Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida», sayfa 9

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Capítulo 49

El Hijo habló: “Antes me he comparado figuradamente con Moisés. Cuando él guiaba al pueblo, el agua se sujetó como una pared, a la izquierda y a la derecha. De hecho Yo soy Moisés, figuradamente hablando. Yo guié al pueblo cristiano, es decir, abrí el Cielo para ellos y les mostré el camino. Pero ahora he elegido a otros amigos para mí, más especiales e íntimos que los profetas, en concreto, mis sacerdotes. Éstos no solo oyen y ven mis palabras, cuando me ven a mí, sino que hasta me tocan con sus manos, cosa que ni los profetas ni los ángeles pudieron hacer.

Estos sacerdotes, que Yo escogí como amigos en lugar de los profetas, me aclaman, pero no con deseo y amor como hicieron los profetas, sino que me aclaman con dos voces opuestas. No me aclaman con hicieron los profetas: ‘¡Ven, Señor, porque eres bueno!’ En lugar de esto, los sacerdotes me gritan: ‘¡Apártate de nosotros, pues tus palabras son amargas y tus obras son pesadas y nos resultan escandalosas!’ ¡Fíjate lo que dicen estos condenables sacerdotes!

Estoy ante ellos como la más mansa de las ovejas, ellos obtienen de mí lana para sus vestidos y leche para su refresco, y aún así me aborrecen por amarles tanto. Estoy ante ellos como un visitante que dice: ‘¡Amigo, dame lo necesario, que no lo tengo, y recibirás la máxima recompensa de Dios!’ Pero, a cambio de mi mansa simplicidad, me arrojan afuera, como si fuera un lobo mentiroso en espera de la oveja principal. En lugar de darme su acogida me tratan como a un traidor indigno de hospitalidad y se niegan a alojarme.

¿Qué hará entonces el visitante rechazado? ¿Se armará contra el anfitrión, que lo echa fuera de su casa? De ninguna manera. Eso no sería justo, pues el propietario puede dar o negar su propiedad a quien él quiera. ¿Qué hará, pues, el visitante? Ciertamente, habrá de decirle a quien lo rechaza: ‘Amigo, sí tú no quieres alojarme, me iré a otro que se apiade de mí’. Y, yéndose a otro lugar, podrá oír de un nuevo anfitrión: ‘Bienvenido, señor, todo lo que tengo es tuyo. ¡Sé tú ahora el amo! Yo seré tu siervo y tu invitado’.

Esos son los tipos de casa en los que me gusta estar, donde oigo esas palabras. Yo soy como el visitante rechazado por los hombres. Aunque puedo entrar en cualquier lugar, en virtud de mi poder, aún así, bajo el mandato de la justicia, tan sólo entro allí donde las personas me reciben de buena voluntad como a su verdadero Señor, no como a un huésped, y confían su propia voluntad en mis manos”.

Palabras de mutua alabanza de la Madre y el Hijo, sobre la gracia concedida por el Hijo a su Madre para las almas del purgatorio y los que aún están en este mundo.

Capítulo 50

María habló a su Hijo diciéndole: “¡Bendito sea tu nombre, Hijo mío, bendita y eterna sea tu divina naturaleza, que no tiene principio ni fin! En tu naturaleza divina hay tres atributos maravillosos de poder, sabiduría y virtud. Tu poder es como la más ardiente de las llamas ante la cual cualquier cosa firme y fuerte, así como la paja seca, pasará por el fuego. Tu sabiduría es como el mar, que nunca se puede vaciar debido a su abundancia, y que cubre valles y montañas cuando aumenta y las inunda. Es igualmente imposible comprender y penetrar tu sabiduría. ¡Qué sabiamente has creado a la humanidad y la has establecido sobre toda tu creación!

¡Qué sabiamente ordenaste a las aves en el aire, a las bestias en la tierra, a los peces en el mar, dando a cada uno su propio tiempo y lugar! ¡Qué maravillosamente a todo das la vida y se la quitas! ¡Qué sabiamente das conocimiento a los incipientes y se lo quitas a los soberbios! Tu virtud es como la luz del sol, que brilla en el cielo y llena la tierra con su resplandor. Tu virtud, de esa manera, satisface lo alto y lo bajo y llena todas las cosas. ¡Por eso, bendito seas Hijo mío, que eres mi Dios y mi Señor!”.

