Kitabı oku: «Entre la filantropía y la práctica política», sayfa 6

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2.2 Las bases sociales de las Damas Católicas

El tercer grupo era la base de esta organización piramidal y lo conformaban las “abejas obreras”. Las “socias activas” o “celadoras”, como se les denominó en el reglamento, fueron las encargadas de realizar el trabajo social en los barrios y colonias de la ciudad. Este grupo se formó por mujeres obreras, “criadas, trabajadoras y sirvientas”, dispuestas a ayudar “en la gran obra de las Señoras Mexicanas”32 que conformaban las líderes de la asociación. Las “abejas obreras” estarían conformadas por “señoras y señoritas” mayores de 18 años habitantes de la capital. Para poder ingresar debían de presentar una solicitud, en particular, debían ser presentadas por dos socias previamente admitidas, quienes ratificaban la honorabilidad de las aspirantes.

Formar parte de las Damas Católicas implicaba entonces un reconocimiento de una posición de estatus moral en sus comunidades, al mismo tiempo, se ingresaba a un sistema de protección y apoyo de mujer a mujer, se ofrecía ayuda y asesoría a mujeres solteras, solas, viudas o abandonadas, pues pertenecer a una asociación católica implicaba formar parte de un sistema cultural que pugnaba por proteger a mujeres, niños, enfermos y menesterosos frente a las desavenencias de la modernidad.

Dependiendo de las aptitudes y capacidades de cada una, se dividirían las actividades cotidianas; sin embargo, todas debían de distribuir propaganda y recolectar el óbolo católico. Asimismo, las actividades las realizarían al interior de las parroquias para estar en contacto con sus comunidades. Debemos recordar que la intención última era convertir a las mujeres católicas en agentes de la acción social entre sus familiares y amigos, en este sentido, era indispensable que sus labores quedaran constreñidas al espacio urbano donde eran reconocidas y realizaban la mayoría de sus diligencias.

Fue gracias a la actividad constante de las mujeres líderes y las socias “activas” que la ADCM comenzó a tener presencia en las calles de la Ciudad de México. Bajo la dirección del jesuita Carlos Heredia y los párrocos locales ellas lograron establecer vínculos de solidaridad que les permitieron cohesionar la organización al interior de sus barrios y colonias. Esto se debió a la gran diversidad de acciones que llevaron a cabo, como fueron: la enseñanza del catecismo y del oratorio a niños y a obreras; la fundación de círculos de estudio; la atención a cárceles, hospitales, hospicios y asilos; la creación de un costurero para pobres; el fomento a las obras de los tabernáculos; la impresión y difusión de propaganda contra la pornografía, malas lecturas, modas indecentes, diversiones inconvenientes, entre otras.

Ilustración 1

Organigrama de la Asociación de Damas Católicas Mexicanas


2.2 Actividades públicas y cotidianas de las Damas Católicas. Entre la faena urbana y las actividades parroquiales

Para comprender el impacto que tuvieron las prácticas cotidianas de la ADCM en el espacio urbano, es necesario recordar que el proceso de laicización no sólo modificó las relaciones sociales y políticas, también transformó la estructura de la capital, la cual pasó de encontrarse dispuesta espacialmente a partir de sus centros de culto, en donde giraba la vida social de la ciudad a “generar nuevos espacios abiertos, públicos y laicos […] y un paisaje más animado y moderno”.33 En lugar de los atrios de las Iglesias, los espacios abiertos como las amplias avenidas, jardines y plazas públicas se convirtieron en las nuevas sedes para la sociabilidad. De la misma forma, escuelas, hospitales, hospicios, teatros y museos se reconocieron como centros públicos para interactuar, los cuales se diferenciaron de la vida doméstica, privada, familiar y religiosa.

Durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, la Ciudad de México prácticamente duplicó su tamaño y población.34 Aumentaron los servicios públicos y se avanzó, en la construcción de una legislación capaz de señalar normas de higiene urbana, que incluían una política de supervisión para el correcto funcionamiento de rastros, mercados, hospitales y cementerios.35 Pese a que se buscó crear una ciudad acotada y ordenada, en la práctica la capital resultó ser un espacio fragmentado.36

Desde el porfiriato se abrieron áreas residenciales para clases medias y altas al poniente de la ciudad como las colonias Santa María la Ribera, San Rafael, Limantour, Juárez, Cuauhtémoc, Roma y Condesa, ubicadas en los cuarteles VII y VIII, que conectaban con el centro de la ciudad por paseo de la Reforma y avenida Juárez. En estos espacios se concentraron la mayoría de los servicios urbanos. Al norponiente, en las colonias Guerrero y Morelos habitaban los trabajadores proletarios y algunos artesanos; al nororiente, se encontraban los barrios marginales de La Bolsa, Díaz de León, Rastro, Peralvillo, Maza y Valle Gómez. No obstante la ciudad no era un lugar ordenado pues se encontraban “islas” de marginación en las colonias habitadas por los sectores medios y altos.

