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La bodeguita alegre

La “chispa” de Pedrín fue requerida con urgencia por el canal 13. Había que responder de alguna forma a Daniel Muñoz de Baratta y, ante la dificultad para armar un show estridente y paródico como el suyo, el 13 optó por el argumento cómico, por el humor de la pincelada humana. La bodega de la esquina tenía por libretista a Pedrín Chispa y por despensero a Pantuflas. Como Don José, este abría las puertas de su tienda y sus cuadernos de fianza a una pintoresca clientela compuesta por el elenco habitual de Chispa: Teresa Olmos, Benjamín Ureta, Carlos Velásquez y Mario Velásquez, como un muchacho de la calle al que Don José empleaba como recadero. El nombre del personaje, “Achicoria”, no se le desprendería nunca al actor —cabeza de una importante familia teatral— compuesta por su hermano Carlos, su esposa Delfina Paredes y sus hijos Ricardo, Mario y Gabriela. La flexible línea argumental la aportaban los clientes y algo nuevo en la televisión, la puesta en escena de los sueños del protagonista. Don José se soñaba Cristóbal Colón, César Borgia o Napoleón, en una austera escenografía complementaria a la bodega. La clave del espacio era, por supuesto, el humor, pero no el slapstick o la parodia estridente, sino un humor costumbrista que no llegaba a la picaresca y que se quedaba en las fronteras bastante estrechas de un comedido barrio de clase media, el estrato privilegiado desde siempre por la comedia televisiva.

Los sábados en la noche sí había que competir con Muñoz de Baratta en su terreno. Se encomendó a Pantuflas encabezar el reparto de un Teatro cómico que adaptaba piezas de Alfonso Paso (años más tarde José Vilar agotaría el inagotable repertorio del comediógrafo español), algunos originales de Chispa y ocasionales parodias históricas en la vena de Baratta, como la que se hizo —con gran despliegue de vestuario y chirriante escenografía—, sobre la Roma de Nerón. Para insistir en el humor Carlos Oneto tuvo La revista de Pantuflas, escrita e interpretada por él mismo y de la que rescatamos la particularidad de ser el primer espacio cómico de sketchs independientes, sin un obligado hilo argumental.

Poco después de estas primeras concesiones a Pedrín Chispa y a Pantuflas, el 13 quiso reforzar su frente cómico con las estrellas del humor radial. Freddy el Rezongón no quería saber nada de la televisión tras su fracaso como guionista en Bar Cristal, pero llevar al escenario su descocada Loquibambia radial no era una propuesta deleznable. Antecedido por un espacio semanal de 15 minutos en el que Freddy, en muy escueta escenografía, perpetró algunas de sus rutinas cómicas, el 29 de noviembre debutó en el 13 Loquibambia con un elenco donde figuraron el joven Tulio Loza, Chicho Romero, Felipe Sanguinetti, Gloria Lecaros, Pepe Morelli y Alberto Goachet. Poco duró la experiencia, pero sirvió de primer contacto con el medio de dos cómicos que harían escuela en televisión: Sanguinetti y Loza.

Si en la ficción melodramática hay un visible impulso de la obra unitaria a la obra seriada, del teleteatro a la telenovela, en la comedia se recorrió un camino inverso. La obra de argumento, con plantilla de personajes y locaciones fijas, se reveló limitante y abrió paso a la discontinuidad, a la celebración del humor sketch por sketch, venga de donde venga. El folletín repetido en sus desgracias día tras día y el programa de sketchs, celebrado desenfadadamente una vez por semana, serán pronto las dos caras y los dos extremos de la emoción televisiva.

La variedad del 13

El abanico de la programación del 13 se abrió desde sus primeros días. La cocina meridiana tuvo a Carmela Rey de afanosa anfitriona diaria y, desde el 11 de noviembre, otra mujer que sabía aderezar la vida doméstica, la argentina Queca Herrero, inauguró en Sólo para mujeres el prototipo de todas las variedades femeninas de nuestra televisión. Doña Queca, actriz de radionovela y animadora de radio desde la década de 1940, entró a la televisión a hacer su segundo debut. Buenos modales, consejos de maquillaje, clases de gimnasia y concursos de bebés daban forma al espacio, fanáticamente dirigido hacia las amas de casa.

