Kitabı oku: «Los mejores reyes fueron reinas», sayfa 3

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TONGZHI, EL HIJO DE LA EMPERATRIZ

Los comienzos de la regencia de la emperatriz fueron duros, pero su ambición le prestó fuerzas. Se levantaba al amanecer, se bañaba y desayunaba.

Enseguida atendió a las audiencias en el Salón de Audiencias, allí permaneció toda la mañana. Si surgían había de resolver los difíciles problemas y tenía que hacerlo con acierto, pues la dinastía manchú no estaba firme en el trono. Por doquier surgían los descontentos y bastaba un año de malas cosechas para que todo el mundo se levantase en sublevaciones. Ella, Cixí odiaba a los extranjeros, los odiaba y recelaba de ellos.

Durante la última hora de la tarde, si tenía tiempo, gustaba de pasear por sus jardines, cortar las flores que tanto la cautivaban o incluso pintar. Su vida como mujer no existía; era viuda y se dice que amaba a un hombre, aquel al que había estado prometida desde la cuna; pero sabía que le estaba prohibido. Se conformaba con leer los informes a la luz de las velas e irse a la cama a medianoche, cuando su eunuco entraba en el gabinete y le tocaba levemente en el hombro para recordarle que era hora de acostarse. Su hijo prefirió siempre a su otra madre legal, la emperatriz Zhen, porque a ella la veía más a menudo y porque su carácter era consentidor y cariñoso, y en cambio era a Cixí a quien le tocaba prohibir, marcar horarios y tareas y reñir cuando hacía falta. El niño había crecido y se había convertido en un adolescente, mimado, consentido, y que pasaba excesivo tiempo con los eunucos.

Con demasiada frecuencia los eunucos, que eran los eran encargados de distraer a los príncipes, solo les ayudaban a ser peor de lo que hubiesen sido por sí mismos, transformándolos en seres caprichosos, mimados y consentidos, cuando no en degenerados y viciosos. La personalidad de los eunucos era confusa de entender porque se les privaba de su masculinidad y a veces se veían obligados a llevar una vida difícil, de lo cual solían vengarse influyendo en demasía en las personas a las que servían, de manera que era complicado saber quién era el esclavo y quién el amo.

El joven Tongzhi no se caracterizaba por su responsabilidad y sus ganas de trabajar por el bien del país, ese es un apartado que dejaba totalmente a su madre. Él prefería distraerse, gandulear con los eunucos, jugar con trenes que le traían de tiendas extranjeras y además, según se decía en voz baja en los pasillos de palacio, salir por la noche fuera de la Ciudad Prohibida a visitar los mejores burdeles de Pekín, donde le daba igual acostarse con hombres que con mujeres.

La homosexualidad o la bisexualidad nunca ha sido algo extraño en la cultura china y se dice que el anterior emperador, Xianfeng, también disfrutaba por igual con hombres y mujeres. La emperatriz Cixí, al enterarse de las inclinaciones de su hijo, sabiendo cómo acabó el padre, decidió cortar aquellas tendencias y para ello nada mejor que buscarle esposa aun cuando el joven solo tenía dieciséis años.


Salón en la Ciudad Prohibida

Desde luego Cixí no permitió que fuera su hijo el que eligiera consorte y ella fue la que se arrogó el compromiso de hallar la compañera legal conveniente al futuro Hijo de Cielo. Al fin se decidió por una joven de la misma edad que su hijo, la dama Alute, hija de un influyente manchú. Con este matrimonio la emperatriz esperaba contener las inclinaciones de su hijo dentro de los deberes conyugales y al tiempo distraerlo con una esposa mientras ella continuaba ejerciendo el poder. Sin embargo, las cosas no resultaron como la emperatriz había calculado, la dama Alute le resultó respondona, no se avenía a obedecer a la emperatriz y aun le faltaba al respeto. Además sucedió algo con lo que no contaba la soberana: los jóvenes se enamoraron, con lo que el joven Tongzhi, daba la razón a su esposa y no a su madre. Todo esto era un contratiempo para la autócrata Cixí.

Deseando alejar a su hijo de la ahora perniciosa compañía de la dama Alute, la emperatriz empezó a enviar al joven la compañía de concubinas hermosas, pues esperaba que estas le apartasen de la dama Alute, la legítima esposa, que tan ingrata se mostraba con ella al no respetar sus órdenes.


