Kitabı oku: «Miguel Ángel Asturias en Italia », sayfa 8

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¡Nada de ruiseñores enamorados, nada de jardín versallesco, nada de panoramas sentimentales! Aquí, los responsos de sapos hidrópicos, las malezas de cerros misántropos, los rebalses de caños podridos. Aquí, la parásita afrodisíaca que llena el suelo de abejas muertas; la diversidad de flores inmundas que se contraen con sexuales palpitaciones y su olor pegajoso emborracha como una droga; la liana maligna cuya pelusa enceguece los animales; la pringamosa que inflama la piel, la pepa del curujú que parece irisado globo y sólo contiene ceniza cáustica, la uva purgante, el corozo amargo.

Aquí, de noche, voces desconocidas, luces fantasmagóricas, silencios fúnebres. Es la muerte, que pasa dando la vida. Óyese el golpe de la fruta, que al abatirse hace la promesa de su semilla; el caer de la hoja, que llena el monte con vago suspiro, ofreciéndose como abono para las raíces del árbol paterno; el chasquido de la mandíbula, que devora con temor de ser devorada; el silbido de alerta, los ayes agónicos, el rumor del regüeldo. Y cuando el alba riega sobre los montes su gloria trágica, se inicia el clamoreo sobreviviente: el zumbido de la pava chillona, los retumbos del puerco salvaje, las risas del mono ridículo. ¡Todo por el júbilo breve de vivir unas horas más!

Esta selva sádica y virgen procura al ánimo la alucinación del peligro próximo. El vegetal es un ser sensible cuya psicología desconocemos. En estas soledades, cuando nos habla, sólo entiende su idioma el presentimiento. Bajo su poder, los nervios del hombre se convierten en haz de cuerdas, distendidas hacia el asalto, hacia la traición, hacia la asechanza. Los sentidos humanos equivocan sus facultades: el ojo siente, la espalda ve, la nariz explora, las piernas calculan y la sangre clama: ¡Huyamos, huyamos! (127)

Imágenes. Las novelas latinoamericanas no parecen construidas con palabras, sino con imágenes. De la obra de Miguel Ángel Asturias, este torrente de imágenes:

El bosque va cerrando caminos. Los árboles caen como moscas en la telaraña de las malezas infranqueables. Y a cada paso, las liebres ágiles del eco saltan, corren, vuelan. […] Oscurece sin crepúsculo, corren hilos de sangre entre los troncos, delgado rubor aclara los ojos de las ranas y el bosque se convierte en una masa maleable, tierna, sin huesos, con ondulaciones de cabellera olorosa a estoraque y a hojas de limón.

Noche delirante. En la copa de los árboles cantan los corazones de los lobos. Un dios macho está violando en cada flor una virgen. La lengua del viento lame las ortigas. Bailes en las frondas. No hay estrellas, ni cielo, ni camino. Bajo el amor de los almendros el barro huele a carne de mujer. (128)

O, en la obra del mismo autor, la leyenda de Los brujos de la tormenta primaveral:

Una cronología lenta, arena de cataclismo sacudida a través de las piedras que la viruela de las inscripciones iba corrompiendo como la baba del invierno había corrompido las maderas que guardaban los fastos de la cronología de los hombres pintados, hacía olvidar a los habitantes lo que en verdad eran, creación ficticia, ocio de los dioses, y les daba pie para sentirse inmortales.

Los dioses amanecieron en cuclillas sobre la aurora, todos pintados y al contemplarlos en esa forma los de la nueva ciudad, olvidaron su pensamiento en los espejos del río y se untaron la cara de arco iris de plumas amarillas, rojas, verdes y todos los colores que se mezclan para formar la blanca saliva de Saliva de Espejo. (129)

A veces, el novelista latinoamericano, como si no fuera bastante una sola imagen, recurre a acumulaciones de imágenes o “paralelismos”, consistentes en aparear metáforas. Fueron recursos estilísticos de las más antiguas poblaciones indígenas de América. Estas formas, olvidadas cuando la novela americana intentaba imitar a la europea, se vuelven a presentar hoy como características de la más moderna narrativa latinoamericana. La originalidad de la novela está en aquella rica y fascinante transposición de la realidad en un mundo de imágenes, donde la palabra, que expresa concepto y sonido, tiene una función mágica. No se puede comprender el significado de la novela latinoamericana si quitamos a la palabra su hechizo. Consideramos un pasaje de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes:

