Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida», sayfa 13
Capítulo 8
Yo soy el Señor verdadero. No hay otro señor más grande que yo. No hubo señor antes que yo y no habrá otro después de mí. Todos los señoríos vienen de mí y a través de mí. Es por esto que yo soy el Señor verdadero y por lo que nadie sino sólo Yo puede ser verdaderamente llamado Señor, ya que todos los poderes provienen de mí. Yo te estaba diciendo antes que tenía dos sirvientes, uno quien valientemente tomó un camino de vida digno de elogio y lo mantuvo valientemente hasta el fin. Otros incontables lo siguieron en ese mismo camino de servicio caballeroso. Ahora te hablaré sobre el primer hombre que desertó de la profesión de caballería, tal como fue instituida por mi amigo. No te diré su nombre, porque no lo conoces por nombre, pero descubriré su objetivo y deseo.
Un hombre que quería ser caballero vino a mi santuario. Cuando entró, oyó una voz: ‘Tres cosas se necesitan si deseas ser caballero: Primero, debes creer que el pan que ves en el altar es verdadero Dios y verdadero hombre, el Creador del cielo y tierra. Segundo, una vez tomas tu servicio de caballería, debes ejercitar más auto-restricción de la que estabas acostumbrado a ejercitar antes. Tercero, no te debe importar el honor mundano. Más bien te daré gozo divino y honor imperecedero.
Escuchando esto y considerando consigo mismo estas tres cosas, oyó una voz maligna en su mente haciendo tres propuestas contrarias a las tres primeras. Dijo: ‘Si me sirves, te haré otras tres propuestas. Te permitiré tomar lo que ves, oír lo que quieres, y que obtengas lo que desees.’ Cuando escuchó esto, pensó dentro de sí mismo: ‘El primer Señor me ofreció tener fe en algo que no veo y me prometió cosas desconocidas para mí. Él me dijo que me abstuviera de los placeres que puedo ver, y que anhelo, y que esperase cosas de las cuales no tengo certeza. El otro señor me prometió el honor mundano que puedo ver y el placer que deseo sin prohibirme oír o ver las cosas que me gustan.
Con seguridad, es mejor para mí seguirlo y obtener las cosas que veo y disfrutar las cosas que son seguras en vez de esperar cosas de las que no estoy seguro.’ Con pensamientos como éste, éste fue el primer hombre en comenzar la deserción del servicio de un verdadero caballero. Él rechazó la verdadera profesión y rompió su promesa. Arrojó el escudo de la paciencia a mis pies y dejó caer de sus manos la espada para la defensa de la fe y dejó el santuario. La voz maligna le dijo: ‘Si, como dije, serías mío, deberás entonces caminar orgullosamente en los campos y calles. El otro Señor ordena a sus hombres ser constantemente humildes. Por lo tanto, ¡asegúrate de no evitar cualquier signo de orgullo y ostentación! Mientras que el otro Señor hacía su entrada en obediencia y sujetándose Él mismo a la obediencia en todo sentido, no debes permitir que nadie sea tu superior. No dobles tu cuello en humildad ante otro. ¡Toma tu espada para derramar la sangre de tu vecino y hermano para poder adquirir su propiedad!
¡Sujeta el escudo en tu brazo y arriesga tu vida para obtener reconocimiento! En lugar de la fe que Él da, da tu amor al templo de tu propio cuerpo sin abstenerte de ninguno de los placeres que te deleitan.’ Mientras el hombre se decidía y fortalecía su resolución con tales pensamientos, su príncipe puso su mano sobre el cuello del hombre en el lugar indicado. Ningún lugar en absoluto puede hacer daño a alguien que tiene buena voluntad o ayudar a alguien que tiene una mala intención. Después de la confirmación del nombramiento de caballero, el desgraciado traicionó su servicio de caballería, ejercitándolo solamente con una visión de orgullo mundano, aclarando el hecho de que él ahora estaba bajo una mayor obligación de vivir una vida más austera que antes. Innumerables ejércitos de caballeros imitaron y aún imitan a este caballero en su orgullo, y él se ha hundido más hondo en el abismo debido a sus votos de caballero. Pero, dado que hay mucha gente que desea ascender en el mundo y obtener reconocimiento pero no lo han logrado, podrías preguntar: ¿Deben estas personas ser castigadas por la maldad de sus intenciones tanto como aquellos que lograron alcanzar sus deseos? A esto te respondo: Te aseguro que cualquiera que intente completamente elevarse en el mundo y hace todo lo que puede para obtener un vacío título de honor mundano, aunque su intención nunca logre su efecto debido a alguna decisión secreta mía, tal hombre será castigado por la maldad de su intención tanto como aquél que logra alcanzarla, es decir, a menos que rectifique su intención por medio de penitencia.
