Kitabı oku: «Historia de la República de Chile», sayfa 8

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114 Pérez Rosales, Recuerdos, p. 120 y ss.

115 Eugenio Pereira Salas, Apuntes para la historia de la cocina en Chile, Santiago, Editorial Uqbar, 2007.

116 Gay, op. cit., II, pp. 100-129.

117 Pissis, op. cit., p. 224.

118 Eduard Poeppig, Un testigo en la alborada de Chile (1826-1829), Empresa Editora Zig Zag, S.A., Santiago, 1960, p. 331.

119 Lacoste, op. cit., pp. 26-27.

120 Armando Cartes Montory y Fernando Arriagada Cortés, Viñas del Itata. Una Historia de Cinco Siglos, Editorial Pencopolitana Ltda., San Pedro de la Paz, 2008, p. 92-93.

121 Menadier, op. cit., p. 449.

122 José del Pozo, Historia del vino chileno, Desde 1850 hasta hoy, Santiago, Editorial Universitaria, 1998, p. 70; Jean-Pierre Blancpain, Francia y los franceses en Chile (1700-1980), Hachette, Santiago, 1987, p. 213.

123 Luis Sada, La Quinta Normal y la enseñanza de la agricultura en Chile, Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1860, pp. 75 y 115.

124 Juan Ricardo Couyoumdjian, “Vinos en Chile desde la independencia hasta el fin de la belle époque”, en Historia, 39, I, 2006, p. 30.

125 Francine Agarrad-Lavallé y Bernard Lavallé, Del Garona al Mapocho. Emigrantes, comerciantes y viajeros de Burdeos a Chile (1830-1870), Santiago, Centro de Investigaciones Diego Barras Arana, 2005, p. 106; Del Pozo, op. cit., p. 86; Patricio Legarraga Raddatz, “Bachelet. Familia de Michelle Bachelet, Presidenta de Chile”, en REH, 47, 2006, pp. 13-14.

126 Manuel Rojas L., Tratado de viticultura i vinificación, Imprenta y encuadernación Barcelona, Santiago, 1897, p. 620; Legarraga Raddatz, op. cit., p. 15.

127 Legarraga Raddatz, op. cit., pp. 20-21.

128 Del Pozo, op. cit., p. 71.

129 Blancpain, op. cit., p. 217.

130 Del Pozo, op. cit., p. 72.

131 Antonio Escobar, Anuario de la colonia francesa en Chile. Censo general de los franceses radicados en el país, Santiago, 1926, p. 218.

132 Horacio Aránguiz Donoso y Cristián Rodríguez Salas, “Tradicionalismo y cambio agrícola en Aconcagua: elementos para su comprensión”, en Historia, 29, 1995-1996, pp. 29-33.

133 Rojas, op. cit., p. 126.

134 Couyoumdjian, op. cit., p. 31.

135 Blancpain, op. cit., p. 213.

136 Couyoumdjian, op. cit., p. 59.

137 Francisco Ramón Undurraga, Recuerdos de ochenta años, Santiago, s.a. ni p. de i., p. 103.

138 Pereira, Rodríguez y Maino, op. cit., II, p. 224.

139 Correa Vergara, op. cit., II, p. 262.

140 Leonardo Mazzei de Grazia, Historia Económica Regional de Concepción, 1800-1920, Ediciones Archivo Histórico de Concepción, Concepción, 2015, p. 57.

141 Del Pozo, op. cit., pp. 123-125.

142 De Ramón, op. cit., p. 185.

143 Sergio Sepúlveda, El trigo chileno en el mercado mundial. Ensayo de geografía histórica, Editorial Universitaria, Santiago, 1959, p. 43.

144 Ibídem.

145 Bauer, op. cit., p. 176.

146 Bengoa, op. cit., II, p. 119.

147 Menadier, op. cit., pp. 275-276.

148 Vargas Cariola, José Tomás Ramos, p. 119 y ss.

149 Pérez Rosales, Ensayo, p. 123.

150 Mario Góngora, Vagabundaje y sociedad fronteriza en Chile. (Siglos XVII a XIX), Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Chile, Santiago, 1966; Alejandra Araya, Ociosos, vagabundos y malentretenidos en Chile colonial, DIBAM-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 1999.

