Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida», sayfa 6
Como el vinagre, cuando se mezcla con el vino dulce, infecta la dulzura del vino y ya no puede ser sacado de él, igualmente el demonio no sale del alma de ninguno a quien posea, excepto mediante mi poder. ¿Qué es este vino sino el alma humana, que fue más dulce para mí que ningún otro ser creado, y tan querida por mí que incluso dejé que mis fibras fueran cortadas y mi cuerpo magullado hasta las costillas por su salvación? Antes que perderla, acepté morir por ella.
Este vino fue conservado entre residuos, igual que coloqué al alma en un cuerpo donde fue custodiado por mi voluntad como en una urna sellada. Sin embargo, el peor vinagre se mezcló con este vino dulce, me refiero al demonio, cuya maldad es más agria y abominable para mí que el vinagre. Por mi poder, este vinagre será eliminado de la persona cuyo nombre te diré, de manera que pueda Yo revelar así mi merced y sabiduría a través de él, pero mostraré mi juicio y mi justicia a través del hombre anterior.
EXPLICACIÓN
El primer hombre fue un noble y soberbio cantante, quien acudió a Jerusalén sin el permiso del Papa y fue atacado por el demonio (Se habla también algo de este endemoniado en el Libro III revelación 31 y en el Libro IV, revelación 115). El segundo endemoniado fue un monje cisterciense. El demonio lo atormentó tanto que apenas podían sujetarlo entre cuatro hombres. Su lengua agrandada se parecía a la de una vaca. Los grilletes de sus manos fueron hechos pedazos de forma invisible.
Este hombre fue salvado por las palabras del Espíritu Santo a través de Doña Brígida al cabo de un mes y dos días. El tercer endemoniado era un concejal de Östergötland (Suecia). Cuando se le recomendó que hiciera penitencia, le dijo al que le aconsejó: “¿No puede el dueño de una casa sentarse donde quiera? Si el demonio posee mi corazón y mi lengua ¿cómo puedo hacer penitencia?” Maldiciendo a los santos de Dios, murió esa misma noche sin los sacramentos ni la confesión.
Advertencias del Señor a la esposa en relación con la verdadera y la falsa sabiduría, y sobre cómo los buenos ángeles asisten a los buenos aprendices, mientras que los demonios asisten a los malos aprendices.
Capítulo 33
Algunos de mis amigos son como estudiantes con tres características: una inteligencia para discernir mayor de lo que es natural al cerebro; segunda, sabiduría sin ayuda humana, tanta como yo les enseño interiormente; tercera, están llenos de dulzura y amor divino, con los cuales derrotan al demonio. Pero hoy en día la gente aborda sus estudios de otra manera. Primero, buscan el conocimiento con arrogancia, para ser considerados buenos alumnos. Segundo, buscan el conocimiento para mantener y obtener riquezas. Tercero, buscan el conocimiento para alcanzar honores y privilegios. Por ello, cuando acudan a sus escuelas y entren allí, me apartaré de ellos, pues estudian por orgullo, aunque Yo les enseñé humildad.
Entran por codicia, cuando Yo no tuve ni donde reposar la cabeza. Entran para obtener privilegios, envidiosos de que otros estén situados en lugares más altos que ellos, mientras que Yo fui sentenciado por Pilatos y burlado por Herodes. Es por eso que los abandono, porque no estudian mis enseñanzas. Sin embargo, como soy bondadoso y amable, le doy a cada uno lo que pide. El que me pide pan, lo consigue, pero al que me pide paja le doy paja.
Mis amigos piden pan, porque buscan y estudian la divina sabiduría, donde mi amor se puede encontrar. Otros, en cambio, piden paja, es decir, sabiduría mundana. Igual que la paja no sirve para nada y es el alimento de los animales irracionales, igualmente no hay ningún uso en la sabiduría del mundo que persiga el alimento del alma. No hay nada más que una pequeña reputación y esfuerzo sin sentido, pues cuando un hombre muere, todo su conocimiento se borra de la existencia y aquellos que la emplearon para ensalzarlo ya no lo pueden ver. Yo soy como un gran señor con muchos sirvientes que, por mediación de su señor, distribuyen a las personas lo que necesitan.
