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Capítulo 2
Catalina la Grande, zarina de Rusia

Con una gran voluntad de poder, Catalina dio un golpe de Estado y se convirtió en autócrata durante treinta y cuatro años, pero en vez de disfrutar de la situación se dedicó a modernizar el país, a aumentar su territorio, a multiplicar su prestigio y su poder en todos los sentidos, y además a hacerlo con su esfuerzo personal, directo y constante. Recomendamos la lectura de Catalina la Grande, retrato de una mujer, de Robert K Massie.

EL TIEMPO QUE LE TOCÓ VIVIR A CATALINA LA GRANDE

Los rasgos distintivos de la sociedad rusa en esta época (siglo XVIII) eran la servidumbre campesina, el dominio de la nobleza, la debilidad de las clases medias y la autocracia de los soberanos.

La nobleza media poseía de cien a quinientos siervos, los grandes señores más de mil de promedio mientras que los pequeños nobles se contentaban con menos de cien. Desde finales del siglo anterior, se permitía vender a los campesinos sin la tierra y castigarlos con el látigo (knut), tratamiento que hasta entonces se había reservado para los esclavos personales. También se permitía hacerles cambiar de residencia o deportarles a Siberia o a las minas (derecho que se confirmó de nuevo en el siglo XIX, 1806). Los siervos habían estado obligados a prestaciones personales de tres días semanales, en el transcurso del siglo XVIII estos tres días se vieron duplicados y la obligación se extendió a seis días, de modo que todos los días de la semana pertenecían al amo, y al siervo solo le quedaba el domingo para cultivar su propia tierra.


Catalina la grande de Rusia, de Virgiluis Eriksen


Escenas de la vida rural en Rusia en el siglo XVIII

Imposiciones (medievales) que en Europa ya habían sido abolidos hacía siglos aún estaban vigentes en Rusia, tales como la obligación de pedir permiso al amo para contraer matrimonio, sin el cual el siervo no podía casar.


Yemelian Pugachev

Además, las familias podían ser separadas al arbitrio del señor. Estas exigencias explican de por sí las continuas rebeliones campesinas como las de Pugachev en toda la región del Volga y los bajos Urales.

Nacido en una familia de cosacos, a los dieciocho años Yemelián Pugachev fue reclutado a la fuerza por el ejército ruso y separado de su familia. Combatió contra los prusianos en la guerra de los Siete Años (1756-1763). En septiembre 1773, tras haber desertado del ejército ruso después de participar en tres guerras, disgustado por el Gobierno de la zarina Catalina la Grande, lideró una revuelta de los cosacos del Don en la cuenca del Volga y el bajo Ural. En sus correrías se hacía pasar por el fallecido zar Pedro III, ya que a miles de kilómetros de distancia de San Petersburgo nadie conocía la apariencia del zar que había muerto asesinado casi diez años atrás.


Boyardos en el siglo XVIII

Una flamante nobleza de servicio apareció al amparo de los zares; esta se formaba por la burocracia y los mandos del ejército, esta nueva nobleza se fusionó con la antigua, la llamada de los Boyardos.

Pedro el Grande ya había establecido una estrecha alianza con la aristocracia, a aquellos otorgó grandes poderes sobre los campesinos y el poder de la administración local. Más tarde, como veremos, Catalina confirmó esta situación de privilegio.

A más de su posición frente al campesinado y a los privilegios políticos y territoriales, se unieron otros que pusieron en manos de la nobleza la dirección de la industria y el comercio.

Así, la nobleza podía explotar libremente, no solo la tierra, sino el subsuelo, establecer fábricas, comerciar y exportar productos agrícolas y manufacturados. Todo esto hacía la competencia a los escasos mercaderes de las ciudades. Algunos de estos mercaderes lograron prosperar uniéndose a algún noble para formar empresas, fábricas o compañías exportadoras.

En realidad gran parte del país vivía aún en una economía autosuficiente, una economía cerrada, los dominios señoriales producían lo necesario para los habitantes, por tanto, era la agricultura la principal fuente de riqueza y esta estaba en mano de los nobles, boyardos o señores nuevos.

El emperador, zar (forma derivada de la palabra caesar) de Rusia era un verdadero autócrata, un oligarca, dictador, amo y dueño, soberano de vida y muerte. Su mismo título lo decía: zar autócrata.


Pedro I el Grande

El zar Pedro I intentó regularizar la sucesión según el modelo sueco para evitar la confusión que seguía a la muerte de cada soberano, o las guerras que surgían cuando este se aproximaba a su fin. De tal modo era la confusión por la herencia del zar que se decía que el el siglo XVIII la sucesión no era hereditaria ni electiva, sino ocupativa. En último término, como en la Roma imperial, la guardia imperial tenía la última palabra en la sucesión. Según el que fuera protegido por la guardia, así era el elegido.

