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GABI, UNO DE LOS NUESTROS

Este libro es un libro escrito desde el punto de vista de un aficionado loco del Atleti. De uno que la mayoría de las veces reconoce a sus semejantes a primera vista. Mentalmente clasifico en diferentes categorías a los seguidores rojiblancos, y podría hacerlo con los de los otros equipos en función de su implicación con el club.

En el hasta hace poco nuestro capitán, Gabriel Fernández (Madrid, 10-7-1983), reconozco, como diría un italiano, a «uno di noi» (uno de los nuestros). Y lo hago por muchos motivos, pero uno de ellos es el reconocimiento que hizo de que el momento más emotivo de su carrera como jugador del Atlético de Madrid había sido la vuelta de la semifinal de la Liga de Campeones de 2017 frente al Real Madrid al que ganamos (2-1), pero ante el que caímos eliminados. El capitán ha señalado que, aquella triste noche, la afición le dio una lección aguantando hasta el final del encuentro en una noche infernal. El último partido internacional en el Vicente Calderón, en el que para despedir al Atleti se abrieron los cielos y nos cayó encima una de las mayores trombas de agua que el viejo coliseo de la ribera del río Manzanares recordara. Adiós, Calderón adiós. ¡Y qué adiós! Varios amigos atléticos piensan asimismo que aquel fue el momento más memorable de su vida futbolística. Igual que Gabi.

Evidentemente, los méritos de Fernández para estar en el cuadro de honor de los jugadores rojiblancos no empezaron aquella noche del 10 de mayo de 2017. Canterano, un año mayor que Fernando Torres, llegaría al primer equipo más tarde que el número 9 y dejó el club en el mismo momento, en el verano de 2018, tras ganar la Liga Europa en Lyon (3-0) al Olympique de Marsella con un tanto del capitán, el tercero ya al filo del final del encuentro. También llovió aquella gran noche de Lyon.

Gabriel debutó en el Atleti en la temporada 2003-04, el 7 de febrero en Mestalla, y fue cedido la siguiente al Getafe, donde tuvo de técnico a Quique Sánchez Flores. De regreso al Vicente Calderón, estuvo dos temporadas más y en la 2007-08 firmó un contrato con el Real Zaragoza, club en el que permaneció y del que fue líder a lo largo de cuatro temporadas.

Regresó en 2011 con el entrenador de su debut, Gregorio Manzano, de nuevo en el banquillo colchonero para firmar uno de los periodos más destacados de la historia con siete títulos en siete años si le incluimos en la Supercopa de 2018. La Liga de 2014, la Copa del Rey de 2013, de la que será imposible olvidar su imagen con la bandera del Atleti en el centro del Santiago Bernabéu; dos Ligas de Europa, en 2012 y 2018; una Supercopa de Europa, en 2012, y una Supercopa de España, en 2014. Todos ellos con Diego Pablo Simeone al frente de la plantilla.

Desde luego que la Supercopa continental ganada al Madrid en Tallin también es bastante suya, aunque acababa de dejar la disciplina rojiblanca. Y como se la merece y el libro lo escribo yo, pues hago esa trampilla.

Resulta incomprensible que Gabi no fuera convocado para disputar el Mundial de 2014 en Brasil tras el temporadón que hizo aquel curso y la extraordinaria final de Lisboa, donde parecía que hubiera cinco jugadores del Atleti con el 14 sobre el césped del estadio Da Luz. Y más increíble que no debutara a lo largo de su carrera con la selección nacional.

El protagonista de este capítulo se despidió del club de su vida el verano de 2018 para jugar en el Al-Sadd de la Liga de Qatar y recibió un homenaje de la afición y de la entidad el 22 de diciembre de 2018 después del encuentro con el Espanyol bajo una pancarta que decía «Capitán y referencia».

A pesar de sus títulos, de su palmarés, de las banderas en el Bernabéu, de los abrazos y homenajes, cuando se le pregunta por «su momento atlético», contesta que fue aquella noche de tormenta en el Calderón. Aquella en la que aprendió qué es de verdad ser «uno de los nuestros». Una noche en la que no pudo ser una casualidad que el cielo se abriera sobre nuestras cabezas.

