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6. Rusia. Notas de historia anterior a Pedro el Grande (antes de 1689)
La común afirmación de que Rusia ha sido hasta el siglo XVIII –hasta Pedro el Grande (1689-1725)– un mundo cerrado, separado política y culturalmente de Occidente, sin casi relaciones con él, requiere cierta matización. Pues es un mundo que por fe y cultura guarda honda vinculación con Occidente. Reconocido eslabón de unión de Rusia con Occidente ha sido durante casi cinco siglos el Imperio Romano de Oriente que, pese a frecuentes graves actitudes antirromanas de la corte bizantina y sus minorías gobernantes, y a la misma separación de Roma en el siglo XI, el cristianismo bizantino fue el gran transmisor de la fe a los próximos pueblos eslavos situados al Norte de Bizancio (o Constantinopla), y más adelante a la inmensa Rusia, en la que arraigará por siglos una sociedad de Cristiandad pese a barbaries y otras inmoralidades. La definitiva caída del Imperio Romano de Oriente en 1453 no hizo mudar la fe de Rusia, sino que llevó al traslado de la principal autoridad religiosa de la ortodoxia de Constantinopla a Kiev; y luego, a Moscú.
Rusia, con el tiempo, adquirirá una inmensa extensión que englobará multitud de pueblos y etnias de culturas y religiones diversas, pero la fe decisiva y mayoritaria, configuradora de la nación, ha sido la de la Iglesia ortodoxa escindida de Roma.
La formación de la nación rusa
Germen de la nación rusa fueron una parte de los pueblos eslavos emigrados hacia Europa en los albores de la Edad Media, establecidos en los inmensos territorios entre el río Elba y los Urales. Los eslavos asentados en el Este de estos territorios eran un mundo tribal, pagano, sin mayores vínculos asociativos, que no llegan a erigir pronto unos incipientes reinos al modo de los bárbaros de Occidente tras la caída del Imperio Romano en el siglo V. Dedicados a la agricultura, laboran tierras notablemente fértiles, pero expuestas durante siglos a la barbarie de las invasiones, principalmente provenientes de Asia, de donde, con fronteras abiertas y llanas, periódicamente acuden hordas de mogoles y tártaros que con terribles saqueos y asesinatos asolan cuanto encuentran a su paso93.
La necesidad de protección y de una mayor estabilidad conduce a la primera configuración política unitaria de los eslavos del Este (los del Oeste: polacos, fineses, magiares, eslovacos... ya se habían integrado antes en una u otra unidad superior a la tribal). Tal unidad se dio en el siglo IX al aceptar ser gobernados por una dinastía de origen vikingo, escandinavo (los Rus), que establecen su capital en Kiev (actual Ucrania) y pronto levantan centros urbanos fortificados para defensa ante las invasiones y para promover el comercio en una ruta que parte de Escandinavia y llega hasta Constantinopla. La vida se hará así más segura y próspera; propició el desarrollo de la agricultura.
Los príncipes Rus ponían como autoridades de las innúmeras aldeas campesinas a los guerreros que las defendían. La necesidad de protección llevó a instituir algo similar al feudo de la Alta Edad Media occidental en que el campesino busca al señor que sea capaz de defenderle a trueque de algunos servicios en las tierras que él gobierna. La nueva institución, incluso, tiende a ser más participativa que el feudo, más parecida al municipio de la plenitud medieval de Occidente, pues cada comunidad rural, para resolver sus asuntos locales, tenía su asamblea o mir (que significa concordia o paz); y los centros urbanos tenían su respectiva asamblea o veche. Pero, las divisiones y pugnas entre aquellas noblezas territoriales, así como las luchas por la sucesión entre los hijos del rey rus cuando fallece, debilitaban con frecuencia la defensa ante los adversarios exteriores94.
Evangelización de los eslavos de Oriente
Las primeras evangelizaciones de eslavos orientales fueron las de los territorios más próximos a la frontera norte del Imperio Romano de Oriente: Bulgaria y las zonas del Sur del Danubio, misionadas a fines del siglo IX por los santos hermanos Cirilo y Metodio95. Más adelante, a partir del siglo X, prosigue hacia el Norte el avance misionero, aunque sin llegar más que a lugares muy dispersos. Al recibir en el 998 el bautismo Vladimiro, rey rus, desposado con una hermana del emperador de Constantinopla, impulsa con gran celo la conversión de su pueblo, que principia por las clases dirigentes y concluirá probablemente en el siglo XV, cuando fue ya evidente que la fe cristiana configura el entero mundo campesino96.