151 Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios, Santiago, LOM Ediciones, 2000.

152 Horario Aránguiz, op. cit., p. 8.

153 Sesión de 15 de octubre de 1823, en SCL, VIII, p. 317.

154 Sesión de 17 de febrero de 1824, en SCL, IX, pp. 98-99.

155 Martín Lara, Historia social de Parral (inédito), pp. 9-10.

156 Pedro Fernández, Cartilla de campo escrita para el uso de los agricultores, Segunda edición, Imprenta de El Independiente, Santiago, 1857.

157 Ramón Domínguez, Nuestro sistema de inquilinaje, Imprenta del Correo, Santiago, 1867, p. 35.

158 Ibídem.

159 Santiago Prado, “El inquilinaje en el departamento de Caupolicán”, en Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, vol. II, 22, 1871, p. 392.

160 “Los inquilinos de Peumo”, en Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, vol. VI, 11, 1875, p. 308.

161 Bengoa, op. cit., I, p. 188.

162 Salazar, op. cit., pp. 43-47.

163 Carlos Celis Atria, “Terratenientes chilenos a fines de la república parlamentaria”, en REH, 47, 2006, p. 83.

164 John Miers, “La agricultura de Chile en 1825”, en El Mensajero de la Agricultura, III, Santiago, 1856, p. 130.

165 Julio Menadier, “La hacienda de Viluco”, en Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, vol.

166 Bauer, op. cit., p. 180.

167 Pedro Alessandri, “Memorias de vacaciones”, en Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, vol. XIV, 16, 1883, p. 362.

168 Manuel José Balmaceda, Manual del hacendado, Imprenta Franklin, Santiago, 1875.

169 René Salinas, “Raciones alimenticias en Chile colonial”, en Historia, 12, 1974-1975, pp. 57 y ss.

170 Patricia Arancibia y Aldo Yávar, La agronomía en la agricultura chilena, Colegio de Ingenieros Agrónomos, Santiago, 1994.

171 Claudio Gay, Historia física y política de Chile, I, p. 125.

172 Gonzalo Izquierdo, “Un estudio de las ideologías chilenas. La Sociedad Nacional de Agricultura en el siglo XIX”, en Cuadernos del Centro de Estudios Socio-Económicos, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Chile, Santiago, 1968, p. 34.

173 Barros Arana, op. cit., I., p. 237; Luis Sada, La Quinta Normal y la enseñanza de la agricultura en Chile, Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1860, pp. 9-13.

174 Sada, op. cit., pp. 61-72.

175 Ignacio Muñoz Delaunoy, Historia del poder: La Sociedad Nacional de Agricultura durante el periodo del Frente Popular, Serie Avances No 1, Fundación Mario Góngora, Editorial Vivaria, Santiago, 1991, p. 10.

176 Sobre el fundamental papel desempeñado por Julio Menadier, ver el documentado estudio de Claudio Robles Ortiz, “Julio Menadier: un ideólogo agrario en la esfera pública”, en Julio Menadier, La agricultura y el progreso de Chile, ya citado, pp. ix-liii.

177 Santos Tornero, El Agrónomo Sur-Americano. Tratado Teórico-Práctico de Agricultura Jeneral, Imprenta del Mercurio de Tornero y Letelier, Valparaíso, 1872-1874.

178 Robles Ortiz, “Julio Menadier”, cit., pp. xxiii-xxiv.

179 Apey, op. cit., I, p. 26.

180 Cifuentes, op. cit., II, pp. 121-123.

181 Sada, op. cit., pp. 74-75.

182 Sada, op. cit., pp. 73-75.

183 Adriana E. Hoffmann J., Flora silvestre de Chile, zona araucana, Ediciones Fundación Claudio Gay, Santiago, 1997, p. 174.

