Kitabı oku: «En vivo y en directo», sayfa 9
Ahí viene la nueva ola
La juventud había batallado por hacerse de un perfil propio en la década de 1950. A inicios de los sesenta, sin llegar a la mayoría de edad, ya tenía costumbres, motos, casacas de cuero y espacios de afirmación. Los jóvenes de 15 a 20, aquí como en todas partes, no se reconocían hijos culturales de ninguna generación y peleaban por definir sus propios gustos. Sus padres no los tomaban muy en serio, pero el mercado sí los proveyó de productos a su medida. Pronto, la juventud acostumbrada a la letra en español, fue asumiendo el espíritu de la música en inglés. El cine norteamericano, las series enlatadas, las masivas importaciones de un país que multiplicaba sus puntos de contacto con el Perú, marcaron a la adolescencia con ansias de modas y marcas de la misma procedencia. La rebeldía juvenil también fue importada y asimilada a través de varias mediaciones, entre ellas la televisión.
Entre el rock’n’ roll y la nueva ola hay un complejo proceso de adaptación del que tenemos que agradecer, o culpar, a los canales. Nuestra televisión difundió el rock antes que la nueva ola. En el verano de 1960, las Sesiones de rock’n’ roll, luego de una entusiasta temporada en Radio Victoria con media docena de “singles” rayados de tanto repetirlos, el locutor y disc-jockey Sergio Vergara fue tentado por el canal 9 para conducir un programa que halagara a la juventud en vacaciones. A falta de audaces que cantasen los éxitos en inglés, Vergara echó mano de discos y simples arreglos de orquesta para acompañar a jóvenes invitados de modo expreso a bailar en el set.40 He aquí un espacio tempranamente abierto a un culto con fanáticos locales, pero sin estrellas. Claro que no faltaron los improvisados que bailando un día en un tono de barrio decidieron formar un grupo de una sola sesión: “Los Cometas de Barranco”, “Los Tramposos de Magdalena”, “Los Chacales de Lince”. Es poco probable que los auténticos rebeldes sin causa, recelosos ante esta domesticación de los gustos, acudieran a las sesiones; de seguro, preferían picárselas con sus motos lejos de la televisión.
A falta de una traducción inmediata del rock’n’ roll, a inicios de los sesenta se estableció que la “nueva ola”, una fuga del bolero y la balada romántica hacia los últimos aires norteamericanos, era el equivalente de la revuelta musical del norte. En un inicio la informalidad en el vestir era opcional, luego se exaltó aunque nunca fue subversiva o seductora; la cabellera un poco larga en razón de los rulos y las ondas engominadas, nunca para facilitar el desmelenamiento y el strip-tease del rock radical. La nueva ola era más bien la montaña que el “Mono” Altamirano se levantaba trabajosamente entre la frente y la coronilla, o el vaivén del twist a punta de frotar el piso con el dedo gordo del pie. Chubby Checker, celebrando su cumpleaños en el canal 2 en 1963, sancionó al twist como una variante naif del rock’n’ roll (poco antes el 4 estrenó Twist Beach). Bill Haley y sus Cometas habían estado tres años antes en el 13; lástima que era muy temprano para comparar y sacarle provecho. Lo que Hollywood hizo con los beach boys, aligerándolos de ropa y de formalidades y distrayéndolos con diversiones asexuadas en los veranos playeros, lo hizo México con estrellas como Enrique Guzmán y César Costa. A falta de cine, aquí fueron los canales musicales los que impusieron a cantantes nuevaoleros cuya fama nació en pantalla. Pocos espacios de afirmación fuera de los sets y las radios —con excepción de las célebres matinales en el cine Tauro y unas pocas ediciones del Festival de Ancón— tuvo este sano, suave y nada pretensioso movimiento musical cuyos intérpretes de renombre (Pepe Miranda, Coco Montana, César Altamirano, Pepe Cipolla, Fernando de Soria, Rulli Rendo, Jimmy Santi y Los Doltons, entre muchos otros) surgieron de los shows y concursos nuevaoleros que conducía Vergara en el 2, de los que organizaba el 13 y también el 4, donde la ola era redonda, pues la asociación de América con la disquera Sono Radio capitalizaba presentaciones y lanzamientos de acetato.