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MILINKO PANTIC, SANTO Y SEÑA DEL DOBLETE

Milinko Pantic, uno de los símbolos del doblete de la temporada 1995-96. Para los que piensan que el doblete es un bar que había en el fondo sur del Vicente Calderón o que debido a su edad no lo saben, con esta palabra se denomina la consecución de la Liga y la Copa del Rey por primera vez en los entonces 93 años de vida que tenía el club.

«Sole» Pantic, que metía goles a balón parado y nos salvó la cabeza de cabeza en una tarde de abril de 1996 en el estadio de La Romareda, en Zaragoza, en una prórroga agónica, ante el Dream Team de Johan Cruyff y de Pep Guardiola. Con la testa y a pase de Geli. El hombre de la derecha precisa metió el gol de su vida de cabeza. Paradojas colchoneras. Otra más.

El centrocampista, nacido el 5 de septiembre de 1966 en la ciudad serbia de Loznica, llegó en la pretemporada del verano de 1995 de la mano de otro serbio, Radomic Antic (ver capítulo 30), también vinculado como jugador y técnico a uno de los grandes clubes del fútbol balcánico, el Partizán de Belgrado.

Procedente del Panionios griego, el nombre del nuevo 10 rojiblanco no decía nada a la afición española e, incluso, él mismo ha reconocido que hubo gente que pensó que se trataba de un familiar que su paisano y entrenador había «colocado» en la plantilla. No vivía el club sus mejores momentos deportivos y la afición no salió precisamente a la calle a vitorear a aquel centrocampista del que apenas tenía referencia.

Los años anteriores, el Atleti había estado más cerca del descenso que de lograr una plaza en las competiciones continentales: en la temporada 1993-94 se había clasificado duodécimo y en la 1994-95, decimocuarto. En aquellos años en los que los jugadores y los técnicos entraban y salían sin pena ni gloria y con tres temporadas ya desde el último título, la Copa del Rey de 1992, nadie podía imaginar lo que estaba a punto de suceder.

Y en ello tuvo un papel determinante Pantic.

El centrocampista de Loznica, acompañado por la gran calidad de los Caminero, Simeone, Kiko y Vizcaíno, entre otros, fue uno de los ejes del centro del campo en la medular rojiblanca, uno de los que tomaban las decisiones y que con su extraordinaria pierna derecha servía saques de esquina y faltas a diestro y siniestro. De esos que ven las cosas antes que los demás y que es la mejor ayuda de un entrenador, en este caso de Antic, gran aficionado al ajedrez. Algo tendrían que ver su táctica y estrategia a la hora de sacar un gran partido a cada peón, caballo o alfil de una plantilla corta. El equipo logró aquel curso del doblete casi la mitad de sus goles en jugadas a balón parado.

La temporada siguiente, la escuadra regresó a la máxima competición europea con toda la ilusión del mundo después de haber conseguido un hito en su historia. La base del conjunto de la campaña 1995-96 permaneció en el club bajo la dirección del serbio e hizo soñar a los aficionados con la consecución de la Copa de Europa. Sin embargo, tras una gran fase de grupos, el club de la ribera del Manzanares caería en una noche aciaga frente al Ajax en la prórroga y tras fallar Juan Eduardo Esnáider un penalti en la vuelta en el Calderón que nos dejó fuera en cuartos de final. Yo creo que aquel día empezó un declive que nos condujo a Segunda en 2000.

Uno de los mejores recuerdos que quedan de aquella competición continental tiene también como protagonista a Pantic, quien en Dortmund marcó otro tanto histórico. En este caso no por ser decisivo como el de La Romareda, sino por la belleza del mismo. Fue en la cuarta jornada de la fase de grupo cuando el Atleti visitó Alemania. En una falta que le habían hecho a Toni Muñoz en la banda izquierda, y a dos metros del área del Borussia, Milinko colocó la bola al segundo palo de forma magistral para culminar la remontada iniciada minutos antes por Roberto Fresnedoso y finalizar con una victoria ante el campeón alemán y a la postre campeón europeo en 1996. Siempre quedará el consuelo de habernos impuesto en su campo al vencedor de la competición.