El Hijo respondió: “Mi querida Madre, tus palabras me resultan dulces, pues proceden de tu alma. Eres como la aurora que avanza en clima sereno. Tú iluminas los Cielos; tu luz y tu serenidad sobrepasan a todos los ángeles. Por tu serenidad atrajiste a ti al verdadero sol, es decir, a mi naturaleza divina, tanto que el sol de mi divinidad vino hasta ti y se asentó en ti. Por su candor, tú recibiste el candor de mi amor más que todos los demás y, por su esplendor, fuiste iluminada en mi sabiduría más que todos los demás. Las tinieblas fueron arrojadas de la tierra y todos los cielos se alumbraron a través de ti.

En verdad Yo digo que tu pureza, más agradable para mí que todos los ángeles, atrajo tanto a mi divinidad hasta ti que fuiste inflamada por el calor del Espíritu. En Él tú engendraste al verdadero Dios y hombre, resguardado en tu vientre, por el que la humanidad ha sido iluminada y los ángeles colmados de alegría. ¡Así, bendita seas por tu bendito Hijo! Y por ello, ninguna petición tuya llegará a mí sin ser escuchada. Cualquiera que pida misericordia a través de ti y tenga intención de enmendar sus caminos conseguirá gracia. Como el calor viene del sol, igualmente toda la misericordia será dada a través de ti. Eres como un abundante manantial del que mana toda la misericordia para los desdichados”.

A su vez, la Madre respondió al Hijo: “¡Tuyos sean todo el poder y la gloria, Hijo mío! Eres mi Dios y mi merced. Todo lo bueno que tengo viene de ti. Eres como una semilla que, aún sin ser sembrada, creció y dio cientos y miles de frutos. Toda misericordia emana de ti y aún, siendo incontable e indecible, puede simbolizarse por el número cien, que representa la perfección, pues todo lo perfecto y la perfección se deben a ti. El Hijo respondió a la Madre: “Madre, me has comparado correctamente a una semilla que nunca fue sembrada y aún así creció, pues en mi divina naturaleza Yo acudí a ti y mi naturaleza humana no fue sembrada por inseminación alguna y aún así crecí en ti, y la misericordia emanó desde ti para todos. Has hablado correctamente. Ahora, pues, porque extraes de mí misericordia por la dulzura de tus palabras, pídeme lo que desees y se te dará”.

La madre agregó: “Hijo mío, por haber conseguido de ti la misericordia, te pido que tengas misericordia de los desgraciados y los ayudes. Al fin y al cabo hay cuatro lugares. El primero es el cielo, donde los ángeles y las almas de los santos no necesitan nada más que a ti y te tienen, pues ellos poseen todo bien en ti. El segundo lugar es el infierno, y aquellos que viven allí están llenos de maldad, por lo que están excluidos de cualquier piedad. Así, nada bueno puede entrar en ellos nunca más. El tercero es el lugar de los que son purgados. Éstos necesitan una triple merced, pues están triplemente afligidos. Sufren en su audición, pues no oyen nada más que lamentos, dolor y miseria. Son afligidos en su vista, pues no ven más que su propia miseria. Son afligidos en su tacto, pues tan sólo sienten el calor del fuego insoportable de su angustioso sufrimiento ¡Asegúrales tu misericordia, Señor mío, Hijo mío, por mis ruegos!”.

El Hijo contestó: “Con gusto les garantizaré una triple misericordia, por ti. En primer lugar, su audición será aliviada, su vista será mitigada y su castigo será reducido y suavizado. Además, desde este momento, aquellos que se encuentren en el mayor de los castigos del purgatorio pasarán a la fase intermedia, y los que estén en la fase intermedia avanzarán a la condena más leve. Los que estén en la condena más leve cruzarán hacia el descanso”. La madre respondió: “¡Alabanzas y honor a ti, mi Señor!” Y, de inmediato, añadió: “El cuarto lugar es el mundo. Sus habitantes necesitan tres cosas: primera, contrición por sus pecados; segunda, reparación; tercera, fuerza para obrar el bien”.