Este fue el país al que llegó una joven alemana sin gran preparación específica, la que habría de convertirse en la zarina de todas las Rusias, Catalina la Grande, que intentó modernizar ese inmenso país, con resultados desiguales.

ORÍGENES DE CATALINA, NACIDA SOFÍA DE ANHALT-ZERBST

En 1742 la emperatriz rusa Isabel I, al no tener hijos, proclamó heredero a su sobrino, hijo de Ana, su hermana mayor. Se llamaba este Carlos Pedro Ulrico de Holstein-Gottorp (28 de febrero de 1728), el cual con catorce años fue bautizado en la fe ortodoxa con el nombre de Pedro.


La zarina Isabel de Rusia

Parece ser que el príncipe, aunque de ilustre familia, no era demasiado inteligente; por conveniencia dinástica le casaron con Sofía de Anhalt-Zerbst. La aristócrata alemana para poder reinar junto con su prometido, igual que él había hecho, se convirtió a la fe ortodoxa, abandonó el nombre de Sofía y en el bautizo tomó el de Catalina.

El padre de Sofía-Catalina, llamado Christian Augusto, era príncipe de Anhalt-Zerbst y gobernaba la ciudad de Szczecin en nombre del rey de Prusia. Era sin duda un noble, pero de segundo rango y la familia de Sofía nunca hubiese soñado en que su hija se convirtiese en la zarina de todas las Rusias. En realidad no tenía doce años todavía cuando se habló de casarla con su tío Jorge Luis de Holstein-Gottorp, que estaba muy enamorado de ella. Y es posible que el proyecto se hubiera realizado si antes, en 1744, no hubiese llegado al palacio de los Anhalt (apellido de su familia) una carta procedente de Rusia.

Aquella misiva procedía de la mano de la zarina Isabel que había tomado su decisión y escogía a la joven como esposa del futuro zar. De más está decir que los príncipes alemanes dispusieron prestamente el viaje y, aunque desearon que nadie supiese el motivo de tan raudo desplazamiento, al parecer a su llegada a Rusia la gente estaba ya enterada de todo. A su llegada a la ciudad ya había multitudes que los esperaban, quizás con la intención simplemente de ver a la futura zarina, la que ellos ya consideraban la prometida del zarevich. Según pasaba la joven era aclamada por los ciudadanos. A primeros de febrero de 1744 Sofía y su familia eran recibidas por la zarina en el palacio de Annenhof, entonces ocupado por la familia imperial.


Federico de Prusia

La elección de Sofía como la futura esposa del zar (Pedro de Holstein-Gottorp) se debió a la gestión diplomática entre el conde Lestocq y Federico II de Prusia, a cuyo servicio había estado hasta entonces el padre de Sofía-Catalina.

No había recibido Catalina ninguna educación especial que le capacitara para ser emperatriz. Apenas Sofía comenzó a caminar, su madre se había ocupado de llevarla a bailes, banquetes o fiestas de disfraces en las casas más importantes de la región, para que se desenvolviera en un ambiente de etiqueta. Juana era fría con su hija y el padre distante. Tal y como se acostumbraba en las casas elegantes de la nobleza, los niños habían de ser educados por una mademoiselle francesa, una gobernanta que asegurase al menos el conocimiento del francés, la lengua culta de entonces.

Sofía solo recibió afecto de su gobernanta Babette Cardel, una joven francesa paciente y tierna con ella, que le enseñó a leer, escribir y hablar francés. De su mademoiselle, la misma soberana diría que «era la clase de gobernanta que todo niño debería tener». Nunca refrenó el espíritu alegre de su alumna, sino que la alentaba a la conversación y celebraba su vivacidad e inteligencia. Ella le hizo leer a Corneille, Racine y Moliere, cosa que influiría en su futuro.

El matrimonio con el zarevich se llevó a cabo porque tanto el conde Lestocq como Federico de Prusia querían fortalecer la amistad entre Prusia y Rusia para así debilitar la influencia de Austria y, al tiempo, arruinar al canciller Alekséi Bestúzhev-Ryumin, consejero de la zarina Isabel y que era un conocido partidario de la alianza ruso-austríaca.

Además, a la emperatriz le agradaba emparentar con esa familia porque ella, en su juventud, había estado prometida al tío de Sofía, hermano de su madre, Carlos Augusto de Holstein-Gottorp, el cual había muerto de viruela en 1727 antes de que la boda se llevase a cabo. El matrimonio entre los dos jóvenes se celebró en 1745.