Los misioneros predicadores fueron bizantinos (eslavo-griegos); y en la primera época, también algunos occidentales. No obstante, la liturgia que prevalecerá será la eslava, que se remontaba a los santos Cirilo y Metodio97 (la parte más occidental del mundo eslavo –Polonia, Bohemia, Moravia, Croacia...– fue misionada por occidentales). Aquellos misioneros bizantinos, sobre todo monjes, tuvieron la capacidad de llevar adelante la obra evangelizadora pese a la poca o casi nula relación del patriarcado de Constantinopla con Roma desde bastante antes del mismo conflicto con Miguel Cerulario en 1054; ya desde el tiempo de Focio (858-867)98.
Pese a las desavenencias entre la nobleza rusa, y las aún más graves entre los posibles sucesores a la muerte de cada rey rus, logran todos ellos unirse frente a las tremendas invasiones que de tanto en tanto les acosan. El nuevo vínculo común de la fe refuerza notablemente la unión, y confiere a la autoridad un sentido religioso: no, para ser ejercida de cualquier manera, sino según la ley de Dios, lo cual hace que esta época fuese tan viable99. El historiador Geoffrey Hosking, para hacer más inteligible la época, aporta estos significativos datos:
“En 1143 los ciudadanos de Kiev invitaron a Vladimir de Pereiaslavl, el jefe militar más victorioso de la guerra contra los kipchaks [invasores, nómadas de las estepas] a gobernarlos como gran príncipe. Por sus victorias, Vladimir recibió de Bizancio una corona forrada de piel que significaba que su autoridad procedía de Dios. Fue un gobernante sabio y piadoso, pero también práctico, que creía que debía asumir la responsabilidad personal de todas las obligaciones de la autoridad principesca: la guerra, el orden dinástico y la familia, la justicia, la caridad, el mecenazgo y la observancia de la pravda [la verdad]. Expuso por escrito en una Exhortación dirigida a sus hijos [cómo han de gobernar], no sólo por medio de la fuerza, sino también mediante «el arrepentimiento, las lágrimas y la limosna». Esta combinación de poder por la fuerza y de moral cristiana arraigó como un ideal para los gobernantes de Rus/Rusia”100.
La relación con Roma
Pese a las malas relaciones desde antiguo de Oriente con Roma (en especial por la sucesión de las herejías trinitarias y cristológicas en esta parte del Imperio, impulsadas principalmente por las conveniencias políticas de la corte bizantina, oficialmente católica), la mayoría del pueblo permaneció por mucho tiempo con muy ferviente adhesión a Roma. Sintió enorme consuelo y gratitud por la firmeza de los papas frente a la iconoclastia de los emperadores bizantinos que, proclamándose cristianos, hicieron durante el siglo VIII y parte del IX miles de mártires entre el pueblo sencillo y los monjes por tratar de defender las imágenes y el culto a ellas101.
En cambio, por desgracia, en la época inmediatamente siguiente, a partir de Focio (858-867), hará gran daño al pueblo de Oriente la inhibición de Roma ante el escándalo por el nombramiento por la corte bizantina de sucesivos patriarcas de Constantinopla indignos con los que en cambio se mantienen relaciones casi como si nada grave sucediese102 .
Después de la separación de 1054, el progresivo y largo acoso de los ejércitos islámicos al Imperio Romano de Oriente propició que los emperadores bizantinos intentasen reiteradamente retornar a la unidad con Roma y lograr el consiguiente auxilio militar de los cristianos de Occidente, que en esa época se habían implicado en el gran movimiento de las cruzadas promovido por papas y santos para recobrar los Santos Lugares. No se alcanzó el fin deseado por las cruzadas más que durante un tiempo, y hubo hechos por parte de los cruzados occidentales que no contribuyeron a la unidad con Oriente, como fueron los graves desmanes por ellos cometidos en Constantinopla en 1204103.
