Kitabı oku: «La lucidez del cine mexicano», sayfa 3

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La lucidez fatídica acoge su dramaturgia a supuestas garantías absolutas. Desde posturas y con planteamientos poshollywoodenses aunque prebrechtianos. El difícil arte facilón de hacer ojeteces ostentando un cuerpo plenamente tatuado se cultiva por el Jefe Mara como feroz garantía veloz de caracterización absoluta quasi ideológica. En contraposición, el fácil arte dificilón de tomar temerosas decisiones autodenigrantes a última hora es cultivado con rapidez de rayo por el sigiloso Jovany como garantía de serpentino sigilo absoluto en trance de rondar por las noches por las habitaciones de Sabinita, intentar vengarla salvajemente o abalanzarse contra un cipote compañero de infancia charrúa para fulminarlo de un tiro en el pecho. El mascarita a perpetuidad Cosío funge como garantía de infernal grotecidad absoluta y su asqueante lógica irrebatible (“¿Qué te importa una encamada más, puta de mierda?”). La flaquita Deisy como garantía de frágil lozanía absoluta meramente plástica y encuerada perpetua que parece más cuando está más vestida y que aprovecha la soledad para deprimirse o irse a bailar technodance en un local ad hoc para perplejidad colectiva de sus congéneres por edad. Los diálogos ultraexplicativos como garantía de presentar de entrada y sopetón al mismo tiempo tanto a los personajes como a la índole proyectovital-temporal-geográfico-existencial-metafisicohartante absoluta de sus conflictos (“Usted sabe que yo le prometí estar medio año nomás para sacar lo suficiente y seguir pa’arriba, y ya llevo ocho meses, se lo juro por Diosito que el año no lo cumplo aquí, primero muerta, mi lugar es en los gabachos, allí sí voy a poder sobresalir, y uf”). Las parrafadas discursivas a media película como garantía del desarrollo relacional absoluto de las chatísimas criaturas en presuntos registros multidimensionales, como esa Doña Lita rollando a la infeliz apabullada Sabinita a bordo de la barca (“Debes aprovechar el encuadre de los astros y no desperdiciar las buenas rachas, debes tomarlo como una prueba, desde el más allá quieren saber hasta dónde llega nuestra fe, tú sabes que eres como mi hija, estas acciones son los escalones para llegar al cielo, estoy para abrirte las puertas, pero esto tiene un costo y un porcentaje como todo en la vida, no te voy a cortar las alas ni tus sueños, ¿de acuerdo?”) revelándose de pronto como astrológica creyente esotérica, fanática religiosa, paternalista madre sustituta ultraedipizadora, pragmática metalizada y solidaria misericorde, a la vez y más lo que se junte esta semana, toda hecho bolas y sin fáctica corporeidad mayor, para acabar elevando al no-personaje femenino a bragada excelsa pistola en mano para contener al atrabiliario agente disminuido (“Usted aquí no es nadie, aquí no es más que un simple delincuente”) como en sainete migratorio y luego irse a buscar foto en mano por todos los congales a su injerto de hija pródiga y oveja descarriada. Un supuesto carisma bendecidor del barquero barbicanoso como garantía de preclara conversión en caricaturesco líder victimológico a lo instantáneo Javier Sicilia sin sombrerito de Indiana Jones pero aun así movilizador de masas en agitada revuelta autosacrificial para sacarle plusvalía insurreccional a una supuesta hija asesinada (“Lo único que puede unirnos es el dolor”) con metafórica respuesta inmediata rumbo a la insurrección anárquica (“La ley tiene más vueltas que el Suchiate”). El secreto incestuoso revelado a cuentagotas desesperadas en la nocturnidad como garantía de asfixiante bochorno folletinesco absoluto (“No puedo olvidar lo que sucedió esa noche, los gritos de mamá, las vomitadas de papá”). Una reunión culinario-alcohólica de alto nivel conspiratorio, teniendo como centros a un avieso licenciado Cossío (José Sefami) y a un torvo Generalazo Valderrama (Dagoberto Gama aún creyéndose vibrante prócer Morelos al revés), como garantía de explicitación absoluta de las posesiones del dominio territorial cual estampita escolar del reparto de Polonia o de la estrategia a seguir entre estadunidenses representados por los generales Henry Fonda con Charlton Heston y James Coburn más algunos nipones encabezados por Toshiro Mifune resolviendo en el papel la Batalla de Midway hacia el aún candente 1976 (“De Tapachula al norte para ustedes, de Tapachula al sur para nosotros, y el río para los tatuados”). Te cambio tu victimación oprobiosa por nuestra ambición específica y sus garantías absolutas.

