Kitabı oku: «Kino en California», sayfa 17

Yazı tipi:

Abusos e inquietudes

Aunque todo parecía marchar bien, no dejó de haber ciertas inquietudes y tensiones originadas por los abusos, injusticias e incomprensiones de los soldados y criados hacia los indios, así como por las grandes diferencias culturales entre nativos y recién llegados. Fue Atondo quien dio principio con los abusos cuando pretendió matar a unos indios que habían flechado unos caballos. Al respecto Kino nos dice que…dos indios, hoy día [21 de octubre de 1683], nos flecharon dos caballos. Fueron los flechazos sin notable daño; y, quizás, no más que por ver si los caballos tenían el cuero duro, como el de las adargas que las flechas no las pasan. Se les tiraron dos arcabuzazos al uno de los reos, al tiempo que iba corriendo, huyendo, pero no le dieron. (150) Kino envió una queja al fiscal del rey, quien le dio un fuerte regaño a Atondo. Ya desde La Paz Kino había mostrado su desacuerdo ante las actitudes poco conciliadoras y violentas de los soldados, quienes, a diferencia de los misioneros, querían arreglar las cosas con el uso de la fuerza. Esa disposición violenta de los soldados ya había tenido altos costos para la expedición.

También resintieron estos abusos los indios cristianos que trajeron de la región del Mayo y del Yaqui, en Sonora. Kino fue bastante sensible a estos abusos y los empezó a notar por el caso de los indios Santiago y Margarita:

En 22 de enero, en la cocina maltrataron a un indio llamado Santiago, y se fue de nosotros para nunca volver. También Margarita, una india viuda, mayo, por no haberle querido dar de comer, y por haberle amenazado de azotes, y garrotazos; se fue a hacer noche con los indios gentiles de la cercana ranchería de San Bruno. En 23, los mismos indios vinieron a decir, que Margarita había hecho noche con ellos en su ranchería: el sr. Almirante la mandó azotar y echar en el cepo, quitándola del trabajo en que estaba ocupada en hacer petates para la iglesia, y cuando supe de lo que había pasado, como también por otras partes me constaba de lo poco que se daba de comer a los indios, fui a visitar al sr. Almirante, para que avisara a sus criados, que no maltrataran a los indios cristianos, dándoles ocasión a que se huyeran a los gentiles, que de la misma manera, el vigor de cierta persona en el puerto de La Paz, había dado ocasión a que un grumete se huyera a los guaycuros, con los grandísimos daños que se sabe han sucedido, de pérdida de muchas almas y del puesto.

El señor Almirante empezó a patrocinar los procederes de los criados, y a echar toda la culpa a los indios mayos y californios, y que era menester castigar los delitos de estos indios; y le dije, que yo también estaba en eso; pero que se castigaran en todos los reos, como lo merecían, por cuanto temía no sucedieran otras fatalidades mayores con írsenos los cristianos a los gentiles etc., y después de una hora alcancé dejase salir del cepo a Margarita, y fuera a hacer petates. (151)

El siete de febrero desapareció una cabra de San Bruno. Al día siguiente el pastor a cargo de las cabras identificó al ladrón quien fue apresado mientras se encontraba ayudando en la construcción del fuerte. Se trataba de un indio edu al que Atondo, en castigo, dio 15 azotes con cuero crudo. Con esta acción se molestaron los edues y se fueron de San Bruno. Kino nos dice que fuéronse poco a poco todos los indios aun los que habíamos tenido por muy familiares y meses enteros habían estado sin apartarse de una hora del real: se armaron de arco y flechas como si nunca nos hubieran conocido o comunicado. (152)

A partir de ese momento volvió cierto temor: se desconfió de los indios, aún de los muy amigos, se recogieron todas las bestias, así como las cabras y los carneros y se tuvieron amarradas dentro del real, se doblaron las rondas y número de centinelas y se empezaron a escuchar rumores sobre supuestos ataques al real. También se ordenó que ningún soldado saliera sin armas. Los didius siguieron asistiendo al real, no así los edues quienes desconfiaron de los soldados. En los siguientes días los edues mataron a tres bestias y se robaron una mula, un carnero y una cabra. Además, dijeron que en venganza por los azotes matarían al almirante Atondo, más no así a los misioneros. A pesar de estas tensiones, poco a poco los edues regresaron a San Bruno, y en esto ayudó mucho el que no tenían un carácter tan belicoso ni vengativo.

