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EL IMPARABLE CAMINO ASCENDENTE DE YEHENARA
El modo de ascender en el palacio real era ganándose el afecto de la emperatriz viuda, en este caso la viuda de Daoguang y Yehenara hizo lo posible por ganarse a la viuda, cosa que consiguió haciéndole ver que quería aprender de ella, cada día, sus obligaciones y el protocolo de palacio.
Un día la concubina fue llamada a la cama del Hijo del Cielo. Entró en la habitación del emperador y vio que este representaba bastante más edad de la que tenía, pues apenas estaba en la treintena. Su rostro tenía color enfermizo y se presentaba macilento y desagradable. Su cuerpo era fofo, propio de un hombre que no hacía ejercicio ni llevaba una vida sana. Olía a opio y a cuerpo descuidado. Tres días y sus noches se quedó en el cuarto del emperador, y cuando por fin fue a sus aposentos, tuvo que guardar cama enferma de asco y decepción.
Cuando el emperador la volvió a llamar, ella se negó a ir y los eunucos no sabían cómo decírselo al Hijo del Cielo. Yehenara dijo que se tragaría sus pendientes de oro si se la obligaba. El jefe de eunucos, An Te Haih, estaba tan desesperado que hasta habló con Niohuru, su prima de más edad y prestigio, para que convenciera a Yehenara. Finalmente esta accedió porque conocía lo que sucedía en palacio. Cuando las dos primas se encontraron, Yehenara le confesó su horror y su asco, pero Niohuru la persuadió de que no le quedaba más remedio que acceder a los deseos del emperador porque en la Ciudad Prohibida era fácil que una concubina que manifestase desagrado, y más sobre el emperador, muriese envenenada o acabase con sus huesos en el fondo de un pozo.
Afortunadamente para ella, de estos encuentros salió embarazada y la noticia de tal suceso provocó gran alegría en la corte y en todo el reino. Cuando en abril de 1856, la honorable Yehenara, dio a Xianfeng un hijo varón, su situación se vio asegurada. Mientras era cuidada como una piedra preciosa durante su gestación, ella pidió leer los documentos que se remitían al emperador. Pronto la inteligente Yehenara se arrogó el derecho de leer y valorar las memorias que recibía el Hijo del Cielo. Todo esto le sirvió para ir conociendo a su pueblo y sus necesidades y problemas.
En marzo de 1853 llegó una carta en que se comunicaba al emperador que había un levantamiento y que los rebeldes, encabezados por Te-Ping, habían tomado Nankín. Yehenara, enterada del suceso, rogó al emperador que para sofocar la rebelión escogiese como general en jefe a Tseng Kuo-fan. También se preocupó de obtener los recursos necesarios para la campaña y gracias a ello, y también a la ayuda del general Gordon, se sofocó la peligrosa revuelta. El acierto de Yehenara fue celebrado, pues si de acuerdo a las tradiciones el general Zeng Guofan no habría podido dirigir la campaña por estar de luto por su madre, la concubina opinaba que antes que el luto estaban los intereses del Estado, y acertó.
Gordon nació en Woolwich, Londres, hijo del mayor general Henry William Gordon (1786-1865) y de Elizabeth (Enderby) Gordon (1792-1873). Fue educado en la escuela Fullands, en Taunton, Somerset y en la Real Academia Militar de Woolwich. Alumno de la Academia Militar de Woolwich, sirvió en Crimea. Después intervino en la campaña de China de 1860 durante la Rebelión Taiping contra los emperadores. Charles Gordon entró al servicio de China. A la cabeza de un grupo de europeos, reorganizó el ejército imperial. Permaneció con las fuerzas británicas que ocupaban el norte de China hasta abril de 1862, cuando las tropas, bajo el mando del general William Staveley, se retiraron a Shanghai para proteger el enclave europeo de los rebeldes taiping que amenazaban la ciudad. Reconquistó las insurgentes provincias de Suzhou y Wankin. El ejército de Gordon, el ejército siempre victorioso, salvó a la dinastía manchú que parecía perdida y acabó rápidamente con los rebeldes.
