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Ejercicios y actividades para aprender a identificar y reconocer las emociones

Para que nuestros hijos identifiquen sus emociones es imprescindible crear un clima en el que se sientan cómodos y en confianza. Tenemos que facilitar un ambiente en el que estemos tranquilos, con un espacio cómodo, en el que sea posible dedicar ese tiempo a nuestros hijos sin atender a otras cosas al mismo tiempo, sin prisas; de esta forma les damos tiempo para que puedan expresarse. Con ello facilitaremos que se abran y nos expliquen cómo se sienten sin ser juzgados, porque si criticamos o juzgamos lo que nos dicen, es muy probable que en el futuro no nos expresen libremente lo que sienten.

La forma de interpretar el mundo que nos rodea es diferente en cada persona, y esto depende en parte de la carga genética, pero también de las experiencias que se han vivido a lo largo de la vida. Por tanto, no podemos criticar o desaprobar las emociones que sienten, porque es algo subjetivo y las experiencias de cada uno son particulares. Tampoco es posible obligarles a tener las emociones que queremos nosotros.

Los padres somos modelos de nuestros hijos, también en las emociones; por tanto, tenemos que ser nosotros los que en primer lugar expresemos adecuadamente lo que sentimos. Aprenden de lo que ven que hacemos, por lo que tiene que haber una congruencia entre la comunicación verbal y no verbal.

De 0 a 3 años

En el primer año de vida, es fundamental establecer una buena relación afectiva con nuestros hijos, un apego seguro, que es el tipo de vínculo más beneficioso para los niños. Se trata de un vínculo afectivo entre el niño y sus figuras de apego, principalmente sus padres, en el que estos se muestran cercanos y atentos a sus necesidades, favoreciendo la experimentación de emociones del niño.

En los primeros meses, hasta el año y medio, sus emociones están muy relacionadas con lo fisiológico, con la estimulación sensorial. A través de las caricias y masajes, el olfato, la audición, el contacto físico, hablarle con un tono de voz suave, utilizar la sonrisa, les transmitimos calma y cercanía. En estos momentos, lo que sentirá principalmente será alegría y satisfacción cuando sus necesidades se ven cubiertas, y desagrado cuando no reciben lo que quieren.

En el segundo año, continúan teniendo una necesidad de cercanía con nosotros, pero empiezan a reclamar su independencia. Comienzan a producirse las rabietas, que posteriormente aprenderán a regular. En este segundo año no son muy sociables, no comparten, se enfadarán muchas veces, discutirán si no consiguen lo que quieren. En general, entienden más de lo que son capaces de expresar.

A continuación explicamos unas actividades para hacer con nuestros hijos en estas edades.

Lo que estás sintiendo se llama…

Para qué. Ya sabemos que en los primeros años de vida los niños no tienen la capacidad de poner nombre y reconocer lo que sienten. A esta edad tenemos que ser los padres los que validemos lo que sienten y le pongamos un nombre.

Cómo. Procederemos de la siguiente manera:

1. Sentémonos a su lado, a su misma altura, para favorecer la comunicación y la cercanía. Si puede ser, nos alejamos de la situación un momento para que su atención se centre en lo que le estamos diciendo.

2. Expliquémosle la emoción que está sintiendo. «Estás triste y llorando porque tu juguete preferido se ha roto».

3. Validémosle la emoción que está sintiendo. «Es normal que estés triste, porque te gustaba mucho y ahora no funciona».

4. Proporcionémosle una manera de autorregularse. «Cuando dejes de llorar y ya no estés tan triste, me llamas y buscamos otro juguete».

Cuándo. En el momento en que veamos a nuestro hijo en una situación que le está generando una emoción determinada.

Tarjetas de emociones

Para qué. A través de esta actividad los niños aprenden a reconocer las emociones fijándose en las expresiones faciales y empiezan a generar un vocabulario que les permita definir cada emoción.

Cómo. En trozos de cartulinas se dibujan caras que representan cada emoción básica (tristeza, alegría, miedo, sorpresa, asco y enfado).

