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LAS CONSECUENCIAS DE UNA LEGISLACIÓN INADECUADA

El hecho real de la falta de innovaciones técnicas en la minería y de la ausencia de estructuras societarias que permitieran acumular capitales de consideración puede tener una explicación más satisfactoria si se examina la regulación jurídica de la actividad. Como lo subrayó el mensaje de 16 de julio de 1874 que acompañó al proyecto de Código de Minería —que sustituyó a la variada legislación en vigencia, la principal de las cuales fue la Real Ordenanza de Minería de la Nueva España de 1779, aplicada en Chile en 1785 con varias modificaciones hasta que empezó a regir el nuevo código, que la siguió muy de cerca256— la principal innovación se dirigía a organizar las pertenencias mineras, que eran de muy limitadas extensiones. Esta configuración obedeció al criterio imperante durante la monarquía de facilitar el trabajo en la minería a la mayor cantidad posible de personas, en especial a las de escasos recursos. Así, la normativa permitió la constitución de la propiedad minera incluso a los peones que trabajaban en los yacimientos, más allá de las mil varas de las de sus patrones257. De esta manera, cuando se esparcía el rumor de un nuevo descubrimiento, los operarios abandonaban sus trabajos en las minas para ir a catear en los alrededores y hacer los pedimentos de rigor. Así, en el primer medio siglo de vida republicana la minería metálica continuó gobernándose, jurídica y prácticamente, según las pautas coloniales. El referido mensaje del proyecto de código de 1874 fue muy explícito al aludir a este problema:

El fraccionamiento excesivo de las concesiones, que obliga a acumular sobre cada una los medios de explotación que bastarían para laborear extensiones más considerables, sin consultar en manera alguna la economía de la producción mineral, ataca directamente las fuentes de la riqueza pública258.

El caso de Chañarcillo es muy esclarecedor. Por ejemplo, en el yacimiento de El Bolaco había en 1851 nada menos que 115 minas en operación259. El rechazo de los mineros a crear unidades mayores con sus pertenencias y a combinar sus recursos para explotarlas mantuvo una estructura irracional tanto desde el punto de vista de la minería como de la economía260. Las fotografías de minerales, en especial de Chañarcillo, que en 1863-1864 fueron tomadas por Rafael Castro Ordóñez, dibujante-fotógrafo de la española Comisión Científica del Pacífico, muestran la reducida entidad de las instalaciones y la proximidad de los diversos yacimientos261.

Contribuyeron también al predominio del pequeño empresario los breves plazos establecidos por la legislación entre el registro de la mina y el comienzo de la explotación. Un laboreo en gran escala suponía contar con tiempo suficiente para efectuar las prospecciones y para reunir abundantes capitales, imposibles de obtener con rapidez ante la inexistencia de un sistema bancario desarrollado262. Y era difícil imaginar la viabilidad de un proyecto minero de cierta envergadura en el decenio de 1820 cuando la tasa de interés cobrada por “respetables comerciantes” oscilaba entre el 18 y el 24 por ciento263. En verdad, por falta de capitales muchos mineros ni siquiera eran capaces de hacer el pozo de ordenanza a que obligaba la legislación, perforación de unos ocho metros de profundidad y de un metro y 30 centímetros de diámetro, que se prolongaba a continuación en la dirección en que supuestamente corría la veta.

La obligación legal de tener la mina efectivamente explotada al menos con cuatro operarios, sin que las faenas pudieran interrumpirse por más de cuatro meses, pasados los cuales podía ser declarada despoblada, introducía un elemento adicional de inestabilidad, que aconsejaba no hacer inversiones de magnitud. En todo caso, se sabe que no se recurrió a las sociedades anónimas con el propósito de reunir capitales suficientes para poner en práctica una minería moderna. Llamó la atención Luis Ortega al hecho de que, entre enero de 1870 y agosto de 1875, es decir, cuando ya se apreciaban ciertas innovaciones técnicas en la minería, se formaron 92 sociedades anónimas, de las cuales solo cuatro tuvieron por objeto la explotación del cobre, dos de las cuales estaban destinadas a explotaciones en Bolivia264.

