Kitabı oku: «La competitividad de la región centro del estado de Guanajuato y valoración de su capital territorial», sayfa 5
la localización del área geográfica,
su tamaño,
dotaciones de factores de producción,
clima,
tradiciones,
recursos naturales,
calidad de vida,
economías de aglomeración provistas por sus ciudades,
incubadoras de negocios,
distritos industriales u otras redes de negocios que reducen costos de transacción.
Otros factores pueden ser:
interdependencias no comerciales, tales como entendimientos, costumbres y reglas informales que permiten a los actores económicos trabajar juntos bajo condiciones de incertidumbre o de solidaridad, asistencia mutua y cooptación de ideas que a menudo se desarrollan en grupos de pequeñas y medianas empresas que trabajan en el mismo sector (capital social).
Por último, según Marshall, hay un factor intangible, “algo en el aire”, llamado “ambiente” y que es el resultado de una combinación de instituciones, reglas, prácticas, productores, investigadores y responsables políticos que hacen posible una cierta creatividad e innovación” (:OECD, 2001, p. 15).
Por su parte, el economista Roberto Camagni, en el año 2009 define el “capital territorial” como el sistema de una variedad de bienes o activos territoriales de naturaleza económica, social, cultural y medio ambiental y específica los bienes o activos de la siguiente manera:
Un sistema de externalidades localizadas, tanto pecuniarias (donde sus ventajas son apropiadas mediante transacciones de mercado) como tecnológicas (cuando las ventajas son explotadas por la simple proximidad a la fuente).
Un sistema de actividades de producción localizadas, tradiciones, habilidades y conocimientos.
Un sistema de relaciones de proximidad localizadas, que constituyen un “capital” –de carácter social, psicológico y político– en el sentido de que eleva la productividad estática y dinámica de los factores locales.
Un sistema de elementos y valores culturales que atribuyen sentido y significado a las prácticas y estructuras locales y definen las identidades locales, elementos que adquieren un valor económico siempre que puedan transformarse en productos comercializables – bienes, servicios y valores – que pueden impulsar la capacidad interna de explotación de las capacidades locales.
Un sistema de reglas y prácticas que definen un modelo de gobierno local (Camagni R., en Capello, Caragliu y Nijkamp 2009, p. 120).
Además, Camagni elabora una clasificación para los elementos del capital territorial de acuerdo con su grado de competencia, a saber: bienes privados y bienes públicos y éstos a su vez los clasifica en bienes tangibles, duros, bienes tangibles mixtos (duros-blandos) y bienes intangibles, los cuales dependiendo de su uso, desarrollo y aprovechamiento alcanzan un cierto nivel de competencia: alta o baja (Camagni, 2009, pp. 121-122). Más adelante ahondaremos en ellos.
La clasificación de Camagni permite la identificación y análisis de los bienes y activos que posee cada territorio y especialmente conocer aquellas interacciones que existen entre diversos factores y descubrir cuáles son aquellas que pueden constituir una fuente de impulso al desarrollo endógeno, constituir su base para el logro de la competitividad.
Es importante señalar, que tanto para el Observatorio Europeo Leader, como para la :OECD y para Roberto Camagni, el capital territorial es mucho más que sólo una lista de activos locales, de hecho, en la perspectiva territorial del desarrollo se subraya que no sólo se trata de un inventario contable, sino de la identificación de especificidades susceptibles de aprovecharse y ponerse de relieve (Observatorio Europeo Leader, 1999, p. 19). Por su parte, como se ha mencionado, la :OECD destaca que el capital territorial también está integrado por activos inmateriales, es decir, por patrones culturales, ideas, relaciones sociales, políticas e interacciones entre los distintos actores de un territorio, a lo que denomina “algo en el aire”, en el “ambiente”. De tal suerte, que lo que tiene cada territorio es distinto, no sólo por las diferentes dotaciones de bienes, sino especialmente por las especificidades del ambiente que ha creado, aquellas que pueden significar un potencial para lograr un mayor desarrollo. Incluso ello lleva a la :OECD a afirmar que “Esto significa que las áreas no solo tienen las ventajas comparativas que David Ricardo señaló (es decir, que son más competitivas debido a los costos relativos de los factores de producción), sino también tienen ventajas absolutas, porque tienen activos únicos” (:OECD, 2001, p. 16). Con respecto a esta afirmación, Camagni, va más allá, al señalar que “Las regiones no compiten entre sí sobre la base del principio Ricardiano de las “ventajas comparativas”, el cual garantiza a cada región un papel en la división internacional del trabajo, sino más bien sobre el principio de Smith, de la “ventaja absoluta” (Camagni, 2002).