El Hijo respondió: “A todo el que invoque mi nombre y tenga esperanza en ti junto con el propósito de enmienda por sus pecados, esas tres cosas se les darán, además del Reino de los Cielos. Tus palabras son tan dulces para mí que no puedo negarte nada de lo que me pidas, pues tú no quieres nada más que lo que Yo quiero. Eres como una llama brillante y ardiente por la que las antorchas apagadas se reencienden y, una vez reencendidas, crecen en fuerza. Gracias a tu amor, que subió hasta mi corazón y me atrajo a ti, aquellos que han muerto por el pecado revivirán y los que estén tibios, y oscuros como el humo negro, se fortalecerán en mi amor”.

Palabras de la Madre de alabanza al Hijo y sobre cómo el Hijo glorioso compara a su dulce Madre con un lirio del campo.

Capítulo 51

La Madre habló a su Hijo diciéndole: “¡Bendito sea tu nombre, Hijo mío, Jesucristo! ¡Alabada sea tu naturaleza humana que sobrepasa a toda la creación! ¡Gloria a tu naturaleza divina sobre todas las bondades! Tus naturalezas divina y humana son un solo Dios”. El Hijo respondió: “Madre mía, eres como una flor que ha crecido en un valle a cuyo alrededor hay cinco montañas. La flor ha crecido de tres raíces y tiene un tallo muy derecho, sin nudos. Esta flor tiene cinco pétalos suavísimos. El valle y su flor sobrepasaron a las cinco montañas y los pétalos de la flor se extienden sobre cada altura del cielo y sobre todos los coros de ángeles.

Tú, mi querida Madre, eres ese valle en virtud de la gran humildad que posees en comparación con los demás. Éste sobrepasa a las cinco montañas. La primera montaña fue Moisés, debido a su poder. Porque mantuvo el poder sobre mi pueblo por medio de la Ley, como si lo sostuviera firme en su puño. Pero tú mantuviste al Señor de toda Ley en tu vientre y, por ello, eres más alta que esa montaña. La segunda montaña fue Elías, quien fue tan santo que su cuerpo y su alma ascendieron al lugar sagrado. Tú, sin embargo, querida Madre, fuiste asunta en alma al trono de Dios sobre todos los coros de los ángeles y tu más puro cuerpo está allí junto a tu alma. Tú, por tanto, mi querida Madre, eres más alta que Elías.

La tercera montaña fue la gran fuerza que poseía Sansón en comparación con otros hombres. Aún así, el demonio lo venció con argucias. Pero tú venciste al demonio por tu fuerza. Así pues, tú eres más fuerte que Sansón. La cuarta montaña fue David, un hombre acorde con mi corazón y deseos, que sin embargo cayó en el pecado. Pero tú, Madre mía, te sometiste completamente a mi voluntad y nunca pecaste. La quinta montaña era Salomón, quien estaba lleno de sabiduría, pero pese a ello se hizo fatuo. Tú, en cambio, Madre, estabas llena de toda la sabiduría y nunca fuiste ignorante ni engañada. Eres, pues, más alta que Salomón.

La flor brotó de tres raíces en el sentido de que tú poseíste tres cualidades: obediencia, caridad y entendimiento divino. De estas tres raíces creció el más derecho de los tallos, sin un solo nudo, es decir, tu voluntad no se inclinó a nada más que a mi deseo. La flor también tenía cinco pétalos más altos que todos los coros de los ángeles. Tú, Madre mía, eres en efecto la flor de esos cinco pétalos. El primer pétalo es tu nobleza, que es tan grande que mis ángeles, que son nobles en mi presencia, al observar tu nobleza la vieron por encima de ellos y más exaltada que su propia santidad y nobleza.

