Kitabı oku: «El último viaje», sayfa 5
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Abrazados el uno al otro como un par de niños asustados, Ahren Elessedil y Ryer Ord Star recorrieron los pasillos silenciosos y cubiertos de polvo de Bastión Caído en dirección a las ruinas que se erigían sobre tierra. La vidente sollozaba desconsolada, con la cabeza hundida en el hombro del príncipe de los elfos, al que agarraba como si tuviera miedo de perderlo. Abandonar a Walker la había destrozado por completo y, aunque Ahren le susurraba palabras de consuelo a medida que avanzaban en un intento vano de que recuperara la compostura, esta no parecía oírle. Era como si, al haber dejado atrás al druida, también hubiera abandonado una parte de sí misma. Lo único que evidenciaba que todavía era consciente de lo que sucedía a su alrededor era el modo en que se estremecía cada vez que partes del techo o de las paredes cedían y se derrumbaban o cuando algo explotaba en los corredores oscuros por los que huían.
—Todo saldrá bien, Ryer —no dejaba de repetirle Ahren, incluso cuando se hizo evidente que tales palabras no tenían ningún significado para ella.
Conmovido por lo que había sucedido en las últimas horas, tenía un revoltijo de ideas en la cabeza y le parecía que todo era incierto. Los efectos de la magia de las piedras élficas se habían extinguido y le habían devuelto la paz y la tranquilidad; ya no se sentía presa del fuego y la furia ciega. Se había guardado las piedras dentro del bolsillo de la guerrera, para cuando las volviera a necesitar. Una parte de él esperaba tener que volverlas usar, pero otra esperaba que no se diera la ocasión. Se sentía satisfecho por haberlas recuperado, por haber conjurado su magia y por haber usado el fuego azul contra las horribles máquinas que habían acabado con tantos compañeros y amigos de la Jerle Shannara. Se sentía renovado por dentro, como si hubiera realizado un rito de iniciación y hubiera salido victorioso. Se había embarcado en esta travesía cunado era poco más que un muchacho y ahora ya era todo un hombre. El periplo que había sufrido hasta recuperar las piedras élficas le había producido la sensación de tener una nueva identidad, una nueva confianza en sí mismo. La experiencia había sido espantosa, pero se sentía empoderado.
Con todo, nada de esto le hacía sentir mejor respecto a lo que le había ocurrido a Walker y lo que seguramente les pasaría a ellos ahora. No cabía duda de que Walker se moría cuando se habían ido; ni siquiera un druida era capaz de sobrevivir al tipo de heridas que había sufrido. Tal vez sobreviviera unos minutos más, pero ya no había esperanza para él. Así que ahora la compañía, o lo que quedaba de esta, debía seguir adelante sin él. Pero ¿dónde iría? ¿Con qué objetivo seguiría? El mismo Walker le había dicho que, con la muerte de Antrax, habían perdido el conocimiento de los libros de magia. Había tenido que tomar la decisión de destruir la máquina y, de ese modo, había sacrificado cualquier posibilidad de hacerse con lo que habían ido a buscar. Constituía el reconocimiento de su fracaso y la admisión de que el viaje había sido en vano.
No obstante, no podía evitar sentir que no era cierto, que había algo más en todo lo que había sucedido que todavía no era evidente.
Se preguntó por el resto de los integrantes de la compañía. Sabía que Bek estaba vivo cuando Ryer había huido de las garras de Ilse la Hechicera y se había adentrado en las ruinas con la intención de encontrar a Walker. La rastreadora elfa, Tamis, también había escapado. Habría más, en alguna parte. ¿Qué haría para encontrarlos? Sabía que debía hacerlo porque, sin una aeronave y una tripulación, estaban atrapados ahí para siempre. E Ilse la Hechicera y sus mwellrets les pisaban los talones.
