Kitabı oku: «Pedaleando en el purgatorio», sayfa 2
CAPÍTULO II
La temporada 2008 comenzó, una vez más, con la Challenge de Mallorca. Ese invierno había entrenado con la motivación extra de saber lo que quería y, sobre todo, de saber lo que no quería que formase parte de mi vida. Por ejemplo, amaba a Clara Pellicer y ella era imprescindible. Su sola presencia calmaba mis inseguridades. También amaba mi profesión de ciclista y, al mismo tiempo, había renunciado para siempre al dopaje y al sueño de ganar las grandes carreras. Todo se resumía en cumplir con el reto más difícil de la vida: ser feliz. Yo, por una vez en la vida, lo era.
No todos compartían mi visión del nuevo ciclismo en el que habíamos entrado en enero de 2008. El equipo Gigaset era un monstruo en pleno proceso de transformación, con las turbulencias que eso genera. Cada uno vivía en su burbuja y no se parecían en nada las inquietudes del neo que llegaba del campo amateur con las del ciclista que llevaba una década dopándose y al que ahora, de repente, le decían que tenía que cambiar su esquema de valores.
En mi caso, aterricé en Gigaset después de correr en Portugal y pensar que mi carrera iba a estar siempre vinculada a equipos pequeños. José Luis Calasanz, el mánager del equipo, me había recuperado con un contrato razonable y el mejor calendario posible. Estaba rozando el cielo con la punta de los dedos y no lo iba a echar a perder. Es cierto que había estado cerca de caer en el infierno antes incluso de comenzar a correr. El mismo 1 de enero de 2008 había pasado un control antidopaje por sorpresa en mi casa. Esa inesperada visita formaba parte del nuevo sistema de localizaciones impulsado por la UCI y la Agencia Mundial Antidopaje.
En el fondo, los organismos estaban cansados de ver cómo los corredores llegábamos limpios a las carreras y habían decidido que el control se desplazara a la intimidad de las casas para que nadie pudiera dormir tranquilo… si hacía trampas. El proyecto se venía gestando desde 2007, pero a partir de 2008 pasó a ser obligatorio y bien organizado para todos los equipos Pro Tour, es decir, para los que formaban la primera división del ciclismo mundial. Los equipos profesionales continentales aún tardarían varios meses en incorporarse a este nuevo sistema de trabajo. Pero no había vuelta atrás. La nueva red de controles había llegado para quedarse.
Aquel 1 de enero de 2008 tenía la casa llena de sustancias dopantes y la duda de si debía emplearlas había rondado mi cabeza durante días. Cuando decidí doparme, una extraña coalición de benditas casualidades me impidieron pasar por casa para materializarlo. Entre otras, me frenó el deseo de mi novia, Clara, de pedirme que formalizásemos nuestra relación con una boda en el otoño. Esa Nochevieja nos quedamos a dormir fuera de casa y cuando llegué a mi domicilio en la mañana del día 1, tenía al comisario antidopaje esperándome. Pasé el control sabiendo que, de forma milagrosa, mi cuerpo estaba limpio, pero al mismo tiempo teniendo claro que había puesto los dos pies en el aire y que si no me había caído por el precipicio, había sido solo por suerte. En cuanto el comisario se marchó, tiré todas las sustancias a un contenedor de basura y me juré que nunca volvería a pasar por una experiencia así.
Sin embargo, en Gigaset eran muchos los que no habían hecho ese proceso de transformación. Les avisé de que había pasado un control el día 1. Pero nadie escarmienta en culo ajeno. Ya se sabe qué es una crisis: lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Así éramos los ciclistas. El mánager, José Luis Calasanz, nos insistía en que el ciclismo había entrado en una nueva dinámica y nos exigía cambios. Los jóvenes parecían asimilarlo o, al menos, lo afirmaban. Y, curiosamente, algunos de los más veteranos eran los más radicales en la lucha contra el dopaje: parecían cansados de jugarse el pellejo y abrazaban con la fe del converso esta nueva forma de trabajar.
Pero había otros veteranos y, por supuesto, algunos líderes que estaban en su momento y no querían desaprovechar la oportunidad de ganar dinero y fama. Esos no manifestaban su opinión en las charlas de grupo y optaban por hablar solo en pequeños grupúsculos. Tenían otra visión. Cobraban por ganar y eso es lo que iban a seguir haciendo: correr y ganar. En cuanto se calentaban, llamaban hipócritas al resto de ciclistas e insistían en que nada iba a cambiar y que en Mallorca íbamos a chocar con la realidad. En otras palabras, las nuevas reglas nacidas de la entrada en vigor del pasaporte biológico no parecían ir con ellos.
