Kitabı oku: «El enviado del Reino», sayfa 2

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Este libro está dirigido, de forma exclusiva, hacia la investigación histórica de la figura de Jesús de Nazaret, expone sus temas, problemas y métodos, y no debate doctrinas religiosas o teológicas. Se divide en seis capítulos que destacan hitos de la investigación.

El primer capítulo trata sobre los orígenes de la investigación acerca de la vida de Jesús y revela el hito originario, la primera reconstrucción histórica de su imagen: la del caudillo religioso que anunció un reino terrenal glorioso para los israelitas. Expone el camino y las motivaciones que, en la época de la Ilustración, llevaron a H. S. Reimarus, profesor alemán de lenguas orientales, a plantearse la necesidad de descubrir el propósito de la predicación de Jesús y las expectativas de sus seguidores, y los resultados que alcanzó su investigación. El capítulo presenta la forma característica en la que Jesús esperaba la liberación política y religiosa de su pueblo movido por la esperanza en un reinado de Dios que llegaría con el fin de los tiempos, una de las primigenias utopías socio-religiosas de la humanidad.

El segundo capítulo valora las fuentes para emprender el estudio de la imagen histórica de Jesús y la separa del culto al Cristo de la fe. A pesar de presentar temas técnicos como la teoría de las dos fuentes de la tradición evangélica y la caracterización de los evangelios como mitos cultuales, dicha exposición le facilita al lector la comprensión de la historia de la redacción y la datación de los relatos evangélicos, el descubrimiento de las comunidades de «cristianos antiguos» en los que estos adquirieron forma, la cuestión de sus autores y el modo en que se valoran hoy en día las fuentes cristianas, judías y romanas respecto a la existencia y la vida de Jesús, empleando criterios de autenticidad histórica. El mayor hito histórico, descrito en este capítulo, es el proceso que condujo de la interpretación sacral del texto de los evangelios a su estudio socio-cultural, gracias al encuadre contextual de la crítica literaria de las tradiciones.

El tercer capítulo expande las fuentes de la investigación a la literatura y cultura judías de la época, incluidos los renombrados Manuscritos de Qumrán y expone la visión judío-galilea de la vida de Jesús. Sobrecoge, en este contexto, descubrir en Jesús al hombre santo carismático, curador y exorcista, al galileo menospreciado, al sospechoso de animar una insurrección y, de manera simultánea, también al enviado del Reino de Dios, esperado con ansiedad por él y por la generación de sus seguidores, hombres y mujeres cuya fe, pensaban, ponía a su alcance un tiempo de salvación profetizado durante siglos. Esta visión constituye un logro relevante de la investigación histórica acerca de Jesús de Nazaret en el siglo XX y uno de sus hitos perdurables.

Ejecutado como sedicioso, degradados él y sus tradiciones proféticas, el cuarto capítulo rememora para el lector contemporáneo los ritos de la antigua religión sacrificial judía, a partir de los cuales sus seguidores elaboraron la explicación de la muerte de Jesús. Explora como hito histórico el significado político-religioso de títulos como «el Cristo», «Elías» y «el profeta», atribuidos en diversas circunstancias a Juan el Bautista y a Jesús de Nazaret; examina la relación entre los dos profetas y expone una visión crítica sobre «la historia de la pasión», el relato que sirvió de base a la composición de los evangelios. Para concluir, discute el enigma de la desaparición del cuerpo de Jesús y presenta recientes hipótesis explicativas.

El quinto capítulo reconstruye y da vida a la revuelta judía ocurrida entre los años 66 y 70 e.c. contra el poder romano. Es decir, el conflicto bélico que culminó en la destrucción de Jerusalén y su Templo, y significó la desaparición de algunas confesiones religiosas del Oriente próximo y la expansión de otras, entre estas últimas el judaísmo rabínico y el judaísmo nazareno7 o mesianista, cuyos seguidores llegaron a ser llamados cristianos. Además, se examinan los relatos acerca de la creencia en la resurrección de Jesús y se descubre su contexto y su sentido en el ideario de los profetas del fin de los tiempos y la restauración de Israel. La imagen de Jesús como profeta apocalíptico, otro hito de la investigación, se revela como aproximación segura a su figura histórica.