Para Camagni, la importancia del capital territorial descansa en que se pueden definir las propiedades de los activos locales, e identificar las potenciales interacciones y sus implicaciones para las políticas de desarrollo. Incluso, anota que el potencial de este concepto reside en el reconocimiento de posibles interacciones entre factores de distinta naturaleza. De tal suerte, que se considera que el “capital territorial” puede desempeñar un papel esencial en el logro del desarrollo de los territorios, en conseguir competitividad en la economía global, lo cual depende de la capacidad de los actores locales para utilizar de manera efectiva sus activos o capacidades, de valorizar sus activos (naturales, patrimoniales, de conocimientos, técnicos, relaciones sociales, patrones culturales, instituciones, etc.).
Sin embargo, Camagni reconoce que el nuevo concepto de capital territorial merece ser examinado más profundamente, especialmente por lo que respecta a sus componentes y significado económico. Para este autor está claro que algunos elementos del capital territorial pertenecen a la misma clase y otros difieren sólo en términos del enfoque teórico de sus proponentes, mientras que otros faltan. Incluso cuestiona acerca de la pertinencia de aplicar la noción de “capital” a algunos de los elementos, porque no implican inversión, o remuneración ni son un factor de producción expresado en términos cuantitativos (Camagni, 2008, p. 37).
Un aspecto importante que el Observatorio Europeo Leader, subraya sobre el concepto de capital territorial, es que éste no es estático, sino dinámico, porque está asociado al proyecto político territorial que los actores locales deben construir, así como a la búsqueda de la competitividad territorial. Además, plantea que para evaluar el capital territorial es indispensable hacerlo en función de la historia del territorio, para comprender el presente, y poder reconocer elementos del pasado con los cuales se pueda desarrollar una estrategia de desarrollo para el momento y con una visión a futuro. Esto último porque los actores locales deben forjarse una visión de futuro de su territorio, en la cual la identificación y ponderación del capital territorial con el que se cuenta se convierte en un elemento clave para desprender estrategias con las cuales se aprovechen las especificidades del territorio, y el uso inteligente de los recursos disponibles.
Razón por la cual, el Observatorio Europeo Leader sostiene que el análisis del capital territorial es fundamental y puede contribuir a descubrir elementos olvidados o descuidados del territorio, que pueden convertirse en factores clave para el proyecto de desarrollo de un determinado territorio. Pero, precisa que no se pueden olvidar los vínculos del territorio con el exterior, porque son elementos determinantes del capital territorial, que pueden llevar a descubrir oportunidades en los mercados, las intenciones de inversiones exteriores, la toma de conciencia de recursos potenciales (Observatorio Europeo Leader, 1999, p. 21).
Camagni también concede una gran importancia al análisis del capital territorial, porque para él
los elementos incluidos bajo el concepto integral de capital territorial, representan el potencial de desarrollo de los lugares, las dotaciones de capital territorial regional en sí mismas plantean implicaciones políticas relevantes, ya que ‘cada región tiene un capital territorial’ específico que es distinto del de otras áreas y genera un mayor rendimiento para tipos específicos de inversiones que para otros, ya que estos son más adecuados para el área y usan sus activos y su potencial con mayor eficacia (2009: 120, citando a la Comisión de Desarrollo Regional de la Unión Europea, 2005, p. 1).
Ciertamente, tanto para los organismos internacionales, como para científicos sociales que han contribuido a la comprensión y definición del concepto capital territorial, éste constituye un factor relevante para el desarrollo de las regiones, para su competitividad.
El capital territorial: desarrollo y competitividad regional
Como puede apreciarse, las regiones se han constituido en los principales territorios a los que se han orientado las estrategias y proyectos de desarrollo territorial tanto en Europa como en América Latina, aunque el paradigma comprende al territorio en distintas escalas geográficas y por ende la aplicación de sus propuestas de acción para el logro del desarrollo en espacios de diferente tamaño. Pero el interés en el desarrollo regional es significativo, por varias razones, entre ellas, la existencia o incluso ampliación de las disparidades regionales, el menor desarrollo que presentan las áreas rurales respecto a las urbanas, porque se han convertido en los actores principales que compiten internacionalmente entre sí, por capital, tecnología y mercados, a causa de la dinámica de la economía capitalista de alcance global; y porque dichos espacios son los más próximos y determinantes para los distintos bienes y servicios que sus poblaciones gozan, tales como: empleo, educación, vivienda, salud), motivos por los cuales, las regiones (aunque también las comunidades) hoy en día se han constituido en la plataforma del desarrollo. Sergio Boisier2 señala, que hay que considerar que estos espacios no son independientes, sino que se articulan entre sí (desde el espacio mundo, el de país, el de las regiones o entidades hasta llegar al ámbito local), en una real jerarquía, sin que ello signifique que los espacios de menor tamaño no puedan gozar de grados de libertad (1999, p. 26).
