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2. LOS TEXTOS DE MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS
2.1 Dos conferencias sobre literatura hispanoamericana
La estancia en Italia de Asturias a lo largo de los años sesenta y setenta fue acompañada por una extensa actividad didáctica y divulgativa, que empezó con la gira por las universidades italianas ya citada en nuestra introducción para terminar con la Laurea Honoris Causa de la Universidad de Venecia y el homenaje que se le tributó en el Instituto Ítalo-Latinoamericano, ambos en 1972.
Todas estas iniciativas no dieron paso a un manual o un tratado de tipo universitario, pero dejaron huellas en varios textos que nos ayudan a entender cuáles temas e ideas intentó transmitir al público italiano. Como afirma en varias entrevistas del primer periodo vivido en Italia, en ese momento el conocimiento de las culturas y las literaturas latinoamericanas en la península era muy limitado y bastante estereotipado, de manera que pronto esta labor se transformó para él en un empeño personal para dar a conocer más adecuadamente aquel universo distante.
De hecho, el resultado fue bastante satisfactorio: el mundo académico se abrió aún más hacia América Latina, así como escritores e intelectuales que tuvieron la posibilidad de encontrar personalmente a Asturias pudieron reconocer la importancia de esas literaturas. No hay que olvidar, además, que en los años siguientes muchas de las clases y conferencias dictadas en Italia se repitieron en Francia, Alemania, Inglaterra y en algunos países del este europeo.
En esta selección, presentamos dos textos inéditos en español, que se sitúan al inicio y al final de esta trayectoria: el primero es una presentación de la novela latinoamericana, texto nacido a partir de cuatro retransmisiones radiofónicas emitidas en el verano de 1964, y el segundo es el texto de la conferencia pronunciada en el Instituto Ítalo-Latinoamericano, en noviembre de 1972. El primero se publicó en la revista de la RAI – Radiotelevisión Italiana, Terzo Programma, y constituye una síntesis de los cursillos que en esos meses Asturias impartía en las universidades italianas. Una prueba de esto la encontramos en un texto sucesivo –que Giuseppe Bellini añadió a su volumen Mundo mágico y mundo real: la narrativa de Miguel Ángel Asturias– que reproduce una conferencia dictada en la Universidad Bocconi de Milán en 1966, claramente derivada de una sección del artículo aquí reproducido.
En una carta desde Génova a Bellini del 15 de julio de 1964, Asturias escribe: «Otra cosa: el 3er programa de radio ha empezado a transmitir mis conferencias, a las 6 y 55, ya trasmitió la primera, el 12 de julio, y hay todavía 3 más. Resultó sumamente interesante por radio. Las tradujo la señorita Gagna, de Torino» (85).
El artículo, titulado Originalità e caratteristiche del romanzo latino-americano nació muy probablemente de esas traducciones y está dividido en cuatro secciones temáticas.
La primera parte es un breve esbozo histórico acerca de las complejas relaciones entre literatura, historia, política y sociedad, desde la época prehispánica hasta el siglo XIX, mientras las otras tres abordan los aspectos cruciales de la novela latinoamericana según Asturias, como afirma en las líneas conclusivas:
La problematicidad de la lengua, la humanización del paisaje, los temas que se alimentan con la conciencia social y política y con la simpatía humana, son las características más relevantes de la novela latinoamericana y la diferencian de la narrativa de otros países, confiriéndole una fisonomía absolutamente inconfundible. (86)
Más allá de los temas tratados, sobre los cuales volveré más adelante, este texto se caracteriza por su construcción discursiva. Como se puede observar a primera vista, el discurso se presenta como un verdadero mosaico de citas –probablemente leídas por una voz diferente durante la retransmisión radiofónica (87)–, casi todas extraídas de obras todavía no traducidas al italiano. Estas citas funcionan así como propuestas de lecturas para conocer a la novela latinoamericana y establecen un canon de referencia (88).