Pepe Ludmir, desde radio Panamericana, daba ya la versión oficial de Hollywood para los peruanos. Sus transmisiones diferidas de la entrega del Oscar y sus volteos de la información cablegráfica sobre los últimos estrenos, eran hechas con tan ceremoniosa y agradable entonación que su pase a la televisión fue automático. A Hollywood con Nivea fue su primer espacio visual, apoyado en vistas fijas y en avances en 16mm de las novedades del norte. Muy ocasionalmente, como sucedió con la mexicana Yolanda Varela en noviembre de 1959, pudo entrevistar a alguna personalidad del écran.

La Backus y Johnston, tras la satisfactoria temporada de Bar Cristal, planificó otra entrega de ficción para 1960. Fue el Kid Cristal, del que hablaremos más adelante. Pero la inauguración del 5 la obligó a prodigarse ante el nuevo medio. Antes de que cobraran forma los ambiciosos festivales del cuento y la canción criolla, apelaron a Ernesto Ascher, escritor costumbrista y recopilador de datos y anécdotas sobre la Lima antigua, para dar forma a un programa de charla y vistas fijas llamado Recuerdos Cristal. En 15 minutos, producidos por Samuel Pérez Barreto, don Ernesto hablaba de las tapadas, de las acuarelas de Pancho Fierro o de la génesis del anticucho.

El primer y longevo noticiero de la casa, fundado en la radio donde lo dirigió Mario Vargas Llosa como ya vimos, fue El Panamericano. Desde noviembre de 1959, Raúl Ferro Colton recopilará material gráfico, escribirá noticias y lanzará los primeros “flashes” nacionales. Humberto Martínez Morosini y poco después Ernesto García Calderón ponen voz y rostro, mientras el propio Ferro, Freddy Chirinos y Luis Rey de Castro con su Ventana de papel se encargan de los comentarios y Samuel Pérez Barreto produce. En 1961, Alfonso Tealdo asumió la dirección de El Panamericano, siendo eventualmente reemplazado por Guillermo Cortez Núñez y relevado por Luis Alberto Jiménez. Se foguearon por entonces el productor Jorge Souza Ferreira y el redactor Ricardo Muller. En 1966, con la dirección de Julio Estremadoyro, y luego la del reportero Manuel Seoane y las voces y gestos de Morosini y García Calderón, sumados algunos comentaristas eventuales como Manuel Aguirre Roca (futuro presidente del Tribunal Constitucional), y los locutores volantes Fidel Ramírez Lazo y el arequipeño Iván Márquez (notable voz que dio la cara en eventos especiales, haciéndose célebre su estentóreo “taaaambiénnn vvvieene”) que el noticiero emblemático del 5 encuentra su plenitud: edición diurna y nocturna, filmes y tapes, los mejores servicios noticiosos extranjeros y las voces más confiables. Como yapa, ilustraciones expresionistas, un solo de trompeta y la muy discreta gestualidad de Martínez Morosini y García Calderón.

La política y el debate sobre temas polémicos también estuvo entre las preocupaciones primeras de los Delgado. Para el efecto tuvieron, desde sus días iniciales, dos programas, Mesa redonda y Ante el público, donde la palabra grave y las expresiones adustas, eran sus únicos dudosos atractivos. César Miró se dejó ver en alguno en ellos, pero ya en diciembre de 1959 hizo su ingreso al canal un prestigioso colaborador de la prensa escrita que haría escuela en televisión, Alfonso Tealdo. Su estilo cortante y su afán por estimular la polémica y mantener distancias con sus invitados, hizo de Ante el público el primer y auténtico programa político de la televisión, es decir, un espacio donde la discusión y los discursos de los invitados sometidos a las preguntas de un panel de periodistas azuzados por Tealdo (Luis Loli, Mario Herrera Grey, Jorge Luis Recavarren y Arturo Salazar Larraín, entre otros), buscaban sin mayor trámite influir en la opinión pública. Ante el público será más tarde sucedido por Pulso y Tealdo se repartirá el trabajo con el director Jorge Luis Recavarren.

