Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida», sayfa 8

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A los apóstoles les dijo: “Os contradicen diciendo que sois mentirosos, que la Nueva Ley es inútil e irracional. Hay otros que creen que es verdadera pero no les importa. Ahora, pues, Yo os pregunto: ¿Quién será su juez? Todos ellos le contestaron: “Tú, Dios, que eres sin principio ni fin. Tú, Jesucristo, que eres uno con el Padre. El Padre te ha otorgado todo el poder de juzgar, Tú eres su Juez”. El Señor contestó: “Yo fui su acusador y ahora soy su Juez. Sin embargo, pese a que todo lo sé y todo lo puedo, ¡dadme vuestro veredicto sobre ellos!

Ellos respondieron: “Lo mismo que el mundo entero pereció en sus comienzos por las aguas del diluvio, igual ahora el mundo merece consumirse en fuego, pues la iniquidad y la injusticia son ahora más abundantes que entonces”. El Señor respondió: “Como soy justo y misericordioso y no hago juicio sin misericordia ni misericordia sin justicia, una vez más enviaré mi misericordia al mundo por los ruegos de mi Madre y de mis santos. Si los seres humanos no quieren escuchar, les seguirá una justicia que será, con mucho, la más severa”.

Mutuas palabras de alabanza que, en presencia de santa Brígida, se dan Jesús y María, y sobre cómo las personas ven ahora a Cristo como innoble, desgraciado e indigno, le dicen que Él es así, y sobre la eterna condena de estas personas.

Capítulo 46

María habló a su hijo, diciendo: “¡Bendito seas tú, que eres sin principio ni fin! Tú tuviste el cuerpo más noble y bello; tú fuiste el más valiente y virtuoso de los hombres. Tú fuiste la más digna de las criaturas”. El Hijo respondió: “Las palabras que salen de tus labios me resultan dulces y deleitan lo más profundo de mi corazón como la más dulce de las bebidas. Tú eres para mí la más dulce de las criaturas. De la manera en que una persona puede ver distintos rostros en un espejo pero ninguno le agrada más que el suyo propio, así, aunque Yo ame a mis santos, a ti te amo con un particular amor, porque Yo nací de tu carne.

Tú eres como un incienso selecto, cuyo olor subió hasta la divinidad y la atrajo a tu cuerpo. Esta misma fragancia elevó tu cuerpo y tu alma hasta Dios, donde tú estás ahora en cuerpo y alma. Bendita seas, porque los ángeles se regocijan en tu hermosura y todos los que te invocan con un corazón sincero quedan liberados gracias a tu poder. Todos los demonios tiemblan ante tu luz y no se atreven a permanecer en tu esplendor porque ellos siempre quieren estar en las tinieblas.

Tú me has alabado por tres cualidades. Has dicho que Yo tenía el cuerpo más noble, después has afirmado que Yo era el más valiente de los hombres y, tercero, has dicho que Yo era la más digna de las criaturas. Estas cualidades son contradichas, ahora, tan sólo por aquellos que poseen un cuerpo y un alma. Dicen que Yo poseo un cuerpo innoble, que soy el hombre más desgraciado y la más indigna de las criaturas. ¿Qué es más innoble que arrastrar a otros al pecado? Esto es lo que dicen de mi cuerpo: que conduce al pecado. Dicen, literalmente, que el pecado no es tan repugnante ni disgusta a Dios tanto como lo que Yo he dicho. ‘Porque –según ellos—nada existe a menos que Dios quiera y nada ha sido creado sin Él. ¿Por qué, entonces, no podríamos usar todo lo creado como nosotros queramos? Nuestra natural fragilidad así lo exige y esta es la forma en que todos hemos vivido antes y aún vivimos’.

