Kitabı oku: «Diamantes para la dictadura del proletariado», sayfa 2
—Suelta al chiquillo, Lapshín.
—Es que muerde, camarada Volobúiev…
—Eso es que va a vivir —se sonrió sombrío Volobúiev— , al menos los dientes no se le mueven.
Abrió un cajón de la mesa, sacó unas rebanadas de pan, partió la mitad y se la tendió al chico:
—Toma.
Este agarró el pan y, dividiéndolo a su vez en dos, se lo tendió a las mujeres.
Volobúiev resopló y le dio al muchacho el trozo que había decidido quedarse.
—Podéis iros —dijo—. Suéltalos, Lapshín…
Cuando las mujeres se hubieron marchado, Belov dijo:
—Suelta a un ladronzuelo, pero a un hombre honrado…
Un aldeano es un aldeano, por mucho que vaya de uniforme…
Volobúiev lanzó una mirada dura al rostro colorado, juvenil y todavía lampiño de ese joven guapo y vestido a la usanza del viejo régimen, mientras empezaba a rascar la funda de su arma; sacó su Nagant y levantó el percutor. Habría disparado a ese Belov bien alimentado y rosáceo, pero este empezó a lanzar unos gritos tan espantosos y estridentes que Volobúiev se recompuso en un santiamén, aunque la mandíbula se le quedó entumecida y los brazos se le movían como bailando.
—¡Se lo contaré todo! —gritaba Belov—. ¡No dispare! ¡Aquí está todo! ¡En el maletín! ¡Mire! ¡No dispare, buen hombre!
Volobúiev cerró los ojos y se mantuvo así durante unos segundos, después guardó el Nagant en su funda, se acercó a Belov, le quitó de las manos el maletín y, tras abrir los cierres, esparció el contenido en la mesa. Brotó una montaña de oro: tres pitilleras, doce relojes, quince anillos con diamantes, cuatro monedas zaristas de diez rublos.
Volobúiev se quedó un buen rato sentado junto a esta montaña de oro y lentamente tocó todos y cada uno de los objetos… Después —sin que ni siquiera él se lo esperara— dejó caer la cabeza sobre el oro frío y mate y lanzó un aullido, de una sola nota, espantoso, como de mujer…
—Si quieres, quédate todo, pero por Dios te lo pido, déjame ir —oyó a su espalda la voz de Belov—. Quédatelo, nadie lo sabrá, yo seré una tumba, seré mudo, no se me escapará ni una palabra, buen hombre…
Volobúiev se secó las lágrimas, se sonó en un trapo y dijo:
—Discúlpeme la debilidad; la propuesta de soborno la recogeremos en un acta aparte, por supuesto, y ponga del revés los bolsillos: eche encima de la mesa todo lo que lleve.
En los bolsillos de Belov había ciento cincuenta mil rublos, un carnet de trabajador del DEA de la RSFSR y una carta sin dirección con el siguiente contenido:
Grisha, me veo obligado a escribirte esta carta porque una y otra vez esquivas los encuentros personales, algo que me duele, como ser humano y como amigo (perdóname, pero te sigo considerando un amigo, igual que antes, y no un compañero de habitación accidental).
Cuando nos encontramos —¿lo recuerdas?—, eras una de las mejores personas que yo conocía, eras capaz de regalar tu última camisa a un amigo.
Pero ¿qué es lo que te ha pasado, Grigori? ¿De veras el poder del oro y de las perlas es más importante para ti que el poder de la amistad entre los hombres? Si es así, sírvete entregarme una tercera parte de lo que te sacas en el DEA. En caso de que te niegues a cumplir mi petición, denunciaré a las autoridades tu actividad en el trabajo, no la abierta por la que recibes dinero del Gobierno de nuestra república trabajadora, sino la secreta que perjudica a los proletarios infelices y hambrientos. Por consiguiente, si para el día de mañana por la mañana no vienes a nuestro piso y repartes conmigo joyas por valor de 1 (un) millón de rublos, al momento pondré una denuncia en la Checa.