En 1863, Gordon, a pesar de las brillantes ofertas de los chinos, volvió al servicio del Reino Unido con el grado de teniente coronel.
Mapa de la provincia de Guangxi, donde se inició el levantamiento Taiping
Salón del palacio en donde vivió la emperatriz
En 1855 había muerto la emperatriz viuda de Daoguang. La prima de Yehenara, Niohuru (que pasó a llamarse Zhen), había pasado a ser emperatriz consorte y ella ascendió en la escala de palacio; de concubina kueyeng pasó a ser concubina peng, o sea de la tercera categoría ascendió a segunda. Con el triunfo sobre los taiping y el nacimiento de un heredero, el hijo de Yehenara, se acrecentó el prestigio de emperador… y también el de su concubina porque el monarca, casado ya por dos veces a los veintiséis años, no había engendrado un varón hasta que llegó la concubina kuenyeng.
Quiso la suerte —mala para el emperador y buena para Yehenara— que el soberano sufriese una grave parálisis y que la concubina kuenyeng en calidad de madre del futuro emperador, y por su enorme energía, pasara a encarnar el Gobierno efectivo del imperio. Afortunadamente para ella la verdadera emperatriz, Zhen, no mostraba ningún deseo de gobernar. Por entonces Yehenara fue de nuevo ascendida y pasó a ser concubina de primera categoría.
Al nacimiento del heredero en 1856, la joven fue elevada de nuevo a otro rango, uno que la igualaba en estatus al de la emperatriz, su prima Zhen, y desde entonces se cambió de nombre y recibió el de Tz’u-hsi (Cixí, españolizado) en vez de Yehenara, el nuevo apelativo quiere decir ‘la emperatriz del este’ porque con este motivo fue trasladada a un palacio en la parte este de la Ciudad Prohibida.
El príncipe Kung, profesor de Cixí
Allí tenía su propia pequeña corte, sus servidores, sus músicos, sus eunucos y también sus murmuraciones, habladurías de palacio y comentarios. Ella, sin que otros lo supieran, se enteraba de muchas cosas.
En poco más de dos años la joven inexperta que se llamaba Yehenara pasó a estar a la altura de la emperatriz de la China y con más prestigio que ella.
Pero esto no era suficiente. Yehenara, dándose cuenta de sus insuficiencias pidió que se le enseñara todo lo necesario sobre el gobierno del Imperio por lo que pudiese suceder, ya que su hijo había sido nombrado heredero del trono. Ante esta petición se eligió al príncipe Kung (la tradición era elegir al sexto tío del heredero por línea paterna) para que la enseñase y adiestrase. Kung destacaba por su sabiduría y honradez, y enseguida supo ver la inteligencia de Ye-ho-na-la, ahora Cixí. La concubina, para evitar habladurías, solicitó estar acompañada en cada lección por algunas de sus damas y alguno de sus eunucos, que más tarde jugaron un papel muy importante en su vida. Desde entonces, todos los asuntos del imperio estuvieron en sus manos, una mujer sin experiencia, concubina, de veintidós años.
UNA CONSPIRACIÓN
Aunque aún andaba en la treintena, la salud del emperador Xianfeng no era buena, con seguridad su afición al opio había minado su resistencia física y su voluntad. Se había decidido que en la primavera de 1861 abandonaría el lugar en que estaba y regresaría a Pekín, pero su enfermedad impidió que se moviese de Jebol, que era el sitio en que se encontraba entonces. No se sabe exactamente por qué o cómo, aunque se dice que por su fragilidad y salud ya muy debilitada, se dejó aconsejar en muchos asuntos por el príncipe Tse-Yuen (también conocido como Yi), el cual, aliado con otros miembros de la familia imperial, decidió adueñarse del poder, ya que estaba seguro de que el fin del emperador estaba cerca y de que pronto atravesaría la Puerta del Dragón. Tal vez con un poco de ayuda…
Aunque nominalmente, por su prestigio, el príncipe Tse-Yuen encabezaba la conjura, en realidad el miembro más activo y el organizador de la conspiración era un tal Sushun, hermano de leche del jefe de las ocho familias principales de manchúes. Sin ser originariamente nadie, Sushun, como hermano de leche de un poderoso manchú y de su mano, había llegado muy alto hasta considerarse él mismo como perteneciente a la familia imperial.