La lucidez fatídica confunde la obsesión temática con la redundancia caracterológica. Antes que aspirar a ser criaturas humanas o seres de carne y espíritu, cada personaje representa una forma límite de lo fatídico, un tema candente y fatídico en sí. El tema candente y fatídico de la degradación para sobrevivir está representado por Sabina duplicando su but of course con un but of curse. En concordancia y en paralelo con el anterior, el tema candente y fatídico de la deshumanización del adolescente atascado en su viaje hacia el sueño americano está representado por el mercurial Jovany. El tema candente y fatídico de la corrupción policiaca está representado por Burrona / Chavita con doble vida a lo proxeneta Andrea Palma en Aventurera (Alberto Gout, 1949), tanto como por su camarada Sarabia, ambos por añadidura encubierto traidor nato como todo maldito mexicano quintaesenciado que se respete. El tema candente y fatídico de la vieja trata de blancas desaguando en la nueva esclavitud está representado por la acre manipuladora Doña Lita y en segundo plano por el doble filo del agente migratorio-lenón Artemio / Don Chavita. El tema candente y fatídico de la pudrición suprapartidista del sistema político mexicano en su conjunto está representado por el cónsul Don Nico de cursilírico abordaje sensual citador de López Velarde (“Quiero raptarte en la cuaresma opaca / sobre un garañón y con matraca / y entre tiros de la policía”), el general Valderrama de paralógica implacable (“Todos andan con sus ambiciones” / “Pues que anden con quien quieran, pero ni eso les vamos a dejar”) y el licenciadazo Cossío, ¿quiénes mejor? El tema candente y fatídico de la hipócrita penetración del gobierno estadunidense en el statu quo del tráfico humano está representado por el sádico agente gringo Patrick, hasta con estelares momentos dignos del vesánico hermano pedófilo Tom Burke ejecutado en los bajos fondos del Bangkok de Sólo Dios perdona (Nicolas Winding Refn, 2013). El tema candente y fatídico del prepotente abuso de la violencia implementada como regla omniaceptable está representado por el Jefe Mara Poisson cuyo nombre afrancesado y cuya figura inquietante en efecto tienen algo de pez y de veneno adelgazado y líquido. El tema candente y fatídico de la incapacidad para enfrentar la degeneración provocada por el ejercicio de la prostitución está representado por la semidiota amiga llena de telarañas seudorreligiosas Thalía, así bautizada en homenaje al revés a ya saben quién. El tema candente y fatídico de la rebeldía visceral a punto de organizarse como victimológica autodefensa tribal está representado por el anciano barquero Tata Añorve. Y sólo el tema candente y fatídico del desamparo de todos los que toman el tren llamado La Bestia (para quedarse puntualmente sembrados por ella o ser malévolamente depositados bajo el paso de sus ruedas) o quienes pretenden guarecerse en albergues o campamentos-refugio del doble acoso de los Ejércitos en pie de guerra, esas fuerzas armadas mexicanas que trafican y reprimen selectivamente, o esas fuerzas armadas guatemaltecas pintoresca posantivietnamita boina guinda que los orillan a recluirse en guettos arrasables al capricho, ambos Ejércitos tan al mismo nivel que parecen estar representados por ellos mismos. Parafraseando a Taine, ¿podría decirse que nada destruye más a un personaje ficcional de Ramírez Heredia-Cardozo-Mandoki como el tener que representar un tema? Y el tema racista y mentiroso pero procaz y brevísimo de la degeneración de la especie indígena por endogámico está representado por la relación incestuosa más fuerte que la vida entre Sabina y Jovany, para imponerse al final por encima de todos los anteriores, para desvirtuar todo lo construido y para quien lo necesite ese enfermizo rizado de rizo argumental.

