Kitabı oku: «Los hermanos Karamázov»

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Con una traducción impecable directa del ruso, presentamos una nueva edición de la novela emblemática del célebre autor ruso.

Los hijos legítimos de Fiódor Pávlovich Karamázov —un «bufón», un «filisteo», un «déspota», solo en última instancia un padre— se reúnen después de haber sido educados, lejos unos de otros, en distintas partes de Rusia: Dmitri es soldado y —como su padre— puro «ímpetu», bebedor, derrochador, lujurioso; Iván se ha convertido en un escéptico que duda de la ley, de la conciencia y de la fe (el primer existencialista, según Sartre); Aliosha ha abrazado la religión, todo el mundo lo llama «ángel» y vive en un monasterio. Ineluctablemente, la reunión familiar precipita la disolución y la tragedia.

Los hermanos Karamázov (1878-1880) fue la última novela de Dostoievski y sin duda una de esas obras decisivas cuya influencia ha perdurado hasta nuestros días. En ella se encuentra —diría un personaje de Kurt Vonnegut— «todo cuanto hay que saber en la vida»; también —añadiríamos— todo cuanto hay que saber del género narrativo. Con un narrador experto en tender lazos al lector y en crear con él una de las redes más fascinantes y comunicativas de la historia de la literatura, lo que Dostoievski construye no es solo una monumental visión del mundo moral humano (incertidumbre, crimen, perdón) sino un arriesgado y espléndido ensayo sobre la forma de reproducirlo.

Nota al texto

Como era usual en la época, Los hermanos Karamázov se publicó primero por entregas, en las páginas de El Mensajero Ruso1, entre enero de 1879 y noviembre de 1880. Inmediatamente después apareció en forma de libro, en dos volúmenes, en San Petersburgo, en diciembre de 1880 (si bien en ambos volúmenes figura 1881 como año de edición). Dada la forma de trabajar de Dostoievski, que iba entregando para su publicación, con mucha premura, las sucesivas partes a medida que las iba escribiendo,2 no es de extrañar que se produjeran en el proceso descuidos y errores, bastantes de los cuales (pero no todos) fueron diligentemente corregidos por el autor de cara a la edición del libro.3 Fue ésa la única revisión que pudo realizar de la obra: unos días más tarde, el 28 de enero de 18814, en San Petersburgo, fallecía Fiódor Mijáilovich Dostoievski, a la edad de cincuenta y nueve años, como consecuencia de una hemorragia asociada a un enfisema pulmonar; a su entierro, en el monasterio de Alejandro Nevski, asistieron decenas de miles de personas.

Aunque su autor comenzó la redacción de la novela, como tal, en abril de 1878, lo cierto es que ésta suponía la realización de proyectos narrativos muy anteriores, abandonados o relegados por distintos motivos. Ya en 1868 había esbozado el plan de un ciclo «épico-novelesco» —al que se referirá con frecuencia en su correspondencia de los años siguientes—, con el título global de Ateísmo (título que no tardaría en abandonar), en el que se detectan ya muchas de las preocupaciones esenciales de Los hermanos Karamázov. En ese marco, entre finales de 1869 y comienzos de 1870 elaboró una serie de notas, bajo el nuevo título de La vida de un gran pecador, donde se esbozan algunos de los conflictos y situaciones narrativas que darán forma, andando el tiempo, a Los hermanos Karamázov. Muy pronto, no obstante, las nuevas empresas literarias de Dostoievski (empezando por la redacción de Los demonios, de 1870 a 1872) lo llevan a dejar de lado este proyecto. En todo caso, un eco del viejo plan de crear un ciclo narrativo completo resuena aún en su promesa, formulada en las palabras preliminares «Del autor» y recordada esporádicamente en el curso de la narración, de escribir, cuando menos, una continuación de Los hermanos Karamázov, continuación que estaría centrada en la madurez de Aliosha, a quien se presenta expresamente como «héroe» de la novela. La inmediata muerte de Dostoievski truncó ese propósito, y solo contamos con varios testimonios, contradictorios en algunos sentidos, de parientes y amigos acerca de las intenciones del autor en relación con el porvenir de Aliosha Karamázov y otros personajes de su novela.

