Kitabı oku: «Ética, hermenéutica y política», sayfa 4

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3. CASOS VARIOS QUE ILUSTRAN LOS PRINCIPIOS

3.1. Un hombre asesinó a otro. El fiscal sólo tiene indicios, no pruebas. El criminal, jurando sobre la Biblia, en el juicio dice “Soy inocente”. Oculta la verdad pero no miente, porque el jurado, si bien tiene derecho a saber la verdad, no tiene derecho a sacársela al acusado. (14)

3.2. En un antro un joven ve a una joven, le gusta mucho, la invita a tomar una copa y a bailar, y ya está dispuesto a declararse. Cuando por sus principios internos le pregunta a la joven si es virgen ella responde que sí, cuando en realidad ya tuvo varios affaires. No miente, pues el joven no tiene derecho a obtener de la joven esa verdad.

3.3. Un caso inspirado en San Agustín. Un anciano está muy delicado de salud y el médico ha recomendado a la familia que el señor no tenga impresiones fuertes. Su hijo predilecto trabaja en el extranjero y acostumbra llegar desde principios de diciembre para pasar Navidad con la familia. Pero esta vez, avanzado diciembre, el hijo aún no ha llegado y el anciano pregunta por él. La familia sabe que el hijo fue asesinado, pero no quiere darle al anciano la terrible noticia y le responde que aquél está bien. El anciano le pregunta a San Agustín, pues piensa que éste sí le dirá la verdad. El santo de Hipona piensa: “Sé que el hijo ya murió; si respondo que vive, miento; si respondo que no sé, miento; y si respondo que ya murió, al rato me acusa la familia de haber matado al anciano. Parece entonces que la mejor respuesta es decir al anciano que su hijo vive; sólo que si aceptara este principio, el mundo estaría lleno de mentiras (15) y, sin embargo, me agobia la problemática humana”.

3.4. El papá moribundo desea hablar con sus cuatro hijos. Un día los cita y les dice que desea hacer su testamento, pero que antes quiere hablar personalmente con cada uno. Comienza por el mayor, a quien le dice que, al ser riquísimo en bienes raíces, en joyas y en dinero, desea heredar por igual a los cuatro hijos; que les pide que, con el efectivo los cuatro, continúen en sociedad con una empresa que dejará muy buenos dividendos, y que en la sociedad los cuatro hijos compartan por igual derechos y deberes, pese a lo cual el mayor, no por ser mayor, tendrá más privilegios. El hijo mayor sale y toca el turno del siguiente; pero el papá se infarta y ya no habla con los otros hijos. Tras el sentido funeral preguntan los tres hijos al hijo mayor cuál fue la voluntad del papá. Oyen atónitos la respuesta: “Papá dijo que a mí, por ser el mayor, me tocará el 90 por ciento de sus bienes; mientras que el resto se dividirá entre ustedes por partes iguales. Luego pidió que con el efectivo formáramos una empresa de la cual yo, en cuanto primogénito, seré el director, mientras que ustedes serán mis empleados”. Parece claro que el hijo mayor miente y que sus hermanos sí tenían derecho a saber de él la verdad.

3.5. La secretaria responde al teléfono: “El licenciado no está” (lo dice por órdenes del licenciado). Ni el licenciado ni la secretaria mienten; hacen una restricción mental: dicen “no está” y piensa aquélla: “No está disponible”.

3.6. Unos sicarios llegan a un campamento y le preguntan a X si quien está en la siguiente cabaña es fulano de tal, de quien dan su nombre y apellido. Es claro que lo quieren asesinar. X sabe que ahí está, pero para evitar un homicidio dice que no. Algunos dicen que miente, pero lo justifican por el principio del mal menor. Otros dicen que no miente, pues los sicarios no tienen derecho a saber de él la verdad.

3.7. Un obispo tiene escondido a un refugiado político. Cuando las autoridades criminales le preguntan por esta persona aquél lo niega. Misma solución que en el caso anterior.

3.8. Para evitar ser violada una dama dice: “Tengo sida” (no tiene). Algunos la justifican por el principio del mal menor. Otros piensan que no es lícito mentir ni siquiera para salvar la vida.

3.9. En un encuentro casual de dos muchachos gais uno le pregunta al otro si tiene sida, a lo que éste responde que no (sí tiene). En apariencia miente, pues parece que el que pregunta sí tiene derecho a conocer la verdad de su eventual partner.