Tu antiguo amigo y ahora conocido
Kuzmá Tumánov
—¿Dónde reside Tumánov? —preguntó Volobúiev.
—En Palija.
—Palija, ¿y eso qué es?
—Hay una calle así, en Moscú.
—Entonces tiene que decir: calle tal, número tal.
—Número doce, piso seis «a».
—¿Cómo es eso, seis «a»? El cinco es cinco, el seis será seis, y si hay siete, pues hay que decirlo.
—¡Maldito burro! —empezó a gritar Belov—. ¿Por qué has tenido que meterte en mi vida? ¡Oscuridad con patas! ¡No voy a hablar contigo! No lo haré, ¿lo has comprendido? ¡No lo haré! —Y entonces Belov se lanzó sobre el agente judicial, pero lo hizo con poco arte, era un muchacho delicado, por eso a Volobúiev no le costó nada darle un puñetazo en el hombro; Belov se cayó y empezó a dar cabezazos al suelo sucio, lleno de escupitajos.
—Lo que tenemos aquí no es un interrogatorio — com entó Volobúiev mientras se alejaba hacia la puerta—, sino sendas crisis nerviosas. Solo que cuando yo aúllo, lo hago por los hambrientos, mientras que tú te comportas como un bruto por los relojes y las monedas, perro sarnoso.
Abrió bien la puerta y gritó:
—¡Lapshín! A ver, alguno, buscadme a Lapshín, que invite a unos testigos y que tire para acá, tengo un burgués baboseando el suelo y sacudiéndose el trasero con los talones.
Ese mismo día la Checa moscovita se llevó a Belov. Se encontraba en estado de postración: entendía mal las preguntas. El médico al que llamaron hizo constar que sufría un fuerte choque y dio al detenido un tranquilizante, no sin ordenar antes que no se le sometiera a interrogatorio en los cinco días siguientes.
El presidente de la Checa moscovita, Messing,7 escribió su resolución: «Al jefe de la cárcel: pido que se cumplan las instrucciones del médico».
Ninguna de las búsquedas de Kuzmá Tumánov dio resultado: había desaparecido, como si se lo hubiera tragado la tierra.
Un grupo operativo de la Checa de Moscú salió en dirección a la aldea Avérkino, donde vivía el padre de Belov, Serguéi Mokéievich. Antes tenía tres tractores, pero el nuevo poder se los había confiscado en el diecinueve. El registro de la casa del viejo Belov no aportó nada nuevo.
Una semana después el médico vio en el detenido una brusca transformación. Este lo miraba ansioso a los ojos y preguntó en un susurro:
—Doctor, si soy sincero, ¿no me fusilarán?
—Yo solo soy el médico, querido, y de verdad que no conozco los pormenores… A ver, un pie sobre el otro…
—Dios mío, ¿qué pinta aquí el pie? La noche después de que usted se fuera, me desperté empapado de sudor. Me daba miedo abrir los ojos, pensaba que había sido un sueño, ha sido un sueño… Me quedé echado, sin levantarme, después abrí un ojo… el techo gris y la bombilla con rejillas. Y lo que pude llorar, doctor, toda la noche llorando. Aunque llorar era como dulce: ¿cuánto más tengo que llorar en esta vida? Y sentía dolor en una mano, como si la atravesara una corriente, estar tumbado en el catre resultaba incluso agradable… Y mear en el bacín, también es como dulce, tierno…
—Y antes ¿en qué pensaba? —preguntó el médico—. ¿Cuándo empezó con todo eso?
—¿Usted en qué piensa cuando está borracho?
—Huy, mi querido amigo, ya no recuerdo cuando he estado yo borracho…
—Pues yo, borracho, soy tonto. A saber las cosas que puedo llegar a hacer por una moza. Cuando estoy bebido, el coraje se me desata. Y a la mañana siguiente me da vergüenza mirarme al espejo: me escupiría a la jeta, pero achispado me gusto tanto… Entonces soy fuerte, lleno de desprecio, y a las mozas les resulto enigmático.
—¿Cómo es usted con respecto al sexo?
—¿El sexo es el acto sexual?
—Casi. —El doctor no pudo evitar una sonrisa.
—Solo puedo si estoy borracho. Sobrio, me quedo pasmado delante de las mozas, no puedo decir ni una palabra, y de sexo ni hablamos.
—¿En su familia nadie ha tenido la enfermedad de las caídas?
—No estoy loco, doctor, no lo estoy… Comprendo con precisión todo lo que ocurre a mi alrededor, dónde estoy y qué me puede pasar…
El doctor recetó una nueva sesión de tranquilizantes, aunque en su conversación con el jefe de la cárcel expresó su suposición de que el arrestado era completamente responsable de sus actos.
Esa misma noche Belov escribió una carta a Dzerzhinski en la que le pedía que lo llamara para interrogarlo. Cuando le denegaron el interrogatorio, se declaró en huelga de hambre. No se esperaban eso del joven. Messing, el presidente de la Checa moscovita, se acercó a la cárcel.
—¿Cuáles son sus peticiones? —preguntó a Belov—. ¿Por qué una huelga de hambre?
—Porque no me interrogan.
—No está en condiciones de ser interrogado.
—Cada día que paso sin saber… es como morir… ¡Pondré fin a mi vida!
—Con relación al fin de su vida, intentaremos no permitírselo. —Messing medio se giró hacia el jefe de la cárcel y le pidió—: Si notan algún truco de esa clase, métanlo en una celda de castigo.
—Claro, camarada Messing.
—¿Quiere declarar algo más, Belov?
—Y usted, ¿usted no tiene nada que declararme?
—¡No se haga el gracioso!
—No lo hago. Cada persona tiene su propia forma de comunicarse… Quiero saber qué es lo que me aguarda si hago una confesión.
—La confesión espontánea se ofrece cuando el hombre no puede pasar sin ella, si quiere sentirse limpio… Pero si este negocia («deme pan a cambio de mi confesión»), entonces no hay nada de qué hablar…
—Yo no pido pan, sino vivir…
—Mientras ponga condiciones, no habrá conversación que valga. Y esa huelga de hambre… acabe ya, no es serio. Aguantará dos días, después empezará a quejarse…
—¿Por qué me habla con tanta dureza?
—Dé gracias de que hable con usted, Belov. Tengo muchas ganas de fusilarlo, justo aquí, sin moverme del sitio… Está bien, está bien… Moscú no cree en las lágrimas, ya sabe. ¡Con las joyas que le hemos quitado podría alimentarse una fábrica!
—¡Pero es que tengo veinte años! ¡Solo veinte! —Belov empezó a gritar y a hacer crujir los nudillos—. ¡Quiero vivir! Es necesario que viva, lo que pasa es que soy joven y tonto.
—A los veinte años ya hay que tener algo de cabeza… Yo tengo veintiséis, por cierto. Si quiere, escriba todos los detalles y póngalo a mi nombre: cómo mató a Kuzmá Tumánov, dónde tiene instalado su escondite —Messing hablaba sin prisa, fijándose en que las pupilas de Belov se dilataban y en que este retrocedía despacito—, y cuantos más detalles escriba, será mejor…
—¿Para mí?
—Para nosotros más, por supuesto —se sonrió Messing— , pero el tribunal puede que tenga en cuenta su tonta edad, ¿por qué no? Demuestre, ¿por qué no?, que no los robó usted, sino otros, y que usted solo es un eslabón de transmisión…
«No digas nada, nada de nada —recordó Belov con precisión y claridad pasmosa la cara de Iván Ivánovich durante su último encuentro—. Por mucho miedo que tengas, por mal que te vaya, no digas nada. No es por asustarte, te estoy contando un secreto. Fíjate: hay amnistías todos los años, para el Primero de Mayo y para el aniversario de Octubre. Punto uno. Después, no van a durar mucho, el hambre los derrotará. Punto dos. No permitimos que se ofenda a los nuestros, nuestros brazos también son alargados, hemos salido de situaciones tales que tú… este es el tercer punto. Y recuerda que el tiempo siempre trabaja en beneficio de quien es valiente y duro. Al que se desanima al momento se le considera un gasto prescindible».
—No voy a escribir nada —dijo Belov al fin—. Puede no interrogarme incluso: agua que corre nunca mal coge. No han querido por las buenas, pues no hace falta.
—Pero qué canalla… —De la sorpresa, a Messing se le alargaron las palabras—. Vaya canalla estás hecho, ¿eh? Muy bien, vuelve a tu celda. Y recuerda que no volveré a hablar contigo, por mucho que lo pidas. Es mi última palabra, gusano.
Messing puso en conocimiento de Alski,8 el vicecomisario de Economía, el arresto de Belov y le pidió que no informara a nadie más del asunto.
—Incluso le recomendaría que informara al DEA de que Belov ha partido en viaje de trabajo a Tobolsk.
—No me gustan mucho estos trucos —respondió Alski— , pero si a usted le parece completamente oportuno, le haré el favor, como excepción.
—Camarada Alski, las excepciones aquí no tienen nada que ver, simplemente Belov ha robado joyas por valor de un millón.
—¿Cómo? —exclamó Alski—. ¡Eso es imposible!
—Sabe, bastante me estalla ya la cabeza con la verdad, así que no tengo fuerzas para inventarme nada, aparte de que mi profesión no me lo permite.
—¿Quién lo ha tasado?
—Hemos llevado a Petrogrado las alhajas para no meter en este asunto a su gente del DEA.
—¿Pone en duda a todo un colectivo por culpa de un solo rufián?
—¿Dónde ha visto usted un colectivo?
—¿Y Shelejés? ¿Y Pozhamchi? ¿Alexándrov? Y, por último, Levitski, el viejo maestro y especialista que trabaja tan bien.
—Aparte de los camaradas citados, allí trabaja mucha más gente. Y tengo una petición que hacerle: sería conveniente que tres de los nuestros se introdujeran allí, como si fueran trabajadores. ¿Cómo lo ve?
—Negativo —respondió Alski—. ¿En serio cree que no somos capaces de poner orden nosotros solos? Solicitaré una inspección, mandaré especialistas de verdad, ¿por qué considerar al DEA una cueva de ladrones?
—Mire… No tengo derecho a inmiscuirme en sus privilegios, pero pienso informar a Félix Edmúndovich.
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1 Murió la víspera de su detención en 1951. (Si no se indica otra cosa, las notas son del autor).
2 «Para Dzerzhinski: Fuentes cercanas al Ministerio de Economía aseguran que en Rusia existe una organización clandestina dedicada al pillaje de diamantes y de oro. Estos artículos se traspasan —o deben ser traspasados— a Revel y a Amberes». (Félix Dzerzhinski (1877-1926), fundador de la Policía secreta bol- chevique, la Checa, dedicada a combatir la contrarrevolución. [N. de la T.])
3 66: código de Román, el agente soviético en Revel, camarada Fiódor Sa- vélievich Shelejés.
4 «Al director de la firma Marchand, París: El precio autorizado por el Narkom de Economía para los brillantes de quilate y de quilate y medio es de 1500 rublos. Las perlas enhebradas no redondas, de 50 a 300 rublos en oro. Las perlas pareadas, redondas y, además, enhebradas, de 50 a 200 rublos el quilate. El platino se cotiza a 80 rublos el zolotnik. El oro, a 32 rublos el zolotnik de pureza 96. Niéguese a comprar joyas a los bolcheviques y a sus precios, no conocen la situación de nuestro negocio. Aquí somos solo dos: Pozhamchi y yo. Haga fracasar sus operaciones comerciales: es lo único que puede apartar- nos del contacto directo con usted. En caso de que los bolcheviques, habiendo comprendido la imposibilidad de comercializar con los diamantes, nos per- mitan salir a Riga o a Revel, nos llevaremos cantidad suficiente de mercancía. En el momento act. no veo otro camino». (El Narodny Komissar o Narkom, comisario del pueblo, es el equivalente al Ministerio en el organigrama sovié- tico. El zolotnik es una antigua medida rusa equivalente a 4,26 g. [N. de la T.])
5 «Afectuoso tío», seudónimo del principal tasador de brillantes del DEA de la RSFSR, Yákov Savélievich Shelejés.
6 «Para Chicherin y Krestinski: Las conversaciones con los representantes de las firmas comerciales Chomet, Marchand y Tarlind han sido un fracaso. Ofrecen unas sumas miserables por diamantes, zafiros y esmeraldas. Ga- netski». (Ganetski era el embajador de la RSFSR en Riga. Fusilado en el año 1937. [N. de la T.])
7 Fusilado en 1937.
8 Fusilado en 1937.
EL PRINCIPIO DE LOS PRINCIPIOS
Cuando por la mañana temprano sonó el teléfono en la recepción de la Checa y alguien de voz un poco ronca, con acento extranjero, pidió que lo pasaran directamente con el jefe de contraespionaje, y cuando se aclaró que quien llamaba a los chequistas era el polaco Stef-Stepansky, cuyo expediente era bastante abultado (Stepansky era empleado de la Segunda Sección del Estado Mayor polaco), el miembro del consejo de la Checa Kédrov,9 siguiendo el consejo de Dzerzhinski, envió a hablar con él al ayujefsecex, a Vsévolod Vladímirov.
—Vsévolod y su brillo son insustituibles en una conversación con los bailarines de polca —dijo Félix Edmúndovich Dzerzhinski—. La juventud de Vsévolod, su elegancia y dulzura nos permitirán comprender con precisión a Stepansky: es perro viejo, tratará de jugar con nuestro muchacho. Y, más pronto o más tarde, todo juego acaba descubriendo al agente, sus intenciones reales. Y negarse a contactar con Stepansky sería poco razonable: tiene acceso a Londres, París y Berlín.
Vsévolod se encontró con Stepansky en un despacho de tabaco en la calle 3.ª Meschánskaia. Tras observar de pies a cabeza y con tenacidad a su interlocutor, el polaco dijo:
—Me agrada que hayamos quedado y comprendo dónde nos encontramos usted y yo. Sin embargo, le pediría que la parte de ajuste de nuestra conversación la mantengamos en la calle, donde nadie vaya a escucharnos. Si nos comprendemos bien «en libertad» —sonrió—, creo que es así como hablan ustedes de «no estar en la cárcel», entonces continuaremos la conversación aquí, donde, como presumo, cada una de mis palabras será audible para al menos dos de sus colegas.
Vsévolod miró alegre a Stepansky, lo tomó del brazo y dijo:
—No voy a ocultarle que no estoy más cansado porque no puedo, así que un paseo no me vendrá mal, sobre todo con un interlocutor tan interesante.
Mientras iba al encuentro del polaco, ya sabía por el servicio de vigilancia exterior que Stepansky vendría solo. Cierto que, por si acaso, se había puesto unas gafas ahumadas con cero dioptrías; pertenecía a esa clase de gente a la que unas gafas le hacían cambiar muchísimo.
Iban por una acera empedrada a través de la que ya había empezado a brotar hierba fresca, como podada a la manera inglesa, pasaban junto a unas casas pequeñitas, y desde fuera parecían dos camaradas dando un paseo.
—Entonces, ¿qué es lo que le ha traído hasta mí? — preg untó Vsévolod.
—Hasta usted no me ha traído nada. Yo he venido a ver a la Checa.
—Loable. A mí como individuo, y a nosotros como colectivo, nos gusta que venga a vernos gente interesante…
—¿Necesita que me presente?
—¿Cómo?
—¿Rango, operación, enlaces?
—A grandes rasgos, ya lo sabemos.
—¿Saben que soy teniente general del espionaje polaco?
—Me parece que recordaremos mejor los detalles si los formula por escrito, ¿no?
—¿Cree usted que voy a ponerme a escribir?
—Lo hará. Si ha tramado algo en contra nuestra, tendrá que seguir el juego. Y si lo que lo ha traído hasta nosotros es una intención auténtica de colaboración, querrá convencernos de su sinceridad y empezará a hacerlo con cosillas sin importancia, a saber: los apellidos de sus amigos, de sus íntimos y familiares. ¿O no es así?
—¡Bravo!
Sus miradas se encontraron. Vsévolod sonrió y en sus ojos no había ni la severidad ni el sentimiento de superioridad que tanto había temido Stepansky.
Vsévolod, a su vez, reparó en que el polaco estaba sin afeitar, que tenía la camisa arrugada, las botas sin limpiar y el abrigo sucio; en el hombro izquierdo había algo de pelusilla, y los dedos estaban cubiertos de esa capa grisácea de suciedad especialmente visible en unas manos tan bien cuidadas y gruesas.
—¡Bravo! —repitió Stepansky—. Razona usted con claridad, joven…
—No merece la pena hacerlo de otra manera.
—No pretendía ofenderlo con la mención a su juventud…
—Eso es algo que no ofende. Al contrario…
—No sé si habrá tenido usted ocasión —dijo Stepansky, que empezaba a cabrearse— de tratar con agentes serios y formales de los servicios de información extranjeros, pero quiero hacerle una observación: el Estado Mayor polaco se encuentra ahora en el centro de interés de todos los países europeos. Yo, en particular, tengo contacto con franceses e ingleses.
—¿Recuerda el nombre de su gente en París y en Londres?
—Naturalmente.
—¿Las operaciones?
—¿Las antiguas?
—Y las nuevas.
—Las que tienen intención de realizar Londres o París, no. Pero sus operaciones no se me escapan, me considero especialista en el mundo de los sóviets… ¿Cuándo va a informar de esta entrevista a sus superiores? ¿Puede llamar a alguno de sus jefes con responsabilidades?
—Ya lo organizaremos —prometió Vsévolod.
—¿Cuándo?
—Dentro de unos siete días.
—No es posible…
—Qué se le va a hacer…
Después de una larga pausa Vsévolod preguntó:
—¿Cuándo le han robado?
No lo sabía con seguridad y no podía saberlo. Simplemente su cerebro —el cerebro de un analista, de un hombre valiente y alegre— había analizado los hechos automáticamente; de toda la cantidad de información recibida Vsévolod había seleccionado la siguiente: en primer lugar, el polaco tenía hambre, pues había mirado varios carteles de tabernas y olfateaba los olores de las salchichas fritas; en segundo lugar, quería fumar, pero no tenía tabaco; en tercero, Stef-Stepansky tenía fama de presumido y su ropa siempre se distinguía por un gusto impecable, mientras que ahora estaba desaliñado y sucio; en cuarto, remarcaba cuanto podía su importancia, algo que suele pasar con la gente que se ve obligada, debido a determinadas circunstancias, a cifrar más esperanzas en el pasado que a confiar en un futuro salvador.
Stef-Stepansky frunció el ceño con repugnancia:
—¿Han sido ustedes?
—¿Acaso sus amigos en la embajada no han podido ayudarlo? —continuó Vsévolod sin responder a su respuesta.
—¿Ha vivido usted en Europa?
—Sí.
—Por lo visto en el ambiente de la emigración… Apoyo mutuo, camaradería y cosas así… Es jov… Perdone…
—Pero no, por Dios, está bien… Es que nosotros no nos ganamos los rangos con la edad.
—¿Con sus cualidades en el trabajo?
—Exacto.
—¿Y quién da dinero en Europa «solo porque sí»?
—Ponga una denuncia y diga que le ha robado la Checa… ¿Es que no le ofrecerían ayuda para el camino de vuelta?
—¡Bravo! ¿Y qué hago en Polonia?
«¡Lo tengo! —se dijo Vsévolod—. ¡El ratón ha caído en la trampa! Allí no tendría nada que llevarse a la boca porque lo echarán del servicio, en el portamonedas se ha llevado algo importante o demasiado dinero. Lo de venir a vernos va en serio, parece».
—Tenga, fume un poco —propuso Vsévolod.
Por la forma ansiosa con que Stepansky daba caladas, intentando al mismo tiempo sujetar el cigarrillo de manera que no quedaran al descubierto sus dedos sucios, Vladímirov terminó de convencerse de que su versión era correcta.
—Vamos a picar algo, ¿quiere? —propuso Vsévolod.
Tras ordenar para Stepansky salchichas hechas al estilo cochero, gelatina y cerveza, dijo:
—Supongo que no tiene sentido que vayamos a un restaurante, podría haber conocidos suyos.
Stepansky asintió en silencio, porque no podía abrir la boca: las salchichas estaban calientes, pero, como todo hombre hambriento, había partido un trozo demasiado grande y con cuidado aspiraba aire por las fosas nasales, para de alguna manera enfriar la carne chisporroteante, basta, maravillosa…
Después de comer Stef-Stepansky cerró los ojos y dijo:
—Y ahora, por dormir una horita, media vida.
—Vamos a mi casa, deliberaremos allí, y puede echarse a descansar mientras le preparan una habitación de hotel. Todavía tengo algunas preguntas que hacerle.
—Adelante…
—¿El apellido Bechkovski no le dice nada?
—No.
—¿Y Krakowiacki?
—No.
—¿Qué me dice de Lesnowrodzki?
—¿El coronel Lesnowrodzki? Creo que es el supervisor de su representación en Varsovia.
Nota del representante plenipotenciario de la rSfSr en Varsovia para Skirmunt, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia
En el transcurso de las últimas semanas, en la representación plenipotenciaria rusa ha aparecido varias veces una persona desconocida que a posteriori ha resultado ser el coronel Lesnowrodzki, agente de la II Sección del Estado Mayor polaco, con el ofrecimiento de suministrar al Gobierno ruso documentos oficiales secretos del Estado Mayor de Polonia. En la representación plenipotenciaria rusa ha recibido constantes negativas de servirse de su ofrecimiento. Con todo, el 10 de octubre, ya entrada la tarde, el coronel Lesnowrodzki apareció en la representación plenipotenciaria rusa trayendo consigo diferentes documentos y un expediente secreto completo sobre el espionaje polaco en Alemania con numerosos sellos, firmas y timbres de la II Sección, con un mapa y fotografías de, presuntamente, los espías polacos en Alemania, y propuso que le compraran todos estos documentos por 500 000 marcos. Nada más ser informado de este asunto, llamé enseguida al viceministro Dąbski y le pedí que enviara inmediatamente a la representación plenipotenciaria a un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, junto con representantes de otras autoridades para levantar acta y arrestar al coronel Lesnowrodzki. Lamentablemente, debido a lo tardío de la hora, el viceministro Dąbski no pudo enviar a un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores. A la representación plenipotenciaria solo se enviaron delegados de la policía general y de la judicial, quienes detuvieron al coronel Lesnowrodzki, pero se negaron a interrogarlo. La ausencia en el expediente de la primera declaración del señor Lesnowrodzki en la misma representación plenipotenciaria constituye un detrimento considerable para su normal instrucción, que puede influir en su ulterior desarrollo. Mientras se esperaba a los representantes de las autoridades polacas, el coronel Lesnowrodzki reconoció que, en su calidad de agente de la II Sección del Estado Mayor, su jefe inmediato el mayor Kierzkowski le había encomendado ganarse la confianza de la representación plenipotenciaria con finalidad provocadora y que los documentos facilitados eran una falsificación preparada por la II Sección y que a él se los había entregado el mayor Kierzkowski para que los vendiera en la representación plenipotenciaria rusa.
En un momento en que los gobiernos ruso y polaco intentan por la vía de las negociaciones arreglar los malentendidos entre ambos países y que recientemente han alcanzado acuerdos sobre todas las cuestiones en disputa, el Estado Mayor polaco emplea todos sus esfuerzos en tensar y deteriorar, por medio de provocaciones criminales, las relaciones entre Rusia y Polonia.