El poderoso manchú, el hermano de leche de Sushun, era un verdadero príncipe de sangre real. Se llamaba Tse-Chen y podía, al igual que Tse-Yuen, aspirar al trono si el emperador fallecía y ambos se movían con rapidez, mientras que el brazo ejecutor, Sushun, era solo un instrumento en manos de los dos ambiciosos príncipes.
Para lograr su fin, Sushun fue vivamente recomendado por los dos príncipes al debilitado emperador y este lo trajo junto a sí en calidad de ayudante al ministro de Hacienda. También acontecía que Sushun, como solía suceder con los arribistas y aduladores de los poderosos, era vicioso y disipado. Para no dejar el cuadro inconcluso era así mismo ambicioso, avaro y cruel.
La concubina Yehenara, ahora ascendida a emperatriz del este, se percató de la nefasta influencia de este personaje, que para entonces era el primer secretario adjunto, y trató de contrarrestar su poder y la dependencia que el enfermizo soberano empezó a manifestar por este personaje.
Con el favor del soberano, Sushun, elevado al cargo de Gran Mandarín, instituyó un verdadero régimen de terror y cualquiera que se opusiese a sus deseos era desterrado o degradado. En poco tiempo amasó una inmensa fortuna a base de enormes multas a los funcionarios, sobre todo a los de Hacienda o a los de otras administraciones, pues los acusaba de engañar y defraudar a las reales arcas, cosa que podía ser cierta, pero que él explotaba en beneficio propio. Con este dinero él y los príncipes esperaban financiar su proyecto de llegar al poder por el camino más directo. Sin embargo, había un problema: la emperatriz del este intentaba influir en el emperador para que alejase al favorito y esto no podían permitirlo, puesto que Sushun era el que, con malas artes, proporcionaba la financiación del proyecto.
El palacio de Jebol, residencia de verano de la familia imperial
Empezaron a propagar calumnias sobre ella y al soberano le manifestaron que Yenehara lo engañaba con un apuesto militar que había estado prometido a ella antes de que entrase en palacio. Al mismo tiempo difundieron los rumores de que el príncipe y maestro Kung estaba en connivencia con los diablos extranjeros (las potencias occidentales). Todo ello hizo que el soberano separase al niño heredero de su madre, la emperatriz del este, y ordenara que lo entregasen a la madre de Tse-Yueng, el gran conspirador, para su educación y crianza. Con el heredero en su poder los conspiradores ya estaban más cerca del trono. La idea de los dos príncipes era hacer matar a todos los europeos residentes en Pekín y también a los otros hermanos del emperador. Incluso habían preparado el documento que justificaría tales acciones.
En todo esto estaban cuando el séptimo día de la séptima luna la concubina Yenehara envió un mensaje urgente a su maestro el príncipe Kung haciéndole saber el mal estado de la salud del Hijo del Cielo, su real esposo. Asimismo le rogaba tomar medidas para proteger al niño heredero y a ella misma, y no menos a sí mismo, toda vez que los conjurados eran también enemigos a muerte del príncipe Kung. Para ello le pedía que enviase urgentemente un destacamento formado por militares del clan de la emperatriz del este, es decir, por sus simpatizantes, no adeptos a los dos príncipes.
Los sucesos se precipitaron: el 16 de junio de 1861, un grupo de los partidarios de Tse-Yuen entraron violentamente en el dormitorio del moribundo emperador y, tras expulsar a la emperatriz Zhen y a la concubina real, obligaron al Hijo del Cielo a firmar un documento en que nombraba a Tse-Yuen, Tuan Hua y Sushun, los tres conspiradores, regentes tras su posible muerte, lo que les quitaba a las dos mujeres toda autoridad sobre el rey niño, Tongzhi. La ley hasta entonces prescribía que la emperatriz y la madre serían las tutoras legales del rey en minoridad, los conspiradores intentaban quitar esta prerrogativa de las dos mujeres y apoderarse del niño y a través de él del poder supremo.