UN MATRIMONIO FRÍO. PERSONALIDAD DEL JOVEN PEDRO

El matrimonio fue un fracaso desde la noche de bodas. El gran duque se acostó al lado de su esposa, sin mirarla, y se quedó dormido.

Las noches siguientes tampoco la tocó. Pedro demostraba que su esposa no le interesaba como mujer en absoluto. Quizás el joven no se había desarrollado aún lo suficiente para saber cuáles eran los deberes conyugales, o simplemente la esposa no le atraía en modo alguno. En todo caso no nos equivocaremos si decimos que el fracaso del matrimonio fue debido a la impotencia y la inmadurez del gran duque Pedro, que no pudo, o no quiso, consumarlo durante los doce años siguientes.

Catalina escribiría en sus memorias: «Mi querido esposo no se ocupaba de mí y pasaba todo el tiempo con sus lacayos, jugando con sus soldados de plomo; yo me veía obligada a representar mi papel [de esposa]». El gran duque permanecía indolente, entregado a sus particulares pasatiempos. Otra de las pasiones de su esposo era tocar el violín (sin saber) y meter a sus perros en el cuarto matrimonial, que corrían y saltaban sobre la cama ladrando. La vida de Catalina era un infierno. Su esposo era alcohólico, estaba perturbado y era impotente, tenía fimosis y se había negado a ser operado. Catalina pensó en la posibilidad de suicidarse, pero después buscó alivio en la lectura y en montar a caballo.

En sus memorias, escritas a su hijo Pablo y también para su nieto Alejandro, Catalina se explaya sobre los motivos de su posterior comportamiento para con su esposo. El gran duque era no solo infantiloide, sino abiertamente necio y pervertido al tiempo. Catalina describe extravagantes episodios en que aparece un Pedro que podríamos calificar de desequilibrado, por no decir loco.


Firma autógrafa de Catalina


Pedro III de Rusia

No se sabe a ciencia cierta si lo que describe Catalina es cierto en toda su extensión, pero en lo que sí están de acuerdo los historiadores y los que vivieron aquel tiempo es que todo es, al menos, verosímil.

Relata, entre otras cosas, que el gran duque, su esposo, se divertía en sus habitaciones con el concurso de un lacayo o ayuda de cámara de origen ucraniano, tan disoluto y necio como él y que este la proporcionaba licores y juguetes. A este servidor apreciaba el zarevich como a un colega, un igual. Este comportamiento era inimaginable en un futuro zar, estar en connivencia o complicidad con un lacayo era algo no aceptado como normal o natural y menos aún si provenía del zarevich.

Qué sucedía en las fiestas y bacanales que organizaba el joven con ayuda de su cómplice, Catalina no lo sabía, pero se imaginaba lo peor. Tal era el descrédito de su marido que los criados incluso le faltaban al respeto. En voz baja comentaban sus extrañas preferencias sexuales sobre todo porque una vez, en una de sus borracheras, se ofreció para pervertir y ser pervertido por sus lacayos y bufones.

En una palabra, para Catalina la vida con semejante sujeto no se ofrecía halagüeña. Así como tampoco era prometedora para Rusia.

LA DIFÍCIL SUCESIÓN. AMANTES, AMORES Y AMORÍOS

Lo requerido, como en todas las monarquías, era un heredero y si el gran duque era incapaz o no quería engendrar uno, había que recurrir a métodos extremos.

En la vida de Catalina entró entonces el joven y apuesto Sergei Saltykov, un aristócrata que la misma zarina había escogido para suplir a su sobrino en el tálamo de Catalina. Ante las dudas de la gran duquesa de que el esposo notase enseguida la infidelidad, la zarina le contestó que seguramente ni lo notaría. El joven Sergei la cortejó por insinuación de la zarina, pero al principio Catalina no se mostró de acuerdo, hasta que, finalmente, ante la falta de esposo en la vida real quedó embarazada del joven Sergei. Desgraciadamente para todos, aunque quedó en estado dos veces, las dos veces abortó espontáneamente, con lo que la zarina no obtuvo lo que deseaba: un heredero a toda costa.

Tras el fracaso de los planes para dar al trono un heredero, y a pesar de haber tenido ya dos embarazos, la zarina decidió mudar de candidato para evitar que hubiese maledicencias si la relación continuaba, por lo que Sergei Saltykov fue alejado de la corte. Es entonces, cuando la joven Catalina ya había probado la pasión y podía compararla con la convivencia con un marido insulso que Catalina comienza a su lista de amantes con un rosario de nombres.


