Kitabı oku: «En vivo y en directo», sayfa 5
Kiko y sus negocios
El primer género puramente televisivo, desarrollado y enardecido en el medio mismo, fue el programa de concurso. En verdad, el género nació poco antes en la radio, pero su rumor de auditorio, la gestualidad del animador, la sublime expresión tensa del participante y esa emoción surgida de la nada, sin ensayo o cálculo previo, pedían a gritos la televisión en vivo.
En el Perú el más célebre concurso radial, Helene Curtis pregunta por 64 mil soles, de radio Panamericana, fue adaptado por su auspiciador del original de la CBS. Los Delgado, entusiasmados con sus posibilidades televisivas, cortaron su temporada radial para luego lanzarlo en el canal 13 con el conductor Pablo de Madalengoitia incluido. Pero el canal 4 se adelantó tres meses en poner en escena el primer concurso de la televisión peruana.
El Telebingo de América salió al aire el 3 de julio de 1959. El animador radial David Odría, flanqueado por cuatro jóvenes modelos, dirigía los monótonos procedimientos. Los concursantes no figuraban.
El bingo, conjuro para matar el ocio colectivo sin gasto de energía y cacumen, tiene la desventaja de no involucrar al espectador no provisto de un cartón numerado, la herramienta básica del juego. El programa se agotó en sus campañas de prensa por vender cartones y duró poco en pantalla. Lo sucedió otro efímero concurso: Las letras pagan.
En julio también arrancó el primer programa que dramatizaba la participación del público y que confiaba el peso de la conducción a un personaje gesticulante, risueño y pleno de trucos de comunicación. Isabel Elguera de Ledgard, más conocida como Isabelita, alcanzó inmediata popularidad con Kolynos y sus adivinos. El juego fuerte era el tanteo que, con los ojos vendados y disparando una serie de preguntas, tenía que hacer el concursante para adivinar quién era el invitado estrella del programa. Por allí desfilaron Chabuca Granda; Walter Ledgard, hermano de Kiko, y ambos cuñados de Isabelita; Mario Cavagnaro; Pablo de Madalengoitia, adelantándose unos días a su debut por el 13; “Kilovatito”, acertijo imposible pues se trataba del muñeco simbólico de las Empresas Eléctricas; y las estrellas de Bar Cristal, estableciendo un procedimiento de préstamos y visitas estelares que sería rutina en la televisión del futuro.
La coartada del conocimiento, clave para dar prestigio a tantas baratas producciones de auditorio, fue esgrimida por un señor muy formal, una suerte de enérgico profesor de escuela fiscal con buenos modales y una pizca de simpatía. César Chávarri Neyra lanzó el 17 de agosto Quien estudia triunfa, competencia de saber enciclopédico protagonizada por escolares. El podio del conductor y los bandos de mocosos uniformados se repartían en un austero set presidido por una silueta colgante del continente americano.
Otros concursos animaron el auditorio del 4. Daniel Camino Diez Canseco, productor de mil proyectos de los que solo algunos vieron la luz, condujo dos programas de escasa duración, El michi de oro y El tribunal del talento. Más auspicioso resultó Busque el tesoro Royal, animado por el actor argentino Alberto Soler, que planteaba a la audiencia seguir las pistas del premio gordo en lo que duraba el espacio. Pero faltaba un conductor que introdujera la emoción, el espectáculo y la simple diversión que los premios, por sí solos, no llegaban a costear.