Mira, te pondré el ejemplo de dos personas bien conocidas para mucha gente. Una de ellas prosperó de acuerdo a sus deseos y obtuvo casi todo lo que deseaba. La otra tenía la misma intención, pero no las mismas posibilidades. La primera obtuvo el reconocimiento mundial; él amaba el templo de su cuerpo en su completa lujuria; tenía el poder que quería; en todo lo que ponía su mano prosperaba. El otro era idéntico a él en intención pero recibió menos reconocimiento. Él voluntariamente habría derramado cien veces la sangre de su vecino para poder llevar a cabo sus planes de avaricia.
Hizo lo que pudo y llevó a cabo su voluntad de acuerdo a su anhelo. Estos dos fueron iguales es su horrible castigo. Aunque no murieron exactamente al mismo tiempo, aún puedo hablar de un alma en vez de dos, ya que su condenación fue una y la misma. Ambos tuvieron lo mismo que decir cuando su cuerpo y alma fueron separados y el alma partió. Una vez abandonó el cuerpo, el alma le dijo: ‘Dime, ¿dónde están las vistas para deleitar mis ojos que me prometiste, dónde está el placer que me mostraste, dónde están las placenteras palabras que me pediste usar? El diablo estaba ahí y contestó:
‘Las vistas prometidas no son más que polvo, las palabras sólo aire, el placer es tan solo lodo y podredumbre. ¡Esas cosas no tienen valor para ti ahora!’ El alma entonces exclamó: ‘Ay de mí, ay de mí, ¡he sido desgraciadamente engañado! Veo tres cosas.
Veo Aquél que me fue prometido bajo la semblanza de pan. Él es el mismo Rey de reyes y Señor de señores. Veo lo que prometió, y es indescriptible e inconcebible. Escucho ahora que la abstinencia que recomendó fue verdaderamente muy útil.’ Entonces, con una voz aún más fuerte, el alma gritó ‘ay de mí’ tres veces: ‘¡Ay de mí por haber nacido! ¡Ay de mí que mi vida en la tierra fue tan larga! ¡Ay de mí que viviré en una muerte perpetua e interminable!’
¡Contempla qué desdicha tendrá el desdichado a cambio de su desprecio por Dios y su fugaz gozo! ¡Por lo tanto debes agradecerme, novia mía, por haberte llamado alejándote de tal desdicha! ¡Sé obediente a mi Espíritu y a mis elegidos!”
Palabras de Cristo a la novia dando una explicación del capítulo precedente, y sobre el ataque del diablo al antes mencionado caballero, y sobre su terrible y justa condena.
Capítulo 9
La duración total de su vida es como si fuera una sola hora para mí. Por lo tanto, lo que ahora te estoy diciendo siempre ha sido de mi conocimiento. Te conté anteriormente acerca de un hombre que inició la verdadera hidalguía, y sobre otro que la desertó como un canalla. El hombre que desertó de los rangos de la verdadera caballería arrojó su escudo a mis pies y su espada junto a mí al romper sus sagradas promesas y votos. El escudo que arrojó no simboliza otra cosa que la honrada fe con la cual se iba a defender de los enemigos de la fe y de su alma. Los pies, sobre los cuales camino hacia la humanidad, no simbolizan otra cosa más que el deleite divino por el cual atraigo a mí a una persona y la paciencia por la cual yo lo tolero pacientemente. Arrojó este escudo cuando entró en mi santuario, pensando dentro de sí: quiero obedecer al señor que me aconsejó no practicar abstinencia, el que me da lo que deseo y me deja oír cosas placenteras a mis oídos. Así fue como arrojó el escudo de mi fe por querer seguir su propio deseo egoísta en vez de a mí, amando más a la criatura que al Creador.