A partir de 1911, con el maderismo, la Ciudad de México se convirtió en un centro de discusión y transmisión de corrientes políticas entre diversas organizaciones.37 Esta transformación del espacio enfrentó a la Iglesia a nuevas posibilidades para la participación pública. Las clases altas organizadas en torno a la Iglesia participaron activa, pública y políticamente apropiándose de las calles de la ciudad. La militancia católica fue adquiriendo la función de construir un discurso social que tuvo una expresión material y una acción al interior de las parroquias, pero también en las calles de la ciudad, la Asociación de Damas Católicas es el ejemplo más claro.

Todas las mañanas salían de sus casas en dirección a la misa, vestidas elegantemente, con amplios y emplumados sombreros, corsés, encajes que adornaban gorgueras, cuellos, zapatos, chales, mantillas, delantales y calzas de lino, con guantes que cubrían el antebrazo y pañuelos y mantas para aquellos espacios que el corsé dejaba al descubierto. Después de comulgar, las celadoras y jefas de manzana pasaban visita con quienes les correspondiera, “para decirles alguna palabra de aliento y cariño y recoger sus pequeñas cuotas”,38 que se entregaban puntualmente en las reuniones mensuales, celebradas en el edificio del Seminario Conciliar tercer centro de toma de decisiones de la organización, ubicado en la calle de Regina No. 111 en el centro de la Ciudad. Semana a semana visitaban las casas de sus colonias para invitar a otras señoras y convencerlas para pertenecer a la Asociación.

Dedicaron su primer año de actividades a definir las empresas sociales y formas de trabajo retomando la experiencia y vida asociativa de organizaciones femeninas filantrópicas previas, como las Señoras de la Caridad de San Vicente de Paul. Sus actividades se dirigieron en tres direcciones: la recolección de recursos económicos para la “acción social” y el óbolo católico, la publicación de una revista titulada La Mujer Católica Mexicana dedicada a promocionar “los trabajos personales de las principales Damas”,39 y a organizar sus actividades territorialmente.

La ADCM se organizó espacialmente siguiendo la estructura de la ciudad. Se crearon ocho juntas seccionales correspondientes a cada una de las demarcaciones urbanas de la misma forma como se encontraba establecida la política del ayuntamiento, quien utilizó un modelo organizativo que buscaba un mayor control espacial.40 Al interior de cada junta se analizarían las condiciones locales, se impondría un plan de actividades y se decidiría qué acciones llevarían a cabo sus socias. Asimismo, la “socias celadoras” se encargaron de custodiar cada manzana, de colectar los donativos y de asumir las obras de propaganda en la zona a su cargo.41 Cada demarcación organizó sus propios comités, entre los que destacaron los de: escuelas, bibliotecas, enseñanza religiosa, profesoras, obreros, cárceles y hospitales.

La intención era lograr un estricto control territorial cuadra por cuadra; la organización por manzanas permitiría establecer pequeñas asambleas, capaces de repartir tareas y comisiones de manera local. Las manzanas junto con la parroquia se convirtieron en las dos unidades centrales de participación y evaluación de las actividades. De esta forma, se garantizaba la presencia singular y operativa de la militancia católica femenina en el espacio público, dicha estructura a su vez permitía generar un flujo de información propagandística y de orden político capaz de difundir desde las altas esferas de poder de la Iglesia hacia los estratos más bajos de la población. Para atraer más fieles a los templos se buscó “peinar” la ciudad, conocer todos y cada uno de sus rincones, el tipo de población, de vivienda y de familias que la habitaban. También, las Damas pretendían palpar el agitado ambiente político.

