Kitabı oku: «Madurez escolar», sayfa 2
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN
Conceptos tales como factores, funciones o condiciones básicas para el aprendizaje, destrezas y habilidades preacadémicas, aprendizaje inicial, alfabetización inicial, aprestamiento, y sin duda, madurez escolar, coexisten en la literatura a veces incluso como sinónimos, con mayor énfasis en unos u otros dependiendo del enfoque teórico que se trate. No obstante, aunque no es el objetivo de este libro la conceptualización teórica de similitudes y diferencias de estos términos, sí es necesario realizar algunas distinciones. Desde una mirada ecosistémica, abordar en forma independiente cada uno de los factores que intervienen en la madurez para el aprendizaje, sólo se justifica como un recurso para organizar la presentación. Lo cierto es que cada uno de los procesos, factores y funciones señalados, interactúa con los otros, los modifica y a la vez es modificado por ellos, en una relación dinámica y cambiante. Se trata entonces, de una relación circular, en que cada elemento es simultáneamente causa y efecto, en una relación causal circular, retroalimentada.
Estos factores y funciones adquieren distintos significados, se validan, se potencian o se anulan, en relación al contexto en que ocurren: contexto familiar, escolar, comunitario, de país, entorno sociocultural, entorno afectivo, momento histórico, económico y político. Los elementos nombrados interactúan formando una espiral ascendente y descendente, en que cada uno es afectado y a la vez afecta al todo.
1.MADUREZ ESCOLAR, FUNCIONES BÁSICAS, APRENDIZAJE INICIAL
El concepto de madurez para el aprendizaje escolar planteado operacionalmente en este libro, se refiere a la posibilidad de que los niños y las niñas hayan alcanzado un nivel de desarrollo físico, psíquico y social que les permita enfrentar adecuadamente el ingreso a la educación básica. La madurez para el aprendizaje escolar se construye gracias a la permanente interacción de factores internos y externos. Su dinamismo interior le permite madurez anatómica y fisiológica al niño, pero solo se alcanza en la medida que le sean proporcionadas las condiciones nutricionales, afectivas y de estimulación indispensables.
Tradicionalmente se ha entendido por madurez para el aprendizaje escolar la capacidad que aparece en el niño de apropiarse de los valores culturales tradicionales junto con otros niños de su misma edad, mediante un trabajo sistemático y metódico. El concepto de madurez, tomado de la biología en cuanto sinónimo de maduración, y de la psicología, en el contexto de madurez emocional, está implícito en el significado, en las connotaciones que Remplein (1966) le asigna al término hace más de 50 años. Más aún, el concepto sigue vigente el día de hoy: el niño debe estar preparado, maduro, para enfrentar el enorme desafío de apropiarse de los valores culturales tradicionales junto con otros niños, vale decir, en una sala de clases. ¿Y qué implica eso? Que debe ser capaz de separarse de su hogar por períodos de tiempo más largos, de relacionarse con otros niños y trabajar junto a ellos –ya no solo de jugar con ellos– y que deberá desarrollar un tipo de trabajo sistemático y metódico. ¿Cómo lograr todo eso?
En la literatura especializada, este concepto aparece bastante homologado con la noción de aprestamiento, término derivado del readiness angloamericano. La diferencia entre ambos términos estriba en que el concepto madurez se refiere al aprendizaje en general, mientras que aprestamiento implica un estar listo para un determinado aprendizaje, incluyendo específicamente, el tiempo y la manera en que ciertas actividades deberían ser enseñadas y no solo al despliegue interno de las capacidades.
La madurez escolar, requiere aprestamiento, readiness, madurez para el aprendizaje de la lectoescritura, determinados logros en el desarrollo emocional, relacional y cognitivo; pero además requiere del niño otros desarrollos para responder a las demandas de la cultura hoy. Ya no basta con la madurez escolar definida por Remplein: hoy se debe sumar inteligencia emocional (Goleman, 1996, Zins, 2011, Extremera, 2003) creatividad (Milicic et al., 2008; Spitzer, 2012; Burkus, 2014), destrezas de manejo computacional básico (Manes et al. 2015) por nombrar solo algunas demandas.
El término funciones básicas para el aprendizaje designa distintos aspectos del desarrollo biopsicológico y social del niño, que al evolucionar condicionan y favorecen el logro de determinados aprendizajes. Desde esta mirada, las funciones básicas siguen siendo un elemento fundamental de la madurez escolar. La mayor parte de estas funciones básicas a nivel de conducta se dan íntimamente relacionadas y con un considerable grado de superposición, no obstante este concepto resulta operacional para tareas de evaluación y diseño de programas educativos.