La lucidez fatídica practica a su manera descarnada una política temática que se cree extrema. En lo fundamental, para sentirse a la altura de su tiempo, parece bastarle con oponer su descarnadura truculenta a la descarnadura reflexiva de valerosos documentales solidario-compasivos sobre inmigrantes centroamericanos mencionados arriba (La frontera infinita, Lecciones para Aspira), a la descarnadura acerba de la espiral de violencia en frío casi insensible de Heli (Amat Escalante, 2013) y a la descarnadura afectuosa de La Jaula de oro (Diego Quemada-Díez, 2013). Una descarnadura basada en temas actuales, vigentes, indignantes, pero vorazmente reduccionistas, sin más, dados de antemano. Mostraros, hacerlos participar, ennoblecerlos o ennegrecerlos por igual mediante el sentimentalismo y la truculencia sin jamás decir nada nuevo, ni diferente ni esencial acerca de ellos. Temas duros de la espiral de la explotación y la violencia irreversibles por la presencia abusiva de los Ejércitos (mexicano, guatemalteco), huecos, consabidos, desabridos. Rubros a llenar, únicamente por mero afán de cumplir, gravemente esperpénticos y codiciosamente alternantes. Temas altivos, señeros, en tropel o en abonos, con descuento o por descontón. Etiquetas sin pudor ni desarrollo posible, fatalistas, problematizadas desde el tremebundismo derrotista y autoderrotado.

La lucidez fatídica practica a su manera descarnada una política estética que también se cree límite. Punto del alba a lo remedo épico de Kurosawa, desquiciados giros de cámara alrededor del grupo de golpeadores para precisar a cada uno de sus participantes en intercortes casi subliminales durante la madriza-patiza implacable, abandono de cuerpo ensangrentado a la vera del río que para colmo será pasto de cierto top-shot aplastante y más contundente que otra moquetiza y toma voladora en el abordaje al tren. Obviedad expresiva de cine de acción serie B mundialmente estandarizada, sin ritmo ni medida, para narrar devastaciones que se sueñan convencional película bélica trepidante ubicada en Sarajevo o en seudoequivalentes conflictos en apariencia tripartitas entre mercenarios-Georgia-Osetia del Sur tipo Cinco días en guerra (Renny Harlin, 2011). Barroco cabaret de abigarradas atmósferas rojizas, ubicuidad de la zona franca de Ciudad Hidalgo, tomas-ojo de la cerradura desde un su modo sorpresivo frontground desenfocado. Suspenso con montaje retrosoviético en el encendido de los botes-hogueras de la pista de aterrizaje clandestino. Cámara en mano para hacer emocionante el ataque al campamento, montón-shots en tumultos agitados presuntamente mentales y memoriosos para dar resumidas cuentas del innatural lazo fraterno-genital entre Sabina y Jovany con derecho a su respectiva hornacina voluntaria e inmoladora pero todopurificante de cine denunciador neoecheverrista, slow motion para la carrerita escapatoria de Sabina hacia la cámara e interminable panning aéreo, a lo virtuosístico remate inoportuno ultraespectacular tipo En el hoyo del autosaboteado Rulfito (2006), sobre el río Suchiate, esa línea divisoria entre dos mundos idénticos cual franja de nadie y tierra baldía perfecta, con dos pueblos deseándose, fallidos y crueles a ambos lados, enfrentados y separados a la vez, sólo dignos de la piedad de unos incipientes rasgueos de guitarrita. Final sin fuerza y desinflado en más de un sentido, a base de una gratuita acumulación de acciones violentas y mortandad incontinente sin contundencia en medio de una inconsistencia sin pertinencia, dando como resultado, por falla de sobrecálculo, una denuncia que está incurriendo en aquello mismo que denunciaba, con la misma vehemencia brutal, cual variable negativa y dependiente de lo que exponía y cultivaba con tesón creyendo así catárticamente conjurarlo.

La lucidez fatídica sabe cerrar a lo abyecto misógino su fábula de fábulas temáticas. Luego de cerrar con un beso del adiós romántico la boca del hermano-enamorado moribundo y de correr con frenesí lastrado desde la chamusquina del Valhala hacia el objetivo de la cámara, Sabina se sentará a la mañana siguiente sobre la grava fluvial, llorará en big close-up, emprenderá una nueva carrera en paroxístico dolly lateral de regreso al Tijuanita y penetrará satisfecha en ese refugio todoprotector, su vientre materno, su Castillo de la Pureza, su derrota y su impotencia al fin asumidas, sin darse cuenta de que su resistencia era su último impulso vital.