1. Sacamos de una en una las caritas y entre todos identificamos cuál es la emoción.

2. Nos fijamos en las características de cada expresión facial. ¿Qué características faciales nos indican que es una emoción u otra?

• Tristeza: las cejas se juntan hacia el centro, los labios y los ojos caen hacia abajo, etc.

• Alegría: las comisuras de los labios suben, aparece la sonrisa, las mejillas suben, los ojos se achinan, aparecen las patas de gallo, etc.

• Miedo: los ojos se agrandan, los labios se estiran, etc.

• Sorpresa: los ojos se agrandan, las cejas suben, la boca se abre, etc.

• Asco: el labio sube, la nariz se arruga, etc.

• Enfado: los párpados se tensan, las cejas se unen en el entrecejo, la mandíbula se tensa, etc.

3. Utilizamos pocas palabras y sencillas para definir cada emoción.

4. Una vez hecho el ejercicio con las caritas dibujadas en las cartulinas, se pueden utilizar caras sacadas de revistas, fotos, imágenes de Internet, etc. Es importante generalizar lo aprendido con rostros reales.

Cuándo. En la tarde, cuando encontremos un tiempo de descanso en familia.

De 3 a 6 años

En el tercer año de vida el niño ya ha adquirido conciencia de sí mismo y aparece el negativismo.

El entorno familiar ya no es el único en que el niño se relaciona, dado que se ha iniciado la escuela infantil, y su inteligencia emocional determinará en gran medida cómo se adaptará a este nuevo contexto. Los niños son más sociables, buscan agradar a los demás, quieren sentirse queridos y valorados, pero siguen teniendo mucha dificultad para ponerse en el lugar del otro y tener su punto de vista diferente sobre las cosas, porque todavía no se ha desarrollado la «teoría de la mente», que es, entre otras cosas, la capacidad que tenemos para ponernos en el lugar del otro.

Ejemplos de ejercicios que proponemos para estas edades son los siguientes.

Diccionario de las emociones

Para qué. A través de esta actividad disponen de un diccionario que crean ellos mismos para ampliar cada vez más las emociones que conocen.

Cómo. Se les proporciona revistas y fotos en las que puedan recortar las expresiones faciales o situaciones que evoquen distintas emociones.

1. Pegan las fotos en las páginas del diccionario.

2. Escriben en grande el nombre de cada emoción.

Cuándo. En las tardes tranquilas del fin de semana.

Adivino la emoción

Para qué. Con esta actividad se afianza el aprendizaje de cómo es la expresión facial de cada emoción y ante qué situaciones pueden aparecer.

Cómo

1. Hacemos adivinanzas sobre las expresiones faciales de cada emoción: «¿Qué emoción era cuando se abrían mucho los ojos, las cejas subían hasta arriba del todo y la boca se abría en forma de o?».

2. Reflexionamos sobre las situaciones en las que podemos sentir cada emoción, tanto nosotros como otras personas.

Cuándo. En el fin de semana.

De 6 a 9 años

En estas edades los niños van siendo capaces de afrontar una situación desde distintas perspectivas, adoptar los puntos de vista de otras personas. Entienden que los otros niños y los adultos tienen otros gustos distintos a los suyos y pueden pensar diferente, lo cual es posible que se convierta en el inicio de peleas, discusiones, enfados.

En esta edad aumenta considerablemente la capacidad de entender sus propias emociones y las de los demás, y establecen el lenguaje como manera de expresar sus emociones.

A continuación explicamos actividades para hacer en estas edades.

Teatro de las emociones

Para qué. Con esta actividad ponemos en práctica que los niños se fijen en las expresiones faciales de los demás y en su postura corporal para adivinar qué emoción pueden estar sintiendo.

Cómo. En una caja ponemos los nombres de las emociones.

1. Empieza uno sacando un papelito y representando la emoción que le haya tocado.

2. Los demás tienen que adivinar la emoción, y el que antes conteste es el siguiente en salir.

Cuándo. En un momento en el que tanto nuestros hijos como nosotros podamos dedicar tiempo tranquilamente a la actividad.