El desarrollo neuropsicológico del niño, a la base del logro de dichas funciones, surge los últimos años como un tema central en los estudios sobre la madurez del niño para iniciar aprendizajes escolares sistemáticos. Este desarrollo ha sido facilitado por los avances tecnológicos en el campo de la neurosicología, que han permitido observar directamente el funcionamiento del cerebro humano, lo que hasta hace muy pocos años era imposible (Ardila et al., 2012, Soprano, 2009, Damasio, 2006, Zull, 2004). En relación al gran tema de la madurez escolar y de las funciones básicas para el aprendizaje, la descripción de las funciones ejecutivas abre importantes espacios y aporta elementos claves a la metodología (Zelazo, 2007), más aún si se considera que las funciones ejecutivas pueden educarse, desarrollarse y entrenarse y que cuanto antes se inicie el proceso, mejores serán los resultados (Diamond, 2015).
Pianta y Cox (1999) establecen que la noción de aprendizaje inicial es necesaria para entender y describir las necesidades educacionales del niño que transita desde el jardín infantil a la educación básica, enfatizando la importancia de que la educación para los niños pequeños garantice que todos ellos ingresen a la educación básica preparados para aprender. Se releva la importancia de las habilidades del niño, pero además, el rol de la familia, la escuela y la comunidad como factores para promover el éxito escolar, concluyendo que una alta calidad de educación parvularia puede garantizar el desarrollo de las competencias del niño a lo largo de su escolaridad.
Respecto del aprendizaje inicial, por ejemplo en el caso de la lectura, se requiere maduración en varios aspectos, entre otros, que el niño posea una edad visual que le permita percibir con claridad estímulos tan pequeños como las letras. Requiere también un nivel de maduración de la percepción auditiva que le permita discriminar sonidos tan próximos como el de un fonema y otro, y los sonidos individuales que conforman la palabra. Vale decir, un nivel de conciencia fonémica tal, que le permita hacer la correspondencia entre los sonidos del habla y los signos que los representan en la palabra escrita. En el caso de la escritura, el niño debe haber alcanzado un adecuado desarrollo de la motricidad fina, especialmente a nivel de la disociación de movimientos de manos y dedos, una regulación tónico-postural general, como también un desarrollo del lenguaje que le permita comprender lo que escribe, así como transmitir significados. Al igual que en la lectura, la escritura requiere madurez intelectual que le permita manejar las letras como símbolos y dominar la estructuración espacio-temporal necesaria para su codificación y decodificación (Galaburda, 2011, Bravo et al., 2002).
Johnson y Myklebust (1968) acuñaron ya en la década de los sesenta el concepto de estados múltiples de aprestamiento, que apunta a una idea diversificada y no unitaria del concepto. Así, un niño hiperactivo podría estar listo para aprender a leer desde el punto de vista de sus funciones lingüísticas, perceptivo-visuales y auditivas, pero podría ser incapaz de adaptarse a la estimulación social de sus iguales en edad, en la situación de sala de clases. Similarmente, un niño con un adecuado control de sus conductas motoras podría aprender a leer atendiendo a esas funciones, pero no estaría listo desde el punto de vista de su percepción y discriminación auditivas, o desde su desarrollo de lenguaje. Según estos autores, si un niño presentara inmadurez en un área circunscrita y limitada, no sería lícito postergar reiteradamente su ingreso al colegio, ya que existiría la posibilidad de compensación a través del desarrollo logrado en otras áreas. Para ellos, madurez escolar constituye un concepto globalizador que incluye estados múltiples de aprestamiento. No existiría entonces una edad estándar ni un estado de madurez general que garantizara el éxito del aprendizaje escolar formal, sino niveles de desarrollo de funciones psicológicas básicas, que no necesariamente maduran a la misma velocidad y que son susceptibles de ser perfeccionados.
El concepto de estados múltiples de aprestamiento, a la altura del desarrollo de la neurobiología en los años 60, se define a partir de una genial intuición de los autores, basada en la observación de las conductas de los niños. No obstante, en la actualidad, dicho concepto cobra relevancia al estar respaldado por importantes estudios empíricos que comprueban su validez (Ardila, 2012, Forster, 2012). La importancia de este concepto radica en que ya no es posible hablar de madurez escolar como un concepto unitario y global, sino como un sistema de funciones interrelacionadas, que no necesariamente avanzan al mismo ritmo y velocidad. Esta idea, así concebida, impacta significativamente la metodología, las tareas de desarrollo y los criterios de evaluación que se proponen en este libro.