Si la elaboración de Los hermanos Karamázov supone, en consecuencia, la plasmación de un antiguo y ambicioso proyecto literario, así como la culminación, en mucho sentidos, de las aspiraciones y logros de una larga carrera novelística, no es menos cierto que las circunstancias vitales, ideológicas y estéticas de los años inmediatamente anteriores —e incluso rigurosamente contemporáneos— a la redacción de la novela dejan también en ésta una profunda huella. Acontecimientos próximos en el tiempo, como las estancias de Dostoievski en Stáraia Russa (trasunto de la pequeña ciudad provinciana en que transcurre la acción de la obra5); la muerte en mayo de 1878 de su hijo menor, Alekséi, sin haber alcanzado los tres años de vida; o la visita que realizó en junio de ese mismo año, en compañía del filósofo Vladímir Soloviov, al monasterio de Óptina, en Kozelsk, son solo algunos ejemplos de los numerosos hechos biográficos que se ven reflejados en esta novela sin par, que tantísimo debe a la cultura y al pensamiento, pero que contiene igualmente cantidades ingentes de pasión y de vida.

La presente traducción, que se suma a una dilatada tradición de versiones en español publicadas en nuestro país (completas e incompletas, directas e indirectas, algunas de ellas de méritos incuestionables; todas, en el mejor de los casos, con varias décadas a sus espaldas), se basa en el texto que aparece en los tomos noveno y décimo de las Obras completas en quince tomos, publicados por la editorial Nauka en Leningrado en 1991.

Dedicado a Anna Grigórievna Dostoiévskaia6

En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto.

Juan, 12, 247

Del autor

Al comenzar la biografía de mi héroe, Alekséi Fiódorovich Karamázov, me siento un tanto confuso. Y es que, por más que llame a Alekséi Fiódorovich mi héroe, sé muy bien que no se trata de un gran hombre, ni mucho menos, así que ya me estoy imaginando preguntas como éstas: ¿qué tiene de notable su Alekséi Fiódorovich para haberlo escogido como su héroe? ¿Ha hecho algo especial? ¿Quién lo conoce y por qué motivo? ¿Por qué debería yo, como lector, perder mi tiempo estudiando los hechos de su vida?

La última pregunta es la más decisiva, pues solo puedo responder a ella de este modo: «Tal vez lo vean ustedes mismos en la novela». Pero ¿y si leen la novela y no lo ven? ¿Y si no están de acuerdo en la singularidad de mi Alekséi Fiódorovich? Si hablo así es porque intuyo, con pesar, que puede ocurrir algo semejante. Para mí, es un individuo notable, pero no estoy muy seguro de si seré capaz de demostrárselo al lector. El caso es que, seguramente, se trata de un hombre de acción, pero un hombre de acción impreciso, que no ha acabado de manifestarse con claridad. Por otra parte, en los tiempos que corren resultaría extraño exigirle a nadie claridad. Con todo, hay algo que parece indudable: se trata de un tipo raro, extravagante incluso. Pero la rareza, la extravagancia, no dan precisamente derecho a reclamar la atención ajena, sino que más bien perjudican, sobre todo cuando todo el mundo procura conectar los casos aislados y encontrar algún sentido común en la confusión generalizada. Pero normalmente un individuo extravagante constituye una peculiaridad, un caso aislado. ¿No es así?

