Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida», sayfa 7
¿Por qué, entonces, las personas con poca fe, vanas esperanzas y sin amor merecerían entrar en mi gloria? Si tuvieran fe en el gozo eterno y en el terrible castigo, no desearían nada más que a mí. Si ellos realmente creyeran que yo veo todas las cosas y tengo poder sobre todas las cosas, y que Yo exijo un juicio para cada uno, el mundo les resultaría repugnante, y no osarían pecar en mi presencia, por temor a mí y no a la opinión humana. Si tuvieran una firme esperanza, todo su pensamiento y entendimiento se dirigiría hacia mí. Si tuvieran amor divino, sus mentes pensarían al menos sobre lo que hice por ellos, los esfuerzos que hice al predicar, el dolor que padecí en mi pasión, el gran amor que tuve al morir, tanto que preferí morir antes que perderlos.
Pero su fe es débil y vacilante, apuntando a una caída fulminante, porque están dispuestos a creer cuando están ausentes los impulsos de la tentación, pero pierden confianza cuando se topan con la adversidad. Su esperanza es vana, porque esperan que su pecado sea perdonado sin un juicio y sin una correcta sentencia. Confían en que pueden conseguir el Reino de los Cielos gratuitamente. Desean recibir mi misericordia sin la moderación de la justicia. Su amor hacia mí es frío, pues nunca se ponen a buscarme ardientemente a menos que se sientan forzados por la tribulación.
¿Cómo me voy a compadecer de las personas que ni sostienen una fe recta ni una firme esperanza ni una ferviente caridad hacia mí? Por ello, cuando me imploren y digan ‘¡Señor, ten piedad de mí!’ no merecerán ser oídos ni entrar en mi gloria. Si no quieren acompañar a su Señor en el sufrimiento no lo acompañarán en la gloria. Ningún soldado puede complacer a su señor y ser bien recibido de nuevo después de un desliz, a menos que primero se humille para reparar su ofensa.
Palabras en las que el Creador plantea tres preguntas de Gracia a su esposa: la primera sobre la servidumbre del marido y la dominación de la mujer; la segunda sobre el trabajo del esposo y el gasto de la esposa; la tercera sobre el Señor despreciado y el sirviente ensalzado.
Capítulo 40
Yo soy tu Creador y Señor. Respóndeme a tres preguntas que te voy a plantear. ¿Cuál es la situación en una casa en la que la esposa está vestida como una gran señora y el esposo como un sirviente? ¿Es eso correcto? Ella respondió interiormente en su conciencia: “No, mi Señor, eso no está bien” Y el Señor dijo: “Yo soy el Señor de todas las cosas y el Rey de los ángeles. Yo he vestido a mi servidor, es decir, a mi naturaleza humana, tan solo con vistas a la utilidad y a la necesidad. No he deseado nada del mundo, aparte del somero alimento y vestido. Tú, sin embargo, que eres mi esposa, quieres igualarte a una gran señora, con riquezas y honores, ser ensalzada. ¿Cuál es el beneficio de todo ello? Todas las cosas son vanidad y todas las cosas tienen que ser abandonadas. La humanidad no ha sido creada para esa frivolidad sino para poseer lo que necesita la naturaleza.
El orgullo ha inventado lo superfluo, que ahora se mantiene y se desea como lo normal. En segundo lugar, dime, ¿es correcto que el marido trabaje desde la mañana hasta la noche mientras su mujer se gasta en una hora todo lo que él ha conseguido con su esfuerzo? Ella contestó: “No es correcto. Al contrario, la esposa debe vivir y actuar siguiendo la voluntad de su esposo”. Y el Señor dijo: “He obrado como el hombre que trabaja de la mañana a la noche. He trabajado desde mi juventud hasta el momento de mi sufrimiento, mostrando el camino hacia el Cielo, predicando y poniendo en práctica lo que predicaba.