El martes 1 de setiembre, en el concurso La pareja 6, entró en escena Enrique Adolfo “Kiko” Ledgard Jiménez. A sus 40 años, la televisión era su oficio número 17. Hijo de una familia solvente, Kiko se dedicó a la natación e hizo méritos en 1938 en un equipo donde se hallaba su hermano Walter, el as nadador de la familia. Tras enrolarse como soldado raso en el conflicto con Ecuador se dedicó al boxeo amateur y fue campeón en 1946 y 1947. Su copiosa prole (llegó a tener 11 hijos) y sus varias ocupaciones mantuvieron en reserva su vocación humorística, hasta que el publicista Jorge Álvarez lo llevó a la televisión. Campechano y bromista como su cuñada Isabelita, con una extravagancia a flor de piel, para nada confundible con el esnobismo o la sofisticación, Kiko, frecuentemente sin terno ni corbata, era el perfecto animador para un medio que ya por aquel entonces exigía una significativa cuota de informalidad. Kiko fue el vendedor estrella que esperaban la televisión y sus anunciantes, precisamente lo que Cesar Miró no quería ser y lo que Pablo de Madalengoitia era con mucha ceremonia. Kiko fue, después de Daniel Muñoz de Baratta, el gran “loco” funcional del medio, capaz de improvisar sin salirse de un libreto inexistente. Aprendió rápidamente a estimular la espontaneidad de su público y a que aflorasen sus bajas pasiones metálicas sin echar a perder el buen espíritu del programa. Empezó sonriendo por todo y tomando el pelo inocentemente a los concursantes, pero poco después su timing se aceleró ostensiblemente, se hizo más calculador sin parecerlo, se atiborró de detalles extravagantes y explotó con sus concursantes la infalible treta de la sinceridad. Él les insinuaba la respuesta correcta, ellos desconfiaban y perdían. El éxito le prodigó muchos anunciantes, con los que puso en escena programas con juegos siempre novedosos hasta que la televisión peruana le resultó estrecha y viajó a Madrid a continuar una brillante carrera de animador de concursos que lo colocó en los primeros lugares del ranking español.
En 1959, La pareja 6 era poco para Kiko. El detergente 6 le permitió este primer ensayo, muy sencillo, pues solo demandaba un par de cabinas para un matrimonio llevadero que, con los oídos a buen resguardo, debía dar —si quería llevarse la “batea” o premio gordo del programa— idénticas respuestas a las preguntas de Kiko. El notario Chepote y su fiel esposa fueron la primera pareja ganadora; ambos coincidieron en decir que en caso de tener trillizos preferían dos varones y una niña. Al cabo de una temporada de medio año, el espacio se cerró invitando a un matrimonio de la casa, el de Nicanor González y su segunda esposa, la cantante Lucy Díaz. Poco después, el mismo detergente auspiciaba un espacio más ambicioso, La familia 6, donde Kiko y la unidad móvil del 4 se trasladaban al interior de conspicuos hogares limeños. Los primeros invadidos fueron los de la familia Ferrando, la familia Ureta-Travesí y la familia Poggi, en la que destacaba el joven Mario, por entonces fonomímico y precoz showman, que sería más tarde, él sí, el primer orate auténtico de nuestra televisión.
Jalado al 13 para montar varios concursos con apellido de los auspiciadores, para conducir —cuarentón— un Villa twist, un Juego para dos y el sensacional Haga negocio con Kiko, y para reemplazar a Pablo en Cancionísima, Kiko volvió al 4 durante una pequeña temporada en 1969. Antes de ser exportado al célebre Un, dos, tres español, Kiko se había confirmado como el comunicador más expansivo e inventivo —siendo rabiosamente natural— del medio. Dibujaba, concebía y planeaba pero, eso sí, en vivo resolvía todo. Sus concursos, sin que nos diéramos cuenta, fueron resbalándose de lo lúdico a lo atrevido y a lo sádico, a lo materialista y a lo explosivamente cómico. Un pantallazo humorístico con alguno de los mejores cómicos del medio remedando a personajes históricos, un concursante forrando a otro en papel higiénico, un piano chamuscado, un bluff o un pedido insólito al auditorio, truco en el que insistirán Ferrando y sucesores, alternaban naturalmente la verborragia conductual de Kiko.