Considerando la fecha de publicación del artículo, resalta de manera evidente que el panorama propone en realidad un número bastante limitado de autores y de libros –Mariano Azuela, Ricardo Güiraldes, Rómulo Gallegos, Jorge Icaza, Ciro Alegría, Miguel Otero Silva y el mismos Asturias– la mayoría de ellos con textos de los años veinte y treinta. Si se piensa que estas retransmisiones se dieron el umbral del “boom” de la narrativa hispanoamericana, esta visión podría parecer insoportablemente conservadora, quizás ya fuera de moda en 1964.
Sin embargo, me parece interesante subrayar tres aspectos de la reflexión de Asturias, haciendo referencia a la situación puntual justamente de ese momento histórico. La recepción de las (pocas) novelas hispanoamericanas traducidas al italiano hasta 1964 había sido caracterizada por una fuerte influencia del realismo social, más atenta a los temas que a los resultados estéticos, y el mismo Asturias se encontraba clasificado en esta categoría, que tomaba en consideración solo la trilogía bananera y El Señor Presidente. En este escenario, el texto no contradice totalmente esta visión, pero desplaza el centro de la atención sugiriendo que los ejes principales de las novelas se encuentran en la elaboración lingüística y la representación del paisaje.
La otra preocupación que sobresale es la de ofrecer un cuadro históricamente fidedigno de un pasado cultural totalmente desconocido para los lectores italianos. En sus encuentros a lo largo de la península, el guatemalteco se había dado cuenta que incluso los intelectuales más prestigiosos conocían poco o nada de las culturas latinoamericanas, y la divulgación a través de la radio (un medio que él mismo había frecuentado en los años treinta) podía servir para poner las bases de un mejor conocimiento. El último aspecto que me parece necesario evidenciar remite más bien a una forma de larvada polémica hacia las nuevas generaciones que acababan de darse a conocer: frente a un “parricidio” literario que se vislumbraba, Asturias recuerda los valores literarios de las generaciones pasadas, reivindicando un lugar histórico imprescindible.
En este sentido, las citas asumen un significado ulterior: no funcionan solo como material ilustrativo, sino como afirmación de una escritura capaz de combinar la más alta calidad literaria con las exigencias sociales.
No obstante, parece estridente la ausencia de muchos nombres fundamentales de la literatura hispanoamericana del siglo XX, especialmente del área rioplatense (Borges, Onetti, Arlt, Mallea, etcétera), así como de toda referencia a la novela urbana. Ausencias aún más evidentes si consideramos el texto de 1972, que es el último en orden cronológico de nuestra selección.
El Instituto Ítalo-Latinoamericano era –y sigue siendo– la institución oficial del gobierno italiano, fundada en 1966 para estrechar las relaciones económicas, científicas y culturales con el continente. En ocasión del Premio Nobel, el Instituto ya había organizado una ceremonia con la presencia del autor, pero los discursos pronunciados en esa ocasión fueron bastante protocolarios y el saludo de Asturias, muy breve. En el encuentro de 1972, en cambio, él pronunció una conferencia más exhaustiva y detallada, con el título italiano Paesaggio e linguaggio nella narrativa latinoamericana.
El título nos dice ya que en esta conferencia se reproducían los temas ya tratados en el discurso para la Laurea Honoris Causa en la Universidad de Venecia: de hecho, es casi el mismo texto leído allí en español, publicado aquí en italiano, en un cuaderno editado por el Instituto Ítalo-Latinoamericano. No obstante, cotejándolos, se pueden apreciar algunas diferencias: en el texto “romano” hay una larga cita de un ensayo de Emilio Sosa López –Mito y literatura– y un análisis más detallado de algunos libros citados expresamente, mientras desaparecen los elencos de autores y libros que abundaban en el discurso de Venecia.
