Kitabı oku: «La sociedad de castas», sayfa 13

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LA CULTURALIZACIÓN DE LA CASTA

Porque las cosas son siempre complejas, llegados aquí conviene sacar a relucir el abordaje de Balmurli Natrajan, que nos hace ver lo problemático y arriesgado de exagerar el aspecto etnicista o cultural de la casta. Natrajan advierte de que «las castas no se han substancializado (o independizado del sistema de castas) lo suficiente para ser consideradas grupos étnicos».59 Según Natrajan, la visión de la casta etnicizada nos presenta a las comunidades de castas como sanamente “diferentes”; grupos que buscan el reconocimiento de sus diferencias en una sociedad multicultural, en un mundo que celebra la diversidad.60 La tesis de Natrajan es que:

«El fenómeno de la casta-como-cultura es en sí mismo una adaptación ideológica estratégica de la casta, y no un avatar benigno de la casta en el siglo XXI que aparentemente tiene que ver con la diferencia y no con la desigualdad y la jerarquía».61

Estimo, con Natrajan, que es importante no despolitizar la casta –como ya tendremos ocasión de ver a lo largo de la obra–, so pena de caer en una visión que camufla las desigualdades de casta, la opresión de casta (o de patriarquía) y el vínculo de la casta con el poder. Como hemos visto, las castas poseen rasgos culturales propios y una clara tendencia a facilitar y acomodarse a la diferencia, pero de ahí no hay que inferir que sean grupos “naturales”. Como pone la historiadora Uma Chakravarti:

«Cada jati tiene sus tradiciones culturales, con sus costumbres de alimentación, rituales, códigos de vestimenta y hasta formas de arte propios, y así pueden “aparentar” funcionar meramente en un eje de diferencia».62

Pero no olvidemos que el poder (económico, político o ritual) produce las distinciones culturales y las jerarquías. Las diferencias étnicas que encontramos en una sociedad occidental, por ejemplo, no son meramente culturales. Las diferencias étnicas se producen en las relaciones sociales y políticas. Si lo que ha sucedido en India es que se ha pasado de un sistema de castas a un sistema de grupos étnicos, el sistema sigue siendo, en cualquier caso, jerárquico. La casta existe como sistema de poder y se camufla como la cultura y la tradición de comunidades específicas.63

Ver la casta sólo como cultura, como algunas corrientes hoy tienden a subrayar, es una manera deliberadamente “positiva” de ver el asunto. Las castas devienen diversidades culturales en el contexto de la globalización. Esta visión tiende a ver las desigualdades como si fueran únicamente diferencias culturales. Como pone V. Geetha, a propósito de los dalits:

«Aunque se les “permite” elaborar y seguir sus propias formas de culto y organizar sus propios festivales culturales, eso no les garantiza un lugar en el espacio público mayor del pueblo […] Ese permiso es de poca consolación ya que es también la fuente de su miseria».64

Lo que hoy parece estar sucediendo es una adaptación de la casta bajo la forma de una comunidad cultural. Como veremos en el siguiente capítulo, transformándose las jātis en samājs (asociaciones culturales) la casta transmigra en el siglo XXI. La casta “culturalizada” puede sobrevivir como una minoría, grupo étnico o comunidad religiosa. En otras palabras, más que haberse transformado en grupos étnicos, «las castas han reivindicado la “cultura” como su modo de reproducción y de estabilidad esencial», en palabras de Balmurli Natrajan.65 Son sobre todo las élites de la casta las que invocan estos rasgos culturales para legitimar y renovar la casta. Se trata de convertir la jāti histórica en una nueva forma de asociación (samāj). El nuevo discurso político aprueba esta culturalización de la casta porque de esta forma puede acomodarla a la democracia parlamentaria.

El proceso de etnicización o culturalización, que para algunos representaba virtualmente el fin del viejo sistema de castas, ha otorgado nueva fuerza a la identidad de casta.

5. EL “SISTEMA” DE CASTAS

El “sistema” de castas siempre se circunscribe a una localidad o comarca reducida. Desplacémonos unos kilómetros y hallaremos otro subsistema, con otras castas, diferentes relaciones, distintas jerarquías y nuevos protagonistas. Lo pertinente es hablar de los sistemas de castas.