184 El Agricultor, 21, febrero de 1842, p. 175.

185 Pereira, Rodríguez y Maino, op. cit., II, p. 88.

186 Teodoro Schneider, La Agricultura en Chile en los últimos ochenta años, Imprenta Barcelona, Santiago, 1904, p. 109.

187 Manuel Montt a Eugenio Ramírez, Santiago, 28 de abril de 1873, en EMM, II, p. 578.

188 Manuel Montt a Eugenio Ramírez, Santiago, 2 de mayo de 1873, en EMM, II, p. 581.

189 Menadier, op. cit., p. 244.

190 Archivo Judicial de Santiago, leg. 23, No 4.

191 Leonardo León (et. al.), Araucanía: La frontera mestiza, siglo XIX, Ediciones Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, 2003, pp. 181-184.

192 Memoria del Ministerio de Hacienda presentada al Congreso Nacional el año 1856, Santiago, 1856.

193 Mazzei, op. cit., p. 199 y ss.

194 Ibídem., p. 204.

195 Ibídem., p. 203.

196 Agustín Torrealba, Tierras fiscales y de indígenas, su legislación y jurisprudencia. La propiedad rural en la zona austral de Chile, Imprenta Universitaria, Santiago, 1917, pp. 14-19.

197 Gustave Verniory, Diez años en Araucanía 1889-1899, Pehuén Editores, Santiago, 2001, p. 128.

198 Horacio Lara, Crónica de la Araucanía, dos vols., Lom Editores, Santiago, 2007.

199 Gabriel Guarda O.S.B., Nueva historia de Valdivia, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2001, p. 494.

200 Guarda, Nueva historia, p. 544, nota 1116.

201 Andrea Krebs (et. al.), Los alemanes y la comunidad chileno-alemana en la historia de Chile, Liga Chileno-Alemana, Santiago, 2001, pp. 40 y 49.

202 Una lista de las parcelas asignadas a los colonos en torno al lago Llanquihue, con los planos correspondientes, en Bernardo Horn Klenner, Puerto Varas y la región del lago. 131 años de historia, Imprenta y librería Horn y Cía. Ltda., Puerto Varas, s. a., pp. 51-83.

203 Carmen Norambuena, “Inmigración, agricultura y ciudades intermedias”, en Cuadernos de Historia, 11, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, Santiago, 1991, p. 114.

204 Paula Streeter, El agricultor. Reflejo de una época 1838-1849, tesis para optar al grado de Licenciada en Historia, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2004, inédita, p. 80.

205 Guarda, op. cit., p. 495.

206 Guillermo Bravo, “Mercado de trabajo en la Araucanía, 1880-1910”, en Cuadernos de Historia, 15, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, Santiago, 1995, p. 205.

207 Norambuena, op. cit., p. 112.

208 Patricia Cerda, Fronteras del sur. La región del Bío Bío en la Araucanía chilena. 1604-1883, Ediciones de la Universidad de la Frontera, Temuco, 1996.

209 Luis Carreño Palma, “La repoblación de Osorno: un aporte a la autonomía económica de la región”, en Sergio Villalobos y Jorge Pinto (Comp.), Araucanía. Temas de historia fronteriza, Telstar, Temuco, 1985, p. 99.

210 Martín Lara, “Lazos e instituciones sociales de la colonia alemana en el lago Llanquihue”, en Andrés Brange et. al., Ars Memoriae. Reflexiones históricas en siete actos, Santiago, Editorial Kiminwe, 2004.

211 Andrea Minte, Colonización alemana a orillas del lago Llanquihue (1850-1900), Santiago, Ediciones Liga chileno-alemana, 2002, pp. 52-53.

212 Paul Treutler, Andanzas de un alemán en Atacama (1852-1858), Tamarugal Libros Ediciones, Copiapó, 1989.

213 Pedro J. Barrientos, Historia de Chiloé (1931), Editorial Andújar, Santiago, 1997, p. 233.

214 Un complemento en Agustín Torrealba Z., La propiedad rural en la zona austral de Chile, Imprenta Universitaria, Santiago, 1917.

215 Phillippe Grenier, Chiloé et les chilotes. Marginalité et dépendance en Patagonie Chilienne, Edisud, Aix en Provence, 1984, p. 382.