Tu eres, por tanto, más alta que los ángeles. El segundo pétalo es tu misericordia, que fue tan grande que, cuando viste la miseria de las almas, te compadeciste de ellas y sufriste enormemente el dolor de mi muerte. Los ángeles están llenos de misericordia, aún así, nunca sufren dolor. Tú, sin embargo, amada Madre, tuviste piedad de los miserables a la vez que experimentaste todo el dolor de mi muerte y, por esta merced, preferiste sufrir el dolor que librarte de él. Es por esto que tu misericordia sobrepasó a la de todos los ángeles.

El tercer pétalo es tu dulce amabilidad. Los ángeles son dulces y amables, desean el bien para todos, pero tú, mi queridísima Madre, tuviste tan buena voluntad como un ángel, en tu alma y en tu cuerpo antes de tu muerte, e hiciste el bien a todos. Y ahora no rehúsas atender a nadie que rece razonablemente por su propio bien. Así, tu amabilidad es más excelente que la de los ángeles. El cuarto pétalo es tu pulcritud. Cada uno de los ángeles admira la pureza de los demás y ellos admiran la pulcritud de todas las almas y de todos los cuerpos. Sin embargo, ven que la pureza de tu alma está por encima del resto de la creación y que la nobleza de tu cuerpo excede a la de todos los seres humanos que han sido creados.

Así, tu pulcritud sobrepasa a la de todos los ángeles y toda la creación. El quinto pétalo fue tu gozo divino, pues nada te deleitó más que Dios, lo mismo que nada deleita a los ángeles más que Dios. Cada uno de ellos conoce y conoció su propio gozo dentro de sí. Pero cuando vieron tu gozo en Dios dentro de ti, les pareció a cada uno en su conciencia que su propia alegría resplandecía en ellos como una luz en el amor de Dios. Percibieron tu gozo como una grandísima hoguera, ardiendo con el más encendido de los fuegos, con llamaradas tan altas que se acercaban a mi divinidad. Por ello, dulcísimo Madre, tu divina alegría ardió muy por encima de la de los coros de los ángeles.

Esta flor, con estos cinco pétalos de nobleza, misericordia, amabilidad, pulcritud y sumo gozo, era dulcísima en todas sus facetas. Quien quiera que desee probar su dulzura debe acercarse a ella y recibirla dentro de sí. Esto fue lo que tú hiciste, buena Madre. Porque tú fuiste tan dulce para mi Padre que él recibió todo tu ser en su Espíritu y tu dulzura le deleitó más que ninguna. Por el calor y energía del sol, la flor también engendra una semilla y, de ella, crece un fruto. ¡Bendito sea ese sol, o sea, mi divina naturaleza, que adoptó la naturaleza humana de tu vientre virginal! Igual que una semilla hace brotar las mismas flores donde sea que se siembre, así los miembros de mi cuerpo son como los tuyos en forma y aspecto, pese a que yo fui hombre y tú mujer virgen. Este valle, con su flor, fue elevado sobre todas las montañas cuando tu cuerpo, junto a tu santísima alma, fue elevado sobre todos los coros de los ángeles”.

Palabras de alabanza y oraciones de la Madre a su Hijo, para que sus palabras se difundan por todo el mundo y echen raíces en los corazones de sus amigos. Sobre cómo la propia Virgen es maravillosamente comparada a una flor que crece en un jardín, y sobre las palabras de Cristo, dirigidas a través de la Esposa al Papa y a otros prelados de la Iglesia.

Capítulo 52

La bendita Virgen habló al Hijo diciéndole: “¡Bendito seas, Hijo mío y Dios mío, Señor de los ángeles y Rey de la gloria! Ruego que las palabras que has pronunciado echen raíces en los corazones de tus amigos y se fijen en sus mentes como la brea con la que fue untada el arca de Noé, que ni las tormentas ni los vientos pudieron disolver. Que se extiendan por el mundo como ramas y dulces flores cuya esencia se impregna a lo largo y a lo ancho. Que también den frutos y crezcan dulces como el dátil cuya dulzura deleita el alma sin medida”.