Es reducidísimo el elenco de yacimientos que se administraron como una sola mina. Fue el caso de Panulcillo, que en 1874 produjo 50 mil toneladas de minerales. Otros importantes yacimientos, en cambio, exhibieron una manifiesta fragmentación: Higuera tenía 47 minas; Tamaya, 27, y Carrizal, 56. Como es obvio, la duplicación del esfuerzo y los gastos en la excavación de piques y socavones elevaban los costos de la explotación, daba origen a innumerables pleitos por internación de las labores en otras pertenencias y reducían la rentabilidad del negocio265.

Las regulaciones contenidas en el Código de Minería de 1874 no fueron, sin embargo, suficientes para mejorar el marco jurídico de la actividad, y cuatro años más tarde se proponían reformas a aquel. Un aspecto especialmente objetado fue la protección dada por este cuerpo legal a la agricultura frente a la minería, lo que permitió que sustancias como el carbón, que no estaba entre las denunciables, cedieran al dueño del suelo, quien, si decidía explotarlo, solo debía dar aviso a la autoridad administrativa266. En las críticas al mencionado código se insistía en la precariedad de la propiedad minera, “que es la verdadera rémora y la causa eficiente del estado de postración en que está la minería en el país”, pues, según se afirmaba al concluir el decenio de 1880, con ello se impedía la llegada de capitales extranjeros, indispensables para la explotación en gran escala de minerales de baja ley267. Y a las trabas puestas por el código a la minería del oro se refirió en detalle Vicuña Mackenna268.

El descubrimiento del mineral de plata de Arqueros, en 1825, permitió la acumulación de considerables capitales en manos de los principales propietarios de barras o acciones (cada pertenencia se dividía en 24 barras). Pero algunos de estos también se volcaron a la habilitación, de manera que muy pronto se tendió a una especialización en ese negocio: los chilenos se dedicaron preferentemente a los avíos en la minería de la plata, en tanto que los extranjeros lo hicieron en el cobre. Aunque la Chilean Mining Association obtuvo, asimismo, concesiones en Arqueros, no persistió en las labores después de haber obtenido pobres resultados en los ensayes269. No es exagerado sostener que el aporte de las referidas empresas inglesas al desarrollo de la minería chilena fue prácticamente nulo. Con crudeza describió Darwin la actuación de ellas:

Hay que decir, es verdad, que los directores y accionistas de esas compañías hacían tales gastos que era una locura; en algunos casos llegaron a dedicar mil libras esterlinas anuales para dar fiestas en honor de las autoridades chilenas; se expedían bibliotecas enteras de obras de geología ricamente encuadernadas; se hacían venir con grandes gastos mineros acostumbrados a un mineral particular, el estaño, por ejemplo, que no se encuentra en Chile; se decidía el suministros de leche a los mineros en los lugares donde no había una sola vaca; se construían máquinas allí donde era imposible utilizarlas; y se efectuaban otros gastos absurdos semejantes, tanto y tan bien, que los indígenas se burlan aun de nosotros270.

UNA MINERÍA SIN BASE TÉCNICA

Los antecedentes dados por Carlos Lambert como resultado de un primer viaje a América y a Chile entre 1816 y tal vez 1822 son muy ilustrativos acerca de las rudimentarias técnicas utilizadas por los mineros chilenos: inexistencia de máquinas, salvo algún torno; falta de conocimientos geométricos, tanto superficiales como subterráneos, indispensables para los trabajos de prospección; incumplimientos de las normas de las Ordenanzas de Minería de la Nueva España respecto de dejar los estribos o pilares de refuerzo en las excavaciones, y aprovecharlos indebidamente en el llamado “disfrute”, que a menudo tenía como consecuencia que las labores se llenaran de tierra o de agua; desorden de los peones, incompetencia de los mayordomos; robos sin castigos271. Un informe de 1817 al Tribunal de Minería de Santiago resumió brevemente los problemas de la minería chilena: “total ignorancia en el arte de trabajar las minas o de tratar los metales”272. Similar idea se había formado Sampson Waters, inglés natural de Cornualles, que en 1844 afirmaba que los mineros chilenos “parecían no tener idea o cuidado de nada”273.