Ahora bien, si no están ustedes de acuerdo con esta última tesis y contestan: «No es así», o: «No siempre es así», es posible que yo recupere la confianza en lo tocante al significado de mi héroe Alekséi Fiódorovich. Pues ya no se trata únicamente de que el individuo extravagante «no siempre» constituya una peculiaridad, un caso aislado, sino que, por el contrario, en ocasiones puede ser el portador de la esencia del conjunto, en tanto que los demás hombres de su época, como un viento inconstante, se separan temporalmente, por la razón que sea, de ese conjunto…

Lo cierto es que tampoco tenía intención de enredarme en estas explicaciones tan poco interesantes y tan confusas, y podría haber empezado mi obra sin más preámbulos: si gusta, la gente la leerá de todos modos. Lo malo es que yo traigo aquí una sola biografía, pero dos novelas. La principal es la segunda8: y trata de las acciones de mi protagonista en nuestros días, en estos precisos momentos. En cambio, la primera novela se desarrolla hace ya trece años, y casi no es una novela, sino un episodio de la primera juventud de mi héroe. No me es posible prescindir de esta primera novela, porque sin ella muchos aspectos de la segunda resultarían incomprensibles. Pero de ese modo se vuelve aún más complicada mi difícil tarea inicial: si el propio biógrafo, o sea, yo mismo, reconoce que hasta una sola novela podría ser excesiva para un protagonista tan modesto e indefinido, ¿qué pasará entonces con dos? Y ¿cómo explicar tamaño atrevimiento por mi parte?

Perdido en la resolución de estas cuestiones, me decido a desentenderme de ellas sin acabar de resolverlas. Como es natural, el lector perspicaz ya habrá adivinado hace tiempo que era a eso a lo que me inclinaba desde el principio, y solo estará molesto conmigo por haber malgastado unas palabras estériles y un tiempo precioso. A eso sí puedo responder con precisión: he malgastado unas palabras estériles y un tiempo precioso, en primer lugar, por cortesía, y, en segundo lugar, por malicia: que no se diga, al menos, que no estaban advertidos. Por otra parte, incluso me alegra que mi novela se haya dividido por sí misma en dos relatos, «manteniendo la unidad esencial del conjunto»; el propio lector, una vez conocido el primer relato, decidirá si le compensa adentrarse en el segundo. Por supuesto, nadie está obligado a nada; siempre es posible dejar el libro a las dos páginas del primer relato para no volver a abrirlo. Pero también hay lectores atentos que, sin duda, querrán leer el libro hasta el final para no errar en su juicio imparcial; es el caso, por ejemplo, de todos los críticos rusos. Pues bien, ante ellos siento cierto alivio en mi corazón: a pesar de todo su rigor y sus escrúpulos, les proporciono un pretexto perfectamente legítimo para dejar el relato en el primer episodio de la novela. Y hasta aquí el prólogo. Estoy completamente de acuerdo en que resulta superfluo, pero, ya que está escrito, vamos a dejarlo.

Y ahora, al grano.

PRIMERA PARTE

LIBRO PRIMERO
HISTORIA DE UNA FAMILIA

I. Fiódor Pávlovich Karamázov

Alekséi Fiódorovich Karamázov era el tercer hijo de Fiódor Pávlovich Karamázov, un terrateniente de nuestro distrito que se hizo muy célebre en su momento (y aún hoy se le sigue recordando) por su trágico y oscuro fin, el cual tuvo lugar hace justo ahora treinta años y del que ya hablaré más adelante. Por el momento, me limitaré a decir de este «terrateniente» (así es como lo llamaban por aquí, a pesar de que casi nunca residió en sus tierras) que era uno de esos tipos raros que, sin embargo, se encuentran con bastante frecuencia; concretamente, era de esa clase de individuos que no solo son ruines e inmorales, sino además insensatos, pero de esos insensatos que, pese a todo, se manejan a la perfección en los negocios y solo, por lo visto, en los negocios. Fiódor Pávlovich, por ejemplo, había surgido prácticamente de la nada, como un modestísimo propietario, dispuesto siempre a comer en mesa ajena y a vivir de gorra, y, sin embargo, en el momento de su fallecimiento dejó hasta cien mil rublos en dinero contante y sonante. Y, al mismo tiempo, nunca dejó de ser en toda su vida uno de los mayores botarates de nuestro distrito. Insisto: no es cuestión de estupidez; la mayoría de esos botarates son bastante taimados y astutos; es la suya una insensatez muy peculiar, típicamente nacional.