Cada región lingüística posee “su” sociedad de castas [véase en La casta es local]. En Gujarat, por ejemplo, sorprende la gran cantidad de castas dedicadas al comercio (genéricamente conocidas como baniās o vāṇiyās) y la altísima posición que ocupan. En Karnataka, en cambio, apenas existen castas que entren en la clásica categoría “comerciante” (vaiśya). El panorama está dominado por dos castas agrícolas poderosas: los okkaligas y los liṅgāyats. Pero si del centro de Karnataka nos desplazamos a la costa, veremos que estas dos castas desaparecen y otras tienen mayor preeminencia. En Himachal Pradesh, las llamadas “castas altas” representan el 56% de la población; en Tamil Nadu, sólo el 3%. En Sri Lanka, cada grupo social de la isla (cingaleses budistas, tamiles esrilanqueses o tamiles indios) tiene sus castas, sus jerarquías y formas de discriminación. Las relaciones entre las castas en Assam, Cachemira o Andhra Pradesh pueden ser muy dispares. Los que en un lugar dominan en otro puede que no; y los tabúes que encontramos en una región desaparecen en otra. Además, las diferencias entre las grandes ciudades y las aldeas son considerables. En un país de más de 600.000 poblados las variaciones pueden ser notables. Existen aldeas compuestas por una sola jāti, mientras que en otras conviven 60.

Como estos diferentes subsistemas regionales se solapan, interseccionan y entrecruzan, ha cuajado la idea de un sistema único y panindio de castas. Varios elementos, además, parecen tener una presencia destacada y refuerzan la sensación de unicidad. Los antropólogos suelen invocar tres instituciones sobresalientes: la casta dominante, el cabeza de aldea y el concilio de la casta.

LA CASTA DOMINANTE

Las soberanías históricas de la India se han caracterizado por una intensa fluctuación e indefinición de sus fronteras. Con frecuencia, los reinos han estado compartimentados en regiones y comarcas controladas por una casta o una coalición de castas poderosas.

La existencia y protagonismo de estas castas dominantes parece ser uno de los rasgos característicos de la sociedad india. En ocasiones han coexistido dos castas dominantes en una región, lo que inevitablemente conlleva tensiones, pugnas y rivalidad en pos del dominio. La casta dominante no ha creado nada parecido a una organización feudal (aunque puede haber alumbrado alguna dinastía). Fundamentalmente, posee y controla la tierra. El sociólogo M.N. Srinivas, que es uno de los padres de la noción, la definía así:

«Una casta puede llamarse “dominante” si es numéricamente preponderante en relación a otras castas y si ejerce también un poder político y económico preponderante».1

Por supuesto, el número no es el único factor. Sabemos de pueblos demográficamente dominados por intocables pero de facto subordinados a castas más poderosas. Conocemos castas insignificantes en número pero en posición de dominio. Ello llevó a Srinivas a añadir:

«Un grupo de casta numeroso y poderoso es más fácilmente dominante si su posición en la jerarquía local no es demasiado baja».2

Contra Srinivas, no obstante, en términos de varṇa pocas de estas castas dominantes son de alto rango. (Tampoco suele tratarse de castas artesanales, ya que estas suelen estar territorialmente dispersas.) La gran mayoría son castas de agricultores-terratenientes. Casos claros de castas dominantes son los de los jāṭs en el Punjab y Haryana, los rājputs en Rajasthan, Himachal Pradesh y Uttar Pradesh, los okkaligas y los liṅgāyats en Karnataka, los paṭṭīdārs en Gujarat, los nāyars y los īḻavars en Kerala, los bhūmihārs y los kāyasthas en Bihar, los vēḷḷāḷas en Tamil Nadu, los reḍḍis y los kammas en Andhra Pradesh, los marāṭhas en Maharashtra, etcétera. Ninguna de estas castas pertenece al brāhmaṇ-varṇa, bien que en zonas de Himachal Pradesh y Uttarakhand sí encontramos a brāhmaṇs en posición de casta dominante. Esto ilustra que el viejo adagio (propio de los antiguos tratados brahmánicos) que sitúa invariablemente a los brāhmaṇs en la cúspide social nunca ha sido descriptivo. En términos de varṇa, la mayoría de estas castas caería en la categoría “śūdra” (aunque pocas se reconocerían como tal).