La esposa, o sea, el alma humana, que debería ser como mi mujer, se gasta todo mi salario en vivir lujosamente. Como resultado, de nada de lo que he hecho se puede beneficiar, ni encuentro en ella virtud alguna en la que recrearme. Tercero, dime, ¿no es erróneo y detestable para el señor del hogar ser despreciado y para el sirviente ser ensalzado? Y ella dijo: “Sí, así es, bien cierto”. El Señor dijo: “Yo soy el Señor de todas las cosas. Mi hogar es el mundo. Todos los miembros de la humanidad deberían estar a mi servicio. Sin embargo, Yo, el Señor, ahora soy despreciado en el mundo, mientras que la humanidad es ensalzada. Por lo tanto, tú, a quien Yo he elegido, cuídate de cumplir mi voluntad, porque ¡todo en el mundo no es más que una brisa marina y un falso sueño!”.
Palabras del Creador, en presencia de la Corte Celestial y de su esposa, en las que se queja de los cinco hombres que representan al papa y a sus clérigos, los laicos corruptos, los judíos y los paganos. También sobre la ayuda enviada a sus amigos, que representan a toda la humanidad y sobre la dura condena de sus enemigos.
Capítulo 41
Yo soy el Creador de todas las cosas. Nací del Padre antes de que existiera Lucifer. Existo inseparablemente en el Padre y el Padre en mí y hay un Espíritu en ambos. Por consiguiente, hay un Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo—y no tres dioses. Yo soy el que le hizo la promesa de la herencia eterna a Abraham y conduje a mi pueblo fuera de Egipto a través de Moisés. Yo soy el que habló a través de los profetas. El padre me puso en el vientre de la Virgen, sin separarse de mí, permaneciendo conmigo inseparablemente para que la humanidad, que ha abandonado a Dios, pueda retornar a Dios a través de mi amor.
Ahora, sin embargo, en vuestra presencia, Corte Celestial, pese a que veis y sabéis todo de mi, por el bien del conocimiento y la instrucción de esta desposada mía, que no puede percibir lo espiritual sino es por medio de lo físico, yo declaro mi pesar ante vosotros en relación de los cinco hombres aquí presentes, por ser ellos ofensivos para mí de muchas maneras.
De la misma forma que yo, en una ocasión, incluí a todo el pueblo israelita en el nombre de Israel en la Ley, ahora mediante estos cinco hombres me refiero a todos en el mundo. El primer hombre representa al líder de la Iglesia y sus sacerdotes; el segundo, a los laicos corruptos, el tercero a los judíos, el cuarto a los paganos y el quinto a mis amigos. En lo que a ti respecta, judío, he hecho una excepción con todos los judíos que son cristianos en secreto y que me sirven en caridad sincera, conforme a la fe y en sus trabajos perfectos en secreto. En relación a ti, pagano, he hecho una excepción con todos aquellos que con gusto caminarían por la senda de mis mandamientos si tan solo supieran cómo y si fueran instruidos, los que tratan de poner en práctica todo lo que pueden y de lo que son capaces. Éstos, no serán de ninguna manera sentenciados con vosotros.
Ahora declaro mi disgusto contigo, cabeza de mi Iglesia, tú que te sientas en mi asiento. Le concedí este asiento a Pedro y a sus sucesores para que se sentaran con una triple dignidad y autoridad: primero, para que pudieran tener el poder de atar y desatar a las almas del pecado; segundo, para que pudieran abrirle el Cielo a los penitentes; tercero, para que cerraran el Cielo a los condenados y a aquellos que me desprecian. Pero tú, que deberías estar absolviendo almas y presentándomelas, eres realmente un asesino de almas. Designé a Pedro como el pastor y el sirviente de mis ovejas, pero tú las disipas y las hieres, eres peor que Lucifer.