El pasaporte biológico había comenzado sin grandes titulares y no éramos conscientes de la revolución que eso iba a suponer. Para empezar, teníamos muchas preguntas y pocas respuestas en las cabezas. Nosotros habíamos hecho una reunión de grupo para empezar a clarificar conceptos en una primera concentración invernal, pero ahora fue la propia UCI la que nos envió a un abogado para darnos las claves más importantes en una charla que formaba parte del proceso pedagógico necesario para que asumiéramos las nuevas reglas: debíamos estar localizables todos los días, al menos durante una hora; la responsabilidad era exclusiva del ciclista; los análisis serían comparados con nuestros análisis pasados, presentes y futuros, por lo que el límite del 50% de hematocrito máximo desaparecía para trabajar con límites individualizados… En definitiva, si un corredor cambiaba drásticamente de valores sanguíneos, podría ser sancionado. Por primera vez en la lucha contra el dopaje, el ciclismo iba a sancionar sin dar positivo en un control antidopaje. La desviación de los valores medios era suficiente. Lo llamaban método indirecto. Nosotros pensábamos que la palabra inquisición se ajustaba mejor.
La reunión la realizamos en la semana previa al inicio de la Challenge y fue un foco de debate en el equipo. Nos sentíamos violentos con el tono de la charla. Por un lado, la UCI nos insinuaba que era consciente de que todos nos habíamos dopado hasta el 31 de diciembre de 2007. Pero lo más importante es que nos decía que no iba a aceptar ningún escándalo más y que el que alterase sus valores a partir del 1 de enero de 2008, sería sancionado. La Operación Puerto había desvelado hasta qué punto habíamos creado un deporte podrido. Muchos dedos habían apuntado a España, pero todos sabíamos que eso era una fórmula para esconder la realidad: el problema era global. Algunos equipos poderosos estaban creando un sistema interno de controles. En esos años se hizo famoso y rico Rasmus Damsgaard, quien aconsejaba a equipos como Astana y analizaba los valores de sus ciclistas con un presupuesto de casi medio millón de euros. Era un segundo pasaporte biológico, pero de carácter interno.
Con tanto escándalo, el ciclismo se estaba desangrando en el punto clave de cualquier espectáculo: la credibilidad. Desde la Operación Puerto, todos habían pensado estrategias para propiciar un cambio. El poder había buscado una respuesta adecuada y este nuevo pasaporte biológico era el golpe definitivo encima de la mesa. Ya no era necesario dar positivo con una sustancia. Ahora íbamos a ser sancionados por las sospechas, si tres científicos coincidían en dar el visto bueno al castigo. El abogado de la UCI insistió en que era un sistema lleno de garantías: podríamos defender nuestra inocencia con argumentos científicos ante tribunales deportivos independientes. Pero todos sabíamos que la justicia deportiva ni es justa ni es deportiva. En el fondo, entendíamos que si la UCI te abría un expediente, era para no perderlo.
Para mí, la Challenge supuso el regreso al calendario de primer nivel. En 2007 había competido en Portugal y me había desvinculado de España y de las estrellas del pelotón corriendo pruebas pequeñas y casi siempre al otro lado de la frontera. Ahora volvía a ver caras de ciclistas famosos. Lo que no cambiaba era la velocidad: en todos lados se va rápido.
En Mallorca me limité a cumplir el expediente y trabajar para mis compañeros, especialmente para un velocista que había incorporado José Luis Calasanz y en el que tenía mucha ilusión depositada: Kenny Strauss. Mi tarea era sencilla: subir y bajar bidones y dejarle en manos de los rodadores en los kilómetros finales. Allí se peleó contra Steegmans o Brown. Lo hizo bien, pero jamás tuvo opciones reales de victoria.
