Kitabı oku: «Apuntes de Historia de la Iglesia 6», sayfa 4

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La población de Irlanda, duramente probada por la política anticatólica de los gobiernos ingleses, permanecerá en su inmensa mayoría fiel a la Iglesia católica. En 1649, por alzarse los irlandeses en favor de Carlos I Estuardo (del que, aunque anglicano, esperaban que hiciese cesar las persecuciones contra los católicos), emprende Cromwell (1649-58) una tremenda campaña de sanguinarios actos de terror. La isla quedará medio despoblada, el culto católico prohibido y expropiadas las tierras (“plantaciones”) de los sublevados para afincar en ellas a los soldados veteranos de Cromwell, sobre todo en el norte (el Ulster). Tales sucesos –comenta Vicens Vives– rompieron la unidad espiritual y racial de Irlanda, y explican muchos hechos de la historia posterior de Inglaterra e Irlanda41.

Pese a todas las persecuciones y medidas legales anticatólicas, los irlandeses logran mantener su jerarquía episcopal. En 1800, para que se integren al Reino Unido se les concede cierta tolerancia religiosa. Tras la caída de Napoleón (1815) surge un gran líder: Daniel O´Connell (1786-1847), que mueve y entusiasma al católico pueblo irlandés en pro de las libertades religiosas y políticas tan coartadas, y sin recurrir a la violencia. El gobierno tory de Londres se resiste a ceder, pero ante el riesgo de guerra civil da finalmente el bill test de 1829 que reconoce la igualdad del ciudadano católico ante la ley. Esto benefició no sólo a los católicos de Irlanda; también, a los de Inglaterra, Escocia, el Canadá y las demás colonias británicas42.

Por otra parte, la tremenda hambre y mortandad de 1845-47 en Irlanda lleva a casi la mitad de su población a emigrar a los Estados Unidos o a Inglaterra. Muchos se afincan en Inglaterra para trabajar en los puertos, minas y tendidos de ferrocarriles, lo que decide en 1850 a la Santa Sede a restablecer en Inglaterra la jerarquía católica, con Wisseman como arzobispo de Westminster y doce obispos sufragáneos43.

En adelante, siguió creciendo el número de católicos de origen irlandés o descendientes, sobre todo en las grandes ciudades industriales inglesas. Aunque pobres, logran con grandes esfuerzos construir sus iglesias, escuelas y hospitales. Poco integrados con la gran sociedad, que les mira con temor y un tanto por encima, van consiguiendo que crezca el número de sacerdotes y religiosos que les atienden, e incluso llegan a enviar misioneros al extranjero –los de Mill Hill– . También la piedad cálida y popular prende entre ellos; en los años 90 se extiende en gran manera la devoción al Corazón de Jesús. Su gran apóstol fue entonces el padre Faber (1814-63), convertido del anglicanismo a ejemplo de John Henry Newman (1801-90), gran teólogo y futuro cardenal, beatificado en el 2010 por el papa Benedicto XVI en la misma Inglaterra44.

Por la evolución de los dirigentes irlandeses (en realidad hacia el liberalismo, común generador de nacionalismos entre católicos por vía romántica, no jacobina45), las relaciones de León XIII con los gobernantes de Inglaterra fueron complejas. Desde Roma se defendían los derechos religiosos de los católicos irlandeses, y a la par se va dando en la isla una preocupante deriva política hacia el nacionalismo con prácticas terroristas (por agravios, viejos y recientes, con los que tratan de ser justificados los atentados46).

Inglaterra, al fin de la Primera Guerra Mundial, deja de ser la potencia hegemónica del orbe, desplazada por los Estados Unidos. Al declive de su poderío político y militar se le suma el de su economía. Pero su problema más grave seguía siendo el de Irlanda, exacerbado durante la guerra mundial. Seguía en pie la propuesta de Londres en 1914 del Home Rule, de una concesión de más derechos. No era aceptada por los republicaos irlandeses del movimiento Sinn Fein (nosotros solos), liderado por Eamon De Valera.