La dama Alute, esposa de Tongzhi

Cixí sabía mejor que nadie que su hijo era débil y que no resistiría las tentaciones. Él compartía el lecho con las concubinas que le enviaba su madre y cuando podía también regresaba a sus antiguas costumbres de salir a visitar los peores sitios de Pekín, con estas costumbres pronto contrajo la sífilis y al parecer también contagió a su esposa, la joven Alute. A resultas de esta vida y el mal contraído, su salud era cada vez más débil, oficialmente se dice que contrajo viruela, pero la verdad es que la sífilis acabó rápidamente con su vida. Al fin, sin que las medicinas pudieran hacer algo por él, falleció en 1875.

La situación de Alute al morir su esposo era peliaguda, puesto que se había enfrentado a su suegra y ella jamás se lo perdonaría. Cuando los funerales terminaron, la emperatriz la llamó a su presencia y le dijo fríamente que si ella se encontrase en la misma situación, seguiría el camino de su esposo hacia las Fuentes Amarillas (mundo subterráneo donde acababan las almas), ya que no había un heredero.

Ella entendió el mensaje y aquella misma noche puso fin a su vida ingiriendo veneno. Nada ni nadie podían detener a la emperatriz cuando se empeñaba en seguir el camino que se había marcado. El poder seguiría en sus manos por otros cuantos años, tantos como necesitase el nuevo heredero para ser mayor de edad.

UN NUEVO HEREDERO, GUANGXU

Muerto el hijo de Cixí, el trono necesitaba un nuevo heredero antes de que los clanes manchúes empezasen a inquietarse. El sucesor lógico era el hijo del quinto tío paterno, pero Cixí se las ingenió para que favorecer al menor del séptimo tío paterno, quien además era su sobrino (hijo de su hermana). El niño tenía cuatro años, por lo que Cixí fue de nuevo elegida como regente, junto a la emperatriz Zhen. A este pequeño, Guangxu, lo sacó de su casa y se lo llevó a palacio para empezar a educarlo como a un futuro emperador. Muy pronto corrió la voz de que el pequeño no gozaba de buena salud, tartamudeaba y sufría de ataques de epilepsia.

Las dos emperatrices quisieron al pequeño, aunque Zhen lo mimase y su tía carnal fuese más dura con él para hacerle fuerte. Pero nunca lo fue y creció débil tanto de cuerpo como de mente. Una vez más los eunucos fueron, en parte, los culpables de su mala educación, porque lo consentían y lo maltrataban a escondidas por igual. A pesar de las órdenes de su tía de que comiera de manera sana, lo alimentaban con dulces y grasas, y cuando sentía dolor en el vientre, se le permitía fumar opio. El resultado fue que Guangxu llegó a ser un emperador débil, como lo habían sido su primo y su tío.

El Trono del Dragón no dejó de sufrir conspiraciones. Uno de los conspiradores más conspicuos era el príncipe Zaiyi, hijo del príncipe Kung, que se creía con derecho a que su hijo mayor fuera el sucesor si algo le pasaba al emperador y moría sin descendencia.


La dama Tzu-An, hermana de Cixí


El príncipe Guangxu

En palacio sucedían desgracias inesperadas, a los cuarenta y cuatro años, la dama Tzu-An, hermana de Cixí, enfermó de la noche a la mañana, aunque su salud siempre había sido buena, y a los dos días murió. Esto bastó para que en la corte y en las embajadas extranjeras, empezasen a correr los rumores de que Cixí la había envenenado. Nunca se ha podido probar nada, pero, como dice el refrán, habla que algo queda. Mientras tanto el emperador había llegado a la edad de dieciocho años, y se hizo evidente que debía casarse.


El eunuco Li Lien Ying


Fotografía real de las candidatas a concubinas

Naturalmente, la responsabilidad de esta elección recaía de nuevo sobre la emperatriz, pero esta vez decidió hacerse aconsejar por su eunuco favorito: Li Lien Ying. Este le recomendó a una sobrina de la soberana, prima hermana del emperador, ya que era hija del duque Guixiang, hermano de Cixí.