Sin embargo, sí que sabía qué podía hacer para conseguir ayuda. Podía usar las piedras élficas, las piedras rastreadoras de leyenda, para encontrar el camino hasta los demás. El problema era que usar la magia revelaría a Ilse la Hechicera su presencia; le indicaría el lugar exacto en el que se encontraban e iría a por ellos de inmediato. No podían permitirse que eso ocurriera. Ahren no creía, ni por un segundo, que pudiera plantarle cara a la bruja, ni siquiera con la ayuda de las piedras élficas. El sigilo y la discreción eran las mejores armas que podían empuñar. Aun así, no estaba seguro de que fueran suficientes.
Llevaban horas recorriendo los pasadizos; Ahren iba sumido en sus pensamientos cuando se dio cuenta de que Ryer había dejado de llorar. Bajó la mirada hacia ella sorprendido, pero esta mantenía el rostro enterrado en su hombro, contra el pecho, escondido bajo la cortina de su largo cabello plateado. Se le ocurrió que debía de estar lidiando con su pena y que no debía molestarla, por lo que la dejó tranquila. Se centró entonces en salir a la superficie de nuevo. Los escombros que habían obstruido los corredores inferiores ya no eran tan abundantes, como si las explosiones se hubieran producido en el corazón de Bastión Caído. El aire parecía más fresco y pensó que debían de estar cerca de la salida.
Resultó estar en lo cierto. Al cabo de unos minutos atravesaron un par de puertas de metal que colgaban de sus goznes, abiertas de par en par, atrapadas bajo el marco, que se había derrumbado, y salieron al aire libre. Emergieron de la torre por la que había desaparecido Walker hacía días, ubicada en el centro del laberinto mortífero que había acabado con gran parte de la compañía. Todavía era de noche, la luna brillaba en el cielo estrellado y despejado, pero la llegada del alba se evidenciaba en el horizonte oriental, donde se atisbaba una leve claridad. Ahren se detuvo en la entrada de la torre y echó un vistazo a su alrededor con cautela. Distinguía el contorno de las paredes del laberinto y atisbaba montones de escaladores y armas rotas. Más allá, las ruinas de la ciudad conformaban un revoltijo de edificios derrumbados. En aquel páramo no se percibía ningún ruido, era como si ellos dos fueran los únicos seres vivos del mundo.
No obstante, las apariencias engañaban, y lo sabía. Los mwellrets todavía estaban ahí y los buscaban; debían andarse con mucho cuidado.
Con Ryer todavía aferrada al cuerpo, se arrodilló y acercó los labios al oído de la vidente.
—Escúchame —le susurró.
Esta se puso rígida y asintió despacio.
—Tenemos que buscar a Bek, Tamis y Quentin, pero debemos ser muy silenciosos. Los mwellrets e Ilse la Hechicera nos estarán buscando. Al menos, es lo que debemos suponer. No podemos permitir que nos pillen, tenemos que salir de las ruinas y buscar refugio en el bosque. Enseguida. ¿Puedes ayudarme?
—No deberíamos haberlo dejado —replicó ella con un hilo de voz tan débil que el elfo apenas fue capaz de entenderla, y se aferró con más fuerza a su brazo—. Deberíamos habernos quedado.
—No, Ryer —le contestó—. Nos ha dicho que nos fuéramos. Nos ha dicho que no había nada más que pudiéramos hacer por él. Nos ha ordenado que encontremos a los demás. ¿Recuerdas?
La vidente sacudió la cabeza.
—No importa. Deberíamos habernos quedado. Se estaba muriendo.
—Si no hacemos lo que nos ha pedido, si dejamos que nos capturen o que nos maten, le habremos fallado. Eso hará que su muerte haya sido en vano. —Usaba un tono de voz bajo pero firme—. No es lo que esperaba de nosotros. No nos ha dicho que nos fuéramos para eso.
—Lo he traicionado —sollozó la otra.
—Todos nos hemos traicionado unos a otros en algún momento de esta travesía. —La obligó a separar la cabeza de su pecho y le alzó la barbilla para que lo mirara a los ojos—. No se muere por algo que hayamos hecho o no. Se muere porque ha decidido dar su vida para destruir a Antrax. Ha sido su decisión.
