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Hacia un catálogo de los textos medievales impresos (COMEDIC):

el ejemplo de la Crónica popular del Cid1

Juan Manuel Cacho Blecua

Universidad de Zaragoza

Para Fernando Carmona

Keith Whinnom dedicaba la «Inaugural Lecture» de la Universidad de Exeter (1967) a examinar tres formas de distorsión habituales en la historiografía literaria española, una de las cuales afecta directamente a mi punto de partida: la discontinuidad en la recepción de la literatura medieval. Tradicionalmente, la producción de esta época ha sido analizada como si hubiera sido conocida en una sucesión ininterrumpida que llegara hasta nuestros días, sin tener en cuenta las variaciones producidas a lo largo del tiempo. El fenómeno es bien perceptible en los textos de la Edad Media que pudieron ser leídos impresos, objeto de mi trabajo. Dejando a un lado las obras históricas y los códigos legales, las pervivencias resultaban excepcionales. Según Whinnom, las únicas obras anteriores a 1400 en verso editadas a fines del siglo xV y en el siglo xVi fueron los Proverbios en rimo del sabio Salomón y el Tratado llamado espejo de dotrina, de Pedro de Veragüe, y en prosa, el Bonium o Bocados de oro, el Libro de los doce sabios, el Calila y Dimna y el Sendebar, «that strange pseudo-chivalresque tale El caballero Cifar, and, with certain reservations (since it was extensively rewritten), Amadís de Gaula. And that is all».2

Si con Francisco Rico situamos la obra de Veragüe en el segundo tercio del siglo xV,3 los resultados todavía serían más pobres. La división entre textos anteriores o posteriores a 1400 venía propiciada por una de las principales fuentes utilizadas, el tomo iii de la Bibliografía de la Literatura Hispánica de Simón Díaz, quien en 1986 catalogó en un trabajo específico las obras medievales que habían pervivido hasta 1560.4 Distribuyó su información en dos grandes apartados: a) en función de la cronología de su creación distinguía entre autores y obras anteriores o posteriores a 1400; b) según la fecha de su publicación diferenciaba los textos impresos hasta 1500 (incunables) de los que vieron la luz entre 1501 y 1560. Sintéticamente, los resultados que obtuvo fueron los siguientes:


Ediciones hasta 1500 Ediciones entre 1501 y 1560
Autores y obras anteriores a 1400 17 de 10 autores u obras 77 de 19 autores u obras
Autores y obras posteriores a 1400 92 de 27 autores u obras 347 de 46 autores u obras

Utilizaba los primeros frutos de una empresa colectiva en marcha que, decidida en 1984, pretendía realizar un inventario de la bibliografía española a partir de 1501, complementario del Catálogo colectivo de las obras impresas... ya existente. El trabajo debía desembocar en una Tipobibliografía Española, cuya primera etapa abarcaba de 1500 a 1560, fechas elegidas no por azar. Se dejaban al margen los incunables por el convencimiento justificado de que los numerosos catálogos nacionales e internacionales existentes permitían localizarlos e identificarlos, pese a la posibilidad de nuevos descubrimientos. El límite de 1560 se había fijado a propuesta de Odriozola como el final de la tipografía gótica, de modo que pudieran tener acogida los numerosos impresos góticos carentes de datación. En la primera fase, los testimonios medievales recogidos no fueron muy abundantes, pero en su artículo daba cuenta de cinco impresiones ignoradas, de otras recuperadas y de 91 nuevos ejemplares de ediciones ya conocidas.5

Unos años después, desde otra óptica, Alan D. Deyermond examinó el paso del manuscrito a la imprenta, centrándose en la incidencia del nuevo inven-to en la recepción y configuración de las obras literarias durante su etapa de transición. El alusivo título con referencia a dos grandes estudiosos, Chaytor y Goldschmidt, señalaba la orientación de su propuesta.6 Con excelente información repasaba la bibliografía, al tiempo que destacaba aportaciones interesantes no muy frecuentadas por los hispanistas.7 También proponía nuevas tareas, entre ellas la necesidad urgente de realizar un «registro de todas las obras españolas que existen en manuscrito y en ediciones impresas hasta mediados del siglo xVi, como base para estudios detenidos»,8 de modo que pudiera verse de forma más clara cómo se había producido «la transición from script to print» en España. Sus sugerencias no han caído en saco roto y coincidían con un creciente interés de los estudios por el tema, de forma paralela a la extraordinaria evolución que en España han tenido la ecdótica, la llamada bibliografía textual, la cultura del manuscrito y del libro, o los estudios bibliográficos. De especial interés para nuestro trabajo y excelentes puntos de partida han sido la base de datos PhiloBiblon, heredera del pionero BOOST (Bibliography of Old Spanish Texts), impensable sin el impulso de Charles Faulhaber y el gran trabajo de un extraordinario grupo de colaboradores, y el más reciente Diccionario Filológico de Literatura Medieval Española, coordinado por Carlos Alvar y José Manuel Lucía Megías.9

