Kitabı oku: «100 personas que han hecho único al Atleti», sayfa 5
21 / 100
«EL RATÓN» AYALA Y «EL CACHO» HEREDIA
«El Ratón» también era único. Su melena, su bigote y su apodo llamaron la atención de muchos niños en la década de los setenta. Su calidad, su zurda, sus regates y sus gambeteos un tanto desgarbados enamoraron a los aficionados, de tal forma que aquel delantero que parecía uno de los tres mosqueteros de la novela de Alejandro Dumas acabó convirtiéndose en un símbolo y en una estrella de un histórico once.
Y «el Cacho» no le iba a la zaga.
Rubén Hugo Ayala (Las Colonias, Argentina, 8-1-1950) y Ramón «Cacho» Heredia (Córdoba, Argentina, 26-2-1951) aterrizaron en Madrid en verano de 1973 tras la apertura de las fronteras españolas a jugadores extranjeros. El Atleti, siguiendo una tradición curiosa de fichar americanos, se decantó por dos argentinos.
A su llegada sorprendió la imagen de los dos. El bigote de Ayala, desde luego, no era entonces un signo de rebeldía, pero aquellas cabelleras sí que lo eran. Y eso que desde 1971 la melena de Heraldo Becerra ya había acostumbrado de alguna forma a los espectadores a «aquellos pelos» y aquella imagen un tanto revolucionaria.
Ambos procedían del San Lorenzo de Almagro, entrenado por Juan Carlos Lorenzo, que también se sentaría en el banquillo del Manzanares y llevaría al equipo a la final de la Copa de Europa de 1974. En Argentina, dos años antes, los tres habían liderado al Ciclón, como se conoce al club del barrio de Boedo, a un doblete histórico con uno de los títulos, el Nacional de 1972, logrado sin perder.
La calidad de los fichajes dio resultado inmediatamente prolongando una de las épocas más brillantes de la entidad que se había iniciado ya al comienzo de la década con el título de Liga de 1970 y había continuado con la Copa de 1972 y la Liga de 1973. Así, pues, Ayala y Heredia llegaron a un equipo campeón y contribuyeron a aumentar el palmarés de aquellos años dorados.
El delantero internacional con la albiceleste fue una pieza clave en ir superando eliminatorias en la Copa de Europa; sin embargo, se quedó fuera de la final contra el Bayern porque le expulsaron en la ida del épico encuentro que disputó el Atleti en Glasgow ante el Celtic —quizás el choque más memorable que haya disputado el cuadro rojiblanco en su historia. Rubén no jugó el partido decisivo y quién sabe si la historia habría cambiado con su participación en aquellos dos encuentros de Bruselas…
En menos de un año, Ayala, que debe su mote a la forma de moverse sobre el campo, y el Atleti tendrían una gran oportunidad de resarcirse de la derrota en la capital belga ante los bávaros. Lo harían ante otro club argentino, Independiente de Avellaneda, para dilucidar el campeón de la Copa Intercontinental (hoy Mundial de Clubes). El Bayern debía viajar a Buenos Aires en representación del Viejo Continente, pero renunció por los incidentes y la dureza que habían provocado el Racing y el Estudiantes de La Plata en sus enfrentamientos con clubes europeos en ediciones anteriores del trofeo que jugaban el campeón de la Libertadores y el de Europa.
Rubén y sus compañeros no marcaron en la ida en Buenos Aires y regresaron con un 1-0. Y fue en el Calderón donde, a cuatro minutos del final, un disparo de Ayala, a la salida de una falta botada por Heredia, dio al Atlético su primer y hasta ahora único título mundial.
La larga melena del «Ratón» siguió corriendo por la banda izquierda de la orilla del Manzanares y dando tardes de gloria al club de tal forma que sumó la Copa de 1976 y la Liga de 1977 convirtiéndose en uno de los grandes delanteros de la historia atlética.