Sin embargo, las situaciones de abuso se siguieron dando, con su carga de nuevas tensiones. Debido a los abusos y a la poca comida que les daban, el 28 de febrero dos indios mayos huyeron en una balsa de los californios, intentando cruzar el golfo para llegar a Sonora. No lo lograron y reaparecieron en la costa de San Bruno el 5 de marzo. Kino los defendió: Fue el señor alférez Contreras con dos soldados por ellos y los trajo, los pusieron con grillos y colleras en el cepo, procuré interceder no se les hicieran otros graves castigos. (153)

El día primero de marzo 25 didius de la ranchería de San Juan llegaron a San Bruno gritando en son de guerra. No atacaron y entrada la noche se fueron, pero todos los soldados se estuvieron en guardia y nadie salió del real. Para el dos de marzo un grupo de didius de la ranchería de San Bruno atacaron a flechazos al pastor Jacinto, un indio mayo, mientras cuidaba los carneros, cabras y ovejas. Le dieron dos flechazos dejándolo herido. Atondo envió dos soldados que alcanzaron a salvarlo y poco después se recuperó de sus heridas. Este grupo de didius se robó los carneros y las ovejas, hiriendo a diez animales que tuvieron que ser sacrificados. Posteriormente fueron varios soldados a caballo a perseguir a estos indios, pero ya se habían dispersado entre los montes y no lograron nada. Kino comentó lo que ocurrió después del ataque a Jacinto:… Luego que vinieron unos caballos fue el señor alférez Contreras y otros tres soldados a caballo, que encontraron a Jacinto el pastor que venía corriendo mal herido de sus dos flechazos… y dijo le había herido Francisco… luego fueron aun más soldados, pero como los indios naturales todos se habían retirado y huido a lo más alto de los vecinos cerritos, no se pudieron alcanzar con los caballos, solo el señor Pedro Álvarez disparó un arcabuzazo contra los indios, que le pareció haber herido a uno de ellos, a otro que se llamaba Matías y le hallaron sentado: le quería tirar un señor cabo de escuadra pero le detuvo el señor alférez, a quien constaba la poca culpa y malicia de Matías… como a las dos de la tarde, vimos en un cerrito que está en frente del real, dos indios que salieron de unas cuevas, y que cada uno con su envoltorio bien grande, se subieron a la cumbre, y echaron la carga en salvo, empezaron a dar voces y gritos y disparar flechas por el aire hacia el real, y con el anteojo de larga vista reconocimos que eran Francisco el que flechó al pastor, Juan, que llamábamos el Evangelista, que desde el principio cuando llegamos a estos parajes, llevó unos bastonazos de mano del señor Almirante por haber hurtado unos calzones blancos; entre ambos habían venido por estos sus trastes que tenían escondidos en dicha cueva, con señas y gritos indicaban que habían de llamar mucha gente de la tierra adentro que vinieran de guerra contra nosotros; estaba este cerrito como un cuarto de legua lejos del real, y aunque el señor Almirante envió cuatro soldados a caballo por distintos caminos para cogerlos y matarlos, no pudieron dar con ellos. (154)