Por último, el sexto capítulo se propone recuperar a Jesús en sus propias palabras, en línea con el interés por establecer la autenticidad de los dichos de Jesús, existente desde la antigüedad. Asimismo, presenta el sentido de sus palabras de sabiduría, sus enseñanzas mediante parábolas y sus oraciones, pero a la luz de la mentalidad moderna, secular, y en un intento por alcanzar el estrato de la tradición más cercano a su vida.

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Convenciones usadas para la expresión de las fechas

Se utilizan las expresiones era común (e.c.) y antes de la era común (a.e.c.) para designar siglos, décadas y años. Estas expresiones equivalen a las designaciones cronológicas de origen cristiano antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.).

Fuente de las citas del Nuevo Testamento

De manera general, se prefirió el uso de una sinopsis en castellano de los evangelios que sigue el modelo de las sinopsis en texto griego. Se trata de la obra Sinopsis de los Evangelios, de José Alonso Díaz y Antonio Vargas-Machuca, publicada por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, en 1996. En otros casos, se empleó como fuente la Biblia de Jerusalén, publicada por la Editorial Española Desclée De Brouwer, en Bilbao en 1984.

Fuentes antiguas

Las citas de autores de la antigüedad se hacen de forma genérica, sin especificar una edición en particular. Los autores y obras citadas son los siguientes:

Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica.

Filón de Alejandría, Embajada a Gayo, Sobre la vida contemplativa y Apología de los judíos.

Josefo, Guerra judía y Antigüedades judías.

Justino, Diálogo con Trifón.

Orígenes, Contra Celso.


Notas

1 Mt 1, 16.

2 Raymond E. Brown, Introducción al Nuevo Testamento (Madrid: Editorial Trotta, 2002), Tomo 1, 166-167.

3 John P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Navarra: Editorial Verbo Divino, 1998), Tomo 4, 34.

4 Bart D. Ehrman, Jesús, el profeta judío apocalíptico (Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica), pág. 137.

5 Este concepto, que significa en español «tercera búsqueda», fue propuesto por Stephen C. Neil y Tom Wright en su obra The Interpretation of The New Testament, 1861-1986. En las últimas décadas algunos autores han señalado importantes vacíos historiográficos en esta obra. Ver, por ejemplo, Mauro Pesce. Tre fasi della ricerca sul Gesù storico non sono mai esistite. Un errore storiografico, 2010, academia.edu.

6 Gerd Theissen y Annette Merz, El Jesús histórico. Manual (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2012), 28.

7 Hch 24, 5.

Capítulo 1

El caudillo galileo que anunciaba un reino terrenal glorioso para los israelitas

El comienzo de los estudios históricos sobre la vida de Jesús: las preguntas de H. R. Reimarus (1694-1768) acerca del propósito de Jesús y sus seguidores


Ilustración 1. Fotograma de la película Son of God,dirigida por Christopher Spencer, (2014).

Existe un debate acerca de la imagen histórica de Jesús que estuvo asentado en las grandes polémicas de la filosofía alemana y se recuerda como la «Disputa sobre los Fragmentos»8. En una época temprana de la formación del pensamiento moderno —entre 1777 y 1778—, enfrentó a Gotthold Ephraim Lessing —escritor y dramaturgo alemán, director de la biblioteca ducal de Wolfenbüttel y editor de su revista— con un círculo de teólogos al que se unió el pastor Johann Melchior Goeze, cabeza de la iglesia luterana de la ciudad-estado de Hamburgo.


Ilustración 2. Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781). Óleoatribuido a Anna Rosina de Gasc. Gleimhaus Halberstadt.


Ilustración 3. Johann Melchior Goeze (1717-1786). Grabado de Gustav Könnecke. Bilderatlas. The History of German National Literature.