Precisamente Boisier considera que el potencial de desarrollo de las regiones reside en los vínculos que pueden crearse en los elementos del entorno interno, lo que en realidad significa la capacidad de las regiones de conducir y aprovechar los elementos que tienen para posicionarse mejor en el contexto global, es decir, de ser “exitosas”. Con lo que está planteando el que las regiones deben tomar en cuenta los recursos naturales, los factores económicos con los que cuenta para ser exitosas, pero enfatiza en que no sólo deben considerar esta clase de factores, sino también a los patrones culturales, a las interacciones sociales, a los aspectos psicosociales, es decir, a los recursos a los que se les ha denominado capital social.
De tal manera que Boisier, sin utilizar el concepto de capital territorial, alude a él, puesto que advierte la relevancia que tienen elementos de carácter social, cultural y político, las interacciones entre los distintos agentes que habitan una región y que construyen un entorno interno, lo que la :OECD denomina un cierto “ambiente. Por ello señala la necesidad de identificar y generar nuevo conocimiento sobre esos elementos que pueden contribuir al desarrollo de las regiones, y su obligada valorización (1999, p. 29), afirmación con la cual hace alusión sobre la necesidad de generar conocimiento y valoración del capital territorial de las regiones.
De hecho, Boisier considera que para que las regiones sean “exitosas” es fundamental contar con la información y el conocimiento sobre el territorio, con la base científica del conocimiento sobre los fenómenos del desarrollo territorial, como apunta
en otras palabras, no hay conocimiento más importante que aquel que da luz sobre los factores determinantes del desarrollo. En todo esfuerzo contemporáneo de fomento del desarrollo territorial hay que responder explícitamente a una pregunta central: ¿De qué depende el desarrollo de un territorio en un contexto de economías de mercado abiertas y descentralizadas? Si no es posible responder a esta pregunta, es claro que todo intento de intervenir sobre el proceso latente, a fin de desatarlo o acelerarlo, será un intento azaroso que dará resultado si se tiene buena suerte (1999, pp. 27-28).
El autor responde a la pregunta, afirmando que, para lograr el desarrollo, no es suficiente la obtención de información y de conocimiento sobre los factores causales del desarrollo (desde aquellos relativamente clásicos como los recursos naturales, hasta los de más moderna concepción, como la capacidad de crear progreso técnico) sino que es indispensable la generación de una sinergia entre los factores, es decir, a través de una articulación cohesionada e inteligente de los factores causales. También aclara que en realidad se trata de un proceso complejo y permanente de coordinación de decisiones por los diversos actores del territorio, que debe convertirse en una “matriz decisional” orientada al desarrollo (1999, p. 28). Esta matriz decisional debe convertirse en un proyecto político de desarrollo que advierta las fuerzas endógenas y exógenas del crecimiento y del desarrollo para propiciar interrelaciones dinámicas que beneficien a las regiones (1999, p. 22).
Evidentemente para Boisier no sólo se trata de la generación de información y conocimiento del capital territorial con el que cuentan las regiones, sino de su aprovechamiento por parte de los actores locales, quienes deben emplearlo en la construcción y ejecución de su proyecto político de desarrollo, especialmente en el contexto de la globalización, en el cual los territorios compiten entre sí por el capital y los mercados. Así que, el empleo inteligente del capital territorial puede permitir responder mejor a los actores locales frente a las fuerzas económicas de la globalización, esto es, de manera rápida, flexible, y obtener más ventajas, con otras palabras, ser más competitivos.
Cabe señalar, que de acuerdo con Boisier, el proyecto político de las regiones debe suscitar el desarrollo, entendido como no el privilegio de unos pocos; es el derecho de todos, que se alcanza mediante procesos colectivos basados en el conocimiento, en la asociatividad, en el liderazgo político.” (1999, p. 30), impulsando para ello los factores de crecimiento y desarrollo que posee la región.