216 Alfredo Weber, Chiloé: su estado actual, su colonización, su porvenir, Imprenta Mejía, Santiago, 1903, p. 74.

217 Charles Darwin, Darwin en Chile (1832-1835). Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Edición y prólogo por David Yudilevich L. y Eduardo Castro Le-Fort, Editorial Universitaria, Santiago, 2005, p. 158.

218 Weber, op. cit., pp. 76-77.

219 Ibídem., p. 74. Sobre distribución de tierras, véase Ricardo Donoso y Fanor Velasco, La propiedad austral, ICIRA, Santiago, 1972. También Héctor Le-Beuffe, De la constitución de la propiedad raíz en el territorio austral, Santiago, 1915, y José Luis Ureta Rojas, La constitución de la propiedad austral, Memoria Facultad de Ciencias Políticas, Universidad de Chile, 1927.

220 La papa y sus variedades en Álvaro Montaldo y Carmen Sanz, “Las especies de papas silvestres y cultivadas en Chile”, en Agricultura Técnica, No 2, Santiago, 1962, pp. 66-152. También Orlando Cárdenas, La papa en Chiloé, Memoria Escuela de Agronomía, Universidad de Chile, 1919. Otros aspectos en A. Castronovo, “Papas chilotas”, en Revista de Investigaciones Agrícolas, No 3, Buenos Aires, 1949, pp. 209-246.

221 Silas Baldwin Smith, Diario de viaje desde Brandywine Mill, Delaware (U.S.A.) a Talcahuano (Chile) vía Estrecho de Magallanes, 1844. Diario de notas, Lirquén, 1844-1846, p. 137.

222 Marcos León León, “La vida económica en un mundo insular: una caracterización de Chiloé en el siglo XIX”, en Cultura de y desde Chiloé, No 18, Castro, 2004, p. 72, y diversas fuentes.

223 Darwin, op. cit., p. 154. Véase también A. Beck, Condiciones agrícola de la Isla Grande de Chiloé, Minagra, Santiago, 1958; CORFO, Condiciones agrícolas generales de la Isla Grande de Chiloé, Departamento de Agricultura de la CORFO, Santiago, 1957; y Ministerio de Agricultura, “Condiciones agrícolas de la Isla Grande de Chiloé”, Revista Geográfica de Chile. Terra Australis, No 18, Santiago, 1960, pp. 121-132.

224 León, op. cit., llama la atención a que la cifra de exportación sea casi equivalente a la producción.

225 Darwin, op. cit., p. 154.

226 Rodolfo Urbina Burgos, “El modo de comerciar de los chilotes a fines del siglo XVIII”, en Guillermo Bravo Acevedo (ed.), Economía y comercio en América Hispana, Serie Nuevo Mundo: Cinco Siglos, No 5, Santiago, 1990, pp. 97-132.

227 Darwin, op. cit., p. 155.

228 Trabajos colectivos similares existían en el norte de España, según los describió Julio Caro Baroja para Asturias y el País Vasco en Los pueblos de España. Ensayo de etnología, Editorial Barna, Barcelona, 1946, p. 317.

229 Alfredo Weber, Chiloé, p. 72. Fray Pedro González de Agüeros se lamentaba a fines del siglo XVIII de que los “pobres isleños” no tuvieran arados ni ganados para tirarlos, al describir el uso del arado de luma. Cfr. Pedro González de Agüeros, Descripción historial de la provincia y archipiélago de Chiloé, Imprenta de don Benito Cano, Madrid, 1791, pp. 90-91. Muy similar era el trabajo con la laya en España que, según Caro Baroja, provenía de un mejoramiento del palo que se hundía en la tierra, muy propio de las culturas arcaicas. Cfr. Caro Baroja, op. cit., pp. 278-279.