El Hijo respondió: “¡Bendita seas tú, mi queridísima Madre! Mi ángel Gabriel te dijo: ‘¡Bendita seas, María, sobre todas las mujeres!’ Yo te doy testimonio de que eres bendita y más santa que todos los coros de los ángeles. Eres como una flor de jardín rodeada de otras flores fragantes, pero que a todas sobrepasa en fragancia, pureza y virtud. Estas flores representan a todos los elegidos desde Adán hasta el fin del mundo.

Fueron plantadas en el jardín del mundo y florecieron en diversas virtudes, pero, entre todos los que fueron y los que luego serán, tú fuiste la más excelente en fragancia de una vida buena y humilde, en la pureza de una gratísima virginidad y en la virtud de la abstinencia. Doy testimonio de que tú fuiste más que un mártir en mi pasión, más que un confesor en tu abstinencia, más que un ángel en tu misericordia y buena voluntad. Por ti Yo fijaré mis palabras como la más fuerte de las breas en los corazones de mis amigos. Ellos se esparcirán como flores fragantes y portarán frutos como la más dulce y deliciosa de las palmeras”.

Entonces, el Señor habló a la esposa: “Dile a tu amigo que debe procurar remitir estas palabras cuando escriba a su padre, cuyo corazón está de acuerdo con el mío, y él las dirigirá al arzobispo y, después a otro obispo. Cuando éstos hayan sido ampliamente informados, él ha de enviarlas a un tercer obispo. Dile, de mi parte: ‘Yo soy tu Creador y el Redentor de almas. Yo soy Dios, a quien tú amas y honras sobre todos los demás. Observa y considera cómo las almas que redimí con mi sangre son como las almas de aquellos que no conocen a Dios, cómo fueron cautivas del demonio en forma tan espantosa que él las castiga en cada miembro de su cuerpo, como si las pasara por una prensadora de uvas.

Por tanto, si en algo sientes mis heridas en tu alma, si mis azotes y sufrimiento significan algo para ti, entonces demuestra con obras cuánto me amas. Haz que las palabras de mi boca se conozcan públicamente y tráelas personalmente hasta la cabeza de la Iglesia. Yo te daré mi Espíritu de forma que, donde sea que haya diferencias entre dos personas, tú las puedas unir en mi nombre y mediante el poder que se te da, si ellas creyesen. Como ulterior evidencia de mis palabras, presentarás al pontífice los testimonios de aquellas personas que prueban mis palabras y se deleitan con ellas. Pues mis palabras son como manteca que se deshace más rápidamente cuanto más caliente esté uno en su interior. Allí donde no hay calor, son rechazadas y no llegan a las partes más internas.

Mis palabras son así, porque cuanto más las come y las mastica una persona con caridad ferviente por mí, más se alimenta con la dulzura del deseo del Cielo y de amor interior, y más arde por mi amor. Pero aquellos que no gustan de mis palabras es como si tuvieran manteca en su boca. Cuando la prueban, la escupen y la pisotean en el suelo. Algunas personas desprecian así mis palabras porque no poseen gusto alguno de la dulzura de lo espiritual. El dueño de la tierra, a quien he escogido como uno de mis miembros y he hecho verdaderamente mío, te auxiliará caballerosamente y te abastecerá de las provisiones necesarias para tu camino, con medios correctamente adquiridos”.

Palabras de mutua bendición y alabanza de la Madre y del Hijo, y sobre cómo la Virgen es comparada con el arca donde se guardan la vara, el maná y las tablas de la Ley. Muchos detalles maravillosos se contienen en esta imagen.

Capítulo 53

María habló al Hijo: “¡Bendito seas, Hijo mío, mi Dios y Señor de los ángeles! Eres ese cuya voz oyeron los profetas y cuyo cuerpo vieron los apóstoles, aquél a quien percibieron los judíos y tus enemigos. Con tu divinidad y humanidad, y con el Espíritu Santo, eres uno en Dios. Los profetas oyeron al Espíritu, los apóstoles vieron la gloria de tu divinidad y los judíos crucificaron tu humanidad. Por tanto, ¡bendito seas sin principio ni fin!” El Hijo contestó: “¡Bendita seas tú, pues eres Virgen y Madre! Eres el arca del Antiguo Testamento, en el que había estas tres cosas: la vara, el maná y las tablas.