El motivo del debate surgió luego de que, en la revista de la biblioteca, se publicaran una serie de textos, presentados como «Comentarios a los Fragmentos de un autor anónimo», en los que se sometían a la crítica racional tesis corrientes de la doctrina cristiana. Entre ellas, el carácter revelado de las Escrituras, la fundamentación del Nuevo Testamento en las profecías del Antiguo Testamento (es decir, en la Biblia hebrea del siglo I que incluía la Torá, Profetas y Escritos), la veracidad de los prodigios mencionados en el relato del paso del Mar Rojo por los israelitas y, por último, la verosimilitud y motivación de las narraciones sobre la resurrección de Cristo.

El autor de los Fragmentos —cuyo nombre ocultó de manera deliberada Lessing— se apoyaba en un fino análisis filológico de los textos bíblicos para realizar una lectura crítica de la tradición religiosa. Su método de análisis histórico se sustentaba en preguntas preconizadas por los pensadores de la Ilustración: «¿Sucedieron realmente los acontecimientos? ¿Fueron las circunstancias que los rodearon tal y como se afirma? ¿Sucedieron de forma natural, por la acción de alguien o por casualidad?»9.

Cuando los Fragmentos, publicados por entregas, abordaron el Nuevo Testamento en la publicación de un texto titulado Acerca de la finalidad de Jesús y sus discípulos, el debate alcanzó su momento más álgido y el pastor jefe de la comunidad luterana, Goeze, se decidió a alcanzar una victoria a su estilo; es decir, de forma autocrática. Obtuvo de la corte la revocación del permiso que poseía el director de la biblioteca para publicar sin censura previa y, además, la prohibición de divulgar material sobre temas religiosos: artículos que atacaran «las pruebas de la verdad del cristianismo» no volverían a circular libremente.

Pero ¿qué decía el texto acerca del propósito de Jesús y sus discípulos? ¿Acaso contenía un ataque a la doctrina convencional del cristianismo? Y, además, ¿quién fue su autor? A continuación responderé estos interrogantes, empezando por el último.

El hombre detrás de los Fragmentos

Hermann Samuel Reimarus (1694-1768) fue un erudito graduado en Teología, Filosofía y Lenguas en la Universidad de Jena; profesor de lenguas orientales en el Gymnasium illustre de la ciudad hanseática de Hamburgo —su ciudad natal—, anticuario y figura central de la filosofía deísta en Alemania10. A él se debe la autoría de los Fragmentos, la cual solo vino a confirmarse públicamente cuatro décadas después de su muerte, cuando su hijo entregó a la biblioteca de Hamburgo los manuscritos de su obra11.

La circulación en forma anónima de escritos de pensadores de la Ilustración era frecuente. Así era posible escapar de la censura, en el mejor de los casos, y de la persecución o la cárcel, en el peor. En vida, Reimarus mostró sus trabajos a un número limitado de conocidos y su precaución no fue vana. Las preguntas que se atrevió a hacer implicaban una ruptura con las formas tradicionales del pensamiento religioso y con quienes las empleaban para detentar posiciones de poder. Tampoco fue infundada la cautela con la que procedió Lessing —el editor censurado—, al publicar anónimamente y por entregas dichos Fragmentos.


Ilustración 4. Hermann Samuel Reimarus (1694-1768). Grabado. Staats- und Universitätsbibliothek Hamburg.

El trabajo de Reimarus acerca del propósito perseguido por Jesús y sus discípulos hacía una lectura de los textos evangélicos en la que fue retirado lo sobrenatural, para permitir otra interpretación del escueto acontecer humano. Dio a los evangelios el tratamiento de objetos históricos, el mismo que podía darse a otros textos de la antigüedad clásica, permitiendo examinar su autenticidad y su veracidad; además, consideró a los personajes de los relatos bíblicos y a sus autores como sujetos cuyas motivaciones y circunstancias históricas podían y debían investigarse. Utilizó el Nuevo Testamento como fuente de sus indagaciones y lo contrastó con otras referencias documentales cercanas al tiempo de los acontecimientos, como las conocidas obras del historiador judío Josefo (37-100)12, escritas en el mismo período de formación y fijación de las tradiciones neotestamentarias.