Si hubiera tenido una verdadera fe, si hubiera creído que yo era todopoderoso y un juez justo y el dador de la gloria eterna, no hubiera deseado otra cosa más que a mí, no le hubiera temido a nada sino a mí. Pero arrojó mi fe a mis pies, despreciándola y tomándola como nada, porque no buscó complacerme y mi paciencia no le importó. Entonces él tiró a mi lado su espada. La espada no denota otra cosa sino el temor de Dios, la cual los verdaderos caballeros de Dios continuamente deben tener en sus manos, es decir, en sus acciones. Mi lado no simboliza otra cosa que el cuidado y la protección con la que yo cobijo y defiendo mis hijos, como una gallina cobija sus polluelos, para que el diablo no les haga daño y no les lleguen pruebas insoportables. Pero el hombre arrojó la espada de mi temor al no molestarse en pensar acerca de mi poder y sin tener consideración por mi amor y paciencia.
Lo arrojó a mi lado como si dijera: ‘No le tengo temor de tu defensa y la misma no me importa. Obtuve lo que tengo por mis propios actos y por mi noble cuna.’ Rompió la promesa que me había hecho. ¿Cuál es la verdadera promesa a la que un hombre está obligado a jurar a Dios? Sin duda, son actos de amor: lo que haga una persona, lo debe de hacer por amor a Dios. Pero esto lo hizo a un lado al convertir su amor por Dios en amor a sí mismo; él prefirió su egoísmo al futuro y al gozo eterno.
De esta manera él se separó de mí y dejó el santuario de mi humildad. El cuerpo de cualquier cristiano regido por la humildad es mi santuario. Aquellos regidos por el orgullo no son mi santuario sino el santuario del diablo quien los conduce hacia los deseos mundanos para sus propios propósitos. Habiendo salido del templo de mi humildad, y habiendo rechazado el escudo de fe santa y la espada del temor, él caminó orgullosamente hacia los campos, cultivando toda lujuria y deseo egoístas, desdeñando el temerme y creciendo en pecado y lujuria.
Cuando llegó la parte final de su vida y su alma había abandonado su cuerpo, los demonios corrieron a su encuentro. Podían escucharse tres voces del infierno hablando en su contra. La primera dijo: ‘¿No es este el hombre quien desertó de la humildad y nos siguió en el orgullo? Si sus dos pies lo pudieran poner aún más alto en el orgullo para sobrepasarnos y obtener la primacía en orgullo, lo haría rápidamente.’ El alma le contestó: ´’Yo soy ése.’ La justicia le respondió: ‘Ésta es la recompensa a tu orgullo: descenderás llevado por un demonio y entregado a otro más abajo, hasta que llegues a la parte más baja del infierno. Y dado que no hubo demonio que no conociera su propio castigo en particular y el tormento a ser inflingido por cada pensamiento y acción inútiles, tampoco escaparás al castigo por parte de cualquiera de ellos, más bien compartirás la malicia y la maldad de todos ellos.’ La segunda voz gritó diciendo: ‘¿No es éste el hombre que se separó a sí mismo de su profesado servicio a Dios y en vez de esto se unió a nuestras filas?’