Y la lucidez fatídica era por superabundancia hollywoodesca una desbalagada y demasiado polar historia anerótica sin coherencia dramático-narrativa y a fin de cuentas sin pasión antirrepresora.

La lucidez light

La inocuidad se ha vuelto light... y otra cosita, porque, en fechas recientes y con aspiraciones de predominio para recuperación en la cartelera comercial, salta a la vista una propensión de las cintas mexicanas a lo ligero y a un empobrecimiento de los temas y soportes argumentales de sus historias, una elaboración cada vez menor, deliberadamente cada vez menor de los incidentes esquemáticos a relatar, cual si se tendiera conjuntamente a una forzada, aunque a veces conseguida, ilusión de lucidez evanescente y autodestruida, hasta resultar una lucidez inane, inerte y profundamente babosa, una terca y polimorfa lucidez light.

Lado A: La lucidez light chocolatera

En Me late chocolate (Mubi Films - Eficine 226, 100 minutos, 2012), simpático sexto largometraje como autor total pero con fines meramente comerciales del comediógrafo-argumentista-productor-director-coeditor chilango de 50 años en México y Estados Unidos formado Joaquín Bissner (¡Aquí espantan!, 1993; Santo enredo, 1995; Un baúl lleno de miedo, 1997; ¡Que vivan los muertos!, 1998; Mosquita muerta, 2007), la guaposa chava rica estudiante de alta repostería por adicción al chocolate Mónica Ballesteros Moni (Karla Souza graciosísima) padece con sorprendente paciencia los arrebatos celosos y posesivos de su guapo novio archicontrolador Xavi (José Luis Moreno), a quien exacto la noche en que le propondría matrimonio con el anillazo encima de un trozo de pastel de chocolate, se excede en violencia con un mesero vengativo (Ariel Galván) y acaba pereciendo a causa del incidente, por lo que Moni se queda doblemente traumatizada, no respondiendo por mucho tiempo a los intentos de distraerla de su invención de un nuevo chocolate quitapesares como tesis profesional y de hacerla salir con nuevos galanes, a que la orillan tanto su despistadazo padre viudo (Rodrigo Murray) y su madrastra eromanipuladora Pily (Mónica Dionne), como sus confabuladas amigas Nadia (María Aura) y Lety (Begoña Narváez) dependienta de Liverpool, y hasta el vetarro chofer metiche Edgar (Edgar Vivar el Señor Barriga) que la llevará a una cura esotérica con su sobrino charlatán Apolonio el Chamán (Jorge Zárate) que también tratará de violarla, pero cuando al fin logre interesarse por algún prospecto, como el simpático primo de Nadia muy conquistador Lalo (Marko Ruggiero) o cierto buenaonda nadador fortachón con auto (Carlo Guerra) o cualquier chavo de disco o invitador de barquillos con nieve, el fantasma del exgalán se le aparecerá de manera inoportuna en cada ocasión, para echarle a perder sus ligues, y no será sino gracias a la tenacidad del guapo asesor de tesis chocolatera también aficionado a volar en globo aerostático Alejandro Estrada Alex (Osvaldo Benavides), y pese a diversas vicisitudes nefastas y tropiezos, que Moni logrará salir de sí misma, conjurar las visitaciones de su exprometido desde el más allá y aceptar por fin su condición de mujer enamorada y apta para la dicha en pareja.