La carrera también estuvo marcada por una escena tan surrealista como el ciclismo de aquellos años. Un día, y en mitad de una etapa sin demasiada chicha, vivimos la escapada estéril pero rabiosa de Alberto Contador y su reivindicación ante la cámara de televisión con una frase que ha pasado a la historia: «Astana, al Tour». Aquello fue un terremoto. Los organizadores, ASO, habían decidido que el vencedor del Tour de 2007 no iba a tener la opción de defender su título al vetar a su equipo para la edición de 2008 y el madrileño había contestado atacando. Contador había ganado el Tour 07 con Discovery Channel. Pero para la siguiente campaña se había marchado al Astana. Ese equipo había protagonizado un doble escándalo en el Tour de 2007, con el positivo de sus dos estrellas: Alexandr Vinokourov y Andrey Kashechkin. Y ASO demostraba que no estaba dispuesto a olvidar de forma tan rápida, aunque vinieran con otras figuras. Fue una manera potente de reafirmar una idea sencilla: el ciclismo no podía soportar más escándalos.
Mi mente estaba muy lejos de esos problemas. Leí la nota oficial del Consejo Superior de Deportes contra la organización del Tour y no dejé de sonreír. Yo quería limitarme a correr en bici y disfrutar. Nada más. Nada menos. Para mí, todo volvía a ser emocionante en ese mes de febrero como jamás debió haber dejado de ser. La decisión de no volver a doparme había conseguido quitarme de encima el peso de los nervios y el estrés.
Tras la Challenge, fui hasta el aeropuerto de Son Moix con Vicent López. Era uno de los masajistas más veteranos y castellonense como yo, así que por norma general íbamos a viajar juntos muchas veces. Vicent solo daba masajes a las estrellas del Gigaset, así que no había podido sentarme en su tabla de masaje y tampoco él me conocía mucho. Sin embargo, era extrovertido y resultaba imposible aburrirse a su lado. Además, cultivar las relaciones con los auxiliares es uno de los puntos que un ciclista debe anotar en su agenda. Yo lo sabía.
—El jefe está contento contigo —me dijo Vicent en cuanto nos sentamos en el avión y nos abrochamos el cinturón.
—¿José Luis? —pregunté yo.
—Sí, claro. Está contento desde que te fichó. Ya nos avisó de que eres diferente. Para empezar, tienes un nivel superior al nuestro. Y eso está bien. Necesitamos… sangre nueva, aunque ahora esté feo decirlo —comentó mientras se reía.
—Sí, lo de la sangre mejor no lo tocamos.
—José Luis pasa por un momento complicado. Hay ciclistas que no quieren cambiar. Y está viviendo broncas. Por eso está contento con tíos como tú, que habéis venido a sumar. Yo le digo que nosotros somos otra generación, apenas fuimos a la escuela y jamás aprendimos idiomas. En cambio, tú… eres un cerebrito.
—¿Broncas? —pregunté esquivando los elogios fiel a mi filosofía de que el elogio debilita.
—Eso es algo que pronto comprenderás. Aquí los trapos se lavan dentro. Es más, José Luis no le dice la verdad ni al médico. Pero no te equivoques: no es un mentiroso. Simplemente, es reservado. No quiere escándalos ni, por supuesto, enfrentamientos personales. Prefiere que todo se resuelva de forma pacífica, sin que llegue a oídos de nadie. Y si se enfada con alguien, opta por apartarlo, darle carreras de segundo nivel y a final de año, no ofrecerle una renovación. Pero siempre con palabras de apoyo. Es importante que entiendas esta filosofía. Si te adaptas, puedes echar toda tu vida en Gigaset.
—Entonces me parece que tengo equipo para el resto de mi vida.
—Eso pensé cuando te vi entrar en el hotel. Viniste a saludar a todos los auxiliares.
—Pero eso es lo normal, ¿no?
—Ahora ya no sabemos qué es lo normal, Lucas. Los jóvenes muestran poco respeto. Hazme caso: entiende dónde estás. Solo así durarás en este negocio. Estamos en un momento en el que tenemos a muchos intentando decirle a José Luis cómo gestionar su negocio.
—Eso es ridículo. Él sabe mejor que nosotros cómo se…
—No tengas ninguna duda. Es indeciso hasta lo patológico y pregunta incluso a la señora de la limpieza… pero no es un síntoma de debilidad. Es, únicamente, que le gusta escuchar mientras en su mente va formándose la decisión. Nunca tiene prisa. Sabe que no es el más listo e intenta dedicarle más tiempo que los demás. Pero de todos los mánager de España, te garantizo que es el único que estará aquí dentro de diez años, tendrá un buen patrocinador y contará con buenos ciclistas.
—¿Por qué lo tienes tan claro?
—Tiene dos virtudes que escasean: paciencia y prudencia. No necesitas más para hacerte viejo en este trabajo.