Pantic, una persona orgullosa y que habla seis idiomas, dejó el club en 1998 y se hizo cargo del filial en 2011. Su calidad y, sobre todo, su humildad y compromiso son recordados en cada partido, antes en el Calderón y ahora en el Metropolitano, con un ramo de claveles que deja Margarita Luengo (ver capítulo 42) junto a un córner del fondo sur. Y pobre del que lo toque.

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VICENTE CALDERÓN NO FUE SOLO UN ESTADIO

Vicente Calderón es uno de los presidentes que han marcado la historia del club. Un hombre que modernizó la entidad, la llevó a sus máximas cotas deportivas y terminó las obras del estadio que durante 51 años fue la casa del equipo y llevó su nombre, si bien en sus primeros años el recinto se denominó del Manzanares.

Don Vicente estuvo al frente del club en dos ocasiones y en las dos se hizo cargo del Atleti en una situación precaria. Cual «señor Lobo» —que resuelve todo tipo de problemas—, Calderón tuvo que dirigir la entidad en dos momentos muy complicados.

Su primera etapa le llevó a vivir parte de sus mejores años, la que empezó en 1964 y finalizó en 1980, y en la que se enfrentó a numerosos problemas para terminar la construcción del Manzanares que sustituiría al antiguo Stadium del Metropolitano, un recinto que se encontraba entre el final de la avenida de la Reina Victoria y la zona de los colegios mayores de la Universidad Complutense.

Calderón solventó problemas administrativos y económicos para que el Atleti se mudara de estadio; entre otros, tuvo que pelear para que una parte de las tribunas ya levantada no tuviera que ser derribada debido a un contencioso por unos problemas de canalización y cimentación.

En esos 26 años, el Atleti dio un salto de calidad que explica parte de lo que es ahora. No solo por los títulos, sino porque Calderón fue un presidente que, sin duda, se adelantó a su tiempo y vio como nadie la profesionalización en todos los aspectos que estaba a punto de llegar a este deporte. Finalizó y respaldó un estadio con todas las localidades de asiento, instauró una gestión empresarial, se fijó en el mercado de jugadores de América, fomentó los viajes masivos de socios a partidos importantes fuera de Madrid y, en fin, hizo más grandes a los colchoneros.

En esa etapa se pasó de 14.000 a más de 50.000 socios y, sobre todo, se clasificó por primera vez en su historia para una final de la Copa de Europa y ganó la Copa Intercontinental de 1975, su mayor logro internacional; las Ligas de 1965-66, 1969-70, 1972-73 y 1976-77; cuatro Copas, la de 1965, 1972 y 1976, y en su vuelta a la presidencia tras la etapa de Alfonso Cabeza sumó la de 1985, y la Supercopa de España de 1985. Por lo tanto, es el presidente del Atleti con más títulos.

Dirigentes como don Vicente apenas quedan en el fútbol español, señores que marcaron una época y que supieron como nadie, nada más y nada menos que hace medio siglo, anticiparse a las nuevas formas de ocio y de deporte que hoy conocemos.

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«EL MONO» BURGOS, «UN PERSEGUIDOR DE SUEÑOS»

Germán «el Mono» Burgos (Mar del Plata, Argentina, 16-4-1969) sí que es un tipo único, tan único como el equipo cuya portería guardó durante años y en cuyo banquillo se ha sentado durante casi ocho temporadas. ¿Alguien conoce a una persona tan peculiar ligada a un club de fútbol?

Casi con toda seguridad, Germán no podía imaginar que con el paso de los años se convertiría en uno de los símbolos del club al que llegó en verano de 2001 de la mano de Luis Aragonés, quien le había tenido bajo sus órdenes en el Mallorca. Burgos aterrizó en el Vicente Calderón con el equipo dispuesto a encarar su segunda temporada en Segunda División, en la que finalmente logró el ascenso después de dos años penando en el «infierno» y en cuya plantilla fue entonces clave.