El invitado inaugural fue Ramiro Prialé, del Apra, y en enero de 1960 el arquitecto Fernando Belaúnde haría su primera y comentada aparición en pantalla, para no hablar del estentóreo bofetón del periodista de izquierda Genaro Carnero Checa al controvertido ex líder comunista Eudocio Ravines, y ahora hombre de confianza del ministro Beltrán, emprendiéndola contra los opositores como Carnero Checa, que habían tomado la bandera de la nacionalización de los yacimientos petrolíferos de la Brea y Pariñas, la misma que agitará Velasco para su golpe de 1968. Este primer escándalo televisado de nuestra vida política tuvo su clímax en un sopapo en off —se oyó un ruido seco y la imagen se distorsionó, pero en la radio de casa, Panamericana, se oyó además que Carnero decía a Ravines “¿cobarde?, ¿a quién has llamado cobarde?”— seguido de un mitin improvisado en las afueras del canal con contusos y detenidos. El rochabús dispersó a los televidentes enardecidos mientras el senador por Arequipa Alfonso Montesinos pronunciaba un discurso en favor de la causa de Carnero Checa, el primer y único televecino capaz de traspasar la pantalla con su arrebato cívico. Estaba en su casa, a pocas cuadras del 13, cuando oyó a Ravines, salió disparado, ingresó al canal con su carnet de prensa y se abalanzó sobre su atónito enemigo. Ravines, alicaído, tendrá más tarde en canal 9 el espacio político Vanguardia en TV (1965) asistido por una debutante María Elena “Manie” Rey Daly enrolada por Gaspar Bacigalupi. Con el paso de los años la aldea política conocerá destapes y polémicas de impacto —como la de Luis Bedoya Reyes y Jorge Grieve Madge por las elecciones al municipio de Lima en 1966— y se irá proveyendo de programas de opinión negociada, relaciones públicas, spin doctors, guachimanes y tanquetas.

Panorama desde el cerro

Para la Navidad de 1959 un televisor seguía siendo el regalo más preciado. Se estimaba en 80 mil29 el número de aparatos existentes a fin de año en la capital. Los canales y sus anunciantes decidieron capitalizar el espíritu navideño de fin de década. El canal 4 había celebrado el 15 de diciembre su primer aniversario con un show de Mario Clavel, cantante argentino de mucho cartel, y Juan Sedó preparaba con su club infantil vivos cuadros navideños. El 9 anunciaba la puesta en escena de una bizarra ópera navideña yanqui, Anabel y los visitantes nocturnos.

El 13 no se quedó atrás. Armó un show de antología para ser televisado desde el cerro San Cosme que, invadido en 1946 por pobladores armados de esteras, fue el primer hito de la ola migratoria serrana sobre la capital que había dado forma a una barriada aérea suspendida en torno al cerro, un “pueblo joven” como los cientos que nacerían en los años venideros. La carencia de unidad móvil (recién en el verano de 1960 los Delgado tendrían operativo su primer equipo rodante) fue resuelta con un pacto sui géneris. Los equipos del canal 7 fueron desmontados y trasladados a San Cosme para hacer las veces de unidad móvil. Así, el 24 de diciembre, Alfonso D’Allesio, animador radial de origen mexicano, condujo un show de excepción donde desfilaron, entre otros, Chabuca Granda, Fetiche y el Ballet de Panamericana. Sin duda, el panorama desde el cerro antes de comenzar la nueva década era auspicioso para la televisión, pues el gusto de las masas que empezaban a sobrepoblar Lima era aún un terreno virgen para explotar y encontró en Genaro Delgado Parker un interlocutor desprejuiciado y populachero como el negocio mandaba. Pero ese mismo panorama también anunciaba brechas, carencias y conflictos sociales que asustarían a cualquier empresario.