1.1Cuatro enfoques teóricos del aprendizaje inicial
En las últimas décadas, el concepto de aprestamiento (aprendizaje inicial) ha sido muy investigado, sin haber logrado mayor consenso en la literatura sobre su importancia como factor del aprendizaje de la lectura. Por otra parte, la definición de aprestamiento sigue siendo elusiva para muchos. Para una mejor comprensión convendría contextualizarlo dentro de los distintos marcos teóricos que entrega la literatura especializada: idealista/nativista; empiricista/ambientalista, constructivista social e interaccionista.
a)Idealista/nativista. Un punto de vista común de aprestamiento sostiene que los niños están listos para comenzar su escolaridad cuando alcanzan un nivel de madurez que los capacita para mantenerse quietos, concentrarse en su trabajo, compartir con sus pares de manera socialmente aceptable y aceptar las instrucciones dadas por los adultos. El desarrollo estaría solo marginalmente influenciado por fuerzas externas, siendo factores endógenos, estrechamente relacionados, los que controlan la conducta y el aprendizaje. Más que focalizarse sobre el impacto de factores externos tales como crianza, ambiente socioeconómico, input educacional y otros factores sociales, esta perspectiva privilegia las dinámicas internas del niño.
Descrito metafóricamente, las perspectivas nativistas postulan la existencia de un reloj interno dentro del niño que continúa avanzando pese a las experiencias que le rodeen. Desde ahí, el rol de los educadores sería facilitar el natural desenvolvimiento del niño, tal como Platón describe que la tarea del educador es cuidar un jardín con el fin de que maduren las semillas allí plantadas. Smith y Shepard (1988) llaman este enfoque innatist, dado que sostiene que todas las funciones del organismo, incluyendo las mentales como la percepción, son más innatas que adquiridas a través de los sentidos. En resumen, habría que decir que los niños están listos para aprender cuando ellos están listos y no habría un cronograma común para todos. Es poco lo se podría hacer para acelerar el proceso.
b)Empiricista/ambientalista. Se focaliza en la evidencia externa del aprendizaje, de manera que el aprestamiento se evidencia en la conducta del niño: si conoce colores, formas, la dirección de la casa, deletrea su nombre, cuenta hasta 10, denomina las letras del alfabeto, se comporta de manera educada, más allá de focalizarse en la estructura mental del niño.
Esta perspectiva también es conocida como un modelo de trasmisión cultural y asume que el desarrollo del niño puede ser controlado casi totalmente por eventos y condiciones que dominan en su mundo social y cultural. El aprestamiento escolar es caracterizado por un modelo de destrezas acumulativas y secuenciadas que muestran una jerarquía de tareas que culminan en una final, en la cual las tareas intermedias no pueden ser dominadas antes que la meta haya sido lograda (Gagné, 1970).
c)Constructivista social. Este modelo define aprestamiento como un conjunto de ideas o significados construidos por personas en comunidades, familias y escuelas en cuanto ellas participan en la experiencia del jardín infantil. Estas ideas provendrían de los valores de la comunidad en la cual el niño está viviendo. El estatus de desarrollo por sí mismo no determinaría el aprestamiento porque las destrezas y habilidades necesarias para el éxito escolar varían sustancialmente de una escuela a otra o aun de una sala de clases a otra. Un conjunto de expectativas escolares tendrían una considerable variación en las destrezas y habilidades específicas que dirigen hacia un desempeño exitoso en la escuela (Love, 1995).
En otras palabras, la perspectiva constructivista social sobre el aprestamiento se aleja de las definiciones absolutas y se focaliza en el contexto situacional para su definición de aprestamiento. Un niño puede estar listo en una comunidad o aun para una escuela de una misma comunidad, pero podría no estar listo para otra escuela o comunidad.
d)Interaccionista. Esta perspectiva incorpora información acerca del niño como también sobre el medio dentro del cual él se ha criado y es enseñado. Considera el aprestamiento como un concepto bidireccional que integra el aprendizaje del niño y las capacidades de la escuela para satisfacer las necesidades individuales de sus estudiantes. Meisels (1996) afirma que el aprestamiento y el rendimiento escolar son conceptos bidireccionales que se focalizan tanto en las destrezas y habilidades comunes de los niños como en las condiciones del ambiente dentro del cual el niño es criado y enseñado.
Dado que los diferentes niños están preparados para experiencias diferentes y diferentes niños responden de manera diferente a estímulos ambientales aparentemente similares, el aprestamiento es un término relativo. Aunque pueda ser aplicado a niños individualmente, no es algo inherente al niño ni al currículo. Es el producto de la interacción entre las experiencias previas del niño, sus características genéticas y su estatus maduracional, más el rango total de experiencias ambientales y culturales que ellos encuentran en su medio.