Se había casado dos veces y tenía tres hijos: el mayor, Dmitri Fiódorovich, de la primera mujer, y los otros dos, Iván y Alekséi, de la segunda. La primera mujer de Fiódor Pávlovich pertenecía a un noble linaje de propietarios de nuestro distrito, los Miúsov, gente bastante rica y distinguida. No me voy a parar a explicar cómo pudo ocurrir que una muchacha con una buena dote, además de hermosa y, sobre todo, inteligente y despierta —una de esas jóvenes que son tan frecuentes entre nosotros en la generación actual, aunque ya las había en el pasado—, se casara con tan insignificante «alfeñique», que es como entonces lo llamaba todo el mundo. Lo cierto es que conocí a una joven, de la penúltima generación «romántica», que después de algunos años de profesar un enigmático amor a un señor con quien, dicho sea de paso, bien podría haberse casado con toda tranquilidad, acabó, sin embargo, imaginándose toda clase de impedimentos insalvables y una noche tempestuosa se arrojó desde una escarpada orilla, una especie de acantilado, a un río bastante profundo e impetuoso y pereció en él, sin duda alguna por culpa de sus propios antojos, solo para imitar a la Ofelia de Shakespeare, hasta el punto de que, si aquel acantilado, escogido y preferido por ella desde hacía mucho, no hubiera sido tan pintoresco y en su lugar se hubiera encontrado una prosaica orilla llana, es posible que el suicidio nunca se hubiera consumado. Se trata de un hecho verdadero, y hay que pensar que en nuestra vida rusa, en el curso de las dos o tres últimas generaciones, han tenido que ocurrir no pocos casos idénticos o de la misma naturaleza. De forma análoga, el proceder de Adelaída Ivánovna Miúsova fue también un eco de tendencias ajenas y una irritación de la mente cautiva.9 Tal vez se había propuesto manifestar su independencia como mujer, ir en contra de los convencionalismos sociales, del despotismo de su linaje y su familia, y su obsequiosa fantasía la convenció —supongámoslo así por un momento— de que Fiódor Pávlovich, a pesar de su título de gorrón, era uno de los hombres más valientes y divertidos de aquella época de transición hacia todo lo mejor, siendo como era, sencillamente, un bufón malintencionado. Lo más llamativo es que, para colmo, el asunto se resolvió con un rapto, algo que fascinó a Adelaída Ivánovna. En cuanto a Fiódor Pávlovich, se sentía muy inclinado entonces, por su misma condición social, a toda clase de audacias semejantes, pues deseaba fervientemente hacer carrera a cualquier precio; arrimarse a una buena familia y conseguir una dote resultaba algo de lo más seductor. Por lo que respecta a su mutuo amor, no parece que existiera, ni por parte de la novia ni por parte de él, a pesar de la belleza de Adelaída Ivánovna. Así que este episodio tal vez fuera único en su género en la vida de Fiódor Pávlovich, un hombre extremadamente lascivo, siempre dispuesto a pegarse a unas faldas a la primera insinuación. Y, sin embargo, ésta fue la única mujer que no le produjo, en lo referente a las pasiones, ninguna impresión especial.