La comparación con el ensayo de 1964 nos revela que, en apariencia, poco ha cambiado desde entonces: los autores citados son casi todos los mismos (Rivera, Icaza, Güiraldes); con respecto al texto veneciano, han desaparecido incluso las tímidas referencias a autores más recientes (Arguedas, Rulfo) y los dos pilares sobre los cuales reflexiona Asturias siguen siendo el paisaje, pensado en un sentido muy amplio, y el lenguaje. Al leer estas páginas, nos sorprende así una sensación un poco anacrónica, como si los ocho años que separan los dos textos no hubiesen sido lo que fueron, es decir, años cruciales para Asturias y para la historia y la cultura latinoamericanas. La misma sensación que probablemente sintió Mario Vargas Llosa al escuchar una conferencia de Asturias en Londres en ese mismo periodo, que el escritor peruano volvió a recordar hace poco tiempo en un artículo que merece la pena citar detenidamente:
Su conferencia en la Universidad de Londres se titula “La protesta social en la literatura latinoamericana”. El aula está repleta de estudiantes y profesores, y hay también algunos agregados culturales sudamericanos (naturalmente, no el de Perú). En el estrado, por sobre el pupitre, solo asoma el rostro tallado a hachazos de hechicero o tótem maya de Asturias, que lee en voz muy alta y enérgica y hace a ratos ademanes (o pases mágicos) agresivos. Repite cosas que ha dicho ya en otras ocasiones sobre la literatura latino-americana, la que, según él, es y ha sido “una literatura de combate y protesta”. “El novelista hispanoamericano escribe porque tiene que pelear con alguien, nuestra novela nace de una realidad que nos duele.” Desde sus orígenes, afirma, la literatura latinoamericana fue un vínculo de denuncia de las injusticias, un testimonio de la explotación del indio y del esclavo, un empeñoso afán de luchar con la palabra por mejorar la condición del hombre americano. […] En el pasado, agrega, “los novelistas latinoamericanos venían en su mayor parte de las clases explotadas, y se los podía acusar de resentimiento o parcialidad”. Pero ahora hay también escritores que proceden de las clases altas, que no soportan la injusticia, y radiografían en sus libros el egoísmo y la rapiña de su propio mundo. Este es el caso, dice, del chileno José Donoso, que en Coronación ha descrito la decadencia y el colapso de una familia aristocrática de Santiago. Finalmente, indica que en la actualidad los escritores latinoamericanos, sin renunciar a la actitud de desafío y denuncia social, muestran un interés mucho mayor por los problemas de estructura y de lenguaje y desarrollan sus temas dentro de una complejidad mayor, elaborando argumentos que atienden tanto a los actos como a los mecanismos psicológicos o a la sensibilidad de los personajes y apelando a veces más a la imaginación o al sueño que a la estricta experiencia social.
Mientras lo aplauden afectuosamente, yo trato de adivinar en las caras de los estudiantes de la Universidad de Londres el efecto que puede haber hecho en ellos esta exposición apasionada, esta presentación tan unilateralmente sociopolítica de la literatura latinoamericana. ¿Hasta qué punto puede conmoverlos o sorprenderlos saber que al otro lado del Atlántico predomina, como lo ha dicho Asturias, entre los escritores, esa concepción dickensiana de la vocación literaria? ¿Admiten, rechazan o simplemente se desinteresan de esa actitud militante, tan extraña hoy a los escritores jóvenes de su país que andan empeñados en la experimentación gramatical, en la revolución “psicodélica” o en el análisis de la alienación provocada por los prodigios de la técnica? Pero no adivino nada: después de ocho meses en Londres, los rostros ingleses siguen siendo para mí perfectamente inescrutables.