También desarrolló una interpretación de tipo historiográfico acerca del movimiento liderado por el predicador de Galilea, de los motivos de su credo religioso y sus actividades. De ella comenzó a emerger, por primera vez, una figura histórica plausible del mesías de los Evangelios, Jesús de Nazaret, y un relato diferente de las tensiones que rodearon su vida y la de sus discípulos.

¿Por qué Jesús proclamaba que el Reino de los Cielos estaba por llegar?

Reimarus detuvo su atención en un acervo de tradición sobre la actividad de Jesús de Nazaret que aparece en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas): el anuncio de la llegada inminente del Reino de Dios, al que acompañaba un llamado vehemente a la conversión del pueblo; es decir, a una adhesión irrevocable a las leyes religiosas ancestrales de su comunidad. Este anuncio es el eje central de su predicación antes de la subida a Jerusalén y el argumento de un buen número de sus parábolas.

En sus Fragmentos, Reimarus se dedicó a indagar el significado que pudo tener este anuncio y halló un estadio previo de tradición referido a Jesús, una veta de material histórico que supo diferenciar del resto de la enseñanza transmitida por sus seguidores en las cartas de Pablo y en los evangelios.

Fue en esta tradición textual donde encontró señales que conducían al hombre y a sus propósitos originales. En ella se afirmaba que, al comienzo de su predicación, Jesús recorrió Galilea —una región al norte de Israel situada entre el Mar Mediterráneo y el lago de Genesaret, gobernada por el etnarca Herodes Antipas, nombrado por el emperador romano Augusto— y convocó a doce discípulos, instruyéndolos para que difundieran una advertencia de corte profético: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca». Jesús les dio normas detalladas, mencionó que el día del Juicio caería con rigor sobre las ciudades que no los recibieran ni los escucharan, y les aseguró: «No acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre»13.

Reimarus se planteó los siguientes interrogantes: ¿A qué propósito servía esta predicación? ¿Qué objetivos perseguían Jesús y sus seguidores con ella? Su respuesta a ellos constituye una muestra del pensamiento ilustrado del siglo XVIII en Europa y permite apreciar el nacimiento de un cambio radical en la manera de concebir la imagen de Jesús de Nazaret desde una perspectiva histórica, que está consignada en un pasaje central de sus escritos:

Si fuera verdad que el objetivo de Jesús era que todos los hombres creyeran en él como un salvador espiritual [...] y que con su muerte y sufrimiento deseaba salvar a la humanidad, aunque sabía que los judíos no esperaban un salvador de esa clase y no tenían otra idea que la de un liberador de Israel que los librara de la servidumbre y que construyera un reino terrenal glorioso para ellos, ¿por qué, entonces Jesús envió a anunciar en todos los pueblos, escuelas y casas de Judea que el Reino de los Cielos estaba por llegar? Lo cual significaba que el reino del libertador o mesías estaba por comenzar. Él sabía que el pueblo iría tras un rey terrenal […] a menos que recibiera otra enseñanza diferente sobre esta buena nueva que aquella que había aprendido de acuerdo al significado generalizado de estas palabras. ¿No ha debido Jesús esforzarse primordialmente, con la ayuda de sus apóstoles [...] en desterrar la ignorancia de sus burdas ilusiones y, en cambio, dirigir su fe, su arrepentimiento y su conversión hacia la dirección correcta? [...] Pero Jesús no les transmitió otra idea acerca de él [...] debió tener total conciencia de que, ante el anuncio de la venida del Reino de los Cielos, solo podía despertar en los judíos la esperanza de un mesías terrenal; por consiguiente, este debió haber sido su objetivo al tratar de abrir sus ojos [...] Es evidente que los discípulos, tanto antes como después, conservaron la ilusión o la creencia en él como un mesías salvador de Israel, y no se convirtieron a ningún otro [...].