Si bien dejó su sello en la portería rojiblanca durante tres temporadas, en las que alternó partidos sobresalientes con otros menos buenos, su lugar en el universo rojiblanco y el corazón de los aficionados lo encontró en su etapa de segundo entrenador del Cholo Simeone.

«El Mono» ha hecho de todo. Bueno, supongo que de casi todo. Detener a Luís Figo un penalti con la nariz, cantar en el grupo de rock GARB —que responde a su nombre completo, Germán Adrián Ramón Burgos—, protagonizar el anuncio más divertido de la historia del club saliendo de una alcantarilla, enfrentarse a José Mourinho en el Bernabéu o encararse con el técnico del Bayer Leverkusen Roger Schmidt, sobrevivir a un cáncer, parar un balón con la cabeza, con un pie, con un codo… Un crack.

Sin embargo, si me tengo que quedar con una imagen suya, elijo una de la final de la Copa del Rey de 2013, el 17 de mayo, en el Santiago Bernabéu. Sí, aquella del gol de João Miranda en la prórroga. Germán se situó en el centro del campo, incluso ajeno al corrillo de su propio equipo, mirando desafiante al equipo contrario, con una carpeta verde en sus manos y mascando un chicle. ¡Qué pasaría por su cabeza en esos momentos! Quizás pensó que el central brasileño debía cabecear como lo hizo y donde lo hizo para marcar el segundo tanto. A lo mejor fue idea suya. Nunca lo sabremos, pero ganamos. Y es que su referente y su portero favorito es otro «loco», el legendario arquero argentino «el Loco» Gatti.

El 3 de junio de 2020, Germán anunció emocionado que dejaba el Atleti, que emprendía su camino solo. Algo lógico. Entonces recordó y destacó algunos de los momentos vividos desde diciembre de 2011 junto a su amigo Simeone y dos de los abrazos que se había dado con Diego Pablo a lo largo de esas temporadas: el primero, el de la Liga de 2014 en Barcelona y, el segundo, el del 11 de marzo de 2020 en Liverpool. El tercero, el que está por llegar, será cuando ganemos la Liga de Campeones. «Nos debemos el tercero.»

«Esto es un hasta luego, no es un adiós. El futuro y el fútbol dirán si nos volveremos a ver. No claudiquen, sigan luchando, persigan sus sueños, peleen en la vida.»

¿Se imaginan a Germán con la camiseta de portero del equipo blanco o del blaugrana?

Imposible.

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MIGUEL MARTÍNEZ FEBRER EN EL RECUERDO

A una buena parte de los atléticos este nombre no les dirá mucho, incluso nada.

La historia del Atleti está llena de alegrías y de tragedias.

No quería avanzar mucho más en este libro sin traer a sus páginas a una de las personas cuyo drama marcó una buena parte de la década de los sesenta y el comienzo de la siguiente: Miguel Martínez Febrer, «el Panocha».

Nacido el 17 de abril de 1938, en Barcelona, Martínez acababa de llegar al Atleti procedente del Betis fichado junto a Colo, Matito y Luis Aragonés. Un defensa o medio al que sus compañeros de entonces definen como «un valiente, alto y muy fuerte», un jugador de calidad que, según Aragonés, habría sido con seguridad internacional.

«El Panocha», como era conocido por ser pelirrojo, había llegado a la capital de España en abril de 1964 y pronto se embarcaría con el resto de la plantilla en una larga gira por Suramérica. A los colchoneros les esperaban partidos por Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela. Imagínense qué viajes, qué aventuras… Visitas en las que los jugadores eran recibidos a lo grande pero no en el sentido que lo hacen ahora. Eran casi viajes de Estado. En el que la plantilla tenía una agenda más humana y próxima al país que visitaba. Comía con la colonia española del lugar, tenía un contacto con los aficionados que ahora sería imposible y rendía homenaje a los héroes locales. Lo dicho, como si fueran los Reyes.