De esta forma, los ángeles buenos y los malos permanecen bajo mi autoridad. Los ángeles buenos ayudan a las personas que estudian mi conocimiento, o sea, a aquellos que me sirven, nutriéndoles de consolaciones y de disfrute en su trabajo. Los ángeles malos asisten a los sabios del mundo. Les inspiran lo que ellos quieren y les forman según sus deseos, inspirándoles especulaciones junto con gran cantidad de trabajo. Aún así, si vuelven sus ojos hacia mí, podría darles el pan que no tuvieron por su trabajo y bastante del mundo como para saciarles de lo que nunca se pueden saciar, pues ellos mismos convierten lo dulce en amargo.
Pero tú, esposa mía, has de ser como un queso y tu cuerpo como el molde en donde el queso se moldea hasta que adopta la forma del molde. De esta forma, tu alma, que es para mí tan deliciosa y sabrosa como el queso, debe ser probada y purificada en el cuerpo el tiempo suficiente para que el cuerpo y el alma se pongan de acuerdo y para que ambos mantengan la misma forma de continencia, de manera que la carne obedezca al espíritu y el espíritu guíe a la carne hacia la virtud.
Instrucciones de Cristo a la esposa sobre la forma de vivir. También sobre cómo el demonio admite ante Cristo que la esposa ama a Cristo sobre todas las cosas; sobre la pregunta que el demonio le hace a Cristo de por qué la ama tanto y sobre la caridad que Cristo tiene hacia la esposa, como descubre el demonio.
Capítulo 34
Soy el Creador del Cielo y la tierra y, en las entrañas de la Virgen María, fui verdadero Dios y hombre, que morí, resucité y ascendí a los cielos. Tú, mi nueva esposa, has llegado a un lugar desconocido y, por ello, has de aprender cuatro cosas: Primera, el idioma del lugar; segunda, cómo vestirte adecuadamente; tercera, cómo organizar tus días y tu tiempo según los usos del lugar; cuarto, acostumbrarte a una nueva alimentación. Igual que has venido de la inestabilidad del mundo hasta la estabilidad, debes aprender un nuevo idioma, o sea, cómo abstenerte de palabras inútiles y aún de las más legítimas, debido a la importancia del silencio y la quietud.
Has de vestirte de humildad interior y exterior, de forma que ni te ensalces a ti misma interiormente por creerte más santa que otros, ni externamente te sientas avergonzada de actuar públicamente con humildad. Tercero, tu tiempo ha de ser regulado de manera que, igual que a menudo acostumbrabas a dedicarle tiempo a las necesidades del cuerpo, ahora sólo tengas tiempo para el alma y nunca quieras pecar contra mí. Cuarto, tu nueva alimentación es la prudente abstinencia de la glotonería y los manjares, tanto como lo puede soportar tu natural constitución. Los actos de abstinencia que exceden la capacidad de la naturaleza no me agradan, pues Yo exijo racionalidad y sumisión de los deseos”.
En ese momento, apareció el demonio. El Señor le dijo: “Tú fuiste creado por mí y viste en mí toda justicia. ¡Dime si esta nueva esposa es legítimamente mía por derecho demostrado! Te permito que veas y entiendas su corazón para que sepas cómo contestarme. ¿Ama ella algo más que a mí o me cambiaría por algo?” El demonio le contestó: “Ella no ama nada como a ti. Antes que perderte se sometería a cualquier tormento, siempre que tú le dieras la virtud de la paciencia. Veo como un vínculo de fuego descendiendo de ti hasta ella, que amarra tanto su corazón a ti que ella no piensa ni ama nada más que a ti”.