Inspiró hondo para tranquilizarse.
—Escúchame bien. Lo mejor que podemos hacer ahora es cumplir sus últimos deseos. No sé qué tenía planeado para nosotros, qué creía que ocurriría ahora que ya no está. No sé qué hemos conseguido. Pero lo único que podemos hacer por él es salir de aquí y regresar a las Cuatro Tierras.
Los rasgos pálidos y demacrados de la vidente se tensaron ante la severidad de lo que decía el príncipe y luego se desmoronó como las paredes de Bastión Caído.
—No puedo sobrevivir sin él, Ahren. No quiero hacerlo.
Guiado por un impulso, el príncipe de los elfos le acarició la fina melena.
—Te ha dicho que te volvería a ver. Te lo ha prometido. Tal vez, deberías darle la oportunidad de mantener esa promesa. —Hizo una pausa y luego se inclinó y le dio un beso en la frente—. Dices que no puedes sobrevivir sin él. No sé si te servirá de algo, pero yo no creo que pueda hacerlo sin ti. No habría llegado hasta aquí de no haber sido por ti. No me abandones ahora.
Apoyó la mejilla contra la sien de la vidente y la abrazó mientras aguardaba su respuesta. Tardó mucho rato en dársela, pero, al final, Ryer Ord Star se apartó y le acunó el rostro con sus pequeñas manos.
—De acuerdo —dijo con un hilo de voz y le ofreció una sonrisa leve y triste—. No te abandonaré.
Ambos se levantaron y emergieron de la sombra de la torre negra mientras se adentraban en el laberinto para proseguir su camino por las ruinas. Avanzaron por las tinieblas sin apresurarse: se detenían a menudo para comprobar si oían ruidos que los alertaran de algún posible peligro. Ahren encabezaba la marcha agarrado de la mano de Ryer Ord Star; esa conexión le confería una peculiar sensación de poder. No le había mentido cuando le había dicho que todavía la necesitaba. A pesar de haber recuperado las piedras élficas y haber vencido en su lucha contra los escaladores, todavía no tenía confianza en sí mismo. Había dejado de ser un muchacho, pero todavía debía entrenar mucho y le faltaba experiencia. Había cosas que tenía que aprender y algunas serían duras. No quería afrontarlas solo y que Ryer les hiciera frente con él le ofrecía una confianza que no comprendía del todo, pero que sabía que no debía ignorar.
A pesar de todo, sí que entendía una parte. Lo que sentía por la muchacha se acercaba mucho al amor. Había surgido despacio y justo ahora comenzaba a reconocerlo por lo que era. No estaba seguro de cómo terminaría todo, ni siquiera si el sentimiento perduraría. Pero en ese mundo de agitación e incertidumbre, de monstruos y peligros espantosos, era tranquilizador tenerla cerca, poder pedirle consejo o simplemente poder tocarle la mano. Le daba una fuerza poderosa y misteriosa a la vez; no como la que le confería la magia, sino que era una fuerza espiritual. Tal vez era el simple hecho de no estar solo, de contar con otra persona con la que compartir lo que ocurriera. Sin embargo, también era algo tan místico como la vida y la muerte.
Caminaron durante mucho tiempo a través de las ruinas sin oír ni ver nada ni nadie. Avanzaban en dirección sur, hacia el punto del que habían partido: la bahía en la que había estado ancorada la Jerle Shannara. Claro que ahora, la nave se encontraba en manos de Ilse la Hechicera, a menos que hubiera cambiado la situación, que era probable. En estas tierras, las cosas cambiaban muy deprisa y sin previo aviso. Tal vez, esta vez lo harían de un modo que favorecería a la compañía de Walker en lugar de a la de la bruja.