Los cuentos de las emociones

Para qué. Con esta actividad ponemos en práctica que interioricen las emociones en el día a día de personajes de historias y las encuadren en las distintas situaciones que pueden pasar. Los cuentos ayudan a ampliar el vocabulario emocional, empatizar con los demás modelos.

Cómo. Entre todos leemos un cuento.

1. Explicamos cómo se siente el personaje y por qué, y cómo lo sabemos.

2. Elaboramos un cuento en el que los personajes sienten distintas emociones.

3. Reflexionamos si alguna vez nos ha pasado a nosotros, cuándo y por qué.

Cuándo. En el fin de semana.

De 9 a 12 años

A estas edades ya son capaces de reflexionar de manera más profunda sobre sus actos, sus sentimientos y emociones. Necesitan sentirse apoyados y recibir la aprobación de los padres y el grupo de amigos.

Estos son los ejercicios y actividades que proponemos para esta franja de edad.

¿Qué emoción me provoca?

Para qué. Con esta actividad los niños hacen un ejercicio de introspección, analizan qué emoción les provoca escuchar distintos tipos de música y cómo lo representarían.

Cómo. Escuchamos distintos audios de música.

1. Nos tomamos unos minutos para escucharla y reflexionar.

2. Escribimos qué emoción nos hace sentir y por qué.

3. En un folio representamos la emoción. Cada uno la siente a su manera.

4. Lo ponemos en común.

Cuándo. Puede ser una actividad divertida al final del día, cuando toda la familia estemos descansando.

¿Qué emoción siente?

Para qué. Con esta actividad los niños hacen un ejercicio de reconocimiento de emociones y de ponerse en el lugar del otro.

Cómo. Vemos distintas partes de una película.

1. Nos tomamos unos minutos para verlo y reflexionar.

2. Cómo se sienten los personajes y por qué.

3. Cómo nos habríamos sentido nosotros en esa situación y por qué.

Cuándo. En el fin de semana.

Recuerda que…

No hay emociones buenas o malas. Todas son válidas y necesarias para adaptarnos a las distintas situaciones del día a día.

Cuando son pequeños, debemos ser nosotros los que les orientemos para poner nombre a lo que sienten, pero siempre validando sus emociones, porque cada persona es única, y también es única su forma de sentir e interpretar lo que nos rodea.

Utilicemos las situaciones cotidianas para favorecer que reflexionen sobre lo que están sintiendo y por qué lo están sintiendo.

La identificación y el reconocimiento emocional son un paso imprescindible previo a que nuestros hijos aprendan a regular sus emociones.

Autocontrol y la regulación emocional.
¿Qué son el autocontrol emocional y la regulación de emociones?

Os sonará de alguna ocasión en que, tras pillar a nuestro hijo en una conducta no muy adecuada, cuando le hemos preguntado por qué lo ha hecho, nos ha respondido con un desconcertante «no lo sé». Entonces, ¿tan solo se ha dejado llevar por un impulso?

Es posible que también hayamos vivido en una tienda que nuestro hijo se encapriche de algo que le ha llamado la atención. Siente la necesidad de tenerlo y hace todo cuanto puede para conseguirlo: llorar, tirarse al suelo, tirar de nuestra mano.

Estos ejemplos tienen algo en común, y es que en todos ellos existe una tentación o primer impulso que se debe controlar. Si pensamos en ello, encontramos escenas similares que hemos podido vivir con nuestros hijos.

Es esos momentos es cuando deberemos recurrir a la fuerza de voluntad, es decir, al dominio sobre sí mismos. Pero, exactamente, ¿qué entendemos por autocontrol emocional? Como su propio nombre indica, hace referencia a la capacidad de gestión personal, nuestra forma de comportarnos, nuestros pensamientos y, por último, pero no menos importante, nuestras emociones.

La buena noticia que podemos trasmitiros es que tanto el autocontrol emocional como la regulación de emociones pueden aprenderse y entrenarse. Para ello, contamos con muchas recomendaciones que esperemos os sean de gran utilidad.