En 1991 Simón Díaz podía afirmar que «ni una sola población española dispone hoy de una relación completa y solvente de su producción tipográfica»,10 aunque los cambios producidos en las dos últimas décadas han sido sustanciales, algunos de ellos relacionados con la colección de Arco/Libros que prologaba, en la que se han publicado monografías excelentes. El panorama ofrecido por Julián Martín Abad sobre la producción tipográfica entre c. 1471 y 1520 y los principales avances en la historia del libro,11 los numerosos catálogos existentes de la producción impresa en el siglo XVI,12 los abundantes trabajos sobre el libro en el Siglo de Oro,13 los excelentes Coloquios Internacionales sobre «El libro Antiguo Español», dirigidos por María Luisa López Vidriero y Pedro M. Cátedra,14 del mismo modo que los avances en el mundo digital,15 dan cuenta de los múltiples progresos que se han producido en los últimos años. Los medios tradicionales con los que contamos, sumados a las posibilidades de la red, facilitan extraordinariamente nuestra labor de recopilación bibliográfica,16 aun así con más obstáculos los previstos.

El Iberian Books de Wilkinson, incluido en el USTC (el Universal Short Universal Short Title Catalogue), una base de datos colectiva de todos los libros publicados en Europa desde la invención de la imprenta hasta fines del siglo xVi, en teoría debería suministrarnos la información primaria para los textos de nuestro Catálogo.17 La idea de realizar una obra de este tipo, ausente en el mundo hispánico, sin duda alguna constituye una plausible novedad, pero su resultado en muchos casos llega a ser decepcionante. Al ser, en buena parte, suma de catálogos, impresos y en línea, sin que se haya producido ninguna discriminación, entre las referencias se acumulan numerosas ediciones inexistentes, o una información muy incompleta o defectuosa, dejando aparte sus anómalos criterios clasificatorios temáticos y lingüísticos; no obstante, también incorpora de vez en cuando datos novedosos ignorados en repertorios impresos, como algunas referencias a ejemplares no catalogados por lo general procedentes de los OPAC de bibliotecas menos frecuentadas, por lo que cada una de las entradas requiere su completa revisión.18

Un Proyecto de Investigación en marcha: COMEDIC

Retomando el trabajo de Simón Díaz y la propuesta de A. D. Deyermond, un grupo de profesores de la Universidad de Zaragoza, en colaboración con otros colegas de Toulouse y Catania, nos propusimos realizar un «Catálogo de obras medievales impresas en castellano hasta 1600» con el acrónimo de COMEDIC, subvencionado con fondos públicos (FFI2012-32259). Esta base de datos estará disponible en red en un futuro, con acceso libre, a través de la página del grupo investigador (http://grupoclarisel.unizar.es/).19 Como último objetivo nos proponemos estudiar la difusión, transformación y recepción de la literatura escrita antes de 1501 en las prensas del siglo xVi con la pretensión de obtener una visión de conjunto y analizar con mayor profundidad algunas obras y géneros. Los textos impresos constituyen exclusivamente nuestro material de trabajo, con independencia de que las obras hayan contado también con transmisión manuscrita, limitando el arco cronológico de su difusión desde los primeros impresos hasta 1600. Se trata de una tarea realizada al margen de cualquier finalidad estrictamente catalográfica.