De repente, Ryer Ord Star se detuvo en seco. Temblaba y tenía el cuerpo en tensión. Ahren se volvió hacia ella enseguida. Tenía los ojos clavados en el vacío, en algún lugar que él no lograba atisbar, y su rostro reflejaba tal grado de consternación que el príncipe inspeccionó los alrededores de inmediato, en busca del origen de ese desasosiego.
—Ha muerto, Ahren —anunció con un susurro bajito y lleno de dolor.
Se desplomó en el suelo y se echó a llorar. Todavía lo agarraba de la mano, como si eso fuera lo que la mantenía entera. Ahren se arrodilló a su lado y la estrechó entre sus brazos.
—Tal vez ha encontrado la paz —dijo mientras se preguntaba si Walker Boh podía conseguirlo.
—Lo he visto —le explicó—. En la visión que acabo de tener. He visto cómo cargaba con él un espectro que lo conducía hacia una luz verde que había sobre un lago subterráneo. No estaba solo. En la orilla del lago había tres personas. Una era Bek, la segunda, una figura encapuchada que he reconocido y la tercera era Ilse la Hechicera.
—¿Ilse la Hechicera estaba con Bek?
La vidente le apretó la mano.
—Pero no hacía nada malo. Ni siquiera lo miraba. Estaba ahí, presente de cuerpo, pero al mismo tiempo no estaba. Parecía perdida. ¡Espera! No, no te lo he contado bien. Parecía aturdida. Pero eso no ha sido todo, Ahren. La visión ha cambiado y la bruja y Bek se agarraban de la mano. Estaban en otro lugar, creo que en algún punto del futuro. No sé cómo explicarlo, pero eran la misma persona. Estaban unidos.
Ahren trató de darle sentido a lo que explicaba.
—¿Unidos en un solo cuerpo y rostro? ¿En ese sentido?
La otra sacudió la cabeza.
—No me parece que lo fuera, pero me daba esa sensación. Algo había ocurrido que los había conectado, pero se trataba de una unión más espiritual que física. ¡He notado tanto dolor! Lo he percibido. No sé de quién procedía ni quién lo había generado. Tal vez ambos. Pero se desprendía de la conexión que formaban y servía para provocar algo que iba a ocurrir más adelante. Pero no he visto qué era, me lo impedía.
Ahren le dio unas cuantas vueltas.
—Bueno, puede que esté relacionado con el hecho de que son hermanos. Tal vez esa era la conexión que has percibido. Quizá Ilse la Hechicera ha descubierto que era verdad y eso ha provocado el dolor que has notado.
Bajo la luz de la luna, los ojos de Ryer Ord Star parecían enormes y líquidos.
—Quizá.
—¿Crees que Ilse la Hechicera y Bek están en las catacumbas de Bastión Caído con Walker?
Sacudió la cabeza.
—No lo sé.
—¿Deberíamos volver y buscarlos?
La vidente se limitó a observarlo con los ojos abiertos de par en par, asustada.
No había modo de saberlo. Se trataba de una visión y estas eran susceptibles de inducir al error o de ser malinterpretadas. Revelaban verdades, pero no en términos evidentes a simple vista. Era su propia naturaleza. Ryer Ord Star discernía el futuro mejor que la mayoría. No obstante, incluso a ella se le vetaba divisar poco más que un atisbo, y ese podía tener un significado completamente distinto a lo que sugería.
De pronto, a Ahren se le antojó impensable la idea de retroceder por cualquier motivo y la descartó. Así, se levantaron y siguieron caminando. Frustrado y preocupado por lo que había dicho la vidente, Ahren esperaba que, cuando tuviera otra visión, fuera una por la que pudieran hacer algo, como encontrar el modo de solucionar su dilema actual, por ejemplo. Las visiones sobre otras personas en otros lugares no eran demasiado útiles ahora. Era una actitud egoísta y se sintió avergonzado de inmediato. Sin embargo, no podía permitirse pensar así.
Siguieron avanzando, pues pronto amanecería. Si no habían llegado al amparo de los árboles para entonces, tendrían problemas. Disponían de los restos de los edificios para esconderse, pero si los descubrían, los podrían atrapar con facilidad. Si seguían adelante después del alba, quedarían expuestos. Ahren no sabía si lo que hacía ahora marcaba alguna diferencia, puesto que caminaban sin un destino claro y ningún plan de rescate. Lo único que sabía era que debía encontrar el modo de eludir a Ilse la Hechicera y los mwellrets. O quizá tan solo a los últimos, si la visión de Ryer predecía el futuro. ¿Era posible que Bek hubiera capturado a la bruja y hubiera hallado el modo de someterla? Al fin y al cabo, poseía una magia lo bastante fuerte como para reducir a escaladores a escombros. ¿Sería suficiente para derrotar a la jurguina también?
Ahren pensó que ojalá supiera más sobre lo que ocurría, pero ya lo deseaba desde el principio.
Estaban cerca del extremo del bosque cuando oyeron movimiento un poco más adelante. Era un ruido suave y furtivo, el tipo que provoca alguien que trata de no ser descubierto. Ahren se puso en cuclillas y tiró de Ryer para que bajara con él. Se encontraban en las sombras de una pared, así que no se les vería con facilidad. Por otro lado, el horizonte se iluminaba cada vez más y no podían quedarse ahí para siempre.
Gesticuló para indicarle que no hiciera ruido y que siguiera su ejemplo. Luego, el príncipe de los elfos se levantó y avanzó, pero mucho más despacio. Al cabo de unos segundos, volvió a oír ese ruido, como si de unas botas que arañaran la piedra se tratara, muy cerca, y volvió a fundirse con las sombras.
Casi al instante, un mwellret emergió de la oscuridad y cruzó el espacio despejado que había ante ellos. No había ninguna duda de qué era ni de qué intenciones tenía: cargaba con un hacha de guerra y llevaba una espada corta en la cintura. Buscaba a alguien. Quizá no a ellos, admitió Ahren, pero no les serviría de mucho si los descubría.
Esperó hasta que el lacértido desapareció de su vista y retomó la marcha. Tal vez podían colocarse a sus espaldas. Era posible que estuviera solo.
No obstante, en cuanto giraron a la izquierda, con la intención de alejarse del primero, se toparon con un segundo que iba directo hacia ellos. Ahren se resguardó de nuevo tras la estructura de un edificio sin techo y luego guio a Ryer a través de campo abierto hacia otra salida. Pisaba con cuidado entre montones de escombros, pero sus botas provocaban ruiditos inevitables. Tras volver a cruzar campo abierto, se agazaparon tras otro edificio y siguieron adelante. Si seguían sorteando así a sus perseguidores, Ahren esperaba poder darles esquinazo.
De nuevo al descubierto, se detuvo y echó un vistazo alrededor. Nada le resultaba familiar. Veía el contorno de las copas de los árboles a cierta distancia, pero desconocía la dirección que habían tomado y dónde estaban los mwellrets. Aguzó el oído para detectarlos, pero no oyó nada.
—Hay alguien detrás de nosotros —le susurró Ryer al oído.
Tiró de ella para seguir adelante y se dirigió hacia el refugio que ofrecían los árboles, con la esperanza de llegar a tiempo. Cada vez era más de día, el sol comenzaba a despuntar en el horizonte y bañaba las ruinas con una peligrosa combinación de luz y sombras que engañaba la vista con facilidad. A Ahren le pareció haber escuchado un gruñido repentino en algún punto cercano y se preguntó si los habían descubierto.
Tal vez debía usar las piedras élficas, incluso aunque revelaran su paradero. No obstante, la magia no servía de nada contra los lacértidos o cualquier otra criatura que no usara la magia. Tampoco responderían si no representaba una amenaza física para él.
Colocó la mano que le quedaba libre en la empuñadura de la faca, la única otra arma que llevaba, dubitativo. Pensaba en qué debía hacer cuando un movimiento a su derecha hizo que se detuviera. Se ocultó tras una pared con Ryer mientras aguantaba la respiración y una forma encapuchada aparecía entre los edificios. No era capaz de distinguir quién o qué era: si humano o mwellret. Ryer estaba tan apretujada contra él que notaba su respiración. El elfo le estrechó la mano con fuerza sin sentir un ápice de la tranquilidad que trataba de transmitirle con ese apretón.
Entonces, la figura encapuchada desapareció. Ahren exhaló despacio y retomó la marcha. Quedaba poco para llegar a los árboles. Al otro lado de las ruinas, a tan solo unos noventa metros, veía ramas y follaje con la luz del alba.
En cuanto dobló la esquina de una pared que se había medio derrumbado, volvió la vista hacia atrás para observar a Ryer unos segundos y asegurarse de que estaba bien. La expresión de esta cambió justo cuando él la miró; su cansancio dio paso a un terror cerval.
Se apresuró a mirar hacia delante, pero tardó demasiado. Un movimiento repentino lo sorprendió.
Y de pronto, todo se volvió negro.
6
Cuando vio que Truls Rohk avanzaba hacia su hermana, Bek Ohmsford no se detuvo a pensar en las consecuencias de lo que iba a hacer. Lo único que tenía claro era que, si no hacía algo, el metamorfóseo la mataría. No importaba lo que este hubiera prometido antes, en un momento de pensamiento racional, ajeno a la carnicería con la que se habían encontrado ahora. Una vez, Truls la vio arrodillada junto al cuerpo de Walker mientras empuñaba la espada de Shannara con sangre por doquier; esa promesa se la había llevado el viento. Si Bek se hubiera dejado llevar por sus emociones, tal vez habría reaccionado igual que Truls Rohk. No obstante, Bek veía que algo que no iba bien en el rostro de su hermana. Tenía los ojos clavados en el techo, pero la mirada desenfocada. Sostenía la espada de Shannara, pero no como si acabara de usarla. Además, dudaba de que esta empleara el talismán para arrebatarle la vida al druida. Antes se fiaría de su propia magia, de la magia de la canción, y si lo hubiera hecho ahora, no habría tanta sangre.
En cuanto superó la sorpresa inicial, Bek supo que había mucho más en esa escena que se había encontrado de lo que parecía. Sin embargo, Truls Rohk se dirigía a ella por la espalda y no podía verle la cara. En realidad, tampoco le habría importado, pues no estaba dispuesto a dudar de lo que veía, a diferencia de Bek. Para el metamorfóseo, Ilse la Hechicera era una enemiga peligrosa y nada más, y si había alguna razón para sospechar que les haría daño, no se lo pensaría dos veces y la detendría como fuera.
Así pues, Bek lo atacó. Fue una reacción que nacía de la desesperación con la que pretendía retener al otro sin herirlo. Sin embargo, Truls Rohk era tan fuerte y poderoso que Bek no podía limitarse a usar la magia a medias al invocar el poder de la canción de los deseos. De todos modos, todavía no la dominaba, al menos, no del modo en que lo hacía Grianne, puesto que había descubierto que poseía este poder hacía unos meses. Lo mejor que podía hacer era esperar que tuviera el efecto deseado.
Creó una red de magia que lo atrapó y lo mandó rodando al otro lado de la estancia llena de escombros. El metamorfóseo se desplomó, pero se incorporó casi al instante, se deshizo de su ocultación y reveló su presencia: enorme, oscura y peligrosa. Tras desenvainar la faca, se lanzó hacia Grianne una segunda vez. No obstante, a estas alturas, Bek conocía de sobra lo fuerte que era Truls y ya había previsto que su primer intento de entorpecer al metamorfóseo no saldría bien. Proyectó una segunda oleada de magia, una pared de sonido que cazó al otro y lo hizo retroceder por el aire. Bek gritó, pero no le pareció que Truls lo oyera, tan resuelto como estaba en llegar hasta Grianne.