Provisto de llamativos tags de presentación —varios relojes de pulsera brillando en sus brazos hiperquinéticos, medias de distintos colores, insólitas morisquetas y un bastón con el que apuntaba a concursantes y premios y dirigía su “negocio”— Ledgard se transformó en un personaje absorbente que legitimaba, con nuestra tolerancia a su humor y maneras, tantas tempranas audacias sin las coartadas culturalistas y asistencialistas de su amigo Pablo de Madalengoitia. Creó su propio mundo en un género cuyos sets y juegos parecían condenados a la más llana trivialidad serial. Por eso no le fue difícil plantarse desde 1970 en el centro del mundillo lúdico-sádico-competitivo del Un, dos, tres ideado por Narciso “Chicho” Ibáñez Serrador, el más prolífico e inspirado teleasta español, y regir entre “Tacañones”, “Don Cicuta” y modelos jamonas a las que Kiko manoseaba con estilo y sin coartada. De vuelta al Perú, su despedida fue un genial y fatal “cabezazo”.
El 13 de la buena suerte
El afán de incursionar en la televisión estaba presente en los Delgado y en cualquier broadcaster inquieto durante la década de 1950. En 1952, cuando Genaro Delgado Brandt, tras haber administrado exitosamente radio Central, pudo por fin fundar su emisora propia, la razón social no fue otra que Radio Tele S.A. Pero tuvieron que pasar unos años para que el joven Genaro, el ejecutivo de la familia, le planteara a su padre y a Héctor, el vendedor de la camada y el que solía bromear diciendo “yo me encargo de conseguir el dinero y Genaro de gastarlo”,24 dar el paso decisivo.
Cuando los Delgado cayeron en la cuenta de que no tendrían la primicia de la televisión comercial en el Perú, debido al apuro del 4 y del 9, y que además les tocaría en suerte la frecuencia 13 (la 2 ya la tenía Radio Victoria de José Cavero, la 4 estaba ocupada, la 5 y la 6 eran utilizadas por la policía y eran propiedad del Estado, la 7 era del canal estatal, la 9 también estaba tomada, la 11 había sido otorgada a Emisoras Nacionales de Avelino Aramburú, ligado al 4), se preocuparon por tener un canal auspicioso y plural, por abrir fuego con varias atracciones en vivo que había que preparar con tiempo y cuidado. Así, mientras los equipos de la Philips se desaduanaban y se daban los toques finales al edificio de la avenida Arequipa 1110, el personal ensayaba y asistía al cursillo dictado por el cubano Humberto Bravo, contratado para volcar en la jefatura de producción del 13 su experiencia en la CMQ habanera fundada en 1950.
Genaro Delgado Parker abandonó en varias oportunidades su oficina en el hotel Savoy para tomar contacto con otras televisoras. Había viajado a Estados Unidos y a Argentina, y su relación con Goar Mestre se estrechaba mientras este veía peligrar el futuro de la inversión privada en Cuba. Genaro Delgado Parker trabó amistad con Mestre en uno de sus varios vuelos a los Estados Unidos, efectuados en la larga etapa previa a la fundación del 13, pero se conocieron antes —en la Asamblea de la AIR— realizada en Lima en 1955. Fue Mestre quien imbuyó a Genaro y a Héctor Delgado Parker de la ambición por una televisión espectacular y masiva calentando motores con Panamericana, la radio familiar fundada en 1953 y convertida a partir de 1957 en un trampolín de programas de auditorio y maestros de ceremonias telegénicos. Concursos prototelevisivos, noticieros (El Panamericano nació en la radio dirigido por Raúl Deustua y luego por un bisoño Mario Vargas Llosa) y pequeños talk-shows debían pasar fluidamente de la radio a la pantalla. Los consejos de Mestre acompañados por un considerable desembolso,25 a través de su agente Juan Pallí, desembocaron en fundar una productora —Pantel— dejando a los Delgado Parker la propiedad íntegra del canal. El cubano estaba ocupado en sus negocios en la Argentina, patria de su esposa, donde había decidido establecerse tras la revolución castrista. Tenía que vérselas con otro canal 13, recién adquirido en Buenos Aires, que pronto se convertiría en la vanguardia de la televisión sureña. Sus lecciones no abandonaron a los Delgado Parker ni aun a fines de los sesenta, cuando dejó de hacer negocios con ellos: la estrategia de Mestre de separar las empresas de producción del aparato de ventas y transmisión, útil para aplacar la furia castrista en Cuba y las nacionalizaciones peronistas en Argentina, serviría a Genaro y Héctor para mitigar los efectos de la expropiación velasquista de 1971. Irónicamente, por esas mismas fechas, cuando salvando capitales del Perú estatizado, fundaron en Martínez —en las afueras de Buenos Aires— una sucursal de Panamericana Televisión en lo que habían sido los estudios de Argentina Sono Film, se reencontraron con Mestre para lamentar otro golpe: la estatización peronista de 1974.