3.10. En una celebración familiar con muchos invitados están una dama y su cuñado, hermano del marido. Éste, el marido, todavía no llega. Al calor de las copas el cuñado pide a la dama que confiese que le pone los cuernos a aquél. La dama, con desparpajo, con gracia, con enojo, con elegancia, o de otra manera según las circunstancias, afirma que siempre ha sido fiel y lo sigue siendo con su marido, lo cual no es verdad. La dama no miente, sino que oculta la verdad a quien no tiene derecho a obtenerla de ella.

3.11. “Padre, ¿me engaña mi marido?”, pregunta una dama al sacerdote que acaba de confesar al marido. El sacerdote podrá decir cualquier cosa, pero no puede faltar al sigilo sacramental. Aquí entran multitud de casos de abogados, dentistas, jefes de policía, etcétera.

3.12. ¿Mienten los espías? Dejando de lado la licitud de esta ocupación, no parece que aquéllos mientan, pues los países implicados saben que se trata de un juego de inteligencias.

3.13. Por el caso anterior se ve que puede ser exagerado decir como un absoluto “la mentira es mentira y punto”; pues de ser así serían pecado todos los deportes: pensemos en las fintas del fútbol, básquetbol o béisbol. También parece exagerado afirmar que todas las mentiras jocosas son pecado, pues todo mundo sabe que se trata de un juego para hacer reír.

3.14. En Éxodo 1, 15–21 (16) parece que las parteras de Egipto fueron remuneradas por sus mentiras. No fue así. (17) Fueron remuneradas por haber tenido piedad de los niños, en lo que mostraron su avance espiritual. Su mentira siguiente ya no fue meritoria.

3.15. En Génesis 12, 10–20 y 20, 1–17 (18) ante el Rey, Abraham presenta a Sara co- mo hermana, ¡siendo su esposa! Abraham pensó que si presentaba a Sara como su esposa el Rey lo mataría y tendría de todos modos a Sara. Por el contrario, si la presentaba sólo como su hermana, el Rey tendría muchas consideraciones con Abraham. ¿Mintió el Padre de los creyentes? La mejor defensa es que de hecho Abraham y Sara eran medios hermanos. (19)

3.16. En Génesis 27 (20) se nos da la impresión de que Rebeca y Jacob engañaron al anciano Isaac, pero no fue así, sino que Jacob declaró alegóricamente ser Esaú porque a él le correspondía la primogenitura. Lo declaró a impulsos del espíritu profético para designar el misterio de los gentiles que sustituirían en la primogenitura a los judíos.

3.17. Libro de Judit, a partir del capítulo 10 (21) se alaba a Judit no porque engañó a Holofernes, sino por su deseo de liberar a sus conciudadanos. También puede descubrirse verdad en sus palabras bajo un cierto sentido espiritual.

3.18. En Lucas 24, 28, (22) en el día de la resurrección, Jesús hizo el camino con dos discípulos de Emaús. Al llegar al sitio, Jesús simuló que iría más lejos finxit longius ire (“hizo la finta”). Lo hizo, según San Agustín, para significar que, habiendo de irse por la ascensión a los cielos, la hospitalidad de los hombres lo detenía en cierto modo sobre la Tierra. (23)

3.19. En Josué 2, 1–16 (24) Josué, para cumplir la misión divina de llegar a la Tierra Prometida, debe tomar Jericó, empresa sumamente difícil. Josué envía unos muchachos como espías para que pidan ayuda a Rahab, una sexoservidora de Jericó, con quien pasan la noche. El Rey de Jericó es informado de que espías israelitas fueron a la casa de Rahab y envía a sus soldados para detenerlos. Rahab recibe amable a los soldados y les dice que los muchachos pasaron la noche con ella, pero que ella no sabía que eran espías y que ya se habían ido. Mientras los soldados furiosos van a informar al Rey, Rahab vuelve a su casa y les dice a los muchachos: “Váyanse, porque los andan buscando”. Da la impresión clara de que Rahab mintió a los soldados. Ya no sabemos más de Rahab sino hasta la Carta de Santiago 2, 25, (25) en donde, hablando de quienes nos dan ejemplos de fe, cita a Rahab justificada por sus obras. Da entonces la impresión de que las palabras de Rahab a los soldados fueron inspiradas por un espíritu profético cuyo significado nos es inaccesible.

3.20. Igual solución sería para el caso de Tamar, nuera de Judá, quien para tener relaciones sexuales con Judá se atavía como desconocida y atractiva sexoservidora con el propósito de seducirlo. Ambos forman parte de la genealogía de Jesús.