José Joaquín Vallejo, buen conocedor del mundo minero, subrayó este problema:

Nosotros […] no labramos una verdadera mina, sino que, con la codicia y miseria del pirquinero, sacamos lo más fácil, lo más cómodo, lo más a la mano, y obstruimos el resto para que no le sirva ni a Dios ni al diablo274.

Un historiador de la minería americana durante la monarquía observó que los conquistadores y los primeros colonos carecían de los más indispensables métodos de prospección y laboreo de las minas, y la descripción de la forma en que se trabajaban en los siglos XVI y XVII ofrece una notable coincidencia con las prácticas empleadas en Chile en el siglo XIX:

La labor del minero, sin más guía que el afán de extraer, a corto plazo, grandes cantidades de menas […], sin conocimiento de geología ni de geometría subterránea, había de adquirir desde un principio una dirección muy desfavorable para el trabajo ulterior de la mina.

La excavación consistía generalmente en seguir la veta, desde su afloramiento, con labores que a veces no pasaban de ser a cielo abierto o mediante socavones o tiros inclinados; y conforme se penetraba, labrar grandes cuevas (bovedones en el Perú) o ramificaciones, sin más plan que romper la veta o capa metalífera, y sin tener en cuenta la seguridad futura de la mina y las mejores condiciones para el transporte interior y hacia el exterior del material, ni la facilidad del desagüe275.

Influyó en la ausencia de innovaciones tecnológicas, al menos respecto de la minería del cobre, la existencia de óxidos de ese metal de elevada ley cercanos a la superficie. Como su explotación era sencilla, se prescindía de las maquinarias y se prefería utilizar la fuerza de los peones. Cuando aparecían a mayor profundidad los sulfuros de cobre o bronces, como se los denominaba, los mineros optaban generalmente por no extraerlos, pues no era posible fundirlos en los hornos de manga, los únicos conocidos en Chile en los años iniciales de la república, y esa práctica fue la habitual antes de la difusión de los hornos de reverbero.

El desconocimiento de la topografía subterránea en el siglo XIX impedía contar con planos para orientar los trabajos, y en el mejor de los casos se disponía de un croquis muy sumario. Por tal motivo, como se ha dicho, eran muy frecuentes las internaciones en las minas vecinas, origen de innumerables y complicados pleitos. Tiene interés reproducir el cuadro que hizo Pederson de la actividad extractiva durante el siglo XIX, y que bien subraya el apego de los mineros a las anticuadas prácticas:

El barretero, dirigido por el mayordomo o el minero mismo, simplemente seguía la veta más rica. Donde esta se estrechaba, él estrechaba la excavación; donde se ampliaba, excavaba una galería, dejando pilares y puentes donde fuera necesario un apoyo. Donde la veta se inclinaba, el barretero la seguía, y donde las vetas se cruzaban o ramificaban, él seguía la más rica. Cuando perdía la veta y encontraba roca estéril, estaba en broceo y probaba una nueva dirección o, con permiso de las autoridades, abandonaba la mina. El apir seguía al barretero, y con la creciente profundidad y distancia a la boca de la mina aumentaba el costo de transporte del mineral, haciéndose finalmente prohibitivo, aun sin cambios en el tenor o ley. A pesar de la legislación en contrario y para disgusto de las siguientes generaciones de mineros, las galerías y pasajes a las cuales se había extraído su mineral más rico eran clausurados con roca estéril o mineral pobre que no justificaba su transporte a la superficie276.