En la última semana, en la representación plenipotenciaria rusa han aparecido sistemáticamente personas sospechosas que mostraban certificados de la II Sección del Estado Mayor de Polonia con la firma del mayor Kierzkowski y se ofrecían a conseguirnos diversos documentos. Todas las veces estos ofrecimientos terminaban con nuestra exigencia de que se abandonara inmediatamente el edificio de la representación plenipotenciaria.
En su día, cuando el Gobierno de Rusia hizo públicos unos documentos que probaban el trabajo criminal de la II Sección del Estado Mayor al mantener contactos con la Unión Popular de Defensa de la Patria y la Libertad, encabezada por Sávinkov, Odintsov y otros más, las personas desenmascaradas, para defenderse, intentaron encubrir su delito con un folletín publicado en todos los periódicos polacos y firmado por Masłowski. Para justificar y reforzar este método de defensa, la II Sección del Estado Mayor ideó un auténtico plan de provocaciones que, de salir bien, debía servir para justificar y salvar de la acusación legal e irrefutable que el Gobierno de Rusia había presentado al Estado Mayor polaco.
El incidente con el coronel Lesnowrodzki evidencia un trabajo de provocación bien ideado, dirigido por el Estado Mayor polaco, contra la representación plenipotenciaria rusa.
Presentando adjunto
1) una copia del acta levantada el 10 de octubre en la representación plenipotenciaria rusa,
2) la tarjeta de identificación del coronel Lesnowrodzki con el número 3835, emitida por la II Sección del Estado Mayor polaco y firmada por el mayor Kierzkowski,
3) todos los documentos que el señor Lesnowrodzki llevó a la representación plenipotenciaria rusa para su venta por orden de la II Sección de este mismo Estado Mayor,
tengo el honor de pedirle, señor ministro, que dé los pasos que considere necesarios para poner fin a las provocaciones de la II Sección del Estado Mayor polaco, que se han propuesto como objetivo dificultar las relaciones entre Rusia y Polonia.
Acepte, señor ministro, la seguridad de mi completo respeto.
Karaján 10
A Stepansky le enseñaron esta nota por la noche, en cuanto Vsévolod le comunicó a Kédrov los datos relacionados con Lesnowrodzki. Stepansky confirmó la nota en su totalidad e incluso, de broma, le dio su visto bueno.
A la mañana siguiente empezó a declarar. Lo más grave era que, según sus datos, había una persona entre los empleados de la embajada rusa en Revel11 que trabajaba para un servicio de información extranjero.
—Para qué servicio de información en concreto trabaja, eso no lo sé, pero que existe es incuestionable. Por fragmentos de conversaciones puedo suponer que la emigración preparó a esa persona para que la reclutaran.
Vsévolod solicitó datos de la emigración en Revel. Le trajeron la lista de los individuos más destacados: desde el monárquico de extrema derecha Vorontsov hasta el eserista Vajt, editor del periódico El Popular. Le nombró a Stepansky los apellidos de los líderes del comité de apoyo a emigrantes y refugiados: Vírubov, Lvov, Seeler, Obolenski, de los editores del periódico cadete Últimas Noticias, Ratke y Liajnitski, con la esperanza de que el polaco recordara alguno en concreto; pero Stepansky afirmó categórico que, aunque había oído esos nombres, no podía extender su conexión hasta un diplomático ruso.
Dijo también que en Moscú existía un movimiento clandestino muy fuerte que tenía a su disposición enormes reservas de diamantes, oro y platino. Este movimiento se mantenía aparte de cualquier lucha política y perseguía solo objetivos de índole personal: el enriquecimiento propio. Algunas de estas personas mantenían contactos con representantes de los círculos diplomáticos locales, que no solo acaparaban alhajas y otros tesoros, sino que en una serie de ocasiones habían hecho también de eslabón de transmisión: las joyas parten a París y a Londres y después los corredores especulan en la bolsa. Además, juegan a la baja con las acciones de las firmas que están empezando operaciones comerciales con Rusia.