Ayala dejó la entidad al finalizar la temporada 1979-80 y viajó a México para, cada vez con menos melena, seguir jugando al fútbol y ser con el tiempo entrenador en el Pachuca, del que sería técnico rojiblanco Javier Aguirre.
Heredia y Ayala unieron sus nombres para siempre en aquel San Lorenzo legendario, jugaron con Argentina el Mundial de Alemania 74 y continuaron juntos en el Atleti. Si el delantero causaba pavor en las defensas contrarias, Heredia lo hacía en la propia o en el centro del campo rojiblanco por su planta y su calidad.
«Cacho» estuvo cuatro temporadas en el club y cerró su paso por el mismo con el título de Liga de 1977. Su vinculación con la entidad se prolongó más que la de Ayala y ocupó el cargo de entrenador en dos ocasiones. La primera en 1993, procedente del Ávila, y la segunda al comienzo de la siguiente temporada como sustituto de Jair Pereira, un curso en el que el equipo sumó seis técnicos.
22 / 100
GONZALO CABALLERO, A LA FINAL DE MILÁN CON UNA CORNADA
En mayo de 2014, Gonzalo Caballero era novillero. Y el día 26 de aquel mes, tan solo dos días después de que su equipo cayera en la final de la Liga de Campeones en Lisboa, toreaba en Las Ventas en la feria de San Isidro.
El resultado de la capital lusa no arredró a Caballero, lo espoleó a tomar la decisión de hacer el paseíllo con un capote bordado con el escudo del Atleti.
Dos años más tarde, no se envolvió en un capote, sino que a la final de Milán viajó para ver el partido con una cornada en su cuerpo que un toro le había dado veinte días antes del partido. No podía ni andar, iba con un bastón —me cuenta—, pero cuando Carrasco marcó el empate subió los escalones de tres en tres para abrazarse a su padre.
Tenía pensado titular este capítulo «Gonzalo Caballero, orgullo y valentía», pero, después de hablar con él, preferí cambiarlo para relatar la historia de Milán.
Gonzalo nos relata su historia rojiblanca: «Recuerdo que unos días antes [de la final de 2014] me habían invitado a ir a Lisboa, pero no pude ir porque toreaba en Madrid y vi el partido con mi padre en casa. Los del Atleti tenemos esa extraña enfermedad y se me ocurrió hacer ese homenaje [el paseíllo con el capote que está en el museo del club]. No lo hubiera hecho, si hubiera ganado. Lo hice porque me sentía muy orgulloso a pesar de haber perdido, por lo que nos habían enseñado esos jugadores de entrega y de pasión. Estaba muy orgulloso y fue mi manera de homenajearlos y por lo que significa ese escudo para los que nos sentimos atléticos.»
«Lo importante son las formas, no ganar o perder, y nos hicieron sentirnos muy orgullosos», nos dice Caballero, que añade que «mi padre era muy muy atlético y desde pequeño me lo inculcó y un día me llevó al Calderón, el año del doblete con 4 o 5 añitos, no sé si era el Compostela, jugaba Fortune».
«En clase», explica, «casi todo el mundo era del Madrid, pero si naciera mil veces, mil veces sería del Atleti. Era el único del Atleti en esos años tan complicados».
Y nos relata emocionado: «Me acuerdo perfectamente del día del ascenso [en 2002] que estaba en los toros, o el día del Betis del papel higiénico [un partido de Segunda por la mañana en el que el estadio se llenó de rollos de papel lanzados por los aficionados al más puro estilo argentino]. Para mí lo importante no es ganar o perder, me siento orgulloso cuando los jugadores sienten el escudo.»
Le pregunto por quién siente más admiración de entre los jugadores que ha visto y responde: «Como todos los de mi generación, por Torres, luego he tenido la suerte de conocer a Godín y después de un partido bajamos a saludarle y le regaló una camiseta a mi padre, que tenía cáncer y estaba ya malito. Godín era el preferido de mi padre.»