Calculaba Chouteau en el decenio de 1880 que en Coquimbo las minas destruidas por el disfrute pasaban del 30 por ciento, y que esas eran a su juicio las más ricas. Y la explicación que daba acerca del origen de esa práctica parece muy razonable:

El minero que no tiene recursos y que se ve obligado a trabajar su mina para que no caiga en despueble, tiene que sacar el mineral que hay a la vista, aunque para ello sea preciso comprometer la seguridad y conservación de la mina. Persiguiendo este objeto no deja puentes, macizos ni estribos, y el resultado de este pernicioso sistema de trabajo es que al cabo de cierto tiempo las minas vienen a quedar enteramente inutilizadas y en tal condición que el rehabilitarlas demandaría un empleo de capitales cuyo reembolso sería imposible277.

La carencia de personas con adecuada formación técnica solo comenzó a enfrentarse en 1838, cuando Ignacio Domeyko inició sus clases de química, geología y mineralogía en el liceo de La Serena. Dos años después, había 14 profesionales mineros. A partir de 1850 la Junta de Minería de Copiapó aprobó la proposición de Domingo Vega de crear, a expensas de dicho organismo, un colegio mineralógico. Ya en 1851 estaba en construcción el edificio para el establecimiento y se había solicitado al gobierno la dictación de una ley que estableciera un pequeño tributo sobre la producción metálica a fin de financiar su actividad. Pero debió esperarse hasta 1857 para que se hiciera realidad el proyecto. El ingeniero Paulino del Barrio fue el encargado de la organización del Colegio de Minería, que formaba mayordomos de minas. En 1861 dirigía el establecimiento el ingeniero José Antonio Carvajal, distinguido discípulo de Domeyko, pero en 1864 fue transformado, por acuerdo del Consejo de la Universidad de Chile, en liceo. Los cursos de minería pasaron a formar parte de la sección superior de aquel, y en 1875 el establecimiento fue autorizado para otorgar el título de ingeniero de minas278.

LA PRIMACÍA DEL ESFUERZO FÍSICO

Del trabajo mismo de los mineros de Chañarcillo dejó Domeyko una interesante descripción. Pasada la medianoche, unas explosiones en el interior de las minas indicaban la iniciación de las labores de los barreteros, quienes, “con camisas negras y rosarios sobre el pecho”, abrían hoyos en las rocas con cuñas, barrenos y barretas, los rellenaban con pólvora y hacían estallar las cargas279. A continuación, el barretero debía desmenuzar el material con un combo o un martillo. Un ejemplo de la poca disposición de los mineros a introducir innovaciones en sus trabajos fue el uso de la pólvora por los barreteros durante gran parte del siglo, por su negativa a servirse de la dinamita, no obstante que esta se conoció en Chile en el decenio de 1860. Al amanecer emergían los barreteros del socavón y tomaban su lugar los apires —el nombre provenía del apire peruano—, quienes, “semidesnudos, cobrizos, ceñidos con fajas negras, con delantales de cuero atrás, gorras rojas y zapatos de piel amarilla, con capachos a la espalda”, bajaban a la mina, encendiendo previamente una vela de sebo puesta en el extremo de un palo hendido. Media hora después se “oyen sus tristes y prolongadas voces y se ve cómo, agachados bajo el peso de los capachos repletos de piedras, salen unos tras otros, exhaustos, sudorosos, con el aspecto languideciente”. Los apires, apenas llegaban a la superficie, tras subir por las escaleras de patilla, maderos con reducidas incisiones hechas con hacha, en “que no cabe ni la mitad del pie”, arrojaban la carga de 60 a 80 kilos del capacho o cutama en la cancha, explanada generalmente cubierta de piedras lisas o lajas donde se depositaba el mineral, para volver a bajar a la mina y repetir el trabajo de 12 a 20 veces por día hasta transportar todo el mineral extraído por los barreteros. A cada barretero le correspondía un apir, o dos en caso de ser la mina muy profunda o el mineral no demasiado duro280. Años antes, Darwin había sido testigo, en una mina en Panulcillo, de la labor desarrollada por los apires, “verdaderas bestias de carga” que, con más de 90 kilos de peso en los capachos, llevaban lo extraído a una altura de 90 metros. El naturalista inglés comprobó que diariamente los apires subían 12 cargas: “Me sentía trastornado cuando veía en qué estado llegaban los apires a lo alto de los piques: el cuerpo doblado en dos, los brazos apoyados en las entalladuras, las piernas arqueadas, todos sus músculos relajados, el sudor corriendo a chorros por su frente y pecho, dilatadas las narices, las comisuras de la boca contraídas y la respiración anhelante”281. Solo hacia 1855 comenzaron a aparecer los tornos y los malacates de sangre; las primeras máquinas de vapor para subir los minerales fueron instaladas en Caracoles en 1872282.