Pero volvamos a Martínez. Fue en el Hotel Columbia Palace de Montevideo, la noche del 13 de julio, cuando Miguel, que compartía habitación con Colo, se sintió indispuesto y sufrió un ataque de mesoencefalitis que le llevó a perder la conciencia y caer en un coma cerebral del que ya no despertaría. En España se hallaban su mujer, María José Márquez, y su hijo recién nacido.

Tras ser hospitalizado en la capital de Uruguay, el Atlético organizó su repatriación a Madrid, donde el 2 de agosto quedó ingresado en la Clínica de la Concepción, muy cerca del lugar en el que se encontraba el antiguo Metropolitano. En la habitación 466 pasó Miguel, «dormido», el resto de sus días, junto a su esposa y a su hijo.

El 14 de julio de 1967, el jugador recibió la Medalla al Mérito Deportivo impuesta por el delegado nacional de Deportes, Juan Antonio Samaranch, acompañado del entonces presidente del club, Vicente Calderón, y de la mujer de Martínez. Asimismo se organizó un partido benéfico entre una selección de jugadores que vistió los colores del primer equipo del «Panocha», el Granollers, y el Atleti. El encuentro se retransmitió en directo por TVE —o era a través de esta o no era— y se organizó una fila cero, una de las primeras veces que se puso en marcha esta entrada solidaria teniendo un éxito increíble porque, entre otras cosas, el caso de Miguel Martínez era muy popular. «Panochita», que era el nombre por el que los jugadores colchoneros conocían al niño del jugador, recibió el carné de socio número 50.000.

Creo que perdimos, pero entre la venta de localidades y la fila cero se superaron los cuatro millones de pesetas. Todo un dinero. Ganamos.

Miguel se marchó definitivamente al «tercer anfiteatro» en la madrugada del 28 de septiembre de 1972.

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«EL NIÑO» TORRES

«El Niño» Torres (Madrid, 20-3-1984), un chaval que a finales de la temporada 2000-01 nos hizo soñar con el ascenso que todavía tardaría un año en producirse, la imagen del club en aquellos tristes años, la referencia que tenían entonces miles de chicos colchoneros en el patio del colegio o en el parque, el orgullo de una grada huérfana de ídolos durante varios cursos. Más tarde, más orgullo: «el Niño» y Luis nos hicieron campeones de Europa, de la mano, junto a una gran generación de jugadores españoles cambiaron la historia del fútbol español. ¡Qué golazo aquel de la final de Viena en 2008!

Las dos personas imprescindibles en aquel título, dos leyendas rojiblancas.

Cómo no acordarse de los consejos previos a la final de Luis a Fernando y al resto de la selección que quedan recogidos al comienzo de este libro…

Aunque en 2007 se marchara a Inglaterra, Fernando siempre ha sido un atlético más. Todavía no me explico que no le llamaran la atención o le sancionaran en el Liverpool cuando se paseó por las calles de Madrid con la bandera del Atleti tras ganar el Mundial de 2010 en Suráfrica. O igual sí lo hicieron. Pocas veces se habrá visto eso.

Colchonero por su familia, en concreto por su abuelo materno, Eulalio, del que aprendió a sentir el orgullo de las rayas rojas y blancas en el pecho, a ser distinto entre los demás y a no animar a un equipo solo por sus victorias. «Me dio el mejor regalo que se le puede dar a un nieto, que es hacerle del Atleti», señaló el día de su despedida.

Torres cubrió todas las etapas del buen canterano: desde infantil al primer equipo, en el que debutó al final de la primera temporada en el «infierno»; sí, aquel en el que solo íbamos a estar un añito y estuvimos dos. Cosas de la vida y, por lo tanto, del fútbol. Fernando, que ya había ganado una Eurocopa sub-16 con la selección nacional, saltó al césped del coliseo del río Manzanares en un encuentro contra el Leganés el 27 de mayo de 2001, en un momento en que el equipo entrenado por Carlos Cantarero trataba de coger el último tren para volver a Primera. Y marcó su primer tanto en Albacete en la jornada siguiente para hacer creer a la afición que el ascenso era posible. No lo fue. Cosas del Atleti.