La cresta de la ola duró varios años, los que quiso la televisión. Mientras hubiera un auditorio juvenil al que halagar, todo programa musical la tuvo por obligación aunque los espacios no parecían conquistados por los jóvenes que laboraban en los canales. Cuando se barajaban nombres para conducir los shows nuevaoleros, eran infaltables los de Pablo de Madalengoitia y Kiko Ledgard. Así verían los mayores la nueva ola, “cosas de Pablo y Kiko para entretener a los muchachos en vacaciones”. El primero, además de lanzar a Joe Danova, el primer cantautor romántico del lote, en Pablo y sus amigos (véase, en este capítulo, el acápite “Tarea cumplida”), condujo a partir de mayo de 1963 Cancionísima, con profusión de cantores juveniles y en su talk-show La hora de Pablo tuvo la ocurrencia de invitar a cuatro nuevaoleros para personificar a Los Beatles (ellos fueron: Altamirano, Danova, Miranda y Santi); y Kiko, jalado del 4 al 13, inauguró en el verano de 1964 las transmisiones desde el Campo de Marte con Villa Twist. Poco después, el 4 buscó un conduct or remozado; jaló del 2 a Luis Ángel “Rulito” Pinasco para conducir El clan del 4. En América o Panamericana esta era la rutina nuevaolera según Rulli Rendo, uno del clan:
Los programas no se ensayaban, las chicas y muchachos del colegio Roosevelt venían a bailar, Rulito tenía un guión con el que animaba, nosotros cantábamos, los muchachos se divertían; no había nada especial, todo giraba en torno a la capacidad del animador, de la orquesta o del play-back.41
Rendo, ex campeón escolar de Quien estudia triunfa en 1959 y bailarín de flamenco en El club de los niños de Sedó, es un vástago del medio; su afición nuevaolera fue primero nutrida y luego explotada por la televisión. Hasta fines de los setenta, Rulli Rendo seguía frecuentando la televisión para promocionar sus Toques musicales, jaranas tropicales para pasar en casa los toques de queda dictatoriales.
Queda clausurada para siempre la edad en que los jóvenes de clase media debían llevar por fuerza clases de piano, de ballet o de bailes flamencos honrando las referencias culturales de sus padres; el twist y el rock’n’ roll, aun en su domesticada sversión nuevaolera, eran mucho más divertidos.
El progreso inevitable
Quienes habían comprado un aparato por tener un símbolo de estatus económico y de apertura hacia la modernidad, se habían preparado para realizar ciertos ajustes en las horas de ocio familiar, en el uso del living-comedor y, si fueron previsores, para recibir a los “televecinos”. Pero estas familias, y con más razón las que lo adquirieron por simple curiosidad, se habrán sentido incómodos al notar los cambios radicales que la televisión provocaba en su entorno, la cantidad de revelaciones, no siempre gratas, que esta hacía a los padres que no tenían una idea exacta de los gustos de sus hijos, a los que descubrían un placer que no siempre tenía límites precisos de censura, a quienes se sentían por primera vez en un país poblado por dejos y nociones extranjeras, a los que recién conocían el rostro y el discurso de la política. Aún es prematuro hablar de una nación, siquiera de una capital, integrada por la televisión; pero sí nos encontramos ante una sociedad que se va resignando a su progreso inevitable, que va comprendiendo que la televisión, una vez provista de video y unidad móvil, puede registrar y editar testimonios de un país heterogéneo y remoto, que puede difundir ideas y conductas con una celeridad y eficacia hasta entonces desconocidas, que puede levantar grandes expectativas y no siempre cumplirlas.