Él tenía envidia de mí y no persiguió matar a nadie más que a mí, de forma que pudiera él gobernar en mi lugar. Pero tú eres lo peor en que, no sólo me matas al apartarme de ti por tu mal trabajo sino que, también, matas a las almas debido a tu mal ejemplo. Yo redimí almas con mi sangre y te las encomendé como a un amigo fiable. Pero tú se las devuelvas al enemigo del que yo las redimí. Eres más injusto que Pilatos. Él tan sólo me condenó a muerte. Pero tú no sólo me condenas como si yo fuese un pobre hombre indigno, sino que también condenas a las almas de mis elegidos y dejas libres a los culpables. Mereces menos misericordia que Judas. Él tan solo me vendió. Pero tú, no solo me vendes a mí, sino que también vendes a las almas de mis elegidos en base a tu propio provecho y vana reputación. Tú eres más abominable que los judíos. Ellos tan sólo crucificaron mi cuerpo, pero tú crucificaste y castigaste a las almas de mis elegidos para quienes tu maldad y trasgresión son más afiladas que una espada.
Así, puesto que eres como Lucifer, más injusto que Pilatos, menos digno de misericordia que Judas y más abominable que los judíos, mi enfado contigo está justificado. El Señor dijo al segundo hombre, es decir, al que representa a los laicos: “Yo creé todas las cosas para tu uso. Tú me diste tu consentimiento a mí y Yo a ti. Tú me prometiste tu fe y me juraste que me servirías. Ahora, sin embargo, te has apartado de mí como alguien que no conoce a Dios. Te refieres a mis palabras como mentiras y a mis trabajos como carentes de sentido. Tú dices que mi voluntad y mis mandamientos son muy duros. Has violado la fe que prometiste. Has roto tu juramento y has abandonado mi Nombre.
Te has disociado a ti mismo de la compañía de mis santos y te has integrado en la compañía de los demonios, haciéndote socio suyo. Tú no crees que ninguno merezca alabanza y honor salvo tú mismo. Consideras difícil todo lo que tiene que ver conmigo y lo que estás obligado a hacer por mí, mientras que las cosas que te gusta hacer son fáciles para ti. Es por esto que mi enfado contigo está justificado, porque tú has quebrado la fe que me prometiste en el bautismo y en adelante. Encima, me acusas de mentir sobre el amor que te he mostrado de palabra y de hecho. Dices que yo era un loco por sufrir”.
Al tercer hombre, es decir al representante de los judíos, le dijo: “Yo comencé mi amoroso idilio contigo. Te elegí como mi pueblo, te libré de la esclavitud, te di Mi Ley, te conduje hasta la Tierra que les había prometido a tus padres y te envié profetas que te consolaran. Después, elegí una Virgen de entre vosotros y tomé de ella naturaleza humana. Mi disgusto contigo es que aún rehúsas creer en mí, diciendo: “Cristo no ha venido todavía sino que tiene que venir”.
El Señor dijo al cuarto hombre, es decir a los paganos: “Yo te creé y te redimí para que fueras cristiano. Hice contigo todo el bien. Pero tú eres como alguien que está fuera de sus sentidos, porque no sabes lo que haces. Eres como un ciego, porque no sabes hacia dónde te diriges. Adoras a las criaturas en lugar de al Creador, a la falsedad en lugar de a la verdad. Te arrodillas ante las cosas que son inferiores a ti. Esta es la causa de mi disgusto en relación a ti”. Al quinto hombre le dijo: “¡Acércate más, amigo!” Y se dirigió directamente a la Corte Celestial: “Queridos amigos, este amigo mío representa a mis muchos amigos. Él es como un hombre cercado entre los corruptos y mantenido en un duro cautiverio. Cuando dice la verdad le arrojan piedras en la boca. Cuando hace algo bueno, le clavan una lanza en el pecho. ¡Ay, mis amigos y santos! ¿Cómo puedo soportar a esas personas y cuánto tiempo me mantendré con semejante desprecio?”.