Para tener un estricto control sobre las socias se organizaron cuatro tipos de padrones distintos,42 lo que implicaba un gran esfuerzo por parte de la organización y del arzobispado para mantener un riguroso registro de su militancia. Se sabía dónde vivían, cuáles eran sus actividades con relación a las obras sociales y, sobre todo, cuál era su donación mensual al óbolo católico. Los padrones, la organización por demarcaciones y el trabajo manzana por manzana que realizaban las celadoras indicaban una fuerte necesidad por parte de Mora y del Río por tener bajo su supervisión los diversos rincones de la capital, a fin de medir los lugares donde la “acción social católica” sería más eficaz.

La estructura interna y territorial de la ADCM fue el laboratorio para probar formas organizativas que apoyaran las labores del espacio parroquial a fin de aumentar la comunidad católica. Si durante el porfiriato las prácticas asociativas de la militancia católica se encontraban atomizadas y descentralizadas, con la revolución maderista se abrió el camino hacia un primer intento de unificación de participación católica, con ello sobrevino un periodo de democratización de la vida pública. Por primera vez, desde las Leyes de Reforma, las mujeres católicas expresaron sus prácticas religiosas en las calles de la capital, portaron libremente insignias, cruces, crucifijos, medallas, imágenes religiosas, organizaron kermeses o asistieron a peregrinaciones. Se transformó el concepto y el uso político de la ciudad, convirtiéndose en un espacio para la participación política femenina permitiendo a la Iglesia y a su militancia experimentar nuevas formas de organización urbana.

La estructura territorial de la Iglesia se ha establecido tradicionalmente a nivel parroquial, a cada una le correspondía cierto número de barrios y colonias dependiendo de la densidad de población, así, en las parroquias ubicadas en el casco antiguo de la capital, su área era menor a las parroquias y vicarías ubicadas en la periferia que tenían menor densidad de población y mayor superficie [ver Plano 3].

En la práctica, la ADCM se organizó siguiendo esta misma estructura, lo que se puede apreciar gracias a la localización de sus principales centros de actividades. Las parroquias del Sagrario, de San Sebastián y Santa Veracruz, con mayor densidad de población y ubicadas en el centro de la ciudad, fueron las más activas. Sin embargo, hacia el oriente, las parroquias de San Francisco Tepito, Santa Cruz y Soledad, y Concepción Tequipechuca tuvieron también una presencia importante, aunque concentrada al interior de la vida parroquial [ver Plano 3].

Con el apoyo de los sacerdotes locales, las parroquias fungieron como los principales lugares de reunión y el espacio propicio para la sociabilidad. En su interior se fundaron escuelas nocturnas para obreros, niñas y niños de bajos recursos y centros de estudio de catecismo; las Damas Católicas continuaron la labor que anteriormente llevaban a cabo párrocos de la Ciudad de México interesados en fomentar y fortalecer el activismo católico entre las clases obreras y menesterosas de la capital. Las parroquias continuaron poblándose de mujeres que enseñaban a leer, escribir y a contactar con el lado espiritual y los sentimientos filantrópicos y devocionales de otras mujeres, niños, jóvenes y adultos quienes se beneficiaban de la sociabilidad que promovían las Damas.

Aunque la parroquia permaneció como un espacio central para el desarrollo de las actividades, la organización territorial por demarcaciones fue también muy importante en estos primeros años, pues permitió ampliar la acción hacia espacios públicos no sacralizados. Cada celadora debía asegurarse que todas las mujeres de su manzana o calle se inscribiera a la Asociación, pero además debía “estar al tanto de donde vive cada socia, de repartirle su hojita mensual de propaganda y recoger su óbolo, mientras viva en su manzana, pues si muda su residencia a otra calle no cuidará más de ella”.43 En una ciudad donde ciertos sectores sociales cambiaban de rumbos con frecuencia en busca de nuevas fuentes de trabajo,44 la intención de la ADCM de “cuidar” por manzanas a sus socias les permitía ubicar sus zonas de influencia, así como mantener cercano contacto y cohesión entre las socias. Por medio de la “labor hormiga”, recorriendo calle por calle, relacionándose de mujer a mujer, cubriendo necesidades domésticas y cotidianas, las Damas lograron tejer una red de solidaridad y sociabilidad que les permitió actuar sin hacerse visibles, ni amenazantes. También, permitió al arquidiócesis mantener un control directo sobre la Asociación y garantizar que el óbolo y demás recaudaciones fueran controladas directamente por él [ver el Plano 4 y Organigrama].