Este modelo integra tanto las contribuciones del niño como los aportes que le hace la escuela. Está dirigida hacia posibilidades futuras más que a deficiencias pasadas. Está basada en un compromiso de apoyar a que los niños lleguen a ser buenos estudiantes y sugiere que el éxito educacional dependerá de la emergencia de una relación recíproca entre la escuela y los niños.
2.FACTORES QUE INTERVIENEN EN LA MADUREZ ESCOLAR
Tanto investigadores como teóricos han tratado de determinar las relaciones entre un gran número de variables y la madurez para el aprendizaje escolar. Es difícil ponderar la importancia de cada factor en particular, debido a que como ya se dijo, ninguno opera en forma aislada y porque otras variables que pueden afectar la madurez no se identifican fácilmente.
Los siguientes, son algunos factores que aparecen como más directamente relacionados con los primeros aprendizajes:
a)Características personales y del desarrollo del niño, como edad, recursos cognitivos, género, condiciones de salud, desarrollo neurológico, desarrollo motor, de lenguaje y presencia o ausencia de dificultades de aprendizaje que podrían pesquisarse ya en el jardín.
b)Condiciones que dicen relación con su entorno familiar, escolar y social.
c)Funciones afectivas y de integración social, relacionadas con el desarrollo personal que constituyen objetivos educacionales transversales.
d)Temas emergentes de alta significación en la madurez emocional, social y de comportamiento del niño como para ingresar a la educación básica formal, tales como su comportamiento lúdico, su creatividad, su humor.
A continuación se presentan los principales factores avalados por la investigación y la práctica y en relación a los cuales, sin agotar las posibilidades, hay bastante acuerdo en la literatura. Aún cuando ninguno de estos factores debería ser abordado en forma independiente de los otros (con los cuales interactúa), se irán abordando uno a uno para facilitar la exposición.
2.1Edad
No hay consenso en la literatura sobre el momento en que los niños están maduros para iniciar el aprendizaje escolar. En la mayoría de los países, la edad cronológica es el requisito de ingreso mientras otros adoptan el criterio de edad mental. Aparentemente, la edad cronológica como tal, constituiría un aspecto poco significativo en la madurez escolar y la mayor parte de los investigadores parecería estar de acuerdo con que la edad mental está más relacionada al éxito en las tareas de aprendizaje.
No obstante, si bien es cierto que la edad cronológica aparece como un factor no central de la madurez escolar, no debe desconocerse su importancia. Johnson y Myklebust ya en la década de los 60 (1968) planteaban que ciertos tipos de habilidades y rendimientos varían sobre la base de la edad cronológica y del grado escolar, de manera que el aprestamiento para la adquisición del lenguaje escrito y la aritmética, dependerían no solo de la capacidad mental sino también de la maduración física y del aprendizaje escolar previo.
La afirmación categórica de que determinada edad mental constituye el punto de partida para iniciar determinado aprendizaje puede conducir a subestimar la importancia de algunos factores tan esenciales como los programas de aprestamiento, como es el caso del contexto sociocultural de donde proviene el niño, el sistema escolar y la motivación. Estas consideraciones pueden conducir a que el profesor considere que todo niño con una edad mental determinada estaría maduro para el aprendizaje, sin evaluar sus funciones cognitivas básicas, su afectividad y su nivel de adaptación social.
El concepto de edad mental constituye un concepto teórico que determina si un niño cumple, en promedio, el 75% de los comportamientos o conductas psicológicas correspondientes a una determinada edad de desarrollo. Sin embargo, dos niños con una misma edad mental pueden presentar niveles diferentes de comportamiento. Así, por ejemplo, un niño de cinco años de edad mental puede estar, en algunas funciones del desarrollo, en una edad de tres años en el límite inferior y en otras, en una edad de siete años, en el límite superior. En tanto, otro niño puede no sobrepasar en ninguna área los cinco años de edad mental, pero tampoco presentar ningún rendimiento bajo los cinco años. El primer caso correspondería a un desarrollo disarmónico y el segundo, a un desarrollo armónico.
Es entonces indispensable, al examinar los resultados de test psicométricos que determinan la edad mental de un niño, analizar los factores que consideró el autor para construirlos y ver de qué manera éstos se relacionan directamente con los primeros aprendizajes. Puede darse también el caso de que la edad mental obtenida mediante dos instrumentos psicométricos no sea la misma que la edad cronológica, lo que determina diferencias claves para el cálculo del Coeficiente Intelectual, ya que el C.I. 100 corresponde a una coincidencia entre la edad mental y el rendimiento en pruebas de inteligencia estandarizadas del 75% de los niños de esa misma edad y características.