Sobre el Cholo Simeone, Gonzalo argumenta: «Cogió un equipo que estaba destruido y mira dónde lo ha llevado. Tener un entrenador que es un hincha más es un privilegio. Antes, con otros entrenadores, la gente criticaba la alineación; ahora la gente no se fija, porque el Cholo va a sacar lo mejor para el equipo. No creo que haya atlético que no sea del Cholo.»
«Hay muchos toreros del Atleti porque se comparten los valores, el salir a morir en cada partido, el coraje y el corazón, el darlo todo. En casa no nos perdemos ningún partido. Salir cada tarde a darlo todo.»
Qué razón tienes…
23 / 100
BEN BAREK, «LA PERLA NEGRA»
El 17 de abril de 1948, la mayoría de la afición colchonera supo por primera vez de él. Un jugador marroquí que se alineaba con el Stade Français parisino y que aquel día marcó el tanto del triunfo (2-1) del primer encuentro, amistoso, que los rojiblancos disputaron en la capital francesa. La calidad de Larby Ben Barek (Casablanca, Marruecos, 15-12-1914) llamó la atención de los dirigentes del Atleti. Tras la devolución de la visita en mayo (2-4), la directiva presidida por Cesáreo Galíndez fichó al delantero y al portero Marcel Domingo. Los dos marcarían la historia del club.
Larby, huérfano de niño y de familia muy humilde, había dado descalzo sus primeras patadas a un balón en Casablanca. Más tarde, cumplió su primera etapa entre equipos de su tierra y de Francia, cuya nacionalidad tenía y con cuya selección se alineó.
Su firma por el Atlético trascendió lo meramente deportivo y en el Madrid de entonces no se hablaba de otra cosa que de la firma de aquel elegante futbolista. Sin embargo, Ben Barek no fue muy puntual a la hora de presentarse la temporada de su fichaje, la 1948-49, y su ausencia en la fecha prevista llevó la preocupación a la entidad y a los seguidores. Parece ser que aquel verano había fallecido su mujer. Sin embargo, el marroquí pronto cumpliría con las expectativas que había generado entre la afición del Stadium del Metropolitano, a la que su elegancia, rapidez y remate de cabeza volvieron loca. Ya en octubre en uno de sus primeros partidos fue decisivo para que los rojiblancos se impusieran a los blancos en el Bernabéu.
El final de los cuarenta y la década de los cincuenta marcarían una de las épocas más grandes del club. Su primer título de Liga llegaría en su segundo curso en la plantilla atlética ya con el argentino Helenio Herrera de entrenador y con el sueco Henry Carlsson, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres, de compañero en la delantera. Con el nórdico haría una gran pareja en la punta. Con el sueco y José Luis Pérez Payá, José Juncosa y Adrián Escudero formó la conocida como la «Delantera de Cristal». Los campeonatos no se harían esperar.
La prensa de la época había ideado primero la «Delantera de Seda» y la «Media de Cristal», aludiendo a las medias de las mujeres cuya calificación entonces de seda y de cristal hacía referencia a la calidad de las mismas. Estas estuvieron compuestas por Escudero, Juncosa, Alfonso Silva, Antonio Vida y Francisco Campos, la primera, y por Manuel Santana Farías, Juan José Mencía y Julián Cuenca, la segunda.
Pues bien, la «Delantera de Cristal» (en realidad se denominó así a la de la temporada 1950-51, aunque solo varió un nombre respecto a la del curso anterior, Pérez Payá por Silva) se hizo con dos Ligas seguidas y en una de ellas, la de 1951, fue capaz de marcar 87 tantos en un campeonato que solo tenía 30 partidos, 14 de ellos del protagonista de este capítulo y 19 de Escudero, en un once capitaneado por Alfonso Aparicio.
En la consecución de ambas, Ben Barek fue decisivo. Suyos fueron dos goles en la jornada final en un 4-4 frente al Valencia con el campeonato de 1950 en juego. Os podéis imaginar qué choque de infarto tuvo que ser aquel con todo tipo de alternativas en el marcador de un Metropolitano lleno hasta la bandera. Los dos de Larby remontaron el tanto inicial del Valencia.