Para conseguir nuestros propósitos, pretendemos inventariar los textos redactados originariamente en castellano y los traducidos a esta misma lengua siempre que cumplan dos requisitos: a) por su creación, que hayan sido concebidos, escritos o vertidos al castellano antes de 1501; b) por su difusión, que se conserve algún testimonio impreso anterior a 1601. Como única excepción consideraremos globalmente toda la producción castellana de autores que hayan publicado alguna obra en periodo incunable y continúen escribiendo con posterioridad como Nebrija o Juan del Encina. De acuerdo con nuestras restricciones lingüísticas, del primero solo introduciremos los textos castellanos o íntegramente bilingües, por ejemplo el llamado Diccionario latino-español (Salamanca, 1492), o en el conocido como Vocabulario español-latino (Salamanca, ca.1494-1495), de los que existieron ediciones conjuntas y una segunda redacción. Tendremos en cuenta sus propias traducciones, por ejemplo las dos de las Introducciones latinas contrapuesto el romance al latín, Salamanca: [Juan de Porras], ca. 1488, y Zamora, Antonio de Centenera, ca. 1492-1494. Por el contrario, no añadiremos las 201 ediciones restantes de las Introductiones latinae, magníficamente estudiadas por Martín Baños,20 con independencia de que en ellas se incluyan fragmentos o apéndices adicionales en castellano, propios y ajenos, de extraordinario interés lexicográfico y bibliográfico. También dejaremos al margen la llamada «literatura gris» —leyes, ordenanzas, constituciones sinodales, bulas etc.—, un tipo de obras que ocupaba una buena parte de la producción.21 Del resto de textos editados no excluimos ninguno por su contenido, pero nuestra preocupación primordial se centra en la literatura y, en una primera fase, atenderemos prioritariamente a las obras en prosa.

Los textos poéticos plantean dificultades de otro tipo porque coexisten en el tiempo sus canales de difusión impresos, orales y manuscritos de manera reiterada, no aislada, como en ningún otro género literario. Labrador y DiFranco elaboraron un índice con 200 poemas que sobrevivían en el Siglo de Oro, del mismo modo que un listado de 100 manuscritos en los que quedan huellas de una pervivencia que llega hasta el siglo xVii,22 a los que debe añadirse su transmisión oral. «Se constituyó comunalmente una amplia y selecta antología oral de aquellas letras que por motivos diversos cautivaban los ánimos y los oídos de unas gentes que casi con exclusividad cantaron un único tema: el amor».23 La «bella malmaridada» o la canción manriqueña «Quien no estuviere en presencia» constituyen un buen adelanto de los múltiples testimonios que directa o indirectamente muestran la pervivencia.24 Todos ellos podrán ser consultados en la base de datos BIPA (Bibliografía de la Poesía Aurea),25 incluida en PhiloBiblon y que esperemos que pronto pueda estar finalizada. De este modo, el arduo trabajo previo de recogida de datos está ya realizado, con la particularidad de la existencia de varios equipos de investigación interesados por la poesía cancioneril, como el dirigido por Josep Lluís Martos titulado «La variante en la imprenta: hacia un canon de transmisión del cancionero y del romancero medievales», que podría converger con el nuestro.26 En definitiva, lo relacionado con la poesía o está bastante bien realizado o en vías de solucionarse, por lo que no constituirá nuestra principal preocupación, para evitar confluencias evitables sobre un tema especialmente frecuentado por los críticos y cada vez mejor estudiado.

Incorporamos tanto la producción que vio la luz en talleres hispanos como la procedente de otros países europeos, principalmente Portugal, Francia, Italia y los Países Bajos. Cada ficha va dedicada a una obra, subdividida en diversos campos habituales en este tipo de trabajos; así, distinguimos el nombre de su autor —y sus variantes—, un segundo autor —editor literario, glosador, prologuista, etc.,— y el mecenas o dedicatario, si los tuviere. Seguidamente detallaré las peculiaridades de algunos de sus campos, que ejemplificaré finalmente con el texto de la Crónica popular del Cid.


Fig. 1. Inicio de la base de datos

Muchas veces los textos omiten el nombre de su creador, que restituiremos para su catalogación si lo conocemos, o rectificaremos en el caso de atribuciones falsas, bastante frecuentes. Los textos se catalogan por un título normalizado, registrando en campo diferente las variantes que pudieran figurar en la portada, en el interior y en el colofón, del mismo modo que en las distintas ediciones. Partimos de la especial importancia de las imágenes iniciales y de su título,27 que presentan la obra y la proyectan también sobre un horizonte de expectativas.28 Para contextualizar la evolución de los textos, señalaremos las fechas de composición, o de su traducción en su caso, del mismo modo que la materia, o materias, a las que puede adscribirse la obra por su contenido.