A la mañana siguiente murió el rey Xianfeng y Tongzhi, de apenas cinco años, era el nuevo emperador. Los conspiradores habían preparado su acción por medio de varios decretos ya escritos, pero se hallaron con una dificultad insalvable, el sello real que había de dar legitimidad a los documentos, no aparecía por ninguna parte y sin él no se podía legitimar documento alguno. En espera de que apareciese se leyó el testamento en que se nombraba regentes a los conspiradores y no se hacía mención de las mujeres: madre y emperatriz viuda.
El 25 de agosto el príncipe de Kong anunciaba que «el emperador había partido en la jornada del 22 montado en el dragón para entrar en los países de lo alto y que en consecuencia las relaciones oficiales debían ser interrumpidas durante un tiempo». De momento, las relaciones con Occidente quedaron en suspenso.
LA LUCHA POR EL PODER. DESENLACE
En este período la joven Ye-ho-na-la demostró su capacidad de dirigir los acontecimientos sin levantar sospechas. Con la ayuda y complicidad de su eunuco, Ngan Te-he, enviaba informes diarios al príncipe Kung, que estaba en Pekín, y le mantenía al corriente de lo que sucedía. Por otro lado manifestaba al príncipe Tse-Yuen el mayor respeto y consideración. Aparentaba tranquilidad mientras lo trataba con estudiada deferencia, lo que hizo que este se confiase sin sospechar que la paciente concubina estaba tejiendo su tela de araña. No estaba ella dispuesta a dejarse arrebatar el poder que quería ejercer, aunque fuese en nombre de su hijo Tongzhi.
Retrato de Jung-Lu, primo de Yenehara y luego general y consejero
Tras el período fijado por la etiqueta el entierro del emperador se debía llevar a cabo con toda solemnidad, siguiendo el tradicional protocolo. El féretro debía ser llevado a hombros hasta el lugar en que el difunto había de ser enterrado, que distaba del sitio en que había muerto a unas ciento cincuenta millas del lugar (una milla equivale a 1609 metros, es decir, más de un kilómetro y medio). Todos los personajes del Consejo de Regencia habían de acompañar al catafalco y como este era pesado solo se podrían hacer el equivalente a treinta kilómetros al día en el mejor de los casos. Esto le daba a Cixi un período de unos diez días sin ser espiada por los príncipes y el Gran Mandarín. En sus planes ella ya había contado con ello, pues el protocolo pedía que las emperatrices habían de adelantarse a palacio y ofrecer oblaciones y plegarias por el difunto soberano; allí habían de esperar el regreso de la comitiva funeraria y ofrecer de nuevo junto con los mandatarios otras oraciones y presentes al difunto. Se dieron prisa, pues ambas emperatrices tenían que volver a Pekín y actuar antes de que los dos conspiradores estuvieran presentes, pero el príncipe Tse-Yuen, desconfiado o previsor, también se imaginaba que la emperatriz madre podía estar fraguando alguna trampa o artimaña para arrebatarle el poder si llegaba a Pekín antes que él, esa soberanía por la que él tanto había trabajado. A fin de solucionar el asunto de las emperatrices de forma definitiva se las arregló para integrar en el cortejo de las dos señoras algunos fieles que pertenecían a su guardia de corps para que durante su viaje las mataran. Pero Cixi también contaba con uno de sus fieles en el cortejo de Tse-Yuen: su primo Jung-Lu, quien se enteró de las intenciones de los príncipes y del Gran Mandarín y así, en un punto cerca del lugar en que sabía se había de realizar el crimen, se separó del cortejo fúnebre y acudió con sus hombres a proteger a las dos emperatrices, Zhen y Cixi, antes de que se llevara a cabo el mortal atentado.
Jung-Lu (1836-1903) era el primo con el que en principio, habían pensado en casar a la joven Yenehara. Luego llegó a general y consejero de la emperatriz Cixí, su pariente, con su apoyo fue nombrado virrey de Zhili. Acabó con los proyectos reformistas del emperador Kuan-siu (período de los cien días) con el apoyo del ejército y restauró en el poder a la emperatriz Cixí.