230 Rodolfo Urbina Burgos, “Tres aspectos del trabajo agrario y un alcance sobre las relaciones sociales en Chiloé del siglo XVIII”, en Marcela Orellana M. y Juan Guillermo Muñoz C. (eds.), El agro colonial, Universidad de Santiago de Chile, Departamento de Historia, Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, Santiago, 1992, pp. 55-80. Véase también José Soto, Héctor Chávez y María Teresa Aedo, Instrumentos y faenas tradicionales en la agricultura chilota, Universidad Austral de Chile, Ancud, 1979.

231 Rodolfo Urbina Burgos, “El modo de comerciar”, pp. 107-108.

232 Fernando Ramírez Morales, “Ecohistoria y destrucción en Chiloé continental: el valle de Vududahue 1700-1996”, en Actas VII Jornada Nacional de Historia Regional de Chile, Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Departamento de Ciencias Históricas, Santiago, 1996, pp. 225-256. También Rodolfo Urbina Burgos, “Las tablas de alerce y los tableros chilotes”, revista Creces, No 12, Santiago, 1986.

233 Marcos León León, “La vida económica”, p. 72.

234 Phillippe Grenier, Chiloé, pp. 335. El autor recoge la documentación del Ministerio del Interior (1849-1852) y Estado del Comercio de la República de Chile (1876).

235 Las primeras partidas de lana fueron enviadas a Londres por José Nogueira y Henry L. Reynard en 1882 y 1883, pero la exportación a una escala más importante comenzó en 1885, cuando se enviaron a Inglaterra cinco mil 175 quintales del producto (238 toneladas).

236 Mateo Martinić, “La participación de capitales británicos en el desarrollo económico del Territorio de Magallanes (1880-1920)”, en Historia, 35, 2002, p. 306.

237 Información proporcionada por el Colonial Wool Circular, publicación de la afamada casa de corretajes laneros John Hoare & Co. de Londres.

CAPÍTULO II
UNA ACTIVIDAD SIN INNOVACIONES: LA MINERÍA

FERNANDO SILVA VARGAS

LA PERSISTENCIA DE PRÁCTICAS ANACRÓNICAS

Como se ha examinado en otra parte238, hacia 1826 la producción de plata había experimentado un brusco crecimiento debido al descubrimiento del riquísimo yacimiento de Arqueros, en Coquimbo. La producción de oro, en cambio, había disminuido durante la década de 1820. Por su parte, la minería del cobre, como consecuencia de la reducción de los fletes marítimos y del interés de los mercados extranjeros, exhibió un sostenido desarrollo.

Tal vez el fenómeno más interesante que se percibe en la vida económica de la nueva república y que influyó en la actividad comercial y en la minería, fue la llegada de numerosos mercaderes, en especial ingleses, que, vinculados a casas británicas de Buenos Aires, Lima o de la metrópoli, tenían una práctica del comercio y un conocimiento de sus aspectos técnicos de los que carecían los locales. Había en el país tal ignorancia sobre créditos, intereses simples y compuestos, amortización, capitalización, bancos y vales de tesorería, que en 1822 El Mercurio de Chile se impuso la tarea de explicar a sus lectores esos conceptos239. Tempranamente se establecieron muchos comerciantes norteamericanos, también dotados de herramientas mercantiles ignoradas en el país. Para los años iniciales de la república, hasta 1840, se ha determinado la presencia de 622 extranjeros en Chile dedicados al comercio de minerales y metales, varios de los cuales se convirtieron en habilitadores y en dueños de minas240. No puede extrañar, por consiguiente, que muy pronto un área tan especializada como el comercio de metales, en la que antes de la emancipación se desempeñaban los comerciantes chilenos, pasara después de ella a manos de extranjeros.

Papel relevante en la temprana demanda por cobre tuvo la India inglesa y la participación en los negocios de metales de algunos calcuteños que se avecindaron en Chile, como John Sewell, de la casa Fletcher y Alexander, de Calcuta, asociado más tarde con Thomas Patrickson en la empresa Sewell y Patrickson, que operó en la zona del Huasco, o como Eduardo Abbott, radicado en La Serena. A partir de 1830 y hasta 1870, Chile se convirtió en un importante proveedor de cobre de Gran Bretaña, tanto en forma de minerales como de barras o ejes, gracias a modificaciones tributarias en ambos países y al sostenido descenso en los fletes marítimos. El destino de buena parte del mineral era Swansea, en Cornualles, el gran centro de fundición de la isla. Sin embargo, también llegó cobre chileno, aunque en forma de barras, a Liverpool y Londres241. Otro mercado para el producto fueron los Estados Unidos, en cuyo comercio destacaron algunos puertos de la costa atlántica, como Filadelfia.