Entonces, el Señor le dijo al demonio: “Dime qué siente tu corazón y si te gusta el gran amor que siento hacia ella”. El demonio respondió: “Tengo dos ojos, uno corporal –aunque no soy corpóreo—por medio del cual percibo las cosas temporales tan claramente que no hay nada escondido ni tan oscuro que se pueda esconder de mi. El segundo ojo es espiritual, y con él veo todo el dolor, aunque sea muy leve, y puedo entender a qué pecado pertenece. No hay pecado, por tenue y leve que sea, que yo no pueda ver, a menos que haya sido purgado por la penitencia. Sin embargo, pese a que no hay órganos más sensibles que los ojos, dejaría que dos antorchas ardientes penetraran mis ojos a cambio de que ella no viera con los ojos del espíritu.
También tengo dos oídos. Uno de ellos es corporal, y nadie habla tan privadamente que yo no lo pueda oír y saber gracias a este oído. El segundo es el oído espiritual y, ni los pensamientos ni los deseos de pecar se me pueden ocultar, a menos que hayan sido borrados con la penitencia. Hay cierto castigo en el infierno que es como un torrente hirviendo que chorrea de un terrible fuego. Lo sufriría dentro y fuera de mis oídos sin cesar si, a cambio, ella dejara de oír con los oídos de su espíritu. También tengo un corazón espiritual. Dejaría que lo cortaran interminablemente en trozos, y que se renovara continuamente para ser cortado de nuevo, si así su corazón se enfriase en su amor hacia ti. Pero, ahora, como tú eres justo, te quiero hacer una pregunta para que me la respondas: Dime ¿por qué la amas tanto y por qué no has elegido a alguien de mayor santidad, riqueza y belleza para ti?”.
El Señor respondió: “Porque esto es lo que la justicia demanda. Tú fuiste creado por mí y viste en mí toda justicia. Ahora que ella escucha ¡dime por qué fue justo que tú cayeras tan bajo y en qué pensabas cuando caíste!”. El demonio contestó: “Yo vi tres cosas en ti: Vi tu gloria y honor sobre todas las cosas y pensé en mi propia gloria. En mi soberbia, estaba dispuesto no sólo a igualarte sino a ser aún más que tú. Segundo, vi que eras el más poderoso de todos y yo quise ser más poderoso que tú. Tercero, vi lo que había de ser en el futuro y, como tu gloria y honor no tienen ni principio ni fin, te envidié, y pensé que con gusto sería torturado eternamente con toda suerte de castigos si así te hacía morir. Con tales pensamientos caí y así se creó el infierno”.
El Señor agregó: “Me has preguntado por qué amo tanto a esta mujer. Te aseguro que es porque Yo cambio en bondad toda tu maldad. Al volverte tan soberbio y no querer tenerme a mí, tu Creador, como a un igual, humillándome yo de todas las maneras reúno a los pecadores conmigo y me hago su igual compartiendo mi gloria con ellos. Segundo, por ese deseo tan bajo de querer ser más poderoso que Yo, hago a los pecadores más poderosos que tú y comparto con ellos mi poder. Tercero, por la envidia que me tienes, estoy tan lleno de amor que me ofrezco a todos. Ahora, pues, demonio –continuó el Señor—tu corazón de oscuridad ha salido a la luz. Dime, mientras ella escucha, cuánto la amo”.
Y el demonio dijo: “Si fuera posible, estarías dispuesto a sufrir en todos y cada uno de tus miembros el mismo dolor que sufriste en la cruz antes que perderla”. Entonces el Señor replicó: “Si soy tan misericordioso que no rehúso perdonar a nadie que me lo pida, humildemente pídeme tú mismo misericordia y Yo te la daré”. El demonio le respondió: “¡Eso no lo haré de ninguna manera! En el momento de mi caída se estableció un castigo para cada pecado, para cada pensamiento o palabra indigna. Cada uno de los espíritus que caiga tendrá su castigo. Pero antes que doblar mi rodilla ante ti, me tragaría todos los castigos mientras mi boca se pudiera abrir y cerrar en el castigo y se renovara eternamente para ser castigado de nuevo”.