Aquel verano se cruzó en su camino una persona que, a la postre, sería crucial en su carrera: Luis Aragonés, al que unió su nombre para siempre, que le dosificó, con el que ascendería en 2002 y que le haría debutar en Primera ya en la Liga 2002-03. Sin embargo, la vuelta a la máxima categoría del fútbol español no fue un camino de rosas para el club y durante varias temporadas el juego y la clasificación del equipo no pasaron de discretos, por decir algo.

Hacía frío aquellos años a la orilla del Manzanares. Una temporada tras otra sin un mísero título, con las ilusiones muy justas. Fue en 2007, tras una derrota contra el Barça en casa por 0-6 y de que se escapara una plaza europea al final de la Liga, cuando al parecer decidió hacer las maletas. Liverpool era el lugar y allí se hizo un nombre entre los grandes del fútbol internacional. En 2008, campeón de Europa con España; en 2010, campeón del mundo y en la 2011-12, tras ser traspasado al Chelsea en el mercado de invierno de la 2010-11 en la operación más cara entre dos clubes de la Premier, la conquista de la Copa de Europa con el club londinense en Múnich frente al Bayern. La temporada la redondearía con la Eurocopa de Ucrania y Polonia en 2012.

Fernando vivía entonces los mejores años de su carrera.

Es gracioso o irritante, según se mire, cómo se ha puesto en duda la calidad de Torres. Críticas que se agudizaron cuando tras unos meses en el Milan regresó al Atleti en las Navidades de 2014 y llenó el Calderón en su presentación. Algo increíble: más de 45.000 personas en enero llenaron un estadio para dar la bienvenida a alguien. Algo único. Que si esto que si lo otro. Que si le falta un gran título con el Atleti. Fernando es uno de los jugadores españoles que tiene mejor palmarés en la historia del fútbol.

Y todavía le quedaba disputar otra final de la Liga de Campeones, la de Milán en mayo de 2016. Y todavía le quedaba estrenar y completar su palmarés vestido de rojo y blanco. Lo hizo el 16 de mayo de 2018 en su último encuentro internacional con el Atleti, en el que el club sumó su segunda Liga Europa, en Lyon, frente al Olympique de Marsella (3-0).

En Neptuno, dos días después, Torres recordó emocionado y ante miles de colchoneros cuando de niño fue a esa plaza a celebrar el doblete de 1996 y las «muchas cosas» que había ganado, y dijo: «Sin duda esta es la mejor, sin duda. Para todos los niños que tengan sueños, nada es imposible y, si eres del Atleti, menos. ¡Forza Atleti!»

PD: Rubén Díez (ver capítulo 81), un gran amigo y gran atlético, me ha hecho una apreciación sobre los años en los que Torres estuvo fuera del Atleti, de la que quiero dejar constancia: «En realidad todos nos fuimos con él para acompañarle. Pasamos a hacernos seguidores de los equipos para los que él jugó, en especial del Liverpool. Sus éxitos también lo fueron nuestros y sus fracasos, que fueron escasos, también. Porque si hay algo que diferencia al aficionado atlético es el estar con los suyos, más aún si cabe en las derrotas. Cada vez que Fernando cosechaba algún éxito con su club o con la Nacional, al día siguiente sacábamos pecho allá por donde fuésemos como lo hacen esos padres orgullosos de los éxitos que obtienen sus hijos. Verle celebrar un título ajeno portando la bandera del Atleti siempre nos provocó un sentimiento indescriptible, profundamente desgarrador y que a la vez nos enmudeció el corazón. Seguramente, Fernando disputó sus mejores minutos como futbolista lejos de la ribera del Manzanares, pero eso nunca importó. Fernando forma ya parte de ese Olimpo de leyendas rojiblancas, en un lugar privilegiado a la derecha de Don Luis, uno de sus “padres” futbolísticos y un mito para todos nosotros.»