Tres cosas fueron hechas por la vara. Primero, se transformó en serpiente sin veneno. Segundo, el mar fue dividido por ella. Tercero, hizo que saliera agua de la roca. Esta vara es un símbolo de mí, que descansé en tu vientre y asumí de ti la naturaleza humana. Primero, soy tan terrible para mis enemigos como lo fue la serpiente para Moisés. Ellos huyen de mí como de la vista de una serpiente; se aterrorizan al verme y me detestan como a una serpiente, aunque Yo no tengo veneno de maldad y soy pleno en misericordia. Yo permito que me sostengan, si lo desean. Vuelvo a ellos, si me lo piden. Corro hacia ellos, como una madre hacia su hijo perdido y hallado, si me llaman. Les muestro mi piedad y perdono sus pecados, si lo imploran. Hago esto por ellos y aún así me aborrecen como a una serpiente.

En segundo lugar, el mar fue dividido por esta vara, en el sentido de que el camino hacia el Cielo, que se había cerrado por el pecado, fue abierto por mi sangre y mi dolor. El mar fue, de hecho, desgarrado, y lo que había sido inaccesible se convirtió en camino cuando el dolor en todos mis miembros alcanzó mi corazón y mi corazón se partió por la violencia del dolor. Entonces, cuando el pueblo fue guiado por el mar, Moisés no les llevó directamente a la Tierra Prometida sino al desierto, donde podían ser testados e instruidos.

También ahora, una vez que la persona ha aceptado la fe y mi comando, no se la lleva directamente al Cielo, sino que es necesario que los seres humanos sean testados en el desierto, es decir, en el mundo, para ver hasta qué punto aman a Dios. Además, el pueblo provocó a Dios en el desierto por tres cosas: primero, porque hicieron un ídolo para sí mismos y lo adoraron; segundo, por el ansia de carne que habían tenido en Egipto; tercero, por soberbia, cuando quisieron ascender y luchar contra sus enemigos sin que Dios lo aprobara. Aún ahora, las personas en el mundo pecan contra mí de igual modo.

Primero, adoran a un ídolo porque aman al mundo y a todo lo que hay en él más que a mí, que soy el Creador de todo. De hecho, su Dios es el mundo y no Yo. Como dije en mi evangelio: ‘Allí donde está el tesoro de un hombre está su corazón’. Su tesoro es el mundo porque tienen ahí su corazón y no en mí. Por tanto, lo mismo que aquellos perecieron en el desierto por la espada que atravesó su cuerpo, igualmente, éstos caerán por la espada del castigo eterno atravesando su alma y vivirán en eterna condena. Segundo, pecaron por concupiscencia de la carne.

He dado a la humanidad todo lo que necesita para una vida honesta y moderada, pero ellos desean poseerlo todo sin moderación ni discreción. Si su constitución física lo aguantase, estarían continuamente teniendo relaciones sexuales, bebiendo sin restricción, deseando sin medida y, tan pronto como pudieran pecar, nunca desistirían de hacerlo. Por esa razón, a éstos les pasará lo mismo que a aquellos del desierto: morirán repentinamente. ¿Qué es el tiempo de esta vida cuando se compara con la eternidad si no un solo instante? Por tanto, debido a la brevedad de esta vida, ellos tendrán una rápida muerte física, pero vivirán eternamente en dolor espiritual. Tercero, pecaron en el desierto por orgullo, porque desearon lanzarse a la batalla sin la aprobación de Dios.

Las personas desean ir al Cielo por su propio orgullo. No confían en mí sino en ellos mismos, haciendo lo que quieren y abandonándome. Por lo tanto, igual que aquellos otros fueron matados por sus enemigos, así también, éstos serán muertos en su alma por los demonios y su tormento será interminable. Así, me odian como a una serpiente, adoran a un ídolo en mi lugar, y aman su propio orgullo en lugar de mi humildad. Sin embargo, soy tan piadoso que, si se dirigen a mí con un corazón contrito, me volveré hacia ellos como un padre entregado y les abriré los brazos.