Inmediatamente después del rapto, Adelaída Ivánovna cayó en la cuenta en un santiamén de que su marido la despreciaba, y nada más. De ese modo, las consecuencias del matrimonio se manifestaron con una rapidez inusitada. A pesar de que la familia tardó muy poco en resignarse a lo ocurrido y entregó la dote a la fugitiva, el matrimonio empezó a llevar una vida sumamente desordenada, con escenas continuas. Cuentan que la joven casada mostró en aquella situación una nobleza y dignidad incomparablemente mayores que las de Fiódor Pávlovich, quien, como se ha sabido más tarde, le birló de buenas a primeras todo el dinero, los veinticinco mil rublos que acababa de recibir, de modo que para ella fue como si en ese mismo instante todos aquellos millares de rublos se los hubiera tragado el agua. Y en cuanto a una pequeña aldea y una casa bastante buena en la ciudad que también formaban parte de la dote, Fiódor Pávlovich intentó durante largo tiempo ponerlas a su nombre mediante la redacción del oportuno documento, y seguramente lo habría conseguido, aunque solo fuera, digámoslo así, por el desdén y la repugnancia que despertaba continuamente en su mujer con sus desvergonzadas exigencias y súplicas, por puro cansancio espiritual, para librarse de él, sencillamente. Pero, por fortuna, intervino la familia de Adelaída Ivánovna y puso coto al sinvergüenza. Se sabe positivamente que en la pareja eran frecuentes las peleas, pero, según se cuenta, quien pegaba no era Fiódor Pávlovich, sino Adelaída Ivánovna, mujer impulsiva, decidida, morena, impaciente, dotada de una fuerza física asombrosa. Al final abandonó el hogar conyugal y se fugó con un maestro seminarista muerto de hambre, dejando al pequeño Mitia10, de tres años, al cuidado de Fiódor Pávlovich. Éste no tardó en montar en su casa un verdadero harén y en entregarse a las borracheras más desenfrenadas, y en los entreactos se dedicaba a recorrer casi toda la provincia, quejándose amargamente a todo el que veía de que Adelaída Ivánovna lo había abandonado; además, se refería a su vida conyugal con tal lujo de detalles que habría sonrojado a cualquier hombre casado. Hay que decir que parecía resultarle agradable y hasta halagador representar delante de todo el mundo su ridículo papel de marido ofendido y pintar vivamente los detalles de su propio agravio. «Viéndole así de contento, a pesar de su desgracia, Fiódor Pávlovich, cualquiera pensaría que ha obtenido usted un ascenso», le decían en guasa. Muchos suponían incluso que estaba encantado de presentarse con su renovado aire de bufón y que aparentaba no ser consciente de su cómica situación para que la gente se riera más. Pero quién sabe, a lo mejor actuaba con toda inocencia. Finalmente consiguió dar con el rastro de la fugitiva. La pobrecilla estaba en San Petersburgo, adonde se había trasladado con su seminarista y donde se había entregado en cuerpo y alma a la más completa «emancipación». Fiódor Pávlovich se puso de inmediato a hacer gestiones y decidió viajar a San Petersburgo. ¿Para qué? Desde luego, no lo sabía ni él. La verdad es que bien podría haber ido en aquella ocasión, pero el caso es que, una vez adoptada tal decisión, consideró acto seguido que, para darse ánimos antes de emprender el viaje, tenía todo el derecho del mundo a correrse de nuevo una juerga monumental. Y justo en ese momento a la familia de su mujer le llegó la noticia de que ésta había muerto en San Petersburgo. Por lo visto, había fallecido repentinamente, en alguna buhardilla; según decían unos, de tifus, o de hambre, según otros. Fiódor Pávlovich se enteró de la muerte de su mujer estando borracho; dicen que echó a correr por la calle y se puso a gritar, loco de alegría, levantando los brazos al cielo: «Ahora despides a tu siervo en paz»11; pero, según otros, lloraba a lágrima tendida, como un crío, hasta tal punto que, según dicen, daba incluso pena mirarlo, a pesar de toda la aversión que inspiraba. Es muy posible que ocurriera lo uno y lo otro, es decir, que se alegrara de su liberación y que llorase por su libertadora, todo a la vez. En la mayor parte de los casos, la gente, hasta la malvada, es mucho más ingenua y cándida de lo que solemos pensar. Y nosotros también.