Así es como, ahora, las personas se dirigen a Mí. Mi naturaleza humana, con la que aparecí entre los hombres como Dios verdadero, es efectivamente considerada por ellos como innoble, a pesar de lo mucho que Yo aparté a la humanidad del pecado y les mostré lo grave que esto era, como si Yo les hubiera alentado a hacer algo inútil y torpe. Dicen, literalmente, que nada es noble excepto el pecado y todo aquello que satisfaga sus caprichos. También dicen que Yo soy el más desgraciado de los hombres. ¿Quién es más desgraciado que alguien que, cuando dice la verdad, ve su boca magullada por las piedras que le arrojan y es golpeado en la cara y, encima de todo eso, escucha los reproches de la gente diciéndole: ‘si fuera un hombre se vengaría’?. Esto es lo que hacen conmigo.

Hablo con ellos a través de sabios doctores y de la Sagrada Escritura, pero ellos dicen que Yo miento. Hieren mi boca con piedras y con puñetazos cometiendo adulterio, matando y mintiendo. Dicen: ‘Si fuera un hombretón, si fuera el más poderoso de Dios, se vengaría de estas transgresiones’. Sin embargo, Yo sufro en mi paciencia. Cada día, les oigo afirmar que el castigo ni es eterno ni tan severo como se ha dicho, y mis palabras se consideran mentiras.

Por último, me ven como la más indigna de las criaturas. ¿Qué es más despreciable en la casa que un perro o un gato que alguno estaría más que contento en cambiar por un caballo, si pudiera? Pero la gente sostiene que Yo soy peor que un perro. No me tomarían si para ello tuvieran que desprenderse del perro, y antes me rechazarían y me negarían que quedarse sin la caseta del perro. ¿Hay algo tan insignificante para la mente que no sea considerado de más valor o más deseado que yo? Si me tuvieran en mayor estima que a las demás criaturas me amarían más que los demás. Pero no poseen nada tan insignificante que no lo amen más que a mí.

Se apenan de cualquier cosa más que de mí. Se disgustan por sus propias pérdidas y por las de sus amigos. Se apenan por una sola palabra ofensiva. Se entristecen por ofender a personas de mayor rango que ellos, pero no les importa ofenderme a Mí, el Creador de todas las cosas. ¿Quién hay que sea tan despreciado que no sea escuchado cuando pide algo o que no sea compensado cuando ha dado algo? Yo soy rematadamente indigno y despreciable a sus ojos, tanto que no me consideran merecedor de ningún bien, pese a que Yo les he dado todo lo bueno.

Madre mía, tú has saboreado más de mi sabiduría que los demás y nada más que la verdad ha salido de tus labios. Tampoco de mis labios puede salir otra cosa más que la verdad. En presencia de todos los santos Yo me exculparé a mí mismo ante el primer hombre, el que dijo que Yo tenía un cuerpo indigno. Demostraré que, de hecho, poseo el cuerpo más noble, sin deformidad ni pecado, y ese hombre caerá en el eterno reproche para que todos lo vean. Al que dijo que mis palabras eran mentira y que no sabía si Yo era o no era Dios, le demostraré que Yo verdaderamente soy Dios y él se deslizará como el barro hasta el infierno. Y al tercero, al que sostuvo que Yo era indigno, lo condenaré al castigo eterno, de manera que nunca vea mi gloria ni mi gozo”.

Entonces, le dijo a la esposa: “¡Mantente firme a mi servicio! Tú has resultado verte rodeada por un muro, como si dijéramos, del cual no puedes escapar ni excavar sus fundamentos. ¡Asume voluntariamente esta pequeña tribulación, y llegarás a experimentar el eterno descanso en mis brazos! Tú conoces la voluntad del Padre, escuchas las palabras del Hijo y conoces mi Espíritu. Obtienes deleite y consuelo en conversación con mi Madre y mis santos. Por ello ¡mantente firme! De lo contrario, llegarás a conocer esa justicia mía por la cual te verás forzada a hacer lo que, ahora amablemente, Yo te estoy alentando a que hagas.

Palabras del Señor a la esposa sobre la adhesión a la Nueva Ley; sobre cómo esa misma Ley es ahora rechazada y desestimada por el mundo; sobre cómo los malos sacerdotes no son sacerdotes de Dios sino traidores de Dios, y acerca de su maldición y condena.