CAPÍTULO III
La Vuelta a la Comunidad Valenciana fue mi segunda carrera en 2008. Para esa cita, el equipo decidió apostar por el madrileño Enrique Jiménez. Era el líder de Gigaset y uno de los escasos españoles de relumbrón que había salido indemne de la Operación Puerto. Su nombre jamás había aparecido en la prensa vinculado a Eufemiano Fuentes ni a ningún otro doctor de mala reputación. Además, había sabido quedarse en un discreto segundo plano mediático mientras acumulaba puestos de honor, lo que encajaba en la filosofía del equipo.
José Luis Calasanz decidió que compartiéramos habitación durante toda la carrera, ya que su habitual compañero de cuarto, Juan Carlos Aguado, se había puesto enfermo a última hora y no iba a correr. Y así me convertí en el escudero de Enrique. Por mi condición de valenciano, conocía bien las carreteras y los finales en alto, por lo que dediqué los cinco días a dejarme la vida por ayudarle. No pudimos pasar de un meritorio quinto puesto. No estaba mal, pero tampoco nos permitía sacar pecho. Aún no habíamos ganado una carrera en 2008 y eso a pesar de ser uno de los equipos grandes del pelotón. ¿Nervios? Aún no. Pero una inquietud asomaba en la mente de todos: ¿qué estarán haciendo los demás?
La barrera de los controles todos los días y a todas horas ya había generado un serio conflicto en la concentración de un equipo ProTour italiano. Los médicos de la UCI se habían presentado por la noche y nadie supo explicar lo sucedido a continuación. Decenas de rumores surgieron alrededor de un test que no pasaron todos los corredores, lo que incitó las maledicencias. En el fondo, los controles fuera de competición lo cambiaban todo. Durante años estábamos acostumbrados a doparnos en casa en los períodos sin competición y acudir a las carreras con los efectos visibles, pero con las sustancias eliminadas. A partir de la nueva ley, tocaba cambiar. Pero no había consenso. Gigaset quería limpieza, y yo también.
Enrique Jiménez me demostró que teníamos una forma similar de ver el ciclismo e incluso la vida. Y esa visión partía de la prudencia. Por eso llevaba tantos años en Gigaset. No quiso desvelar sus cartas haciendo uso de una discreción que yo también había empleado en el pasado.
—Somos un deporte de bocachanclas. Aquí hace falta gente discreta y prudente. Todos sabemos lo que está bien y lo que está mal. E incluso lo que está regular. No hace falta airearlo y hay que acabar con los que disfrutan meando en la piscina y haciéndolo desde el trampolín.
Aquellas palabras eran parte del código de sobreentendidos que manejábamos: no confirmaba que se dopara, pero tampoco lo desmentía. Ese silencio saltó por los aires en la penúltima etapa. Enrique recibió una llamada. Y estuvo más de una hora hablando. Bueno, en realidad, estuvo más de una hora escuchando en silencio y con cara de preocupación. Cuando cortó, solo pudo resoplar y pasarse las manos por la cara.
—Vaya movida —fue lo primero que dijo.
—¿Se puede contar? —pregunté.
—A ti, sí. Pero al resto, ni una palabra. ¿Está claro?
Asentí, me coloqué cómodo sobre la cama y esperé en silencio a que Enrique ordenara su cabeza.
—Me ha llamado Juan Carlos. Sí, Aguado. Sé que entrenaste con él antes de Navidad. Me contó las broncas que había tenido contigo respecto a… lo que ya sabes. Juan Carlos está insoportable. Cree que nada va a cambiar y quiere estar con los buenos. Le dije que pensaba que tú estabas siendo inteligente y que él estaba siendo estúpido, sobre todo, cuando el equipo nos pide que cambiemos el chip. Así que discutió conmigo y llevamos un tiempo con una relación… tensa. Ahora, de repente, me dicen que no puede correr porque está enfermo. Le llamo y no me contesta. Y, lógicamente, empiezo a mosquearme. No es normal. Al final, me ha contestado y me ha contado la movida.
—¿Y qué ha pasado? —pregunté mientras me temía lo peor.
—Le hicieron un control por sorpresa después de Mallorca. Y ha dado 48,5% de hematocrito.
—¿Cuál es el problema?
—Pues que tiene los valores sanguíneos alterados: el hematocrito, la hemoglobina y los reticulocitos están descompensados. La fórmula australiana ha dado 127.