El campamento que anoche parecía numeroso desapareció en la noche y la pampa, disolviéndose en direcciones distintas, como un puñado de hormigas voladoras en el aire. […] El trigueño tenía un recadito que de corto parecía prestado por algún hermano menor. Su caballo era un azulejo overo zarco, salvaje y espantadizo como pájaro de juncal. Las colas iban cortadas como una cuarta arriba del garrón. Los estribos, cruzados por delante hacían grupa bajo los cojinillos: modas sureras.

No decíamos palabra. Galopábamos por una huella que poco a poco se fue perdiendo, hasta dejarnos entregados al campo raso, sin más indicio de rumbo que el instinto de mis acompañantes. […] En el cielo, las primeras claridades empezaban a alejar la noche y las estrellas se caían para el lado de otros mundos. (130)

De Canaima, de Rómulo Gallegos, elegimos esta página:

¡Si ya estoy llegando a los fines, don Marcos! Del cuento y de las penas de esta vida... Me escuchó la Virgen, mostrándome un rancho que hasta entonces no había catao de ver, asinita sobre el topo de un cerro... Lo subí gatiando, pues ya la cabeza no me daba pa andá sobre mis solos pies y en el rancho jallé dos casimbas de agua ya posma... Me las bebí una tras otra, me tumbé en el suelo y a poco escucho que se viene acercando un tigre... Cogí mi machete y comencé a rasparlo contra unas topias que allí dentro estaban, y asina estuvimos toa la noche en vela, yo y aquella fiera: yo raspando mi machetico, ya sin juerzas para sacala chispas contra la topia, y el tigre roznando ajuera, sin atreverse a dentrá... Digo yo que estaría la propia Virgen de los Cielos guardando la puerta... ¡Digo yo!...

Por fin empezó a clariá y luego escuché voces de gente rumbiando por la montaña... (131)

El lenguaje popular de cada país enriquece la lengua de la narrativa latinoamericana. Los diálogos contienen las más bellas expresiones del habla popular, rica de tamices, sugerente y chistosa, como en Canaima:

–Encarnación Damesano –leyó Marcos Vargas en la lista del personal.

–¡Presente, por desgracia! […]

–¿Es tanta la tuya, Encarnación?

–¡Hum, don Marcos! ¡La única cosa en que se le pasó la mano conmigo al repartidor de allá arriba!

–Bueno. ¿Cuántos quintales?

–¿De qué, don Marcos?

–¡De goma, chico! ¿De qué va a ser?

–¡Ah! Como estábamos hablando de desgracia... Pues una cosa poca, don Marcos. […]

–¿Y en piedras adentro?

–¡Hum! Eso sí que no, don Marcos. (132)

Y aquí tenemos una escena y un diálogo, siempre de Gallegos, sacados de la novela Cantaclaro:

¿Quién vive? –gritó el centinela apostao en la salía del pueblo.

–Un hombre con unos cochinos –le contestaron del camino.

–¡Avance! –dijo entonces el centinela–. […]

–¿Cochinos? En la boca, sujetándolos con los dientes, tráiban los machetes amolaítos, y cuando estuvieron cerca del retén se alzaron de pronto del suelo y cayeron sobre los soldados, espiazándolos a machetazos. –¡Mijito! No se oía sino el espiace del güesero. (133)

El lenguaje de la novela latinoamericana, como hemos dicho al principio, da origen a la más excitante de las aventuras. Todas las hablas populares, todos los sonidos del paisaje, todas las voces de la naturaleza están presentes en una espléndida variedad de palabras, cada vez nuevas, exóticas, originales. Es una nueva manera de hablar y de escribir, en que se alternan onomatopeyas e imágenes, contrastes, contenidos y formas, el hombre y la naturaleza. Todo lo que forma a América se encuentra en la lengua de sus novelas.