Concepción del desarrollo que conlleva el conocimiento y utilización acertada del capital territorial de la región, puesto que esta capacidad de conocimiento, de grados de asociación y ejercicio de liderazgo político supone el aprovechamiento y valoración no sólo de recursos físicos, naturales y económicos, sino especialmente de los ethos de los actores, de los aspectos culturales, psicosociales, las interacciones sociales, en suma, de los denominados capital humano y capital social. Como puede apreciarse, Boisier sin emplear el concepto de capital territorial, hace referencia a la importancia que tienen los activos de las regiones para lograr su desarrollo.
Como hemos visto, Camagni le otorga una gran importancia al capital territorial para el desarrollo de las regiones, pero para comprender cuáles son los factores que él considera clave para el logro de la competitividad regional o territorial, es oportuno conocer la diferenciación que él realiza de los bienes que forman este capital, así como la definición que realiza de éstos, a saber:
1) Bienes y recursos públicos. Aquellos bienes públicos tradicionales, tales como capital social e infraestructura social, recursos naturales y culturales de propiedad pública, recursos ambientales. Bienes que constituyen la base general de atracción del territorio local, y representan externalidades, las cuales permiten mejorar la rentabilidad de las actividades locales. Aunque advierte que estos pueden ser explotados de manera insostenible.
2) Bienes tangibles intermedios, de competencia mixta. Son redes propietarias en el transporte, comunicación y energía; bienes públicos sujetos a efectos de obstrucción de su circulación; bienes colectivos compuestos por una mezcla de bienes públicos y privados como el paisaje urbano y rural, o bienes complementarios que definen un sistema de patrimonio cultural.
3) Capital Fijo Privado y Bienes de Peaje. El stock de capital fijo privado, que es un componente tradicional del capital territorial, que a corto plazo puede permitir tomar ventaja de la ampliación de la demanda del comercio mundial, pero a largo plazo puede ser volátil y móvil. También pueden ser externalidades pecuniarias de naturaleza dura que abarcan bienes de capital de alta calidad o bienes intermedios producidos en el contexto local y vendidos en el mercado.
4) Capital social. Son bienes intangibles de carácter público o colectivo. Se pueden definir como el conjunto de normas y valores que gobiernan las interacciones entre las personas, las instituciones en las que se incorporan, las redes relacionales establecidas entre los diferentes actores sociales, y la cohesión general de la sociedad (Camagni añade que no está suficientemente definida su naturaleza y componentes económicos).
5) Capital relacional. Se puede interpretar como el subgrupo de vínculos bilaterales / multilaterales que los actores locales han desarrollado, tanto dentro y fuera del territorio local, facilitado por un ambiente de fácil interacción, confianza, modelos y valores de comportamiento compartidos. El capital relacional se asemeja al concepto de “medio local”, lo que significa un conjunto de relaciones de proximidad que reúnen e integran un sistema de producción local, un sistema de actores y representaciones, así como una cultura industrial, la cual genera un proceso dinámico localizado de aprendizaje colectivo.
6) Capital humano. Es un activo disponible para que los territorios puedan competir en el ámbito internacional mediante el fortalecimiento de actividades locales y atrayendo las extranjeras. Las teorías del crecimiento endógeno desarrollaron el concepto en modelos de crecimiento formalizados.
7) Economías de aglomeración, conectividad y receptividad. Son bienes públicos o colectivos de naturaleza mixta: duro y blando, son elementos que conciernen: economías de aglomeración –caracterizados por especialización en algunos sectores, tecnologías o filières– economías de distrito, ciudades y distritos industriales. Proporcionan ventajas económicas como la reducción de costos de transacción, externalidades cruzadas, división del trabajo y economías de escala que constituyen una gran parte del capital territorial.
8) Redes de cooperación. Integra activos tangibles e intangibles y produce bienes y servicios tradicionalmente suministrados a través de redes de cooperación públicas / privadas o privadas / privadas. Alianzas estratégicas para Investigación y Desarrollo, para la creación de conocimiento apoyadas por organismos públicos de difusión del conocimiento, que operan en mercado abierto con algún apoyo público.
9) Servicios privados relacionales. Servicios de naturaleza relacional pueden ser proporcionados en su totalidad por el mercado: un ejemplo, cuando las empresas buscan socios externos y proveedores (a través de instituciones financieras o agencias de consultoría especializadas), o en los casos de transferencia tecnológica, asociación y difusión, así como los efectos indirectos de las universidades (Camagni, 2008).