No era una joven guapa ni siquiera elegante, pero lo que importaba es que era totalmente fiel a las ideas de su tía y la emperatriz no deseaba otra joven como la dama Alute, que fuera capaz de tomar decisiones o peor aún, discutir sus órdenes. No quería una joven que pensase por sí misma e influyera en el emperador; una muchacha educada, amable y circunspecta sería perfecta. Como principales concubinas se eligieron a las dos hijas del virrey de Cantón, Perla y Jade, que eran hermosas pero bobas, o al menos eso creían la emperatriz y su eunuco. Sin embargo, las cosas no resultaron bien: el emperador despreciaba la compañía de la legítima esposa y buscaba la compañía de Perla, que al fin resultó menos tonta de lo que parecía. La vieja emperatriz se ocupaba de la reconstrucción de uno de los palacios que los diablos extranjeros habían destruido en una de las guerras y, cuando parecía querer retirarse, le llegaron noticias de que el emperador, bajo la influencia de su antiguo tutor, confiaba en algunos intelectuales chinos los cuales le habían persuadido para que aceptase cambios en la manera de gobernar.

Entre esos cambios figuraba el de permitir a los chinos que se cortaran la coleta, que era la manera de representar la sumisión a la dinastía manchú. Para empezar con las innovaciones, se promulgaron algunos edictos en lo que se conoce como «los cien días de las reformas». La concubina Perla le secundaba en todo, mientras la consorte espiaba para su tía, la emperatriz. Cixí, desde su nuevo palacio, no perdía detalle de lo que estaba sucediendo y esperaba pacientemente.

«LOS CIEN DIAS DE LAS REFORMAS». LA REACCIÓN DE LA EMPERATRIZ

La idea de acometer reformas venía ya de lejos, muchos intelectuales como de Kang Yousei y Liang Qichao veían la necesidad de emprender una puesta al día en el Gobierno y administración del Estado, tal y como se estaba haciendo en Rusia y en Japón, sobre todo para mejorar los sistemas de trabajo político y social bajo el poder imperial.

Kang Yousei fue un académico, figura clave en el desarrollo intelectual de la moderna China. Destacó en el campo de la caligrafía y especialmente como reformista social. Kang abogaba por el fin de la propiedad y de la familia, en aras de un idealizado futuro nacionalismo chino a la vez que citaba a Confucio como un reformista y no como un reaccionario, tal y como hacían muchos de sus contemporáneos. En el exilio se opuso a la revolución; en cambio, favoreció a la reconstrucción de China mediante la ciencia, la tecnología y la industria. Regresó en 1914 y participó en un intento de reinstauración del emperador mediante un golpe de Estado fallido en 1917. Terminó envenenado en 1917.

La reforma, que terminaría siendo llamada de los Cien Días, debido a su corta duración, ganó el apoyo del emperador Guangxu y comenzó en 1898. En ese año Guangxu, lanzó un programa de reforma que incluía la modernización del Gobierno, la consolidación de los servicios armados y la promoción de la autonomía local. También se inauguró la Universidad de Pekín.

El decreto de la reforma rezaba así:

En estos últimos años muchos de nuestros ministros han recomendado una política de reformas, y hemos publicado, en consecuencia, algunos decretos relativos a la organización de Exámenes Especiales de Economía Política, a la supresión de tropas inútiles, a la reforma de los exámenes para los grados militares, así como a la fundación de colegios. Ninguna decisión en estas materias ha sido tomada sin atenta reflexión. Pero nuestro país carece aún de luces y difieren los criterios sobre el camino que debe seguir la reforma.

Los que se llaman Patriotas y Conservadores, consideran que deben ser mantenidas las tradiciones, y repudiadas sin contemplaciones las nuevas ideas. Estas opiniones extremas carecen de valor. ¡Considerad las necesidades del tiempo presente y la debilidad de nuestro país! Si el Imperio continúa yendo a la deriva, con un ejército sin entrenamiento, unas finanzas desorganizadas, unos letrados ignorantes, unos artesanos sin instrucción técnica. ¿Qué esperanza tenemos de mantener nuestro rango entre las naciones y salvar el abismo que separa al débil del fuerte? Estamos convencidos de que una situación inestable crea en el pueblo la desconfianza hacia la autoridad y causa descontentos, que a su vez, determinan en el Estado la formación de partidos tan opuestos como el fuego y el agua. […] haremos un estudio de todas las ramas de la educación europea que respoden a necesidades reales. No seguiremos repitiendo servilmente teorías superficiales y palabras retumbantes y vacías; nuestra finalidad es la eliminación de las cosas inútiles y el progreso de los estudios…

Al mismo tiempo que se proclamaba este decreto se publicó otro que recomendaba a los miembros del clan imperial que se fuesen a estudiar a Europa, y hasta a los príncipes de sangre real se les recomendaba que lo hiciesen.