San Juan Bautista respondió: “Eres como un espejo inmaculado. Vemos y sabemos todas las cosas en ti como en un espejo, sin necesidad de palabras. Eres la dulzura incomparable en la que saboreamos todo lo bueno. Eres como la más afilada de las espadas y un Juez justo”. El Señor le respondió: “Amigo mío, lo que has dicho es cierto. Mis elegidos ven toda la bondad y justicia en mí. Aún los espíritus diabólicos lo hacen, aunque no en la luz sino en su propia conciencia. Como un hombre en prisión, que se aprendió las letras y aún las conoce cuando se encuentra en la oscuridad y no las ve, los demonios, pese a que no ven mi justicia a la luz de mi claridad, aún así, conocen y ven en su conciencia. Yo soy como una espada que corta en dos. Le doy a cada persona lo que él o ella merecen. Entonces, el Señor agregó, hablando al Bienaventurado Pedro: “Tú eres el fundador de la fe y de mi Iglesia. Mientras lo escucha mi Ejército, ¡declara la sentencia de estos cinco hombres!”.
Pedro contestó: “¡Gloria y honor para Ti, Señor, por el amor que has demostrado a la tierra! ¡Que toda tu Corte te bendiga, porque Tú nos haces ver y saber en Ti todo lo que es y lo que será! Vemos y sabemos todo en Ti. Es verdaderamente justo que el primer hombre, el que se sienta en tu asiento mientras que realiza los hechos de Lucifer, vergonzosamente deba renunciar a ese asiento en el que presumió sentarse y compartir el castigo de Lucifer. La sentencia del segundo hombre es que aquél que haya abandonado la fe debe descender al infierno con la cabeza abajo y los pies arriba, por haberte despreciado a Ti, que deberías ser su cabeza y por haberse amado a sí mismo.
La sentencia del tercero es que no verá Tu rostro y será condenado por su perversidad y avaricia, puesto que los que no creen no merecen contemplar la visión de Ti. La sentencia del cuarto es que debería ser encerrado y confinado en la oscuridad, como un hombre fuera de sus sentidos. La sentencia del quinto es que deberá serle enviada ayuda” Cuando el Señor oyó esto, respondió: “Prometo por Dios, el Padre, cuya voz oyó Juan el Bautista en el Jordán, que haré justicia a éstos cinco”.
Después, el Señor continuó, diciendo al primero de los cinco hombres: “La espada de mi severidad atravesará tu cuerpo, entrando desde lo alto de tu cabeza y penetrando tan profunda y firmemente que nunca podrá ser sacada. Tu asiento se hundirá como una piedra pesada y no cesará hasta que alcance la parte más baja de las profundidades. Tus dedos, es decir, tus consejeros, arderán en un fuego sulfuroso e inextinguible.
Tus brazos, es decir, tus vicarios, que debieran de haber conseguido el beneficio de las almas, pero que en su lugar consiguieron provechos mundanos y honores, serán sentenciados al castigo del que habla David: ‘Que sus hijos queden huérfanos y su mujer viuda, que los extraños le arrebaten su propiedad’. ¿Qué significa ‘su mujer’ sino el alma que ha sido separada de la gloria del Cielo y que quedará viuda de Dios? ‘Sus hijos’, es decir, las virtudes que aparentaron poseer y mi gente sencilla, aquellos que se les sometieron, serán apartados de ellos. Su rango y propiedad caerá en manos de otros, y ellos heredarán la eterna vergüenza en lugar de su rango privilegiado.
Sus mitras se hundirán en el barro del infierno y ellos mismos nunca se levantarán de él. Por ello, lo mismo que el honor y el orgullo que alcanzaron sobre otros aquí en la tierra, se hundirán en el infierno tan profundamente, más que los demás, que les será imposible levantarse. Sus extremidades, o sea, todos los sacerdotes aduladores que les secunden, serán separados de ellos y aislados, igual que una pared que se derrumba, en la que no quedará piedra sobre piedra y el cemento ya no se adherirá a las piedras. La misericordia nunca les llegará, porque mi amor nunca les calentará ni les repondrá en la eterna Mansión Celestial. En su lugar, despojados de todo bien, serán eternamente atormentados junto a sus líderes.