Llegados todos sin ningún otro incidente a Pekín, según el protocolo el nuevo emperador, el niño Tongzhi, su madre y la emperatriz Zhen, su tía, acudieron a las puertas de la ciudad para rendir tributo al difunto. Allí, tras intercambiarse cortesías y saludos, la concubina destituyó a los pretendidos tres regentes, no sin darles las gracias, eso sí, por los servicios prestados. En ese momento el príncipe Tse-Yuen tuvo la audacia de decirle a la emperatriz del este que ella no era nadie para destituirle de un cargo que le había dado el difunto emperador, entonces la emperatriz le mandó tomar preso, orden que fue obedecida por sus hombres. Tarde se dieron cuenta los conjurados de que las calles estaban ocupadas por las tropas adeptas a Cixí y que cualquier resistencia hubiera sido inútil. Aquí se probó que la inteligencia de la inexperta emperatriz del este había sido superior a la astucia de los experimentados príncipes y todo su poder; la muchacha ignorante que había venido hacía seis años desde la calle del Estaño se movía como pez en el agua por los vericuetos de palacio.
Sin perder un instante, las dos emperatrices regularizaron la situación haciendo firmar al niño-emperador los decretos necesarios para formalizar su tutoría en forma legítima, lo que se hizo y selló con el sello real, el llamado «de la autoridad legítimamente trasmitida». Era una ficción legal, pero ello legalizó la situación y la regencia pasaba ahora, como decía la ley y la costumbre, a las dos mujeres.
Trajes chinos en el siglo XIX
En adelante las dos emperatrices gobernaron aconsejadas por Kung y otros hombres de confianza, en nombre del pequeño emperador. Desde ese momento, aparecieron siempre detrás de un biombo con cortinas de gasa, sin presentarse abiertamente ante las miradas masculinas.
La mayoría de los días, el pequeño monarca también asistía a las audiencias, aunque cuando se cansaba a menudo acababa la sesión sentado en el regazo de una de sus madres, o tirado en el suelo, jugando con las alfombras, hasta que un eunuco se lo llevaba en brazos.
En cuanto a los dos príncipes revoltosos, Tse-Yuen y Tuan Hua, se les autorizó para quitarse la vida por su propia mano, salvándose así del descuartizamiento que era la pena por traición y su cómplice, Sushun, fue destinado la peor de las muertes: la de los mil cortes; aunque al final la emperatriz del este accedió a que muriese de otro modo. El Gran Mandarín Sushun, «por la gran bondad de la madre del emperador», fue solamente degollado, eso sí, lo hicieron públicamente para humillarlo más. Su cabeza rodó por el mercado entre las verduras marchitas.
De esta forma, la emperatriz del este, antes Yenehara, pasaba a ser la emperatriz viuda y de ahí en adelante su nombre sería Cixí.
LOS INICIOS DEL PODER. PRIMERA REGENCIA
Durante la primera regencia la emperatriz Cixí intentó pasar casi desapercibida. Todos los decretos se dictaron en nombre del emperador niño, mientras que la verdadera emperatriz viuda, la dama Zhen, no interfería en el Gobierno, aunque se suponía que en teoría ella compartía en todo la tutoría con la dama Cixí. La acompañaba en las audiencias y confirmaba los decretos en nombre del pequeño soberano. Pero la realidad es que no tomaba parte en nada ni en ninguna decisión.
Al tiempo que se proclamó el nuevo reinado apareció un edicto de las dos emperatrices:
Nuestra elevación a la regencia ha sido enteramente opuesta a nuestros deseos; mas nos hemos rendido a las vivas instancias de los príncipes y de los ministros, pues comprendemos que es necesaria una autoridad superior a la cual puedan referirse. Tan pronto como acabe la educación del Emperador, dejaremos de intervenir en los asuntos de Gobierno que se ejercerá de nuevo según el sistema prescrito por todas las tradiciones de nuestras dinastías. Todos deben saber que ejercemos contra nuestro gusto la dirección de los asuntos públicos. Esperamos de los dignatarios del Estado una leal colaboración en la difícil tarea que hemos emprendido.