En aquella época el Atlético de Madrid ya era un club diferente a todos.
La temporada siguiente, el Atleti renovó el título con la misma base que el curso anterior y otro final loco, esta vez en Sevilla cara a cara con el conjunto que lleva el nombre de la ciudad. En ella, «la Perla Negra» fue autora del tanto visitante.
Es curioso que el Atleti ganase de dos en dos sus primeros cuatro campeonatos ligueros: 1940 y 1941, como Atlético Aviación, y 1950 y 1951. No ha vuelto desde entonces a repetirlo.
Aunque los comentarios de la época nos dejan una imagen del jugador de Casablanca no muy dado a entrar en batalla cuando los partidos se endurecían, Larby fue uno de los pilares de los éxitos de aquel cuadro que en noviembre de 1950 endosó al Madrid un 3-6 a domicilio. De los seis, dos fueron del delantero de Casablanca.
Hay quien considera que aquel Atleti ha sido el que mejor fútbol ha hecho en la historia del club.
El verano de 1953 supuso el final de la «Delantera de Cristal» con la salida de Pérez Payá y Carlsson. Ben Barek permaneció en la plantilla atlética hasta 1954.
Regresó a su país natal, donde se retiró y fue el primer seleccionador nacional tras la independencia. Falleció en 1992, desgraciadamente, sin el debido reconocimiento ni deportivo ni social.
Pelé lo definió: «Si yo soy el rey del fútbol, él es el dios del fútbol.»
24 / 100
ROBERTO SIMÓN MARINA NO PARABA NUNCA
Roberto Simón Marina no paraba. Para un lado, para otro, la toca, la pasa, la recupera, la pierde, pero se vuelve a hacer con el balón. Un coloso. Un jugador de 1,64, ligero, que tiene el don de la ubicuidad. Un jugador de 60 kilos, que da la sensación de que nunca se cansa, de que siempre le queda algo, de lo liviano que es. Me recordaba —con perdón— a esos muñecos a los que nunca se les acaba la cuerda. Ha pasado tiempo. Igual no era para tanto. No lo sé, pero ese es mi recuerdo de aquel gran centrocampista.
Marina es una imagen de un Atleti, el de los años ochenta, plagado de canteranos y que, en una situación en la que no había mucho dinero y el club no tenía la estabilidad necesaria, ganó una Copa del Rey, la de la temporada 1984-85, y fue capaz de llegar a la final de la Recopa en 1986, en la que cayó frente al Dinamo de Kiev, en Lyon. Con Luis Aragonés en el banquillo, también ganó la Supercopa de España en 1985.
De la mano de Marcel Domingo, Marina debutó joven en Primera, en mayo de 1980, con solo 18 años. Cedido al Zaragoza, y tras la vuelta de Vicente Calderón y Luis Aragonés al club, el técnico le subió al primer equipo dos años después para acompañar, entre otros, a canteranos como Juan José Rubio, Quique Ramos, Miguel Ángel Ruiz, Juan Carlos Pedraza o Pedro Pablo. Sirvan estas líneas para homenajear a todos ellos, los que cito y los que se quedan en el tintero. Y también a los que no se habían criado deportivamente con la camiseta roja y blanca, que vinieron de otros clubes o de otros países y defendieron al Atleti en aquellos difíciles tiempos: Chus Landáburu, Quique Setién, «el Negro» Cabrera, «el Pato» Fillol, Juan Carlos Arteche o «Polilla» da Silva.
Unos años en los que casi cada miembro de la plantilla sentía los colores porque muchos de ellos se habían criado en los equipos filiales y, los que no lo hicieran, para eso estaba Luis Aragonés en el banquillo y en cada entrenamiento, para sacar el máximo de todos. Por eso un equipo se llama así, porque, si uno falla, lo harán todos. Un conjunto del que nos sentíamos muy orgullosos los aficionados, tal y como se puso de manifiesto en el desplazamiento masivo a Lyon en la final de la Recopa de 1986. 20.000 aficionados se desplazaron a la ciudad francesa donde caímos ante el Dinamo de Kiev. Treinta y dos años después, en 2018, regresamos a Lyon y entonces sí ganamos. «El Atleti siempre vuelve», se podía leer en las camisetas de algunos seguidores rojiblancos.