Al segundo hombre, Yo le digo: Dado que tú no quieres mantenerte en la fe que me prometiste ni manifestar amor hacia mí, te enviaré un animal que procederá del torrente impetuoso para devorarte. Y, lo mismo que un torrente siempre corre hacia abajo, así el animal te llevará a las partes más bajas del infierno. Tan imposible como es para ti viajar corriente arriba contra un torrente impetuoso, igual de difícil será para ti ascender desde el infierno.
Al tercer hombre, le digo: ‘Ya que tú, judío, no quieres creer que Yo ya he venido, por ello, cuando vuelva para el segundo juicio, no me verás en mi gloria sino en tu conciencia, y comprobarás que todo lo que te dije era verdad. Entonces ahí quedará que seas castigado como mereces’. Al cuarto hombre, le digo: ‘Como no te has ocupado de creer ni has querido saber, tu propia oscuridad será tu luz y tu corazón será iluminado para que comprendas que mis juicios son verdaderos pero, sin embargo, tú no alcanzarás la luz’.
Al quinto hombre, le digo: ‘Haré tres cosas por ti. Primero, te llenaré internamente de mi calor. Segundo, haré que tu boca sea más fuerte y más firme que cualquier piedra, de modo que las piedras que te arrojen serán rebotadas. Tercero, te armaré con mis armas, de forma que ninguna lanza te dañará sino que todo cederá ante ti como la cera frente al fuego.
Por tanto, ¡hazte fuerte y resiste como un hombre! Como un soldado que, en la guerra, espera la ayuda de su Señor y lucha mientras le quedan fluidos de vida, así también tú, ¡mantente firme y lucha! El Señor, tu Dios, aquél a quien nadie puede resistir, te ayudará. Y, como vosotros sois pocos en número, os daré honor y os convertiré en muchos. Mirad, amigos míos, veis estas cosas y las reconocéis en Mí y, por ello, se mantienen ante mí’. Las palabras que ahora he pronunciado se cumplirán. Aquellos hombres nunca entrarán en mi Reino mientras yo sea el Rey, a menos que enmienden sus caminos. Porque el Cielo no será sino para aquellos que se humillan a sí mismos y hacen penitencia”. Entonces, toda la corte respondió: “¡Gloria a Ti, Señor Dios, que no tienes principio ni fin!”.
Palabras de la Virgen aconsejando a la esposa cómo tiene que amar a su Hijo sobre todas las cosas, y sobre cómo cada virtud y gracia está contenida en la Virgen gloriosa.
Capítulo 42
La Madre habló: “Yo tenía tres virtudes por las cuales agradé a mi Hijo. Tenía tanta humildad que ninguna criatura, ni ángel ni ser humano, era más humilde que yo. En segundo lugar, yo tenía obediencia, por la cual me esforcé en obedecer a mi Hijo en todas las cosas. En tercer lugar, tenía una gran caridad. Por esta razón he recibido un triple honor de mi Hijo. Primero, se me dio más honor que a los ángeles y los hombres, de forma que no hay virtud en Dios que no irradie de mí, pese a que Él es la fuente y el Creador de todas las cosas. Pero yo soy la criatura a la que Él ha garantizado la Gracia principal en comparación con las demás.
Segundo, en razón de mi obediencia he adquirido tal poder que no hay pecador, por manchado que esté, que no reciba el perdón si se vuelve a mí con propósito de enmienda y corazón contrito. Tercero, en razón de mi caridad, Dios se ha acercado tanto a mí que cualquiera que vea a Dios me ve a mí, y cualquiera que me vea puede ver la naturaleza divina y humana en mí y a mí en Dios, como si fuera un espejo. Porque quien vea a Dios ve tres personas en Él, y quien me vea a mí me ve como si fuera tres personas. Porque Dios me ha asido en alma y cuerpo a Sí Mismo y me ha colmado de toda virtud, de manera que no hay virtud en Dios que no brille en mí, pese a que Dios es el Padre y el dador de todas las virtudes. Como si se tratara de dos cuerpos conjuntados --uno recibe lo que recibe el otro—así ha hecho Dios conmigo. No existe dulzura que no esté en mí.