Sergei Saltykov, quien suplió al esposo falto de iniciativa


Pablo Petrovich de joven

Mientras Saltykov fue alejado de Rusia y enviado en misión diplomática a Suecia, su esposo el zarevich, por órdenes de la zarina, fue circuncidado. A partir de su circuncisión, el gran duque reclamó a su esposa sus derechos conyugales y ella accedió, pero con total aversión.


Corona Imperial Rusa

El 20 de septiembre de 1754 nació Pablo Petrovich. La emperatriz Isabel se veía radiante, el protocolo indicaba que ella misma se ocuparía de la crianza y educación del nuevo heredero de los Romanov, ese día se aseguró la dinastía, quizás por esta razón arrebató el niño a su madre para criarlo según ella entendía que se había de educar y formar a un futuro zar.

No había posibilidad alguna de saber si el niño era hijo de su esposo o fruto de la relación extramatrimonial con Sergei, Catalina siempre dijo que era hijo de su amante, el hombre que tanto amó, incluso lo hizo saber por escrito en su diario, ella amaba a Sergei y que su hijo fuese fruto de ese amor la hacía feliz, aunque fuese momentáneamente. De pequeño fue considerado inteligente y hermoso, pero luego el joven sufrió un ataque de tifus (1771) que le afeó las facciones de por vida.

Tras el nacimiento del niño, los siguientes días fueron muy duros para Catalina, confinada a reposar en un cuarto oscuro en donde solo contaba con la compañía de sus damas, lejos de su amante y de la pomposa corte imperial, lo único que le quedaba era escribir e imaginar días mejores.

Abandonada a sí misma, Catalina se volcó sobre la lectura intensiva y se transformó en autodidacta. Gradualmente, sobre su escritorio, las novelas fueron sustituidas por los escritos de los filósofos franceses de la Ilustración que eran los maestros del pensamiento europeo.


Porta de el Dictionnaire Historique et Critique de Pierre Bayle

Las obras de Montesquieu, Diderot, Rousseau y, particularmente, Voltaire, derrumbaron todos sus prejuicios sobre el mundo y la encaminaron a estudiar profundamente la historia, la filosofía, la economía y la jurisprudencia. Entre los libros favoritos de Catalina se encontraban las obras de Platón y Tácito, el Dictionnaire Historique et Critique de Pierre Bayle, las memorias de Pierre de Bourdeille, abate de Brantôme, la vida de Enrique IV por Hardouin de Perefix (Histoire du roy Henry le Grand), las obras del jurista inglés William Blackstone y las cartas de madame de Sevigny. Sin embargo, durante muchos años, el primer lugar fue ocupado por las obras de su amado profesor, Voltaire.

En tanto, la zarina estaba tan satisfecha por este nacimiento del heredero que recompensó a los padres con oro. Aprovechando este inesperado regalo, el zarevich empezó a tener amantes, o al menos estas se hicieron más notables y se comentaba por todas partes su relación amorosa con Yelizaveta Vorontsova. Pertenecía la Vorontsova a una distinguida familia que había llegado a lo más alto del poder bajo el reinado de la zarina Isabel, cuando su tío Mikail llegó a ser canciller imperial, mientras su padre, el general Román Vorontsov, gobernaba cuatro provincias, aunque sin gran habilidad ni eficiencia. Los comentarios que nos han llegado de la amante del zarevich nos la presentan como una mujer tosca, rolliza y mal hablada. El historiador Klaus nos dice: «juramentaba como un soldado, olía mal, sus ojos bizqueaban y salpicaba de saliva cuando hablaba». El barón de Breteuil la comparaba con una moza de la más baja extracción, y Catalina la describió como «muy fea, extremadamente sucia con la piel olivácea». Sin embargo, Pedro había desarrollado por esta mujer una dependencia que nadie se explicaba. De la Vorontsova tenemos por todos lados un retrato poco halagüeño, en verdad. Llegados a este punto de la convivencia, cada uno de los cónyuges, Pedro y Catalina, hacía su vida por su lado.


Yelizaveta Vorontsova, amante del gran duque Pedro, el zarévich. «Mujer tosca, rolliza y mal hablada».

Un año después del nacimiento de su primer hijo, Catalina conoció a Estanislao Poniatowski, secretario del cónsul Británico, y al parecer se enamoró de él. Nacido en 1732, Estanislao Antonio Poniatowski pertenecía a una gran familia, era hijo del conde palatino Estanislao Poniatowski, de Cracovia, y de la princesa Constanza Czartoryska.