II. Despide al primer hijo

Naturalmente, cualquiera puede hacerse una idea de qué clase de educador y padre sería un hombre como aquél. Como padre, ocurrió con él lo que tenía que ocurrir, ni más ni menos: se desentendió totalmente del hijo que había tenido con Adelaída Ivánovna, no por rencor ni movido por sentimiento alguno de marido ofendido, sino sencillamente porque se olvidó de él sin más. Mientras Fiódor Pávlovich abrumaba a todo el mundo con sus lágrimas y sus quejas y convertía su hogar en un antro de perdición, un fiel criado de la casa, Grigori, se hizo cargo del pequeño Mitia, de tres años, y, de no haber sido por sus desvelos, posiblemente no habría habido nadie en disposición de cambiarle la ropita al niño. Además, al principio la familia materna del pequeño también parecía haberse olvidado de él. Su abuelo, o sea, el propio señor Miúsov, padre de Adelaída Ivánovna, ya no se contaba entre los vivos; su viuda, la abuela de Mitia, que se había trasladado a Moscú, estaba muy enferma; en cuanto a las hermanas de la madre, se habían casado, de modo que durante casi un año Mitia quedó a cargo de Grigori, residiendo con él en la isba destinada a la servidumbre. Por lo demás, aun suponiendo que el padre se hubiera acordado del crío (de hecho, era imposible que ignorase su existencia), lo habría devuelto a esa isba, pues habría representado un estorbo para su vida disipada. Pero el caso es que acababa de regresar de París un primo hermano de la difunta Adelaída Ivánovna, Piotr Aleksándrovich Miúsov, quien después viviría muchos años ininterrumpidamente en el extranjero y, aunque por entonces era aún muy joven, se distinguió siempre entre los Miúsov por ser un hombre culto, capitalino, cosmopolita, europeo de toda la vida y, ya en su madurez, un liberal, tal y como se estilaría en los años cuarenta y cincuenta. En el transcurso de su carrera mantuvo contactos con muchos de los más señalados liberales de su época, en Rusia y en el extranjero; conoció personalmente a Proudhon y a Bakunin, y disfrutaba especialmente recordando y contando, en el declive ya de sus andanzas, lo ocurrido en París los tres días de la revolución de febrero de 1848, dando a entender, poco más o menos, que él mismo había participado en las barricadas. Era éste uno de los recuerdos más placenteros de su juventud. Disfrutaba de holgura económica: poseía unas mil almas, contabilizadas al modo antiguo. Su magnífica hacienda se encontraba justo a la salida de nuestra pequeña ciudad y lindaba con las tierras de un famoso monasterio, con el cual Piotr Aleksándrovich, siendo aún muy joven, nada más heredar, entabló un interminable proceso en relación con unos derechos de pesca en el río o de tala en el bosque, no lo sé con precisión, pero lo cierto es que consideraba su deber ciudadano, de hombre ilustrado, entablar un pleito contra la «clerigalla». Habiendo llegado a sus oídos la historia de Adelaída Ivánovna, de la que, naturalmente, se acordaba y en la que incluso se había fijado en su día, y sabiendo de la existencia de Mitia, pese a toda su indignación juvenil y su desprecio a Fiódor Pávlovich, decidió tomar cartas en el asunto. Fue entonces cuando ambos individuos se vieron por primera vez. Piotr Aleksándrovich le declaró abiertamente a Fiódor Pávlovich que deseaba hacerse cargo de la educación del crío. Más tarde, Piotr Aleksándrovich solía contar detenidamente, como rasgo ilustrativo del carácter de Fiódor Pávlovich, cómo, cuando le habló a éste de Mitia, al principio hizo como si no entendiera a qué niño se refería, e incluso se mostró sorprendido de que estuviera viviendo en su casa, a saber dónde, un hijo pequeño suyo. Aunque pudiera haber cierta exageración en el relato de Piotr Aleksándrovich, en algo tendría que parecerse a la verdad. Efectivamente, durante toda su vida a Fiódor Pávlovich le gustó fingir, ponerse de pronto a representar delante de la gente un papel muy llamativo, a veces sin la menor necesidad, cuando no en su propio perjuicio, como en este mismo caso. De todos modos, no es un rasgo exclusivo de Fiódor Pávlovich, sino que lo comparten muchísimas personas, algunas de notable inteligencia. Piotr Aleksándrovich puso todo su empeño en el asunto e incluso fue designado (conjuntamente con Fiódor Pávlovich) curador del niño, dado que, a pesar de todo, éste había heredado de su madre una casa con unas tierras. Mitia, de hecho, se fue a vivir con su tío segundo, pero éste, como no tenía familia, en cuanto puso en orden sus propiedades y se aseguró el cobro de las rentas, regresó de inmediato a París para una larga temporada, dejando al niño al cuidado de una de sus tías, una señora de Moscú. Ocurrió que el propio Piotr Aleksándrovich, una vez aclimatado a la vida en París, se olvidó del niño, sobre todo al desatarse aquella revolución de febrero que tanto impresionó su imaginación y de la que ya no pudo olvidarse en toda su vida. Sin embargo, la señora de Moscú falleció, y Mitia pasó a una de sus hijas casadas. Al parecer, más tarde aún se vería obligado a cambiar por cuarta vez de hogar. No voy a extenderme ahora en esto, sobre todo porque aún es mucho lo que tendré que contar del primogénito de Fiódor Pávlovich; me ceñiré por ahora a las informaciones más indispensables, sin las cuales no podría ni empezar la novela.