Este punto es importante, pues muestra que las nociones de jerarquía vertical ceden el paso a las de centralidad de los dominantes. En otras palabras, puede que los que dominan la localidad no estén en la cúspide ritual, pero están claramente en el centro económico. La casta dominante del poblado o la región no sólo posee las tierras, sino que controla los lazos comerciales y financieros (con frecuencia gracias a la usura y el préstamo). De ahí que, hasta hace relativamente poco, cuando uno le preguntaba a un lugareño del norte de la India por el nombre de su pueblo, con frecuencia añadiera: “un pueblo de jāṭs” o “un pueblo de gūjars”.3 Es decir, es un pueblo dominado por tal casta [FIG. 22].

Naturalmente, las castas dominantes ejercen cierto control político. Los notables de esa casta arbitran en las disputas de otras castas, y el jefe del pueblo suele pertenecer a esa casta.


22. Terratenientes (zamīndārs) de casta jāṭ, dominante en amplias zonas del norte de la India, fumando y jugando al pachīsi (parchís). Provincia de Rajpootana (hoy Rajasthan), 1874.

La naturaleza, la forma y el grado de dominio que ejerce una casta dominante puede variar considerablemente. M.N. Srinivas notó que las castas dominantes cada vez recurrían más a un nuevo aspecto de la dominación: la alfabetización.4 Y luego añadía que una casta también es dominante cuando es capaz de recurrir a la violencia para lograr sus fines.5 En cierto sentido, la casta dominante reproduce a nivel local la función y dimensión de la realeza. Y, como sucede en palacio, diferentes clanes o secciones de la casta dominante pueden competir en pos del poder. Con todo, y a pesar del faccionalismo de las comunidades índicas, una casta dominante depende bastante de su propia solidaridad interna (y de la solidaridad y tamaño de las otras castas, claro está).

Por supuesto, la noción de casta dominante ha sido siempre mucho más débil en las grandes ciudades. Hoy más que nunca. Oliver Mendelsohn va más lejos y sugiere que cuando Srinivas articuló la idea de casta dominante, a mediados de los 1950s, estaba identificando algo en el momento en que empezaba a declinar y volverse menos significativo.6 La abolición en 1950 de los zamīndārs ausentes (propietarios que no trabajan sus tierras), y el establecimiento del derecho a la tierra para quien la trabaja, menguaron considerablemente la supremacía de las castas dominantes. Gradualmente, la élite rural ha ido perdiendo preeminencia y, en cambio, asciende una nueva clase de campesinos, llamados por Lloyd y Susanne Rudolph «capitalistas de bueyes»,7 muchos de los cuales habían sido peones de los grandes zamīndārs y son ahora propietarios de pequeñas parcelas. Esta gran masa silenciosa ya no sigue tan dócilmente los dictados de sus antiguos patronos, que se han empobrecido de forma considerable (dado el olvido al que está sometido el mundo agrario del país).

Como veremos en la última Parte, estos factores son cruciales en la moderna transformación de la sociedad de castas. Si la India está repleta ahora de pequeños labriegos –y no tanto de poderosas castas dominantes u oligarcas–, e incluso en el campo ya un 40% de la población se dedica a trabajos no agrarios, eso implica que las relaciones de dependencia han cambiado y tienden a la relajarse las relaciones asimétricas de antaño.

Pero el que una de las patas del “sistema” se tambalee no significa que en la India rural de principios del siglo XXI la existencia de castas dominantes no se palpe. Los ṭhākurs (rājputs), aunque sólo representan el 7,5% de la población de Uttar Pradesh, controlan el 50% de sus tierras.8 Para muchos de estos ṭhākurs, el liderazgo del pueblo se siente –y es– todavía una competencia y atributo de casta.

EL CABEZA DE ALDEA

Históricamente, la función de gobierno a nivel local ha recaído en la figura del cabeza del pueblo (jajmān), antiguamente conocido como grāmaṇī o grāmapati, y en persa como muqaddam. En algunos lugares, dicho cabeza era designado por el propio rey. En otros, el jajmān era un terrateniente respetado de la casta dominante.