Entonces, el Señor le dijo a su esposa: “¡Mira qué endurecido está el príncipe del mundo y qué poderoso es contra mí gracias a mi oculta justicia! Ten certeza de que podría destruirlo en un segundo por medio de mi poder, pero no le hago más daño que a un buen ángel del cielo. Cuando llegue su tiempo, y ya se está acercando, lo juzgaré a él y a sus seguidores. Por esto, esposa mía, ¡persevera en las buenas obras! ¡Ámame con todo tu corazón! ¡No temas a nada más que a mí! Pues Yo soy el Señor por encima del demonio y de todo lo que existe”.
Palabras de la Virgen a la esposa, explicándole su dolor en la pasión de Cristo, y sobre cómo el mundo fue vendido por Adán y Eva y recuperado mediante Cristo y su Madre la Virgen.
Capítulo 35
Habló María: “Considera, hija, la pasión de mi Hijo. Sentí como si los miembros de su cuerpo y su corazón fueran los míos. Lo mismo que los otros niños son normalmente gestados en el útero de su madre, igual ocurrió en mí. Sin embargo, Él fue concebido por la ferviente caridad del amor de Dios, mientras que otros son concebidos por la concupiscencia de la carne. Así, su primo Juan dijo rectamente: ‘El Verbo se hizo carne’. Él vino y estuvo en mí por el amor. El verbo y el amor lo crearon en mí. Él fue para mí como mi propio corazón y, por ello, cuando di a luz sentí que la mitad de mi corazón había nacido y salido de mí.
Cuando Él sufría, sentía cómo sufría mi propio corazón. Cuando algo está mitad fuera y mitad dentro, si la parte de fuera es dañada, la parte de adentro siente un dolor parecido. De la misma manera, cuando mi Hijo fue azotado y herido, era como si mi propio corazón estuviera siendo azotado y herido. Yo era la persona más cercana a Él en su pasión, y nunca me separé de Él. Estuve al lado de su cruz y, como quien está más cerca del dolor lo sufre más, así su dolor fue peor para mí que para los demás. Cuando Él me miró desde la cruz y yo lo miré, mis lágrimas brotaron de mis ojos como sangre de las venas.
Cuando Él me vio desbordada de dolor, se sintió tan angustiado por mi dolor que todo el dolor de sus propias heridas se amainó al ver el dolor en mí. Por ello puedo decir que su dolor era mi dolor y que su corazón era mi corazón. Igual que Adán y Eva vendieron el mundo por una sola manzana, puedes decir que mi Hijo y Yo recuperamos el mundo con un solo corazón. Así, hija mía, piensa en cómo estaba yo cuando murió mi Hijo y así no te resultará difícil prescindir del mundo”.
Respuesta del Señor a un ángel que estaba rezando, de que a la esposa se le darían padecimientos en el cuerpo y en el alma, y sobre cómo a las almas más perfectas se les dan mayores molestias.
Capítulo 36
El Señor dijo a un ángel que rezaba por la esposa de su Señor: “Eres como un soldado del Señor, que nunca abandona su puesto por causa del tedio y que nunca aparta sus ojos de la batalla por miedo. Eres tan firme como una montaña y ardes como una llama. Eres tan limpio que no hay mancha en ti. Me pides que tenga misericordia de mi esposa. Aunque conoces y ves todo en mí, dime, mientras ella escucha, ¿qué tipo de misericordia estás pidiendo para ella? Al fin y al cabo la misericordia es triple.
Está la misericordia por la cual el cuerpo es castigado y el alma apartada, como ocurrió con mi siervo Job, cuya carne fue sujeta a todo tipo de dolores, pero cuya alma se salvó. El segundo tipo de misericordia es aquella mediante la cual el cuerpo y el alma son apartados, como fue el caso del rey que vivió con todo tipo de lujos, y no sintió dolor ni en su cuerpo ni en su alma mientras estuvo en el mundo. El tercer tipo de misericordia es la que hace que cuerpo y alma sean castigados, con el resultado de que ambos experimentan angustias en su cuerpo y dolor en su corazón, como es el caso de Pedro, Pablo y otros santos.