En tercer lugar, la roca dio agua por medio de esta vara. Esta roca es el endurecido corazón humano. Cuando es perforado por mi temor y amor, afluyen enseguida las lágrimas de la contrición y la penitencia. Nadie es tan indigno ni tan malo que su rostro no se inunde de lágrimas ni se agiten todos sus miembros con la devoción cuando regresa a mí, cuando refleja mi pasión en su corazón, cuando recobra la conciencia de mi poder, cuando considera cómo mi bondad hace que la tierra y los árboles den frutos.

En el arca de Moisés, en segundo lugar, se conservó el maná. Así también en ti, Madre mía y Virgen, se conserva el pan de los ángeles de las almas santas y de los justos aquí en la tierra, a quienes nada complace más que mi dulzura, para quienes todo en el mundo está muerto y quienes, si fuese mi voluntad, con gusto vivirían sin nutrición física. En el arca, en tercer lugar, estaban las tablas de la Ley. También en ti descansa el Señor de todas las leyes. Por ello, ¡bendita seas sobre todas las criaturas en el Cielo y la tierra!”.

Entonces, se dirigió a la esposa y le dijo: “Dile a mis amigos tres cosas. Cuando habité físicamente en el mundo, atemperé mis palabras de tal forma que fortalecieron a los buenos y los hicieron más fervientes. De hecho, los malvados se hicieron mejores, como fue claramente el caso de María Magdalena, Mateo y muchos otros. De nuevo, atemperé mis palabras de tal forma que mis enemigos no pudieron disminuir su fuerza. Por esa razón, que aquellos a quienes son enviadas mis palabras trabajen con fervor, de manera que los buenos se hagan más ardientes en su bondad por mis palabras y los perversos se arrepientan de su maldad; que eviten que mis enemigos obstruyan mis palabras.

No le hago más daño al demonio que a los ángeles del Cielo. Pues, si quisiera, podría muy bien pronunciar mis palabras de forma que las oyera todo el mundo. Soy capaz de abrir el infierno para que todos vean sus castigos. Sin embargo, eso no sería justo, pues las personas entonces me servirían por temor, cuando por lo que me tienen que servir es por amor. Pues sólo la persona que ama ha de entrar en el Reino de los Cielos. Es más, le estaría haciendo daño al demonio si me llevase conmigo a los esclavos que él adquiere, vacíos de buenas obras. También haría daño al ángel del cielo si el espíritu de una persona inmunda se pusiera en el mismo nivel de otro que está limpio y es ferviente en el amor.

Por consiguiente, nadie entrará en el Cielo, excepto aquellos que han sido probados como el oro en el fuego del purgatorio o quienes se han probado a sí mismos a lo largo del tiempo haciendo buenas obras en la tierra, de tal manera que no quede en ellos mancha alguna pendiente de ser purificada. Si tú no sabes a quién han de dirigirse mis palabras te lo voy a decir. Aquél que desea obtener méritos a través de las buenas obras para venir al Reino de los Cielos o quien ya lo ha merecido por buenas obras del pasado es digno de recibir mis palabras. Mis palabras han de ser desplegadas a los que son así y han de penetrar en ellos. Aquellos que sienten un gusto por mis palabras, y esperan humildemente que sus nombres se inscriban en el libro de la vida, conservan mis palabras. Aquellos que no las saborean, al principio las consideran pero después las rechazan y las vomitan inmediatamente.

Palabras de un ángel a la esposa sobre si el espíritu de sus pensamientos es bueno o malo; sobre cómo hay dos espíritus, uno increado y uno creado, y sobre sus características.

Capítulo 54

Un ángel habló a la esposa, diciendo: “Hay dos espíritus uno increado y uno creado. El increado tiene tres características. En primer lugar, es caliente, en segundo lugar es dulce y en tercer lugar es limpio. Primero, emite calor, no de las cosas creadas sino de sí mismo, pues, junto con el Padre y el Hijo, el es Creador de todas las cosas y todopoderoso. Él emana calor cuando toda el alma se inflama de amor por Dios. Segundo, es dulce, cuando nada complace ni deleita al alma más que Dios y la acumulación de sus obras. Tercero, es limpio y en Él no se puede hallar pecado ni deformidad, ni corrupción o mutabilidad.