LOS PROBLEMAS CREDITICIOS

La compraventa de metales estuvo estrechamente unida al contrato de avío o habilitación, que consistía en un préstamo en dinero o especies otorgado al minero para que pudiera explotar el yacimiento. Los adelantos permitían cubrir los costos de las herramientas, del combustible, del mercurio, de la pólvora, adquirir alimentos y pagar a los peones, pero eran completamente insuficientes para el financiamiento de exploraciones extensas y para la ingeniería preparatoria242. El préstamo se hacía con un interés elevado, y concluido el plazo se hacía el reintegro con minerales cuyo valor se fijaba de común acuerdo a un precio inferior al corriente de la plaza243. Como es evidente, en esta última parte radicaba la utilidad del comerciante. El sistema, que pudo desplegarse con fuerza desde el siglo XVIII, se benefició del elevado número de mineros, de la falta de capitales de estos y de la reducida magnitud de sus labores. Los juicios de Vicuña Mackenna sobre los habilitadores, con ser aparentemente exagerados, apuntaban a un fenómeno más profundo: la conversión de los mineros en deudores de los habilitadores, lo que a menudo terminaba en que aquellos perdían sus yacimientos o debían transferirlos a los prestamistas.

Las habilitaciones, manejadas desde antiguo por comerciantes chilenos, experimentaron paulatinas modificaciones, al despertar la atención de los mercaderes extranjeros. Muy tempranamente, en 1826, el inglés John Miers había advertido a sus compatriotas que les convenía dejar la minería a los chilenos, quienes jamás abandonarían sus viejos métodos, y actuar exclusivamente como habilitadores y agentes244. La empresa inglesa Chilean Mining Association, constituida en 1825, junto a la Anglo-Chilean Mining Association —de la cual fue agente Alexander Caldcleugh, minero, exportador de plata, fundidor y herborista—, a la Chilean and Peruvian Mining Association y a la United Chilean Association, todas audaces especulaciones antes que verdaderas empresas mineras245, pronto consideró la posibilidad de ingresar a ese negocio, como ya lo habían hecho algunas casas comerciales extranjeras que funcionaban en Valparaíso y en la provincia de Coquimbo246. Era más conveniente, por tanto, dejar a los chilenos la explotación de las minas y poner toda la atención en el negocio que en verdad era rentable, la habilitación247. El apoderado de la Chilean Mining, Charles St. Lambert, conocido en Chile como Carlos Lambert, tenía una opinión muy clara al respecto:

El negocio de la habilitación, mientras comencemos formalmente nuestras operaciones, será manantial de ganancia inmediata, además de dar a los empleados en él un gran influjo en este país. Para efectuar esto quise primeramente establecer oficinas y después, para evitar competición imperiosa, un banco en que habíamos de ser aliados de los anglochilenos y los dos comerciantes que ahora tienen todo este negocio248.