Cabe destacar que no en todas partes se recibió con gusto la activa participación pública de las Damas Católicas. Aunque en los estatutos se presentaban como las principales aliadas de los curas locales, y sus actividades debían de ser aprobadas por los párrocos de la comunidad, no en todas partes se encontraron con sacerdotes dispuestos a colaborar. Por ejemplo, los curas de las parroquias de Santa Cruz y Soledad escribieron al arzobispo negándose a permitir la recaudación del óbolo católico como parte de la recolecta de la limosna, señalaban que “ya son muchos los que piden fuera de la Iglesia y es mejor no fomentar la costumbre de pedir dinero”, pero también las limosnas servían para pagar la orquesta que acompañaba la misa, por tanto, consideraban mejor que no se recolectara, o bien, que “con la limosna se pague la orquesta y recauden el poco dinero que sobra”.45 Es probable que la cercanía con Mora y del Río llegara a ser un impedimento para la buena relación de esta asociación con algunos de los párrocos locales, quienes no estaban dispuestos a perder parte de sus ingresos frente a un proyecto político impuesto desde la arquidiócesis.

Plano 4

Los movimientos de la ADCM en la Ciudad de México (1912-1914)


2.3 La Asociación de Damas Católicas durante la dictadura huertista, cambios y continuidades

Durante el maderismo, las actividades de la ADCM se dirigieron hacia la acción propagandística y se organizaron utilizando tanto la estructura parroquial como la distribución por demarcaciones de la ciudad; en la dictadura huertista sus actividades y campo de acción aumentaron, pues se convirtieron en un eje y una fuente de financiamiento para el desarrollo de las bases sociales de la Iglesia y del Partido Católico Nacional.

El PCN y la ADCM tenían una relación sumamente cercana, por ejemplo, la madre de Eduardo Tamariz y la esposa de José Elguero, líderes del PCN, fungieron como presidenta y vicepresidenta de la Asociación de Damas Católicas. Durante los 18 meses de dictadura, las Damas se dedicaron a mantener las escuelas nocturnas para obreros, a fundar escuelas para niñas pobres, a impulsar el catecismo y a promover las labores de propaganda encaminadas a adherir nuevos miembros al PCN. Las parroquias del Sagrario y la Santa Veracruz, ubicadas en el tercer y quinto cuartel de la ciudad, fueron sus centros de mayor actividad. Cabe señalar que las escuelas se distribuyeron por las zonas más menesterosas, hacia la Merced y hacia la actual colonia Guerrero [ver Plano 4]. El constante trabajo de recolección de donativos para las obras sociales, recaudados a través del famoso “óbolo católico”, las convirtió en una agrupación que destinó parte de sus actividades a financiar el Partido Católico Nacional.

Si analizamos las zonas donde se realizaron las actividades cotidianas de la ADCM, podemos observar que su interés principal era atender las demarcaciones con mayor nivel de pobreza y marginación. En 1913 fundaron tres escuelas nocturnas para obreros, una en Campo Florido, otra en la colonia La Bolsa y la iglesia de Loreto en el centro de la ciudad; al año siguiente inauguraron una escuela dominical y un salón de obreros en la colonia Indianilla, abrieron una escuela para obreros en la colonia Valle Gómez y un centro obrero en la iglesia del Espíritu Santo, ubicada cerca del parque Ponciano Arriaga. Establecieron una biblioteca en el hospital de Regina, otra en la Escuela Correccional y una más en una casa de normalistas al cuidado de las monjas salesianas. Sin embargo, su presencia también se puede notar en el poniente de la ciudad como en las colonias San Cosme, la Roma y Juárez. En esta última se fundó una escuela gratuita “para niñas pobres” atendida también por monjas salesianas. Las Damas aportaban mensualmente $25.00 para su sostenimiento46 [ver plano 4].

Las socias líderes se identificaban con la élite porfiriana que buscaba convertir a México en un espacio urbano moderno, propio de su tiempo, ligado a grandes centros económicos y culturales como Francia e Inglaterra,47 abandonaron la comodidad de su espacio doméstico. Ellas que habitaban grandes y lujosas mansiones ubicadas en colonias estilo art nouveau, como la Juárez, donde contaban con todos los beneficios de la urbanización moderna, amplias y limpias banquetas con acceso a la electricidad, drenaje y calles adoquinadas, recorrieron zonas urbanas que mostraban la otra realidad de la Ciudad de México, calles insalubres, sin electricidad, ni pavimentos o atarjeas. Trabajaron en zonas sumamente marginales –como La Bolsa e Indianilla, dos de las colonias pobres y peligrosas del nororiente de la Ciudad– a fin de ofrecer un alivio espiritual a mujeres, hombres y niños; se preocuparon por la falta de centros de culto católico o por el pésimo estado de las parroquias locales, sobre todo en las colonias donde la estructura urbana era deficiente o prácticamente nula.