Roberto Simón fue fundamental en la consecución de la Copa de 1985. No solo disputó la final ante el Athletic de Bilbao (1-2), sino que en las semifinales había marcado por partida doble en el Santiago Bernabéu en la ida y en la vuelta en el Manzanares para dejar fuera al eterno rival. Marina también es el autor del gol 3000 en la Liga logrado en un encuentro ante el Sporting de Gijón en el curso 1989-90. Suyo fue el segundo de un 3-1 que le hizo entrar en la historia de los números rojiblancos, pero, tantos al margen, su figura trasciende las cifras.
25 / 100
ENRIQUE ALLENDE Y EDUARDO DE ACHA ¡NO SABÍAN LO QUE HACÍAN!
Como la mayoría de los atléticos sabéis, el club fue fundado en 1903 por estudiantes vascos, vizcaínos en concreto, que residían en Madrid, como sucursal del Athletic Club de Bilbao.
Así no puede extrañar que los primeros presidentes, directivos y jugadores sean vascos o tengan apellidos con esas raíces. Fueron «los padres de la patria atlética».
Según cuenta Bernardo de Salazar (ver capítulo 93) en su enciclopedia rojiblanca, la idea surgió tras un partido disputado el 8 de abril de 1903 entre el Athletic Club y el Madrid CF —vaya por Dios— en el que se impusieron los rojiblancos que entonces eran blanquiazules. Al parecer, la remontada atlética molestó bastante a la afición rival —vaya por Dios—, que insultó a los vascos aludiendo precisamente a su origen. Los vizcaínos se sintieron menospreciados por aquellos que se sentían más madrileños que nadie y decidieron crear una sociedad dependiente del equipo de Bilbao, pero ya formado por esos estudiantes que residían en Madrid y que practicaban el fútbol por «sport». Horas después del encuentro en el que se disputó una copa donada por el rey Alfonso XIII, los jóvenes deportistas, reunidos en el número 25 de la calle de la Cruz, pusieron la primera piedra de lo que sería el Atlético de Madrid.
¡No sabían lo que hacían!
Si bien el bilbaíno Enrique Allende Allende, dueño de minas, fue formalmente el primer presidente de esa sociedad, según nos cuenta Salazar, sería Eduardo de Acha y Otañes, madrileño de ascendencia vasca y su sucesor, quien verdaderamente impulsó la creación de la «sucursal» del Athletic Club. De hecho, el primero no llegó al año de mandato porque tampoco era un gran aficionado a este nuevo deporte que había entrado en España, entre otros lugares, por su tierra y, si el club se había fundado en abril de 1903, tras el verano De Acha tomó el mando. Para entonces, ya se había organizado un curioso partido entre dos equipos de aficionados y socios que aspiraban a formar parte del equipo. Fue un 2 de mayo junto a la tapia del Retiro.
Don Eduardo y el mecenas Manuel Rodríguez Arzuaga propiciaron un cambio en la presidencia y se hicieron con el poder. Tres años más tarde, ellos y su junta directiva redactaron los estatutos y los presentaron en 1906 ante el Gobierno Civil para formalizar la existencia del nuevo club.
¡No supieron lo que hicieron!
Una pena que no fueran conscientes y nunca conocieran la ilusión y las alegrías que con los años generó su obra.
26 / 100
CARMEN GARCÍA: «HIJA, NO SIEMPRE GANA EL QUE MÁS GOLES METE»
Carmen García es una española que vive en Colonia (Alemania). Es una de las almas y sin duda el estandarte de la peña Centuria Germana, una de las más activas del orbe rojiblanco.