Como hemos mencionado Camagni elabora una clasificación de los componentes del capital territorial que se expone a continuación (ver cuadro 2.1).
Ahora bien, de acuerdo con su taxonomía (en la que establece bienes tangibles, intangibles e intermedios con alta y baja competencia), diseña dos cuadros con una cruz, en uno define los factores tradicionales del capital territorial (que han sido considerados factores determinantes del desarrollo regional) en los esquemas de política regional (capital, trabajo, infraestructura) que denomina la cruz tradicional y en el otro, establece los factores innovadores (procesos cognitivos, la capacidad de trasladar elementos virtuales e intangibles en acciones efectivas, para cooperar e implementar asociaciones público-privadas, en convertir el potencial relacional en vínculos reales entre los agentes económicos) que están relacionados a la lógica de acumulación y que con una sabia explotación pueden constituir un soporte para la política de desarrollo regional, por lo que la llama una cruz innovadora (Camagni, en proceso de publicación).
Con esta cruz innovadora, Camagni le concede una gran importancia a los elementos que él denomina capital relacional, es decir, que reconoce que estos elementos desempeñan un papel clave actualmente para que las regiones logren ser competitivas. De hecho, considera que es indispensable una fuerte relacionalidad para la gobernanza del proceso de desarrollo local, especialmente cuando se trata de la gestión de los bienes de grupo o bienes públicos impuros que pueden ser sujetos de obstrucción o ser aprovechados por comportamientos oportunistas de algunos agentes, por lo que se requieren nuevas formas de gobernanza, de participación e inclusión, para que sean aprovechados por la comunidad local (Camagni, 2008, p. 46).
Camagni señala que, para hacer frente a la cuestión de la sociedad del conocimiento, la política pública en lugar de inyectar dinero público directamente en el sistema de empresas, universidades y centros de investigación (que en general tienen sus propios objetivos específicos) debe apoyar acciones “relacionales”, tales como esquemas comunes y proyectos de producción resultado de la cooperación entre estas instancias que operan en el ámbito local o a escala regional. De manera que su enfoque sugiere una nueva función para los responsables políticos locales o regionales como “facilitadores” de los vínculos y la cooperación entre actores, tanto a nivel regional como a nivel interregional / internacional (Camagni, 2008, p. 47).
Por su parte los economistas Roberta Capello, Andrea Caragliu y Peter Nijkamp (2009), parten de reconocer la importancia que tienen actualmente las regiones en un mundo globalizado, y sostienen que estos espacios geográficos son cada vez más atractivos para el crecimiento económico y la innovación, pero que al mismo tiempo existe una distribución desigual del aumento de la productividad y el crecimiento económico entre ellos en una economía de libre mercado. Para estos autores, las desigualdades regionales (en términos del :PIB per cápita, empleo, desempleo) no sólo se explican por el menos eficiente uso de los factores de producción (capital-trabajo), sino que también pueden deberse a las condiciones de inercia que tiene un sistema regional.
Cabe hacer mención que estos autores toman en consideración la taxonomía del capital territorial elaborada por Camagni, y que ellos sostienen que el desempeño económico de las regiones puede ser el resultado de dos condiciones:
1) de la producción local-regional y el uso de conocimiento apropiado y avanzado (es decir, de su condición cultural-cognitiva); y 2) de la disponibilidad y la implementación efectiva del capital territorial (es decir, las amenidades y condiciones geográficamente localizadas). Capello, Caragliu y Nijkamp (2009, p. 4),
enfatizan que el uso efectivo del capital territorial puede contribuir a mejorar la eficiencia del crecimiento económico, si se tiene una orientación empresarial en la región, es decir, una disposición a la apertura y a la creatividad, una actitud empresarial de búsqueda de oportunidades, de sistemas institucionales locales orientados a responder a los desafíos.
Además, ellos consideran que la gestión del conocimiento y del capital territorial son factores clave para el logro de crecimiento económico y el desarrollo de la innovación en las regiones, porque consideran que si se tiene la capacidad de gestionar la información para identificar y resolver problemas de forma adecuada, particularmente en el ámbito económico, esta capacidad conducirá a transformar la información en innovación y en aumentos de productividad, por medio de la interacción cooperativa o de mercado. Pero destacan que el conocimiento no sólo es resultado de los esfuerzos individuales, sino fundamentalmente de procesos de aprendizaje interactivos que involucran a muchos clientes y proveedores en las cadenas de suministro, que en general el conocimiento es resultado de capacidades que se complementan y que de hecho se convierte en un factor de producción crítico que se suma a la ventaja comparativa de las naciones y regiones, por lo que contribuye a la competitividad regional (Capello, Caragliu y Nijkamp, 2009, p. 4).