La Iglesia en Rusia, muy vinculada históricamente al patriarcado de Constantinopla, permanecerá unida a la Iglesia universal mientras Constantinopla no se separe de Roma. E incluso después de la separación de 1054 –del cisma104 de Miguel Cerulario– persiste en Rusia durante unos decenios la buena relación con los papas, tanto de la jerarquía de Kiev (sede metropolitana y capital del reino) como de los monarcas rusos, pero de hecho se avanzaba hacia la ruptura “de manera incontenible”105. En la escisión no pesó herejía oriental antigua alguna que reviva (de Arrio, Apolinar, Nestorio...), sino la frecuente subordinación desde antiguo, más o menos grave según los casos, de las jerarquías eclesiásticas orientales a la autoridad política; antes, a la de Constantinopla; luego a la de Kiev, y más tarde a la de Moscú106.
Aquel desentendimiento entre Roma y Oriente, con culpas por ambas partes, tuvo por causa principal el antiguo y persistente cesaropapismo de la corte y gobierno bizantinos, tratado de justificar presentando a Constantinopla o Bizancio como “la segunda Roma”107 (por “traslado” a Constantinopla de la antigua capital del Imperio Romano), llamada a dirigir tanto el gobierno civil como el eclesiástico de todo el Oriente cristiano. Tal pretensión (insinuada ya en el mismo Concilio de Nicea, y siempre rechazada por los papas), durante tiempo no apuntó a discutir el primado de jurisdicción del Romano Pontífice sobre la Iglesia universal, pero sí a lograr la primacía eclesiástica de Constantinopla –en realidad primacía de su emperador– sobre las demás sedes patriarcales de Oriente (Jerusalén, Antioquía y Alejandría), de origen apostólico; no, precisamente político108.
En el siglo XV, por un momento pareció que la Iglesia de Oriente volvía a la unidad con Roma por medio del Concilio de Florencia (1437) –hoy en día básico para un verdadero diálogo ecuménico– al desaparecer en él las divergencias teológicas. Incluso fue reconocido por los obispos orientales el primado del Papa sobre la Iglesia. Pero, por desgracia, enseguida quedó el Concilio sin efecto ante la mala acogida que tuvo al retornar los obispos a sus diócesis de Oriente. Luego, ya no quedará tiempo para una mayor reflexión, pues pronto, en 1453, se vino abajo el más que milenario Imperio Romano de Oriente, y aquellas entonces multitudinarias cristiandades, que aún habían resistido durante largo tiempo al acoso turco, pasarán ya a dominio islámico por siglos109.
Así quedaba en 1453 anulada la autoridad del patriarca de Constantinopla sobre la Iglesia en Rusia. En su lugar, se erige el patriarcado de Kiev, y más adelante el de Moscú, como sede primada para los pueblos eslavos no pasados a dominio turco. Y de ninguna manera prevalece el deseo de retornar a la unidad con Roma. Por ello, ya en 1443 había sido destituido de su sede Isidoro de Kiev, un griego nombrado en 1434 por Constantinopla, significado partícipe en el Concilio de Florencia, y favorable a la unión con Roma110.
La invasión mogol (época de la Horda de Oro: 1237-1480)
Tras una época de bastante paz y notable auge comercial, las tribus mogolas de las estepas del oriente de Rusia (lideradas por Gengis Kan, cuyos ejércitos han conquistado China) invaden en 1237 el Rus, muy debilitado por conflictos internos. Saquean, destruyen y asesinan sin piedad. Los sobrevivientes son vendidos como esclavos o para servir en el ejército invasor. El poder mogol –la llamada Horda de Oro por los historiadores– , ante la dificultad de ocupar de modo efectivo la inmensa Rusia, se retira hacia el Sur, al bajo Volga, pero desde allí ejercerá un duro protectorado durante más de un siglo sobre los príncipes del Rus, sometidos a vasallaje y fuertes tributos.
En aquella situación, la Iglesia ortodoxa se fue convirtiendo en la principal institución que aúna a los sometidos al poder mogol (pagano, y más tarde musulmán); y por su parte, el cabeza de la ortodoxia rusa, el metropolita de Kiev, dependiente hasta entonces del patriarcado de Constantinopla, se considerará a sí mismo como el guardián de la integridad del Rus, y quien ha de visitar casi permanentemente las numerosas diócesis.