d. Testimonios sociales y políticos

Los motivos políticos y sociales se deben considerar entre las características constantes de la narrativa latinoamericana que la condicionan más que cualquier otra y no solo ahora, sino desde hace siglos. Desde sus orígenes, en efecto, estos motivos dieron un sello distintivo a nuestra grande literatura. En la narrativa, esta preocupación se presenta asumiendo el sentido de una protesta social, en particular en las novelas donde los protagonistas son los Indios de los países en que la población indígena es mayoritaria: México, Guatemala, Perú, Ecuador y Bolivia. Esto casi obliga a ocuparse de los problemas de los grupos humanos que viven y luchan en las minas, en las fábricas, en los pozos de petróleo, en las plantaciones bananeras y en los suburbios de las ciudades. Estas novelas están tan profundamente atadas a estos problemas que basta con decir “novela del salitre” o “novela del cobre” para entender que se habla de Chile; o “novela del estaño”, a propósito de la Bolivia; o “novela del petróleo” cuando se habla de Venezuela o México; “novela bananera” para América Central. De una de estas novelas, El Papa verde, de Miguel Ángel Asturias, sacamos el episodio de los campesinos expulsados de sus tierras que serán cedidas a una gran compañía:

La familia de mulatos se agarró con todos sus hijos al terrenito sembrado de guineo. Pero fue inútil. Los arrancaron, los pisotearon, los despedazaron. Se agarró al rancho. Pero fue inútil. El rancho ardió con trapos, santos y herramientas. Se aferró a la ceniza. Pero fue inútil. Una veintena de energúmenos, al mando de un capataz de pelo colorado, los expulsó a latigazos. Las viejas mulatas, colgadas de sus lágrimas, se revolcaban como si les hicieran cosquillas, gritando, chillando, intentando defenderse con sus manos de higuerillo, heridas, golpeadas, sangrantes, para resistir aquel llover de látigo. Y los mulatos tostados de viejos, pelo entrecano sobre los cráneos redondos, salían borrachos de angustia, trastabillando, empujados, golpeados, desposeídos, seguidos de la prole menuda, hijos, nietos que traducían el choque del cuerazo sobre las carnes de sus padres repitiendo, mientras lloraban de miedo bajo un calor de llaga, inarticuladamente: ¡chos, chos, moyón, con... choss, chos, moyón, con...! (que quería decir: ¡manos extranjeras nos golpean, manos extranjeras nos golpean!). (134)

Si no existiera ya una unidad geográfica, étnica y política, sería posible reconocer una íntima coherencia en la literatura latinoamericana a través de la protesta y el testimonio político y social, que la distinguen de sus orígenes hasta nuestros días. Una literatura de ruptura, que hoy asume la forma de la novela, donde se recogen y se analizan los problemas más candentes de los diversos países, como aparece en estas escenas de Oficina número uno, novela del venezolano Miguel Otero Silva:

–¿Hablaste con el jefe civil? –preguntó Nelly mientras sacaba los libros de la maleta y los colocaba cuidadosamente en el suelo, uno sobre otro.

–No había más remedio. Me llamó para amenazarme, como habíamos supuesto. Me advirtió sin cordialidad de ninguna especie que si intentaba fundar el partido o pretendía organizar un sindicato, me metería a la cárcel. Lo mismo de siempre.

–¿Y tú qué le respondiste?

–Le dije que tú y yo éramos maestros graduados y que este sitio estaba pidiendo a gritos una escuela. Pensé que tal vez sería más revolucionario en estos chaparrales fundar una escuela que fundar el partido. […]

–¿Nos permitirán fundar una escuela, Matías?

–El jefe civil no hizo ninguna objeción. A nosotros nos toca poner manos a la obra.

–El problema es que no sabemos cuánto tiempo nos van a dejar en este pueblo. Me dolería abrir una escuela y tener que largamos a las pocas semanas.