Un redactor de la revista pionera TVGuía42 recopiló en el verano de 1961 varias de las invectivas que la clase media lanzaba a la invasión de los aparatos. Detrás de la burla y del reproche, se puede leer el rango de inquietudes y de afectos que despertaba el fenómeno:
– No se sabe dónde ponerlo, es tan antiestético.
– Ni regalado, no pienso arruinarme la vista tan pronto.
– La veo solo cuando tengo sueño.
– Odio hacer visitas a casas con televisor; te sientan frente al aparato a la fuerza.
– Las modelos serán bonitas, pero en mi pantalla salen todas deformes.
– Los niños del programa infantil parecen animalitos amaestrados.
– Hay anunciadores que se creen muy chistosos.
– Dicen que las antenas atraen a los rayos.
– Pagaría cuotas mensuales para que se lleven el aparato.
Canal 2, en dos tandas
José Eduardo Cavero Andrade era líder de la Federradio, “zar de la radio peruana” según mote algo desproporcionado, si se tiene en cuenta el poder radial nada despreciable de los Delgado y los Umbert-González, y propietario de 28 radioemisoras. Con la razón social de una de ellas, radio Victoria, y con sus hermanos Óscar y Jaime en el directorio, fundó el primer canal 2, el 31 de mayo de 1962. Había solicitado la frecuencia en 1958, pero tuvo que esperar que sus rivales funden y asienten sus canales en el mercado.
El 2 empezó con mucho bombo y acabó estrangulado en un par de años. Cavero, impetuoso y atraído por el espectáculo día tras día, por las estrellas itinerantes y los chorros lumínicos de la “gran radio en pantalla” que era la televisión, fue incapaz de apostar a la serialidad como base para la programación horizontal, al videotape (tuvo una máquina a la que se le dio poco uso), a la móvil, a la conversación y a la noticia. Solo la fanfarria musical debía agitar a los 200 espectadores del auditorio de la avenida Tacna (luego funcionaría allí el cine Imperio) y a los muchos miles de hogares que en sus primeras temporadas le hicieron creer que tan dispendioso negocio iba para largo.
El fin y los medios del 2 fueron las atracciones en vivo. Para ellas no necesitaba de mayores planes que estar bien informado de las tarifas y las giras de las estrellas continentales. Pero necesitaba anfitriones locales para sus jales foráneos y los mejores ya estaban ocupados en el 4 y el 13. Poco antes de arrancar solo tenía a Sergio Vergara, el primer rocanrolero de la televisión (véase, en este capítulo, el acápite “Ahí viene la nueva ola”) y a Juan Felipe Montoya. Gaspar Bacigalupi prestaría sus conocimientos técnicos ya probados en el 4 y sobre todos ellos el venezolano Rafael Quiroga, jalado del 13, oficiaría de jefe de producción. El único descubrimiento del 2 fue un joven periodista de espectáculos loretano contratado poco antes de la inauguración: Luis Ángel “Rulito” Pinasco.
En la noche del 31 de mayo, Vergara y Montoya hicieron lo que pudieron con un estilo que debía más a la radio que a la televisión y Pinasco recibió el espaldarazo de Quiroga para debutar presentando a Olga Guillot. Miguelito Valdez, el ballet del Tropicana y los bailarines Roberto y Mitsuko, completaron este primer show. A poco de iniciado, el canal 2 distribuía así sus atracciones: todos los días El show de shows conducido por Vergara, quien poco después, con el concurso musical de los domingos El show de Sergio, se convirtió en decidido agente de la nueva ola lanzando a Jimmy Santi, Pepe Miranda, Jorge Conti, Coco Montana y algunos engominados más. Miranda fue el primer ganador con La pera madura43 A Pinasco le tocó hacerse cargo de Lo mejor del criollismo con libretos de Óscar Morales. Rafael Quiroga también tuvo los domingos un show con nombre propio, hasta que una agresiva perorata le costó la suspensión. Se fue del país, al que solo volvió por cortas temporadas.