Capítulo 47

Yo soy el Dios que, en un tiempo, fui llamado el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Yo soy el Dios que di la Ley a Moisés. Esta Ley era como una vestidura. Igual que una madre embarazada prepara los vestidos para su niño, así Dios preparó la Ley, que era como la ropa, sombra y señal de los tiempos venideros. Yo me vestí y me envolví a mí mismo con las vestiduras de la nueva Ley. Cuando un niño crece, sus ropas son cambiadas por otras nuevas.

De igual manera, cuando las vestiduras de la Vieja Ley estaban a punto de ser abandonadas, Yo me vestí con la nueva ropa, o sea, con la Nueva Ley, y se la di a todos lo que quisieron tenerme a mí y a mi ropaje. Esta ropa no es ni muy apretada ni difícil de llevar sino que está bien proporcionada por todas partes. No obliga a las personas a ayunar o a trabajar demasiado, ni a matarse, ni a hacer nada que esté más allá de los límites de sus posibilidades, sino que es provechosa para el alma y conducente a la moderación y castigo del cuerpo.

Porque, cuando el cuerpo se adhiere demasiado al pecado, este pecado consume al cuerpo. Dos cosas pueden hallarse en la Nueva Ley. Primera, una prudente templanza y el recto uso de todos los bienes espirituales y físicos. Segunda, una gran facilidad para mantenerse en la Ley por el hecho de que, una persona que no puede mantenerse en un estado, puede quedarse en el otro. Aquí uno puede ver que una persona que no podía vivir celibato, todavía puede vivir en un matrimonio con honor, podía levantar otra vez y seguir. Pero, ahora Mi ley esta rechazada y despreciada.

La gente dice que la Ley es demasiado estrecha, pesada y nada atractiva. La llaman estrecha porque nos obliga a contentarnos con lo que es necesario y a abandonar lo que es superfluo. Pero ellos quieren tener de todo más allá de la razón y más de lo que el cuerpo puede acarrear, como si fueran reses. Es por esto que les parece muy apretada o estricta. En segundo lugar, dicen que es pesada porque la Ley dice que uno debe ser indulgente con los deseos de placer ateniéndose a la razón y en momentos determinados. Pero ellos quieren ser indulgentes con el placer más de lo que les conviene y más allá de lo delimitado. Tercero, dicen que no es atractiva porque la Ley les ordena que amen la humildad y que atribuyan a Dios todo lo bueno. Quieren ser orgullosos y ensalzarse a sí mismos por los buenos regalos que Dios les ha dado, y es por esto que la Ley no es atractiva para ellos.

¡Mira cómo desprecian ellos las vestiduras que Yo les di! Yo terminé con las formas antiguas e introduje las nuevas para que duraran hasta el día en que Yo volviera para el Juicio, porque los viejos caminos eran demasiado difíciles. Pero ellos, afrentosamente, han descartado las ropas con las que Yo cubrí el alma, es decir, una fe ortodoxa. Encima de todo eso, añaden pecado a pecado porque también quieren traicionarme. ¿No dice David en el Salmo ‘Aquel que comió de mi pan planeó la traición contra mí’? Yo quiero que anotes dos cosas en estas palabras. Primero, él no dice “planea” sino “planeó”, como si fuera algo ya pasado.

Segundo, él apunta sólo a un hombre como el traidor. Sin embargo, Yo digo que son todos aquellos que en el presente me traicionan, no los que han sido ni los que serán, sino aquellos que aún están vivos. Digo también que no es sólo una persona sino mucha gente. Pero tú me puedes preguntar: ‘¿No hay dos tipos de pan, uno invisible y espiritual en el que viven los ángeles y los santos y otro que pertenece a la tierra, mediante el cual se alimentan los hombres? ¿Pero, si ángeles y santos no desean nada que no esté de acuerdo con tu voluntad, y los hombres no pueden hacer nada que tú no aceptes, cómo pueden traicionarte?’