Él no emana calor, como el fuego material o como el sol visible, haciendo que las cosas se derritan. Su calor es más bien el amor interno y el deseo del alma, que la llena y la agranda en Dios. Él es dulce para el alma, no de la misma forma en que lo es el vino o el placer sensual o algo que sea dulce en el mundo. La dulzura del Espíritu no se puede comparar con ninguna dulzura temporal y es inimaginable para aquellos que no la han experimentado. Tercero, el Espíritu es tan limpio como los rayos del sol, en los que no se puede encontrar mancha alguna.

El segundo, es decir, el espíritu creado también tiene tres características. Es ardiente, amargo e inmundo. Primero, quema y consume como el fuego, pues encandila al alma que posee con el fuego de la lujuria y el deseo depravado, de forma que el alma no puede ni pensar ni desear otra cosa que en satisfacer su deseo, hasta el punto de que, como resultado de ello, su vida temporal a veces se pierde con todo su honor y consolación. Segundo, es tan amargo como la hiel, pues al inflamar el alma con su lujuria los demás gozos se le hacen insulsos y los gozos eternos le parecen fatuos.

Todo lo que tiene que ver con Dios, y que el alma habría de hacer por Él, se le vuelve amargo y tan abominable como un vómito de bilis. Tercero, es inmundo, pues hace al alma tan vil y propensa al pecado que no se avergüenza de pecar ni desistiría de hacerlo si no fuera por que teme verse avergonzada ante otras personas, más que ante Dios. Es por esto que este espíritu arde como el fuego, porque quema por la iniquidad y encandila a los otros junto con él. También es por esto que este espíritu es amargo, porque todo lo bueno se le hace amargo y desea tornar lo bueno en amargo para los demás igual que hace consigo mismo. También es por esto que es inmundo, porque se deleita en la corrupción y busca hacer a los demás como a sí mismo.

Ahora bien, tú me puedes preguntar y decir: ‘¿Acaso no eres también tú un espíritu creado como ese? ¿Por qué no eres igual?’ Yo te respondo: Por supuesto que estoy creado por el mismo Dios que también creó al otro espíritu, pues tan sólo hay un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y estos no son tres dioses sino un solo Dios. Ambos fuimos bien hechos y creados por Dios, porque Dios tan sólo ha creado lo bueno. Pero Yo soy como una estrella, pues me he mantenido fiel en la bondad y en el amor de Dios, en quien fui creado, y él es como el carbón, porque ha abandonado el amor de Dios. Por ello, igual que una estrella tiene brillo y esplendor y el carbón es negro, un buen ángel, que es como una estrella, tiene su esplendor, o sea, el Espíritu Santo.

Pues todo lo que tiene lo tiene de Dios, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Crece inflamado en el amor de Dios, brilla en su esplendor, se adhiere a él y se conforma a sí mismo con su voluntad sin querer nunca nada más que lo que Dios quiere. Es por esto que arde y es por esto que está limpio. El demonio es como feo carbón y es más feo que ninguna otra criatura, porque, igual que era más hermoso que los demás, tuvo que volverse más feo que los demás porque se opuso a su Creador. Igual que el ángel de Dios brilla con la luz de Dios y arde incesantemente en su amor, así el demonio está siempre quemándose en la angustia de su maldad. Su maldad es insaciable, como la gracia y la bondad del Espíritu Santo es indescriptible. No hay nadie en el mundo tan enraizado en el demonio que el buen Espíritu no lo visite alguna vez y mueva su corazón. Igualmente, tampoco hay nadie tan bueno que el demonio no trate de tocarlo con la tentación. Muchas personas buenas y justas son tentadas por el demonio con el permiso de Dios. Esto no es por maldad alguna de su parte sino para su mayor gloria.

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