No obstante, ante la peligrosa cercanía de las invasoras tribus esteparias, son trasladados en 1325 el metropolita y la capitalidad del reino de Kiev a Moscú, convertida ésta desde entonces en el centro de la cristiandad ortodoxa rusa. Los sucesivos metropolitas, en especial Pedro (1308-26) y Alejo (1354-78), venerados como santos, apoyarán resueltamente a los príncipes del Rus en su resistencia frente a los mogoles por la supervivencia de la nación. El príncipe Dimitri logra en 1380 una gran victoria sobre la Horda; pero no definitiva, pues los mogoles no retrocederán hacia Asia hasta un siglo después111.
El monacato en la Edad Media rusa
En la historia de Rusia, el monacato ha sido de extraordinaria importancia. Las primeras fundaciones monásticas surgen a fines del siglo IX, muy vinculadas espiritual y culturalmente a los monjes de Constantinopla. Antes de principiar el siglo XIII se cuentan ya setenta monasterios, dedicados a la oración y al trabajo de colonización de tierras; unos dos tercios, por donaciones de príncipes y nobles para recibir en ellos sepultura y oraciones por su alma; otros, por la directa iniciativa de jóvenes deseosos de practicar la vida monacal. Para todos ellos la invasión mogola supuso un tremendo golpe.
No obstante, en el XIV y XV, de nuevo florecerá el monacato, y ya no como antes, cercano a las ciudades, sino en su mayor parte muy lejos, buscando soledad y silencio. Atraídos por los grandes bosques, se extienden los monasterios desde el norte de Moscú hasta el mar Blanco y el océano Ártico. Gran impulsor de aquel auge fue san Sergio abad, fundador en la mitad del XIV del célebre monasterio de la Santísima Trinidad en las selvas al norte de Moscú, y que llegó a ser el santo más venerado de Rusia. Este monasterio se convertirá en la sede del Patriarcado de Moscú y centro espiritual de la Iglesia ortodoxa rusa112.
La gran devoción a la Virgen y los iconos
Herencia preciosa de la Iglesia bizantina al pueblo ruso ha sido la devoción a la Virgen. El pueblo fiel del Imperio Romano de Oriente resistió con numerosos mártires, y muy acompañado por sus monjes, en las persecuciones decretadas por los emperadores iconoclastas durante más de un siglo; persecuciones, detenidas en el 717 por la emperatriz Irene, reanudadas el 813, y definitivamente hechas concluir por la emperatriz Teodora en el 843.
Durante las persecuciones, muchos pintores de iconos –pinturas sobre tablas– emigran a las orillas del Mar Negro en la época inicial de la gran evangelización de Rusia, que desde el Sur (en especial, desde la primera capital del país: Kiev) se extenderá hasta al extremo Norte. Ellos suministrarán abundantes iconos de Cristo, la Virgen y distintos santos a las iglesias que entonces se construyen, como las magníficas de Kiev de la Dormición de María y de Santa Sofía; y suministrarán también los iconos a las mismas casas de los fieles, como se había hecho tradición entre el pueblo fiel bizantino al esconder en ellas los prohibidos iconos.
Catedral de Santa Sofía de Kiev (s. XIV-XV)
Sello característico de las pinturas bizantinas es su manifiesto propósito de representar a Cristo y a la Virgen María de la manera más espiritual posible (sin mayor preocupación por guardar los clásicos cánones o proporciones de la figura humana), que ante todo mueva a la contemplación (recuérdese a nuestro Greco)113.
Icono Virgen de Vladimir de Kiev
La unidad nacional iniciada con el zar Iván III (1462-1505)
A fines del siglo XV alcanza Rusia su unidad política, que llegará, muy recrecida, hasta el presente. A partir del aún reducido principado de Moscú, Iván III será su primer y decidido impulsor. Reúne varios principados próximos, ligados entre sí mayormente por lazos familiares y por la defensa mutua frente a tártaros y mogoles, para erigir un Estado centralizado al modo de Occidente. Pronto amplía sus límites territoriales: por el Norte hasta el Mar Blanco, y por el Sur y el Este hasta Ucrania y los Urales. Fue el fundador del imperio ruso, que lo concibe como heredero y prolongación espiritual y política del Imperio Romano de Oriente. No renuncia a darse el significativo título romano de “César” (Zar). Crea una corte con todo el lujo y boato de la bizantina, transforma el Kremlin en un suntuoso palacio, y hace construir magníficas catedrales de estilo bizantino.