Gracias a las maneras pacíficas y prudentes de Kino, que ciertamente llegaban a influir en Atondo, los ánimos se apaciguaron y poco a poco volvió la tranquilidad. Tanto edues como didiues volvieron a San Bruno y siguieron apoyando en todo lo que podían. Sin embargo, los abusos continuaron. Uno de los más fuertes se dio el primero de mayo de 1684. Kino nos dice que ese día:… fue un señor soldado a caballo a la mar, a donde halló unos cuantos indios pescadores, y como no era muy amigo de ellos, y también deseoso de salir de esta empresa de la California, no sé lo que tuvo con ellos que vino al galope hacia el real, diciéndonos le habían cercado y querido flechar… el señor Almirante mandó ensillar su caballo y montó en él con otro soldado, y con el que había venido de la costa del mar se salió diciendo que así pudiera ir a matar doce o quince indios como los mataría, fuéronse a toda prisa… y como el señor Almirante y señor soldado que había venido al galope de la mar, encontraron presto con unos pobres indios que no sabían nada que hubiera sucedido algo, a uno le tiró con una carabina el señor y se dijo le había herido; aunque se huyó hacia su ranchería de San Juan, se llamaba Juan, y a otro le tiró un arcabuzazo el otro señor soldado que había venido huyendo de la mar, y con la bala o postas reales le abrió toda la barriga y de más a más le dio varias estocadas grandes con la espada… y mandaban ensillar otras muchas bestias de la caballada, que ya se había retirado al real para proseguir en ir a matar otros muchos, pero fue Nuestro Señor servido se estorbara la ida, como en la ranchería hubo gritería ¿qué alguien quedaba? se huyeron del real todos los indios e indias naturales, chicos y grandes… pero en el ínterin que en la ranchería había un grandísimo llanto de todos cuantos en ella se hallaban por cuanto se estaba muriendo y luego después murió el pobre del arcabuceado, a estocadas y cuchilladas.

Cuando el señor Almirante con los dos soldados volvió al real, llegaron unos cuantos más indios a la ranchería y volvieron a llorar muchísimo, que era lástima oír los muchos gemidos, luego se fueron unos a enterrar su difunto, otros a pasar el río, como de ida para desamparar la ranchería, y nos considerábamos ya sin indios por mucho tiempo y que la fama de este hecho se había de divulgar por muchísimas leguas de la California, con notable horror que nos había de tener quizás por mucho tiempo… Dimos demostración de que nos pesaba la muerte del difunto… entre los demás vino la madre y también la mujer del difunto, ésta se llamaba Ana que solía desde los primeros meses servir al señor Almirante, con mucha fidelidad como esclava en acarrearle todos los días piedras y zoquite para la fábrica de la fortificación… movía compasión el oír a los de esta ranchería de San Bruno contar a unos tres o cuatro que vinieron de la de San Isidro lo que había sucedido, como, a donde y cuando les habían matado a su hermano, que así se llaman los que son de una ranchería y no faltaban entre ellos unos que nos decían a mí y a otros que si no se castigaría al que debía esta muerte, pero tan lejos estábamos de esto, que el señor Almirante tenía por lindo brío y acción varonil, que daba muchas esperanzas de cosas grandes en servicio del rey, el haber sucedido lo que se había hecho… Yo bien avisé desde luego que una acción tan ajena de toda católica caridad como había sido aquella merecía castigo. (155)

La injusticia fue muy evidente, no solo a los ojos de Kino, sino a los de todos los californios, así nos dice Kino que ese día a la tarde rezaron con toda puntualidad las oraciones; pero con mucha dificultad se consiguió que nos trajeran una poco de agua y leña… al ponerse el sol se fueron todos los indios sin que se quedara ni un chico ni grande a dormir en el real y harto extrañaba la Casa de la Compañía no tener ninguno de los ocho o diez pajecitos naturales o más que solían vivir y dormir en ella… se reparó que durmió la ranchería como atrincherada y rodeada de todos sus arcos y flechas que tenían alrededor plantadas en la arena. Advirtió además que, al siguiente domingo, en la misa todos los naturales señalaban al señor soldado que les había muerto a su difunto. (156)

Para estar seguro de la injusticia cometida, Kino investigó bien lo ocurrido: Hoy examiné al muchacho que se llamaba Eusebio, que ayer había ido a la mar con el señor soldado, de lo que había habido allá y si hubo mucha gente, y lo que habían hecho y como, y me dijo él y otros que no hubo sino cuatro o cinco indios para pescar y que uno solo enarcó contra el caballo pero no con ánimo de tirar flechazo ninguno, como lo hacen muchas veces, y si él u otros hubieran querido intentar alguna hostilidad de estas nunca lo hubieran hecho, sin retirar primero sus chiquillos, muchachos y mujeres del real y aunque era un edu que llamamos Felipe que venía a vivir acá, que luego al verle venir al señor soldado se fue a los demás edues, pero que el que se mató no era edu ni sabía nada de cuanto en la mar había sucedido. (157)