Con todo, Bek la alcanzó el primero, se dejó caer de rodillas y la abrazó con actitud protectora. Esta no se movió. Tampoco reaccionó de ninguna forma.
—No le hagas daño —dijo mientras se volvía para enfrentarse a Truls Rohk.
Entonces, algo le dio tan fuerte que lo separó de Grianne y lo lanzó contra los restos de un escalador hecho añicos. Aturdido, se puso de rodillas.
—Truls… —pronunció entre jadeos a la vez que miraba a Grianne, impotente.
El metamorfóseo se cernía ante ella, como una sombra amenazadora, con la hoja del cuchillo contra su garganta.
—No tienes suficiente experiencia, muchacho —le soltó entre dientes—. Todavía no. Pero eso no te hace menos irritante, te lo aseguro. No, no trates de levantarte. Quédate ahí.
Permaneció en silencio un momento, tenso y preparado, y se inclinó todavía más sobre la hermana de Bek. Entonces bajó el cuchillo.
—¿Qué le pasa? Está como en una especie de trance.
Bek se puso en pie a pesar de la advertencia del otro y tropezó al intentar sobreponerse a la desorientación que había comportado el golpe.
—¿Tenías que darme tan fuerte?
—Sí, si quería asegurarme de que te quedara claro qué comporta usar tu magia contra mí. —El otro se volvió para encararse a él—. ¿En qué pensabas?
Bek sacudió la cabeza.
—En que no quería que le hicieras daño. Me ha parecido que la ibas a matar en el acto cuando has visto a Walker. Me ha dado la sensación de que no podías verle la cara, así que no sabías que no podía hacernos daño. He reaccionado por instinto.
Truls Rohk gruñó.
—La próxima vez, piénsatelo dos veces antes de hacerlo. —La hoja desapareció bajo la capa—. Sácale la espada y veamos qué hace.
El metamorfóseo ya se había inclinado sobre el druida y toqueteaba los ropajes impregnados de sangre en busca de señales de vida. Bek se arrodilló ante una Grianne impertérrita y, con cuidado, le separó los dedos de la empuñadura de la espada de Shannara. Se soltaron con facilidad, inertes, y agarró el talismán cuando este quedó liberado. No dio muestras de reconocer nada. Ni siquiera pestañeó.
Bek dejó la espada a un lado y le colocó los brazos a ambos costados. Grianne permitió que lo hiciera sin reaccionar. Parecía estar hecha de barro.
—No se entera de nada de lo que le ocurre —dijo con un hilo de voz.
—El druida está vivo —respondió Truls Rohk—. Aunque por los pelos.
Estiró el cuerpo destrozado de este y se arrancó tiras de ropa de su propia capa para detener las hemorragias de las heridas. Bek contempló la escena sin hacer nada, horrorizado por la gravedad del daño. Las heridas del druida parecían más internas que externas. Eran irregulares en el pecho y el estómago, pero le brotaba sangre de la boca, de las orejas y de la nariz e incluso de los ojos también. Parecía haber sufrido un fallo multiorgánico.
Entonces, de pronto y de forma inesperada, sus ojos penetrantes se abrieron y se clavaron en Bek. El muchacho se sobresaltó tanto que dejó de respirar unos segundos y se limitó a devolverle la mirada.
—¿Dónde está? —susurró Walker con la voz pastosa debido a la sangre y al dolor.
Bek no tuvo que preguntarle a quién se refería.
—Está aquí al lado. Pero no parece reconocer quiénes somos o qué ocurre.
—Está paralizada por la magia de la espada. Ha entrado en pánico y ha usado la suya para protegerse de ella. Aunque ha sido en vano. Ha sido demasiado incluso para ella.
—Walker —empezó Truls con suavidad mientras se inclinaba hacia él—. Dinos qué hacer.
Su rostro pálido se giró unos centímetros y clavó los ojos oscuros en el metamorfóseo.