El alma contestó: ‘Yo soy ése.’ Y la justicia dijo: ‘Ésta es tu recompensa adjudicada: que todo el que imite tu conducta como caballero lo añada a tu castigo y pena por su propia corrupción y dolor y te golpeará a su llegada como con una herida mortal. Serás como un hombre afligido por una grave herida, ciertamente sufriendo por una herida sobre otra herida hasta que todo el cuerpo esté totalmente lleno de llagas, que soporta intolerable sufrimiento y lamenta su destino constantemente. Aun así, experimentarás miseria sobre miseria. En la cúspide de tu dolor, el mismo será renovado y tu castigo nunca terminará y tus aflicciones nunca decrecerán.’ La tercera voz clamó: ‘¿No es éste el hombre que cambió al Creador por criaturas, el amor de su Creador por su propio egoísmo?’ La justicia le respondió: ‘Ciertamente lo es.
Por lo tanto, se le abrirán dos hoyos. Por el primero entrará todo castigo obtenido por su menor pecado hasta el más grande, por cuanto cambió a su Creador por su propia lujuria. A través del segundo, entrará en él toda clase de dolor y vergüenza, y nunca vendrá a él ninguna consolación divina o caridad, por cuanto se amó a sí mismo en lugar de a su Creador. Su vida durará por siempre y su castigo durará para siempre, ya que todos los santos se han alejado de él.’ Novia mía, ¡ve cuán miserables serán esas personas que me desprecian y cuán grande será el dolor que compran al precio de tan poco placer!”
Así como Dios le habló a Moisés desde el arbusto ardiente, Cristo le habla a la novia sobre cómo el demonio es simbolizado por el Faraón, los caballeros de hoy en día por el pueblo de Israel, y el cuerpo de la Virgen por el arbusto, y sobre cómo actualmente están preparando los caballeros y obispos de hoy un hogar para el demonio.
Capítulo 10
“Está escrito en la ley de Moisés que Moisés cuidaba los rebaños en el desierto cuando vio un arbusto que se incendiaba, sin quemarse, y le dio temor y se cubrió el rostro. Una voz le habló desde el arbusto: ‘He oído del sufrimiento de mi pueblo y siento piedad por ellos, porque están oprimidos en una cruel esclavitud.’ Yo, quien ahora hablo contigo, soy esa voz que escuchas del arbusto. He oído de la miseria de mi pueblo. ¿Quiénes formaban mi pueblo si no el pueblo de Israel? Usando este mismo nombre ahora designo a los caballeros del mundo que han hecho los votos de mis caballeros y que deberían ser míos pero están siendo atacados por el demonio.
¿Qué le hizo el Faraón a mi pueblo Israel en Egipto? Tres cosas. Primero, cuando estaban construyendo sus paredes, no podían ser ayudados por los recogedores de paja que anteriormente los habían ayudado a hacer ladrillos. En vez. Tenían que ir ellos mismos y recolectar la paja en donde pudiesen a lo largo de todo el país. Segundo, los constructores no eran agradecidos por su trabajo, a pesar que producir el número de ladrillos que se les había impuesto como meta. Tercero, los capataces les pagaban cruelmente cuando no llegaban a la producción normal. En medio de su gran aflicción, es mi pueblo construyó dos ciudades para el faraón.
Este faraón no es otro que el demonio que ataca a mi pueblo, es decir, a los caballeros, que deberían ser mi pueblo. Realmente te digo que si los caballeros hubiesen cumplido con el arreglo y con el reglamento que fueron establecidos por mi primer amigo, hubiesen estado entre mi amigos más queridos. Así como Abraham, quien fue el primero a quien se le dio el mandamiento de la circuncisión y me fue obediente, se convirtió en mi amado amigo, y cualquier que imitó la fe y las obras de Abraham compartió en su amor y gloria, así también los caballeros fueron especialmente de mi agrado entre todas las demás órdenes, ya que prometieron derramar por mí lo que les era más querido, su propia sangre. Con este voto se hicieron muy de mi agrado, así como lo hizo Abraham en cuanto a la circuncisión, y ellos se purificaron diariamente viviendo de acuerdo a su profesión y practicando la santa caridad.