En presencia de mi Corte Celestial, que sabe y ve todo en mí, respondo por tu bien, de forma que puedas comprender: Hay, de hecho, dos tipos de pan. Uno que es de los ángeles, que comen mi pan en mi Reino y están colmados de mi gloria indescriptible. Ellos no me traicionan porque no quieren nada más que lo que yo quiero. Pero aquellos que toman mi pan en el altar me traicionan. Yo soy verdaderamente ese pan. Tres cosas se pueden percibir en ese pan: la forma, el sabor y la redondez. Yo soy, de hecho, ese pan y –al igual que el pan—tengo tres cosas en mí: sabor, forma y redondez. Sabor, porque todo es insípido, insustancial y carente de sentido sin mí, lo mismo que una comida sin pan no tiene sabor y no es nutritiva. Yo también tengo la forma del pan, en cuanto que Yo soy de la tierra.

Soy de la Madre Virgen, mi Madre es la de Adán, Adán es de la tierra. También tengo redondez en cuanto que no existe principio ni fin, porque yo no tengo ni principio ni fin. Nadie puede encontrarle un fin o un principio a mi sabiduría, a mi poder o caridad. Yo estoy en todas las cosas, sobre todas las cosas y más allá de todas las cosas. Aún si alguien volara perpetuamente como una flecha, sin parar, nunca encontraría un final o un límite a mi poder y a mi fuerza. A través de esas cosas, sabor, forma y redondez, Yo soy el pan que parece y sabe a pan en el altar, pero que se transforma en mi cuerpo que fue crucificado. Igual que cualquier materia fácilmente inflamable es rápidamente consumida cuando se coloca en el fuego, y no queda nada de la forma de la madera sino que todo se convierte en fuego, así también sucede cuando se dicen estas palabras:

‘Éste es mi Cuerpo’, lo que antes era pan se convierte inmediatamente en mi cuerpo. Se hace una llama, no mediante el fuego como con la madera sino mediante mi divinidad. Por ello, aquellos que comen mi pan me traicionan ¿Qué clase de asesinato puede ser más aborrecible que cuando alguien se mata a sí mismo? ¿O qué traición podría ser peor que cuando, entre dos personas unidas por un vínculo indisoluble, como una pareja de casados, una traiciona a la otra? ¿Qué hace uno de los esposos para traicionar al otro? Él le dice a ella, a modo de engaño: ‘¡Vamos a tal y tal sitio, de forma que yo pueda hacer mi porvenir contigo!’

Ella va con él en toda la simplicidad, preparada para satisfacer cualquier deseo de su marido. Pero, cuando él encuentra la oportunidad y el lugar, arroja contra ella tres armas traicioneras. O bien emplea algo lo suficientemente pesado como para matarla de un golpe, o lo suficientemente afilado como para rebanar exactamente sus órganos vitales, o algo tan asfixiante que sofoca directamente en ella el espíritu de vida. Entonces, cuando ella ha muerto, el traidor piensa para sus adentros: ‘Ahora he obrado mal. Si mi crimen sale a la luz y se hace público, seré condenado a muerte’. Entonces él se lleva el cuerpo de la mujer a algún lugar escondido, de forma que su pecado no sea descubierto.

Esta es la forma en la que soy tratado por los sacerdotes que me traicionan. Porque ellos y yo estamos unidos mediante un solo vínculo cuando ellos toman el pan y, pronunciando las palabras, lo transforman en mi verdadero Cuerpo, que yo recibí de la Virgen. Ninguno de los ángeles puede hacer esto. Yo les he dado sólo a los sacerdotes esa dignidad y les he seleccionado de entre las más altas órdenes. Pero ellos me tratan como traidores. Ponen una cara feliz y complaciente para mí y me llevan a un lugar escondido en el que puedan traicionarme. Estos sacerdotes ponen cara de felicidad, aparentando ser buenos y simples. Me llevan a la cámara escondida cuando se acercan al altar. Allí Yo soy como la novia o la recién casada, dispuesta a complacer todos sus deseos y, en lugar de eso, me traicionan.