Por este y otros abusos el padre Kino ya había enviado quejas a las autoridades y así, el fiscal del rey le dio su reprimenda a Atondo: Con este suceso [refiriéndose al del indio asesinado el primero de mayo de 1684] y otros más, no por esto debe usar de semejantes violencias dicho Almirante, sino atraerles con el mayor alago que se pudiere y más cuando por otra parte confiesa que de su voluntad le ayudan a conducir maderas, traer agua y leña y que se le han agregado algunos a su Real, y de otra suerte se alteraran y harán irreducibles. Y así se debe advertir a dicho Almirante se abstenga de tales rigores sujetándose a la instrucción y leyes que tiene… (158)

Además, le pidió que:… y para que se haga como se debe y con buen tratamiento a los indios, se ha de mandar que dicho Almirante… procure entender las costumbres y forma de vivir de aquellos gentiles y los ídolos que adoran y como se gobiernan… que no se embarace en guerra alguna entre unos y otros indios, ni los revuelva en cuestiones, ni haga daño, ni les lleve cosa contra su voluntad de sus bienes… procure atraer a los indios a su amistad con mucho amor y caridad… asentando amistad con los principales… haga que se les predique con la mayor solemnidad que se pudiere, industriándoles en los artículos de nuestra Santa Fe, usando los medios más suaves para aficionarlos a la enseñanza, sin comenzar desde luego a reprenderles sus vicios, ni quitarles las mujeres ni ídolos, porque no les cause extrañeza, pero después de instruidos se les persuada a que dejen lo que es contrario a la Santa Fe… que los eclesiásticos de esta conversión y pacificación pongan gran diligencia en que los indios sean bien tratados, mirados y favorecidos, sin consentir que se les hagan violencias, injurias ni robos, todo lo cual está así dispuesto en la ley [Leyes de Indias] (159)

Descontentos y enfermedades

Recordemos que desde el día 16 de octubre de 1683 la Almiranta había partido en busca de más apoyos y bastimentos para la expedición, sin embargo los meses pasaron y la nave no aparecía. Los pocos recursos que había traído la Capitana desde el Yaqui pronto se redujeron. La agricultura que empezó a practicarse dio muy pobres resultados y las opciones alimenticias que se presentaron al intercambiar comida con los naturales no fueron suficientes. Por lo tanto Atondo no tardó mucho en racionar la comida, y cuando esto se agudizó empezaron a surgir tensiones entre la gente.

La Almiranta tardó casi diez meses en aparecer, hasta el 10 de agosto de 1684, cuando la situación en San Bruno era ya más bien desesperada, ya que se contaba con un mínimo de bastimentos. Para entonces la Capitana llevaba ocho meses fuera. Las razones de la tardanza de las dos naves fueron esencialmente administrativas y de lentitud en reunir lo requerido.

Los problemas generados por esta situación de abandono empezaron a manifestarse pasada la Semana Santa de 1684. El día dos de abril Kino escribió en su diario: Faltaron en la huertecita de la esclava del señor Almirante, unas cebollas; se mandó inquirir y buscar en todas las ollas de todo el real, y al señor soldado en cuya olla se hallaron las cebollas, le costó toda la tarde estar en el cepo. (160)

El día cinco de abril ocurrió otro incidente relacionado, Kino nos dice que: Hoy, durante el día, hubo no sé qué pendencias acerca de la suma escasez de los bastimentos y raciones que se daban, y a uno le costó bastonazos de mano del señor Almirante; y pues las indias tortilleras estaban cansadas y enfermas sin poder moler, ni hacer para todo el real a siete tortillas al día como de ordinario se acostumbraba. (161)

La falta de alimentos empezó a provocar enfermedades, y ya desde el mes de marzo fue apareciendo la terrible enfermedad del escorbuto, debida a la falta de alimentos frescos que proveen ciertas vitaminas, principalmente vegetales. Esta enfermedad empezó a hacer de las suyas y con el tiempo llegó a afectar gravemente, ocasionando la muerte de algunos de los soldados y sirvientes. Para fines de marzo ya eran no pocos a quienes se les estaban manifestando los síntomas del escorbuto, como la inflamación de las encías y la pérdida de muelas y dientes.

Para colmo, el agua de San Bruno se fue volviendo más salobre y para el mes de abril empezó a llevarse desde el aguaje de San Isidro, sobre todo para atender a los enfermos ya que su número empezaba a crecer.