–No pienses en eso, […]. Lo importante es abrir la escuela. […] Aquí hay decenas de niños y niñas que no saben leer ni escribir. Es una verdadera vergüenza. (135)

Sin dejar de ser una obra de arte, la novela examina e ilumina los problemas de América Latina, y los traslada a un plan universal. Con profunda intuición y sensibilidad, rico de su experiencia, el novelista latinoamericano penetra en la realidad social, no ajeno a esta situación, sino partícipe de la existencia y del destino de sus personajes. Esta actitud asume el valor de un compromiso. Es oportuno aquí recordar que la mayor parte de estas novelas pertenecen a la llamada literatura engagée o están influidas por ella. Sus autores se han comprometido con sus pueblos, no con un partido, una secta o una creencia religiosa o con una determinada clase social. En ellos hierve la vida de esos países. Aquí tenemos la presentación de una comunidad indígena en la hermosísima novela El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría, donde se encara el problema de la tierra:

Benito demandó atención con una seña de la mano y, templando las riendas para mantener quieto al caballo, dijo:

–Comuneros: según lo resuelto po la asamblea, ha llegao la hora de defendernos. Sabemos que […] se están concentrando los caporales y guardias civiles. Vendrán hoy en la noche o mañana a más tardar. Yo sólo tengo que pedirles un esfuerzo grande en este momento. La ley nos ha sido contraria y con un fallo se nos quiere aventar a la esclavitud, a la misma muerte. […] el gamonal vecino, quiso llevarnos a su mina primeramente. Pero consiguió que los Mercados le vendieran su hacienda y de ahí sacó gente pa podrirla en el socavón. Aura, ambiciona unos miles de soles más y va a sembrar coca en los valles del río Ocros. Pa eso nos necesita. Pa hacernos trabajar de la mañana a la noche aunque nos maten las tercianas. Él no quiere tierra. Quiere esclavos. ¿Qué ha hecho con las tierras que nos quitó? Ahí están baldías, llenas de yuyos y arbustos, sin saber lo que es la mano cariñosa del sembrador. Las casas se caen y la de nuestro querido viejo Rosendo es un chiquero. Tampoco quiere las tierras de Yanañahui. Sigue persiguiendo a los comuneros pa reventarlos. Cuando la ley da tierras, se olvida de lo que va a ser la suerte de los hombres que están en esas tierras. La ley no los protege como hombres. Los que mandan se justificarán diciendo: «Váyanse a otra parte, el mundo es ancho». Cierto, es ancho. Pero yo, comuneros, conozco el mundo ancho donde nosotros, los pobres, solemos vivir. Y yo les digo con toda verdá que pa nosotros, los pobres, el mundo es ancho pero ajeno. Ustedes lo saben, comuneros. Lo han visto con sus ojos por donde han andao. […] Es penosa esta verdá, pero debo gritarla pa que todos endurezcan como el acero la voluntá que hay en su pecho. En ese mundo ancho, cambiamos de lugar, vamos de un lao pa otro buscando la vida. Pero el mundo es ajeno y nada nos da nada, ni siquiera un güen salario, y el hombre muere con la frente pegada a una tierra amarga de lágrimas. (136)

Esta participación en los problemas sociales y políticos es la característica más profunda de la literatura latinoamericana. Según el crítico Ricardo Navas Ruiz, ninguna de las literaturas occidentales trata este problema de manera tan apasionada. La novela contemporánea, la novela moderna latinoamericana lo expresa, al contrario, con tanta fuerza y evidencia, que resulta aconsejable, para quien quisiera conocer ese mundo, la lectura de sus novelistas y narradores. Volvemos, por ejemplo, por un momento a la novela El Papa verde de Miguel Ángel Asturias:

[…] –Y es más: siguiendo esa política de penetración económica, se ha conseguido ya: primero: que en la zona que dominamos en Bananera sólo corra nuestro signo monetario: el dólar, y no la moneda del país. […]

–Segundo –siguió Maker Thompson–: hemos abolido el uso del español o castellano, y en Bananera sólo se habla inglés, así como en los demás territorios en que nuestra Compañía opera en Centroamérica. […]

–Y por último: hemos también desnaturalizado el uso de la bandera nacional: sólo se enarbola la nuestra.

–Un poco romántico, pero...

–Pero útil –[…] ¡Usan nuestra moneda, emplean nuestro idioma, enarbolan nuestros colores!... ¡La anexión es un hecho! (137)

Si después nos trasladamos de las plantaciones bananeras de América Central a los pozos petrolíferos de Venezuela, volvemos a encontrar la misma denuncia, la misma protesta en los labios de los personajes de Oficina número uno, de Otero Silva:

El camino se deslizaba paralelo a los tubos relucientes del oleoducto. Los inmensos gusanos metálicos venían desde Oficina N° 1 abriéndose paso por entre barrancos cortados a pico y troncos de árboles abatidos por el hacha.

–¿A dónde van a parar esos tubos, Tony?

–Esos tubos vienen de los pozos e irán a parar a la orilla del mar, a un muelle donde estarán esperando los tanqueros de la Compañía para llevarse el petróleo de ustedes al extranjero. Allá lo refinarán y después se lo volverán a vender a ustedes mismos como gasolina por cincuenta veces su valor. (138)

En algunas de estas novelas, el intento social es más evidente. Leemos de Pobre Negro de Rómulo Gallegos:

–¡Ay, señor! ¡Perdóneme! Le conté una mentira, porque estos dos muchachos son mis hijos y tenía miedo de que me los fueran a reclutá. ¡Ellos no tienen la culpa! Fui yo quien los hice escondese. No me les vaya a hacé na. ¡Por vía suyita!

–Ya veremos en la otra orilla –repuso el sargento–. Ahora que busquen las palancas pa que nos pasen pa el otro lao lo más pronto posible.

–¡Sí, señor! ¡Cómo no! Anden, mis hijos, pasen a los señores. ¿Usté no me les va a hacé na malo, verdá, señor sargento? ¡Éste, qué digo, señor capitán! Déjeme dir con ustedes pa ayudá a los muchachos. […]

–¡Cómo no, señora! –repuso el sargento–. ¡No fartaba más! Embárquese también, si ésa es su voluntá. Y tráigase consigo a las muchachitas, […] Asina se ayudarán entre todos, unos con otros, en el viaje de regreso […].

–¡Ay, señor! –exclamó la atribulada madre–. ¡Qué bueno es usté! […] ¡Vamos, mis hijitos, vamos todos juntos a pasá a los señores! No tengan miedo. Son gente buena, como toa la del gobierno.

Atravesaron el río, ya anochecido, la madre ayudando a los hijos, en cuyas temblorosas manos vacilaban las palancas, mientras el sargento se cruzaba miradas siniestras con sus torvos soldados, éstos guiñándoles el ojo a las muchachitas. Y ya atracaban en la orilla opuesta cuando, a un gesto de aquél, preguntó uno de los subalternos:

–¿Todos, mi sargento? ¿Las pollitas también? ¿No nos servirán pa otra cosa?

–¡Todos! Pa que no haiga quien eche el cuento.

Pero en seguida:

–Todos no. Que se quede la vieja zorra […].

Y a bayonetazos vio que le mataban los hijos. […]

De pie en la balsa, entre sus hijos muertos, la madre, muda y trágica, hundía de cuando en cuando la palanca, cual si buscase un rumbo. (139)

Volviendo a recorrer las grandes extensiones de América nos encontramos otra vez en los Andes, con El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría:

El subprefecto dio una gran prueba de espíritu justiciero:

–Bueno, pues... Te voy a poner en libertad, pero te mandas mudar. No quiero agitadores en mi provincia...

Benito solicitó:

–Señor, mi caballito lo entroparon los gendarmes con los de ellos el día que llegamos... Ordenará usté seguro que me lo entreguen...

El subprefecto dio un puñetazo en la mesa: –¿Qué caballo? ¿A mí me has dado a guardar caballo? Reclámaselo a ellos. Y ándate pronto, antes de que me desanime de soltarte y te saque la insolencia...

Benito salió, lentamente y preguntó al gendarme que era medio bueno por su caballo. Él soltó una carcajada y le dijo que sería un verdadero loco si se metía con el subprefecto tratando de recuperar su caballo.

Benito se fue, pues. Ahí estaba la calle con su libertad...

Caminar a pie es más duro cuando se tiene hambre. Las calles se abrían una tras otra a su paso, pero no sabía a dónde ir. Y tenía hambre... (140)

En la literatura latinoamericana, los elementos sociales, políticos y poéticos se encuentran íntimamente unidos, como en ninguna otra literatura contemporánea. Naturaleza, supersticiones, mitos, animales, cosas, relaciones sociales entre los diferentes grupos, reacciones psicológicas; y todo está arreglado por el arte, sin ser alterado o desconectado del conjunto en que se inserta. Tomamos, por ejemplo, otra vez una página de El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría:

¿qué sabemos los indios peruanos de las rosas?... tú, maguey, desde las lomas nos saludas y nos dices que bueno con tu penacho nimbado de sol y de luna... te levantas como un brazo implorante y en tu gesto reconocemos nuestro afán que no alcanza al cielo... afán angustioso de estirarse, estirarse y querer llegar mientras la vida sigue al pie, muda, y las estrellas se cierran como ojos tristes en la noche... el viento no puede cantar en tu cuerpo enteco y no sabes del trino ni del nido... tienes el corazón sin miel y triste, con la misma tristeza de nosotros los hombres del Perú... y así estás con nosotros, frente a nuestros bohíos, y en las cercas que guardan las siembras de esperanza y martirio... como el indio, no sientes el peso del sol ni de la lluvia y estás desnudo ante la vida, hecho un esbelto silencio... hijo callado de la tierra, atisbas que la vida pasa en el viento como las nubes, y se pierde tras los picachos y sigue... sin embargo, eres dulce, maguey; tus pencas se parecen a nuestras hembras indias, lisas, así sencillas, con un aire de nada, pero alegrando el pecho sin decir ni palabra... (141)

Hablando de narrativa de corte político en América Latina, no podemos dejar de lado nuestra novela El Señor Presidente. Según el crítico Ricardo Navas Ruiz, docente en la Universidad de Sao Paulo en Brasil, «el estilo más cuidado se acompaña a un decidido compromiso, a una actitud de profunda simpatía humana» (142). Citamos unos pasajes:

El Presidente vestía, como siempre, de luto riguroso: negros los zapatos, negro el traje, negra la corbata, negro el sombrero que nunca se quitaba; […]. (143)

¡Véanlo mis ojos, porque somos un pueblo maldito! Las voces del cielo nos gritan cuando truena: “¡Viles! ¡Inmundos! ¡Cómplices de iniquidad!” En los muros de las cárceles, cientos de hombres han dejado los sesos estampados al golpe de las balas asesinas. Los mármoles de palacio están húmedos de sangre de inocentes. […] (144)

Pero ¿está el amor en estas novelas? Por cierto. La historia de Camila y Cara de Ángel es una historia de amor y está en El Señor Presidente:

[…] al mirarse unidos se encontraban tan claros, tan dichosos, que caían en una transparente falta de memoria, en feliz concierto con los árboles recién inflados de aire vegetal verde, y con los pedacitos de carne envueltos en plumas de colores que volaban más ligero que el eco.

Pero las serpientes estudiaron el caso. Si el azar no los hubiera juntado, ¿serían dichosos?... Se sacó a licitación pública en las tinieblas la demolición del inútil encanto del Paraíso y empezó el acecho de las sombras, vacuna de culpa húmeda, a enraizar en la voz vaga de las dudas y el calendario a tejer telarañas en las esquinas del tiempo. (145)

La problematicidad de la lengua, la humanización del paisaje, la temática que se alimenta con la conciencia social y política y con la simpatía humana, son las características más relevantes de la novela latinoamericana y la diferencian de la narrativa de otros países, confiriéndole una fisonomía absolutamente inconfundible.

91. Popol Vuh, editado por Adrián Recinos (México: Fondo de Cultura Económica, 1993), 103. Como dicho antes, todas las notas de este texto son del traductor, ya que en el texto italiano no hay notas bibliográficas.

92. M. A. Asturias, Leyendas de Guatemala (Madrid: Cátedra, 1995), 94.

93. M. León Portilla, Quince poetas del mundo náhuatl (México: Diana, 1994), 212.

94. B. Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España (Madrid: Espasa Calpe, Colección Austral, 1989), 178 (capítulo LXXXVII).

95. ibid., 97 (capítulo XLIV).

96. Garcilaso de la Vega, El Inca, Comentarios Reales de los Incas, Tomo II (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1976), 99.

97. R. Landívar, Rusticatio Mexicana, editado por José Mata Gavidia (Ciudad de Guatemala: Editorial Cara Parens, 2019), 186-188.

98. ibid., 455-457. En la edición italiana, estas dos citas se juntaron en una sola; preferimos dividirlas en esta traducción.

99. A. Bello, «La agricultura de la zona tórrida», en Poesías, tomo I de las Obras Completas (Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, 1952), 73.

100. ibid.

101. J. Mármol, Amalia, edición digital (Biblioteca Virtual Universal, 2003), 42, https://www.biblioteca.org.ar/libros/70289.pdf

102. ibid., 442.

103. M. Menéndez y Pelayo, «José Mármol», en Historia de la poesía hispano-americana, Tomo II (Madrid: CSIC, 1948 ), 458-461.

104. D. Faustino Sarmiento, Facundo (Madrid: Editora Nacional, 1975), 159.

105. ibid., 89.

106. J. Martí, Los pinos nuevos, EcuRed, acceso el 22 de febrero de 2021, https://www.ecured.cu/Los_pinos_nuevos_(discurso)

107. J. E. Rivera, La vorágine (Madrid: Alianza, 1993), 196.

108. ibid., 197.

109. ibid., 211.

110. R. Gallegos, Doña Bárbara (Madrid: Espasa Calpe, 1991), 137.

111. P. Grases, Dos estudios (Caracas: Artes Gráficas, 1943).

112. M. Azuela, Los de abajo (Madrid: Cátedra, 1989), 207-208.

113. R. Güiraldes, Don Segundo Sombra (Madrid: Archivos, 1997), 117-118.

114. J. Icaza, Huasipungo (Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana, 2006), 117.

115. M. Otero Silva, Oficina número 1 (Barcelona: Seix Barral, 1975), 7.

116. ibid., 41.

117. R. Gallegos, Cantaclaro (Caracas: Monte Ávila, 1977), 160.

118. R. Navas Ruiz, Literatura y compromiso. Ensayos sobre la novela política hispanoamericana (Madrid: Instituto de Cultura Hispánica, 1963), 93.

119. M. A. Asturias, El Señor Presidente (Madrid: Cátedra, 2001), 115.

120. ibid., 330.

121. En este pasaje, como en otros sucesivos, el texto se refiere a Asturias en tercera persona, ya que la lectura en la retransmisión radiofónica era la de un locutor italiano (N. del T.).

122. ibid.

123. M. Menéndez y Pelayo, Historia de la poesía hispano-americana, Tomo I (Madrid: CSIC, 1948 ), 181.

124. Azuela, Los de abajo, 204.

125. ibid., 207.

126. M. A. Asturias, Hombres de maíz (Madrid: Alianza, 2002), 71.

127. Rivera, La vorágine, 187.

128. M. A. Asturias, Leyendas de Guatemala (Madrid: Cátedra, 2002), 94.

129. ibid., 141.

130. Güiraldes, Don Segundo Sombra, 119.

131. R. Gallegos, Canaima (Madrid: Espasa Calpe, 2011), 182.

132. ibid., 172.

133. Gallegos, Cantaclaro, 216.

134. M. A. Asturias, El Papa verde (Madrid: Alianza, 1982), 49.

135. Otero Silva, Oficina número 1, 105.

136. C. Alegría, El mundo es ancho y ajeno (Buenos Aires: Losada,1941), 208.

137. Asturias, El Papa verde, 66.

138. Otero Silva, Oficina número 1, 122.

139. R. Gallegos, Pobre negro (Madrid: Aguilar, 1958), 130.

140. Alegría, El mundo es ancho y ajeno, 68.

141. ibid., 195.

142. Navas Ruiz, Literatura y compromiso. Ensayos sobre la novela política hispanoamericana, 87.

143. Asturias, El Señor Presidente, 145.

144. ibid., 311.

145. ibid., 356.

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