Al anochecer –Asturias ha tenido suerte, le ha tocado un día sin lluvia, ni bruma, hace incluso calor mientras merodeamos por los alrededores de Russell Square en busca de un restaurante–, cuando su editor lo deja libre […] me atrevo a preguntarle si no resultaba, a su juicio, un tanto parcial referirse a la literatura latinoamericana solo por lo que contiene de crítica social y de testimonio político, si la elección de este único ángulo para juzgarla no podía resultar un tanto arbitraria. (Estoy pensando en que este punto de mira tiene, sin duda, una ventaja: sirve para rescatar del olvido muchos libros bien intencionados, interesantes como documentos, pero literariamente pobres; y una grave desventaja: excluye de la literatura latinoamericana a autores como Borges, Onetti, Cortázar, Arreola y otros, lo que resulta inquietante.) Asturias piensa que no es parcial, solo incompleto. Está trabajando actualmente, me dice, en una segunda parte de este ensayo, en la que se referirá con más detalle a los novelistas que se han dado a conocer en los últimos años; su conferencia es, en realidad, bastante antigua. Estoy a punto de decirle que si se aplicara a su propia obra el exclusivo tamiz sociopolítico, varios de sus libros, acaso los más audaces y bellos por su fantasía y su prosa (como Hombres de maíz, por ejemplo), quedarían en una situación difícil, marginal. Pero él está entretenido ahora, estudiando el menú, y decido no importunarlo más. Por otra parte, esas afirmaciones suyas sobre la literatura, aunque tan discutibles, son fogosas, vitales, y pueden ser saludables ante auditorios acostumbrados a escuchar nociones tan gaseosas y desvaídas como las que constituyen la moda literaria actual. Un poco de “agresividad telúrica” puede hacerles bien a los jóvenes oníricos de la generación “pop”. (89)
El recuerdo de Vargas Llosa se remonta a la primavera de 1967, pero no sabemos si se pueden definir los textos de Venecia y Roma como trazas de esa segunda parte: si fuera así, la posición de Asturias no parece haber cambiado demasiado, causándonos esa sensación anacrónica de la que hablamos antes. En realidad, una lectura más atenta nos confirma que, como ocurre con el Quijote de Pierre Ménard, las mismas afirmaciones pueden no tener el mismo significado y se encuadran en otro marco temporal.
En este sentido, la conferencia del IILA se puede leer como una respuesta directa a las polémicas, políticas y literarias, en las que se vio involucrado Asturias entre 1967 y 1974. La primera parte, consagrada al paisaje, se concluye en efecto con algunas frases que parecen dirigidas a los escritores más jóvenes que habían desacreditado justamente esta tradición de la “novela de la tierra”:
Pues si hay una realidad americana tiene que haber una novela americana, y en esa novela, la tierra, los elementos, la naturaleza son el denominador común […] La actitud de los que no aceptan, como lo más representativo de nuestras letras, en este género, las novelas que llaman «de la tierra», presumimos que se debe a que casi todas estas novelas son de protesta, de insurgencia, de lucha, de replanteo de nuestros problemas sociales. (90)
En la segunda parte, en cambio, Asturias enfatiza la importancia del lenguaje, que define como la “respiración” de las novelas latinoamericanas, pero también aquí se adivinan a contraluz algunos blancos polémicos. Por un lado, queda en evidencia una vez más la relación estrecha entre el compromiso social del narrador y su búsqueda artística, en respuesta a los ataques, procedentes en especial desde el ámbito cubano, sobre una supuesta desviación esteticista de sus novelas más recientes. Por otro lado, hay una refutación bastante clara de un “tropicalismo” lingüístico, detrás del cual no es difícil entrever la escasa consideración de la prosa del realismo mágico, tendencia de gran moda en esos años, que Asturias nunca cita en sus líneas.
El anacronismo al que nos referíamos antes se vuelve así una mirada diferente, tangencial, quizás marginal en 1972 respecto al mainstream de la época y que, sin embargo, conserva todavía un valor hermenéutico importante.
Una nueva lectura de estas páginas permite en efecto no solo entender toda una tradición literaria, sino encontrar algunas líneas fundamentales para interpretar su obra misma. La crítica más reciente ha ido destacando en efecto un entramado entre el paisaje –natural y humano– y las construcciones lingüísticas de toda la obra de Asturias, que no se sitúa muy distante de lo que él mismo afirma en estas ya lejanas conferencias.
85. M. A. Asturias, «Carta a Giuseppe Bellini» en P. Spinato Bruschi, La experiencia italiana de Miguel Ángel Asturias (1959-1973) (Roma: Bulzoni, 2013), 40.