El Sinn Fein declara por su cuenta la independencia, forma un gobierno, y una oleada de terror inunda Irlanda para expulsar a los ingleses. La sublevación en Dublín del Lunes de Pascua de 1916 es dominada al tercer día por el ejército británico. La inutilidad del empeño, apoyado moral y económicamente por irlandeses emigrados a los Estados Unidos, lleva a los moderados del Sinn Fein a aceptar en 1921 el acuerdo que les ofrece el gobierno inglés de Lloyd George de crear el Estado Libre de Irlanda, sin el Ulster, que era de mayoría “unionista”, probritánica desde los tiempos de Cromwell. Aquello, de momento, pacificó notablemente el país47.

La “cuestión irlandesa” había sido durante bastante más de un siglo el “talón de Aquiles” de Inglaterra, su más grave problema político y social, pues a la vez que triunfa al crear su gran Imperio y no es sacudida por revolución social grave alguna (el obrerismo y sindicalismo británicos nunca han aceptado el marxismo), no logra en cambio poner fin a las luchas terroristas que resurgen entre unionistas (que dominan en el Ulster) e independentistas fenianos48.

Cada año, en el Ulster, se repetía la provocadora manifestación de los unionistas (orangistas) que desfilan por las calles de los barrios católicos para recordarles en el día preciso la histórica derrota de Drogheda (1690) por el ejército de Guillermo III Orange49, que no dejaba de saldarse sin muertos pese a la presencia de tropas británicas enviadas por el gobierno de Londres para impedirlo. En este contexto, el terrorismo prosigue por ambas partes hasta casi el fin del siglo XX50. La lucha cesó gracias al Acuerdo de Viernes Santo de 1998, impuesto a ambos bandos –como es conocido– por las cristianas madres de los enfrentados hasta entonces a muerte.

24 Cf. SJ3, 717-741, 914-928; VC1, 136-141; DM, 156-159, 186-191

25 Cf. SJ4, 76s; NH3, 316s; VC1, 337-346, 395-401, 426s; 482s; DM, 290-300, 422-428

26 Cf. NH4, 315-318

27 Numerosos aventureros holandeses, de fuerte credo calvinista y decidido espíritu emprendedor, apoyados a fondo por el Estado y la poderosa banca de Amsterdam, se asientan en las islas del sudeste asiático, en zonas del Caribe, en Sudáfrica, y durante un tiempo en la costa occidental norteamericana. Mientras tanto, los ingleses hacían también grandes negocios en ultramar, pero sin lograr aún dominios de territorios al modo de los holandeses. En la costa oriental norteamericana se fueron estableciendo en los años 1620-1650 colonias de ingleses, en su mayoría puritanos, contrarios al anglicanismo oficial, con grandes dificultades durante tiempo para sobrevivir y consolidar las colonias, la “Nueva Inglaterra”, embrión de los futuros Estados Unidos (cf. VC1, 350-354; DM, 300-304).

28 Cf. VC1, 351s; DM 290-300

29 Cf. VC1, 364-387; DM, 305-316

30 Cf. VC1, 337-346, 395-401; DM, 290-300

31 Cf. VC1, 401-404; DM, 305-316

32 Cf. VC1, 404-412; DM, 387-391

33 Cf. DM, 387

34 Cf. VC2, 64-72; DM, 387-397

35 Cf. VC2, 231-257; FZ, 75-95

36 A muchos lugares llegaba el Evangelio por primera vez. Causas de este trágico retraso por siglos del anuncio del Evangelio por Asia y el interior de África se dieron en la vida de la Iglesia, especialmente en el siglo V en zonas muy indicadas por su situación geográfica para misionar estos continentes (aun antes de aparecer en el siglo VII la casi infranqueable barrera del Islam). Estas causas surgen sobre todo al término del Concilio de Calcedonia (453), dogmático en su doctrina pero al que acompañaron trascendentales imprudencias, graves omisiones disciplinares y un siguiente silencio magisterial de más de 100 años acerca de la espléndida ortodoxia de san Cirilo (“el doctor de la Encarnación”), que permitieron por estas ambigüedades que prosiguiese el nestorianismo y que las multitudes más fervientes del Oriente –de Egipto, Siria y Palestina– se separasen de la Iglesia por incurrir en la tan grave equivocación de pensar que Roma se había vuelto nestoriana (cf. Aps1, 354-358).