La forma en la que nos conocimos fue increíble y pone de manifiesto, una vez más, que el equipo que nos une es extraordinario. Nos encontrábamos casi juntos, ella una fila delante, en el descanso de la vuelta de la Liga de Campeones de 2017 con el Real Madrid —sí, aquel histórico encuentro del último partido internacional del Calderón en el que el cielo se desplomó sobre nuestras cabezas. Empezamos a hablar de nuestra afición y de que ella había viajado desde Alemania cuando me contó que en su peña estaban escribiendo 111 motivos para amar al Atlético de Madrid en alemán. Me quedé de piedra porque cuatro años antes yo había publicado 100 motivos para ser del Atleti. En español, claro. El destino nos había situado casi en el mismo lugar de la grada de preferencia en un partido en el que había más de 60.000 personas.
Prefiero que Carmen os cuente su historia rojiblanca.
[C. G.:] A mi padre le hizo socio del Atleti la señora que le cuidaba de pequeño. Creo que él tenía entonces 5 años, y nació en 1932, así que imagínate. Mis padres estuvieron en Alemania siete años. Desde aquí, por la radio, seguía mi padre las obras del Calderón, ya que ni en la lejanía olvidó los colores rojiblancos. Volvieron al nacer yo y en la maleta llevaban un magnetofón, en el que yo oía de pequeña el himno del Atlético de Madrid y más tarde, sentada en las rodillas de mi padre, lo cantábamos juntos.
Él me hizo el mejor regalo por mi Comunión: me llevó a ver la final de la Copa del Generalísimo entre el Madrid y el Atleti en el Calderón. Los blancos ganaron por penaltis [tan injustos como siempre] y al salir me dio mi padre una lección para la vida: «Hija mía, no siempre gana el que más goles mete.» Y así lo sigo creyendo.
Carabanchelera con orgullo, de Los Cármenes [barrio de Madrid] yo iba a un colegio de monjas, irlandesas para más inri, donde el fútbol [y menos para las señoritas] no estaba ni visto. Y si se tenía que ser de algún equipo, que fuera de ese de chicos tan monos y «peras», que se decía entonces, es decir, del Madrid. Con mi obcecación por el Atleti me gané cierta fama de rebelde que nunca me molesté en corregir. Algunos miércoles, días de misa obligatoria, me escapaba con otras tres compañeras por la ventana del servicio a ver los entrenamientos del Atleti en el Calderón.
No siempre podíamos, pero nos fuimos acostumbrando y aquello se convirtió en rutina. Éramos prácticamente las únicas niñas que íbamos; nos encontrábamos allí siempre con algunos chavales que, como nosotras, se fumaban las clases. El agravante era que a nosotras el uniforme nos delataba y algunos de los jugadores, que ya nos conocían a fuerza de vernos un miércoles sí y otro también, nos reprendían entre risas mientras nos firmaban algún autógrafo. Entre ellos estaban Arteche, Hugo Sánchez (de él escuché por primera vez en mi vida el dulce acento mexicano), Balbino… Entonces no había ni camisetas ni merchandising, nos firmaban un autógrafo en los cromos y nosotras tan felices.
Siempre pasaban algunos minutos charlando con nosotras antes de irse.
Fíjate que yo pensaba que mis profes no tenían ni idea de aquellos novillos. Nada más lejos de la realidad: el año pasado tuve reunión de antiguas alumnas y me hice una foto saliendo por la ventana por la que me escapaba, y mi profesora de matemáticas me confesó que lo sabía pero que nunca me delató ¡¡¡porque ella también es del Atleti!!! No me digas que no mola.