86. cfr. Infra, p. 111.
87. A pesar de mis pesquisas, no he podido encontrar en los archivos de la RAI una grabación de estas retransmisiones, que fueron probablemente cuatro; pero la organización de este texto permite imaginar la alternancia de dos voces, una para la parte discursiva y otra para las citas textuales.
88. Las traducciones de las citas fueron también obra de «la señorita Gagna», lo que fue toda una hazaña, ya que ninguno de esos textos había sido traducido al italiano. Para esta versión en español se proponen los textos originales, con las notas correspondientes. El texto original en italiano no presenta notas.
89. M. Vargas Llosa, «Tres notas sobre Asturias», Letras Libres, n.º 257 (Mayo 2020), acceso el 22 de febrero de 2021, https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/tres-notas-sobre-miguel-angel-asturias
90. ibid.
2.1.1 Originalidad y características de la novela latinoamericana
a. Los vínculos con las cuestiones políticas y sociales del Nuevo Mundo
La improvisa aparición de la novela latinoamericana en la literatura mundial es uno de los acontecimientos literarios más importantes de los últimos años. Como ocurrió con la novela norteamericana hace algunos años, la novela latinoamericana se impone cada vez más por la belleza formal, a veces muy atrevida, y por su carácter social y humano, que la revelan profundamente arraigada en la vida de las naciones.
Si nos preguntamos ahora por qué la novela en América Latina se adapta tan perfectamente al alma de esos pueblos, la respuesta no tardará. Esto obedece a las inspiraciones que vienen desde sus más remotos orígenes. Antes de la llegada de los europeos, ya existía en algunas regiones una narrativa oral, o escrita con signos jeroglíficos, que los mismos indios transcribieron con letras latinas cuando aprendieron su uso de los frailes cultos llegados con los conquistadores españoles. Los originarios habitantes de América nos ofrecen así una literatura totalmente americana, sin ningún rastro europeo, aparte de los caracteres latinos con los cuales escriben en sus antiguas lenguas.
Entre los textos indígenas más notables, mencionaremos antes de todo el libro titulado Popol Vuh, o Libro de la Comunidad. En esta Biblia americana, perteneciente a la cultura de los Mayas de Guatemala, que se puede comparar por su belleza literaria solo a la Teogonía de Hesíodo, encontramos normas sobre la agricultura, las costumbres y el orden social, y se describe la creación del mundo, la creación del hombre y la lucha entre las fuerzas del bien y del mal.
Tomamos de sus páginas la hermosísima narración de la creación del hombre, que los dioses hicieron antes de barro: un muñeco que se deshizo; después de madera: un títere con movimientos rígidos cuyos descendientes son los monos; y finalmente…
He aquí, pues, el principio de cuando se dispuso a hacer al hombre, y cuando se buscó lo que debía entrar en la carne del hombre.
Y dijeron los Progenitores, los Creadores y Formadores: «Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra». Así dijeron. Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a la luz claramente sus decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre.
Poco faltaba para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores.
De Paxil, de Cayalá, así llamados, vinieron las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas. […] Y así encontraron la comida y ésta fue la que entró en la carne del hombre creado, del hombre formado;
ésta fue su sangre, de ésta se hizo la sangre del hombre. Así entró el maíz en la formación del hombre […]. (91)
Apenas creado, este hombre, hecho de maíz según la tradición indígena, canta y alaba a los dioses:
¡Salud, oh constructores, oh formadores! Vosotros veis. Vosotros escucháis. ¡Vosotros! No nos abandonéis, no nos dejéis, ¡oh, dioses!, en el cielo, sobre la tierra, Espíritu del cielo, Espíritu de la tierra. Dadnos nuestra descendencia, nuestra posteridad, mientras haya días, mientras haya albas. Que la germinación se haga. Que el alba se haga. Que numerosos sean los verdes caminos, las verdes sendas que vosotros nos dais. Que tranquilas, muy tranquilas estén las tribus. Que perfectas, muy perfectas sean las tribus. Que perfecta sea la vida, la existencia que nos dais. (92)
Las leyendas heroicas están en la boca de los rapsodas, de los grandes cantores de las tribus, que van narrándolas por las ciudades para que la belleza de sus cantos circule y se propague, como la sangre dorada de sus dioses:
¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado,
hemos brotado en la tierra.