En la medida en que crecía la demanda de metales y el laboreo de nuevas minas, el negocio de la habilitación se fue ampliando y se hizo más complejo y riesgoso. Es posible advertir que ciertas empresas radicadas en Valparaíso, como Alsop y Cía., oficiaban como habilitadores de otros radicados en La Serena, Huasco, Vallenar o Copiapó; tal era, por ejemplo, el caso de David Ross y Cía. También ejerció como habilitador en similares condiciones la sociedad Walker Hermanos, formada por los ingleses Alejandro Diego Walker y Juan Ashley Walker, en la que también participó Roberto Walker, sin nexos familiares con los anteriores, con oficinas en Vallenar, Freirina, Coquimbo, Valparaíso y Santiago. Agustín Edwards, iniciado en el comercio de minerales con Walker Hermanos, se convirtió muy pronto en uno de los más importantes habilitadores de la zona norte, especializándose primero en la plata y más adelante en el cobre249. En verdad, en el negocio del avío minero —que en su aspecto técnico se examina en el capítulo sobre comercio— participaron variadas personas y empresas, con un claro predominio de firmas extranjeras. Por ejemplo, hacia 1830 la sociedad Rodríguez, Cea y Cía., con minas en Huasco, además de trapiches y hornos de fundición y de “refina”, exhibía deudas por valor de 575 mil pesos, y entre sus acreedores estaban Thomas Kendall, Brittain, Waddington y Cía., Custodio de Amenábar, Wyllie, Miller y Cía., Sewell y Patrickson, Salvador Sanfuentes, Huth, Gruning y Cía., Manuela Caldera de Freire, Diego Portales, José Domingo Otaegui, Pedro Felipe Íñiguez, Francisco Ramón Vicuña, Subercaseaux Hnos. y Joaquín Vicuña250. Las mujeres, como se puede apreciar, continuaron, como en la colonia, actuando como fuentes de crédito. A fines del decenio de 1840 inició Gregorio Ossa y Cerda, hijo de Francisco Ignacio de Ossa, el rico minero de Chañarcillo, sus actividades como habilitador. Asociado después al colombiano Antonio Escobar formó el Banco de Ossa y Cía., que en el decenio de 1870 pasó a denominarse Escobar, Ossa y Cía.251 El elevado número de habilitadores dio origen a una fuerte competencia entre ellos, lo que se tradujo en la posibilidad de que los mineros tuvieran acceso a múltiples fuentes de crédito, con los evidentes riesgos de sobreendeudamiento y de quiebra.

La existencia de semejante mecanismo crediticio permitía poner en marcha la explotación del yacimiento, una vez cumplidos todos los pasos legales para asegurar la posesión de aquel, con la multiplicidad de juicios que siempre acompañó a tal proceso. Permitía, asimismo, continuar las labores al brocearse la mina, hasta encontrar un nuevo alcance, es decir, una zona rica en mineral252. Para esos periodos de escasa o nula producción el minero se veía obligado a recurrir a otras fórmulas, como la venta de algunas de sus barras; la donación de parte de ellas a condición de que el beneficiario habilitara al donante por un plazo determinado, o la venta anticipada del todo o parte de la producción a un precio previamente acordado253.

Una modalidad que adquirió especial importancia en este periodo fue la participación de los terratenientes en la actividad minera, ya como proveedores de alimentos para las faenas, ya de leña para las fundiciones, ya de animales para el transporte. En esos casos, la generación de deudas transformó a los terratenientes en acreedores de los mineros. Se ha sugerido que estos, para reducir los costos de la producción, presionaron sobre la mano de obra, apires y barreteros, a fin de mantenerlos disponibles y fijarlos a los yacimientos, constituyéndolos a su turno en deudores. Semejante mecanismo de extracción de excedentes del ingreso de la mano de obra explicaría el aumento de la producción desde el decenio de 1850, aumento que no fue acompañado de modificaciones técnicas ni de inversiones amortizables a largo plazo254. Tal explicación se basa, sin embargo, en un supuesto que no está confirmado por la documentación: que los propietarios de minas tenían la capacidad de fijar en ellas a una mano de obra que era lo suficientemente escasa como para que las autoridades de Coquimbo y Atacama alentaran la migración de peones. Son numerosísimas las informaciones que apuntan a una realidad más compleja. Pierre Vayssiere ha subrayado que, como consecuencia de una demanda de mano de obra superior a la oferta, la movilidad de aquella era muy grande, y los empresarios no vacilaban en hacer avances de salarios para tratar de retener por más tiempo a sus obreros, mecanismo que se mostraba inútil ante mejores ofertas de remuneraciones. Y cuando no se contaba con mano de obra suficiente, se empleaba para las labores de superficie a los viejos, a las mujeres, a los inválidos y a los niños255.

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