En primer lugar, Dmitri Fiódorovich fue el único de los tres hijos de Fiódor Pávlovich que creció con el convencimiento de que aún poseía cierta fortuna y de que, al alcanzar la mayoría de edad,12 sería independiente. Su infancia y juventud transcurrieron desordenadamente: no acabó sus estudios en el gimnasio; después ingresó en una escuela militar; más tarde fue a parar al Cáucaso, sirvió en el ejército, se batió en duelo, fue degradado, volvió al servicio, dio muchos tumbos y dilapidó una cantidad relativamente elevada de dinero. No empezó a recibir nada de su padre, Fiódor Pávlovich, hasta llegar a la mayoría de edad, y para entonces ya se había cargado de deudas. A su padre lo conoció y lo vio por primera vez desde que había alcanzado la mayoría de edad cuando se presentó en nuestras tierras, dispuesto a tener con él una explicación a propósito de sus bienes. Por lo visto, ya entonces su padre le resultó desagradable; pasó poco tiempo en su casa y se marchó en cuanto pudo, habiendo obtenido de él tan solo cierta suma de dinero tras llegar a un acuerdo sobre el futuro cobro de las rentas de la hacienda, sin conseguir que en aquella ocasión (se trata de un hecho llamativo) su padre le aclarara ni su rentabilidad ni su valor. Fiódor Pávlovich advirtió desde el primer momento (también esto conviene recordarlo) que Mitia tenía una idea exagerada y falsa de su fortuna. Eso le dejó muy satisfecho, de cara a sus propios cálculos. Dedujo que se trataba de un joven frívolo, impulsivo, apasionado, impaciente, juerguista, que se contentaba con poco y se calmaba enseguida, aunque fuera, claro está, por poco tiempo. Fue eso lo que empezó a explotar Fiódor Pávlovich, así que se dedicó a salir del paso a base de pequeñas entregas, de envíos esporádicos, y acabó sucediendo que, al cabo de unos cuatro años, cuando Mitia perdió la paciencia y se presentó de nuevo en nuestra localidad para arreglar de una vez por todas sus asuntos con su progenitor, descubrió, para su monumental sorpresa, que ya no tenía nada de nada, que hasta era difícil echar las cuentas, que ya había recibido en efectivo de su padre todo el valor correspondiente a sus propiedades y que igual hasta estaba en deuda con él; comprobó que por tales o cuales transacciones, en las que él mismo había deseado participar en su momento, no tenía derecho a exigir nada más, y así sucesivamente. El joven se quedó atónito, sospechó que aquello era mentira, que se trataba de un engaño, a punto estuvo de perder el dominio de sí y pareció volverse loco. Precisamente esta circunstancia fue la que desembocó en la catástrofe cuya exposición constituye el objeto de mi primera novela, de carácter preliminar,13 o, mejor dicho, su cara externa. Pero, antes de abordar esa novela, aún es preciso referirse a los otros dos hijos de Fiódor Pávlovich, los hermanos de Mitia, y explicar cómo fueron sus comienzos.