Primero me golpean con algo pesado, cuando el Oficio Divino, que ellos recitan para mí, se vuelve pesaroso y cargante para ellos. De buena gana dirían cien palabras para el bien del mundo que una sola en mi honor. Antes darían cien lingotes de oro por el bien del mundo que un solo céntimo en mi honor. Trabajarían cien veces por su propio beneficio antes que una sola vez en mi honor. Ellos me presionan con este pesado fardo, tanto que es como si estuviese muerto en sus corazones. En segundo lugar, me atraviesan como con una afilada cuchilla que penetra mis órganos vitales cada vez que un sacerdote sube al altar, sabiendo que ha pecado y se arrepiente, pero está firmemente decidido a volver a pecar una vez que ha terminado su oficio. Éste dice para sus adentros: ‘Yo, de hecho, me arrepiento de mi pecado, pero no pienso dejar a la mujer con la que he pecado hasta que ya no pueda pecar más’. Esto me perfora como la más afilada de las cuchillas.

Tercero, es como si asfixiaran mi Espíritu cuando piensan para sus adentros: ‘Es bueno y agradable estar en el mundo, es bueno ser indulgente con los deseos y no me puedo contener. Haré eso mientras sea joven y, cuando me haga mayor ya me abstendré y enmendaré mis caminos. Por este perverso pensamiento ellos sofocan el espíritu de la vida. ¿Pero cómo sucede esto? Pues bien, el corazón de éstos se vuelve tan frío y tibio hacia mí y hacia cada virtud que nunca más puede ser calentado o renacer a mi amor.

Igual que el hielo no coge fuego ni aunque se sostenga encima de una llama sino que tan solo se derrite, de la misma manera, aún si Yo les di mi gracia y ellos escuchan palabras de advertencia, no vuelven a levantarse a la forma de la vida, sino que apenas crecen estériles y flojos respecto de cada una de las virtudes. Y así me traicionan en que aparentan ser simples cuando, en realidad, no lo son, y están deprimidos y disgustados a la hora de darme la gloria, en lugar de regocijarse en ello, y también en que intentan pecar y continúan pecando hasta el final.

También me ocultan, por decirlo de alguna manera, y me colocan en un lugar escondido, cuando piensan en sus adentros: ‘Sé que he pecado, pero si me abstengo de realizar el Oficio, seré avergonzado y todos me van a condenar’. Así que, imprudentemente, suben al altar y me manejan a mí, verdadero Dios y verdadero hombre. Estoy como si me hallara con ellos en un lugar escondido, puesto que nadie sabe ni se da cuenta de lo corruptos y sinvergüenzas que son.

Yo, Dios, estoy ahí tendido frente a ellos como en un encubrimiento, porque, aún cuando el sacerdote es el peor de los pecadores y pronuncia estas palabras “Este es mi Cuerpo”, él aún consagra mi Verdadero Cuerpo, y Yo, Verdadero Dios y Hombre, me tiendo ahí ante él. Cuando me pone en su boca, sin embargo, Yo ya no estoy presente para él en la gracia de mis naturalezas divina y humana –sólo queda para él la forma y el sabor del pan—no porque yo no esté realmente presente para los perversos igual que para los buenos, debido a la institución del Sacramento, sino porque los buenos y los perversos no lo reciben con el mismo efecto.

Mira, ¡esos sacerdotes no son mis sacerdotes sino, en realidad, mis traidores! Ellos también me venden y me traicionan, como Judas. Yo miro a los paganos y a los judíos pero no veo a nadie peor que estos sacerdotes, dado que han caído en el pecado de Lucifer. Ahora, déjame decirte su sentencia y a quién se asemejan. Su sentencia es la condena. David condenó a aquellos que desobedecían a Dios, no por ira o por mala voluntad ni por impaciencia sino debido a la divina justicia, porque él era un honrado profeta y rey. Yo, también, que soy mayor que David, condeno a estos sacerdotes, no por la ira ni la mala voluntad sino por la justicia.