Canal 9: Caso cerrado

Desde que oyó hablar de ella el ingeniero Alfonso Pereyra quiso hacer televisión. Era la lógica consecuencia de una pasión científica por la comunicación a distancia que se hizo efectiva cuando manejó un equipo de radioaficionado, aún antes de que el Perú tuviese su primera emisora radial (OAX, 1926). De ahí en adelante su presencia como fundador, socio o consultor técnico era obligada en cada paso trascendente de la radio en el país.

Al concretar el proyecto para fundar radio El Sol, Pereyra ya estaba firmemente decidido a invertir en televisión, bautizando su empresa como Compañía de Producciones Radiales y de Televisión. Había viajado a Estados Unidos en 1948 y ahí había tenido ocasión de apreciar los avances de la televisión.30 Unos años después, en 1955, organizó con bombos y platillos unas pruebas de circuito cerrado en el hotel Bolívar. Entonces Pereyra avizoró su canal privado. El diario El Comercio, queriendo ampliar sus intereses a la radio, había ingresado como fuerte accionista a El Sol. Pereyra hizo una intensa campaña de convencimiento a sus nuevos socios —además de Luis y Pedro García Miró por El Comercio, estaban Iván Blume y los hermanos Santiago y Carlos Acuña— hasta que en 1958, ante la experiencia del canal 7 y los anuncios del 4, decidieron lanzarse a la aventura. La RCA Victor se encargaría de la provisión de equipos y la NBC, una de las tres grandes cadenas norteamericanas, asesoraría la instalación y programación del canal, además de incluirlo en su red nominal de estaciones afiliadas. En realidad, más allá de la asesoría teórica y del prestigio del consultor, y, por supuesto, de una provisión de series de estreno (sin hablar de representación exclusiva, pues la NBC ya había hecho negocios con el 4) este trato no significaba nada para el futuro del canal.

La NBC no invirtió dinero en el 9, se limitó a enviar un texto de Robert W. Sarnoff (su presidente de directorio) para ser publicado en El Comercio donde con gran deferencia mencionaba la “procesión de nuestro Señor de los Milagros” entre una lista de grandes eventos mundiales tales como “las Olimpiadas, el rally de Montecarlo y el festival musical de Edimburgo” que transmitiría la televisión del futuro en nuestros hogares. Y junto con el texto llegó Edward Roth, gringo consultor que cayó simpático a todos por sus vanos esfuerzos de hablar en español y al que se destinó una oficina que casi nadie visitaba y de la que salía para tropezarse con los técnicos en los pasillos. Madrugador, llegaba a las 8 de la mañana al canal y se iba a primeras horas de la tarde, antes de que comenzaran las transmisiones y los problemas.

El día de la bendición

Adelantándose a la fundación de Panamericana Televisión, el domingo 2 de agosto de 1959 se inauguró el canal 9 de radio El Sol, con una misa oficiada por el arzobispo Juan Landázuri Ricketts en el local de la emisora ubicado en la avenida Uruguay. Tras el agua bendita y los acordes del Himno Nacional el presidente del directorio, Luis García Miró, dio las palabras de bienvenida. Evidentemente, la inversión del diario sobrepasaba el aporte del propio Pereyra, que quedaba de ejecutivo principal en un directorio dominado por los Miró Quesada y, en menor medida, por integrantes del poderoso grupo Prado y por socios de América, canal 4.

El discurso de García Miró,31 hombre improvisado en la novedad de la televisión que ocupaba el cargo por razones familiares (su pariente Óscar Miró Quesada, el popular Racso, sí era un fanático de la novedad), insistió en la presencia de la NBC como cadena tutelar de El Sol a la que se agradecía por “su magnífica labor en organizar la estructura comercial del canal”. Sorprendente atribución de una función que debía ser la preocupación principal de los nacionales e indicio del temprano colapso económico que sufriría el 9 pocos meses después.