La propuesta creativa del canal y el diseño preliminar de su programación no empezaron con una página en blanco. Había una sólida relación comercial con la CBS norteamericana (esta tenía participación en todos los negocios panamericanos de Mestre) que suministraría series de estreno como Yo amo a Lucy, también estaba el paquete de programas de auditorio, entrevistas y noticias de radio Panamericana. El Helene Curtis pregunta por 64 mil soles que animaba Pablo de Madalengoitia en la radio era un hit y Genaro Delgado Parker decidió detener su boyante carrera radial para preparar su lanzamiento televisivo. Otro programa animado por Pablo correría la misma suerte, aunque sin pausa entre la radio y la televisión, Pablo y sus amigos, una feliz mezcla de lo cultural y lo frívolo, ateniéndose a los variopintos invitados del anfitrión. Otro programa que se trasladaría al nuevo medio, con personal y nombre propio (aunque sin Mario Vargas Llosa, sucedido en la televisión por Raúl Ferro Colton) fue El Panamericano, longevo noticiero de la casa leído por Humberto Martínez Morosini y Ernesto García Calderón.
La primera quincena de octubre de 1959 varios grupos histriónicos se topaban en los pasillos del canal. Pedrín Chispa, quien relevaría poco después a Bravo y al cubano José Cataño en la jefatura de producción, había abandonado el canal 4 para ensayar en el 13 La bodega de la esquina, revista cómica, con una locación espiritualmente afín a la de Bar Cristal y con un cast encabezado por su inseparable Carlos Oneto “Pantuflas”. También se encontraba César Miró, ya alejado de sus familiares del 9, asesorando los teleteatros que constituirán la fuente dramática y de prestigio del canal. Y hasta se veía al conocido grupo Histrión y al elenco original de Collacocha preparando sus próximas presentaciones en directo.
El viernes 16 de octubre, finalmente, el grupo Delgado inauguró el canal 13. Isaac Lindley encabezaba el directorio y Genaro Delgado Parker se reservaba la gerencia. Genaro papá, los hermanos Héctor y Manuel más Johnny Lindley completaban el directorio. Tercera apertura de la televisión comercial, esta vez no acudió a la cita el presidente de la República ni hubo discursos grandilocuentes; al saludo de rigor de Humberto Martínez Morosini siguió un desfile de estrellas animado por Pablo de Madalengoitia en el que descolló Carmen Sevilla, diva del cine español, que cantó, bailó y quedó unos días para presidir el prime-time musical. La gala fue tensa y los técnicos trabajaron a todo pulmón; hubo incluso un camarógrafo desmayado.26 A diferencia de los inicios del 4 y del 9, el 13 arrancaría con sólidos debuts en los géneros laboriosos —el drama, la comedia y el concurso— intentando no depender en demasía de las revistas musicales.
El impulso a la telenovela
El sábado 17 de octubre de 1959, fecha de destape para el nuevo canal, el programa del 13 fue el que sigue: A las 12.30 de la tarde asomó un programa argentino de 30 minutos, unitario, llamado Papá tiene novia; a la una de la tarde se destapó la olla nacional con ¿Qué cocinaré?, el primer espacio culinario de nuestra televisión debido a los auspicios de Nicolini y a los esfuerzos de Carmela Rey, ama de casa con vocación de periodismo y de espectáculo; siguieron un largometraje y más cortos argentinos hasta las 6 de la tarde en que arrancaron los dibujos animados y una media hora en el oeste con Roy Rogers. A las 7.30 vino Foro 7, otra media hora latina con el actor Carlos Montalbán. A continuación, siguió un bloque nacional compuesto por los 15 minutos de El Panamericano; la media hora de Tradiciones peruanas, teleteatro adaptado de Ricardo Palma, auspiciado por Philips, producido por Samuel Pérez Barreto y con un elenco que conformaban, entre otros, Enrique Victoria, Luis Accinelli y la cocinera Carmela Rey. A las 8.45 de la noche la producción nacional rompió fuegos con el concurso Scala regala, al que siguieron el show de Carmen Sevilla y Pablo y sus amigos. Este cartel fue una prueba de fuego para la capacidad competitiva del canal 4, que apostó todo a la exuberancia del showman Daniel Muñoz de Baratta y a anunciar sus primeras incursiones con unidad móvil en el Estadio Nacional. El 9 ya daba prematuras muestras de despiste.