Aunque el objetivo del Proyecto no se centra en los testimonios manuscritos, incluimos una escueta relación de los mismos, creada, en gran parte, gracias a los datos ofrecidos en PhiloBiblon, instrumento indispensable. Mayor importancia tiene para nuestro trabajo la relación de testimonios impresos, que a veces plantean más dudas de las que podríamos pensar incluso en obras cuya difusión ha sido bien estudiada, como veremos en la Crónica popular del Cid. Incluimos en apartado diferenciado las ediciones facsímiles existentes y se facilitan los enlaces a ejemplares digitalizados, mientras que para su descripción tipobibliográfica se remite abreviadamente a un repertorio especializado. Sólo referiremos ejemplares que no figuren en las bibliografías consultadas; por ejemplo de la Suma de las corónicas cidianas se conservan al menos tres ejemplares conocidos: los custodiados en la Biblioteca Nacional de España, R-12192* y en la Russian State Library de Moscú, reseñados en USTC, y el consignado en el OPAC de la Staatsbibliothek de Berlín con la signatura 2” Qr 4192, que no se recoge en catálogos u obras especializadas.

Examinaremos los paratextos autoriales y editoriales, algunos muy importantes para entender el texto y proyectarlo sobre su entorno cultural. Así, la versión confrontada de las Introducciones latinas había sido encargada por la reina Isabel «porque las mugeres religiosas i vírgines dedicadas a Dios, sin participación de varones, pudiessen conocer algo de la lengua latina», y en ella se incluye una importante dedicatoria, considerada «menos el prefacio a un libro que un verdadero prólogo al Renacimiento español».29

Del mismo modo, consignaremos los datos y referencias bibliográficas que conozcamos sobre sus imágenes y la información que hayamos podido reunir sobre de su recepción, sea de poseedores, precios e incluso marcas de lectura. Todo lo anterior nos permitirá conocer mejor las principales modificaciones y reescrituras que se hayan producido durante su transmisión. La Crónica particular del Cid servirá para ejemplificar las dificultades ante las que nos encontramos.

Los avatares de una ficha: la Crónica popular del Cid

Desde su princeps la llamada Crónica popular del Cid, (Sevilla: Tres Compañeros Alemanes [Juan Pegnitzer, Magno Herbst y Tomás Glockner], 1498, mayo), se edita como anónima, aunque, como es bien conocido, todos sus materiales proceden de la Crónica abreviada de España,30 conocida también como Valeriana por su autor Mosén Diego de Valera (1412-1488).31 Ahora bien, en varias ediciones de la crónica cidiana subsisten ecos de su autoría, como en una supuesta edición de Sevilla, Alonso de la Barrera, 1546, según apuntaba Palau y sugería José Manuel Lucía Megías.32 Más recientemente, Cristina Moya ha destacado que en las dos últimas ediciones del texto, La corónica del muy valeroso e invencible cavallero el Cid Ruy Díaz (Sevilla, Alonso de la Barrera, 1587 y 1596), surge tímidamente la voz del autor, a diferencia de las anteriores: «Quise yo, mossén Diego de Ualer, principiar su historia desde que començó a reynar en España el muy noble y christianíssimo rey don Fernando, primero deste nombre».33 En coherencia con sus orígenes, avalados por su pervivencia, daremos un paso más adelante y la atribuiremos a su principal responsable, Diego de Valera, informando en nota del proceso.

Es habitual que los editores por motivos generalmente comerciales agrupen dos o más obras en una misma impresión, bien por su tamaño o bien por considerar que se trata de textos que comparten afinidades genéricas, temáticas, materiales, formales, etc., de lo que constituyen una buena muestra la Summa de las corónicas de los muy valientes y esforçados cavalleros castellanos el Cid Ruy Díaz de Bivar y el conde Fernán González, Alcalá de Henares, Sebastián Martínez, 1562.34 La imagen caballeresca inicial, la unión de ambos protagonistas, héroes en sus lides contra los infieles, los calificativos de «valientes y esforçados» además de «castellanos» suponen una propuesta editorial ininteligible sin los libros de caballerías, pero sustentada en otro registro ideológico en el que los protagonistas no pertenecen a países exóticos y lejanos. En el título se ha recuperado el término de «Suma», presente ya desde el inicio de la princeps, «Aquí comiença un libro llamado suma de las cosas maravillosas que fizo en su vida el buen cavallero...» (1498, fol. aijr), término aplicado «siempre a obras de rigor científico, geográfico, teológicas, legales, etc.».35 Retomando palabras de Pedro Cátedra, «nos sorprende la paradoja de una renovada popularidad de los héroes españoles de la caballería de papel en los momentos de ruina abierta de los códigos caballerescos».36 Por los años de esta edición, Felipe ii trató de renovar la caballería de cuantía ante las necesidades internas de defensa, lo que dio pie a dos pragmáticas o leyes de 1562 y 1563 que establecían la necesidad de «actualizar esa institución de pequeña nobleza ciudadana»,37 un transfondo sociopolítico y cultural propicio para la publicación del libro.