No se puede justificar esta acción de Jesús de otra forma. Enviando a estos misioneros, él no pudo tener otro objetivo que levantar en todas partes de Judea a los judíos, que llevaban tanto tiempo gimiendo bajo el yugo romano, y que se venían preparando para la esperada liberación, e inducirlos a acudir en bandadas a Jerusalén14.

Aunque en la actualidad es usual hacer una interpretación de la expresión «Reino de los Cielos» como una realidad inmaterial —ya que «de los Cielos» equivale a lo no terrenal—, los historiadores contemporáneos la entienden como una expectativa más acorde a un gobierno efectivo de Dios, comprensible a la luz de enseñanzas judías muy antiguas15. Sucintamente, esta proclamación profética anunciaba el establecimiento de un orden nuevo: un reinado de Dios traído por su acción poderosa que pondría fin al tiempo corriente para dar cumplimiento a la restauración del pueblo de Israel, prometida a través de sus profetas y consignada en múltiples escritos. Dicho reinado sería real e instauraría un orden social en el que los valores ordinarios del mundo se invertirían, sería visiblemente más justo y, además, en lo político y religioso, daría cumplimiento a la aspiración del pueblo hebreo de alcanzar una forma de gobierno teocrático soberano, libre de la opresión extranjera, que lo colocaría sobre las otras naciones.

Un vistazo rápido de la realidad política de Palestina permite apreciar el carácter potencialmente sedicioso de esta proclamación profética que convocaba la deslealtad hacia el poder establecido y justificaba la insubordinación, así no estuviera acompañada de un llamado directo al levantamiento, como sucede en los relatos neotestamentarios conservados. Para la época de Jesús —durante el primer tercio del siglo I de la e. c. (era común)—, el dominio de Roma se había establecido en Palestina casi un siglo atrás. Galilea, como se ha dicho, era gobernada por un rey menor nombrado por el emperador, y Judea era una provincia sujeta a un prefecto romano, vecina de la provincia imperial más antigua: la de Siria. Este sistema de gobierno romano, a pesar de que conservaba una dinastía sacerdotal judía con poder en el Templo de Jerusalén, no se acomodaba al ideal profético.

Cuando Reimarus se preguntó por qué Jesús proclamaba que estaba por llegar el Reino de Dios, buscó una interpretación verosímil, acorde con su época, de cuáles fueron los objetivos que pretendía en su predicación, de las razones que tuvo el llamamiento de sus discípulos y de su notable influencia entre las multitudes. Esta búsqueda ofrece claridad acerca de la genuina identidad de Jesús. Para el autor, el predicador galileo se entiende primordialmente como un mesías de Israel, como un caudillo religioso que buscó, como otros, el establecimiento del reinado de Dios prometido a su pueblo.

La investigación de Reimarus sacó a la luz, en la tradición textual del Nuevo Testamento, un proceso de cambio de ideario que es posible reconocer y rastrear por cualquier lector cuidadoso. Pablo y, después de él, los autores de los evangelios desarrollaron un sistema religioso en cual el predicador de origen galileo, crucificado por orden de la autoridad romana e instigación de la aristocracia sacerdotal, fue presentado como Jesucristo resucitado: el Señor. Un hombre al que aplicaron los títulos del mesías esperado por Israel —si bien de una forma nueva, aceptable solamente por algunas fracciones de la comunidad judía—, de hijo del hombre según la tradición del libro de Daniel y de Hijo de Dios o Salvador de toda la humanidad. Sin embargo, afirma Reimarus, el ideario original que movió a sus discípulos a seguirle y al que pertenece la figura histórica de Jesús, podía encontrarse aún en el texto de los relatos evangélicos: la promesa y la expectativa de un reino judío terrenal del que ellos mismos serían parte.

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336 s. 28 illüstrasyon
ISBN:
9789587845501
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