1.El Mensajero Ruso (Russki Véstnik), revista literaria, editada sucesivamente en Moscú (1856-1887) y San Petersburgo (1887-1906), con una periodicidad mensual. Era una de las publicaciones más prestigiosas de la época; en sus páginas aparecieron obras de autores como Tolstói, Turguénev, Leskov, Fet, Tiútchev o Saltykov-Shchedrín, por mencionar solo unos cuantos; baste decir que Guerra y paz o Anna Karénina vieron aquí la luz, y que el propio Dostoievski ya había publicado en El Mensajero Ruso la mayoría de sus grandes novelas, empezando por Crimen y castigo. [Esta nota, como las siguientes, a menos que se indique otra cosa, es de los traductores.]
2.Hay noticia, en ese sentido, de que Dostoievski había concluido y entregado el Epílogo de la novela (poniéndole así punto final) el 8 de noviembre de 1880, solo unos días antes de su publicación en las páginas de El Mensajero Ruso.
3.Por poner un solo ejemplo, un personaje, el médico Varvinski, aparece en la edición de El Mensajero Ruso también como Varvitski y como Pervinski. Además de enmendar esta clase de errores, Dostoievski llevó también a cabo una corrección estilística, apreciable, sobre todo, en el Epílogo. Sin embargo, algunos «despistes» se mantuvieron: por ejemplo, el famoso dinero desaparecido de la habitación de Karamázov padre tan pronto se nos dice que estaba «debajo del colchón» como «debajo de la almohada».
4.Según el calendario juliano, vigente en Rusia hasta 1918; de acuerdo con el calendario gregoriano, Dostoievski falleció el 9 de febrero de 1881.
5.El narrador, por cierto, escamotea cuidadosamente el nombre ficticio de la ciudad, hasta dejarlo caer, como por descuido, bien avanzada la obra; no es ésta la única travesura de un narrador, a menudo, desconcertante.
6.Segunda mujer del escritor; de soltera, Anna Grigórievna Snítkina (1846-1918). Conoció a Dostoievski en octubre de 1866, cuando éste la contrató como taquígrafa para dictarle su novela El jugador en febrero de 1867 contrajeron matrimonio.
7.Esta cita evangélica figura también en la lápida sepulcral de Fiódor Dostoievski, situada en el cementerio Tijvin, dentro del complejo monástico de Alejandro Nevski, en San Petersburgo.
8.Como es sabido, Dostoievski nunca llegó a escribir esa anunciada «segunda novela», centrada en la madurez de Aliosha Karamázov, pues falleció a las pocas semanas de la publicación de Los hermanos Karamázov.
9.«Una irritación de la mente cautiva»: cita del poema No te creas, no te creas a ti mismo, joven soñador (1839), del escritor romántico ruso Mijaíl Yúrievich Lérmontov (1814-1841).
10.Forma hipocorística del nombre Dmitri; más adelante aparecen otras variantes y diminutivos, como Mítenka, Mitka o Mitri.
11.Lucas, 2, 29.
12.En aquella época, la mayoría de edad estaba fijada en Rusia en los veintiún años.
13.Dostoievski vuelve a aludir a su proyecto de escribir una segunda novela, de la que Los hermanos Karamázov constituiría una suerte de «introducción».
Yaş sınırı:
0+
Litres'teki yayın tarihi:
16 ekim 2024
Hacim:
1360 s. 1 illüstrasyon
ISBN:
9782377937080
Telif hakkı:
Bookwire
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