En cuanto a su fecha de composición, la crónica cidiana es posterior a 1481, fecha de la edición de la Valeriana, y anterior a su propia impresión, mayo de 1498, una época propicia para la exaltación del personaje. La publicación constituía el lógico colofón de la trayectoria de una figura como la del Cid, que había adquirido renovada importancia durante el siglo xV y primeros años del XVI.38 Como no tratamos de realizar ningún repertorio específicamente bibliográfico, registramos las obras con unos datos editoriales mínimos: ciudad, nombre del editor o editores así como si ha sido costeada por algún mercader de libros, acompañados de la fecha de edición y su formato, dato significativo para algunos de nuestros objetivos. En este sentido, en la portada de la Suma de las corónicas se indica el lugar de su venta («véndese en casa de Luis Gutiérrez, mercader de libros»), lo que nos permite insertar el libro en su imprescindible contexto comercial en el que se invierte un dinero con el objetivo de obtener unos beneficios.39 El mencionado, significativamente apodado el Rico, fue uno de los libreros más importantes de Alcalá, interesado especialmente en obras de espiritualidad,40 y aunque el libro que comentamos no cabe en este apartado, sin duda en la biografía de los dos castellanos varios hitos subrayan la especial protección que les dispensó Dios.

Editó la Suma de las corónicas en folio y a dos columnas, datos relevantes desde la perspectiva de su recepción porque implica que se ha dignificado el texto, asimilándolo desde la imagen de su portada y en su mise en page a las crónicas y libros de caballerías frente a las ediciones anteriores de la Crónica popular del Cid y del Fernán González, que salieron de los talleres impresores en 4º y a plana entera. La unión de ambas obras venía favorecida por su tamaño, temática afín, etc., y suponía un reto comercial: ofrecía las crónicas de dos personajes históricos a un precio más barato por su tamaño que la edición de la Crónica particular del Cid de mediados de siglo, también editada en folio y a dos columnas: Crónica del famoso e invencible cavallero Cid Ruy Díaz Campeador, agora nuevamente corregida y enmendada (Medina del Campo, Francisco del Canto,1552, 24 de octubre, con dos emisiones, Juan Maria Terranova y Jacome de Liarcas y Alexo de Herreras, mercader de libros).

En su conjunto, la Crónica popular del Cid obtuvo un gran éxito editorial, como lo avalan los numerosos impresos que se sucedieron a lo largo del siglo XVI, no siempre bien catalogados. Simón Díaz en su artículo mencionado indicaba que hasta 1560 la Crónica popular del Cid había visto la luz en nueve diferentes ocasiones, sin detallarlas, número que no coincide con las catalogadas en su Bibliografía, III, II, núms. 5412 y ss., aunque resulta coherente con otros datos complementarios que a buen seguro utilizó. Basándonos en sus referencias, Nieves Baranda, José Manuel Lucía y yo mismo aceptamos que la obra se publicó durante el siglo XVI en catorce ocasiones,41 si bien con los datos actuales deben contabilizarse 16 o 17, enumeradas a continuación, solo con alguna referencia bibliográfica además de la de Simón Díaz:42

(1) Sevilla: Tres Compañeros Alemanes, 1498, mayo [Haebler, núm. 173; Simón, núm. 5421].

(2) Sevilla: [s. i.], 1509, 8 de enero [Norton, núm.1005; Simón, núm. 5422; Martín Abad, Post-incunables, núm. 529].

(3) Sevilla: Jacobo y Juan Cromberger, 1525, 22 de noviembre [Simón, núm. 5423; Griffin, núm. 254].

(4) Toledo: Miguel de Eguía, 1526 [Pérez Pastor, núm. 118; Simón, núm. 1526].

(5) Sevilla: Juan Cromberger, 1533 [Simón, núm. 5425; Domínguez, núm. 345].

(6) Sevilla: herederos de Cromberger, 1541, mediados de noviembre [Simón, núm. 5426; Griffin, núm. 450].