—El máximo son 133 o por ahí, ¿no?
—Sí, no es un tema por el que pueda ser sancionado. Ni ha pasado de 50 ni de 133. Es decir, no pisa la línea roja ni por el hematocrito ni por la fórmula australiana. Pero eso no es suficiente. Es lo jodido del tema: es una analítica descompensada. Desde ese control, los vampiros han ido dos veces a su casa para hacerle controles antiEPO por sorpresa. Y el médico, Marcelino Sacristán, le ha llamado para pedirle explicaciones.
—¿Explicaciones?
—Le ha dicho que tiene muchas analíticas suyas de otros años con 40 y 41 de hematocrito y que no se cree que ahora esté en 48,5%.
—¿Y qué dice José Luis? Es como un padre para Juan Carlos, ¿no?
—Me gusta esa expresión. Pero no olvides que no es su padre. Ni el tuyo ni el mío. Si tiene que elegir entre el equipo o un corredor, no dudará. De momento, no le contesta. Y en un mensaje le ha dicho que es un tema que el médico debe gestionar. El cabrón de Marcelino le ha contestado que lo mejor es esperar a ver la evolución y tomárselo con calma.
—¿Eso qué significa?
—Pues que le han jodido, pero no tienen los huevos de decírselo.
—Joder, no das positivo y ni siquiera superas la regla australiana… y ya estás manchado. Esto es una caza de brujas.
—Sí, pero la cuestión ahora es que debemos adaptarnos a las nuevas reglas.
—Bueno, pues a correr a pan y agua —dije intentando reafirmar mi decisión del 1 de enero.
A partir de ahí comenzamos un debate intenso sobre la función de la Unión Ciclista Internacional. Enrique y yo teníamos un torbellino de ideas y de dudas: la UCI podía usar el pasaporte para imponer sanciones y para freír a controles a los sospechosos, pero debía empezar a actuar. Cada día sin noticias, era un día de desesperanza para la gente limpia. Enrique, siempre pesimista, concluyó:
—Espérate al Tour y verás el espectáculo completo. Es la gran carrera para lo bueno y para lo malo. Muchos ciclistas hemos cambiado. Pero no todos. En cambio, los patrocinadores lo han hecho. ¡Todos! Yo no veo marcas que quieran ganar a toda costa. Es más bien justo lo contrario. En cuanto oyen la palabra positivo, cierran el chiringuito.
—Ojalá no aciertes. Voy a rezar para que tengamos un Tour tranquilo —le contesté.
—No es un tema de fe. Es mucho peor. Lucas, la estupidez humana no tiene límites.
CAPÍTULO IV
El 1 de marzo de 2008 saltó la noticia. Sucedió alrededor de las nueve de la mañana y, al principio, fue únicamente un titular, tal vez llamativo, eso sí: «El paro se dispara». Luego llegaron los detalles del tsunami al que se enfrentaba la sociedad española y las alarmas empezaron a sonar: era el mayor incremento en el número de parados en los últimos 25 años. A pesar del dato, el gobierno seguía negando la existencia de una crisis económica en el país. Es más, ni siquiera empleaba esa palabra. Estaba prohibida y parecía como si, fruto de un pensamiento mágico, el hecho de no pronunciar el término borrase la realidad. No era así.
Al llegar a casa me esperaban caras largas. Cada semana era peor que la anterior, pero mejor que la posterior. Esa noche Clara me pidió que, al día siguiente, la acompañase a las oficinas de Magic Resort. Miguel quería hablar con ella y le había pedido que yo también acudiese. Así que fuimos hasta allí. Al circular por los pasillos de la empresa, me di cuenta de que algo no funcionaba. Apenas había movimiento. Todos los empleados estaban cruzados de brazos o, como mucho, mirando las pantallas del ordenador y accionando de forma robótica el ratón. Ese silencio era catastrófico. Si entras en una empresa como Magic Resort y no escuchas decenas de conversaciones de comerciales vendiendo o alquilando apartamentos… es que algo va muy mal.