¡Y es lo que veremos juntos durante las próximas páginas!

Pero, antes, ¿por qué es importante que los niños desarrollen el autocontrol emocional?

Con el fin de dar respuesta a esta pregunta, comentaremos brevemente un experimento conocido como «El test de la golosina» que realizó el famoso psicólogo americano Walter Mischel en la década de 1960.

En su investigación, Mischel contó con niños de unos 4 años para observar sus reacciones ante la siguiente propuesta: los pequeños se quedarían solos en la habitación durante unos quince minutos, dejándoles delante una golosina llamada marshmallow. La condición que se les ponía era que podrían comerse dicha golosina en cualquier momento, pero que si lograban aguantar hasta el regreso del adulto, serían recompensados con otra, poniendo así a prueba la capacidad de autocontrol emocional de los niños.

Los resultados que dio este test fueron sumamente relevantes: al prolongar la investigación en el tiempo, comprobaron que aquellos niños que habían logrado dominar sus impulsos en el experimento posteriormente eran personas más exitosas a nivel académico, laboral y personal.

Pero que no cunda el pánico. Si entre nuestras cualidades personales no destaca precisamente la capacidad para dominar los impulsos, hay esperanza. Como decía Mischel: «El autocontrol emocional se puede aprender. Es más fácil hacerlo en la niñez, pero también puede lograrse más adelante en la vida».

Entonces, ¿qué conclusión sacamos finalmente? ¿Jamás podremos ceder ante nuestros impulsos? No se trata de renunciar a cumplir aquello que deseamos ni de evitar darnos un capricho alguna vez.

La finalidad es lograr ser capaces de encontrar el momento adecuado para cada cosa y poder visualizar más allá del momento inmediato, algo que podremos ir trasmitiendo a nuestros hijos para que poco a poco lo vayan practicando.

En qué momento deberemos enseñar cada habilidad de autocontrol

Teniendo en cuenta que los niños están en continuo desarrollo, es importante conocer qué podemos pedirles en cada momento según su edad, de forma que nos aseguremos de que están preparados para lo que queremos ayudarles a aprender.

Partiendo de esta base, proponemos a continuación algunos ejercicios válidos para los intervalos de edad indicados.

Ejercicios divididos por edades
De 0 a 3 años, los recién llegados

Hablar de autocontrol emocional con niños tan pequeños puede sonar imposible. No cuentan con un control ni mucho menos total de su cuerpo, así que ¿cómo trabajar algo tan complejo en bebés o en niños de tan corta edad?

Sin embargo, sí existe algún aspecto en los que los más pequeños pueden empezar a tomar contacto y experimentar en lo relativo al autocontrol de sus emociones.

Bienvenidos a los dos años… y a las rabietas

Para qué. Antes de entrar en cómo hacer frente a estas explosiones emocionales, necesitamos entender su origen.

Resulta que en nuestro cerebro existe una zona claramente relacionada con este comportamiento. Se trata de la corteza prefrontal, encargada de nuestra toma de decisiones, planificación, autocontrol o manejo de los impulsos. Tal área no ha alcanza su plena madurez hasta aproximadamente los 4 años, de ahí la dificultad para gestionar ciertos comportamientos en estas edades.

Es una de las etapas de la infancia más temidas. Llegados a este momento de su vida los niños comienzan a probar sus límites, surge ese «no» casi automático para todo aquello que les propongamos. Las rabietas son otro elemento de su artillería para tratar de autoafirmarse.

Aun así, intentaremos hacerles saber que esta forma de comunicarse con nosotros no es válida, y les ayudaremos a calmarse primero para poder continuar con lo que estuviéramos haciendo en ese momento.

Cómo

1. Muy pequeños. En estas edades todavía no podemos pedirles que se calmen solos. Como decíamos, no están lo suficientemente preparados para lograr calmarse por sí mismos, sino que para ello recurriremos a distraer su atención con cualquier otra cosa.