(7) Salamanca: Juan de Junta, 1546 [Simón, núm. 5427; Ruiz Fidalgo, núm. 287].

(8) Sevilla: Alonso de la Barrera, 1546 [Palau, núms. 348861 y 54490; Simón Díaz, núm. 5428].

(9) Sevilla: Dominico de Robertis, 1548, 25 de octubre [Simón, núm. 5429; Lucía Megías, iii, 2, iii].

(10) Alcalá de Henares: Sebastián Martínez, 1562 [Summa de las corónicas; Simón, núm. 5430; Martín Abad, núm. 563].

(11) Burgos: Felipe de Junta, 1562 [Simón, núm. 5431; Fernández Valladares, núm. 494].

(12) Alcalá de Henares: Sebastián Martínez, 1567 [Summa de las corónicas].

(13) Burgos: Felipe de Junta, 1568 [Simón, núm. 5432; Fernández Valladares, núm. 557].

(14) Sevilla: viuda de Sebastián Trujillo, 1571, octubre [Heredia, iii, núm. 3118; Simón, núm. 5433].

(15) Sevilla: Alonso de la Barrera, 1587 [Gayangos (Gallardo), núm. 528; Simón, núm. 5434].

(16) Bruselas: Juan Mommaerte, 1589 [Simón, núm. 5436; Lucía Megías, iii, 2, IV].

(17) Sevilla: Alonso de la Barrera, 1596.

La núm. 12 reproduce la xilografía de la 10, con un título modificado, pero retomado de la anterior, también a dos tintas, roja y negra: El Cid Ruy Diaz. Summa de las Coronicas del muy valeroso y esforçado cauallero castellano el Cid Ruydiaz de Biuar. Agora nueuame[n]te sacada de las coronicas generales d[e] España. En la qual breuemente se tratan las grandes Batallas y Victorias que ouo. Agora nueuame[n]te impressa con licencia en Alcalá de Henares, en casa de Sebastián Martínez. Año de mil quinientos y sesenta y siete años. La impresión plantea demasiados problemas para resolverlos ahora con rigor, pues nuestro ejemplar es defectuoso y, además, la impresión necesariamente requiere ser cotejada con la núm. 10 habiendo tenido ambas en la mano, no a través de reproducciones. El texto corresponde exclusivamente a la Crónica popular del Cid, sin la de Fernán González. Se conserva un ejemplar en la Biblioteca de Cataluña, sign. Bon. 9-III-20.

Por otra parte, de esta relación, han suscitado o suscitan ciertas dudas los números (5), (8 y 17) y (11) por muy diferentes razones, como veremos. Las dificultades surgidas en los testimonios 8 y 17 (Sevilla, Alonso de la Barrera, 1546 y 1596) se resuelven con facilidad. Domínguez Guzmán advertía que la edición sevillana de 1546 debía ser confusión con la de 1596, puesto que Alonso de la Barrera imprimió en el último tercio del siglo xVi.43 Hijo de Sebastián Trujillo, su actividad se documenta desde 1569 hasta 1599,44 por lo que los datos pueden subsanarse fácilmente, teniendo en cuenta además la existencia de ejemplares remendados, como indicaba Palau.45 La hipótesis se refuerza porque los bibliógrafos remiten a la Biblioteca Nacional, R-5858, la misma signatura que en la actualidad corresponde al mismo título publicado en «la Imprenta de Alonso de la Barrera, Iunto a las casas de Don Pedro de Pineda, 1596». Respecto a la edición número 11 (Burgos, Felipe de Junta, 1562), Mercedes Fernández Valladares, núm. 494, aceptaba la referencia dada por Palau, advirtiendo que lo hacía con muchas dudas, actitud muy razonable. Para su conservación, solo puedo aducir que figura en el listado preliminar de R. Foulché-Delbosc, un estupendo bibliófilo y bibliógrafo.