Es como alguien que tiene una nuez y comparte un trozo con otra persona. Mi alma y cuerpo son más puros que el sol y más limpios que un espejo. Por ello, igual que las Tres Personas se verían en un espejo si se situaran frente a él, así el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo pueden verse en mi pureza. Una vez tuve a mi Hijo en el vientre junto a su Naturaleza Divina. Ahora Él ha de verse en mí con sus dos naturalezas, Divina y Humana, como en un espejo, porque yo he sido glorificada. Por ello, esposa de mi Hijo, procura imitar mi humildad y no ames a nada más que a mi Hijo”.
Palabras del Hijo a la esposa sobre cómo las personas se elevan de un pequeño bien al bien perfecto y se hunden de un pequeño mal al mayor castigo.
Capítulo 43
El Hijo dijo: “A veces surge un gran beneficio a partir de un pequeño bien. La palmera posee un olor maravilloso y dentro de su fruto, el dátil, hay como una piedra. Si esta semilla se planta en un suelo fértil, brotará y florecerá, creciendo hasta convertirse en un altísimo árbol. Pero si se planta en suelo estéril, se secará. El suelo que se deleita en el pecado es absolutamente estéril, carente de beneficios. Si se siembra ahí la semilla de las virtudes no podrá brotar. Rico es el suelo de la mente que conoce su pecado y se lamenta de haberlo cometido. Si la ‘piedra’ del dátil, o sea, el pensamiento de mi severo juicio y poder, se siembra ahí, echará tres raíces en la mente.
La primera raíz es el darse cuenta de que una persona no puede hacer nada sin mi ayuda. Esto le hará abrir la boca en acción de pedirme. La segunda raíz es comenzar a encomendarme a algunas almas pequeñas por el bien de mi Nombre. La tercera raíz es retirarse de los propios asuntos para servirme. La persona, entonces, empieza a practicar la abstinencia, el ayuno y la negación de sí misma: este es el tronco del árbol. Después, van creciendo las ramas de la caridad a medida que uno conduce hacia el bien a todos los que puede. Posteriormente, crece el fruto cuando instruye a otros según su conocimiento y, piadosamente, trata de hallar maneras de darme una mayor gloria. Este tipo de fruto es el más placentero para mí. De esta forma, a partir de un pequeño comienzo uno se eleva hasta la perfección. Mientras que la semilla forma raíz al principio mediante la piedad, el cuerpo crece por medio de la abstinencia, las ramas se multiplican por mediación de la caridad y el fruto crece a través de la predicación.
De igual manera, una persona se hunde a partir de un ligero mal hacia la máxima condena y castigo. ¿Sabes cuál es la carga más pesada que impide que las cosas crezcan? Con certeza es la carga de un niño que está a punto de nacer, pero que no puede salir y muere en el vientre de la madre, y a la madre se le hace una hernia de la que muere, y el padre la lleva a la tumba, con el niño dentro, y la entierra con la materia putrefacta. Esto es lo que hace el demonio con el alma. El alma inmoral es como la esposa del demonio que se somete a su voluntad en todo. Ella concibe al hijo por el demonio, al obtener placer en el pecado y regocijarse en él. Igual que una madre concibe y engendra el fruto mediante una pequeña semilla que es casi insignificante, igualmente, deleitándose en el pecado, el alma da mucho fruto al demonio.
Posteriormente la fuerza y los miembros del cuerpo se van formando a medida que se añade pecado sobre pecado y aumenta cada día. La madre se hincha con el aumento de los pecados. Quiere dar a luz pero no puede porque su naturaleza se ha consumido con el pecado y se ha cansado de la vida. Ella hubiera preferido continuar pecando, pero no puede, y Dios no se lo permite. Entonces el miedo se hace presente porque ella no puede realizar su deseo. La fuerza y la alegría se le acaban y se ve rodeada de preocupaciones y pesares. Entonces su vientre revienta y ella pierde la esperanza de hacer el bien. Muere mientras blasfema y reniega de la justicia divina. Y, así, es conducida por el padre, el demonio hacia el sepulcro del infierno, donde ella queda enterrada para siempre con la podredumbre de su pecado y con el hijo de su depravado deleite. Ves así cómo un pecado, pequeño al principio, llega a aumentar y crecer hasta la condenación”.