Hay tres estados para los seres humanos en el mundo. El primer estado es el de aquellos que caen en pecado y se levantan de nuevo. Algunas veces permito que estas personas experimenten angustia en su cuerpo para que se salven. El segundo estado es el de aquellos que viven siempre con el objetivo de pecar siempre. Todos sus deseos se dirigen al mundo. Si hacen algo por mí, muy de cuando en cuando, lo hacen con la esperanza de conseguir beneficios temporales de engrandecimiento y prosperidad.
A estas personas no se les dan muchos dolores de cuerpo ni de corazón. Les dejo que sigan con su poder y deseos, porque ellos recibirán aquí su recompensa hasta por el mínimo bien que hayan hecho por mí, pues les espera un castigo eterno, tanto como eterna es su voluntad de pecar. El tercer estado es el de aquellos que tienen más miedo de pecar contra mí y de contrariar mi voluntad que del castigo en sí. Antes elegirían el insoportable castigo eterno que provocar conscientemente mi enojo. A estas personas se les dan tribulaciones en el cuerpo y en el corazón, como es el caso de Pedro, de Pablo, y de otros santos, de forma que corrijan sus transgresiones en este mundo. También son castigados durante cierto tiempo para merecer una gloria mayor o como ejemplo para otros. He explicado esta triple misericordia a tres personas de este reino cuyos nombres tú conoces.
Así pues, ángel y siervo mío, ¿qué tipo de misericordia pides para mi esposa?” Y él dijo: “Misericordia de cuerpo y alma, para que ella pueda enmendar sus transgresiones en este mundo y ninguno de sus pecados se someta a tu juicio”. El Señor respondió: “¡Hágase según tu voluntad!”. Entonces, se dirigió a la esposa: “Eres mía y haré contigo lo que yo quiera. ¡No ames a nada más que a mí! Purifícate constantemente del pecado en todo momento, según el consejo de aquellos a quienes te he encomendado. ¡No ocultes ningún pecado!
No dejes que quede nada sin examinar ¡No pienses que ningún pecado es leve o sin importancia! Cualquier cosa que pases por alto Yo te la recordaré y juzgaré. Ningún pecado tuyo será juzgado por mí si ha sido expiado en esta vida mediante tu penitencia. Aquellos pecados por los cuales no se haya hecho penitencia serán purgados, bien en el purgatorio o por medio de alguno de mis juicios secretos, si aún no se ha reparado aquí en la tierra”.
Palabras de la Madre a la esposa describiendo la excelencia de su Hijo; sobre cómo Cristo es ahora crucificado más duramente por sus enemigos, los malos cristianos, que por los judíos, y sobre cómo, en consecuencia, esas personas recibirán un castigo más duro y amargo.
Capítulo 37
La Madre dijo: “Mi Hijo tuvo tres bondades. La primera fue que nadie tuvo jamás un cuerpo tan refinado como Él, al tener Él dos naturalezas perfectas, una divina y otra humana. Él fue tan puro que, igual que no se puede encontrar ni una mota en un ojo cristalino, ni una sola deformidad podía hallarse en su cuerpo. La segunda bondad fue que Él nunca pecó. Otros niños, a veces, cargan con los pecados de sus padres, además de los suyos propios. Este niño, que nunca pecó, cargó con los pecados de todos. La tercera bondad fue que, mientras que algunas personas mueren por Dios y por una mayor recompensa, Él murió tanto por sus enemigos como por mí y sus amigos.
Cuando sus enemigos lo crucificaron, le hicieron cuatro cosas. En primer lugar, lo coronaron de espinas. En segundo lugar, clavaron sus manos y pies. Tercero, le dieron hiel para beber y, cuarto, traspasaron su costado. Pero mi dolor es que sus enemigos, que ahora están en el mundo, crucifican a mi Hijo más duramente de lo que lo hicieron los judíos. Aunque podrías decir que Él no puede sufrir y morir ahora, aún lo crucifican a través de sus vicios. Un hombre puede lanzar insultos e injurias sobre la imagen de un enemigo suyo y, aunque la imagen no sintiera el daño, el perpetrador sería acusado y sentenciado por su maliciosa intención de injuriar.