Si alguna virtud, además del peso nacional, tuvo este apretado programa, fue apostar desde el primer día a atracciones distintas a la revista musical: al teleteatro, que pronto agarraría diaria continuidad; al concurso de auditorio, contante y sonante, como ya lo acababa de descubrir el canal 4 en los espacios de Kiko Ledgard e Isabelita; a la cocina y al talk-show culturalista, anticipos de modas venideras. En la primera semana de vida del canal, el teleteatro dio una muestra sorprendente de su vocación hacia la teleserie y, por extensión, a la telenovela. La mala suerte de Caryl Chessman, asesino múltiple cuya condena a la silla eléctrica desató una furibunda polémica sobre la pena de muerte en los Estados Unidos, fue buena para el 13. Durante varios días el caso fue cubierto por un teleteatro de 15 minutos, con una estructura de tres actos de cinco minutos separados por anuncios comerciales en vivo. El libreto de Alfonso Tealdo estaba pendiente de las últimas noticias sobre la posible conmutación de la pena y se concluía con el tiempo justo para que el actor Vlado Radovich ensayara la expresión del criminal abatido. El canal 9 se vengó de la suerte del 13 transmitiendo un reportaje llegado por avión sobre el verdadero Chessman, un serial-killer que se veía muy seguro de sí, para nada sumido en una televisiva depresión.
Los Delgado tenían la ambición de presentar un teleteatro diario. Humberto Bravo quiso demostrar lo que había enseñado en su cursillo de televisión con Ciclorama, espacio semanal que debutó con la pieza de suspenso Los siete fósforos interpretada por Hudson Valdivia y por la argentina Linda Guzmán. El 25 de octubre, la vocación teatral del 13 se coronó con la presentación del Collacocha de Enrique Solari Swayne, pieza criolla de prosapia indigenista y harto prestigio académico, que fue actuada por buena parte de su elenco original: Luis Álvarez, Alfredo Bouroncle, Jorge Montoro y Pablo Fernández.
César Miró, apenas quedó libre de la conducción de Scala regala, pudo dedicarse a su función dramática y adaptó El malentendido de Albert Camus en forma de teleteatro diario de 15 minutos. Más tarde, en 1960, el 13 lanzaría varias de estas entregas semanales, pequeños teleteatros de cinco capítulos en espacios fijos con títulos como “Amar es vivir”, que eran ya una promesa de folletín. Pero pasaron varios meses y decenas de teleteatros aislados, para que recién a mediados de 1961 los Delgado descubrieran con Historia de tres hermanas el sumo poder de la telenovela.