Palabras del Creador a la esposa sobre cómo Él es ahora despreciado y ultrajado por personas que no prestan atención a lo que hizo por amor, al aconsejarles mediante los profetas y mediante su propio sufrimiento para su salvación. También sobre cómo ignoran el enfado que Él dirigió a los obstinados corrigiéndolos severamente.
Capítulo 44
Yo soy el Creador y Señor de todas las cosas. Yo hice el mundo y el mundo me evita. Oigo en el mundo un ruido parecido al de las abejas que acumulan miel sobre la tierra. Cuando la abeja está volando y comienza a aterrizar emite un zumbido. Ahora oigo como una voz que zumba en el mundo y que dice: ‘¡No me importa!’. De hecho, la humanidad no presta atención ni se preocupa de lo que hice por amor, aconsejándoles mediante los profetas, por mi propia predicación y mediante mi sufrimiento por ellos. No les importa lo que hice en mi enojo, al corregir a los malvados y desobedientes. Sólo ven que son mortales y se sienten inseguros sobre la muerte, pero no les preocupa.
Oyen y ven la justicia que infligí al Faraón y a Sodoma, debido al pecado, y la que aplico sobre otros reyes y princesas, permitiéndola diariamente mediante la espada y otras desgracias, pero parece que están ciegos ante todo esto. Igual que las abejas, vuelan por donde quieren. De hecho, a veces vuelan como si se disparasen hacia lo alto, cuando se exaltan a sí mismos por el orgullo, pero enseguida caen de nuevo rápidamente cuando vuelven a su lujuria y a su gula.
Reúnen miel de la tierra para sí mismos, fatigándose y acumulando por si apremia la necesidad del cuerpo, pero no para el alma. Buscan lo terreno más que el honor eterno. Convierten lo pasajero en un auto castigo, lo inútil en tormento eterno. Sin embargo, por los ruegos de mi Madre, enviaré mi voz clara a esas abejas, excepto sobre mis amigos, que se encuentran en el mundo tan sólo en cuerpo, y predicaré misericordia. Si me atienden se salvarán.
Respuesta de la Madre y de los ángeles, los profetas, los apóstoles y los demonios a Dios, en presencia de la esposa, testimoniando su Grandeza en la Creación, Encarnación, Redención y demás; sobre cómo la gente contradice hoy todas estas cosas, y acerca de su severo juicio sobre ellos.
Capítulo 45
La Madre de Dios dijo: “Esposa de mi Hijo, vístete y permanece firme porque mi Hijo se acerca a ti. Has de saber que su carne fue estrujada como la uva en un lagar; pues debido a que el hombre pecó con todos los miembros de su cuerpo, mi Hijo realizó la expiación en todos los miembros de su Cuerpo. Los cabellos de mi Hijo fueron arrancados, sus tendones distendidos, sus articulaciones desencajadas, sus huesos dislocados, sus manos y pies completamente perforados. Su mente fue agitada, su corazón afligido por el dolor, su estómago absorbido hacia su espalda, y todo esto porque la humanidad había pecado con cada miembro de su cuerpo.
Entonces, el Hijo habló en presencia de la Corte Celestial y dijo: “Aunque todo lo sabéis en mí, hablo para esta esposa mía que está aquí. A vosotros me dirijo, ángeles, decidme: ¿Quién es el que no tuvo principio ni tendrá fin? ¿Y quién es el que creó todas las cosas y no fue creado por nadie? Hablad y dad testimonio. Respondieron los ángeles todos a una voz: “Señor, ése eres Tú, y damos testimonio de tres cosas: Primero, de que eres nuestro Creador y de todo lo que hay en el cielo y en la tierra. Segundo, de que eras y serás sin principio, tu dominio es sin fin y tu poder eterno. Nada se ha hecho sin ti y sin ti nada puede existir. En tercer lugar, testimoniamos que vemos en ti toda justicia además de todo lo que ha sido y será. Todas las cosas son presentes para ti, sin principio ni fin”.