—Sácame de aquí. Llévame donde te diga. No te detengas hasta llegar allí.
—Pero las heridas que has sufrido…
—No se puede hacer nada por las heridas. —De repente, la voz del druida sonaba acerada e imperativa—. No queda mucho tiempo, metamorfóseo. A mí no. Haz lo que te digo. Antrax ha sido destruido. Bastión Caído ya no existe. Lo que había del tesoro que vinimos a buscar, los libros y su contenido, se ha perdido. —Miró al muchacho—. Bek, trae a tu hermana con nosotros. Llévala de la mano. Te seguirá.
Bek echó un vistazo a Grianne y se centró en Walker de nuevo.
—Si te movemos…
—Druida, ¡que te saquemos de aquí te matará! —explotó Truls Rohk, enfadado—. ¡No he venido hasta aquí para enterrarte ahora!
Los peculiares ojos del druida se fijaron en el metamorfóseo.
—No siempre podemos tomar decisiones de vida o muerte, Truls. Haz lo que te digo.
Truls Rohk alzó al druida en brazos lentamente y con cariño para no provocarle más daños. Walker no soltó ningún ruido cuando lo levantó, hundió la cabeza en el pecho y dobló el brazo sobre el estómago. Bek se colgó la espada de Shannara a la espalda, agarró a Grianne de la mano e hizo que se pusiera en pie. Esta lo siguió de buen grado, con facilidad, y sin reaccionar.
Salieron de la cámara en ruinas y regresaron por el mismo pasillo por el que habían entrado. En el primer desvío, Walker les indicó que tomaran otra dirección. Bek vio cómo movía la cabeza oscura y oyó que susurraba instrucciones. Los extremos de las ropas hechas jirones del druida colgaban de su cuerpo inerte y goteaban sangre que manchaba el suelo.
A medida que avanzaban por las catacumbas, Bek echaba vistazos a Grianne de vez en cuando, pero esta no le devolvió la mirada ni una sola vez. Sus ojos seguían fijos hacia el frente y se movía como si fuera sonámbula. A Bek le atemorizaba verla así, más que cuando lo había perseguido. Parecía un cuerpo vacío; la persona que lo habitaba había desaparecido por completo.
Su marcha se ralentizaba de vez en cuando porque se topaban con montones de piedra y metal retorcidos que les obstruían el camino. En una ocasión, Truls se vio obligado a dejar al druida en el suelo durante el tiempo necesario para apartar el metal redoblado y abrirse camino. Bek se fijó en que el druida cerraba los ojos a causa del dolor y el cansancio. Vio cómo se estremecía cuando el metamorfóseo lo volvía a alzar y se agarraba el estómago como si quisiera mantenerse de una pieza. Cómo podía estar vivo Walker tras haber perdido tantísima sangre era algo que el muchacho no comprendía. Había visto hombres heridos, pero ninguno había sobrevivido tras sufrir heridas tan graves.
Truls Rohk estaba fuera de sí:
—¡Druida, esto es un sinsentido! —le soltó en una ocasión, y se detuvo debido a la rabia y la frustración que sentía—. ¡Deja que intente ayudarte!
—La mejor forma de ayudarme es seguir adelante, Truls —fue la débil respuesta de este—. Sigue, venga. Más adelante.
Caminaron durante un largo rato antes de salir a una caverna subterránea enorme que no parecía formar parte de Bastión Caído, sino de la misma tierra. Era natural: las paredes de roca mantenían su forma, sin que las hubieran alterado el metal o las máquinas; el techo estaba repleto de estalactitas que goteaban agua y minerales con una cadencia regular que interrumpía el silencio resonante. La poca luz que había emanaba de unas lámparas de tenue iluminación que colgaban de ambos lados de la entrada de la caverna y de la delicada fosforescencia de la roca que la formaba. Era imposible atisbar el otro extremo de la gruta, a pesar de que había la luz necesaria para discernir que este se encontraba a una buena distancia.