Para Capello, Caragliu y Nijkamp, los elementos espaciales que explican las diferencias para captar innovación y convertirla en crecimiento económico entre las regiones son los activos intangibles altamente territorializados con los que cuentan las regiones, particularmente: la confianza local y el sentido de pertenencia territorial. Estos autores aseguran que el crecimiento económico regional no sólo se logra teniendo disponibilidad de capital y mano de obra calificada, sino que es decisivo contar con sentido de pertenencia territorial, confianza local, creatividad y conectividad. Para ellos, el que las regiones posean la capacidad de que sus actores económicos trabajen juntos, bajo principios de solidaridad, asistencia mutua, aprovechamiento de ideas que se desarrollan en pequeñas y medianas empresas, en suma, que tengan la capacidad de construir entornos altamente creativos e innovadores (resultado de la combinación de instituciones, reglas, prácticas, productores, investigadores, legisladores) genera oportunidades de crecimiento económico. De tal suerte, que la capacidad de las regiones para llevar a cabo procesos de innovación y tornarse en crecimiento económico, depende de un uso eficiente de los activos intangibles de los que disponen las regiones.
Estos autores comparten la idea de que el crecimiento regional deriva de la presencia equilibrada de elementos tangibles e intangibles de las dimensiones económica y social (factores de producción, infraestructura, capital humano, capital social –propensión a la cooperación entre los actores–, capacidad de aprendizaje de las personas, empresas e instituciones locales), pero destacan la importancia de la capacidad de los agentes económicos para establecer sinergias y cooperación, así como la disposición de capital real o financiero, los procesos de capacitación de la fuerza de trabajo, el uso de nuevas tecnologías, la difusión de la información y la dotación de infraestructura.
De acuerdo con estos autores, el crecimiento económico de una región y por ende su nivel de competitividad depende no sólo de los recursos materiales de los que dispone, sino también de manera crucial
de la riqueza de elementos cognitivos, o la forma en que los individuos piensan y se comportan. Debido a que el capital es hipermóvil, la competitividad de las regiones depende de los recursos intangibles y su desarrollo. Elementos intangibles relacionados con la cultura y la capacidad innovadora se acumulan a través de procesos lentos de aprendizaje individual y colectivos impulsados por la información, la interacción y las inversiones en investigación y capacitación. Tales elementos son por lo tanto intrínsecamente localizados y acumulativos, incorporados en el capital humano y en las redes relacionales locales, en el mercado labo-
ral y en el contexto local, en consecuencia, son altamente selectivos en términos espaciales (Capello, Caragliu y Nijkamp, 2009, p. 7).
Capello, Caragliu y Nijkamp piensan que ciertos elementos tales como: la creatividad, el espíritu emprendedor, las relaciones de capital social y las economías de aglomeración influyen en la capacidad de una región para lograr rendimientos crecientes, por lo que centran su atención en estos elementos, especialmente en las redes de cooperación, capital relacional y economías de aglomeración. Aunque aclaran que el capital relacional puede diferenciarse del efecto agregado de las redes sociales y de la confianza que se genera con las interacciones socio-
económicas, para lo cual citan a Camagni, quien afirma:
Si bien puede argumentarse que existe un capital social dondequiera que exista una sociedad, el capital ‘relacional’ puede interpretarse como el conjunto de vínculos bilaterales / multilaterales que los actores locales han desarrollado, tanto dentro como fuera del territorio local, facilitado por una atmósfera de fácil interacción, confianza, modelos de comportamiento compartidos y valores (Capello, 2009, p. 9, citando a Camagni, 2008).
Considerando este capital relacional, Capello, Caragliu y Nijkamp (2009) plantean que la proximidad sociocultural, el sentido de pertenencia a una cultura común (que fomenta el entendimiento mutuo, que ayuda a la formación de confianza individual, y con el paso del tiempo a una confianza colectiva) contribuye de manera significativa a formar un entorno socioeconómico más eficiente. De hecho, ellos piensan que la presencia de elementos cognitivos del capital territorial en una región y su alta capacidad de explotar el conocimiento ayudará a lograr rendimientos crecientes en los procesos de crecimiento, esto es, que los elementos cognitivos actuarán como catalizadores para las interacciones económicas.