3.21. En Juan 11, 11 (26) los apóstoles dicen a Jesús que llegó la noticia de que Lázaro murió. Jesús responde: “Lázaro duerme”. Piensan los Apóstoles que Lázaro quizá no esté tan enfermo, o sea, para nosotros, los apóstoles objetivamente quedaron engañados. Tal vez la frase clave sea la que añadió Jesús: “pero voy a despertarlo”. Es decir, que Jesús no mintió, sino que afirmó algo real cuyo sentido profundo lo entenderían los Apóstoles mucho después.

4. REFLEXIONES SOBRE LOS CASOS PRESENTADOS

4.1. Los personajes bíblicos quedaron justificados porque en sus acciones y palabras mostraron progreso en la virtud, como en los casos de las parteras egipcias y Judit, y la que decapitó a Holofernes, o bien, se les justificó porque fueron inspirados, como en el caso de Rebeca y Jacob. ¿Y nosotros, que no tenemos esa justificación? Nuestra problemática tiene varias soluciones: la del secreto profesional (27) (caso 11); la del mal menor, como la dama que fingió tener sida (caso 8); la restricción mental, como la secretaria que dijo “El licenciado no está” (caso 5), o la de ocultar la verdad a quien no tiene derecho a obtenerla de mí, como la joven que respondió ser virgen (caso 2), o la esposa que negó engañar a su marido (caso 10). Esta última solución es más fácil y general.

4.2. Pero entonces el problema se retrotrae: ¿quién tiene derecho a que el interpelado le diga su verdad? Ése es otro problema y aquí no es el lugar para tratarlo. Me limité a poner ejemplos (casos 4 y 9) de alguien que, a mi parecer, sí tenía derecho a que el interlocutor le dijera la verdad, pero no intenté tocar el conjunto de la doctrina. Y ahora me limito a señalar casos difíciles.

Si en diálogo privado entre esposos uno pregunta a su pareja si le es fiel, ¿tiene el cónyuge derecho a que su pareja le diga la verdad? ¿Papás y mamás tienen derecho a que hija o hijo le diga toda la verdad sobre su comportamiento? ¿Miente quien hace falsa declaración de impuestos? ¿Una superiora religiosa tiene derecho a que sus súbditas le den cuenta de conciencia sobre el cumplimiento o incumplimiento de sus votos? Este último caso lo tiene resuelto el Derecho Canónico de la Iglesia: (28) superioras y superiores religiosos no deben pedir esta cuenta de conciencia a sus súbditas o súbditos. Éstas o éstos pueden ocultar la verdad si son interrogadas o interrogados. Ya ni necesitan descargar su conciencia; pueden ir con el confesor que ellos elijan.

5. CUANDO EL SILENCIO SE ANTEPONE AL MANIFESTAR LA VERDAD

Dejamos de lado el secreto profesional al cual ya hemos aludido. Ahora nos referimos al sublime estadio religioso descrito por Juan del Silencio (29) en su intensa meditación sobre Abraham. Por petición divina ha decidido Abraham sacrificar a su hijo Isaac, por lo que sube al Monte Moriah en largas horas de angustia. Isaac ve que llevan todo para el sacrificio, menos la más importante, y le pregunta a su padre sobre la víctima. Abraham le responde: “Dios proveerá, hijo mío”, o sea, no le da la respuesta directa. Abraham tampoco dijo a Sara ni a sus allegados quién sería la víctima. Juan del Silencio justifica el silencio de Abraham porque éste se encuentra en relación directísima con Dios, una relación en donde encalla lo ético. Esta relación es tan privada que nadie entendería a Abraham; lo considerarían un asesino.

¿Abraham es el único caso? Juan del Silencio piensa que habrá casos parecidos y los nombra caballeros de la fe. Lo ilustra con un joven novio en el mundo pagano. El día de la boda el joven va antes al templo y la novia lo ve pasar y se alegra, pues sin duda el novio va a orar a los dioses. Lo ve de nuevo cuando regresa del templo y lo espera gozosa hasta que aquél pasa delante y, sin decir nada a la novia, se va para siempre. El motivo fue que los dioses le anunciaron al novio que de casarse sucederían grandes tragedias. Se suscita la pregunta de si el novio debe comunicar esto a la novia y Juan del Silencio lanza la pregunta a tres instancias. La instancia estética consideraría cuál podría ser la solución más bella, digna de una novela o de una obra de teatro: el silencio o la comunicación; la instancia ética, mientras tanto, desdeñaría estas consideraciones y exigiría al novio la comunicación, y por su parte, la instancia religiosa se preguntaría primero si la voluntad celeste no le hubiera sido anunciada por un augur, sino por una relación privada y personal. Nos encontramos, por tanto, con la paradoja. Él no podría hablar aunque quisiera.