Maldito sea todo lo que toman de la tierra para su propio provecho, porque no alaban a su Dios y Creador que les dio esas cosas. Maldito sea el alimento y la bebida que entra por sus bocas y que alimenta sus cuerpos para que se conviertan en alimento de los gusanos y destinen sus almas al infierno. Malditos sean sus cuerpos, que se levantarán de nuevo en el infierno para ser abrasados sin fin. Malditos sean los años de sus vidas inútiles. Maldita sea su primera hora en el infierno, que nunca terminará. Malditos sean por sus ojos, que vieron la luz del Cielo.

Malditos sean por sus oídos que oyeron mis palabras y permanecieron indiferentes. Malditos sean por su sentido del gusto, por el cual paladearon mis manjares. Malditos sean por su sentido del tacto, mediante el cual me manejaron. Malditos sean por su sentido del olfato, por el cual olieron exquisitos aromas y me descuidaron a Mí, que soy el más exquisito de todos.

Ahora, ¿Cómo son exactamente malditos? Pues bien, su visión está maldita porque no disfrutarán de la visión de Dios en sí sino que tan solo verán sombras y castigos del infierno. Sus oídos están malditos porque ellos no oirán mis palabras sino tan sólo el clamor y los horrores del infierno. Su sentido del gusto está maldito, porque no degustarán los bienes y el gozo eternos sino la eterna amargura. Su sentido del tacto está maldito, porque no conseguirán tocarme sino tan sólo al fuego perpetuo.

Su sentido del olfato está maldito, porque no olerán ese dulce aroma de mi Reino, que sobrepasa a todas las esencias, sino que sólo tendrán el hedor del infierno, que es más amargo que la bilis y peor que sulfuro. Sean malditos por la tierra y el cielo y por todas las bestias. Esas criaturas obedecen y glorifican a Dios, mientras que ellos le han rehuido. Por ello, Yo prometo por la verdad, Yo que soy la Verdad, que si ellos mueren así, con esa disposición, ni mi amor ni mi virtud les cubrirá. Por el contrario, serán condenados para siempre.

Sobre cómo, en presencia de la Corte Celestial y de la esposa, la divina naturaleza habla a la naturaleza humana contra los cristianos, igual que Dios habló a Moisés contra el pueblo; sobre los sacerdotes condenables, que aman el mundo y desprecian a Cristo, y sobre su castigo y maldición.

Capítulo 48

La Corte Celestial fue vista en el Cielo y Dios les dijo: “Mirad, por el bien de esta esposa mía, aquí presente, que me dirijo a vosotros, amigos míos que me estáis escuchando, vosotros que sabéis, comprendéis y veis todo en mí. Como si alguien hablase consigo mismo, mi naturaleza humana le va a hablar a mi naturaleza divina. Moisés estuvo con el Señor en la montaña cuarenta días y cuarenta noches. Cuando el pueblo vio que él se había marchado por largo tiempo, tomaron oro, lo fundieron en el fuego y crearon con él un becerro al que llamaron su dios. Entonces, Dios le dijo a Moisés: ‘El pueblo ha pecado. Los eliminaré, igual que se borran las letras de un libro’.

Moisés respondió: ‘¡No lo hagas Señor! Recuerda cómo los guiaste desde el Mar Rojo y obraste maravillas por ellos. ¿Si los eliminas, dónde quedará entonces tu promesa? No lo hagas, te lo ruego, pues tus enemigos dirán: El Dios de Israel es malvado, condujo a la gente desde el mar y los mató en el desierto’. Y Dios se aplacó con estas palabras.

Yo soy Moisés, figuradamente hablando. Mi naturaleza divina habla a mi naturaleza humana, igual que lo hizo con Moisés, diciéndole: ‘¡Mira lo que ha hecho tu pueblo, mira cómo me han despreciado! Todos los cristianos morirán y su fe quedará borrada’. Mi naturaleza humana responde: ‘No, Señor. ¡Recuerda cómo dirigí al pueblo a través del mar por mi sangre, cuando fui apaleado desde la planta de mis pies hasta la coronilla de mi cabeza! Yo les prometí la vida eterna. ¡Ten misericordia de ellos, por mi pasión! Cuando la naturaleza divina oyó esto, se apiadó de él y le dijo: ‘¡Así sea, pues se te ha dado todo el juicio!’. ¡Fijaos cuánto amor, amigos míos!