2. ¡A equiparse! Antes de lanzarnos a la aventura debemos saber qué cosas, juegos, ruidos o demás elementos distractores suelen funcionar, de manera que podamos recurrir a ellos.

3. Bajemos un poco la intensidad. Si se encuentran en pleno apogeo de sus gritos, lloros, y no paran de retorcerse, no malgastemos nuestras energías. Esperemos a que se reduzca un poco el episodio.

4. ¿Has visto eso? Una vez que ha descendido la intensidad de la pataleta, es cuando podemos tratar de distraerlo con alguno de sus juguetes, señalarle algún elemento llamativo de la calle o empezar alguna actividad que le apetezca, como un juego rápido y sencillo. El contacto físico también puede ayudarnos en este momento, dándoles un abrazo, una caricia o manteniéndonos cerca de ellos.

5. ¡Así mucho mejor! Igual de importante será que les reconozcamos lo a gusto que estamos con ellos cuando nos piden las cosas bien o cuando hablan sin «lloriquear».

Cuándo. El pistoletazo de salida para poner a prueba estas estrategias nos lo dará la aparición de la rabieta. Lo que sería preferible sería practicar su puesta en marcha primero en casa, donde contamos con más recursos, antes de probarlo en otras situaciones que controlamos menos.

De 3 a 6 años. Ya somos niños grandes

Una vez llegados a este periodo, se habrán producido muchos cambios interesantes entre sus habilidades.

Ahora tendrán nuevos retos que enfrentar, como empezar a asistir a clases, tanto si es en la escuela infantil como si es en el colegio más adelante. En este apartado propondremos el siguiente consejo:

Muevo la pierna, muevo el pie

Para qué. Tratar de enseñarles a adquirir el control sobre sus emociones se sitúa en un nivel bastante avanzado, por lo que podemos comenzar por un paso previo, asequible y de fundamental importancia, como es el dominio corporal: el equilibrio, la precisión con la que nos movemos, ser capaces de ajustar la velocidad a la que nos desplazamos.

Cuando mejor conozcan y manejen su cuerpo, con mayor facilidad conseguirán detectar y gestionar después sus emociones.

Cómo

1. Cuando juego, me divierto y aprendo. Para poder hacer más interesante para los pequeños este tipo de aprendizaje os proponemos trabajarlo a partir del juego.

2. ¿Echamos una carrera? Para este tipo de juego les propondríamos lo siguiente: una opción será llegar de un sitio a otro, pero sin correr, únicamente andando deprisa; otra posibilidad sería jugar a movernos sumamente lentos por la habitación, como si fuéramos astronautas o tortugas. Las variantes a introducir son múltiples, como, por ejemplo, echar una carrera a la pata coja, andar de puntillas o con los talones.

3. Un, dos, tres. Una buena manera para poner a prueba su dominio del cuerpo es jugar al escondite inglés, donde el que la liga debe contar y mirar de vez en cuando hacia atrás para comprobar que todos se quedan muy quietos. El final llega cuando uno de los niños es capaz de alcanzar la meta sin que lo hayan pillado moviéndose.

4. ¡Estatuas! Otra variante divertida es jugar a hacer figuras con el cuerpo. Para comenzar, habrá que elegir una categoría como animales, profesiones o muecas divertidas y tratar de representarlos físicamente. De esta manera facilitamos la representación mental de su cuerpo y que poco a poco sean hábiles a la hora de desenvolverse con él.

5. Manos a la obra. Hasta ahora hemos trabajado la psicomotricidad gruesa, englobando actividades como correr, saltar, lanzar cosas, etc.

Es el momento de buscar actividades para desarrollar la psicomotricidad fina, como podrían ser pintar con los dedos, jugar con plastilina, hacer collares de cuentas o macarrones. Servirá cualquier actividad que implique manualidades, donde debemos recortar, usar el punzón o pintar.

Cuándo. Dado que todas las actividades se presentan en forma de juego, podemos buscar algún momento libre. Así, además de pasar un rato divertido con nuestros hijos, fomentaremos su desarrollo en estas áreas.

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