El día once de noviembre de 1684, los soldados enviaron una carta a don Jacinto Muñoz de Moraza, veedor y contador de la expedición, en donde le advertían que:…la infantería de esta empresa y conversión… decimos que estamos pereciendo de hambre por la cortedad de raciones que se nos está dando; que si almorzamos no comemos… es de advertir que en todo este tiempo no nos han dado vino de ración… pedimos que supuesto que las embarcaciones no vienen sino de año a año a esta costa, que su Excelencia se sirva de mandar se nos pague un año de sueldo por llevar ya devengado casi un tercio. Otro si pedimos a vuestra mereced que se nos dé siquiera libra y media de harina cernida, porque no es bastante una libra, y en los demás bastimentos compártase como vuestra merced fuere servido por la necesidad en que estamos, con cuenta y razón para pedirlo a su tiempo… (162)

A Atondo le empezó a afectar el pésimo manejo burocrático en el envío de los dineros para comprar los suministros, así como las limitantes que le quería imponer el factor real, don Sebastián de Guzmán (oficial real que en las Indias recaudaba las rentas y rendía los tributos en especie pertenecientes a la Corona), entre ellos el poco pago a los soldados. Estos problemas impidieron que la Capitana saliera a tiempo de Matanchel, y así tuvo un retraso de ocho meses, tiempo en el cual llegaron a escasear los alimentos produciendo los problemas ya mencionados.

En una carta al presidente de la Audiencia de Guadalajara, don Alonso de Cevallos, el 13 de diciembre de 1684, Atondo se queja amargamente de esta situación y advierte que: Háyase tan despechada la infantería y tan sin consuelo para lo adelante, por las muchas palabras inoficiosas que gasta en su calculación el factor don Sebastián de Guzmán, que he tenido a gran providencia de Dios el que no se hayan amotinado y hechos dueños de la lancha y el navío y tirado avaran en una de las costas de esa Nueva España, y aunque algunos han meditado hacerse a una e impedir el que no vaya a Matanchel, conociendo los pocos bastimentos que tenemos… y como no fueran los primeros que en estos mares hubieran emprendido semejante traición, me he recelado porque siendo don Fernando Cortés marqués del Valle, (163) envió dos navíos en demanda de estas islas, y por capitán general a un Diego Hurtado de Mendoza, al cual se le amotinaron más de la mitad de los soldados, y con el un navío fueron a parar en tierras de Jalisco, y el general hasta hoy no se sabe de él ni de su navío. Y después de ésta pérdida sucedió lo mismo a Diego Becerra de Mendoza, que fue por capitán de otros navíos y también se le amotinaron los soldados y marineros y lo mataron. Vea V S estando la gente tan despechada, pasando tantas necesidades y esperando otras mayores, sino a sido obra de Dios el que no se hayan amotinado teniendo el peligro de perecer de hambre tan a los ojos y pudiendo emprender con facilidad lo que les pareciere. (164)

En todo esto también afectó el hecho de que pasó más de un año sin que lloviera, lo que propició que fracasara la incipiente agricultura que se practicó, además de que más de uno temió que ante la falta natural de alimentos de los californios, por la sequía, pudieran atacar el real para apoderarse de los caballos y mulas para comérselos. Para el 9 de diciembre de 1684, Atondo le comenta al virrey que: Aquí es continuo el trabajo, poca la gente, la ración corta y de poca sustancia, muchos los indios y la infantería casi sin armas… el riesgo de perecer de hambre es conocido y si Vuestra Excelencia, con su gran providencia, no se sirve mandar que se nos socorra con la brevedad posible, habremos de experimentar el extremo de la necesidad, porque aunque queramos sustentarnos con raíces y con los caballos y mulas que tenemos, como no es mantenimiento conveniente a nuestra naturaleza, hemos de debilitarnos, enfermar todos y morir muchos y entonces estos bárbaros, como no tenemos que darles, forzados del hambre y animados de vernos con tanta flaqueza, podrán hacer lo que no hicieran otros muchos más, si tuviéramos con que mantenernos. (165)

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
1365 s. 209 illüstrasyon
ISBN:
9786078768202
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre