Kitabı oku: «Miguel Ángel Asturias en Italia », sayfa 14
164. S. Okechukwu Mezu, Leópold Sédar Senghor et la Défense et l’Illustration de la Civilisation noire (Paris: Editions Marcel Didier, 1968), 31, 46, 59, 79. [Todas las notas pertenecen al texto original, salvo indicación diferente].
165. L. Sédar Senghor, Négritude et Humanisme (Paris: Liberté I, Editions du Seuil, 1964), 445.
166. En la nota de la edición italiana, se cita como fuente la Segunda Carta de Cortés. Se trata, evidentemente, de un error, ya que la cita es del famoso texto de Bernal Díaz del Castillo, que Asturias ya había utilizado muchas veces en sus conferencias (N. del T.).
167. Los estudios críticos y biográficos más importantes sobre Senghor son los de A. Guibert (Paris: Seghers, 1961), L. Kesteloot (Institut de Sociologie de l’Université de Bruxelles, 1965), H. de Leusse (Paris: Hatier, 1967), J. Rous (Paris: Didier, 1967), E. Milcent y M. Sordet (Paris: Seghers, 1969).
168. L. Sédar Senghor, Chants d’ombre, Que m’accompagnent koras et balafong, V.
169. Kouss: una especie de personajes que recuerdan a los habitantes originarios de África, los Pigmeos, exterminados posteriormente por otras poblaciones negras. Véase: D. Paulme, Les civilisations africaines (Paris: PUF, 1965), 20-21.
170. Los lamantinos son cetáceos parecidos a las focas, que habitan los ríos cerca de los estuarios. El lamantino africano es frecuente sobre todo en Senegal. Los antiguos llamaban a los lamantinos “hombres marinos”, o “mujeres marinas” porque tienen tetas y patas con uñas.
171. «Yo viví entonces en este reino, vistos por mis ojos, escuchados con mis oídos, los seres fabulosos que viven más allá de las cosas: los Kouss en los tamarindos, los Cocodrilos guardianes de las fuentes, los Lamantines que cantaban en el río, los Muertos de la aldea y los Ancestros que me hablaban y me iniciaban a las verdades alternadas de la noche y del mediodía». «Comme les lamantins…» en Poèmes (Paris: Seuil, 1964), 160.
172. «el cantor invita todos los Ancestros…». «Lettre à un prisonnier», en Poèmes, 84.
173. «Escuchamos la voz de los Ancianos de Elissa. Como nosotros exilados / no quisieron morir, que se perdiera en las arenas su flujo seminal. / Que escuche, en la cabaña humeante que visita un reflejo de almas propicias / mi cabeza sobre tu seno caliente como un dang que sale humeante del fuego / que respire el olor de nuestros Muertos, que recoja y repita su voz viviente, que aprenda a / vivir antes de bajar, más allá del buceador, en las altas profundidades del sueño…». «Nuit de Sine», en Poèmes, 14.
174. «Yo no sé en qué tiempo estaba, yo confundo siempre la infancia y el Edén / como yo mezclo la Muerte y la Vida -un puente de ternura las une». «D’autres chants», en Poèmes, 140.
175. «Fue entonces suficiente nombrar las cosas, los elementos de mi Universo infantil para profetizar la Ciudad de mañana que renacerá de las cenizas de la antigua, lo que es la misión del poeta». «Comme les lamantins…» en Poèmes, 160.
176. «Sin embargo la más grande lección que recibí de París ha sido menos el descubrimiento de los otros que el de mí mismo. Abriéndome a los otros la Metrópoli me abrió al conocimiento de mí mismo. Si París no es el más grande museo de Arte negro africano, en ninguna otra parte el Arte negro ha sido, a este punto, entendido, comentado, exaltado, asimilado. De verdad París, revelándome los valores de mi civilización ancestral, me obligó a asumirlos y hacerlos fructificar en mí». L. Sédar Senghor, Négritude et Humanisme, 313.
177. «Fuisteis vosotros a exigirme, iluminado por vuestro Espíritu, equipado por vuestros instrumentos de análisis, a imponerme de volver a mis fuentes –las fuentes de la Negritud– que son mares de fondos abisales. Hay más. ¿Cómo no evocar aquí la figura la apasionada figura de Marcel Griaule? ¿No fuiste tú, Vieja Sorbona, materna Sorbona, a crear para él, en la Sagrada Colina, una Cátedra de Etnología Negro-africana?». L. S. S., «Sorbonne et Négritude», en Négritude et Humanisme, 316.
178. «[…] estábamos entonces sumidos, con otros estudiantes de color, en una especie de desesperanza pánica. El horizonte estaba cerrado. Ninguna reforma en perspectiva, y los Colonizadores legitimaban nuestra dependencia política y económica con la teoría de la tabula rasa. Ellos pensaban que nosotros no habíamos inventado, creado, escrito, esculpido, pintado, cantado nada. ¡Solo bailarines! Y tampoco…». L. S. S., Rapport sur la doctrine et la propagande du parti, Congrés constitutif du Parti du Rassemblement Africain, 1959, 14.
179. «[…] una multitud pululante vestida de seda y de terciopelo, de Grandes Estados bien gobernados, en todos los aspectos, con soberanos potentes, industrias potentes. ¡Civilizados hasta el meollo!». L. Frobenius, Histoire de la Civilisation africaine (Paris: Gallimard, 1936), 14.
180. Se pueden ver, a este propósito, sobre todo las obras de Cheik Anta Diop.
181. «Estos fueron nuestros Maestros, que nos salvaron de la desesperanza revelándonos nuestras propias riquezas». L. S. S., Négritude et Humanisme, 317.
182. «Se trata de la independencia como de la negritud. Al principio es una negación, lo dije, más exactamente la afirmación de una negación. Es el momento necesario de un movimiento histórico: el rechazo del Otro, el rechazo de asimilarse, de perderse en el Otro. Pero ya que este movimiento es histórico, es al mismo tiempo dialéctico. El rechazo del Otro es la afirmación de sí». L. S. S., Rapport sur la doctrine, 25.
183. L. S. S., Les fondements de l’Africanité ou Négritude et Arabité (Paris: Présence Africaine, 1967), 105.
184. «Les réligions africaines traditionelles», Actes des Rencontres internationales de Bouaké, Seuil, Paris, 1965, 197.
185. L. Kesteloot, Les écrivains noirs de langue française: naissance d’une literature (Bruxelles: Ed. Université, 1965), 63 y ss.
186. Kesteloot, «Première partie: Les Origines», ibid., cap. I, II, III.
187. «Es justamente por esto que, por una suerte sorprendente, desde el comienzo del siglo unos pensadores europeos libraban una batalla contra la razón con las “armas milagrosas” de Asia y África que los orientalistas y los etnólogos habían pacientemente descubierto y catalogado […] Mas es sobre todo con Breton y los surrealistas, iniciados por Lautréamont y Rimbaud, que los nuevos Negros encuentran preciosos aliados. Detrás de ellos y con esta vehemencia que es su marca, Césaire proclama una vez más: “Porque nosotros os aborrecimos, vosotros y vuestra razón, nosotros nos identificamos con la demencia precoz de la locura resplandeciente del canibalismo tenaz. Contamos: la locura que recuerda, la locura que grita, la locura que ve, la locura que se desata y vosotros sabéis el resto que dos más dos hace cinco». L. S. S., «L’apport de la poesie nègre au demi-siècle», en Négritude et Humanisme, 134-135.
188. «Solo la Revolución surrealista, ya lo sabéis, permitió a nosotros los poetas expresar la Negritud en francés. Desintegrando la frase, después de la visión, por la eliminación de las palabras como instrumentos, encaminando la revolución del Diccionario otorgando la ciudadanía a las palabras técnicas y “bárbaras”. Sartre habla de armas “robadas al opresor” que sirven en contra de él. El método de los poetas negros, porque hay un método, es pues menos organizado de lo que se puede pensar. […] Se entiende mejor partiendo de las lenguas negro-africanas. Estas lenguas son esencialmente concretas. Las palabras están siempre rodeadas de imágenes, porque su raíz conserva su valor concreto. Añado que la palabra-imagen es signo y sentido a la vez, y que las propiedades sensitivas de la palabra –el timbre, el tono y el ritmo– refuerzan su sentido, no el signo. De ahí la extrema escasez de palabras abstractas, incluso en la prosa. Finalmente, al contrario del francés, que es una lengua analítica con una sintaxis de subordinación, que nace de la lógica, las lenguas negro-africanas expresan un pensamiento sintético con una sintaxis de yuxtaposición y de coordinación, una sintaxis surrealista […]». L. S. S., ibid., 142-143.
189. Una obra que resume las críticas de izquierda a las formulaciones ideológicas de Senghor es la de Yves Benot, Ideologies des independances africaines (Paris: Maspero, 1969), 423.
190. Geneviève Calame Griaule, «La litterature orale», en Colloque sur l’art nègre, tomo I, Présence Africaine, Paris, 1967, págs. 243-255.
191. Basile Juléat Fouda, «De la litterature orale négro-africaine», en Colloque sur l’art nègre, tomo I, Présence Africaine, Paris, 1967, págs. 281-307.
192. «De hecho, mi vida interior ha sido, muy pronto, dividida entre la llamada de los Ancestros y la llamada de Europa, entre las exigencias de la cultura negro-africana y las exigencias de la vida moderna. Estos conflictos se expresan a menudo en mis poemas. Son su meollo». L. S. S., L’homme et l’œuvre, ed. por Armand Guibert (Paris: Présence Africaine, 1962), 143.
193. «Este equilibrio que usted admira es un equilibrio inestable, muy difícil para conservar. Cada día hay que partir de cero…». ibid., 144.
194. Sobre esta idea metafísica del Verbo en la tradición cultural negro-africana, véase: Les religions d’Afrique Noire. Textes et traditions sacrées, ed. por Louis Vincent Thomas y René Leleu (Paris: Fayard-Denoel, 1969), en especial los primeros dos capítulos de la Introducción.
195. «[…] la arquitectura del ser, el dinamismo interior que le da forma, el sistema de ondas que emite hacia los otros, la expresión pura de la fuerza vital». L. S. S., «Éléments constitutifs d’une civilisation d’inspiration negro-africaine», en Négritude et Humanisme, 281.
196. A este propósito, se pueden leer: H. Memel Foté y L. Diakhaté, Colloque sur l’art nègre, tome I, 47-49, 555-567.
197. A. Hampaté Ba, «Animisme en savane africaine», en Les religions africaines traditionelles, 51.
198. Miguel Ángel Asturias agradece a Amos Segala por su indispensable colaboración histórica, crítica y bibliográfica.
2.6 Dos textos breves
La obra de Arturo Uslar Pietri resulta, incluso hoy en día, prácticamente desconocida en Italia: la única novela traducida apareció en 1972, propuesta por una editorial de Parma, la CEM, que no tenía un interés específico en la literatura hispanoamericana, tanto que este libro será el único publicado en este ámbito. Para la introducción de esta edición, se aprovechó el texto de Asturias empleado para la edición española de Salvat en 1970, que fue el de referencia para la traducción.
La presentación de la novela se desarrolla de manera bastante insólita: el tema, los personajes, los lugares de la narración quedan en segundo plano, dejando todo el espacio a una reflexión sobre el poder de la palabra, a la que se añade una rememoración de los años en los que ambos escritores vivieron juntos en París.
La trascendencia de la palabra narrativa queda plasmada en un juego intertextual y político que se revela decisivo si lo colocamos en los inicios de los setenta. El juego se da a través de una famosa cita de Fidel Castro, sustituyendo la expresión «revolución» con «palabra»: «En la palabra todo. Sin la palabra, nada» (199). Como se ha recordado, después del Nobel y de su aceptación de la Embajada en París, Asturias se encontró al centro de un fuego cruzado: por un lado, los ataques que llegaban de Cuba y de la izquierda más radical, y por el otro, las críticas y polémicas en las que se vio involucrado con los más jóvenes protagonistas del “boom”. La cita de una frase ya mítica del Jefe Máximo no es solo un chiste burlón, un guiño hacia lectores que conocían todo este contexto, sino que se transforma en una afirmación en positivo, que vincula a Uslar Pietri con Asturias y con toda una generación.
En este sentido, también la evocación de la lectura pública de las páginas de la novela que se estaba gestando en el ambiente latinoamericano del París de los años veinte funciona como inclusión del texto en cuanto expresión de una comunidad, de un conjunto de intelectuales, quienes eran un poco despreciados por la generación del “boom”. La memoria se vuelve así reclamación de su papel fundamental en la historia cultural de Latinoamérica, donde el uso del pronombre de primera persona plural configura todo un grupo: «Así teníamos que hacerlo, de paso y con nuestras palabras. Fábula y epopeya. Descubrirnos nosotros, en medio de la más demoledora revolución literaria de los últimos tiempos –el surréalisme–, apresuradamente, para salvarnos con lo propio, con lo nuestro. Hablando y andando, por el temor de quedarnos en un sitio y volvernos árboles».
De esta manera, la frase lapidaria que se encuentra casi a mitad del texto –«El trabajo del novelista. Hacer visible lo invisible con palabras»– se puede leer como la afirmación de una poética personal y colectiva, que permite al lector entender Las lanzas coloradas en un contexto más amplio, en el que Asturias jugó un papel fundamental.
El texto de la introducción al libro de Mario Moretti es el más breve entre los seleccionados y constituye, en efecto, un texto de ocasión solicitado por su amigo Rafael Alberti para una colección que el poeta español había empezado en 1969 con la editorial Veutro, de Roma. No hay huellas de este texto en español, así que tenemos que pensar que el manuscrito original fue enviado por Asturias a la editorial y traducido al italiano por algún colaborador anónimo, ya que no aparece su nombre en el libro.
La colección no conoció una gran fortuna: solo cinco libros publicados en tres años, y con el que nos interesa se cerró esta experiencia, probablemente también por problemas editoriales. Efectivamente, la editorial era una de las tantas pequeñas editoriales de izquierda que nacieron en Italia durante la segunda mitad de los sesenta y que empezaron a tener dificultades económicas en la década siguiente, hasta desaparecer o transformarse radicalmente. Asturias ya se había cruzado con esta editorial en 1966, con la traducción de El alhajadito, cuyo título italiano fue La pozza del mendico. Sin embargo, tampoco esa publicación tuvo un gran éxito: fue la primera y la última de una colección que se llamaba I grandi scrittori latinoamericani, que nació y murió con este volumen.
El volumen que nos interesa es un texto de Mario Moretti (1929-2012), un dramaturgo italiano muy importante en la historia del teatro italiano de la segunda mitad del siglo XX, que dedicó gran parte de su extensa obra a la representación de eventos y personajes de la historia que tuvieron especial relevancia en la cultura italiana (Giordano Bruno, Tommaso Campanella, Cagliostro, Marco Polo, etcétera). En su breve texto, Asturias explica las motivaciones puntuales que lo originaron –la amistad con Alberti, uno de los viajes a Roma, el interés por el autor– para finalizar con una apertura sorprendente en la vertiginosa conclusión, con la que traslada al lector a un paisaje tropical donde las páginas se vuelven hojas de tabaco y el sufrimiento de Campanella y Giordano Bruno –unidos en el título– se refleja en las angustias vividas por «todos los que han conocido la violación de su mundo, la corrupción, el despotismo, la violencia».
199. La frase de Fidel Castro en realidad era «En la revolución todo, fuera de la revolución nada», pero a los efectos de la reflexión de Asturias, el cambio no es relevante.
2.6.1 Introducción a la edición italiana de Le lanze colorate
Es el ser, son las cosas que se disuelven en contacto de un mundo que nos subyuga, hasta suprimir la realidad ambiente, empujándonos, convertidos en un no ser sueños de nosotros mismos siendo sueños, hacia la conciencia de una realidad anterior y presente. Así podría definirse el mundo, el universo de Las Lanzas Coloradas. Una realidad anterior y presente que da a la novela profundidad histórica y sabor actual. Sí, es ese nadar entre dos aguas, entre hechos y desechos sueños coloridos, perfumados, sonoros, táctiles, lo que nos da, en Las Lanzas Coloradas, la posibilidad de una irrealidad más real que la realidad. No son alucinaciones, sino reminiscencias, ascuas antiguas, fuegos estáticos convertidos en momentos preciosos. Eludir el simple sueño, la ensoñación infantil, la primitiva fuerza de la vida secreta, eludir lo que la brújula de la inteligencia señala, para acercarnos más a la limpia apropiación del todo: época, personajes, circunstancias. La sangre quemada en las venas se torna roja, como los sueños quemados en el sueño, al entrar en contacto de una irrealidad consentida como real.
Lo inabarcable abarcado. El arma de dos filos. Las escenas de Las Lanzas Coloradas («Coloradas» con mayúscula, porque son lanzas coloradas de sangre) antojan reflejarse en un espejo antiguo, en un agua dormida que las va devolviendo, sin contornos precisos, hasta alcanzar, en un primer plano, su cabal dimensión humana. La problemática es el llavero en que van las llaves para abrir las puertas de una sociedad cerrada, que son ideas, ideas de fuego, quemantes, propias para iniciar el incendio de la libertad venezolana que fue después la libertad de América. Las estampas al aguafuerte de la época colonial, claros ruidos y manchas de silencio, los rostros enajenados, la fabla, todo contribuye, tentación y ostentación, a hacer visible aquel mundo de hacendados, señores y esclavos.
El trabajo del novelista. Hacer visible lo invisible con palabras.
Arturo Uslar Pietri cuida su idioma, sabe o intuye que la palabra es la sabiduría del novelista, del escritor, del poeta. Sin este saber y conocer, no hay novela ni poema. En la palabra todo. Sin la palabra, nada. Y de este vivir de Arturo Uslar Pietri por la palabra, con la palabra y para la palabra, damos testimonio. Le vemos, le recordamos, le oímos, en París, años 20-30, alto, delgado, de rostro sólo unos inmensos ojos claros, leer los primeros capítulos de Las Lanzas Coloradas. Leía prosa, pero con el deleite del que lee poesía. Hazaña de una generación. De nuestra generación. Mezclar el canto y el cuento. Las Lanzas Coloradas no nos parecían escritas, sino habladas. Y todavía hoy, cuando las leemos, las oímos. El adjetivo como ventura y desventura. Aquellos días. Aquellas horas. El problema verbal. Las palabras-piedra. La palabra-madera. Las palabras-metales…
Medio siglo ha pasado. Montparnasse… Otro Montparnasse. El «Falstaff». Aún queda. Está como entonces. Un café-bar-rincón entre holandés y noruego, propio para que la figura de nórdico de este joven escritor venezolano, alto como escalera, de modales medidos, diera lengua suelta a su creación novelística leyendo para algunos amigos Las Lanzas Coloradas, novela con claves para la interpretación de nuestra realidad americana. Esta, desde entonces, nuestra preocupación de novelistas: lo americano-nuestro. Andando y hablando. Así teníamos que hacerlo, de paso y con nuestras palabras. Fábula y epopeya. Descubrirnos nosotros, en medio de la más demoledora revolución literaria de los últimos tiempos –el surréalisme–, apresuradamente, para salvarnos con lo propio, con lo nuestro. Hablando y andando, por el temor de quedarnos en un sitio y volvernos árboles. Literatura de árboles humanos. Millones de lenguas verdes hablando un nuevo idioma, y el temor de perder el juicio de tanto desentrañar palabras. Palabras surgidas del mar como peces misteriosos. Palabras lluviosas. Puntuación de espinas. Del recto sentido de la palabra a lo oculto en su sonido. Y las posibles combinaciones con otras palabras, para producir nuevos campos sonoros. Eufonía y magia. Por la palabra al encantamiento. El embrujo verbal. Absorberles el seso a los que nos leen o escuchan. Novelistas, no; hechiceros. Eso queríamos ser: hechiceros. Si escribir es ya un milagro, que nos faltaba…
Cinco décadas después, me lo pregunto aquí, en el «Falstaff». Las Lanzas Coloradas son parte de esta nueva forma de novelar que va a imponerse en nuestras letras. Es la novela del llano, de los llaneros, de la pampa venezolana. Pero es el llano que se torna bandera, la caballada guerrera que se vuelve huracán. Nubes ciegas vuelcan su fatalidad, desde entonces, sobre nuestros pueblos. La lucha es de ayer, de hoy y de siempre. Un estremecimiento. La guerra a muerte. La guerra sin cuartel. Y estas páginas de Arturo Uslar Pietri no son sino las vísperas, y ya son trágicas. El doloroso nacimiento de la República. El choque sangriento de esclavos y señores. El trasfondo de nuestra tristeza criolla iluminada por relámpagos de esperanza. Y todos los problemas en raíz, sociales y políticos. Y la órbita de un libro, un mundo en transformación. Y qué amargor desolado. No hay personaje central, hay personajes. Se alarga la sombra del Encomendero, desgarrada por los mil dientes del esclavo. Suenan palabras que no se habían oído antes: ciudadano, insurgente, libertad, igualdad, derechos del hombre. Y un hombre pequeñito que dice: «¡Yo soy Bolívar!».
No es el relato a ciegas, es el relato abiertos los ojos en el sueño.