Después, dijo a los profetas y patriarcas: ¿Quién os condujo de la esclavitud a la libertad? ¿Quién dividió las aguas ante vosotros? ¿Quién os dio la Ley? Profetas, ¿quién os dio inspiración para hablar? Ellos respondieron: “Tú, Señor. Tú nos sacaste de la esclavitud. Tú nos diste le Ley. Tú inspiraste nuestro espíritu para hablar”.
Posteriormente, le dijo a su Madre: “¡Da verdadero testimonio de todo lo que sabes de mí! Ella respondió: “Antes de que el ángel que me enviaste viniera a mí, yo estaba sola en cuerpo y alma. Cuando fueron pronunciadas las palabras del ángel, tu Cuerpo estuvo dentro de mí en sus naturalezas divina y humana, y sentí tu Cuerpo en mi cuerpo. Te engendré sin dolor. Te parí sin angustia. Te envolví en pañales y te alimenté con mi leche. Estuve contigo desde tu nacimiento hasta tu muerte.
Entonces, dijo el Señor a los apóstoles: “¡Decid a quién visteis, oísteis y percibisteis con vuestros sentidos! Ellos le respondieron: “Oímos tus palabras y las escribimos. Oímos tus palabras prodigiosas cuando nos diste la Nueva Ley, cuando con una palabra Tú diste la orden a los demonios y ellos salieron, cuando con una palabra resucitaste a los muertos y sanaste a los enfermos. Te vimos en un cuerpo humano. Vimos tus milagros en la gloria divina de tu naturaleza humana. Te vimos apresado por tus enemigos y colgado en una Cruz.
Te vimos sufrir de la manera más amarga y, después, ser enterrado en un sepulcro. Te percibimos con nuestros sentidos cuando resucitaste. Tocamos tu cabello y tu rostro. Tocamos tus miembros y tus partes llagadas. Tú comiste con nosotros y compartiste nuestra conversación. Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios y el Hijo de la Virgen. También te percibimos con nuestros sentidos cuando ascendiste, en tu naturaleza humana, a la derecha del Padre, donde estás eternamente”.
Después, le dijo Dios a los espíritus inmundos: “Aunque en vuestra conciencia ocultáis la verdad, os ordeno que digáis quién fue el que menguó vuestro poder”. Ellos le respondieron: “Como ladrones que no dicen la verdad, a menos que tengan los pies atrapados en un durísimo madero, nosotros no diríamos la verdad si no fuéramos forzados por tu tremendo y divino poder. Tú eres quien descendió al infierno con toda tu fuerza. Tú menguaste nuestro poder en el mundo. Tú te llevaste del infierno lo que te correspondía por propio derecho. Entonces el Señor dijo: “Date cuenta, todos los que tienen un espíritu y no están arropados por un cuerpo declaran su testimonio de la verdad ante mí. Pero aquellos que tienen un espíritu y un cuerpo, en concreto los seres humanos, me contradicen. Algunos de ellos conocen la Verdad, pero no les importa. Otros no la conocen y por ello dicen que no les importa, pero afirman que todo es falso”.
Él le dijo, de nuevo, a los ángeles: “Los seres humanos dicen que vuestro testimonio es falso, que yo no soy el Creador y que no todas las cosas se conocen en mí. Por tanto, aman más a lo creado que a mí”. Él dijo a los profetas: “Los hombres os contradicen y dicen que la Ley no tiene sentido, que vosotros os liberasteis gracias a vuestro propio valor y capacidad, que el Espíritu era falso y que vosotros hablasteis por propia voluntad”. A su Madre le dijo: “Algunos dicen que tú no eres Virgen, otros que Yo no me encarné de ti, otros conocen la Verdad pero no les importa”.