Estos caballeros ahora están tan oprimidos por su detestable esclavitud bajo el demonio, quien los hiere con una herida mortal y los arroja al dolor y al sufrimiento. Los obispos de la iglesia están construyendo dos ciudades para él, así como los hijos de Israel. La primera ciudad simboliza el trabajo físico y la ansiedad sin sentido por la adquisición de los bienes mundanos. La segunda ciudad simboliza la inquietud y la congoja espirituales, por cuanto nunca se les permite descansar del deseo mundano. Hay trabajo en la parte externa e inquietud y ansiedad en la parte interna, las cosas espirituales considerando como una carga.
Así como el Faraón no le proporcionó a mi pueblo las cosas necesarias para hacer los ladrillos, ni le dio los campos llenos de grano ni el vino u otras cosas útiles, y las personas tenían que ir con tristeza y tribulación en el corazón a buscar por sí mismas las cosas, así mismo el demonio los trata ahora igual. A pesar que trabajan y codician el mundo con lo más profundo de sus corazones, aún así no pueden satisfacer su deseo ni calmar la sed de su avaricia. Son consumidos por dentro por la tristeza y por fuera por el trabajo. Por esa razón, los compadezco por sus sufrimientos ya que mis caballeros, mi pueblo, están construyendo casas para el demonio y están trabajando sin cesar, porque no pueden obtener lo que desean y porque se afligen por bienes sin sentido, a pesar que el fruto de su ansiedad no es una bendición sino más bien la recompensa de la vergüenza.
Cuando Moisés fue enviado al pueblo, Dios le dio una señal milagrosa por tres razones. Primero, porque cada persona en Egipto adoraba a su propio dios individual y porque había innumerables seres que decían ser dioses. Por lo tanto, era apropiado que hubiese una señal milagrosa para que, a través de la misma y por el poder de Dios, las personas creyeran que había un solo Dios y un solo Creador de todas las cosas debido a las señales, y para que todos los ídolos demostrasen no tener valor alguno. Segundo, también se le dio a Moisés una señal como símbolo que preanunciara mi futuro cuerpo. ¿Qué simbolizaba el arbusto en llamas que no se consumía sino a la Virgen que concibió por el Espíritu Santo y dio a luz sin corrupción alguna? Yo provine de este arbusto, asumiendo una naturaleza humana del cuerpo virginal de María. Similarmente, la serpiente dada a Moisés como una señal simbolizó mi cuerpo. En tercer lugar, se le dio a Moisés una señal para confirmar la verdad de los eventos venideros y para preanunciar las señales milagrosas que habían de realizarse en el futuro, demostrando que la verdad de Dios era mucho más verdadera, y más segura cuanto más claramente se cumplían aquellas cosas simbolizadas por las señales.
Ahora envío mis palabras a los hijos de Israel, es decir, a los caballeros. Ellos no necesitan tres señales milagrosas por tres razones. Esto es porque, en primer lugar, el único Dios y Creador de todas las cosas ya es adorado y conocido a través de las Santas Escrituras, así como a través de muchos signos. En segundo lugar, ahora no están esperando que yo nazca porque saben que realmente nací y me encarné sin corrupción alguna, por cuanto las escrituras se han cumplido en su totalidad. Y no existe una fe mejor y más certera que deba tenerse y creerse que la que ya ha sido predicada por mí y por mis santos predicadores. No obstante, he hecho tres cosas a través tuyo por las cuales podrá creerse. Primero, estas son mis verdaderas palabras y no difieren de la verdadera fe.
Segundo, con mi palabra un demonio fue expulsado de un hombre poseído. Tercero, le di a cierto hombre el poder de unir a los corazones desconfiados en caridad mutua. Por lo tanto, no tengas duda alguna sobre aquellos que creerán en mí. Aquellos que creen en mí también creen en mis palabras. Aquellos que me aprecian también aprecian con deleite mis palabras. Está escrito que Moisés cubrió su rostro después de hablar con Dios.
Tú, sin embargo, no necesitas cubrir tu rostro. Abrí tus ojos espirituales para que pudieses ver las cosas espirituales. Abrí tus oídos para que pudieras escuchar las cosas que son del Espíritu. Te mostraré una semejanza de mi cuerpo como era durante y antes de mi pasión y como era después de la resurrección, tal como lo vieron Magdalena y Pedro y otros. También escucharás mi voz tal como le habló a Moisés desde adentro del arbusto. Esta misma voz habla ahora dentro de tu alma.”