La reforma introdujo cambios radicales en el atrasado Gobierno chino y sobresaltó seriamente a los manchúes, el clan del Gobierno, que por primera vez veía amenazada su supremacía. La recién iniciada reforma, desde luego, desagradó a sectores conservadores (los llamados «patriotas» y «conservadores»), temerosos de perder el poder debido a la influencia de los reformistas. La figura más destacada de la facción conservadora, la emperatriz viuda Cixí, puso fin a las reformas y dio orden de ejecutar a Kang, quien tuvo que huir a Japón.

Ciento tres días después de iniciarla, la reforma fue abortada cuando los conservadores en la dinastía efectuaron un golpe de Estado. Aunque muchos reformistas fueron exiliados todavía quedaban aquellos que deseaban tener una monarquía constitucional parecida a la del Reino Unido, lo que permitiría que la familia imperial permaneciese en el sistema político, pero con el poder político orientado al gobierno democrático.

La emperatriz, hondamente xenófoba, que odiaba y despreciaba por igual a los diablos extranjeros, no podía dejar que la obra de su vida fuese influenciada por esas ideas modernas copiadas, como creía, de los diablos extranjeros. Tras intentar que su sobrino entrase en razón y al ver que al fin no era posible, ella misma fue a la Ciudad Prohibida y tomó de nuevo las riendas del Gobierno. No encarceló al emperador, como han dicho algunos de sus biógrafos, pero sí fue relegado a la condición de mera figura decorativa. Entonces, definitivamente, ella tomó las riendas del poder. Ya no se presentaba ante los ministros velada tras un biombo, se exhibía ante ellos con todo su poderío y decisión, sentada sobre un trono acompañada en escaños inferiores por sus funcionarios y fieles.

Hay que anotar que tras el nombramiento de su sobrino como emperador, la emperatriz había pensado en retirarse a su palacio favorito, aunque en verdad nunca abandonó del todo su tutela sobre los acontecimientos, pero al ver en marcha aquellas reformas que ella consideró como el declive, fin de su país tal y como ella lo había conocido y entendido, salió al paso para barrerlas de un solo plumazo. Las reformas de los Cien Días serían solo una ráfaga en la eternidad. Nada digno de recordar.


Ajusticiamiento de los promotores de las Reformas de los Cien Días

Para que las ideas reformistas no volvieran a resurgir, la emperatriz, como primera providencia, hizo apresar al antiguo tutor del emperador, el sabio Weng Tonghe, a quien odiaba porque creía que había infundido ideas erróneas al emperador y le había conducido por caminos equivocados.

Weng Tonghe (1830-1904) era hijo de un primer secretario y había aprobado con honores en 1856 los exámenes de jinshi (al ser un de los tres mejores recibió el título zhuàngyuán). Fue tutor imperial durante veinte años y profesor de historia de la emperatriz, también desempeñó un alto cargo en lo que diríamos Ministerio de Hacienda en la sección de impuestos. En su opinión, China no podría sobrevivir como una gran nación si no iniciaba reformas. Fue expulsado del Gobierno y, aunque se le acusó de varios crímenes y de aceptar sobornos, no se pudo probar nada. Murió seis años después de su destitución.

GUERRA ENTRE CHINA Y JAPÓN

La primera guerra chino-japonesa (del 1 de agosto de 1894 al 17 de abril de 1895) se libró entre la dinastía Qing de China y el naciente Imperio del Japón, principalmente por el control de Corea. Después de más de seis meses de victorias ininterrumpidas del Ejército imperial y la Marina japonesa, así como de la toma del puerto chino de Weihai; China, humillada, hubo de solicitar la paz en febrero de 1895.

Por primera vez, el dominio regional en el este de Asia pasó de China a Japón y el prestigio de la dinastía Qing, junto con la tradición clásica en China, sufrieron un duro golpe. La bochornosa pérdida de Corea como Estado vasallo de la dinastía Qing provocó una protesta pública sin precedentes. En China, la derrota fue un catalizador para una serie de revoluciones y cambios políticos dirigidos por Sun Yat-Sen y Youwei Kang. Estas tendencias se manifestarían más tarde en la revolución de 1911 que acabó con la monarquía. Pero no adelantemos acontecimientos, prosigamos con nuestra relación. En marzo de 1895, se firmó el Tratado de Shimonoseki entre Japón y China por el cual esta cedía Taiwán, las Islas Pescadores y Liaodong al Imperio del Japón.