El material acumulado en las canchas era sometido al pallaqueo, término también procedente del Perú y dado a la selección a mano de la mena por los canchamineros, peones de gran experiencia y conocimiento de la calidad de los minerales283. Para ello debían reducir el tamaño del material, labor que hacían con combos y martillos, después de lo cual procedían a separarlos según su calidad: el pinte, de alto contenido de metal; el repinte, de menor contenido, y el rechanque, que era de inferior calidad o bien era estéril y, en consecuencia, desechable284. Este se arrojaba en las proximidades de la bocamina formando grandes montones o tortas, y era sometido a otro pallaqueo para recuperar el mineral que todavía era susceptible de procesamiento.

Los intentos para determinar la población minera activa son de dudosos resultados por las limitaciones de las fuentes. Con todo, los datos obtenidos por Pierre Vayssiere permiten al menos hacerse una idea muy general acerca de su magnitud. Estimó el historiador francés en poco más de 21 mil personas el total de los mineros en 1854, cuando el total de las profesiones masculinas en ese año sumaban 303 mil personas. Para 1865 calculó el número de mineros en 24 mil y el total de trabajadores hombres en 461 mil. En ambos casos el porcentaje es inferior al seis por ciento. Para el Norte Chico sus cálculos le dieron 16 mil mineros en 1854 sobre un total de trabajadores hombres de 75 mil individuos, es decir, algo más de 20 por ciento285.

Tal vez de mayor interés son las estimaciones sobre la estructura de costos en las minas. Según Domeyko, los gastos variables constituidos por los salarios y las provisiones constituían en 1842 el 92 por ciento de los gastos totales de las minas de Chañarcillo, en tanto que apenas el ocho por ciento estaba destinado al equipamiento y a los gastos de administración. Vayssiere, por su parte, calculó para las minas de plata en el periodo 1840-1841 en siete por ciento los costos fijos, en 67 por ciento los salarios, en 16 por ciento las provisiones y en 10 por ciento el transporte. Para periodos posteriores, 1842-1844, 1855-1856 y 1870-1893, en esas cifras se observan variaciones marcadas en materia de transporte, pero se mantiene el gasto en salarios por sobre el 50 por ciento, salvo en el periodo 1870-1893, en que llega a 47,7 por ciento286. Sin perjuicio de aceptar la fragilidad de tales cálculos, ellos muestran que la mitad o las dos terceras partes de los gastos de las minas estaban destinados al pago de la mano de obra.

En esta minería tan arcaica y escasamente tecnificada, en que predominaba el esfuerzo físico, se desarrollaron prácticas de muy difícil eliminación, como la cangalla, es decir, el robo de minerales de alta ley, muy común en la plata. Fue frecuente también la dobla, el regalo que el dueño de una mina le hacía a una persona y que consistía en la autorización dada a esta para extraer en su beneficio, con las cuadrillas de operarios que pudieran entrar en las labores, todo el mineral que fuera posible explotar en un plazo de 24 o de 48 horas287. Tal vez derivación de la dobla fue el pirquén, abandono voluntario de una mina disfrutada a un tercero, el pirquinero, minero que se pagaba con parte de lo que lograba extraer de pozos y galerías con métodos aún más primitivos e imprudentes288.

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