Pero se necesitaban con urgencia programas localistas, y si tenían un toque de humor desenfadado mejor. Así, Daniel Muñoz de Baratta (véase, en este capítulo, el acápite “El hombre orquesta”) fue importado con su show del canal 4. Duró una temporada, pues falleció tempranamente el 7 de marzo de 1963. Su última parodia fue dedicada a la televisión misma. ¿Qué más vulnerable al volteo cómico que las tareas que Pablo anunciaba en Scala regala? Las de Muñoz de Baratta fueron estas: Que indios salvajes enseñen su libreta electoral, que un atún permanezca vivo tres minutos fuera del agua, que un famoso compositor componga un bolero en 30 segundos. Su hermano Hugo lo reemplazó hasta el primer cierre del canal.
El toque de humor involuntario lo puso desde noviembre de 1962 el argentino Humberto Vílchez Vera, quien poco después explayaría el bombástico y sensiblero temperamento que paseó por el resto del dial. Su programa radial Los fantasmas se divierten se dejó adaptar por el 2 en 1963 y ahí le vino la idea de pasar una noche en la abandonada tienda Matusita, mítica casa hechizada de Lima, protagonizando una sonada boutade periodística que lo consolidó como una suerte de loco cursi y ceremonioso, más dramático que divertido y para nada juvenil, de la televisión sesentista. En 1964 todavía pudo airear por el 2 La revista de la felicidad. Completando la variedad, Ángel Parra tenía El mundo de juguete y Eduardo Navarro el Noticiero Philco.
La programación del 2 no era fija, estaba abierta a los espectaculares contratos foráneos como los de Chubby Checker, que enseñó a los peruanos a bailar el twist; Tin Tan y su carnal Marcelo (Hugo Muñoz de Baratta trabó amistad con ellos y trabajó de secundario en algunas de sus últimas películas), quienes demostraron que la comicidad mexicana tenía que ofrecer mucho más que a Cantinflas; Enrique Guzmán, o Pérez Prado y la bailarina Daisy Guzmán, que reeditaron con el dengue el escándalo que el mambo había provocado en los cincuenta (véase, en este capítulo, el acápite “Censura despistada”). Pero la visita más sonada, con desplantes cómicos y papelones dramáticos que instalaron al canal en la comidilla diaria, fue la de María Félix en julio de 1963. La Doña hacía noticia desplazando su solo porte estatuario, pero ahora sumó una baja y una nueva estrella en su haber. Rulito Pinasco cuenta cómo hizo fama gracias a ella:
Cavero contrata a María Félix y le dicen que viene para hacer pasajes de comedia y que le consiga un actor para que la ayude a escenificar sketchs... Cavero pensó en Miguel Arnáiz, pero cuando llegó La Doña aclaró que ella venía a cantar y no a actuar. Como Arnáiz ya estaba contratado, lo pusieron de animador. Yo protesté porque siempre había sido el conductor del programa. Cavero, para tranquilizarme, me puso de ataché de prensa de La Doña... Cuando empieza el programa, el auditorio estaba repleto. El tipo comienza haciéndole bromas a La Doña. Le preguntó si su marido era coleccionista de antigüedades, aludiendo a su edad. El auditorio se reía... Luego de otras bromas sobre la edad, la mujer se encolerizó y le dijo que no quería conversar con él... Al día siguiente me llamaron para decirme que yo iba a animar. La Doña había pedido que le quiten “al animador pesado e inoportuno” y que le pongan “al güerito”... Escribí una lista de 15 preguntas, se las enseñé a La Doña y ella escogió cuáles quería que le hiciese... Ése fue mi espaldarazo.44
Para Arnáiz el desplante fue más dramático de lo que recuerda Rulito. Al darle la mano a La Doña, al aire, ésta se negó a estrechársela. Desesperado, se le ocurrió decirle que un amigo suyo le había rogado encarecidamente que le diera la mano de su parte. La Doña, lapidaria, le dijo que prefería dársela a su amigo. Días después, Arnáiz, convertido en hazmerreír nacional, anunció que la enjuiciaría por daños y perjuicios. El eco de la anécdota duró por muchas temporadas, tanto como el célebre bofetón de Genaro Carnero Checa a Eudocio Ravines en Ante el público en 1960 (véase, en este capítulo, el acápite “La variedad del 13”).