CONCLUSIÓN

Nosotros no formamos parte de los casos bíblicos ni del estadio religioso kierkegaardiano, sino que formamos parte de la selva. Hemos intentado acotar el problema, pero por lo visto parece que no se puede aseverar de manera tajante que los que saben tienen la obligación de comunicar eso que saben, por más que hayamos afirmado “el saber que no se comunica es ignorancia”. Sin duda, toca hacer un buen discernimiento, máxime en los terrenos social, eclesiástico y político, en los que el pueblo casi siempre, por no decir siempre, tiene derecho a que le digan la verdad.

Un amante que mira con gran afecto a su amada le dice:

—Eres perfecta; no he encontrado en ti ningún defecto, esto es, sí tienes un defecto, pero lo realizas de tal manera que lo conviertes en otra cualidad.

La amada pregunta con cierta indiferencia:

—¿Cuál defecto?

Y el amante responde:

—El defecto es que mientes; pero lo conviertes en cualidad porque mientes divinamente.

BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles, Política, Gredos, Madrid, 1988.

De Aquino, Tomás, Summa Theologiae, s/e, s/l, s/a.

Eco, Umberto, El nombre de la rosa, s/e, s/l, s/a.

García, Félix, Cilleruelo, Lope y Florez, Ramiro, Obras de San Agustín. Edición bilingüe. Tomo xii: Tratados morales, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1954.

Gómez Robledo, Antonio, Política de Vitoria, Imprenta Universitaria, México, 1940.

Kierkegaard, Søren, El concepto de angustia, s/e, s/l, s/a.

La Biblia, San Pablo/Editorial Verbo Divino, Madrid, 1995. Carta de Santiago 2, 25. Efesios 4, 25. Éxodo 1, 15–21 y 20, 16. Génesis 12, 10–20; 20, 1–17; y 27. Josué 2, 1–16. Juan 2, 21 y 11, 11. Judit, 10–16. Lucas 24, 28. Sabiduría 1, 11. Salmo 5, 7; 118; y 142.

Suárez, Raymundo, Valbuena, Jesús y Colunga, Alberto, Suma teológica. Tomo ii: Tratado de la Santísima Trinidad, Tratado de la creación en general, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1957.

1- Cfr. Aristóteles. Política, i, 1, 1253a.

2- Cfr. Antonio Gómez Robledo, Política de Vitoria, Imprenta Universitaria, México, 1940, p. 3.

3- Cfr. El sofista, 263e.

4- Cfr. Arist. Pol...

5- Esta frase es en realidad del romano Plauto, aunque sea citada por Hobbes en el De Cive.

6- Opúsculo De Malo.

7- La exégesis actual no la identifica con el diablo.

8 - Vid. La Biblia, San Pablo/Editorial Verbo Divino, Madrid, 1995.

9 - Vid. Umberto Eco, El nombre de la rosa, s/e, s/l, s/a.

10- Cfr. Søren Kierkegaard, El concepto de Angustia, s/e, s/l, s/a, IV, 2.

11- Cfr. Félix García, Lope Cilleruelo y Ramiro Florez, Obras de San Agustín. Edición bilingüe. Tomo xii: Tratados morales, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1954, p. 531.

12- Cfr. ibid., pp. 610–691.

13- Vid. Raymundo Suárez, Jesús Valbuena, Alberto Colunga et al., Suma teológica. Tomo ii: Tratado de la Santísima Trinidad, Tratado de la creación en general, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1957.

14 - En el siglo XIII Santo Tomás opinó que el culpable tenía obligación de confesar; pero a lo largo de la historia, dada la prepotencia de la policía, se ha impuesto la regla mundial de que el acusado no tiene esa obligación.

15- Es un caso típico de las llamadas mentiras piadosas.

16 - Cfr. La Biblia, p. 70.

17- Cfr. Raymundo Suárez, Jesús Valbuena, Alberto Colunga et al., Suma teológica..., II, II q.110, ad 2.

18- Cfr. La Biblia, pp. 23 y 32–33.

19- Cfr. Raymundo Suárez, Jesús Valbuena, Alberto Colunga et al., Suma teológica..., II, II q.110, ad 3.

20- Cfr. La Biblia, pp. 41–42.

21- Cfr. ibid., pp. 890–895.