¿Sólo así he de irme
como las flores que perecieron?
¿Nada quedará de mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la tierra?
¡Al menos flores, al menos cantos!
¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado,
hemos brotado en la tierra. (93)
En muchas de estas narraciones en verso se percibe ya lo que hoy llamamos una “trama novelesca”, que los frailes y los catequistas españoles definieron con el nombre de “fábulas”. De estas “fábulas” nacen las crónicas noveladas, en las cuales destacan episodios fantásticos de la vida de importantes personajes y hechiceros, con empresas que llegan a la grandiosidad homérica.
Los géneros literarios que florecían en la España del Siglo de Oro no eran tan conocidos en América, porque no habían encontrado un terreno adecuado para acogerlos y hacerlos fructificar. Pero la vitalidad indígena, la sangre y la linfa americanas, se perciben en el estilo del español Bernal Díaz del Castillo, que escribe la primera gran novela americana: la Verdadera Historia de la Conquista de la Nueva España.
Dice Bernal, cuando llega cerca de Tenochtitlán, la capital del antiguo México:
Y desque vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblazones, y aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba a Méjico, nos quedamos admirados, y decíamos que parescía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, […] Y demás desto quiero poner aquí otra plática, por que vean que no me alabo tanto como debo, y es que me hallé en muchas más batallas y rencuentros de guerra, que dicen los escriptores que se halló Julio César en cincuenta y tres batallas […] Y volviendo a mi plática, como he dicho que me hallé en más batallas que Julio César, otra vez lo tornó a afirmar, las cuales verán y hallarán los curiosos letores en esta mi relación en los capítulos que dello hablan. (94)
Bernal revela que existía entre los indígenas una literatura escrita con un comercio de libros cerca de los templos: «muchos libros de su papel, –dice– cogidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla» (95).
El Sur de América nos ofrece ahora un mestizo, mejor dicho, el mestizo por excelencia, que fue el primer exilado de América: el Inca Garcilaso. En sus Comentarios Reales él habla de la ciudad de Cuzco:
El Inca Manco Cápac fue el fundador de la ciudad del Cozco, […] cabeza de los reinos y provincias del Perú. […] tiene calles anchas y largas y plazas muy grandes […] porque el Cozco, en su Imperio, fue otra Roma en el suyo, y así se puede cotejar la una con la otra porque se asemejan en las cosas más generosas que tuvieron. La primera y principal, en haber sido fundadas por sus primeros Reyes. La segunda, en las muchas y diversas naciones que conquistaron y sujetaron a su Imperio. […] Yo, incitado del deseo de la conservación de las antiguallas de mi patria, esas pocas que han quedado, porque no se pierdan del todo, me dispuse al trabajo tan excesivo como hasta aquí me ha sido y delante me ha de ser, el escribir su antigua república hasta acabarla, y porque la ciudad del Cozco, madre y señora de ella, no quede olvidada en su particular […]
El Rey Manco Cápac, considerando bien las comodidades que aquel hermoso valle del Cozco tiene, el sitio llano, cercado por todas partes de sierras altas, con cuatro arroyos de agua, aunque pequeños, que riegan todo el valle, y que en medio de él había una hermosísima fuente de agua salobre para hacer sal, y que la tierra era fértil y el aire sano, acordó fundar su ciudad imperial en aquel sitio, conformándose, como decían los indios, con la voluntad de su padre el Sol, que, según la seña que le dio de la barrilla de oro, quería que asentase allí su corte, porque había de ser cabeza de su Imperio. (96)
Pero el Inca Garcilaso ya no es un ciudadano del Reino, sino el súbdito de un país vasallo. Su prosa sigue las voces indígenas extinguidas para expresar sus acusaciones contra los opresores del Perú. La suya es una voz en la cual no hay solo la huella americana, y española: está asentada en la mezcla, en la fusión de la sangre como se revela en las demandas de vida y de justicia. Por esto, cuando la censura civil y eclesiástica española se dará cuenta del mensaje que contiene tanta elegancia, riqueza de imágenes y melancolía, ordena «requisar la historia del Inca Garcilaso, de la cual los Indios aprendieron tantas cosas nocivas».