Esta figura adquiría mayor peso y relieve en los poblados donde no dominaba claramente una casta. En algunos pueblos con mucha actividad fiscal podían existir hasta dos cabezas de aldea.

El nombre del cargo puede variar según las regiones. En la cuenca indogangética son frecuentes los de chaudharī y ṭhākur. En la India occidental es típico el de paṭel o paṭil. En Bengala se conoce como barua, malik o pradhan. También mukhī. En Kerala puede llamarse dēśavāḻi. Etcétera. El clásico de jajmān deriva de la sánscrita yajamāna, el término que recibía el instigador del antiguo ritual védico; que en el mundo tamil se torna ejamāṉ.

Aunque no tenía un estatus ritual en virtud de su cargo, una de las tareas del jajmān era dirigir los rituales públicos de la aldea. En ciertas localidades era incluso costumbre pedir permiso al cabeza de aldea antes de celebrar ritos de paso personales (tonsura del cabello, matrimonio, funerales, etcétera).

En muchas zonas de la India, el puesto de cabeza de aldea fue hereditario. En los pueblos grandes, el jajmān o paṭel tenía a su cargo a un contable (kuḷkarṇī, paṭvārī), un supervisor y varios recaudadores. La entrada de la recaudación directa a los campesinos por parte de la administración colonial menguó considerablemente el papel del cabeza de aldea. Otra tarea importante fue el mantenimiento del orden público, función para la cual se rodeaba de figuras como el guarda o el sereno.

Algunas fuentes dibujan al jajmān como un tirano, pero a menudo aparece como alguien respetado, pues no en vano una de sus misiones ha sido defender el pueblo y hacer de su portavoz ante los gobernantes.

Existen zonas donde se ha apreciado un perfil ascético y sapiencial para el jajmān; alguien que supiera arbitrar y que fuera él mismo ejemplo de corrección. En otros casos, el arquetipo guerrero (rājput) parece estar más presente, y así encontramos a un caudillo más marcial, capaz incluso de reunir y adiestrar en las armas a los aldeanos. Cuando ha dominado esta figura se ha valorado mucho más la capacidad de autoridad y hasta el coraje.

Aunque esta figura no ha desaparecido, el entramado administrativo, político y judicial moderno ha hecho menguar muchísimo el poder del jajmān, de ahí mi recurso al tiempo pasado. Sus acometidos se llevan hoy a cabo en el marco de la asamblea de aldea o grām-pañchāyāt.

Otra pata del “sistema”, pues, se tambalea.

EL PAÑCHĀYĀT

Otro componente clásico en los sistemas de castas es el del pañchāyāt. La palabra designa genéricamente a una asociación cuyo fin es arbitrar. Normal, pues, que se dé cierta confusión con el uso de este término. Por lo general, suele remitir a tres instituciones.

Asamblea de aldea (grām-pañchāyāt)

En primer lugar, todo municipio indio posee un pañchāyāt elegido democráticamente y que, cual alcaldía, posee ciertos poderes legales, administra fondos municipales y cumple determinadas funciones gubernamentales. Hoy, cuando a un indio le preguntan por el pañchāyāt pensará en este cuerpo administrativo, a veces referido como pañchāyāti-rāj (gobierno asambleario) o grām-pañchāyāt (asamblea de aldea). Cada municipio indio (que suele abrazar varios pueblos) tiene su grām-pañchāyāt, compuesto por una decena o veintena de miembros, elegidos por cuatro años mediante sufragio universal. Desde hace unos años, estas asambleas han de estar compuestas, como mínimo, por un 33% de mujeres (en algunos estados hasta por un 50%) [FIG. 23]. También tienen puestos reservados los ex-intocables y los tribales en proporción a su peso demográfico en el municipio. Aunque dispone de amplios poderes, la falta de recursos hace que el grām-pañchāyāt haga la mayor parte de las veces de intermediario entre los intereses de la comunidad y los del Estado. Cada pañchāyāt posee su presidente (sarpañch), elegido por la propia asamblea o –según los estados– por sufragio universal. Hoy es el sarpañch –y no el jajmān– quien ejerce de “alcalde” del pueblo.