Al visitar “las barracas”, nombre otorgado a los edificios que fungían como templos religiosos ubicados en las colonias de la Bolsa, al norte de la Ciudad y en Campo Florido hacia el sur poniente; se decidió fundar una comisión encargada de la limpieza de las iglesias, así como de mantenerlas siempre en buenas condiciones.48 Recurriendo a una práctica cotidiana impulsada décadas antes por la Vela Perpetua, las socias de la ADCM recuperaron la experiencia previa y tomaron la decisión de embellecer los centros de culto, actuaron, se empoderaron de espacios alejados de la forma de vida que acostumbraban para convertirlos en centros de participación social, espacios dedicados al culto abiertos al público, pero también en lugares dignos para la recreación y la enseñanza.

Su andar y sus actividades por la Ciudad transformaron su relación con ella. Las Damas ampliaron los límites del espacio urbano en el que se desenvolvían, salieron de sus colonias y de sus barrios para reconocer y reinterpretar distintas formas de interacción social ajenas a su realidad y para ellas resultaban inmorales, insalubres y antirreligiosas.

Frente a la delincuencia, la corrupción, la prostitución en las calles y la falta de vestido entre los más menesterosos, iniciaron una campaña contra “la relajación moral” de la sociedad. Se opusieron a los espectáculos y las exhibiciones realizadas en teatros y cinematógrafos que “pervertían las costumbres” al mostrar películas de amores trágicos, de suicidio o asesinato que provocaban en la sociedad un problema de falta de moral.49 Mediante anuncios en el periódico y en La Mujer Católica Mexicana, la Asociación hizo suya la censura de aquellas obras de teatro o películas que atentaban contra sus creencias. Inclusive rentaron un teatro llamado Salón Star, en donde se proyectaban películas “morales”, previamente avaladas por las Damas, a fin de “salvar a los niños de malas exhibiciones”. No obstante, el gasto de la renta resultó excesivo para la ADCM, por lo que duró poco tiempo abierto al público. La presencia de las Damas para la “propagación del reino social de Jesucristo” implicaba también la visita a hospitales y cárceles, por ejemplo, en el Hospital Juárez se atendía a los heridos del ejército, asimismo, se realizaban misas, se adornaban salones, se promovía la primera comunión, obsequiaban desayunos a los enfermeros y se catequizaba a los pacientes.50

Ilustración 2

Mujeres entregan alimentos a enfermos. Ca. 1914 (SINAFO)


La imagen fue tomada por el estudio Casasola alrededor del año de 1914, muestra a un grupo de Damas Católicas formadas para recibir la gratitud de los enfermos mientras les proporcionaban alimentos. Ellas ofrecían sus dulces miradas hacia las cámaras, mostrando sus elegantes y limpios vestidos de seda parisina hacían visible una intención de propaganda sobre sus acciones filantrópicas. El contraste es mayúsculo con las batas de manta blanca de los internos, pero también con el sencillo traje de algodón de la enfermera, quien con una enorme cara de cansancio, sostiene la charola con los alimentos para que cada uno de los enfermos pase a servirse su ración. Los recargados sombreros, algunos con redecillas, marcan distancia entre la insalubridad del enfermo, cuyo cabello ha sido cortado a rape para evitar el contagio de piojos y la clase social de estas mujeres.

La capacidad de las Damas de colectar donativos para el óbolo católico las convirtió en una fuente de financiamiento para distintos proyectos. Iglesias, seminarios, escuelas y organizaciones católicas solicitaron ayuda económica de las Damas para poder realizar sus diversas actividades. Su condición femenina, su interés en atender problemáticas sociales en torno a la infancia, así como su vocación filantrópica no siempre las llevó a coincidir con las otras organizaciones de la militancia católica, por lo que en algunos momentos tomaron distancia de ellas. Por ejemplo, se negaron a apoyar económicamente al periódico Adelante, órgano de difusión de la ACJM que había solicitado cooperación para su manutención. En cambio, apoyaron al deán de la catedral, quien les requirió su auxilio para comprar juguetes, dulces y ropa para los niños en navidad.51 Lo que demuestra una autonomía en la toma de decisiones.