Pero ahora, en vuestra presencia, mis amigos espirituales, mis ángeles y santos, y en presencia de mis amigos corpóreos, que están en el mundo aunque sólo lo están en su cuerpo, me lamento de que mi gente esté acumulando leña, encendiendo una hoguera y arrojando oro en ella de la que emerge un becerro para que ellos lo adoren como a un dios. Como un becerro, se sostienen a cuatro patas y tienen una cabeza, una garganta y un rabo.

Cuando Moisés se retrasaba en la montaña, la gente decía: ‘No sabemos qué ha podido ocurrirle’. Se lamentaron de que les hubiese guiado para salir de su cautiverio y dijeron: ‘¡Vamos a hacer otro dios que nos dirija!’. Así es como estos malditos sacerdotes me están tratando ahora. Ellos dicen: ¿Por qué vivimos una vida más austera que los demás? ¿Cuál es nuestra compensación? Estaríamos mejor si viviéramos sin preocupaciones, en la abundancia. ¡Vamos, pues, a amar al mundo del cual tenemos certeza! Al fin y al cabo, no estamos seguros de su promesa’. Así, reúnen leña, o sea, aplican todos sus sentidos a amar al mundo. Encienden una hoguera cuando todo su deseo es para el mundo, y arden a medida que crece su codicia en su mente y termina resultando en obras.

Después, le arrojan oro, que significa que todo el amor y respeto que me deberían profesar lo dedican a obtener el respeto del mundo. Entonces, emerge el becerro, es decir, el amor total del mundo, con sus cuatro patas de indolencia, impaciencia, alegría superflua y avaricia. Estos sacerdotes, que deberían ser míos, sienten pereza a la hora de honrarme, impaciencia ante el sufrimiento, se exceden en vanas alegrías y nunca se conforman con lo que consiguen. Este becerro también tiene una cabeza y una garganta, es decir, un deseo de glotonería que nunca se aplaca, ni aunque se tragara el mar entero.

El rabo del becerro es su malicia, pues no dejan que nadie mantenga su propiedad, extorsionan siempre que pueden. Por su ejemplo inmoral y su desprecio, hieren y pervierten a los que me sirven. Así es el amor al becerro que hay en sus corazones, y en él se regocijan y deleitan. Piensan en mí igual que aquellos hicieron con Moisés: ‘Se ha ido por mucho tiempo –dicen--. Sus palabras parecen sin sentido y trabajar para él es muy pesado. ¡Hagamos lo que nos de la gana, dejemos que nuestras fuerzas y placeres sean nuestro dios! ¡No se contentan, tampoco, quedándose ahí y olvidándome por completo sino que, encima, me tratan como a un ídolo!

Los gentiles acostumbraban a adorar pedazos de madera, piedras y personas muertas. Entre otros, adoraban a un dios cuyo nombre era Belcebú. Sus sacerdotes le ofrecían incienso, genuflexiones y gritos de alabanza. Todo lo que era inútil en su ofrenda de sacrificios se arrojaba al suelo y las aves y moscas se lo comían. Pero los sacerdotes solían quedarse con todo aquello que pudiera resultarles útil. Entonces, echaban un cerrojo a la puerta de su ídolo y guardaban la llave personalmente, de forma que nadie pudiese entrar.

Así es como los sacerdotes me tratan en estos tiempos. Me ofrecen incienso, o sea, hablan y predican bellas palabras a la gente para conseguir respecto hacia sí mismos y provechos temporales, pero no por amor a mí. Y lo mismo que no se puede sujetar el aroma del incienso, aunque lo huelas y lo veas, tampoco sus palabras tienen efecto alguno en las almas como para echar raíces y mantenerse en sus corazones, sino que son palabras que sólo se oyen y complacen pasajeramente.