Este nuevo sistema de gobierno local ha otorgado un mayor grado de descentralización a las aldeas indias. (El problema de la descentralización, sin embargo, es que el poder local va a parar con frecuencia a los miembros de las castas dominantes, con lo que se da la paradoja de que el Estado tiene que intervenir más para controlar los poderes locales.) Con todo, la experiencia asamblearia llevada a cabo en diversos estados ha mostrado que la planificación descentralizada puede dar resultados muy positivos.

Concilio de aldea

Un segundo sentido de la palabra pañchāyāt remite al viejo concilio del pueblo (pariṣad). A diferencia del anterior, que es reciente y estrictamente político-administrativo, este pañchāyāt posee siglos de antigüedad, no era elegido democráticamente y no tenía respaldo legislativo. La ideología nacionalista dibuja a los pariṣads de la antigüedad como la cristalización de una “democracia” hindú. Pero eso tiene bastante de tradición inventada. Es el moderno grām-pañchāyāt el que de verdad representa una hibridación democrática de los concilios “tradicionales” de aldea.

Posiblemente, en los pueblos del norte, el concilio del pueblo habría estado compuesto por cinco (pañch; de donde deriva el nombre) ciudadanos respetables de la casta dominante, entre los que solía incluirse el cabeza de la aldea. Aunque las reuniones de este pañchāyāt fueran públicas y aunque se invitase a algún notable, lo cierto es que el concilio del pueblo era con frecuencia el de la casta más poderosa.

Su máxima competencia era resolver las disputas judiciales locales, en especial todo aquello que no estuviera claramente contemplado por la jurisdicción del reino. En casos enrevesados de disputa podía recurrirse también a la presencia de un letrado brāhmaṇ (paṇḍit). En muchas zonas, el concilio también se ocupaba de la recaudación de impuestos y de negociar las tasas con los recaudadores del gobierno. Los terrenos públicos de la aldea le pertenecían, y podía venderlos, arrendarlos o utilizarlos para trabajos públicos (irrigación, carreteras, etcétera).

Hoy en día, que los jóvenes de las aldeas indias han adoptado las prácticas y modos consumistas del tipo de vida urbano (percibidas como contrarias a la “tradición” por los ancianos del pañch), o que el pueblo está mucho más dividido en facciones que antaño, los pañchāyāts gozan de cierta autoridad cuando logran hablar en nombre de la “comunidad”.

Concilio de casta

En tercer lugar, un pañchāyāt remite a un concilio de jāti o de birādarī. Por eso podemos designarlo como jāti-pañchāyāt o concilio de casta. Muchas jātis del pueblo poseían –y bastantes aún poseen– dicha asamblea que regula los asuntos de su comunidad, tanto rituales como seculares. También se trata de un concilio “tradicional”. Históricamente, a través del jāti-pañchāyāt se ha ejercido el control sobre los miembros de la casta o se ha promovido la solidaridad de casta.

Estas tres acepciones del término pañchāyāt no son tan dispares como aparentan, ya que con frecuencia el jāti-pañchāyāt de la casta dominante ha tendido a convertirse en el pañchāyāt del pueblo, y hoy tiende a dominar el grām-pañchāyāt. Puesto que el grām-pañchāyāt es elegido democráticamente y la casta dominante del pueblo suele ser la demográficamente más poderosa, existe cierto solapamiento entre ambas instituciones. Eso es un truismo en las aldeas pobladas únicamente por una casta.

Aunque los jāti-pañchāyāts tradicionales están declinando con rapidez y es el grām-pañchāyāt o asamblea democrática del pueblo el que adquiere relevancia, para nuestro estudio conviene detenerse en esta institución que gravita alrededor de la casta.

En muchas aldeas del norte de la India, el concilio de casta recibe el nombre de chaupār, que remite a un grupo de hombres (y niños) reunidos para discutir. Un pañchāyāt de una casta puede tener una “jurisdicción” de varios pueblos. Los jāṭs del Punjab, por ejemplo, poseen pañchāyāts (denominados khaps) que abarcan 15 o 20 aldeas [FIG. 24]. Los rājbanśīs de Bengala reúnen periódicamente a sus cabezas de casta (maliks) de toda una comarca en una macroasamblea de casta.