No sé si recordarás aquella vez que en una foto al «Buitre» [Butragueño] se le veían todos sus atributos, seguro que sí. Pues ese día vi a mis compañeras de colegio en el quiosco que había a la puerta gritando como locas mientras se pasaban el periódico de mano en mano. Yo no tenía ni idea de qué se trataba hasta que lo vi y salté: «Bah, si quiero ver cojones mejor miro a cualquier jugador del Atleti.» Aquello fue la caña, el quiosquero se lo contó más tarde a mi padre partiéndose de risa y llegué a ser la heroína del barrio durante un día. ¡Pero es que yo lo decía en serio! ¡Con el asco que siempre le he tenido a Butrageño!
Y así crecí. Los domingos, con mi papá de la mano al Calderón. Íbamos andando, bajábamos por el paseo de la Ermita del Santo hasta el estadio, y a mí al cruzar el puente ya se me ponían los nervios en el estómago. Otras veces, cuando llevábamos prisa, cogíamos el 25 hasta el puente Segovia para seguir la marea de banderas hasta el Calderón.
Cuando me vine a vivir a Alemania, el Atleti se vino conmigo en la maleta, y muy pronto conocí al Colonia, que, como ya sabes, tiene mucho de Atleti también. La primera vez que fui a verlos jugar fue en el Müngesdorfer Stadion (el antiguo) y fue casi como ir al Calderón.
Y la historia se ha ido desarrollando… Cuando nació Sergio, mi hijo (en 1996, vino con el doblete bajo el brazo), y fuimos con él la primera vez a España, lo primero que le regaló mi padre fue la equipación completa del Atleti: estaba allí preparada en la cuna que tenían para él. Para mí fue una emoción enorme y hoy la conserva como oro en paño. Y no pasó mucho tiempo hasta que en esta casa se infectaran todos de inmediato con el «virus Atleti» y, bueno, ya los conoces, donde va el Atleti vamos todos. Aquí han entendido muy bien lo que significa ser del Atleti y lo asumen como algo que ya estaba escrito desde el principio.
En la Centuria Germana estoy desde hace muchos años y colaboro bastante con ellos: hemos ido aquí a programas de TV de gran audiencia representando al Atleti, hemos viajado por toda Europa, escribimos la mayoría de crónicas de viajes, hemos escrito el único libro que existe en alemán sobre el Atleti… y esto es solo el comienzo. Pero lo que de verdad me enorgullece es ir paseando los valores del Atleti allá por donde voy; a fin de cuentas, soy una colchonera que va conociendo a colchoneros por todo el mundo. Ese sentimiento de familia, de hermandad por encima de todo, me ha llevado a hacer amigos por todo el mundo, a ser «madre adoptiva» de chavales de Madrid, de Australia, de México, de Argentina, de Portugal, de Dinamarca… Pocas cosas me gustan más que cuando dicen que soy «su madre del Atleti». Personas a las que he ido conociendo durante mis viajes y con las que, con el tiempo, he ido forjando una buena amistad que perdura. Si yo veo que alguien necesita ayuda con una entrada, un transporte, lo que sea, muevo cielo y tierra para ayudarle. ¡Somos una familia rojiblanca!
A la entrada de mi casa se lee: «Aquí somos del Atlético de Madrid» y «En esta casa somos del Colonia».
Cuando juega el Atleti, la bandera ondea en la fachada. Y si juega el Colonia, también. Hay dos soportes y muchas veces ondean ambas, se llevan bien. ¡Hasta los vecinos son ya del Atleti! Rojiblancos 100.000%, eso se lleva en el ADN. ¡Ay, ver un partido Colonia-Atleti sería un sueño hecho realidad! Eso sí, te aseguro que en el estadio del Colonia yo me sentaría en el bloque de invitados.
Todos hablamos de lo difícil que era ser del Atleti en nuestros tiempos de colegio. Pues no te puedes imaginar lo difícil que era ser del Atleti en Alemania; cuando todos te repetían la cancioncita de «¿cómo se puede ser del Atleti habiendo en España equipos tan grandes?», mi respuesta era la misma siempre: «Yo ya soy del equipo más grande» (con mirada asesina). Jamás olvidaré la Nochevieja de 1991, en la que acabé bastante «perjudicada» intentando enseñar el himno del Atleti a los asistentes cantándolo a voz en grito.