37 Cf. VC2, 363s; FZ, 292-312

38 Cf. VC2, 365-369; FZ, 269-279

39 Cf. SJ4, 293-296

40 Así se puede constatar en el extenso y documentado volumen 29 de la colección de Fliche-Martin dedicado a las misiones. Una síntesis preciosa de la inmensa y sacrificada obra misionera realizada en el XIX puede verse en NH5, 373-377

41 Cf. VC1, 344; DM, 295s

42 Cf. JD7, 264-266

43 Cf. NH4, 320-324; NH5, 207-215

44 Cf. NH5, 219-222

45 Van evolucionando los dirigentes irlandeses hacia el liberalismo de la mano de los liberales ingleses, que les apoyan –sobre todo, más adelante, el gran líder whig Gladstone (1809-98) (cf. JD8, 215s)– para alcanzar los reconocimientos políticos y sociales. Sobre los orígenes liberales –no jacobinos sino románticos– de plurales nacionalismos, ver Nota sobre la evolución del romanticismo en Aps5, 109s, y en Aps5, 333-341.

46 Ya en el año 1882 se dan en Irlanda unos cien atentados, con 26 asesinatos (cf. JD8, 225-228)

47 Cf. VC2, 562s; O´BEIRNE RANELAGH, John, Historia de Irlanda, Cambridge University Press, Md 1999, 171-173; SPECK, W.A., Historia de Gran Bretaña, Cambridge University Press 1996, 199-202

48 Cf. VC2, 457s; FZ, 276-279

49 Cf. VC1, 403; Aps4, 44-47

50 Cf. O´BEIRNE RANELAGH, John, Historia de Irlanda, Cambridge University Press, Md 1999, 276-280

3. Francia. Notas sobre su historia anterior a 1914

Sobre la dura situación para los católicos –la mayoría de la nación– a partir de 1879 en que el liberalismo radical se hace con las riendas del poder político se ha hecho ya cierto número de consideraciones en los anteriores Apuntes 5. En este tema nos limitaremos a algunos aspectos.

El gran peso ideológico de Francia en el contexto internacional

La definitiva derrota militar de Napoleón Bonaparte en 1815 no fue impedimento para el triunfo de las ideas sembradas por sus ejércitos por toda Europa. En los años siguientes, las burguesías de Europa irán asumiendo notablemente tales ideas. La imitación de lo francés prende con fuerza por casi todas partes.

Así, al final del XIX y comienzos del XX, pese a que Francia había perdido hacía tiempo la hegemonía política y económica, traspasada a su histórica rival Inglaterra, no obstante, prosiguió ejerciendo un primado internacional en ideas y gustos (en filosofía, literatura, prensa diaria, modas...); y también, por los mismos frecuentes viajes de las altas sociedades del orbe a París, la ciudad de la luz, la capital de la belle époque, embellecida sobre todo durante los años del Segundo Imperio por Napoleón III (1851-70)51.

El espíritu hostil a la Iglesia, encarnado sobre todo en el partido radical francés fundado por León Gambetta (1838-82), será de repercusión universal. En casi todas las naciones latinas, de raíces indiscutiblemente católicas, prende este espíritu entre sus burguesías y alta sociedad, y pronto crean en ellas los homólogos partidos radicales, embebidos en la misma idea de que la tarea de secularizar la vida social de las viejas naciones cristianas ha de traer el gran bien a los pueblos. Muy común fue entonces el viaje a París de políticos radicales de la Europa latina y de Hispanoamérica para recibir consejos e instrucciones. A los pueblos europeos de raíz sajona y nórdica más les afectó y configuró la anterior revolución luterana. No hubo “partido radical” en la Alemania luterana, Inglaterra o los Estados Unidos, ni similar voluntad secularizadora de la vida social. Son diferencias que persisten hasta hoy.