Las palabras encantadoras de Cristo a la novia sobre la gloria y el honor del caballero bueno y verdadero y sobre cómo los ángeles salen a encontrarlo, y sobre cómo la gloriosa Trinidad le la bienvenida con afecto y lo lleva a un lugar de descanso indescriptible como recompensa por un esfuerzo casi pequeño.
Capítulo 11
“Te conté anteriormente sobre el fin y el castigo de ese caballero que fue el primero en desertar del servicio de caballeros que él me había prometido. Ahora te describiré por medio de metáforas (porque de lo contrario no podrás comprender las cosas espirituales) la gloria y el honor de él, quien fue el primero en tomar varonilmente el verdadero servicio de caballero y se mantuvo valientemente en eso hasta el final. Cuando este amigo mío llegó al final de su vida y su alma dejó su cuerpo, se enviaron cinco legiones de ángeles para darle la bienvenida. Junto con ellos también llegó una multitud de demonios para averiguar si podían reclamarle algo, porque están llenos de malicia y nunca descansan de la malicia.
Entonces se escuchó una vez alegre y clara en el cielo que decía: ‘Mi Señor y Padre, ¿no es este el hombre quien se ciñó a tu voluntad y la cumplió a la perfección?’ El mismo hombre entonces respondió con su propia conciencia: ‘Ciertamente yo soy.’ Se escucharon tres voces. La primera era la voz de la naturaleza divina que dijo: ‘¿No te creé y te di un cuerpo y una alma? Tu eres mi hijo y habéis hecho la voluntad de tu Padre. ¡Ven a mi, tu Creador todopoderoso y querido Padre! Te has ganado una herencia eterna porque eres un hijo. Te corresponde la herencia de tu Padre, porque habéis sido obediente con el.
Por lo tanto, querido hijo, ¡ven a mí! Te daré la bienvenida con alegría y honor.’ La segunda voz fue la voz de la naturaleza humana, que dijo: ‘Hermano, ¡ven a tu hermano! Me ofrecí por ti en batalla y derramé mi sangre por ti. Tu, quien obedeciste mi voluntad, ¡ven a mí! Tu, quien pagó sangre por sangre y que estabas preparado para ofrecer muerte por muerte y vida por vida, ¡ven a mí! Tu, que me imitaste en tu vida, ¡entra ahora en mi vida y en mi alegría sin fin! ‘Te reconozco como mi hermano.’ La tercera voz fue aquella del Espíritu (pero las tres son un solo Dios, no tres dioses) que dijo: ‘¡Ven, mi caballero, tu, cuya vida interior fue tan atractiva que yo ansiaba morar en ti!
En tu conducta exterior eras tan varonil que mereciste mi protección. ¡Entra, entonces, en el descanso en recompensa por todos tus problemas físicos! En recompensa por tu sufrimiento mental, ¡entra en un consuelo sin descripción alguna! En recompensa por tu caridad y tus múltiples luchas, ven a mi y moraré en ti y tu en mí! Ven a mí, entonces, mi caballero excelente, ¡quien nunca añoró nada más que a mí! ¡Ven y serás llenado de santo placer!’ Después se escucharon cinco voces de cada una de las cinco legiones de ángeles.
La primera habló, diciendo: ‘Marchemos enfrente de este excelente caballero y llevemos sus armas delante de él, es decir, presentemos a nuestro Dios la fe que él conservó inmutable y que defendió de los enemigos de la justicia.’ La segunda voz dijo: ‘Carguemos su escudo delante de él, es decir, mostrémosle a nuestro Dios su paciencia la cual, a pesar que Dios ya la conoce, será aún más gloriosa debido a nuestro testimonio. Por medio de su paciencia no solo toleró pacientemente las adversidades sino también le agradeció a Dios por esas mismas adversidades.’