También se realizaron donativos a diversas escuelas para obreros como el Centro Católico en Tacubaya, se remodeló el puente de Alvarado, donde por cierto existía desde 1909 un colegio católico privado.52 Participaron en la organización de festivales en distintas demarcaciones, colaboraron con la distribución de premios para los jóvenes estudiantes más sobresalientes del seminario conciliar, buscaron ampliar las actividades en los centros para obreros de la Bolsa, Peralvillo e Indianilla, la Roma y la Doctores. Las Damas no actuaban de manera espontánea, sino que resolvían necesidades de los propios sectores católicos. Asimismo, trabajaban en espacios previamente ganados por el catolicismo como ocurrió durante una remodelación del puente de Alvarado.

Durante la dictadura huertista, la historiografía ha observado un interés por transmitir una especie de militarismo que traspasó las barreras de lo político para incurrir en el terreno de lo social, en la formación de una serie de valores que pretendían “socializar la cultura militar que debía promover y extender la aceptación activa y la promoción de los valores militares; valores que estaban asociados con la misión del ejercicio federal como representante y defensor nacional”.53 Las Damas no fueron la excepción, por el contrario, aportaron su granito de arena en la promoción y exaltación del papel del ejército federal en la vida cotidiana, no sólo como elemento de dominio, sino como institución pública al servicio de la sociedad. Así se inauguró en la casa de Elena Lascurain de Silva –quien poco tiempo después se convirtió en la presidenta de la Asociación– un ropero para niños huérfanos de los soldados, asimismo, repartieron medallas y escapularios al ejército huertista.54 En este sentido, las Damas adquirieron un sentido nacionalista de exaltación al ejército federal en contraposición con los grupos revolucionarios y asumieron una postura política a favor del dictador.

Durante los meses que duró la dictadura, las Damas no sólo mantuvieron sus actividades, además se convirtieron en una organización económicamente sustentable, capaz de sostenerse a sí misma. Tuvieron la suficiente autonomía económica y la capacidad ejecutiva como para decidir cuales proyectos respaldar y cuales no, en este sentido, se beneficiaron aquellas actividades que cabían con su visión femenina de la caridad, su papel como mujeres, su preocupación por la educación básica y religiosa de niños y adultos. Asimismo, pudieron moverse por la ciudad convirtiéndose en agentes con capacidad para resolver, solventar y aumentar el trabajo de la acción social católica en todos los niveles sociales. Atendieron las necesidades en barrios pobres, trabajaron con obreros, proveyeron de vida el interior de las parroquias y trabajaron de manera coordinada con otras organizaciones de la militancia católica, en particular los Caballeros de Colón, el Partido Católico Nacional y la ACJM. La Asociación se convirtió en un motor que dio visibilidad a la acción católica en el espacio urbano de la ciudad.

Los primeros años de actividades de la ADCM estuvieron marcados por un periodo de auge de sus prácticas asociativas, su identidad como mujeres, madres interesadas en auxiliar al pobre y al enfermo, pero sobretodo en la educación de la niñez fueron los principales intereses de las socias, pero también constituyeron los elementos que las dotaron de una presencia en la vida pública de la ciudad. Sus actividades caritativas y su interés educativo las llevó a consolidar y unificar aquellos círculos católicos obreros que se habían forjado diez años antes que se encontraban atomizados por toda la Ciudad, pues la militancia católica del periodo porfirista no había logrado vincularlos ni centralizarlos en torno a una organización católica específica.

Para la ADCM, el periodo huertista representó la posibilidad de crecer y organizarse alrededor de la Ciudad, pudieron centralizar su acción alrededor de las parroquias, conocer las zonas marginales de la ciudad, y dar vida a su labor filantrópica que funcionó como el principal elemento de cohesión, pero también como el camino para el establecimiento de su red de sociabilidad y solidaridad. Las Damas, desde las parroquias y las calles, se preocuparon por abrir espacios para la educación de adultos y niños a fin de otorgar elementos de enseñanza formal, pero también para encontrar nichos que permitieran transmitir la doctrina de la fe y del catolicismo social. En este sentido, su labor filantrópica les otorgó notoriedad pública.

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