Durante los dos siglos anteriores al suceso que estamos relatando, el Japón había limitado el comercio que realizaba a muy pocas naciones. Entre ellas Corea (a través de Tsushima), la China de la dinastía Qing (a través de las Islas Ryukyu) y Holanda (a través del puesto comercial de Dejima).

Las otras naciones europeas estaban excluidas de cualquier comercio con el Imperio del Sol Naciente y el Shogunato nunca había pensado en comerciar con aquellas naciones que consideraba bárbaras y en todo caso enemigas. Sin embargo, el comodoro Matthew Perry obligó a abrir los puertos japoneses.

En 1854, bajo la amenaza implícita del uso de la fuerza, abrió Japón al comercio global. Este acto de fuerza fue sin embargo una puerta que se abrió al Japón para un período de rápido desarrollo del comercio exterior y de la occidentalización del país. Tras el período de expansión, los japoneses enviaron delegaciones y estudiantes a todo el mundo para aprender y asimilar las artes y las ciencias occidentales, con el objetivo de no solo evitar que Japón cayera bajo la dominación extranjera, sino permitir a Japón competir en igualdad de condiciones con las potencias occidentales.

Sintiéndose una potencia, Japón quiso emular a las occidentales y buscó tener colonias. Con este fin centró su atención en Corea para anexionarla a sus territorios o, al menos, asegurar la independencia efectiva de la península mediante el desarrollo de sus recursos y la reforma de su Gobierno conforme a los intereses japoneses. No deseaba que ninguna otra potencia, sobre todo europea, se hiciese con el control de Corea, pues el Imperio opinaba que ello sería una seria amenaza para Japón. Por otra parte deseaba asegurarse los recursos naturales de ese país: yacimientos de carbón y mineral de hierro, que eran codiciados en Japón para su propio desarrollo industrial. Por estas razones, entre otras, se decidió poner fin a la milenaria soberanía china sobre Corea. China, por su parte, trataba de mantener su control sobre el último, mayor y más antiguo de sus Estados vasallo.


El comodoro Matthew Perry en Japón

El 7 de febrero de 1876, Japón impuso el Tratado Japón-Corea por el que se obligaba a Corea a abrirse al comercio con Japón y otras potencias, además de proclamar su completa independencia de China. Para China esta fue una nueva humillación, ya que Corea había sido tradicionalmente nación vasalla y durante el reinado de Cixí había continuado siéndolo; ahora China, debilitada por las derrotas de las guerras del Opio en 1839 y 1856, no podía impedir la pérdida de su soberanía sobre Corea y Japón reemplazaba la influencia china por la suya.

Los japoneses provocaban a China sin cesar y se atrevieron a asesinar a la reina Min en Corea, lo cual desencadenó una serie de enfrentamientos que acabaron mal para los chinos. Nadie se atrevió a reprocharle nada a la emperatriz, aunque en secreto la culpaban de descuidar el Ejército y sobre todo la Armada china. Y para colmo de males, el emperador despreciaba a su consorte y se divertía con la concubina Perla, que al final no resultó ser tan incauta y simple como pensaba la emperatriz. Parecía que Cixí nunca podría descansar; cuando no eran los diablos extranjeros, eran los enanos de las islas cercanas o era su propia familia la que no le daba tregua.


Huída de la delegación japonesa a bordo del Flying Fish

Menos mal que tenía a su diosa particular, Guanyin, a la que podía contar sus penas y creía que se podía comunicar en sueños con ella. El forcejeo entre Japón y China por la influencia sobre Corea no cesó y por fin tras una hambruna en Corea la masa de hambrientos atacó a la delegación japonesa que tuvo que escapar a Chemulpo y después a Nagasaki a bordo del buque de investigación británico Flying Fish.

En respuesta los japoneses enviaron cuatro buques de guerra y un batallón de tropas a Seúl para salvaguardar los intereses japoneses y exigir una compensación. Los chinos también desplegaron cuatro mil quinientos soldados para hacer frente a los japoneses. Por fin se firmó un tratado denominado Tratado de Chemulpo, firmado en la tarde del 30 de agosto de 1882. Por él se establecía que los conspiradores implicados serían castigados y que se pagaría una indemnización de cincuenta mil yenes a las familias de los japoneses que murieron durante el incidente. El Gobierno japonés recibió además quinientos mil yenes, una disculpa formal y permiso para establecer cuarteles y estacionar sus tropas en sus delegaciones en Seúl. China quedaba, una vez más, desairada. Todo esto llegó a producir una xenofobia que aumentaba de día en día.