Ofrecen oraciones, pero no todas son de mi agrado. Como quien grita alabanzas con sus labios pero mantiene su corazón callado, se mantienen cerca de mí rezando con los labios pero en el corazón merodean por el mundo. Sin embargo, cuando hablan con una persona de rango, mantienen su mente en lo que dicen para no cometer errores que podrían ser observados por otros. En mi presencia, sin embargo, los sacerdotes son como hombres atontados que dicen una cosa con la boca y tienen otra en el corazón. La persona que los escuche no puede tener certeza sobre ellos. Doblan sus rodillas ante mí, es decir, me prometen humildad y obediencia, pero en realidad son tan humildes como Lucifer. Obedecen a sus propios deseos, no a mí.

También me encierran y se guardan la llave personalmente. Se abren a mí y me ofrecen alabanzas cuando dicen ‘¡Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo!’ Pero después me vuelven a encerrar al poner en práctica sus propios deseos, mientras que los míos se vuelven como los de un hombre preso e impotente porque no puedo ser visto ni oído. Ellos guardan la llave personalmente en el sentido de que, por su ejemplo, también conducen al extravío a los que quieren seguir mi voluntad y, si pudieran, evitarían que saliera mi voluntad y se cumpliese, excepto cuando ésta se ajustase a su propio deseo.

Se quedan con todo lo que, en las ofrendas de sacrificios, es útil para ellos y exigen todos sus derechos y privilegios. Sin embargo, parecen considerar inútiles los cuerpos de las personas que caen al suelo y mueren. Para ellos están obligados a ofrecer el sacrificio más importante, pero los dejan ahí para las moscas, o sea, para los gusanos. No se preocupan ni se molestan por los derechos de esas personas ni por la salvación de las almas.

¿Qué fue lo que se dijo a Moisés? ‘¡Mata a los que hicieron este ídolo!’ Algunos fueron eliminados, pero no todos. Así pues, mis palabras vendrán ahora y los matarán, a algunos en cuerpo y en alma a través de la condenación eterna; a otros en vida, para que se conviertan y vivan; otros aún mediante una muerte repentina, al tratarse de sacerdotes que me son totalmente odiosos ¿Con qué los voy a comparar? De hecho son como los frutos del brezo, que por fuera son bonitos y rojos pero por dentro están llenos de impurezas y de espinas.

Igualmente, estos hombres acuden a mí como rojos de caridad y a la gente le parecen puros, pero por dentro están llenos de porquería. Si estos frutos se colocan en el suelo, de ellos salen y crecen más brotes de brezo. Así, estos hombres esconden su pecado y su maldad de corazón como en el suelo, y se vuelven tan arraigados en la maldad que ni siquiera se avergüenzan de mostrarse en público y alardear de su pecado. Por ellos, otras personas no sólo hallan ocasión de pecar sino que quedan seriamente dañadas en su alma, pensando para sus adentros: ‘Si los sacerdotes hacen esto, más lícito será que lo hagamos nosotros’.

Ocurre, así, que no sólo se parecen a la fruta del bierzo sino también a sus espinas, en el sentido de que éstos desdeñan ser movidos por la corrección y la advertencia. Piensan que no hay nadie más sabio que ellos y que pueden hacer lo que les parezca. Por lo tanto, juro por mis naturalezas divina y humana, en la audiencia de todos los ángeles, que atravesaré la puerta que ellos han cerrado de mi voluntad. Mi voluntad se cumplirá y la suya será aniquilada y encerrada en un castigo sin fin. Entonces, como se dijo antiguamente, mi juicio comenzará con mi clero y desde mi propio altar”.

Palabras de Cristo a la esposa sobre cómo Cristo es figuradamente comparado con Moisés, dirigiendo al pueblo fuera de Egipto, y sobre cómo los condenables sacerdotes, que Él ha elegido en lugar de los profetas como sus mejores amigos, gritan ahora: “¡Aléjate de nosotros!”

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