En 1964 Cavero había agotado inversión y ganas y confió en los Delgado Parker para deshacerse del canal. Estos ya tenían una participación en él habiéndolo asesorado técnicamente y ayudado con la programación. Lo que pasó finalmente con el 2 no dependió solo de Cavero sino de los Delgado Parker, Goar Mestre, la Time-Life y un belga entusiasta. Sabemos ya que Mestre tenía participación en el 13 (sobre todo en la productora Pantel), y con él la CBS, indesligable de los negocios panamericanos del cubano. Debemos contar una pequeña historia previa: En 1962 la Time-Life Broadcasting, presidida por Weston Pullen, se interesó vivamente en disputar el mercado latino a la CBS —ya se habían asociado con Roberto Marinho en Brasil, dueño del grupo Globo, cuyo canal arrancará en 1965— y ofrecieron un millón de dólares a Mestre por su participación limeña y por una parte de sus negocios argentinos. Pullen se dispuso a viajar a Lima para cerrar el trato precisamente en víspera del golpe de la junta militar de gobierno en 1962. Mestre detuvo a la comitiva y el negocio se disolvió.45
La siguiente crisis en la relación de los Delgado Parker con Mestre y la CBS la precipitó el agónico canal 2, resuelta cuando los Delgado Parker y Cavero conocieron en Lima a Joe Linten, belga propietario de la empresa española Movierecord, pequeño imperio cimentado sobre los anuncios en las salas de cine. Linten pagó 700 mil dólares por el canal 2.46 En 1965 los Delgado Parker relanzaron su canal, del 13 al 5, y se fueron liberando progresivamente de sus compromisos con Mestre y la CBS. En 1968 ya nada ataba al cubano con el nuevo canal 5.
Tras despedir a buena parte de la planilla original, Teledos, la nueva razón social de la propiedad de Movierecord representada por el peruano Manuel Belaúnde Guinassi (legalmente, los extranjeros no podían poseer canales de televisión), suspendió su señal en setiembre de 1964. Con una nueva antena en el cerro La Milla (la anterior estaba en San Cristóbal) el 2 reapareció en diciembre de 1964. El nuevo gerente, Juan Ureta Mille, anunció que habría una intensa producción en vivo. Pepe Ludmir asumió la subgerencia. Pero estas iniciativas hicieron crisis y desde 1966 el canal se consagró a la programación peliculera. Los filmes copaban el día y se repetían a distintas horas, anunciados por la debutante Sonia Oquendo, futura esposa de Luis Ángel Pinasco y primera locutora de noticias de la televisión nacional.
Con baja sintonía y con serios problemas técnicos, el canal expiró poco después de la nacionalización, en marzo de 1972. Su último gerente estatista, el teniente Luis Cabrejo, anunció que sus equipos serían reciclados.47Al parecer, el canal 7 se benefició con esta herencia imprevista.
Capítulo 2
La historia continúa
Canal 4: La audacia no es el juego
Los señores Umbert y González sabían que la televisión era un espectáculo de desplazamiento y renovación compulsivas, de atracciones mixtas y de emociones básicas, la piedad y la risa, el triunfalismo de los concursos y el llanto de las telenovelas. Hicieron un gran desembolso para tener la primera unidad móvil peruana y para contratar estrellas que iluminaran sus prime-times musicales, pero aplicaron a medias lo que sus rivales del 13 pusieron en práctica sin tardanza: Que para asegurar el crecimiento tenían que recurrir a la producción de géneros seriales; que si un temperamento, un estilo o un aire musical pegaba, había que explotarlo de inmediato. Los primeros años sesenta son doblemente de tanteo para ellos. Mientras el 13 tanteaba lo que se sabía que funcionaba, el 4 tanteaba de todo, incluso a tener otro canal (el 9), a ver si funcionaba.
