigos la están bloqueando para que no se pueda abrir!’

Una voz de la segunda ciudad se oyó diciendo: ‘¡Tú hombre humanísimo y fortísimo, escucha nuestras quejas y gemidos! ¡Considera nuestra miseria y nuestra miserable penuria! Estamos siendo trillados como hierba cortada por una guadaña. Estamos languideciendo, apartados de toda bondad y toda nuestra fuerza nos ha abandonado ¡Ven a nosotros y sálvanos, pues solo a ti hemos esperado, hemos puesto nuestra esperanza en ti como libertador nuestro! ¡Ven y termina con nuestra penuria, transforma en gozo nuestros lamentos! ¡Sé nuestra ayuda y nuestra salvación! ¡Ven, dignísimo y benditísimo cuerpo, que procede de la purísima Virgen!’

Mi Hijo escuchó estas dos voces de las dos ciudades, es decir, del Cielo y del infierno. Por ello, en su misericordia, abrió las puertas del infierno mediante su amarga pasión y el derramamiento de su sangre, y rescató de allí a sus amigos. También abrió el Cielo, y dio gozo a los ángeles, al conducir hasta allí a los amigos que había rescatado del infierno ¡Hija mía, piensa en estas cosas y mantenlas siempre ante ti!”

Sobre cómo Cristo es equiparado a un poderoso señor que construye una gran ciudad y un magno palacio, que equivale al mundo y a la Iglesia, y sobre cómo los jueces y trabajadores de la Iglesia de Dios se han convertido en un arco inútil.

Capítulo 55

Yo soy como un poderoso señor que construyó una ciudad y le puso su nombre. En la ciudad construyó un palacio donde había varias habitaciones pequeñas para almacenar lo que se necesitara. Tras haber construido el palacio y organizado todos sus asuntos, dividió a su pueblo en tres grupos, diciendo: ‘Me dirijo a ciudades remotas ¡Manteneos firmes y trabajad con valor por mi gloria! He organizado vuestra comida y necesidades. Tenéis jueces para que os juzguen, defensores para que os defiendan de vuestros enemigos, y he encargado a unos empleados que os alimenten. Ellos han de pagarme el diezmo de su trabajo, reservándolo para mi uso y en mi honor’.

Sin embargo, pasado cierto tiempo, el nombre de la ciudad cayó en el olvido. Entonces, los jueces dijeron: ‘Nuestro señor se ha marchado a regiones remotas. Vamos a juzgar correctamente y a hacer justicia de modo que, cuando vuelva, no seamos acusados sino elogiados y bendecidos’. Entonces, los defensores dijeron: ‘Nuestro señor confía en nosotros y nos ha encargado la custodia de esta casa. ¡Vamos a abstenernos de alimentos y bebidas superfluas, para no hacernos ineptos en caso de batalla! ¡Abstengámonos del sueño inmoderado, para no ser capturados de improviso!

¡Estemos también bien armados y constantemente alerta, para no ser sorprendidos con la guardia baja por un ataque enemigo! El honor de nuestro señor y la seguridad de su pueblo depende mucho de nosotros’. Después, los empleados dijeron: ‘La gloria de nuestro señor es grande y su recompensa gloriosa. ¡Vamos a trabajar fuerte y démosle no sólo un diezmo de nuestro trabajo sino todo lo que nos sobre de lo que nos gastemos en vivir! Nuestros salarios serán todos más gloriosos cuanto más amor vea nuestro señor en nosotros’.

Tras esto, pasó algo más de tiempo y el señor de la ciudad y su palacio fueron quedando olvidados. Entonces, los jueces se dijeron a sí mismos: ‘Nuestro señor se retrasa mucho. No sabemos si volverá o no ¡Juzguemos como queramos y hagamos lo que nos apetezca!’ Los defensores dijeron: ‘Somos unos tontos porque trabajamos y no sabemos cuál será nuestra recompensa ¡Aliémonos con nuestros enemigos y durmamos y bebamos con ellos! Pues no es asunto nuestro de quién hayan sido enemigos’. Tras esto, los empleados dijeron: ‘¿Por qué reservamos nuestro oro para otro? No sabemos quién se lo llevará después de nosotros.