En España, donde no surge una burguesía económica pujante hasta bastante avanzado el XIX, el liberalismo prende ante todo en sus altas aristocracias. La imitación de lo francés se hace presente con fuerza en las Cortes de Cádiz, y luego en el gobierno y alta sociedad isabelinos, con un tono más moderado y ecléctico. Más adelante, a partir de la revolución de 1868, se impone un liberalismo más radical, del que se separará Sagasta, y fue proseguido desde su exilio de París por su adlátere Ruiz Zorrilla. Su discípulo, el joven Alejandro Lerroux (1864-1949), fundará el histórico partido radical español a imagen del francés recientemente creado por Gambetta52.

El Estado Docente y el partido radical

La ideología jacobina francesa tendrá su asiento principal en la Universidad Central de París. Creada por Napoleón, le sobrevivirá por muchos años, y de ella dependerá la entera enseñanza de la nación. Ha sido el alma del “Estado Docente”, decidido a configurar una sociedad secularizada al máximo, ante todo por vía de enseñanza (y también del servicio militar obligatorio). En la misma línea, ejercerá su influjo la prensa de mayor tirada del país, propiedad de la más alta burguesía ya desde los años de su oposición a Napoleón III (1848-70) y a la república “no republicana” (1870-79). Y aún más influirá esta poderosa prensa a partir de 1879, ya con el viento a favor del republicanismo radical en el poder sin casi interrupción hasta 1946, fin de la III República.

En los anteriores Apuntes 5 se ha señalado cómo aquella minoría de grandes burgueses53, que alcanza el poder en 1879, ha ido extendiendo sus ideales para construir una nación sin presencia de la fe en su vida pública. A las altas burguesías de París secundaron las burguesías medias por todo el país (comerciantes, abogados, farmacéuticos, propietarios medianos de tierras...). Estas burguesías son las que engrosarán entonces el principal grupo político de la III República: el partido radical.

El partido había nacido por la decisión de Gambetta de resistir en 1871 hasta lo último a las tropas prusianas que sitian París y provocar una reacción patriótica del pueblo francés como la de 1793 ante la invasión extranjera. El nombre de “radical” lo puso Gambetta por considerar a su partido como el genuino republicano, el consecuente con los principios e ideales de la Revolución francesa, a diferencia de otros liberalismos, “acomodaticios” (en realidad, con la Iglesia), que proclaman los principios de 1789 pero no los aplican con rigor, como sucedió durante la monarquía de Luis Felipe (1830-48), y aún más a continuación de la Revolución de 1848, por la que mucha burguesía liberal, antes más o menos volteriana, vira hacia la Iglesia.

En el curso de su no breve historia, el partido radical pasa por distintas divisiones internas. Con frecuencia carece de mayoría en las cámaras, y necesita para gobernar formar coaliciones con otros partidos republicanos, más conservadores, o con el socialista, adversario declarado del burgués partido radical54, pero éste, invariablemente, une a todos cuando los llama a la lucha contra “el clericalismo”, con la particularidad de que con tal término no se designa lo que propiamente expresa –conducta injusta del clero al abusar de su condición– sino que con él se califica toda actuación de la Iglesia que trascienda o repercuta en la vida pública de la nación55.

Coherente con este espíritu laicista, entre los años 80 y principios del XX, el bloque de izquierda (radicales, oportunistas o republicanos moderados, y también socialistas), “bajo la égida de la francmasonería del Gran Oriente” (como señala Bertier de Sauvigny)56, lleva a cabo (sobre todo desde que Combes en 1902 accede a la presidencia del gobierno) la disolución de las congregaciones religiosas en Francia, la incautación de sus bienes, el cierre de sus tres mil escuelas y la expulsión en los años 1903-1904 de unos 20.000 religiosos y religiosas dedicados a la enseñanza de la juventud.

En vano el ministro de Exteriores de cinco gabinetes seguidos, Delcassé (1898-1905), trata de frenar la aplicación de estas leyes antirreligiosas por contrarias a los intereses internacionales de Francia, sobre todo en las colonias. No lo consigue en la metrópoli, pero sí en gran parte en el recrecido imperio colonial francés, entonces diez veces más extenso que en 1871 (“el anticlericalismo –decía– no es producto de exportación”; los misioneros son “la mejor carta de presentación” de Europa en las colonias)57.