La lucidez light chocolatera ejerce con sagacidad y de manera muy excepcional en la screwball comedy a la mexicana un humor a punto de, siempre a punto de, a punto de la obscenidad, de lo salaz, de la vulgaridad, de lo macabrón, del exceso y de la incontinencia, un humor entregado a la sugerencia, a la simple insinuación, a la retención, a la contención, a la fantasía mitad gozosa mitad frustrante y al interruptus, en el polo opuesto de los burlescos desbordamientos de burdos objetos cómicos tipo Pastorela o El crimen del cácaro Gumaro (Emilio Portes, 2011 / 2013), por lo que no es sorprendente que utilice de continuo el llamado Lubitsch Touch, esa superinventiva forma netamente fílmica de producir efectos hilarantes mostrando apenas la puntita de las cosas y las situaciones más comprometedoras, mediante cortes abruptos (la mortal caída de los cuchillos de cocina sobre el novio belicoso desde su punto de vista), apariciones súbitas (la sonriente esposa erotómana de papá mentiroso surgiendo ufana de las aguas del sauna tras presumiblemente haberle estado practicando una ultrasatisfactoria felación invisible al espectador inquieto), insertos ilustrativos / explicativos que encuentran la forma de ser apenas redundantes tan ridícula cuan pícaramente (el mismo papá calvo devorando los choninos sabor cereza de la descarada madrastra de sexosapiencia irrebatible), discusiones en paralelo espaciotemporal que parecen responderse entre sí (“Todos los hombres son ineptos” / “Tampoco somos unos ineptos”) o elipsis salvadoras que son verdaderos guiños de ojo que son fuente de equívocos que son meros juegos traidores mentales del shock postraumático, un genuino acopio o colección o repertorio de Lubitsch Touches cual conjunto aquí muy novedoso que sólo en apariencia y efecto socarrón semeja ser de la misma naturaleza que algunos gags puros y netos (los choques de frente con el zoquete que resulta el nuevo maestro asesor de tesis Alex o contra un transportador de pan en bicicleta de los que ya no hay, la rotura de la red de una portería por un rabioso patadón futbolero muy alabado), algunas cortinillas en forma de mordida con mandíbula dentada o de auténtica cortina callejera, algunos comentarios entrometidos que nadie pela (esos irreverentes dicharachos irreprimibles del confianzudo chofer de la familia: “No hay mal que por bien no venga” en pleno retorno del funeral), algunos monólogos en doble fuera de lugar (como los de la amiga acomplejada con un cuerpazo buenísimo probándose bikinis: “Qué envidia me dan ustedes las delgadas”), algunas desternillantes simultaneidades sea de saineteros diálogos equívocos que hicieron la delicia del mejor Bustillo Oro de los años treinta (los “No te quiero volver a ver” y “Cállate, idiota” hacia el fantasma del asiento de atrás asumidos por el sorprendido galán de adelante) sea de revelación-denuncia cómplice de falsedades encubiertas (“Rrr, se me está cortando la llamada, rrr”), algunos irreprimibles apartes teatrales (“¿De cuál fumaste? Móchate”) o algunas parrafadas verborrágicas mejor asestadas que comprendidas (“Porque el chocolate tiene tebromicina de acción estimulante, serotonina que es un antidepresivo, oligonemas como el magnesio para regular el sistema nervioso y un poquitín de cafeína” / “No, pus con razón”), o así.

La lucidez light chocolatera goza prolongando el dominio masculino incluso post mortem, el dominio terreno y ultraterreno ¡pero cuán digno de burla y de hecho burlado! de esos seres esencialmente disfuncionales e inseguros con una distorsionada visión de sí mismo convertida aun después de la muerte en una impostura impositiva por autoconcepción inofensiva ofensiva, generando no un fantasma reivindicador y cotidiano en un extremo (como los de Apichatpong), ni terrorífico (como la mayoría), ni un fantasmita poshollywoodense oscilante entre el recapitulador obligado en el limbo ante la condena infernal de El diablo dijo no (Ernst Lubitsch precisamente, 1948) y el victimado vuelto admonitorio amoroso Ghost-la sombra del amor (Jerry Zucker, 1990), sino algo mucho peor: un espectro saboteador de cuanta tentativa acometa la exnovia mexicanita para relacionarse erótica o sentimentalmente y rehacerse en lo devastado emocional, un fantasma dominante, autoritario, abusivo, celoso, entrometido, extorsionador y exclusivista, en suma un aparecido decimonónico sin susto de por medio pero moralmente ojete, porque de manera explícita no es más que un reflejo del sometimiento, tonto y absurdo de la mujer dizque enamorada (“Quiero amarlo tanto como te amé a ti”), aunque aquí con un romanticismo patas arriba.

Y la lucidez light chocolatera se descubre con firme vocación restañante y restauradora como una obra de sabrosa repostería empalagosamente afrodisiaca pero permitida, e inclusive aconsejada para acabar sobrevolando en globo las pirámides de Teotihuacan.

₺146,43

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0+
Hacim:
861 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9786070295065
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Bookwire
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