Hombre de talento, desempeñó cargos diplomáticos importantes desde su juventud, destacaba entre la szlachta por su ingenio, inteligencia y ambición y por la influencia de sus tíos de la aristocrática familia Czartoryski. Szlachta era el nombre de la nobleza en el reino de Polonia y el gran ducado de Lituania. La unión de ambos países formó la llamada República de las Dos Naciones. Surgió en la Edad Media y existió a través de los siglos incluidos el siglo XIX y principios del siglo XX.


Estanislao Poniatowski, amante de Catalina

Por la importancia de estos, en 1755, fue enviado a San Petersburgo en el séquito del embajador británico sir Charles Hanbury Williams, donde se hizo amante de la princesa Catalina Alexeievna, la futura emperatriz; al año siguiente quedó Catalina embarazada de Estanislao y en 1757 nacía una hija a la que llamaron Ana. Tras este suceso, una vez más el amigo fue enviado lejos.

Desprovista de su amante, no podía pasar mucho tiempo sin que se enamorase de nuevo, este nuevo enamorado fue el militar Grigori Orlov, a quien conoció en 1759.

Era este un apuesto oficial de artillería, hijo del gobernador de Novgorod. El joven Grigori había sido educado en el Cuerpo de Cadetes en la ciudad de San Petesburgo, y comenzó a tener experiencia militar en la guerra de los Siete Años, mientras estuvo destinado en la capital despertó el interés de la gran duquesa Catalina. Ella le ayudó a escalar puestos de mando, lo nombró conde y lo elevó al generalato, también le hizo nombrar director general del cuerpo de ingenieros y al fin general en jefe.

Se denomina guerra de los Siete Años o guerra Carlina a la serie de conflictos internacionales desarrollados entre 1756 y 1763, para establecer el control sobre Silesia y por la supremacía colonial en América del Norte e India. Tomaron parte, por un lado, Prusia, Hannover y Gran Bretaña junto a sus colonias americanas y su aliado Portugal. Por la otra parte Sajonia, Austria, Francia, Rusia, Suecia, y España, esta última a partir de 1761. (Ver «La emperatriz María Teresa de Austria» en este mismo libro).

De los amores de Catalina y Orlov nacieron dos niños: Yelizaveta (1761) y luego Alexei (1762), que nació secretamente. Se dice que la duquesa acarició la idea de casarse con Grigori Orlov, pero fue convencida de lo contrario por la influencia de su consejero Nikita Panin. Este fue un influyente hombre de Estado y mentor político de Catalina la Grande en los primeros dieciocho años de su gobierno. Defendió la Alianza del Norte, mantuvo fuertes lazos con Federico el Grande de Prusia y su acérrima oposición a las Particiones de Polonia llevó a su reemplazo por el más obediente príncipe Bezborodko.

La salud de la zarina Isabel (quien había nacido en 1709) empezó a decaer en 1750 cuando apenas había superado los cuarenta años. Empezó a sufrir una serie de mareos y desmayos cuya causa no fue descubierta, probablemente las medicinas prescritas no mejoraron su salud por lo que la zarina se negó a seguir tomándolas.

Tenía miedo a fallecer y, por lo tanto, se negaba a que le hablaran de nada que tuviera que ver con la muerte, al extremo de que prohibió usar esa palabra en su presencia. En sus últimos momentos la zarina Isabel pidió la presencia de un pope para confesarse y rezar con los suyos la oración de los moribundos.


Alexei Razumovsky, supuesto esposo morganático de la zarina Isabel

A su lado pidió en este trance tener junto a sí a su sobrino, el zarevich, a Catalina y a los dos condes Kirill y Alexei Razumovsky. De este último se ha especulado que se casó con la zarina Isabel en secreto en una iglesia rural de Perovo (hoy parte de Moscú). Esto habría sucedido en el otoño de 1742, por esta boda al presunto esposo se le conoce como el Emperador de la Noche. Como quiera que fuese, a los dos años de esta supuesta boda recibió por parte del emperador del Sacro Imperio, Carlos VII, la merced de un condado y en el mismo año fue nombrado conde en Rusia. En 1745 fue nombrado teniente capitán de los guardias de la zarina y en 1748, teniente coronel de los mismos. En septiembre de 1756 fue ascendido al rango de mariscal de campo.

El 25 de diciembre de 1761, falleció la zarina. Tras seis semanas de ritos funerarios, fue sepultada en la catedral de San Pedro y San Pablo en San Petersburgo.


Catedral de San Petesburgo en donde está enterrada la zarina Isabel

Tras la muerte de la zarina Isabel, Pedro subió al trono, en enero 1762, como Pedro III de Rusia. Catalina se convirtió así en emperatriz consorte de Rusia.

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