La gran expansión colonial francesa

Desde 1880 el radical Jules Ferry inicia el lanzamiento de Francia hacia la gran expansión colonial, que proseguirán todos los gobiernos de la III República. A partir de Argelia, dominio francés desde 1832, se extiende la colonización hacia Túnez, Marruecos y el desierto del Sahara. Y a partir de sus antiguos establecimientos costeros atlánticos creará dos grandes dominios –el África Occidental Francesa y el África Ecuatorial Francesa– que, unidos al Sahara, formarán un solo e inmenso territorio al tomar la región intermedia del lago Chad expediciones militares enviadas desde Argelia, El Congo y Senegal.

La siguiente expansión –hacia el Este, hacia las fuentes del Nilo– fue detenida en 1898 por el ultimátum del gobierno inglés cuando ya la expedición del capitán Marchand, que cruza África de Oeste a Este, había llegado hasta Fachoda y parecía que alcanzaba el dominio de Egipto, crucial sobre todo desde la apertura del Canal de Suez en 1869. Ante la amenaza de guerra, el gobierno de París retrocede. Entre 1895 y 1907 es conquistada la isla de Madagascar58.


El imperio francés al comienzo del siglo XX

En Asia, desde el dominio de Indochina y el protectorado de Camboya establecidos por Napoleón III, Jules Ferry trata extender la presencia francesa en Annam y Tonkín, lo que provoca una corta guerra con China que concluye con el reconocimiento en 1885 del protectorado galo sobre estas regiones. La construcción de un ferrocarril que desde Tonkín llega hasta a la provincia china de Yunán abre al influjo de Francia, y en especial al de su comercio, una extensa zona59.

El agravamiento de la cuestión social

Al gran auge económico del país durante el Segundo Imperio (1851-70)60, sucede en los años 90 una grave crisis. Los muy numerosos propietarios agrícolas, con el apoyo de los gobiernos radicales, que en gran manera cosechan sus votos, aún logran salir adelante. Pero bastante más grave fue la crisis para el obrero industrial, ya muy numeroso, que percibe, salvo una minoría profesionalmente cualificada, salarios muy bajos, sometidos a la amoral ley de la oferta y la demanda; salarios, de los que un 90% los han de destinar a la comida y el alojamiento. Viven “sin reservas”, en la inseguridad material. Principia entonces a establecerse una seguridad social para la vejez y los accidentes, pero no aún para la enfermedad y el paro. Los gobernantes, a fuer de liberales, son reacios a intervenir en el mundo de las relaciones laborales; una muy extendida falta de sensibilidad social impera en la política.

Surge un movimiento sindical –la DGT– liderado por los obreros más cualificados e instruidos, pero de muy débil afiliación (sólo un 7% ya en 1911, mientras en Inglaterra, de gran tradición gremial, no destruida como en Francia por la Revolución franesa, alcanzaba entonces el 25%). En el Parlamento son representados los sindicalistas por algunos diputados (socialistas, y también radicales) que aspiran a integrar el movimiento obrero en la legalidad del sistema. Pero la gran mayoría de la DGT entiende que las mejoras no han de venir de los políticos; no renuncian a la violencia ni a las revueltas. En muchos pervive el recuerdo de La Commune; prefieren la ideología de un Proudhon o el anarquismo de Bakunin (1814-76) al socialismo legal de Jaurés que, separado de ellos, funda la SFIO, asociada a la Segunda Internacional61.

Nota sobre viejos agravios entre Francia y Alemania

Los antiguos mutuos agravios entre Francia y Alemania tendrán reconocido peso en el estallido en 1914 de la Primera Guerra Mundial. De ello se ha tratado en los anteriores Apuntes62. Aportamos aquí un breve resumen. Es un aspecto clave de la historia de Europa. Drama capital ha sido que los dos pueblos, corazón de la Cristiandad medieval, franco y germano, unidos por una misma fe y un grandioso designio de unidad universal presidida por la soberanía de Cristo y en el seno de la Iglesia, hayan tenido desde incluso algo antes de la quiebra de la Edad Media en el XIV una frecuente relación difícil con los consiguientes enfrentamientos armados.