Tarea cumplida
Dos felices concursos pusieron emoción de auditorio en el 13. Scala regala, auspiciado por los grandes almacenes del mismo nombre, fue el pionero de las tareas difíciles, ese viejo truco para dramatizar y volcar al espectáculo el ánimo participativo del concursante. El primer día del canal el animador Guillermo “Frejol” Diez Canseco, un expansivo playboy limeño en sus felices treintas, abrió el programa para dar pase una semana después a César Miró, suerte de coartada académica que daría prestancia al espacio, por naturaleza tan ligero. Miró nos contaba que se retiró porque él “no era un vendedor de tienda”.27
Pablo de Madalengoitia, el natural reemplazo de Miró, sí era, entre otras cosas, un estupendo vendedor. Relacionista público, actor eventual, comunicador radial y conspicuo ladie’s man de los apachurrantes cincuenta, tenía la suficiente elegancia y cultura como para que su trabajo en televisión se clasificara en un apartado, el del “maestro de ceremonias”, por oposición a Kiko Ledgard, el “animador” por antonomasia. A las pocas semanas sus recurrentes palabras “¡tarea cumplida!”, pronunciadas con el entusiasmo de un locutor deportivo aunque nunca carentes de un toque de distinción, se convirtieron en frase célebre de la televisión. A medida que su desenvoltura y gestualidad televisiva fue evolucionando, el programa subió sus bonos y las tareas se hicieron más dramáticas. A fines de agosto una concursante tuvo que conseguir un gato negro de cola blanca, una docena de mellizos nacidos en 1934 y hacer una carambola de billar. Perdió con el taco. En noviembre, un pobre hombre tuvo que comparecer con un elefante en el set. En diciembre, el corredor Pitty Block llegó en un helicóptero y tuvo que afeitar un globo con una navaja. Cumplida la tarea, el cheque de Scala, para dar el remate altruista que redimiera de cualquier exceso materialista al programa y al célebre concursante, fue endosado a la viuda de un obrero. María Elena Rossell, Venus Perú 1959, cumplió una tarea proverbial: hallar una aguja en un enorme pajar apilado en el set. Cuando la halló, dio saltitos de alegría y donó el cheque a su terruño, el departamento de Piura.
Madalengoitia, alegrón y correctísimo, jamás pasado de la raya, ni siquiera aproximado a ella, manejaba con citas y nombres propios un amplio repertorio cultural. Era, entonces, el anfitrión ideal de Helene Curtis pregunta por 64 mil soles. La CBS había lanzado en 1955 este concurso de conocimientos —The $64.000 Question— que se convirtió en el más sintonizado concurso de la televisión norteamericana. La coartada del saber capitalizaba una audiencia que hizo de los concursantes auténticas estrellas autodidactas, labradas a punta de tesón y paporreteo. No importaba si sus temas eran escolásticos, rebuscados o banales como los parentescos entre los dioses griegos o las batallas de Napoleón, solo había que duplicar la recompensa a las respuestas correctas, de 1 a 64. En el Perú, primero en radio Panamericana, luego en canal 13, sucedió lo mismo. Bastaba un participante afanoso como Marina Derval o Eugenia Sessarego (años después, implicada en el crimen del magnate Luis Banchero), un conductor culto que hablara desde un simple podio y una cabina insonorizada donde el concursante sudara y pujara hasta dar con la respuesta precisa.
El atareado Madalengoitia, que había dejado la radio aunque sus programas de televisión se seguían transmitiendo por ella,28 completaba su agenda panamericana animando eventuales shows musicales como el pretensioso Musiphilips y conduciendo Pablo y sus amigos, talk-show que reunía a dos o tres invitados obligándolos a sostener una charla más formal que informal y a una demostración de sus habilidades. Dos “secretarias”, nombre que no hacía ningún favor a las féminas pero que sirvió a Pablo para diferenciar a sus asistentes de las simples modelos de otros programas, alternaban con él muy de vez en cuando y ayudaban a las celebridades a pararse frente al micro de un pequeño set. No solo interpretaciones musicales sino pequeñas secuencias teatrales (Linda Guzmán era invitada de rigor), números de baile y espectáculos casi circenses desfilaron en este primer espacio culturalista del canal 13. Entre los descubrimientos que Pablo agregaba al círculo de sus amigos se cuentan la cantante Maribel Freundt, el actor Alberto Goachet y el rockero Joe Danova. Pablo y sus amigos se transformó en La hora de Pablo (abril de 1964), debutando con una entrevista a Agustín Lara. Poco antes, Madalengoitia había participado en la primera temporada de Cámara Pilsen (véase, en este capítulo, el acápite “Ni elitistas ni populistas”) y había concluido el ciclo fílmico musical del recuerdo Aquellos tiempos (mayo de 1963). Varias tareas cumplidas.