Igualmente, los vicios por los que crucifican a mi Hijo, en un sentido espiritual, son más abominables y más serios para Él que los vicios de quienes lo crucificaron en el cuerpo. Pero puedes preguntar ‘¿Cómo lo crucifican?’ Bien, primero lo colocan sobre la cruz que han preparado para Él. Esto es, cuando no tienen en cuenta los preceptos de su Creador y Señor. Después lo deshonran cuando Él les advierte, a través de sus siervos, que han de servirle, y ellos desoyen las advertencias y hacen lo que les apetece. Crucifican su mano derecha confundiendo justicia e injusticia al decir: ‘El pecado no es tan grave ni odioso para Dios como se dice, ni Dios castiga a nadie para siempre sino que sus amenazas son para asustarnos.
¿Por qué habría de redimirnos si quisiera que muriésemos?’ Ellos no consideran que hasta el más mínimo pecado, en el que una persona se deleite, es suficiente para entregarle a él o a ella al castigo eterno. Puesto que Dios no deja ni que el más mínimo de los pecados quede sin castigo, ni el mínimo bien sin recompensa, ellos serán castigados siempre que mantengan la intención constante de pecar y mi Hijo, que ve sus corazones, cuenta eso como un acto. Pues si mi Hijo se lo permitiera, ellos obrarían según sus intenciones.
Crucifican su mano izquierda convirtiendo la virtud en vicio. Quieren continuar pecando hasta el fin, diciendo: ‘Si, al final, una vez, decimos “¡Dios, ten misericordia de mí!”, la misericordia de Dios es tan grande que el nos perdonará’. El querer pecar sin enmendarse, querer la recompensa sin luchar por ella, no es virtud, a menos que haya algo de contrición en su corazón o a menos que la persona desee realmente enmendar su camino, siempre que no se lo impida una enfermedad o cualquier otra condición.
Crucifican sus pies complaciéndose en el pecado, sin pensar ni una sola vez en el amarguísimo castigo de mi Hijo, ni darle las gracias de corazón, diciendo: ‘¡Señor, qué amargamente has sufrido! ¡Alabado seas por tu muerte!’ Tales palabras nunca sale de sus labios. Lo coronan con una corona de irrisión al burlarse de sus siervos y considerar inútil su servicio. Le dan hiel a beber cuando se regodean y complacen en pecar. Nunca sienten en el corazón lo serio y múltiple que es el pecado. Le traspasan el costado cuando tienen la intención de perseverar en el pecado.
Te digo en verdad, y se lo puedes decir a mis amigos, que para mi Hijo esas personas son más injustas que aquellos que lo sentenciaron, peores enemigos que aquellos que lo crucificaron, más faltos de vergüenza que quienes lo vendieron. A ellos les espera mayor castigo que a los otros. De hecho, Pilatos supo muy bien que mi Hijo no había pecado y que no merecía la muerte. Sin embargo, por temor a perder el poder temporalmente y por la insistencia de los judíos, aún reacio, tuvo que sentenciar a muerte a mi Hijo. ¿Qué temerían estas personas si lo sirvieran? ¿O qué honor o privilegio perderían si lo honrasen?
Ellos recibirán, pues, una más dura sentencia, por ser peores que Pilatos en la consideración de mi Hijo. Pilatos lo sentenció por temor, sometiéndose a la petición e intenciones de otros. Estas personas lo sentencian por su propio beneficio y sin temor alguno, deshonrándolo por el pecado del que podrían abstenerse, si así lo quisieran. Pero ellos no se abstienen de pecar ni se avergüenzan de haber cometido pecados, pues no toman en consideración que no merecen ni la mínima consideración de aquél a quien ellos no sirven. Son peores que Judas, pues Judas, después de haber traicionado al Señor, reconoció que Jesús era el mismo Dios y que él había pecado gravemente contra Él.