En el XIV, al prevalecer sobre la fe las distintas razones de Estado de cada una de las naciones, se llegó a la ruptura. Quiebran incluso las “universidades” –así llamadas por acudir a ellas a graduarse estudiantes de toda Europa– al tener que marchar cada uno a su patria, donde cada país se crea sus “universidades nacionales” (términos más bien contradictorios). Permaneció la común fe católica, pero va apareciendo la nación como lo supremo, lo excluyente del otro, que no es lo mismo que el debido amor a la patria. Es el origen de los nacionalismos en Europa. Significativamente, en el Concilio de Constanza (1414-17), que logra acabar con el Cisma de Occidente, las votaciones se tenían “por naciones”, y no por padres conciliares.

La tremenda Guerra de Treinta Años (1618-48), en la que Francia interviene decisivamente en favor de la causa protestante, deja en Alemania muy tristes recuerdos y una enorme humillación por la siguiente supeditación en lengua y modas de la alta sociedad germana a todo lo francés. En el último tercio del XVIII surge la reacción prerromántica del Sturm und Drang de jóvenes poetas y filósofos, entusiastas de Rousseau y afectos al panteísmo de Spinoza, y para los que lo constitutivo de “el pueblo alemán” es un alma única (ein volk, ein geist), “el que le da la vida”. Es un mito que marca trágicamente su historia desde entonces y origen decisivo del nacionalismo germánico, de connotado resentimiento antifrancés.

Deshecha por Francia la unidad nacional germana por la Paz de Westfalia (1648), alcanzará su histórico desquite en la guerra franco-prusiana (1870-71), provocada por el canciller alemán Bismarck para unir en la guerra, por un común resentimiento antifrancés, a los troceados principados germánicos y llevarlos así a la unidad nacional presididos por Prusia.

La derrota de 1871 supuso para Francia la pérdida de Alsacia y parte de Lorena, y quedará como motivo crucial para el futuro enfrentamiento con Alemania en la Primera Guerra Mundial. Cuando el gobierno francés declare en 1914 la guerra, son multitudes, en especial de la alta burguesía, las que se concentran para aplaudirle entusiastamente. En gran manera, aquella guerra y la Segunda Mundial fueron resultado de los nacionalismos europeos encontrados, y cuyas raíces antiguas, propiciatorias de la tremenda llamada “guerra civil europea de 1914 a 1945”, se remontan a la quiebra moral y espiritual de la unidad de la Cristiandad en el XIV.

51 Cf. BR, 323s; MQ, 458s

52 Cf. BR, 337-349; MQ, 405-451; Aps5, 399-440

53 En los años que siguen a La Commune (1871), por sus desmanes y la tremenda siguiente represión, el partido socialista, aunque no fuese el real protagonista de aquella sublevación, tuvo escasa representación parlamentaria; no así, a partir de 1893 en que, guiado por el marxista Jules Guesde y el orador Jean Jaurés consigue ya 50 diputados, aproximadamente un 10% de la Cámara baja (cf. BR, 348s).

54 El auge general de la economía en la época se da de manera muy perceptible en Francia. El Segundo Imperio supuso para Francia un extraordinario crecimiento, que prosigue durante la III República, en especial por el gran impulso que recibe de su recién adquirido imperio colonial.

55 Cf. Aps5, 399-416; BR, 348s; MQ, 423-425

56 Cf. BR, 349

57 Cf. JD8, 706s; BR, 348s

58 Cf. BR, 350-352

59 Cf. BR, 349-350; VC2, 439-441; FZ, 300-303

60 Cf. BR, 320-324

61 Cf. MQ, 428, 460-462; BR, 348

62 Cf. Aps2, 115-130; 177-225, 297-326, 391-438; Aps3, 277-284; 483-487; Aps5, 333, 341

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