El matrimonio en 1472 de Iván III con la bizantina Sofía, sobrina del último emperador de Oriente, hizo concebir esperanzas, sobre todo en Roma, y también en las iglesias ortodoxas sometidas al dominio islámico, de una vuelta a la unidad con el obispo de Roma si se restaura el Imperio de Oriente, con capital desde luego ya en Moscú, y si a la vez Rusia se comprometía a defender a Europa del poder turco. La escuadra turca había avanzado entonces hasta la isla de Malta, que resiste al asedio; y los ejércitos otomanos habían llegado por la cuenca del Danubio hasta Viena, a la que sitian en 1529 después de derrotar a los húngaros en Mohacz (1524). Pero Rusia no era aún adversario serio para oponerse a Turquía, ni la misma emperatriz Sofía persistió en el empeño de la unión114.
Moscú, “Tercera Roma”
El gran progreso de la religión en Rusia hizo concebir la idea de que Rusia –“Nuevo Israel”– está destinada, tras la apostasía de los occidentales (así se dio a entender en Oriente, sobre todo a partir de Focio con el pretexto por él promovido de que el “Filioque” del credo latino era un añadido herético a la fe de Nicea) y del gran avance del Islam (demoledor del Imperio Romano de Oriente, y siempre al acecho en las mismas fronteras rusas) a ser la comunidad fiel a Cristo hasta el fin de los tiempos para bien del universo entero. Así lo comenta el historiador Paul Bushkovitch:
El Imperio ruso, que ya a final del XV llega a Siberia, y aún se extenderá más hasta el fin del XIX
“La nueva cambiante situación de la Iglesia y de Rusia exigía una nueva concepción de su papel en el plan divino de la salvación. Había que concebir a Rusia como el nuevo Israel, y a los rusos como un nuevo pueblo elegido con su capital en Moscú... Como Israel, Rusia estaba rodeada por todas partes de enemigos descreídos: los católicos suecos y polacos al Oeste, los musulmanes tártaros por Sur y el Este. Si [los rusos] lograban conservar la fe, evitarían el sino [–la reprobación–] del antiguo Israel hasta que Cristo regresara a la tierra”115.
En este contexto se ha de entender cómo la idea de que Moscú es “la tercera Roma”, formulada por un monje, probablemente a Iván III, pasan a apropiársela los zares para ser a un tiempo cabeza religiosa y política de su imperio. El monje Filoféi hacía al zar responsable de toda la Cristiandad; y si no actuaba con justicia, el fin del mundo estará próximo, pues no habrá una cuarta Roma:
“Si diriges tu imperio con justicia, tú serás un hijo de la luz y un ciudadano de la Jerusalén celestial... Y ahora te digo: ten cuidado y presta atención... Todos los imperios de la cristiandad están reunidos... en el tuyo, aunque dos Romas han caído, la tercera se mantiene en pie y no habrá una cuarta”116.
La teoría de la traslatio imperii, utilizada por siglos por los emperadores bizantinos para desligarse de Roma y asumir ellos la supremacía espiritual en Oriente, servirá también a partir del XVI a los zares rusos con fin similar. Se considerarán los herederos religiosos y políticos del abatido imperio de Bizancio. Proclamarán a Moscú tercera Roma117, con una confusa mezcla de concepciones mesiánicas –de esperanzas de un reino de Dios traído a la tierra por el creyente pueblo ortodoxo ruso118– , y al mismo tiempo con una Iglesia muy supeditada a los poderes políticos (supeditación, en lugar de la protección que en recta teología debe un gobernante cristiano a la Iglesia para el libre y mejor desempeño de su misión). La confesionalidad del Estado, así malentendida, será factor secularizador de la sociedad rusa –sobre todo, de la alta– a no largo plazo (como no dejó de suceder en Francia con el absolutismo de un Luis XIV, o con el despotismo ilustrado del XVIII en naciones europeas aún oficialmente católicas)119.
Iván IV (1547-84). Consolidación de la unidad nacional y sometimiento de la Iglesia
Al fallecer Iván III en 1505, le sucede una agitada regencia, con numerosos asesinatos entre los clanes de los boyardos (nobles que sirven a la nación en el ejército ante las frecuentes invasiones). A la anarquía pondrá fin Iván IV “el Terrible”, coronado como “Zar” por el metropolitano de Moscú en la catedral de la Dormición de María120. Él y su antecesor Iván III son los iniciadores del moderno Estado ruso, creadores de su unidad nacional. Dan una gran seguridad a la nación al acabar con las devastadoras correrías de los mogoles y tártaros asiáticos. Iván IV, sin dejar de recurrir a medios brutales, consolida la obra política de su antecesor121, y a la vez extiende las fronteras del imperio más hacia el Este (Siberia) y el Sur (el Volga y el Caspio).
Iván IV somete a la Iglesia ortodoxa. Depone uno tras otro a los metropolitas que se le resisten, y a Filipo lo hace ahorcar. Se reafirma como primera autoridad religiosa para todo el mundo ortodoxo: el de su imperio, y también el de los cristianos sometidos al sultanato turco. Éstos verán por siglos en los zares de Moscú a sus mejores protectores, que con frecuencia les atienden en sus peticiones de ayuda, e incluso que podrían emprender –como insinúan algunos patriarcas orientales a sucesivos zares– la reconquista de Constantinopla122.
“Entonces –comenta Bushkovitch– , con una economía en buena medida agrícola a Rusia no le faltaban artesanos ni comerciantes. Tampoco era un país de campesinos al borde de la subsistencia, aislados de todos los mercados” (era un país con bastante fáciles comunicaciones por su llanura, no sometido por ello a las características crisis de subsistencias de la Edad Media por la dificultad de acudir pronto con alimentos de un lugar a otro en caso de una súbita pérdida de las cosechas)123.
El agravamiento de la situación del campesinado a partir del fin del siglo XV
La estructura política de aquel primer Estado creado por Iván III y IV no es aún de fuerte centralización, pues junto al zar coexiste una poderosa nobleza que participa en el gobierno de la nación y en la toma de decisiones importantes. Son los boyardos, representados en la Duma o Consejo del Gran Príncipe; muchos de ellos, príncipes de los territorios recién anexados a la Corona, o recompensados por los príncipes con tierras por sus servicios en defensa de la nación. Eran propietarios de inmensas extensiones, y en sus tierras, o en las del Estado, laboraba la mayoría de la población, millones de campesinos; los más, aún libres, con prolongados contratos de arrendamiento124.
Pero pronto empeora la situación del campesinado, pues la corona y los príncipes, para pagar a sus subalternos –funcionarios del Estado, militares de caballería... – , les entregarán tierras en que ya no vigen los antiguos contratos de arrendamiento. Con lo cual se va hacia la servidumbre de la gleba, hacia un claro endurecimiento de la vida del campesino. Bushkovitch señala que a partir de fines del XVI se llega a “un considerable aumento de la clase terrateniente a expensas de los campesinos libres. Esto influyó mucho en los levantamientos que estallaron en las siguientes décadas”125.
Este comentario del historiador ruso coincide en sustancia con la clara advertencia de Jaime Vicens Vives que replica contra la idea tan extendida de que la situación del campesinado europeo mejora sin cesar a partir del fin de la Edad Media. Aporta Jaime Vicens, en síntesis, estas dos importantes precisiones:
1) que en el Occidente europeo existía durante la Edad Media un fuerte campesinado libre, propietario o arrendatario, ya del señor o de alguna institución eclesiástica, pero con contratos por largos plazos y razonables rentas para el propietario, es decir, con condiciones no sometidas a la pura ley de la oferta y la demanda, como sucederá ya en el XVIII y sobre todo en el XIX (en Inglaterra algo antes) cuando por espíritu liberal o capitalista se impongan los contratos al mejor postor, y surja a continuación un multitudinario proletariado campesino; y más tarde, otro industrial.
2) que en el Este de Europa, y sobre todo en Rusia, a partir del final del siglo XV, la servidumbre se endurece. El siervo feudatario pierde el antiguo régimen más paternal del señor, que con sentido cristiano entendía que debe administrar justicia en sus tierras y no disponer de los administrados como le plazca, lo que en gran manera sucederá desde entonces y será sancionado por ley. Así lo expresa Vicens Vives:
“La cristalización de las clases sociales [–es decir, el comienzo de la división de la sociedad en «clases»–] y el desarrollo del capitalismo industrial tuvieron como consecuencia general en el siglo XVIII el empeoramiento de la condición jurídica y económica de los campesinos y de los obreros de Europa. Este fenómeno, que hasta época reciente no ha sido constatado y estudiado, tiene por característica exterior una recrudescencia de antiguos privilegios feudales, que parecían haber caído en desuso. Contraviniendo la antigua hipótesis de la liberación progresiva e ininterrumpida del campesinado europeo, la realidad muestra las inflexiones profundas de esta historia. Una de ellas, como hemos visto126, corresponde a últimos del siglo XV; la segunda es propia del siglo XVIII.