La primera regencia duró de 1861 a 1873 y puede ser considerada como una preparación para el siguiente paso en el poder. A las dos emperatrices se les otorgaron diversos títulos honoríficos y cada uno tenía anejo una pensión de 100 000 taeles al año. Zhen recibió el título de maternal y apacible y Cixí el de maternal y propicia. A los setenta años Cixí llegó a recopilar más de dieciséis títulos.
Traje de gala de la emperatriz Cixí
En esta primera regencia ya se manifestó la ambición de Cixí y, aunque al principio de su reinado dependía en gran parte de los sabios consejos de su maestro, el príncipe Kung, poco a poco adquirió confianza y también fue capaz de moverse por sí misma en los asuntos de Estado. Cada vez le resultaba más incómoda la presencia del príncipe Kung y sus consejos —pensaba— más innecesarios. Los eunucos, que anotaban en un libro cada falta de protocolo cuando se celebraban las audiencias, anotaban faltas cometidas todos los días por el príncipe Kung, pues este se consideraba a sí mismo el hacedor de la emperatriz y un colaborador necesario. Entraba y salía de palacio sin haber sido llamado, cosa impensable para cualquier otro visitante, y atendía a las audiencias junto con las emperatrices. Sus consejos no siempre eran solicitados y a veces eran contrarios a las opiniones de Cixí, el ambiente era cada vez más tenso.
Un día, en abril de 1865, el consejero Kung se levantó repentinamente en un acto, lo que estaba prohibido expresamente para evitar un ataque repentino por parte de algún colaborador o mandatario. La emperatriz fingió un súbito sobresalto ante este hecho y los guardias se llevaron al atrevido príncipe. Tras esto Kung recibió órdenes de apartarse de palacio inmediatamente. Pronto por un decreto se le relevó de sus funciones tanto de consejero de Gobierno como de miembro del Gran Consejo y jefe del Ministerio de Asuntos Exteriores. El decreto decía que Kung «ha demostrado ser indigno de la confianza de Sus Majestades», se hablaba de su «nepotismo escandaloso», de sus «tendencias a la rebelión» y otras acusaciones veladas.
Sin embargo, este decreto por el que se prescindía del príncipe molestó al pueblo, pues Kung era muy acreditado y apreciado y Cixí vio tambalearse su propia popularidad, así que unas semanas después repuso a Kung en sus puestos tras anunciar que este «había llorado amargamente por sus errores y pedido perdón». El príncipe volvió formar parte del Gran Consejo pero no se le reintegró su título de consejero de Gobierno, con ello se recortaba su autoridad y se le hacía sentir el poderío de la emperatriz. Era algo más que un toque de atención.
Por fin termina el sepulcro del difunto emperador Xianfeng que se había demorado cuatro años en su construcción. En otoño de 1865 se celebró el funeral, con el difunto se enterró a su primera esposa que había fallecido en 1850 y cuyos restos descansaban desde entonces en el templo de su pueblo, a siete millas de la capital.
Terminada la primera regencia que podemos fechar en 1873, desde 1875 a 1889 las cosas cambiaron para Cixí; aunque su nombre solo figura de tarde en tarde en los decretos imperiales, ella se cuidó mucho de guardarse la decisión última en nombramiento de los funcionarios, reparto de recompensas y castigos, así como otros asuntos administrativos. Esto le aseguraba la fidelidad, interesada o no, del personal administrativo y de palacio, así como la del ejército.
Tras esa larga experiencia ejerciendo el poder, Cixí inició su tercera regencia, en donde ya sin miedo alguno usurpó todos los signos externos del poder que en realidad pertenecían a su hijo, Tongzhi. Recibió audiencia diariamente en el salón grande de palacio y decidía sin el concurse de nadie en los asuntos de Estado. La emperatriz era sin duda autócrata, en nombre de Tongzhi, pero él en verdad no actuaba ni arbitraba. Su presencia era simplemente protocolaria y su actuación nominal.