Mayores dificultades plantea la número 5, por lo que me remontaré a los inicios de su catalogación. Tras describir la edición sevillana de Jacobo Cromberger, 1541, Graesse indicaba la existencia de otras anteriores y posteriores, entre ellas la de Sevilla, Cromberger, 1533.46 Poco tiempo después, Brunet argumentaba que como en su información existían dos equivocaciones, la referencia que nos interesa podría ser errónea: «Quant aux éditions de Burgos, 1516, de Séville, 1545, que cite ce bibliographie, il paraît les avoir confondues avec celles de la Cronica de Fernan Gonçales, dont il fait mention à la même page. Si cette erreur vient, comme nous le croyons, d’un déplacement de note, elle existerait peut-être également à l’égard des deux éditions suivantes comprises dans le même paragraphe, savoir celle qui est annoncé ainsi: Seville por Juan Cromberger. Fue impresso…el postero (sic) dia del mes de Junio, 1533 [...] et celle de Salamanca por Juan de Junta Florentino, 1546».47

El argumento de Brunet solo es válido para la primera referencia de Burgos, 1516, y la tercera de Sevilla, 1545, ambas correspondientes a la Crónica del conde Fernán González, con la muerte de los siete infantes de Lara (unifico el título), conservadas en la British Library con las signaturas G.11024 (1.) y G.6340, respectivamente,48 pero no para las dos últimas, Sevilla, 1533 y Salamanca, 1546. Lo sustancial de esta información pasó a Escudero, quien indicaba que la edición de 1533 había sido considerada «como dudosa por Brunet con referencia a Mr. Graesse»,49 por lo que explica las cautelas mantenidas por bibliógrafos posteriores. Así, Simón Díaz la califica también de dudosa, mientras que Griffin la excluye de su relación en su extraordinario libro sobre los Cromberger, si bien a través de un inventario de 1540, que después comentaré, suponía la existencia de una edición posterior a la de 1525 y anterior a la de 1541.

Ahora bien, la información de Graesse era demasiado precisa para que no fuera verídica, y me parece difícil que pudiera producirse una confusión como en los casos anteriores; menciona la existencia de grabados, habituales en la Crónica popular del Cid y, que yo sepa, inexistentes en las impresiones del Fernán González con la muerte de los infantes de Lara, salvo su portada. De dicha edición pudo dar cuenta Simón Díaz entre las novedades que estaba aportando el trabajo en marcha de la Tipobibliografía. Conservada en la Österreichischen Nationalbibliothek, sign. 48.P.43, puede consultarse en la red o acceder al texto completo.50 Su formato y disposición es similar al de Sevilla, Juan Cromberger, 1525 y Sevilla, Jácome Cromberger, 1541, descritos minuciosamente por Clive Griffin en su apéndice a la edición inglesa, núms. 254 y 450, respectivamente, a quien seguiré en algunos de sus apartados.

Debajo de la xilografía (fig. 2), idéntica a la de la edición previa, aparece el título enmarcado en sus laterales y en la parte inferior con una orla formada por cuatro piezas, distintas de la impresión de 1525 (en este caso respecto sus grafías): Cronica del muy | esſorçado caualle | ro el Cid ruy diaz | campeador.

Su colofón dice así: ‘¶ Aquí feneſce el breue tratado delos fechos y batallas que | el buen cauallero Cid ruy diaz vencio con fauor τ ayuda de | nueſtro ſeñor. El qual ſe acabo el postrero dia del mes de Ju | nio de mil τ quinientos τ treynta τ tres años. Fue imp[re]ſſo en | ſeuilla por Juan cromberger.’

No me aventuraré en su descripción material exacta, pues solo dispongo de una reproducción, pero salvo algunas iniciales su impresión sigue prácticamente a plana y renglón la de 1525, con la misma fórmula para sus signaturas, a renglón seguido, con 35 líneas por página y sin cabeceras ni reclamos. También es idéntico su contenido, desde su introducción en el a1V : ‘AQuí comiença vn Li=|’, del mismo modo que su capítulo inicial a2r, con unas mínimas variaciones en el desarrollo de las abreviaturas y de las f-, sustituidas por h-: ‘¶ Cap. .j. del noble rey do[n] herna[n]do | primero deſte nombre que crio al Cid. | DOn ferna[n] do fijo d[e] do[n] sancho [...]’. El texto abarca los folios a2r-f11v, dividido en 62 capítulos, cuya numeración está confundida en el XXVI numerado como ‘XXXVI’. El f11v finaliza ‘[...] y traſlado el cuerpo d[e]l Cid y de doña ximena: | τ puſo los en muy nobles monumentos a par del altar d[e] san | pedro de Burgos ala p[ar] te derecha. Y puso aſſi miſmo el cuer | po del conde ferna[n] gonçales ala otra parte. | A dios gracias. |’, a lo que le sigue el colofón. El folio f12r y v, en blanco.

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