¿Quién pinta mejor, Vencedor o Max Factor?
Con una semana de diferencia, en el otoño de 1960, el 4 estrenó sus dos espacios mejor pagados: El show de Max Factor y Venciendo con Vencedor. Todavía los programas llevaban el apellido del auspiciador pero la producción era total hechura del canal. El primero fue un musical aparatoso que intentaba competir con los shows que Pablo de Madalengoitia conducía y Alberto Terry decoraba en el 13. Max Factor recurrió al escenógrafo Ronald Cárdenas, al productor peruano Samuel Pérez Barreto, al director cubano Santiago García, la orquesta de Domingo Rullo y a Coco Hawie, un animador nuevaolero que pasó inadvertido. Con esta variété de sones internacionales, que incluyeron efectos de lluvia para montar Singing in the rain y fondos venecianos para que Piero Solari animara la secuencia Una visita de Italia, América pretendió dar estabilidad en la programación a una variedad que nació como ocupación provisional de la televisión. Pronto, los canales aprendieron que el público quería reconocer un estilo, familiarizarse con una estrella, preferir una música. El canal 2, que agotó la variedad musical, se mantuvo solo gracias al gancho de sus contratados.
Mejor pintaba Vencedor, óleo para brocha gorda que decidió auspiciar un concurso culturalista al mejor estilo de Helene Curtis pregunta... Este sí era un filón explotable; bastaba encontrar un animador locuaz que tuviera empatía con los concursantes, construir podio y cabinas, y lanzarse al aire. Ricardo Neri defraudó como conductor, así que Kiko Ledgard vino al rescate ayudado por Norma Belgrano, una modelo de ciertas virtudes ejecutivas que le permitieron alternar la conducción con todos los maestros de ceremonias que acompañó. Aunque Vencedor estaba invadiendo el terreno de los cosméticos y Kiko los dominios de Pablo, este concurso que se ufanaba de ser el primero en el que hasta los perdedores ganaban (el sistema era tan simple como contestar preguntas doblando los premios), sobrevivió la temporada y retornó en 1961 con un conductor que era, él mismo, una coartada culturalista: César Miró.
Con estas experiencias algo tuvo que aprender canal 4 de géneros y variedades. Los anunciantes se disputaban por ponerle nombre a sus concursos: A fines de 1960 Juan Sedó animó Hágalo y triunfe con Mister, show de pruebas simplificadas, nada que incomodara a Scala regala; y David Odría condujo los remates de La tienda de los gordos. Kiko dejó la brocha gorda de Vencedor para honrar los auspicios de Kontra, pastilla antigripal. En los avisos promocionales de Kontra pregunta sí o no radicalizó su vestimenta informal, y lució una pinta atrabiliaria posando en camiseta con el dinero cayéndosele de las manos. Al mismo tiempo conducía otro concurso con juegos musicales, Do, re, mi. Agotado, Kiko ya no pudo hacerse cargo de Pesque su Cristal, divertimento con el que la Backus & Johnston quería contrarrestar la solemnidad de sus festivales. Se improvisó para la tarea a Julio Coloma, encargado de aportar las pistas para que el público busque las botellas escondidas en la ciudad mientras en el set se pescaba la cerveza a punta de caña.
Como no podía haber canal sin estrellas musicales, Umbert y González firmaron algunos contratos memorables. En junio de 1961 tuvieron a Domenico Modugno cantando Volare para la afición local y un mes después convencieron a José Mojica, el célebre galán mexicano retirado en un convento de Chancay, a comparecer en una larga entrevista con César Miró. Animado, el cura tenor retornó el día de Santa Rosa a cantarle una ofrenda musical. Gaspar Pumarejo, aunque prefería ocuparse en pescar talentos locales, tuvo una leyenda viva en su Hogar club de 1963, a la “diosa de ébano” Josephine Baker. En 1964 estuvo coronado por la máxima atracción musical del sur, Leo Dan, rey de la nueva ola romántica. No tantas como las del 13 o las del 2, pero sí estrellas de calibre.