Hasta hace nada, el Atleti era aquí un perfecto desconocido, a la sombra de gigantes que ni nombro, y más cuando eres de Madrid todos asocian el nombre al eterno rival, y me suben hasta los triglicéridos. Hasta mi hijo, cuando se ponía su camiseta del Atleti para ir al cole, ha tenido que oír los mismos comentarios, y su respuesta era: «Espera y verás, alguna vez no me preguntarás por qué soy del Atleti, me pedirás que te cuente más de él.» Y así es. Cuando hemos llegado a las finales de Champions League, cuando ven sus fotos recorriendo Europa, ya no le preguntan. Lo que oye ahora es: «¡Cómo mola el Atlético de Madrid!»
Hasta mi médico de cabecera (a la vez vecino y amigo), sin tener nada que ver con el fútbol, me felicita cada vez que ganamos. Forofos de equipos como el Colonia, el Schalke o el Dortmund muestran su preferencia por el Atleti (siempre que no juguemos contra ellos, claro). Ninguno del Bayern de Múnich, ¿por qué será? El dueño del bar de deportes donde vemos de vez en cuando algún partido nos invitó a una ronda cuando eliminamos al Bayern de la Champions League hace pocos años. Esa misma vez, jugaba el Colonia en casa y me puse la camiseta del Atleti para ir al partido. Los hinchas me aplaudieron al entrar, fue muy gracioso.
El equipo ha crecido dentro y fuera del país, y su nombre va asociado a lucha, coraje y perseverancia.
Somos el David entre muchos Goliats. El Atlético despierta muchas simpatías entre los verdaderos amantes del fútbol. Desde Ushuaia hasta Helsinki he lucido la camiseta del Atleti y más de una vez, después de revelar mi pasión, la respuesta ha sido: «Te gusta el fútbol, entonces.» Y eso me ha llenado siempre de orgullo.
En ese sentido, en Alemania sí le hemos allanado el camino al Atleti. Cierto es que sin su presencia en competiciones europeas nadie le conocería, pero nosotros siempre estamos ahí con nuestra camiseta rojiblanca mostrando que el Atleti es grande y que su afición es la mejor del mundo.
Por si alguien tiene duda del carácter de Carmen, cerraré este capítulo con una de sus mejores anécdotas.
En los cuartos de final de la Liga Europa de 2018 en el encuentro de vuelta ante el Sporting de Lisboa en la capital portuguesa, esta seguidora acudió acompañada por su marido, Henrik, y otros amigos desde Alemania. Había comprado una docena de pasteles de Belém y en el registro a la entrada del estadio José Alvalade, además de requisarle la bandera de la peña, le quitaron los dulces, calentitos todavía. Junto a la bandera, en la bolsa supuestamente se fue una camiseta del Atleti del cincuenta aniversario del Calderón. Carmen, que le tenía mucho cariño, empezó a buscarla en el montón de cosas donde iba a parar todo aquello que requisaban los de seguridad.
[C. G.:] La camiseta no aparecía y hasta los de seguridad del Atleti me decían que me calmara porque no me iban a dejar entrar y yo les preguntaba cómo que no me van a dejar entrar por robarme algo que era mío. Los pastelitos los apartamos un poco del montón para recogerlos a la salida si podíamos. Subimos a la grada de visitantes y el tema de la camiseta no me dejaba en paz. Me encontré con una policía y le dije que esto no podía quedar así y que quería poner una denuncia. Me acompañó a la comisaría que hay en los bajos del estadio y tuve que pasar por delante de los aficionados del Sporting con mi camiseta del Atleti. Hasta me tiraron cosas. En el camino me dijo que teníamos que ir antes a identificar al de seguridad de la puerta porque la denuncia había que ponerla contra alguien y mientras le preguntaba a la policía cómo se dice ladrón en portugués para llamárselo, le pedía al chico de la puerta que me devolviera los pastelitos, que los quería mucho.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.