Es mejor, pues, que lo usemos y dispongamos de ello a nuestro antojo. Demos los diezmos a los jueces y, teniéndolos de nuestra parte, podremos hacer lo que queramos’. En verdad, Yo soy como ese poderoso señor. Construí Yo mismo una ciudad, es decir, el mundo y allí coloqué un palacio, o sea, la Iglesia. El nombre dado al mundo era sabiduría divina, pues el mundo tuvo este nombre desde el principio, al haber sido hecho en divina sabiduría. Este nombre era venerado por todos y Dios era alabado por su conocimiento y maravillosamente aclamado por sus criaturas. Ahora, el nombre de la ciudad ha sido deshonrado y cambiado, y la sabiduría mundana es el nuevo nombre que se usa.

Los jueces, que en el pasado emitían sentencias justas, en el temor del Señor, ahora se vuelcan en soberbia y son la ruina de la gente sencilla. Aparentan ser elocuentes para ganarse los elogios humanos; hablan complacientemente para conseguir favores. Soportan cualquier palabra ligera para ser llamados buenos y mansos, pero permiten ser sobornados para dictar sentencias injustas. Son sabios en lo que respecta a su propio beneficio mundano y a sus propios deseos, pero mudos en mi alabanza. Menosprecian a la gente sencilla y los mantienen quietos. Extienden a todos su codicia y convierten lo correcto en erróneo.

Este es el tipo de sabiduría que hoy en día se tiene en más estima, mientras que la mía ha caído en el olvido. Los defensores de la Iglesia, que son los nobles y los caballeros, ven a mis enemigos, a los asaltantes de mi Iglesia, y disimulan. Escuchan sus reproches y no les importa. Conocen y comprenden las obras de aquellos que violan mis mandamientos y, sin embargo, los soportan pacientemente.

Los observan diariamente perpetrando todo tipo de pecado mortal con impunidad y no sienten compunción sino que duermen junto a ellos e intercambian tratos y favores, uniéndose a su compañía mediante juramento. Los empleados, que representan a toda la ciudadanía, rechazan mis mandamientos y se quedan con mis regalos y diezmos. Sobornan a sus jueces y les muestran reverencia para conseguir su favor y beneplácito. Me atrevo a decir, de hecho, que la espada del temor hacia mí y hacia mi Iglesia en la tierra ha sido envilecida y que se ha aceptado un saco de dinero a cambio de ella.

Palabras en las que Dios explica la revelación precedente; sobre la sentencia emitida contra estas personas y sobre cómo Dios, en algún momento, aguanta a los malvados por el bien de los justos.

Capítulo 56

Ya te dije antes que la espada de la Iglesia había sido envilecida y un saco de dinero había sido aceptado a cambio. Este saco está abierto por un extremo. En el otro extremo es tan profundo que todo lo que entra nunca alcanza el fondo, por lo que el saco nunca se llena. Este saco representa la codicia. Ésta ha excedido todos los límites y medidas y se ha hecho tan fuerte que el Señor es despreciado y nada se desea más que el dinero y el egoísmo. Sin embargo, Yo soy como un señor que a la vez es padre y juez.

Cuando su hijo llega a la audiencia, los allí presentes dicen: ‘¡Señor, procede rápidamente y emite tu veredicto!’ El Señor les responde: ‘Esperad un poco hasta mañana, porque puede que mi hijo se reforme mientras tanto’. Cuando llega el día siguiente, la gente le dice: ‘¡Procede y da tu veredicto, Señor! ¿Cuánto tiempo vas a retrasar la sentencia y no vas a condenar a culpable?’ El Señor responde: ‘¡Esperad un poco más, a ver si mi hijo se reforma! Y luego, si no se arrepiente, haré lo que sea justo’. De esta manera, soporto pacientemente a las personas hasta el último momento, pues a la vez soy Padre y Juez. Sin embargo, como mi sentencia es inconmutable, pese a que emitirla lleva mucho tiempo, castigaré a los pecadores que no se reformen o, si se convierten, les mostraré mi misericordia.

Ya te dije antes que he clasificado a las personas en tres grupos: jueces, defensores y empleados. ¿Qué simbolizan los jueces sino a los clérigos que han convertido mi divina sabiduría en corrupción y vano conocimiento? Como estudiantes avanzados, que recomponen un texto de muchas palabras en otro más breve, y con pocas palabras dicen lo mismo que se decía con muchas, los clérigos de hoy en día han tomado mis diez mandamientos y los han recompuesto en una sola frase. ¿Y cuál es esa sola frase?: ‘¡Saca tu mano y danos dinero!’ Esta es su sabiduría: hablar elegantemente y actuar maliciosamente, fingir que son míos y actuar con iniquidad contra mí.

A cambio de sobornos, amablemente soportan a los pecadores en sus pecados y, con su ejemplo, provocan la caída de la gente sencilla. Además, odian a aquellos que siguen mis caminos. Segundo, los defensores de la Iglesia, los nobles, son desleales. Han roto su promesa y su juramento y toleran con gusto a aquellos que pecan contra la fe y la Ley de mi Santa Iglesia. En tercer lugar, los empleados, o la ciudadanía, son como toros salvajes, porque hacen tres cosas: Primero, marcan el suelo con sus pisadas; segundo, se llenan hasta saciarse; tercero, satisfacen sus propios deseos tan sólo de acuerdo con su voluntad individual. Ahora los ciudadanos ansían apasionadamente los bienes temporales. Se reafirman a sí mismos en la glotonería inmoderada y en la vanidad mundana. Satisfacen sus deleites carnales de manera irracional.

Pero, aunque mis enemigos son muchos, aún tengo muchos amigos en medio de ellos, algunos ocultos. A Elías, quien pensaba que no quedaba ya ningún amigo mío más que él, se le dijo: ‘Tengo a siete mil hombres que no han doblado sus rodillas ante Baal’. Del mismo modo, aunque los enemigos son muchos, aún tengo amigos escondidos entre ellos que lloran diariamente porque mis enemigos han prevalecido y porque mi nombre es despreciado. Como un rey bueno y caritativo, que conoce los hechos perversos de la ciudad, pero soporta pacientemente a sus habitantes y envía cartas a sus amigos alertándolos del peligro que corren, igualmente, en atención a sus oraciones, Yo envío mis palabras a mis amigos.

Estos no son tan ocultos como aquellos del Apocalipsis que revelé a Juan bajo un velo de oscuridad para que, a su tiempo, pudieran ser explicados por mi Espíritu cuando yo lo decidiera. Tampoco son tan enigmáticos que no puedan ser manifestados –como cuando Pablo vio algunos de mis misterios que sobre los que no le fue permitido hablar—sino que son tan evidentes que todos, cortos o agudos de inteligencia, pueden entenderlos, tan fáciles que todo el que quiera los puede captar. Por tanto, que mis amigos vean cómo mis palabras alcanzan a mis enemigos, de forma que quizá sean convertidos ¡Que se les den a conocer sus peligros y juicio para que se arrepientan de sus obras! De lo contrario, la ciudad será juzgada y, como sucede con un muro derrumbado en el que no queda piedra sobre piedra, ni siquiera dos piedras unidas en sus fundamentos, así ocurrirá con la ciudad, es decir, con el mundo.

Los jueces, seguramente, arderán en el fuego más vehemente. No hay fuego más ardiente que el que se alimenta con grasa. Estos jueces estaban grasientos, pues tuvieron más ocasiones de satisfacer su egoísmo que los demás, sobrepasaron a los demás en honores y abundancia mundana, y abundaron más que los demás en maldad y crueldad. Por ello, arderán en la más caliente de las sartenes.

Los defensores serán colgados en el más alto de los patíbulos. Un patíbulo consiste en dos piezas verticales de madera con una tercera colocada arriba de forma transversal. Este patíbulo con dos postes de madera representa su cruel castigo que, por decirlo de alguna forma, está hecho con dos piezas de madera. La primera pieza significa que ni tuvieron esperanza en mi recompense eternal ni trabajaron para merecerla por sus obras. La segunda pieza de madera indica que ellos no confiaron en mi poder y bondad, creyendo que Yo no era capaz de hacer todo o que no les quise proveer suficientemente.

La pieza transversal representa su torcida conciencia –torcida porque ellos entendieron bien lo que estaban haciendo, pero hicieron el mal y no sintieron vergüenza de ir contra su conciencia. La cuerda del patíbulo representa el fuego inextinguible, que no puede ser apagado por el agua, ni cortado por tijeras ni quebrado y caduco por la vejez. En este patíbulo de castigo cruel y fuego inextinguible, ellos colgarán avergonzados como traidores. Sentirán angustia pues fueron desleales. Oirán burlas, porque mis palabras les eran desagradables.

En sus gargantas habrá gritos de dolor porque se deleitaron en su propia alabanza y gloria. Cuervos vivientes, es decir, demonios que nunca se sacian, les picotearán en este patíbulo pero, a pesar de quedar heridos, nunca serán consumidos: vivirán en tormento sin fin y sus verdugos vivirán para siempre. Sufrirán un duelo que nunca acabará y una desgracia que nunca se mitigará. ¡Hubiera sido mejor para ellos no haber nacido, que su vida no se hubiera prolongado!

La sentencia de los empleados será la misma que para los toros. Los toros tienen una piel y una carne muy gruesas. Por ello, su sentencia es afiladísimo acero. Este afiladísimo acero significa la muerte infernal que atormentará a aquellos que me hayan despreciado y que hayan amado sus deseos egoístas más que mis mandamientos.

La carta, es decir, mis palabras han sido escritas. Que mis amigos trabajen para hacerlas llegar a mis enemigos con sabiduría y discreción, en la esperanza de que atiendan y se arrepientan. Si, habiendo oído mis palabras, alguno dijera: ‘Esperemos un poco, aún no llega el momento, aún no es su hora’… Entonces, por mi divina naturaleza, que arrojó a Adán del paraíso y envió diez plagas al faraón, juro que vendré antes de lo que piensan. Por mi humana naturaleza --que asumí sin pecado de la Virgen por la salvación de la humanidad y en la que sufrí aflicción en mi corazón, experimenté dolor en mi cuerpo y morí para que los hombres vivieran, y en ella resucité de nuevo y ascendí, y estoy sentado a la derecha del Padre, verdadero Dios y hombre en una persona--, Yo juro que llevaré a cabo mis palabras.

Por mi Espíritu --que descendió sobre los apóstoles en el día de Pentecostés y les inflamó tanto que hablaron los idiomas de todos los pueblos--, juro que, a menos que enmienden sus caminos y vuelvan a mí como humildes siervos, me vengaré de ellos en mi enojo. Entonces, se lamentarán en cuerpo y alma. Se lamentarán de haber venido a vivir al mundo y de haber vivido en él. Se lamentarán de que el placer que experimentaron fue muy pequeño y ahora es nulo y, sin embargo, su tortura será para siempre. Entonces se darán cuenta de lo que ahora se niegan a creer, o sea, de que mis palabras eran palabras de amor. Entonces comprenderán que Yo les advertí como un padre, pero ellos no quisieron escucharme. En verdad, si no creen en las palabras de benevolencia, tendrán que creer en las obras que están por venir.

Palabras del Señor a la esposa sobre cómo Él es abominable y despreciable nutrición en las almas de los cristianos, mientras que el mundo es deleitable y amable para ellos, y sobre la terrible sentencia que recaerá en tales personas.

Capítulo 57

El Hijo dijo a la esposa: “Los cristianos me tratan ahora de la misma forma que me trataron los judíos. Los judíos me echaron del templo y estaban enteramente resueltos a matarme, pero como aún no había llegado mi hora, escapé de sus manos. Los cristianos me tratan así ahora. Me echan de su templo, es decir, de su alma, que debería ser mi templo, y si pudieran me matarían enseguida. En sus labios, Yo soy como carne podrida y apestosa, creen que estoy mintiendo y no se preocupan de mí en absoluto. Me vuelven sus espaldas, pero Yo apartaré mi rostro de ellos, pues no hay nada más que codicia en sus bocas y sólo lujuria bestial en su carne. Sólo la soberbia les complace, sólo los placeres mundanos deleitan su vista.

Mi pasión y mi amor les resultan odiosos, y mi vida una carga. Por consiguiente, actuaré como el animal que tiene muchas cuevas: cuando los cazadores lo acosan en una cueva, escapa a otra. Haré esto, porque estoy siendo perseguido por los cristianos, con sus malas obras, y arrojado de la cueva de sus corazones. Por ello, me iré a los paganos en cuyas bocas ahora soy amargo e insípido pero llegaré a serles más dulce que la miel. Sin embargo, aún soy tan misericordioso que con gusto abriré mis brazos a quien me pida perdón y diga: ‘Señor, sé que he pecado gravemente, y libremente quiero mejorar mi vida por tu gracia. ¡Ten piedad de mí, por tu amarga pasión!’

Pero a aquellos que persistan en el mal, les llegaré como un gigante con tres cualidades: terrible, muy fuerte y muy áspero. Llegaré inspirando tanto miedo a los cristianos que no se atreverán ni a levantar el dedo meñique contra mí. También vendré con tanta fuerza que serán como mosquitos ante mí. Tercero, vendré en tal aspereza que sentirán dolor en el presente y se lamentarán sin fin”.

Palabras de la Madre a la esposa; dulce diálogo de la Madre y el Hijo y sobre cómo Cristo es amargo, muy amargo, amarguísimo para los malvados, pero dulce, muy dulce, dulcísimo para los buenos.

Capítulo 58

La Madre dijo a la esposa: “Considera, esposa nueva, la pasión de mi Hijo. Su pasión sobrepasó en amargura a la pasión de todos los santos. Igual que una madre quedaría amargamente destrozada si tuviera que presenciar cómo cortan en pedazos a su propio hijo vivo, así fui yo destrozada en la pasión de mi Hijo, cuando vi la crueldad de todo aquello”. Entonces, le dijo a su Hijo: “Bendito seas, Hijo mío, pues eres santo, como dice la canción: ‘Santo, santo, santo es el Señor, Dios del Universo’. ¡Bendito seas, pues eres dulce, muy dulce y el más dulce! Eras santo antes de la encarnación, santo en mi vientre y santo después de la encarnación. Fuiste dulce antes de la creación del mundo, más dulce que los ángeles y el más dulce para mí en tu encarnación”.

El Hijo respondió: “¡Bendita seas, Madre, sobre todos los ángeles! Igual que Yo fui el más dulce para ti, como decías ahora, también soy amargo, muy amargo, el más amargo para los malvados. Soy amargo para aquellos que dicen que Yo creé muchas cosas sin razón, que blasfeman y dicen que creé a las personas para morir y no para vivir. ¡Qué idea tan miserable y sin sentido! ¿Acaso Yo, que soy el más justo y virtuoso, creé a los ángeles sin una razón? ¿Habría Yo dotado a la naturaleza humana de tantas bondades si la hubiera creado para condenarse? ¡De ninguna manera! Yo lo hice todo bien y, por amor, a la humanidad le di todo lo bueno. Sin embargo, la humanidad convierte todo lo bueno en malo para sí.

No es que Yo haya hecho nada malo sino que son ellos quienes lo hacen, dirigiendo su voluntad a todo menos a lo que deberían de acuerdo a la ley divina. Eso es lo que es malo. Yo soy más amargo para aquellos que dicen que les di libre albedrío para pecar y no para hacer el bien, que dicen que soy injusto porque condeno a algunas personas mientras que a otras las justifico, que me culpan de su propia maldad porque aparto de ellos mi gracia. Yo soy muy amargo para aquellos que dicen que mi ley y mis mandamientos son demasiado difíciles y que nadie los puede cumplir, que dicen que mi pasión es indigna para ellos y que es por eso que no la tienen en cuenta.

Por tanto, juro sobre mi vida, como juré una vez por los profetas, que defenderé mi causa ante los ángeles y todos mis santos. Aquellos para quienes Yo soy amargo comprobarán por sí mismos que Yo creé todo racionalmente y bien, para utilidad e instrucción de la humanidad, y que ni el más pequeño de los gusanos existe sin razón. Aquellos que me encuentran más amargo comprobarán por sí mismos que Yo, sabiamente, le di al ser humano libre albedrío con respecto a lo bueno. Descubrirán también que Yo soy justo, dando el reino eterno a las buenas personas y castigando a los malvados.

No sería correcto que el demonio, a quien creé bueno pero quien cayó por su propia maldad, estuviera en compañía de los buenos. Los malvados también comprobarán que no es culpa mía que ellos sean perversos, sino suya. De hecho, si fuera posible, con gusto me sometería, por todos y cada uno de los seres humanos, al mismo castigo que acepté una vez en la cruz por todos, para restituirles su herencia prometida. Pero la humanidad está siempre oponiendo su voluntad a la mía. Les di libertad para que me sirvieran, si quisieran, y mereciesen así el premio eterno. Pero si ellos no quisieran, tendrían que compartir el castigo del demonio, por cuya maldad y sus consecuencias fue justamente creado el infierno.

Como estoy lleno de caridad, no quise que la humanidad me sirviera por miedo ni que fuese obligada a hacerlo como los animales irracionales, sino por amor a Dios, porque nadie que me sirva contra su voluntad o por temor de mi castigo podrá ver mi rostro. Aquellos para quienes soy muy amargo se darán cuenta en su conciencia de que mi ley era leve y mi yugo suave. Estarán inconsolablemente tristes de haber menospreciado mi Ley y de haber amado al mundo en su lugar, cuyo yugo es más pesado y mucho más difícil que el mío”.

Entonces, su Madre agregó: “¡Bendito seas, Hijo mío, mi Dios y Señor! Porque tú eras mi dulce delicia, ruego que los demás puedan hacerse partícipes de esta dulzura”. El hijo respondió: “¡Bendita eres tú, mi queridísima Madre! Tus palabras son dulces y llenas de amor. Por ello, buenamente acudiré a quien reciba tu dulzura en su boca y la conserve perfectamente. Pero quien la reciba y la rechace será castigado de la forma más amarga”. La Virgen respondió: “¡Bendito seas, Hijo mío, por todo tu amor!”.

Palabras de Cristo, en presencia de la esposa, conteniendo símiles en los que Cristo se compara con un labriego; los buenos sacerdotes con un buen pastor; los malos sacerdotes con un mal pastor y los buenos cristianos con una esposa. Estos símiles ayudan de muchas maneras.

Capítulo 59

Yo soy el que nunca ha pronunciado mentira alguna. El mundo me toma por un labriego cuyo mero nombre les resulta despreciable. Mis palabras se toman por fatuas y mi casa se considera un vil tugurio. Ahora bien, este labriego tenía una esposa que no quería más que lo que él quería, que poseía todo en común con su marido y lo aceptó como a su maestro, obedeciéndole en todo como a su maestro. Este campesino también tenía un montón de ovejas y contrató a un pastor para que las cuidara por cinco piezas de oro y por la provisión de sus necesidades diarias. Este era un buen pastor que hizo un buen uso del oro y del alimento, en la medida de sus necesidades.

A medida que pasó el tiempo, este pastor fue sucedido por otro pastor, uno inferior, quien empleó el oro para comprarse una esposa y darle su alimento, que descansaba con ella constantemente y no cuidaba de las pobres ovejas, que fueron acosadas y dispersadas por bestias feroces. Cuando el labriego vio su rebaño disperso, gritó diciendo: ‘Mi pastor no me es fiel. Mi rebaño se ha dispersado y algunas ovejas han sido devoradas indefensas, por bestias feroces, mientras que otras han muerto aunque sus cuerpos no han sido destrozados. Entonces, la mujer del campesino le dijo a su marido: ‘Señor, es cierto que no recuperaremos los cuerpos que han sido devorados. Pero vamos a llevarnos a casa y a usar aquellos cuerpos que han quedado intactos, aunque ya no haya respiro vida en ellos.

No podríamos soportar el quedarnos sin nada’. Su marido le respondió: ‘¿Qué podemos hacer? Al tener los animales veneno en sus dientes, la carne de las ovejas está infectada de veneno mortal, su piel está corrompida, la lana está amazacotada’. Su mujer agregó: ‘Si todo se ha desperdiciado y todo se ha perdido, entonces ¿de qué vamos a vivir? El marido dijo: ‘Veo que hay algunas ovejas aún vivas en tres lugares. Algunas de ellas parecen muertas y no se atreven a respirar, por temor. Otras están enterradas en barro y no pueden levantarse. Aún otras están escondidas y no se atreven a salir. ¡Ven, esposa, vamos a levantar a las ovejas que están tratando de ponerse de pie pero no pueden sin ayuda, y vamos a usarlas!

Observa, Yo, el Señor, soy el campesino. Los hombres me ven como si fuera el trasero de un burro criado en un establo, según su naturaleza y hábitos. Mi nombre es la mente de la Santa Iglesia. Ella es considerada como despreciable en la medida en que los sacramentos de la Iglesia, bautismo, crisma, unción, penitencia y matrimonio, son, de alguna forma, recibidos con irrisión y administrados a algunos con codicia. Mis palabras se tienen por fatuas, pues las palabras de mi boca, pronunciadas en parábolas, han pasado de un entendimiento espiritual a ser convertidas en entretenimiento para los sentidos. Mi casa es vista como despreciable en cuanto que las cosas de la tierra son amadas más que las del Cielo.

El primer pastor que tuve simboliza a mis amigos, o sea, a los sacerdotes que acostumbraba a tener en la Santa Iglesia (por uno quiero decir muchos). A ellos les confié mi rebaño, es decir mi venerabilísimo cuerpo, para que lo consagraran, y las almas de mis elegidos para que las gobernaran y protegieran. También les di cinco cosas buenas, más preciosas que el oro, en concreto, una captación inteligente de todos los temas enigmáticos para que distinguieran entre el bien y el mal, entre la verdad y la falsedad. Segundo, les di penetración y sabiduría de temas espirituales. Esto se ha olvidado ahora y, en su lugar, se ama el conocimiento del mundo. Tercero, les di castidad; cuarto, templanza y abstinencia en todo para un autocontrol de su cuerpo; quinto, estabilidad en los buenos hábitos, palabras y obras.

Tras este primer pastor, o sea, después de estos amigos míos que solía haber en mi Iglesia en tiempos pasados, ahora han entrado otros pastores malvados. Ellos han comprado una esposa para sí mismos a cambio del oro, o sea, a cambio de su castidad, y, por esas cinco cosas buenas, tomaron para sí el cuerpo de una mujer, es decir, la incontinencia. Por ello mi Espíritu se ha apartado de ellos. Cuando tienen total voluntad de pecar y de satisfacer a su esposa, es decir, a su lujuria, según su sentido del placer, mi Espíritu está ausente de ellos, pues no se preocupan de la pérdida del ganado mientras puedan seguir su propia voluntad. Las ovejas que fueron completamente devoradas representan a aquellos cuyas almas están en el infierno y cuyos cuerpos están enterrados en tumbas a la espera de la resurrección del eterno castigo.

Las ovejas cuyos cuerpos están intactos, pero cuyo espíritu de vida ya no está en ellos, representan a las personas que ni me aman ni me temen, no sienten devoción alguna ni les importo. Mi Espíritu está lejos de ellos, pues los dientes envenenados de las bestias han contaminado su carne. En otras palabras, sus pensamientos y espíritu, como lo simbolizan la carne y entrañas de la oveja, son para mí tan repugnantes como lo es comer carne envenenada. Su piel, es decir, su cuerpo, está desprovisto de toda bondad y caridad y no vale para servir en mi Reino. Al contrario, será enviado al fuego sempiterno del infierno después del juicio. Su lana, o sea, sus obras, son tan inútiles que no hay nada en ellos que les haga merecer mi amor y mi gracia.

Entonces, buenos cristianos –es decir, esposa mía-- ¿qué podemos hacer? Veo que aún hay ovejas vivas en tres lugares. Algunas se parecen a la oveja muerta y no se atreven a respirar por miedo. Estos son los gentiles que de buena gana adoptarían la verdadera fe si la conocieran. Sin embargo, no se atreven a respirar, o sea, no se atreven a perder la fe que ya tienen y no se atreven a aceptar la verdadera fe. El segundo grupo de ovejas es el de aquellas que están escondidas y no se atreven a salir. Estas representan a los judíos que, por decirlo de alguna manera, están como detrás de un velo. Con gusto saldrían, si tuvieran certeza de que yo nací. Se esconden tras el velo en la medida en que su esperanza de salvación está en las figuras y signos que acostumbraban a simbolizarme en la antigua Ley, pero que fueron verdaderamente realizados en mí, cuando me encarné.

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