Pereyra, por el contrario, habló como el pionero que por fin alcanzaba el sueño de un canal equipado con tecnología potente y moderna. Gran visionario y flojo empresario, no pudo convertirse en visible timonel (como lo fue Genaro Delgado Parker en el 13 o el inseparable dúo González-Umbert en el 4), que coordinara un plantel humano sin cohesión. César Miró se encargaría del noticiero y asesoraría la programación. Hombre de originales proyectos, enterado e inquieto comunicador, Miró era la engreída oveja negra de la familia Miró Quesada, entregado al proyecto televisivo con un entusiasmo que duró muy poco, menos aún que el de Emilio Herman y Sebastián Salazar Bondy, dos connotados intelectuales convocados por el 9. Según Miró32 su pronta lejanía se debió a la presencia de Augusto Goycochea Luna como jefe de producción, peruano que venía de trabajar con éxito en la radio colombiana y el hombre controvertido en un staff al que solo le faltaba la bronca entre unos y otros para sumirse en el caos. Pero si éste no tardó en llegar, culpemos a la inexistencia de una línea comercial agresiva. Los dueños de El Comercio, acostumbrados a una clientela incesante que nunca cuestionó ni regateó tarifas, esperaban un éxito de ventas similar en la televisión. Pero los segundos de pantalla no se podían vender con la misma inflexibilidad que los centímetros de papel. El jefe de ventas, Ed Gory, popular barman limeño que había incursionado en la radio, vendió muy poco como para compensar la cuantiosa inversión en series, en películas de estreno y en producción en vivo. A través de Óscar Artacho, periodista argentino que dirigía el conocido programa Pregón deportivo en radio El Sol, los Miró Quesada recibieron una oferta de auspicio para el programa inaugural. Como no se ajustaba a sus rígidas expectativas no la aceptaron y tuvieron luego que salir al aire con menos.33 El canal tenía los días contados. Sin embargo, el día de la fundación, el espectáculo vivo sí fue auspicioso. El largometraje de arranque, la mítica Casablanca, era el primero de un lote de rutilantes estrenos. Goodrich, sólo auspiciador, presentó una movida variedad musical con Alicia Lizárraga, Filomeno Ormeño y un cuerpo de baile. A continuación, como expresión de ese amor dual por la música criolla y la cultura norteamericana propia de El Comercio, siguió una edición especial del Perry Como show. A las 8.30 de la noche aparecieron las estrellas de peso, algunas especialmente importadas para la ocasión: Los Tex-Mex, tejanos mexicanos que confundían con mucha gracia la música country y las rancheras; la melódica Iris Vale; nuestra Edith Barr, que tuvo un contundente debut televisivo que le valió un contrato estable con la empresa; y la primera peruana que había triunfado en el cine mexicano: Ofelia Grabowsky, alias Ofelia Montesco, alias “Carita de cielo”, bellísima lugareña con dotes histriónicas para nada impactantes pero con suficiente coquetería y sentido del humor como para poner en escena el primer intento shakesperiano del canal, “Ofelia tiene tres Hamlets”. Uno de sus comparsas en este sketch inaugural fue Miguel Arnáiz, pronto convertido en el maestro de ceremonias oficial del canal, un actor de modales finos y un leve aire de soberbia que estallaría y le costaría la carrera unas temporadas más tarde, en el canal 2, cuando sus poses fatuas provocaron un espectacular desplante de María Félix.

Desde su bendición el canal 9 intentó imponer una imagen de prestancia y finura, de discreto e instructivo entretenimiento; una frecuencia modulada que equivaliera a la de El Comercio, con calculados espacios para las novedades americanas y para el criollismo limeño, para la intelectualidad y la juventud tranquilas.

Las misas, oficiadas cada domingo al inicio de la programación, se transmitían tan religiosamente como los espacios de comentarios sociales (Sociales Neisser fue el de más cartel) y las sesiones para la juventud que incluyeron sanas y tempranas demostraciones de rock’n’ roll. Esta imagen, aparentemente plural y compleja, aunque en el fondo conservadora, lamentablemente se vendió muy poco. Pero mientras duró botó al aire algunos espacios anticipados en los que no se escatimaron costos de experimentación.

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