Miguel parecía haber envejecido otros diez años. Lucía unas ojeras espantosas e incluso tenía los ojos completamente rojos, fruto de la cantidad de horas que se había pasado frente a los documentos excel intentando cuadrar los números de sus empresas. Para la cita, nos había preparado una presentación en la pantalla de la sala de juntas. No había nadie más. Solo nosotros y los gráficos. Con cautela, fue pasando las diapositivas dejándonos el tiempo justo para que las digiriésemos. Todas se explicaban por sí mismas. No necesitaban de aclaraciones. Los datos no eran malos. Eran aterradores. En noviembre, diciembre y enero se habían vendido dos apartamentos. Tenían más de 200 acabados sin comprador, otros 150 en la fase final de construcción y otros 150 con la estructura finalizada, sin contar los más de 1000 que se habían planificado sobre el papel y para los que se había empezado la labor de movimiento de tierras después de realizar todo el trabajo de diseño con sus correspondientes proyectos de los arquitectos. ¡Y todo ello cuando solo habían vendido dos en el último trimestre! Aquello no era un pinchazo. Era un reventón.
—¿Estos son los números? ¿Se han vendido dos en tres meses? —pregunté como resumen ante lo que acabábamos de ver. Sinceramente, no me podía creer esas cifras.
—No, en realidad, son peores. De los que vendimos en verano, diez compradores nos han pedido que les devolvamos el dinero porque no pueden pagar los plazos. Evidentemente, les hemos dicho que no hay nada que hablar y que han firmado un contrato de arras para lo bueno y para lo malo. Uno ya nos ha remitido un burofax para decirnos que renuncia al contrato y que pierde el dinero dado a cuenta, así que en realidad no hemos vendido dos. Hemos vendido dos y nos han devuelto uno. Creo que alguno más seguirá el mismo camino y perderá la entrada para evitarse la deuda. Como comprenderéis, así es imposible mantener una empresa.
—¿Qué tienes en la cabeza? —preguntó una Clara que estaba cada vez más preocupada ante el tono de su padre.
—Podemos bajar precios. Pero no es un problema de Magic Resort. Es global. Mirad los datos del paro en febrero. ¿Quién piensa en comprarse una casa en la playa cuando hay despidos generalizados? El que no ha perdido su trabajo tiene miedo de perderlo. Me han dicho que Don Piso lleva tiempo sin pagar y está al borde de la quiebra. Tienen 400 oficinas inmobiliarias y es posible que no lleguen al verano. Sinceramente, os he llamado para deciros que… me siento perdido.
—Pronto tenemos elecciones, ¿no intentarán que esto mejore?
—No hay nada que hacer. Intentan taparlo con los cheques bebé. El presidente ha llamado antipatriotas a los que se atrevan a utilizar la palabra crisis. Pero la realidad es que están maquillando el cadáver. Nada más. La economía está podrida.
—¿Qué alternativas hay? —pregunté.
—He hablado con los abogados y les he pedido un plan de viabilidad. Esto es lo que me proponen.
A partir de ese momento Miguel desglosó un plan de gestión de la crisis. Partía de una base clara: no había un futuro razonable para Magic Resort con la estructura actual. La idea de los abogados era eliminar una parte importante de la constructora y de la promotora, negociar con los bancos daciones en pago masivas para compensar las deudas y reforzar la desvinculación entre las diferentes empresas del holding intentando que las partes más corrompidas no se lleven por delante a las que aún podían ser saneadas. Las consecuencias para la cotización en bolsa iban a ser dramáticas, aunque ya llevaba meses cayendo. La parte de los hoteles y los apartamentos para alquilar era la única que podía tener futuro. En definitiva, el holding de la familia Pellicer era un conglomerado empresarial con dos bloques: el promotor-constructor y el hotelero. El primero parecía muerto. El segundo estaba muy enfermo. El dinero de la refinanciación del Banco de Castellón se iba a dedicar casi de forma exclusiva a la parte hotelera.
—¿Y los bancos qué dicen?
—Si debes 100 000 euros, tienes un problema. Si debes un millón, el banco y tú tenéis un problema. Pero si debes 100 millones, es el banco el que tiene un problema.
—Nosotros también lo tenemos, papá —respondió Clara.
—Hija, he sido tajante con los abogados. Los jueces nos van a mirar de arriba abajo y no quiero riesgos, aunque eso suponga perder mucho dinero. No quiero jugar con fuego. Nos refinanciaron hace poco y eso nos ha dado aire. Pero con este nivel de ventas, pronto volveremos a la situación en la que estábamos: asfixia absoluta. Vamos a acabar con una suspensión de pagos y asumo que perderemos una gran parte de la fortuna.
—Pero… —trató de interrumpir Clara a su padre.