22- Cfr. ibid., p. 193.

23- Cfr. Raymundo Suárez, Jesús Valbuena, Alberto Colunga et al., Suma teológica..., II, II q.111, ad 1.

24- Cfr. La Biblia, p. 222.

25- Cfr. ibid., p. 465.

26- Cfr. ibid., p. 225.

27- No es de este lugar entrar en sus condiciones.

28- Vid. Nuevo Derecho Canónico, 1983, Canon 630. Sin embargo, los superiores jesuitas tienen el privilegio de pedir cuenta de conciencia a sus súbditos. El privilegio se funda en el supuesto de que esos superiores tienen excelente formación y de que guardarán estrictamente el sigilo.

29- Pseudónimo usado por Kierkegaard en el libro Temor y temblor.

La ética frente a las relaciones de poder

JORDI COROMINAS

De entrada, la ética y el poder parecen absolutamente reñidos. La ética, que ya tiene nombre femenino, sería como una chica guapa, inocente, ingenua y llena de encantos que se encontraría en uno de los peores antros de México, rodeada de hombres rudos y en donde el más sinvergüenza de todos se le acercaría para decirle en un tono amenazante: “¡Qué hace una chica como tú en un mundo como éste!” A la pobre y cándida ética no le quedaría más remedio, si no tiene una crisis de nervios, que salir despavorida.

La mayoría de los filósofos, desde Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta Freud, Marx y Heidegger, que han defendido planteamientos éticos y mantenido aspiraciones reformadoras y revolucionarias, han pasado por profundas crisis escépticas, una vez que decidieron poner sus pies en el cenagal del mundo. Kant comprobó que su admirada Revolución francesa terminó por guillotinar a los propios revolucionarios, Marx asistió al fracaso de la Comuna de París, Freud vio ahogarse sus sueños de una terapia colectiva de la humanidad en los horrores de la Primera Guerra Mundial y, más recientemente, los revolucionarios del mundo entero contemplaron el hundimiento de la Unión Soviética, la “gran patria del socialismo”. Muchas personas generosas e idealistas de todo el mundo se encontraron, todavía no hace mucho, en Nicaragua o en Haití, desolados y hundidos ante el fracaso de sus aspiraciones morales. Cuanto más grande fue el sueño y el ideal, más profunda la caída. Los fracasos de tantos proyectos nacidos de la Ilustración han mostrado muchas cosas: que fácilmente las víctimas pueden convertirse en verdugos; que muchos revolucionarios en Latinoamérica y en el mundo se convirtieron en “poderosos” empeñados en mantener sus privilegios; que quienes no desean que triunfe la justicia, la libertad y la igualdad disponen de un poder que parece capaz de sepultar los más grandes ideales y a los más grandes idealistas; que los ideales éticos chocan con la realidad de la fragilidad humana... Tarde o temprano podemos observar que el cumplimiento de nuestras obligaciones no parece aportarnos grandes beneficios. Muchas veces a los justos les va mal, mientras que los injustos prosperan. El libro de Job subraya lo bien que les va frecuentemente a los malvados. (1)

Ante una obligación que contradice nuestros intereses nos podemos preguntar siempre: ¿por qué hacer el bien si no trae ningún provecho? Luego está la perspectiva de la muerte: si nuestra vida es breve como la hierba de los campos, ¿por qué no aprovecharla mientras dure? ¿De qué sirve vivir esclavizado por nuestras obligaciones si al final la vida acabará en la tumba? Tal vez sea más sensato decir: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. El poder, el éxito y la fama nos pueden hacer creer que de algún modo somos “inmortales”. Fácilmente nos convertimos en el centro de nuestra propia vida y nos protegemos contra todas las amenazas que nos vienen de fuera. Claro que, finalmente, las protecciones son vanas, pues la muerte siempre acaba triunfante. Pero podemos pasarnos toda nuestra vida como esclavos de nuestro miedo a la muerte, y no sólo eso: el miedo a la muerte nos puede llevar a hacer esclavos a los demás, sometiéndolos a nuestras aspiraciones de seguridad.

Pero tal vez la ética no es una chica tan ingenua y bella como nos la presentan ni el poder es tan malo. Tal vez las cantinas son menos antros que la casa de la ética. Quizás la gran lucha no es contra el mundo, sino contra nuestras ilusiones, contra los ideales que acaban por convertirnos en resentidos. Puede que la ética y la verdadera santidad empiecen allí donde termina la moral, y siempre más allá del bien y del mal. Es lo que tenemos que ver.

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