La tercera voz dijo: ‘Marchemos delante de él y presentémosle a Dios su espada, es decir, mostrémosle la obediencia por medio de la cual permaneció obediente, tanto en momentos difíciles como fáciles de acuerdo a su juramento.’ La cuarta voz dijo: ‘Vengan y mostrémosle a Dios su caballo, es decir, ofrezcamos el testimonio de su humildad. Así como un caballo carga el cuerpo de un hombre, así también su humildad lo precedió y lo siguió, llevándolo hacia delante para desempeñar toda buena obra. El orgullo no tuvo que ver con él, razón por la cual el cabalgó seguro.’ La quinta voz dijo: ‘Vengan y presentémosle a Dios su casco, es decir, ¡seamos testigos de la divina añoranza que él sintió por Dios!
El meditó sobre Dios en su corazón en todo momento. Lo tenía en sus labios, en sus obras y lo añoró sobre todas las cosas. Por su amor y veneración se hizo morir para la mundo. De tal manera, presentémosle estas cosas a nuestro Dios para que, en recompensa por una pequeña lucha, este hombre ha merecido el descanso y la alegría eternos con su Dios por quien él tanto añoró tan a menudo!’ Acompañado por los sonidos de estas voces así como de un maravilloso coro de ángeles, mi amigo fue llevado al descanso eterno.
Su alma lo vio todo y se dijo a sí misma en alborozo: ‘¡Feliz soy por haber sido creado! ¡Feliz de haber servido a mi Dios a quien ahora contemplo! Feliz soy, porque tengo la alegría y la gloria que nunca finalizarán¡’ De tal manera vino mi amigo a mí y recibió tal recompensa. A pesar que no todos derraman su sangre por amor a mi nombre, no obstante, todos recibirán la misma recompensa, siempre y cuando tengan la intención de entregar sus vidas por mí si llega a presentarse la ocasión y las necesidades de la fe lo demandan. ¡Vean cuán importante es la buena intención!”
Las palabras de Cristo a la novia sobre la naturaleza sin cambio alguno y a la duración eterna de su justicia, y sobre cómo, después de tomar la naturaleza humana, reveló su justicia a través de su amor en una nueva luz, y sobre cómo ejerce con ternura la misericordia hacia los condenados y les enseña suavemente la misericordia a sus caballeros.
Capítulo 12
“Yo soy el verdadero Rey. Nadie merece ser llamado rey excepto yo, porque todo el honor y todo el poder provienen de mí. Yo soy aquel quien rindió juicio sobre le primer ángel que cayó por orgullo, la avaricia y la envidia. Soy aquel quien rindió juicio sobre Adán y Caín, así como sobre todo el mundo, enviando el diluvio debido a los pecados de la raza humana. Soy el mismo que permitió que el pueblo de Israel llegase a ser cautivo y milagrosamente lo guié fuera del cautiverio con signos milagrosos. Toda la justicia ha de encontrarse en mí. La justicia siempre estuvo y está en mí sin principio ni fin. En ningún momento disminuye en mí sino permanece en mí fiel y sin cambio alguno. A pesar que en el tiempo actual mi justicia parece estar un poco más benigna y Dios parece ser ahora un juez más paciente, esto no representa cambio en mi justicia, la cual nunca cambia, sino únicamente muestra aún más mi amor. Ahora juzgo al mundo con esa misma justicia y ese mismo juicio que con los que permití que mi pueblo se convirtiera en esclavo en Egipto y que sufriera en el desierto.