Se desesperó, sin embargo, y se precipitó hasta el infierno, pensando que ya no merecía vivir. Pero estas personas reconocen su pecado y, aún así, perseveran en él sin arrepentimiento en sus corazones. Más bien, desean arrebatarle a Dios el reino de los cielos por una especie de fuerza y violencia, creyendo que lo pueden conseguir, no por sus hechos sino por una vana esperanza, vana porque no se le dará a nadie más que a los que trabajan y hacen algún sacrificio para el Señor. Son peores que los que lo crucificaron. Cuando vieron las buenas obras de mi Hijo, como la resurrección de la muerte o la curación de leprosos, pensaron en sus adentros: ‘Este obra maravillas inauditas e inusitadas, superando a todos a voluntad con sólo una palabra, conociendo nuestros pensamientos, haciendo todo lo que desea.
Si continúa así, tendremos que someternos a su poder y hacernos siervos suyos’. Por ello, en lugar de someterse Él, lo crucifican con su envidia. Pero si supieran que Él es el Rey de la Gloria nunca lo habrían crucificado. Por otro lado, estas personas ven cada día sus grandes obras y milagros y se aprovechan de su bondad. Escuchan cómo tienen que servirlo y se acercan a Él, pero en sus adentros piensan: ‘Sería duro e insoportable renunciar a nuestros bienes temporales para hacer su voluntad y no la nuestra’ Por ello, desprecian la voluntad de Él, colocan por encima sus deseos egoístas y crucifican a mi Hijo por su terquedad, acumulando pecado sobre pecado contra su propia conciencia.
Son peores que sus verdugos, pues los judíos actuaron por envidia y porque no sabían que Él era Dios. Estos, sin embargo, saben que es Dios y, por maldad, por presunción y codicia, lo crucifican en un sentido espiritual más duramente que los que crucificaron físicamente su cuerpo, pues estas personas ya han sido redimidas y aquellos aún no lo eran. ¡Así pues, esposa, obedece y teme a mi Hijo, pues todo lo que tiene de misericordioso lo tiene también de justo!”
Agradable diálogo de Dios Padre con el Hijo; sobre cómo el Padre le dio al Hijo una nueva esposa; acerca de cómo el Hijo la tomó gustosamente para sí y cómo el Esposo enseña a la esposa sobre la paciencia y la simplicidad mediante una parábola.
Capítulo 38
El Padre le dijo al Hijo: “Acudí con amor a la Virgen y recibí de Ella tu verdadero cuerpo. Tú, por tanto, estás en mí y Yo en ti. Igual que el fuego y el calor nunca están separados, así de imposible es separar tus naturalezas divina y humana”. El Hijo respondió: “¡Gloria y honor para ti, Padre! ¡Hágase tu voluntad en mí y la mía en ti!” El Padre, por su parte, agregó: “Mira, Hijo mío, te confío esta nueva esposa como un cordero que ha de ser guiado y alimentado. Como un pastor, entonces, has de procurarle queso para comer, leche para beber y lana para vestir. En cuanto a ti, esposa, tienes que obedecerle. Tienes tres deberes: has de ser paciente, obediente y alegre”.
Entonces, el Hijo le dijo el Padre: “Tu voluntad viene con poder, tu poder con humildad, tu humildad con sabiduría, tu sabiduría con misericordia ¡Que tu voluntad, que es y siempre será sin principio ni fin, se haga en mí! A ella le abriré las puertas de mi amor, en tu poder y en la guía del Espíritu Santo, al ser nosotros no tres dioses sino un solo Dios”. Entonces, el Hijo le dijo a su esposa: “Has oído cómo el Padre te ha confiado a mí como un cordero. Por ello, has de ser simple y paciente como un cordero y producir alimento y vestido.