En el Oriente de Europa [y sobre todo en Rusia, como se ha señalado] la situación de los campesinos es realmente miserable... El campesino se halla sujeto al poder omnímodo del señor o del noble propietario del campo. En el curso del siglo XVIII se acentúan y amplían [estas] facultades... Basta decir que en 1765 Catalina II otorgó a los señores la facultad de enviar sus siervos a trabajos forzados, completando un privilegio de la época anterior en que se les confería poder mandarlos a Siberia”127.
“La época de las perturbaciones” (1605-13) y la reconstrucción del país
A los pocos años de la muerte de Iván IV (1584), su hijo y más probable sucesor, Dimitri, es asesinado. Parece que por orden de Boris Godunov, un noble casado con la hermana de Dimitri que llega a gobernar como zar. Enseguida surgen numerosas gentes convencidas de que el desaparecido Dimitri un día ha de volver (fenómeno algo similar al del tan popular Infante don Sebastián portugués, que nunca volvió y durante largo tiempo fue esperado). Al presentarse un “falso Dimitri”, multitudes le seguirán.
Con ocasión de este pleito dinástico aflora el gran malestar de la nación. Rusia se convierte pronto en un caos. Por una parte, la nobleza de sangre (los boyardos) se subleva al ser desplazada en la dirección del Estado por una nueva “nobleza de servicio” del todo sometida al zar. Casi todos los campesinos del centro y noroeste de Rusia pierden su libertad. Pasan a partir de los últimos años del siglo XV de ser propietarios libres, o del paternal régimen de feudo de la Alta Edad Media, a la condición de siervos de la gleba, aunque las leyes no sean muy explícitas al respecto. Para ellos, el perjuicio mayor no es el de no poder marchar a otro lugar sin permiso del dueño –aunque a veces por la noche huían pueblos enteros hacia el Sur– sino los crecientes malos tratos que de él reciben (incluido el de la deportación a Siberia sin posible recurso de apelación) y por desaparecer los antiguos contratos de arrendamiento de largos plazos, sustituidos ahora por recrecidas rentas impuestas por el, con frecuencia, nuevo propietario.
Multitudes de rurales empobrecidos marchan entonces hacia Moscú a protestar, y se les suman cosacos y otros campesinos del Sur, libres, pero temerosos de que en cualquier momento se les convierta también en siervos. Aquel abigarrado ejército llegó casi hasta las puertas de Moscú dirigido por el boyardo cosaco Bolotnikov.
A las luchas internas se sumaron las depredaciones de suecos, polacos y cosacos. Por el hambre, las epidemias y las tremendas crueldades de los ejércitos invasores, se calcula que en aquella época de las perturbaciones mueren dos millones y medio de personas; algo más de un cuarto del total de la población rusa. Cuando parecía que el Estado ruso se sumía en el caos, con Moscú ocupada por tropas polacas, surge la reacción nacional: un ejército ruso en el que figuran grandes nobles y míseros cosacos acaba con la ocupación, y poco después una Asamblea o Sobor elige zar a Miguel III (1613-45), iniciador de la nueva dinastía de los Romanov.
La pasada tremenda experiencia de las perturbaciones, que han dejado al país devastado, mueve a los divididos clanes de la nobleza boyarda a procurar conciliaciones que redundarán en bien de la reconstrucción del país. Crecen la población y la economía. Nuevas tierras son colonizadas en Siberia y en el Sur. Mejoran en gran manera las defensas del país ante el peligro de las invasiones tártaras; sobre todo tras la incorporación al Rus de los cosacos del Don, que serán firme valladar frente a los intentos turcos de invasión128.
Agravamiento de la servidumbre de la gleba
No desaparece la servidumbre de la gleba, sino que se agrava. La legislación anterior fijaba un límite de tiempo tras el cual al campesino fugitivo se le consideraba libre. Por la nueva ley de 1649 podía, en cambio, el dueño reclamar al siervo en todo momento129. Un atenuante al rigor de la nueva ley era la dificultad real de aplicarla al residir la mayoría de los grandes propietarios en las ciudades y rara vez contar con administradores en las mismas aldeas de los campesinos.