Mi amor estuvo escondido antes de mi encarnación. Lo mantuve escondido en mi justicia como la luz oscurecida por una nube. Una vez ya había tomado una naturaleza humana, a pesar que había cambiado la ley dada anteriormente, la justicia en sí no cambió sino estuvo mucho más claramente visible y se mostró bajo una luz mucho más abundante en el amor a través del Hijo de Dios. Esto sucedió de tres maneras. Primero, se mitigó la ley, ya que había sido severa por culpa de los pecadores desobedientes y endurecidos y era difícil poder amaestrar a los orgullosos. Segundo, el Hijo de Dios sufrió y murió. Tercero, ahora mi juicio parece estar más alejado y parece haberse pospuesto por la misericordia y, al mismo tiempo, ser más benigno hacia los pecadores que antes. Ciertamente, los actos de justicia relacionados a los primeros padres o al diluvio o a aquellos que murieron en el desierto, parecen ser rígidos y estrictos. Pero la misma justicia todavía está conmigo y siempre ha estado. Sin embargo, ahora la misericordia y el amor son más aparentes. Anteriormente, por razones sabias, el amor estaba escondido en la justicia y se exhibía con misericordia, aunque de una manera más escondida, porque nunca hice justicia y nunca la hago sin tener misericordia, ni tengo bondad sin justicia. Ahora, sin embargo, puedes preguntarte: si muestro misericordia en toda mi justicia, ¿de qué manera soy misericordioso con los condenados? Te responderé por medio de una parábola.
Es como si un juez estuviese en un juicio y su hermano llegase a ser sentenciado. El juez le dice: ‘Tu eres mi hermano y yo soy tu juez y, a pesar que te amo sinceramente, no puedo actuar en contra de la justicia y tampoco sería correcto que lo hiciera. En tu conciencia ves lo que es justo en relación a lo que mereces. Es necesario sentenciarse acordemente. Si fuese posible ir en contra de la justicia, gustosamente tomaría la sentencia para mí.’ Yo soy como ese juez. Esta persona es mi hermano debido a mi naturaleza humana. Cuando él viene a ser juzgado por mí, su conciencia le informa de su culpa y él comprende lo que debería de ser su sentencia. Debido a que soy justo, le respondo al alma – hablando en forma figurada – y le digo: ‘Tu ves en tu conciencia todo lo que es justo para ti. Dime lo que mereces.’ Entonces el alma me responde: ‘Mi conciencia me informa sobre mi sentencia. Es el castigo que me merezco porque no te obedecí.’ Yo respondo: ‘Yo, tu juez, tomé sobre mí todos tus castigos y te hice saber del peligro, así como de la forma para escapar al castigo. Era una justicia simple el hecho que tu no pudieses entrar al cielo antes de expiar tu culpa. Yo tomé tu expiación porque eras incapaz de soportarla tu solo.
A través de los profetas yo te enseñé lo que me pasaría y no omití detalle alguno de lo que predijeron los profetas. Te mostré todo el amor que pude para hacer que regresaras a mí. Sin embargo, debido a que te has alejado de mí, mereces ser sentenciado, porque despreciaste la misericordia. Sin embargo, aún así soy todavía tan misericordioso que si fuese posible morir nuevamente, por tu bien yo nuevamente soportaría el mismo tormento que una vez soporté en la cruz, en vez de verte sentenciado a tal sentencia. Sin embargo, la justicia dice que es imposible para mí morir nuevamente, aunque la misericordia me diga que quiero morir por tu bien nuevamente, si fuese posible. Así es lo misericordioso y amoroso soy, aún hacia los condenados. Yo amo a la humanidad desde el inicio, aún cuando yo parecía estar enojado, pero a nadie le importó ni le puso atención a mi amor.
Debido a que soy justo y misericordioso, les advierto a los llamados caballeros que deberían buscar mi misericordia, no sea que mi justicia los encuentre. Mi justicia es tan inamovible como una montaña, quema como el fuego, es tan aterradora como el trueno y tan repentina como un arco con una flecha. Mi advertencia es triple. Primero, les advierto como lo hace un padre a sus hijos, para hacer que regresen a mí, porque soy su Padre y Creador. Deja que regresen y les daré el patrimonio que les corresponde por derecho. Deja que regresen porque, a pesar que he sido desdeñado, aún así les daré la bienvenida con alegría y saldré a recibirlos con amor. Segundo, les pido como hermano que recuerden mis llagas y mis obras. Deja que regresen y los recibiré como a un hermano. Tercero, como su Señor les pido que regresen al Señor a quien le han prometido su fe, a quien le deben su alianza y a quien se han jurado a sí mismos por juramento.