Hay tres grupos de personas en el mundo. El primero está completamente desnudo, el segundo sediento y el tercero hambriento. Los primeros equivalen a la fe de mi Iglesia, que está desnuda porque todos se avergüenzan de hablar sobre la fe y mis mandamientos. Y si alguien habla, se le desprecia y se le llama mentiroso. Mis palabras, procedentes de mi boca, han de vestir esta fe como la lana. Igual que la lana crece en el cuerpo de la oveja mediante el calor, así mis palabras han de entrar en tu corazón a través del calor de mis naturalezas divina y humana. Ellas vestirán mi santa fe en, el testimonio de verdad y sabiduría, y demostrarán que lo que ahora se considera insignificante es verdadero. Como resultado, las personas que hasta ahora han sido tibias sobre el vestir su fe en obras de amor se convertirán cuando oigan mis palabras de amor y serán reencendidas para hablar con fe y actuar con coraje.
El segundo grupo equivale a aquellos amigos míos que poseen un sediento deseo de ver mi honor repuesto y se apenan cuando soy deshonrado. La dulzura que sienten con mis palabras los embriagará con un mayor amor por mí y, junto a ellos, otros, que ahora están muertos, se reencenderán en mi amor, cuando oigan sobre la misericordia que he demostrado con los pecadores. El tercer grupo de personas son aquellos que, en su corazón, piensan así: ‘Si al menos supiéramos –dicen—la voluntad de Dios y de qué manera hemos de vivir y si al menos se nos enseñara la forma correcta de vivir, con mucho gusto haríamos lo que pudiéramos’. Estas personas están hambrientas de conocer mi camino, pero nadie los satisface, pues nadie les muestra exactamente lo que han de hacer. Aún si alguien se lo muestra, nadie vive de acuerdo a ello. Por tanto, las palabras parecen estar como muertas para ellos, pues nadie vive de acuerdo a ellas. Por eso, Yo directamente les mostraré lo que han de hacer y los colmaré de mi dulzura.
Las cosas temporales, que parecen las más ansiadas por todos ahora, no pueden satisfacer a la naturaleza humana sino más bien avivar el deseo de buscar más y más cosas. Mis palabras y mi amor, sin embargo, satisfacen a los hombres y los colman de abundante consolación. Por eso tú, esposa mía, que eres una de mis ovejas, cuídate de mantener la paciencia y la obediencia. Eres mía por derecho y, por ello, has de seguir mi voluntad. Una persona que desea seguir la voluntad de otro hace tres cosas: primero, tiene el mismo pensamiento que el otro; segundo, actúa de forma similar; tercero, se mantiene alejada de los enemigos del otro. ¿Quiénes son mis enemigos sino el orgullo y cada uno de los pecados? Por ello, mantente alejada de ellos si deseas seguir mi voluntad”.
Sobre cómo la fe, la esperanza y la caridad se hallaron perfectamente en Cristo en el momento de su muerte y deficientemente en nosotros.
Capítulo 39
Yo tuve tres virtudes en mi muerte. Primero, fe, cuando doblé mis rodillas y recé, sabiendo que el padre podía librarme de mi sufrimiento. Segundo, esperanza, cuando perseveré resueltamente diciendo: ‘No se haga mi voluntad’. Tercero, caridad, cuando dije: ‘¡Hágase tu voluntad!’ También padecí agonía física debido al temor natural a sufrir, y un sudor de sangre emanó de mi cuerpo. Por ello, para que mis amigos no teman ser abandonados cuando les llegue el momento de la prueba, Yo les demostré en mí que la débil carne siempre trata de escapar del dolor. Podrías preguntar, quizá, cómo fue que mi cuerpo segregó un sudor de sangre.
Bien, de la misma forma en que la sangre de una persona enferme se reseca y se consume en sus venas, mi sangre se consumió por la angustia natural de la muerte. Queriendo mostrar la manera en la que el Cielo se abriría y cómo las personas podrían entrar en él después de su exilio, el Padre amorosamente me entregó a mi pasión para que mi cuerpo fuera glorificado una vez que la pasión se hubiera consumado. Porque mi naturaleza humana no podía simplemente entrar en su gloria sin sufrir, pese a que Yo fui capaz de hacerlo mediante el poder de mi naturaleza divina.