—Te he pedido que vengas porque necesito que me ayudes. Debes viajar a Andorra y Panamá. Y hay que hacerlo ya. Tenemos que poner las cuentas en limpio. En este sobre hay una carta con las instrucciones. Necesito que la leas y lo memorices antes de destruirla. Yo no puedo ir. Tengo la lupa encima. También me gustaría que fueras acompañado por Lucas. Sería más fácil de explicar si alguien pregunta: unas vacaciones románticas con tu pareja o unas vacaciones para entrenar o lo que se te ocurra. Además, ya no trabajas para Magic Resort.
—Tengo que correr… no puedo salir de España y mucho menos para irme de vacaciones.
—Lo sé, pero esto es importante. No quiero que Clara ande sola por el mundo y menos en determinados países.
—No hay ningún problema, papá. Hablaremos con José Luis Calasanz y lo entenderá. Estoy segura.
No supe contestar. Estaba seguro de que José Luis no lo entendería. De hecho, ni siquiera yo lo entendía, por lo que no sabía muy bien cómo plantearle la cuestión. Así se lo expresé a Clara en cuanto salimos de las oficinas. Ella me sonrió y me miró con la cara de superioridad que en ocasiones lucía. Tenía un plan. Pero no lo iba a compartir conmigo.
—No te preocupes. José Luis es el menor de nuestros problemas.
Al llegar a casa, me dio un cálido beso. Había mantenido la calma frente a su padre, pero estaba al borde del colapso.
—Gracias por venir al viaje. Te necesito a mi lado.
Yo seguía pensando que era imposible que el equipo me autorizara a viajar por medio mundo en mitad de la temporada. Iba a comenzar con mis protestas. Clara se dio cuenta de cuál era mi intención. No me dejó seguir.
—Te lo repito: ¡no te preocupes! Vete preparando la pasta y yo arreglo lo demás —dijo mientras me guiñaba el ojo y cogía el móvil.
Me quedé sin palabras. Busqué una botella de vino, la abrí y me serví media copa de mi tinto favorito: Marqués de Cáceres. Un par de minutos más tarde, decidí que debía cumplir con las órdenes de Clara. Quería hacer un entrenamiento corto por la tarde, aunque fuera solo para soltar piernas, así que debía comer lo antes posible. Puse a hervir el agua mientras buscaba los macarrones integrales y el tomate frito. No era día de florituras. Prefería algo básico y rápido. Justo cuando eché la pasta en el agua, Clara apareció en la cocina.
—Listo.
—¿Listo?
—Sí, ya está arreglado. He hablado con José Luis y le parece bien.
—¿Con José Luis? ¿Mi jefe?
—Sí, ¿acaso no recuerdas que fuimos patrocinadores de un equipo profesional? Vaya, tú fuiste ciclista de Magic Resort, si no me falla la memoria —dijo con ironía.
—Clara, por favor…
—Tengo su número desde hace años. Le he llamado y, por supuesto, acepta cambiar tus planes. Le he prometido que no perderás la forma. Vuelves a competir en abril. Por cierto, también me ha dicho que tienes opciones de correr el Tour y que te quiere a tope para el verano.
Acababa de recibir demasiada información. Siempre que estaba con la familia Pellicer tenía el mismo sentimiento extraño: manejaban mi vida. Una sombra de enfado cruzó mi rostro. Clara lo detectó.
—No te enfades. Tú y yo somos un equipo. Yo viajé a Portugal para ayudarte y…
—Lo de recordarme lo que pasó en Portugal es un golpe bajo —protesté mientras me ponía serio de verdad.
—Cállate, por favor. Lo hice por ti y lo volvería a hacer. ¡Sin dudarlo! Ahora te pido que me ayudes, pero no quiero presionarte. Esto no es como en los viejos tiempos. Si no quieres venir, llamo a José Luis, le digo que ha sido un malentendido y sigues con tu temporada. Yo viajo sola y lo arreglo. Además, lo haré con una sonrisa y no te reprocharé nada. No quiero que digas que manejo tu vida, que no te escucho… Esa es la cara de desagrado que me ponías antes y que me estás poniendo ahora. No me gusta verla. Nuestra relación es tan importante que no quiero que se rompa. Por nada en el mundo. De verdad, no hay nada más importante…
No dejé que siguiera hablando. Le di un beso y le susurré.
—Voy contigo a Andorra, a Panamá y al final del mundo, si hace falta.