23. Sesión del grām-pañchāyāt de Khaal Khandvi (Madhya Pradesh), presidido por la sarpañch Vandana Bahadur. Foto: UN Women/Gaganjit Singh, 2012.

En casos donde no existe una casta claramente dominante (o donde, por alguna razón, el concilio de la casta dominante no está bien organizado), los líderes de los distintos jāti-pañchāyāts se reúnen con cierta frecuencia para afrontar los problemas que afectan a todo el pueblo. Sin embargo, este tipo de pañchāyāt ha sido más bien raro. En estos casos, la figura del cabeza de aldea ha sido crucial para administrar la autoridad.

No sólo la dominante, sino el resto de castas importantes de la aldea posee su pañchāyāt que regula y castiga el comportamiento de su comunidad. Normalmente, el concilio de casta atañe –en el norte de la India– a la birādarī, es decir, al segmento de la casta en el que los chicos y chicas no pueden casarse entre sí porque son como “hermanos” y “hermanas”. Por tanto, siempre que se habla del concilio de casta, se sobreentiende que es de la jāti, subcasta o unidad endogámica más estrecha. Este es el cuerpo que vigila las reglas de exogamia de gotra y territorio, o las de endogamia de subcasta, o las de comensalidad en los eventos tradicionales. También organiza los festivales de la comunidad, o recomienda estrategias para tratar con la casta dominante, la policía o el gobierno.

Algunos jāti-pañchāyāts pueden estar bien organizados y poseer su propio cabeza. Otros son mucho más fluidos. Normalmente, el puesto de cabeza del jāti-pañchāyāt recae en un anciano respetado, alguien capaz de conciliar dos facciones enfrentadas, pero también apto para imponer su autoridad. En bastantes casos, el puesto de cabeza de casta es hereditario, en especial si el jāti-pañchāyāt tiene un radio de jurisdicción amplio.


24. Un khap-pañchāyāt de la casta jāṭ debate un controvertido caso de “honor” que acabó en homicidio. (Compárese la masculinidad de esta asamblea con la de la FIG. 23.) Haryana, 2012.

Por lo general, los concilios de castas bajas están mejor organizados que los de las altas. Bernard Cohn señalaba que, de forma inversamente proporcional a la autoridad de los pañchāyāts de los poderosos ṭhākurs, que ha ido decreciendo, la organización de casta de los ex-intocables chamārs ha ido fortaleciéndose.9 Salvo en Gujarat, los brāhmaṇs han carecido históricamente de concilios de casta. Pareciera que las castas más bajas son la únicas que se esfuerzan en dirimir sus disputas entre sí o que necesitan de este cuerpo para defenderse. Los pañchāyāts de los mālās de Andhra Pradesh, por ejemplo, son instituciones de gran prestigio. Su pañchāyāt siempre incluye al cabeza de casta, el terrateniente más anciano, un sacerdote y un mensajero.10

Algunas castas poseen su concilio en una ciudad sagrada (Haridvar, Ujjain, Nasik, etcétera) donde se yergue el templo principal de la comunidad. El pañchāyāt básicamente se encarga de administrar el templo, que hace también de albergue para los peregrinos de la casta. Otros jāti-pañchāyāts organizan festivales a las divinidades.

Igual que el viejo concilio de aldea, los jāti-pañchāyāts son instituciones que van a la baja. Oliver Mendelsohn menciona el caso de Behror, una aldea de Rajasthan. La casta dominante es la ahīr. Y, sin embargo, está hoy fuera de su capacidad arbitrar en disputas internas de otras castas. Entre otras cosas, porque los ahīrs de la zona no actúan ya como bloque, no tienen una comunidad de intereses clara y siquiera poseen un pañchāyāt reconocible.11

Puesto que el concilio de casta suele ser un cuerpo bastante conservador (no en vano su misión consiste en respetar la traditio), suele darse un choque generacional con las secciones más jóvenes de la jāti. Es importante, en todo caso, no confundir estas viejas instituciones con las modernas asociaciones (sabhās) de casta, de las que hablaremos más adelante.