Se trata, entonces, de una literatura que se constituía como una corriente de protesta. Protesta y testimonio de los pueblos de donde había nacido. Rafael Landívar, poeta y jesuita guatemalteco, expulsado como todos los jesuitas de América por orden de Carlos III, publica en 1781, en Módena, Italia, su Rusticatio Mexicana, compuesta por tres mil cuatrocientos hexámetros latinos, en que celebra a la naturaleza americana de los lagos de México a las playas de Costa Rica y, en gran parte de su poema, a Guatemala, su tierra natal: «Salve, mi Patria querida, mi dulce Guatemala, salve». Pero Landívar muestra una peculiar y profunda simpatía hacia los indígenas que allí trabajan:
A este pueblo los Indios antiguos llamaron Nicoya y el caracol de la Púrpura le hizo famoso y le dio nombre imperecedero.
Sobrecoge mirar en el curvo litoral del ponto espumante un promontorio milenario y un grupo de rocas enhiestas a merced de la furia de vientos y de la enorme oleada. A estos escollos se aferra caracol obstinado, diminuto en tamaño pero insigne por su nítida purpura.
Afanoso el indígena busca el molusco entre los escollos marinos, al hallarlo lo arranca de la roca, y en tinajones de agua lo sumerge por largo tiempo hasta formar un rimero de esa especie reptante. (97)
En verdad ningún espectáculo se presenta más admirable, como el de la enorme multitud indígena entregada al juego. Lo primero, hacen una densa masa de hule que extrae de un árbol gomoso –cuya propiedad elástica le da nombre–, y forma al ir aglomerando la resina una enorme pelota, que compite en sus rebotes sucesivos con las ágiles brisas.
Entonces el grupo se coloca en un amplio círculo, dentro del cual el primer tiro arroja la enorme pelota, sin que a ninguna mano le sea permitido tocarla una vez lanzada; si no es con las piernas, brazos o rodillas. (98)
Andrés Bello sigue a Rafael Landívar en la dirección que toma en América la literatura mundial, en su famosa Silva:
¡Salve, fecunda zona, […]
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; […]
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa; […]
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca; […]
y el algodón despliega al aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
y para ti el maíz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga […]. (99)
En la época en que América Latina estaba desgarrada por las luchas para la organización de las naciones, Bello exhorta a la paz y a la concordia, y no cesa de participar en su poesía al destino de estos pueblos:
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstruido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña […]
adorne la ladera
el cafetal; […]
aquí el vergel, allá la huerta ría... (100)
El siglo XIX halla a los románticos latinoamericanos en plena conspiración literaria, empeñados en la lucha por la libertad. Las antologías poéticas de esa época parecen más bien listas de conspiradores. Poetas, historiadores, novelistas reparten sus días y sus noches entre la actividad política y el mundo ideal de sus creaciones. José Mármol se pone delante de Juan Manuel de Rosas, tirano de Argentina, en su novela Amalia. Así lo describe:
El primero era un hombre grueso, como de cuarenta y ocho años de edad, […] frente alta pero angosta, ojos pequeños y encapotados por el párpado superior, […] vestido con un calzón de paño negro, […] una corbata negra […] bebía sangre, sudaba sangre y respiraba sangre; concertaba en su mente, y disponía los primeros pasos de las degollaciones que debían bien pronto bañar en sangre a la infeliz Buenos Aires. (101)